Una vez, dos polvos
Dicen que no hay más ciego que el que no quiere ver. Darte cuenta que tienes un problema es el primer paso para quitarte esa venda de los ojos. Asumir que necesitas ayuda y, sobre todo, pedirla, no es tarea fácil.
Dicen que no hay más ciego que el que no quiere ver. Darte cuenta que tienes un problema es el primer paso para quitarte esa venda de los ojos. Asumir que necesitas ayuda y, sobre todo, pedirla, no es tarea fácil.
En mi caso, este golpe de realidad llegó poco después de cumplir los treinta y uno, y de la forma más inesperada, cuando uno de mis mejores amigos de la facultad me contó que se casaba. Se podría pensar que con treinta y un años, que uno de tus amigos se case es lo más normal del mundo, y para nada inesperado. Pero cuando quien te dice que se casa es alguien que se ha tirado a todo lo que se movía, lo que menos esperas es que te diga “me caso”.
La noticia me cayó como un jarro de agua fría. No por su compromiso, obviamente me alegré por él, y que por fin sentara cabeza (que falta le hacía). Sino porque en ese momento, surgió una pregunta en mi mente que hizo que los siguientes meses no pudiera pensar en otra cosa:
- ¿Por qué yo no?
¿Por qué con treinta y un años sigo solo? ¿Por qué yo no puedo tener a alguien? Es más, ¿por qué nunca he tenido a alguien? ¿Qué es lo que tengo para que ninguna chica se fije en mí? ¿Será por mi físico? ¿Por timidez?
Le das muchas vueltas a la cabeza, tratando de buscar respuesta a esas preguntas, pero las únicas respuestas que encuentras son las típicas de libro de autoayuda:
- No has encontrado a la persona adecuada
- Lo bonito está en el interior
- Cuando dejes de buscar, llegará
Pero son eso: respuestas típicas que no ayudan más que a que sigas dándole vueltas al mismo tema, y se transformen en más preguntas: “¿Y si he encontrado a esa persona adecuada y no he sabido verlo?”, “Lo bonito estará en el interior, pero lo primero que se ve es el exterior, y en eso no destaco precisamente”, “Cuando dejes de buscar llegará, pero el que busca encuentra, así que, ¿en qué quedamos?”.
Con todo este jaleo mental que me traía, durmiendo poco y mal, como decía la canción, sumado a que mi vida se resumía en trabajar de lunes a viernes y hacer la compra y la colada el fin de semana, el hastío y la impotencia eran cada vez mayores y cada vez más insoportables.
Recuerdo perfectamente el día que esa venda se me cayó de los ojos y me di cuenta que necesitaba ayuda. Una noche de un lunes de mediados de marzo. Tumbado en el sofá, apático, con la televisión encendida emitiendo un programa insulso al que no hacía mucho caso. Se fue la luz, y quedé totalmente a oscuras. Con desgana, me levanté del sofá, encendí la linterna del móvil, y revisé el interruptor general. Todo estaba en su sitio. Debía ser un apagón general.
Abriendo la ventana del salón y encendiendo un cigarro, todas esas preguntas sin respuesta volvieron a mi mente, y en la soledad de mi casa, fumando y observando el barrio a oscuras, fue cuando me di cuenta que necesitaba ayuda, al menos para tratar de responder esas preguntas con otras respuestas, aun a sabiendas de que quizá no fueran las respuestas que yo esperaba.
No sé en qué momento me fui a la cama ni cuándo me dormí. Desperté el martes a la hora de siempre. Envié un mensaje a mi jefe alegando una indisposición pasajera para no ir a trabajar, y con un café, encendí mi portátil y realicé una simple búsqueda en Google:
- Psicólogos en Madrid
Sí, había decidido ir al psicólogo. Tras un rato mirando diferentes enlaces y profesionales, la duda era: ¿a cuál voy? No me llevó mucho responder a esa pregunta: al que me quede más cerca. Y quien me quedaba más cerca era la doctora García, a cinco minutos de mi casa. Marqué su número y tras las preguntas de rigor concerté una cita para esa misma tarde.
