Una venganza inesperada (2)
Donde se sabe TODA la verdad...
Hola a todos:
Soy Ada, y debo decir que me sentí muy complacida cuando Héctor, mi cornudo marido, publicó nuestra historia, y con William nos divertimos mucho pensando en toda la gente que ahora estaría al tanto de nuestras intimidades. Pero después me indigné al ver que él, luego de los humillantes comentarios recibidos, negara todo y dijera que su testimonio era pura fantasía. Así que ahora van a saber toda la verdad. Porque esto es real: tan real como el placer que me da William cuando me mete su verga hasta el fondo. Y, como verán, ahora la humillación de él va a ser aún peor. Mucho peor
Debo confesar que ya desde nuestro noviazgo le metía los cuernos a Héctor. No porque no lo quisiera a él, o porque no fuera bueno en la cama; simplemente, soy una mujer muy caliente y jamás pude calmar mi ardor con un solo hombre. Claro: hasta que apareció William Y les digo a todas las mujeres que puedan estar leyendo esto que tener sexo con un hombre de color es un viaje de ida, del que nunca se regresa. Porque William no solo me rompió mis agujeritos con su tremenda pija: también me rompió mis esquemas mentales. Siempre había sido una mujer de carácter independiente; ahora, en cambio, conocía la felicidad de la hembra que gustosa se somete al macho, a un macho de verdad. A la primera cogida ya supe que iba a ser su puta, su perra y su esclava sexual de por vida.
Nos veíamos a diario, y como ya estaba casada, era difícil seguir con ese ritmo sin que Héctor se enterara. Estaba a punto de dejar a mi marido e irme a vivir con William, cuando justo tuve una idea.
Un día en que Héctor estaba de viaje de negocios, me aparecí por su oficina y me presenté ante Silvia, su secretaria. La había visto un par de veces y no se me había pasado por alto el que ella me mirara con cierto... digamos, interés. La invité a casa, y tomamos unas copas. Puse música. Al rato, nuestras bocas se encontraron nuestros cuerpos se acercaron y, frotándonos, fuimos iniciando una danza caliente y enloquecedora. La llevé a la cama. Con infinita suavidad la desnudé, la acaricié Mi boca hizo un buen trabajo mis deditos, otro tanto. Así fue que pasamos una noche de pasión lésbica en la que, mientras la hacía estremecer de placer, le arranqué la promesa de que seduciría a mi marido, pero dejando rastros para que yo pudiera descubrirlo. Eso hizo ella, y luego de "descubrir" el asunto, hice el pacto con Héctor. Por supuesto que tomé escrupulosamente la píldora todas las noches para no quedar embarazada...
Cuando, poco después, fui a ver al director del laboratorio para decirle que necesitaba imperiosamente que los análisis hechos a mi esposo lo dieran como estéril, tuve que soportar una larga perorata acerca de la ética, el compromiso profesional y qué sé yo cuántas cosas más Pero cuando me acerqué a él y lentamente me fui sacando la ropa ante su mirada atónita, dejó de lado su estúpido discurso, cerró con llave la puerta de la oficina y sin más trámite, me cogió allí mismo, a lo bestia, arriba del escritorio.
Como se imaginarán, la semana que pasé luego con William fue de lujuria total. Día y noche cogiendo sin parar. Nos levantábamos de la cama para ir al baño y comer algo y después la seguíamos. Confieso que fue tanta la leche que recibí, que llegué a temer que fuera a quedar embarazada de quintillizos
El resto ya lo conocen.
Ahora somos una "familia" muy especial, y muy feliz. William encontró en mí a su putita caliente y complaciente, siempre dispuesta a plegarse a sus deseos; yo encontré en él al macho incansable que me mata de placer con su poronga y cuando me comparte con sus amigos (tan pijudos como él), me hace sentir en el paraíso: estar con todos mis agujeros llenos de esas vergas monstruosas es una experiencia que no se puede expresar con palabras
Y con respecto a Héctor él también es feliz, a su manera. Estoy segura de que disfruta más haciéndose la paja mientras me escucha gozar, que lo que disfrutaba conmigo cuando yo era (realmente) su mujer. Sin duda, nació para ser cornudo. Cornudo, sumiso y pajero.
Pero esto no termina aquí