Una venganza inesperada

Jamás podría haber imaginado la maquiavélica forma en que mi mujer se vengó de mi infidelidad...

Maldita sea la hora en que se me ocurrió engañar a mi mujer. Pero, claro, uno no mide las consecuencias, no sopesa los riesgos. Yo no sabía que ella lo iba a descubrir. Y mucho menos podía imaginar lo que me esperaba. Porque, verdaderamente, una venganza así sólo puede ser concebida por la mente maquiavélica de una fémina.

Por otra parte, tampoco entiendo bien por qué lo hice. Es cierto que Silvia, mi secretaria, es una morocha muy atractiva, con su físico exuberante y su larga cabellera castaña. Pero también es cierto que Ada, mi esposa, no tiene nada que envidiarle, con su cuerpo estilizado, su andar felino y su carita de colegiala. Además, siempre amé a mi mujer –como la sigo amando, aun después de lo que me hizo.

La cosa es que cuando ella se enteró, armó un escándalo espantoso y amenazó con divorciarse. Mucho me costó tranquilizarla y, con la promesa de que jamás volvería a ocurrir algo así, convencerla en seguir adelante en nuestro matrimonio.

Poco después, y todavía dolida por el incidente, Ada me dijo que deseaba tener un hijo. Me manifestó que creía que esa iba a ser la mejor forma de dejar atrás definitivamente todo este asunto. Me mostré de acuerdo, y juntos pasamos muchas noches de amor buscando ese niño deseado. Pero como pasaba el tiempo y el embarazo no llegaba, decidimos consultar con un médico. Y de allí supimos que yo era estéril.

Pero ella estaba decidida a ser madre a cualquier precio

Recordándome mi pasada infidelidad, me propuso una de estas dos opciones: o nos divorciábamos y ella formaría una nueva pareja con alguien con quien pudiera tener un hijo, o se haría preñar con mi consentimiento por otro hombre, y seguiríamos juntos.

Confieso que me sentía ante un dilema terrible, pero la angustia de que ya no fuera más mi mujer y el sentimiento de culpa por mi aventura con Silvia, me hicieron decidirme por la segunda opción.

Así, convinimos en que ella elegiría al candidato, se iría a vivir una semana con él (aprovechando el momento fértil del mes) y luego volvería a mi lado. Yo me sentía profundamente perturbado por todo esto pero, repito, creía que era la mejor opción.

Un día Ada me comunicó que había encontrado al padre para su hijo. Me dijo que preferiría que yo no lo conociera (al menos por el momento) para evitarme el sentirme mal. Ingenuamente , le agradecí la intención y acepté.

Esa semana en que estuvo ausente de casa me sentí inquieto, malhumorado, con una sensación penosa en la boca del estómago. Aunque debo decir en honor de la verdad que me hice unas terribles pajas imaginando lo que podía estar haciendo ella con su misterioso amante. Para hacer más intenso mi malestar, ella no me llamó por teléfono ni una sola vez durante la semana. Seguramente estaría muy ocupada en su tarea… y pasándola demasiado bien.

Cuando volvió nos dimos un fuerte abrazo. Parecía que ya todo lo malo había era historia. Poco después supimos que, efectivamente, estaba preñada. Fue un extraño festejo el nuestro, cenando afuera y brindando con champagne por la llegada de un niño que ambos sabíamos que no era mío.

Y aquí viene lo peor. Unas semanas más tarde, cuando ya era notoria la curva de su abdomen, Ada me dijo que quería mostrarme una foto del padre de "nuestro" bebé. Con nerviosismo, acepté. Al fin y al cabo, me dije, era el padre biológico.

Pero cuando vi la foto me dio un vuelco el corazón. No podía creer lo que tenía delante de mis ojos. Con un hilillo de voz, le dije:

-¡¡Pero este tipo es negro!!

-¿Y?

-¿¿Pero es que no te das cuenta?? ¡¡¡Vas a tener un bebé NEGRO!!!

-¿Y qué? ¿Es que ahora te volviste racista?

-¡¡¡¡¡Es que voy a ser el hazmerreír de todo el mundo!!!!!

Me miró con indecible desprecio.

-No sabía que te importaba tanto la opinión de los extraños

Me arrojé al piso y lloré y grité, hasta que perdí la noción de todo.

Bueno, les cuento el final de la historia. Ada atendió mis súplicas, y junto con William (así se llama él) decidimos mudarnos los tres juntos a una casita en una ciudad donde nadie nos conoce. Yo paso por ser un primo lejano de Ada, que vive con el matrimonio y además de realizar las tareas domésticas les cuida su pequeño vástago. Mi dormitorio es contiguo al de ellos y por las noches no puedo evitar pajearme frenéticamente cuando los escucho hacer el amor. A veces, William invita a cenar a sus amigos (todos negros) y luego, muy generosamente, les ofrece a mi mujer (¿ mi mujer?) para que la disfruten.

Pero me he terminado encariñando con el chico. Al fin y al cabo, es el hijo de la mujer que amo.