A las cuatro en punto estaba en su portal, nervioso, y aún con dudas si tocar al timbre o no. Una pequeña placa al lado del telefonillo rezaba qué piso tenía que tocar:
“Dra. Marta García, 2ºC”
Con poca decisión, pulsé el botón del telefonillo:
- ¿Sí?
- Buenas tardes, soy Carlos, tenía cita con usted a las cuatro.
- Sí, Carlos, sube, ascensor de la izquierda.
Cuando me abrió la puerta, durante unos breves segundos no supe qué decir. Mi idea preconcebida de todo lo que lleve el prefijo “Dra” es una señora de mediana edad, bata blanca, gafas, y la típica carpetilla para apuntar. Sea oftalmóloga, psicóloga o traumatóloga. La Dra. García ni se acercaba a eso: joven, más o menos de mi edad, morena, sin gafas, pelo largo levemente rizado. Lo único blanco que llevaba, aparte de su sonrisa, era una camiseta sencilla complementada con unos vaqueros negros.
- Buenas tardes Dra. García.
- Buenas tardes Carlos. Pasa por favor, y llámame Marta.
- Encantado Marta.
Me hizo pasar a un pequeño salón, decorado con unas sencillas estanterías con algunos libros, una planta en un rincón, dos sillones enfrentados a una mesita baja y el típico diván de psicólogo que tanto se ha visto en películas y series.
- Por favor, ponte cómodo.
- ¿Dónde me siento?
- Donde tú quieras.
Elegí el diván. Siempre había querido probarlo. Tras las típicas preguntas de rigor para rellenar la ficha del paciente, con una leve sonrisa comenzamos a hablar.
- Bien Carlos, cuéntame. ¿Por qué estás aquí?
- Bufff - resoplo, nervioso -. No sabría cómo explicarlo, la verdad.
Notando mi nerviosismo, y siendo consciente que era la primera vez que visitaba un psicólogo, volvió a sonreirme.
- No te preocupes Carlos, es normal. Piensa que estás hablando con una amiga. Iremos hablando de forma natural, que surja la conversación, sin prisas ni agobios. Según vayamos hablando, te haré algunas preguntas. No respondas si no te sientes cómodo con la pregunta, pero es importante que seas sincero.
- De acuerdo Marta. A ver por dónde empiezo.
- Por el principio, ¿no?
No sé por qué, si fue la naturalidad con la que me dijo esto, la calma que transmitía su sonrisa al decirlo o mi necesidad de soltar todo lo que llevaba dentro. Quizá fue la suma de todo. Pero el caso es que durante casi una hora le conté todo lo que me atormentaba, desde el momento en que mi amigo me dijo que se casaba, hasta esa misma tarde cuando parado ante su portal no sabía si decidirme a subir o no.
Durante ese tiempo, Marta no me dijo nada. Simplemente me miraba, asentía y me invitaba a continuar. Cuando terminé, una extraña calma se apoderó de mí. Le había contado a una completa desconocida algo que no habría contado a nadie, algo que me guardaba para mí, y lo cierto es que sorprendentemente, me sentía bien.
- Para no saber por dónde empezar, te has explicado muy bien.
- ¿Sí?
- Claro que sí. Ojalá todo el mundo que viene aquí supiera explicar igual de bien porqué está sentado en ese diván.
- Gracias, supongo.
- Gracias a ti, estas cosas facilitan mucho la terapia.
Es una tontería, lo sé. Pero esa sencilla frase me hizo sentir halagado.
- Y, ¿cuál es mi diagnóstico? -pregunté, medio en broma, sonriendo por primera vez en todo el día
- ¿Quieres la versión técnica o la de andar por casa? -sonreía, me había pillado la broma
- La de andar por casa
- Creo te sientes solo y te falta algo de autoestima. Y vamos a tratar de poner solución a eso.
