Una vida
Una vida se quema en medio de un torbellino de recuerdos.
UNA VIDA
La lluvia golpeaba el cristal del coche sin piedad, en una eterna lucha con el parabrisas. Era temprano, el sol amanecía joven y un frío helado rebasaba los límites de lo aceptable en un día de otoño. Claudia tenía barro en los zapatos y el pelo mojado formaba surcos sobre el maquillaje de su rostro, como en un lienzo de Picasso, trazando líneas negras sobre las mejillas de color melocotón y dibujando restos de sombra ocre sobre las sienes. Y sin embargo, así, mojada e imperfecta, Claudia nunca había resultado más atractiva, con los ojos claros, fijos en la carretera y el olor a humedad impregnando su piel. La radio bailaba canciones llenas de letras sin sentido ni dirección, mientras ella, ausente, taladraba el cristal con la mirada, las pupilas vacías, inmersas en un torbellino de recuerdos. Su piel aun latía recordando su nombre y la idea de una despedida le exprimía el corazón, hasta un punto insoportable. Y sin embargo, las noches nunca fingían, los sueños repletos de bocas, su rostro en todas partes, el deseo. El deseo era tan poderoso que llegaba a dominarlo todo, hasta el punto de que ella sentía que había perdido la noción de su voluntad, como una espina sin rosal, a merced de un arrebato que le encharcaba la razón. Ella no, no podía, no debía, no quería. No.
Su marido era un corazón blando, escarchado en monotonía. Adoraba las tardes llenas de café y tostadas, calcetines de lana y vidas soñadas en la pantalla del televisor. Él era todo lo que la sujetaba, el tronco de sus días, la raíz de su sentido.
Se odiaba a sí misma por no tener nunca suficiente, por esperar siempre más de todo, de la ilusión, de la vida, del amor, del odio. Como un perro rabioso que jamás sacia el hambre, ansiosa por rellenar ausencias, por sentir una plenitud utópica dentro de su alma blanca. Era débil. Pero su debilidad la hacia fuerte dentro de sus miedos.
Inesperadamente, le atravesó la conciencia de su piel aun palpitante, el recuerdo de instantes que le emborrachaban la mirada, él, su olor desgastándose entre los dedos de ella, las sabanas bailando sobre su pecho, palabras que rasgan el silencio traición, soledad, mentira. Ella era la mentira.
Se preguntaba dónde estaba el amor y quien lo devoró despacio. Apenas quedaban las migas de lo que fue, desperdigadas por el mantel de la memoria.
Bastó un segundo para que el destino jugara la última carta.
Apenas tiene tiempo de gritar cuando el coche resbala, patinando sobre la lluvia, mientras el mundo se convierte en cristal y hierros, bañados con el olor caliente de la sangre mojada.
Claudia. El corazón abierto, las manos cortadas y una vida oscura sin terminar.
Nota: Escribo desde USA. Creo haber encontrado una manera para acentuar mi texto usando el teclado de mi ordenador americano. Espero hacer así más agradable la lectura para los que, como yo, son fanáticos de la gramática.