Me quedé en silencio unos minutos, pensando. No es algo que no supiera, pero que te lo digan en voz alta te hace darte cuenta de esa realidad, ser realmente consciente de tu situación. Y que te ofrezcan ayuda, te hace ver una salida, aunque en ese momento te parezca muy lejana.
Su voz me sacó de mis pensamientos.
- ¿Te apetece seguir, Carlos?
- Creo que ya ha pasado una hora… -respondí dubitativo.
- No importa, no tengo más pacientes esta tarde. Si te apetece podemos seguir, o si prefieres lo podemos dejar para otro día.
Me apetecía seguir hablando con ella.
- Sigamos.
Sonriendo nuevamente, y recostandose un poco en el sillón en que estaba sentada, seguimos charlando.
- Me gustaría hacerte algunas preguntas para tratar de entender mejor porqué te sientes así, ¿te parece?
- Adelante, dispara
Me había relajado y ya me salía un lenguaje más coloquial.
- Me has contado antes que una de las preguntas que te atormentan es por qué nunca has tenido a alguien, como le pasaba a tu amigo
- Sí, eso es
- ¿Significa eso que nunca has tenido pareja?
- No exactamente. En mi penúltimo año de universidad, con 22 años, estuve saliendo tres meses con una chica.
- Entonces, ¿por qué dices que “no exactamente”?
- Porque para mi ella sí fue mi pareja, mi novia, durante esos tres meses. Pero siempre he creído que yo para ella no fui más que un rollo pasajero.
- ¿Y por qué creías eso?
- Sinceramente, no lo sé. Cuando me dejó me quedé con esa sensación.
- ¿No has tenido más relaciones desde entonces?
- Antes de esa chica no. Ni siquiera había besado a una chica antes de ella. Sé que con 22 años puede parecer raro, pero por aquel entonces yo quería encontrar a “mi chica”, y bueno… hasta que no la conocí a ella no tuve esa sensación
No dijo nada, simplemente asintió y volvió a sonreirme.
- Y después de esa chica ¿has tenido alguna otra relación?
- No, no he tenido más parejas. Tuve un rollo al año siguiente, y otro rollo el año pasado. Nada más.
- ¿Cómo conociste a esas tres chicas?
- La primera, la que considero mi única novia, era una compañera de facultad. Las otras dos, las conocí por internet.
- ¿Prefieres conocer chicas por internet a… no sé, entablar una conversación en una cafetería, o en la época universitaria, en la biblioteca?
- Sí, me siento más cómodo.
- ¿Por qué?
- Por internet no me ven. Se elimina el factor del atractivo físico, y me parece más fácil entablar una conversación.
¿No te consideras atractivo?
Lo cierto es que no.
Me quedé callado. Por primera vez en mi vida había expresado en voz alta algo que siempre pensaba y jamás decía: que no me considero guapo o atractivo.
- Hagamos un pequeño ejercicio Carlos. Imagínate que yo soy una de esas chicas que conoces en un chat. Empezamos a hablar, la conversación fluye, y en un momento dado te pregunto cómo eres. ¿qué me contestarías?
- Diría que tengo 34 años, que soy moreno, con el pelo corto, sin barba, con gafas, alto, sobre metro noventa, que no tengo cuerpo de atleta, sino que estoy gordito, o lo que ahora llaman fofisano… y creo que poco más.
- Bastante acertado
- ¿Qué voy a decir? No voy a mentir si pretendo conocer a esa chica.
Tras unos minutos de silencio, Marta volvió a sonreirme, pero esta vez habló con voz más pausada, como con cautela.
- Carlos, te voy a hacer una pregunta que quizá pueda sonar demasiado personal, así que si no quieres responder, no hace falta que lo hagas.
Me temía por donde iba.
- Adelante.
- ¿Eres virgen?
Efectivamente, iba por ahí. Otra cosa que tampoco había contado a nadie, y que yo sospechaba que mis amigos sospechaban. Un lío.
- No, pero tampoco tengo mucha experiencia. Como dijo la chica con la que tuve mi primera vez, “algún rosco me he comido, pero no soy el dueño de la pastelería”.
Parece que le hizo gracia, porque soltó una carcajada que me hizo reír a mi también.
- No me digas que nunca habías oído eso
- No jajajaa. La verdad es que no. Pero está bien tirado.
Este pequeño chascarrillo hizo que me relajara ante algo que también me daba vergüenza reconocer.
- ¿Quién fue esa chica?
- Aunque también parezca raro, no fue mi primera novia. Fue el rollo que tuve un año después.
- ¿Te importa que te haga preguntas sobre tus relaciones sexuales?
- No, adelante.
No sé qué me pasaba. Yo nunca hablaba de esto con nadie, pero en ese momento me apetecía seguir la conversación. No porque me sintiera, digámoslo así, cachondo. Sino que me sentía relajado, liberado.
- ¿Cómo es que con tu primera novia no tuviste sexo?
- Bueno, solo estuvimos saliendo tres meses, ella vivía con sus padres, yo compartía piso, yo era virgen… tampoco es que surgiera el tema y me daba pánico sacarlo y parecer un salido llevando tan poco tiempo saliendo juntos.
- ¿Te apetecía tener sexo con ella?
- Sí, claro que sí. Especialmente desde que una vez, a la semana o así de estar saliendo juntos, en un abrazo desde atrás, y de forma involuntaria le toqué una teta.
- ¿De forma involuntaria? -otra vez sonrisa, pícara esta vez.
- Sí, me daba corte meterle mano, hasta ese día ni siquiera le tocaba el culo.
- ¿Llegaste a algo más con ella?
- No mucho más. Si es verdad que desde ese día ya no me daba tanto reparo en tocarle el culo o las tetas de vez en cuando. Siempre por encima de la ropa.
- ¿Ella te seguía el juego?
- Sí, yo notaba como cuando le tocaba el culo se pegaba más a mi, o si le tocaba las tetas, cómo se le erizaban los pezones.
- ¿Te excitaba eso?
- Muchísimo. Acababa con unas erecciones de campeonato. Hasta una vez me corrí solo con eso.
- ¿Crees que ella lo notó?
- Las erecciones sí, tuvo que notarlas a la fuerza. Lo de correrme no creo.
- ¿Nunca lo comentasteis?
- ¿El que?
- Esa excitación, tratar de llegar a algo más.
- No, a mi me daba corte lo que te decía antes, parecer demasiado salido. Pensaba que ya llegaría el momento. Ella supongo que le pasaría lo mismo.
- ¿Ella también era virgen?
- Nunca se lo pregunté, pero no lo creo. Había tenido parejas antes y bastante duraderas. Tampoco me importaba.
- Imagino que la masturbación era la forma de aliviarte, ¿verdad?
- Sí, claro. Después de eso era llegar a casa y paja al canto
Volvió a sonreír. Cada vez que sonreía, me relajaba. No sé por qué. Pero me sentía bien.
- Háblame de tu primera experiencia sexual.
- Fue con esa chica que tuve un rollo al año siguiente
- Me sorprende un poco que siendo tan cortado con tu novia, luego tuvieras tu primera experiencia con un rollo pasajero.
- Me solté un poco, sí. Y cuando surgió, tampoco le di muchas vueltas.
- ¿Cómo surgió?
- Esa chica la había conocido en un chat y tras una semana hablando, quedamos una noche para conocernos y tomar algo. Estuvimos en un bar, hablando, conociéndonos y al despedirnos en su portal me besó. Estuvimos un buen rato besándonos y tocándonos. Por encima de la ropa al principio hasta que ella pasó las manos bajo mi camiseta y me animé a hacer lo mismo en su culo. Ella hizo lo mismo, metiendo la mano en mis pantalones y tocándome por encima del boxer. Así estuvimos un rato, y yo esperaba que me invitara a subir, pero no fue así. Se quedó en poco más que eso ese día. Volvimos a quedar un par de veces más, y siempre igual. Un día que yo había salido de fiesta con mis compañeros de piso, al volver a casa con unas cuantas copas encima, la vi en el chat y hablando con ella le dije medio en broma medio en serio que podíamos ser follamigos.
- ¿Y qué te respondió?
- Se rió y me dijo que me fuera a la cama, mañana hablamos. Al día siguiente cuando volví a hablar con ella, y vi lo que le había escrito la noche antes, le pedí disculpas, que solo había sido una broma. Me dijo que no hacía falta, y que ojalá hubiera sido en serio. Yo no me lo podía creer, y comenzamos a hablar del tema y hablar de sexo. Le conté que era virgen, y fue cuando me dijo lo del rosco y la pastelería. Nos reímos y al final quedamos para esa noche en el bar al que íbamos siempre.
- ¿Con intención de acostaros?
- Sí, con intención de acabar follando. Al menos yo.
- Sigue, por favor.
- Llegamos al bar sobre las once, yo un poco cortado por la conversación del chat, pero en cuanto me besó se me pasó el corte. Tomamos una copa, hablamos de cosas triviales, y al volver a casa, otra vez en su portal, besos y magreos. Sus compañeras de piso no estaban ese día y me invitó a subir. Nada más entrar en su piso nos empezamos a desnudar por el pasillo, quitándonos los abrigos. Al llegar a la puerta de su cuarto ya solo nos quedaba la ropa interior puesta. Me acuerdo que llevaba un tanga negro y un sujetador a juego que tapaba sus tetitas. Me senté en la cama y ella se sentó encima de mí, dejando mi polla sobre su coñito, separados por la tela de la ropa interior. Me empezó a besar y mientras yo trataba de quitarle el sujetador. Al final se lo quitó ella, y por fin le vi las tetas. Eran pequeñitas, apenas destacaban sobre su torso, con unos pezoncitos también pequeños. Eran las primeras que veía y tocaba. Y a pesar de que no eran más bien pequeñas, me puso a mil. Acerqué mi boca a ellas y comencé a comérselas, lamiendo cada teta hasta acabar chupando ese pezoncito. Me sorprendió lo duros que se le pusieron.
- ¿Qué hacía ella mientras?
- Gemía, me decía que le gustaba, y no dejaba de frotarse el coño contra mi polla, aún con la ropa puesta. Me tumbó en la cama y bajando con su lengua de mi boca a mis pezones, me los chupeteaba ella a mi. Jamás pensé que eso me pudiera gustar tanto. Se deslizó hacia abajo, y con las manos me bajó los boxer, liberando por fin mi polla. Era el momento más temido.
- ¿Por qué?
- No estoy especialmente dotado, siempre he pensado que la tenía más bien pequeña. Temía que eso la echara para atrás.
- Pero no fue así.
- Afortunadamente no. Cuando me la vió me dijo que era mejor de lo que se había imaginado, que no era muy larga pero sí más gorda de lo que parecía al tacto. No sé si me lo dijo por animarme, o porque de verdad lo pensara, pero lo cierto es que me animó. Sentada a mi lado en la cama y aún con el tanguita puesto, comenzó a hacerme una paja, muy despacio, acariciándome con la otra mano los huevos a la vez, y descubriendo el capullo muy suavemente cuando bajaba la mano. Dicen que no hay mejores pajas que las que te haces tú mismo. Es cierto, salvo esa primera paja que te hace una chica. Esa es la mejor de todas. Verla así, sentada, con sus tetitas apuntándome, su mano agarrándome fuerte la polla y subiendo y bajando, era demasiado para mi.
- ¿Te corriste?
- No, le dije que parara porque me corría. Por suerte me hizo caso y tumbandose en la cama me dijo una sola palabra: “Tócame”. Hice lo mismo que ella minutos antes conmigo. Le volví a comer las tetitas y bajando con las manos por sus costados agarre la cintura del tanga y mientras ella levantaba las piernas se lo quité. No fue hasta que lo hube sacado por sus pies que vi su coñito por primera vez. Me fascinó como la curva de sus caderas se perdía entre sus piernas. Lo tenía con pelo, pero muy bien arreglado, castaño oscuro que destacaba sobre su piel blanca, dibujando un triángulo perfecto. Me agarró la mano y me enseñó a tocarla, primero bajando suavemente, abriendo un poquito sus labios, y acariciando el clítoris. Recuerdo que estaba muy caliente, y tremendamente húmedo. Era el primer coñito que tocaba y no me esperaba tal humedad. Esto me animó a meterle un dedo, despacio, notando como entraba sin resistencia alguna. Ella movía levemente las caderas mientras con sus manos acariciaba sus tetitas y pellizcaba sus pezones. Yo aún con la polla dura, la restregaba contra su pierna. Ese roce de mi capullo con su pierna me excitaba mucho. Metía y sacaba el dedo de su coñito despacio, hasta que me dijo una sola palabra: “más”. Yo, pensando que quería más rápido, aumenté un poco el ritmo del dedo, pero no era eso lo que quería. “No, más dedos” me dijo. Probé con dos dedos, despacio temiendo hacerle daño, pero entraban muy suave. Un par de metidas así, hasta que otro “más” me animó a probar con un tercer dedo.
- Lo hiciste, ¿verdad?
- Sí, empecé a meter tres dedos, despacio igual que antes. Tres dedos ya no entraban tan bien, y notaba como su coñito se abría y me los apretaba. Para mí todo era nuevo, y más viendo como tres de mis dedos entraban en su coñito, como me los apretaba y mojaba, notando ese calor. Cuando los tres dedos estaban empezando a entrar, la escuché suspirar, fuerte. Temiendo haberle hecho daño, le pregunté si estaba bien. Su respuesta fue agarrarme la mano y empujar más adentro los dedos, hasta que entraron prácticamente del todo. Paró, sujetando mi mano con la suya para que no la moviera y jadeando entrecortadamente. Notaba en mis dedos, totalmente empapados, leves contracciones de su coño. Aprovechando un momento que relajó su mano, y sin saber bien por qué lo hice, empujé mis dedos más al fondo. Y eso fue suficiente.
- ¿Se corrió ahí?
- Sí. Al hacer ese movimiento, su cuerpo se tensó, me agarró la mano para que no la sacara, y es más, la apretaba más dentro. Noté como su coño se humedecía mucho más, y como esas anteriores leves contracciones me apretaban los dedos más fuerte. Nunca había visto a una chica correrse, y menos ser yo quien la hiciera correrse. Pero me pareció lo más maravilloso del mundo en ese momento.
- Es que lo es - me cortó de repente Marta.
Esa respuesta me dejó descolocado. No me la esperaba, la verdad. Enseguida se dio cuenta y me animó a continuar.
- Perdona Carlos. Sigue por favor.
- Con mis dedos empapados de sus flujos acaricié sus tetitas otra vez, pellizcando sus pezones. Mi polla se me había bajado un poco, así que me empecé a pajear a la vez, despacito, mientras la besaba. Al notarlo, fue ella quien me agarró la polla. No tardé mucho en estar duro otra vez, y así, con mi polla en su mano, mi mano en sus tetitas, no sé cómo ni de dónde sacó un condón y enseñándomelo me dijo “métemela”. Aunque parezca mentira, no sabía ponerme un condón, y así se lo dije. No le importó y me ayudó a ponérmelo. Con el condón ya puesto y abriendo sus piernas, me invitó a entrar. Podríamos decir que lo intenté. Vamos, que no atinaba al agujero. Diciéndome un “tranquilo”, me la agarró, y la apuntó ella a su agujerito, diciéndome “ahora, empuja”. Y empujé. Incluso a través del condón notaba el calor de su coñito en mi capullo. Mi polla entró suave hasta el fondo. Fue una sensación indescriptible. Me pidió que me quedara así unos segundos, con toda mi polla dentro, y descargando mi peso sobre ella. Solo cuando me dijo “muévete”, comencé un lento mete-saca. Ni que decir tiene que ese cúmulo de sensaciones hizo que durase apenas dos minutos.
- No está tan mal. Las primeras veces suelen ser desastrosas.
- La verdad es que no me quejo. Me esperaba algo peor, como que no se me empalmara, o no fuera capaz de hacer que ella disfrutara y se corriera. Es verdad que no se corrió follando, pero sí con mis dedos.
- ¿Ahí terminó tu primera vez?
- Depende lo que entendamos por “primera vez”. Después de eso, nos duchamos juntos, y al salir de la ducha echamos otro polvo, esta vez cabalgándome ella a mi. Pero sí, eso fue todo. Me fui de su casa a las seis de la mañana, sin haber dormido nada.
- Pero recién follado jajaja.
- Jajaja, sí, recién follado.
El chascarrillo final me terminó de liberar la poca tensión que ya tenía. Otra vez silencio. Fijándome en el reloj había pasado otra hora y media, y no me había dado cuenta. Marta, otra vez, rompió ese silencio.
- ¿Cómo te sientes?
- ¿Ahora mismo dices o después de mi primera vez?
- Ahora mismo.
- Relajado, liberado, con la mente despejada. Esto no se lo había contado nunca a nadie, y si lo pienso ahora mismo, me sorprende habértelo contado a ti, que te conozco hace un par de horas.
- ¿Te arrepientes de habérmelo contado?
- Para nada. Como te digo, ha sido liberador.
- Ya te digo
Esto último lo dijo señalando a mi paquete. Estaba tan absorto contándole todo a Marta que ni me había dado cuenta de que estaba empalmado, y mi polla se marcaba claramente en los vaqueros. Me puse super nervioso y traté de taparme.
- Joder, perdona, yo…. lo siento.
- Tranquilo, no pasa nada. Si es lo normal, que te empalmes hablando de sexo.
- Sí, bueno, pero no en esta situación. De verdad que lo siento.
- De verdad, que no pasa nada. A mi también me pasa.
Hasta ese momento Marta había estado sentada en un sillón, con las piernas cruzadas y los brazos cruzados sobre su pecho. Al decir ese “a mi también me pasa”, y sonriendo otra vez más, descruzó los brazos invitándome a mirarla. Se le notaban los pezones en la camiseta. La naturalidad con la que hizo eso, esfumó mi nerviosismo.
- ¿Te has excitado escuchándome?
- Claro. En cierto modo es inevitable. Cuando escuchas a alguien hablar de sexo, o contarte un polvo, inevitablemente te imaginas ese polvo, y te provoca excitación.
- Supongo que sí, al final yo mismo me he empalmado con mi propia historia.
Silencio otra vez. Marta me está mirando, sonriendo, con los brazos cruzados sobre el pecho otra vez. Mirando el reloj, esta vez soy yo quien rompe ese silencio, incorporándome del diván y con mi erección ya casi desaparecida.
- Creo que por hoy ya está bien. De verdad he sentido que era como hablar con una amiga.
- De eso se trata Carlos.
- ¿Cuándo podemos tener otra sesión?
- ¿Te parece bien mañana a la misma hora?
- Por mi perfecto
- Mañana a las cuatro entonces
Me acompaña a la puerta, y con otra de esas sonrisas y un “hasta mañana Carlos” me despide.
Solamente cuando llego a la calle y comienzo a caminar hasta mi casa, me doy cuenta que en toda la sesión Marta no ha tomado una sola nota. Ni siquiera tenía carpetilla.