Una vecinita de armas tomar

En dos jaulas como si fueran para conejos pero de bastante mayor tamaño, hay dos tías. Están arrodilladas, con la cabeza apoyada en el suelo de la jaula, que la altura de éstas no da para mucho más

Salgo con prisas del ascensor cargado de las bolsas de la compra cuando me topo con la vecinita, Laura creo que se llama, una nena menuda, bajita y delgada, casi frágil, de ojos grandes y cuerpecito precioso, que no debe pasar de los treinta añitos. Un desastre, las bolsas por el suelo y la nena agarrada a mí, que apenas guardo el equilibrio, para evitar caerse. Al final nos reponemos del tropiezo y la vecinita se empeña en ayudarme a recoger las bolsas del suelo, y yo que “no hace falta” y ella que “faltaría más”. Y en eso que empieza a meter las cosas que se han desparramado en las bolsas y topa con mis últimas adquisiciones en el sex-shop, cuatro cosas que he comprado para seguir educando a la niña pija: un bocado, un juego de pinzas con cadenas, una pala de castigo,… En fin, lo corriente. Y yo que creo que la nena me va a salir corriendo, y qué va, las mete como si tal cosa y luego me alarga la bolsa.

—Veo que no pierdes el tiempo —me suelta.

—Pues no, siempre me han gustado las hembritas obedientes —le respondo, pensando la porquería de respuesta que es esa.

—No eres el único —me dice—. ¿Quieres venir esta tarde a tomar un café y cambiamos impresiones?

Pasmado me ha dejado, lo juro. Que a semejante bomboncito con pinta de colegiala virgen le vaya el heavy sex no me había pasado por la cabeza, y mi pollón, ahí abajo, se hace cruces de las oportunidades perdidas en los últimos tres años que lleva como vecinita.

—De acuerdo —le digo.

—Bien, hasta esta tarde, entonces. ¿Qué tal a las cinco?

Llegan las cinco de la tarde y en la puerta me tiene a punto de darle al timbre cuando se abre sin más. Laurita, con un vestidito que es un soplo, me sonríe y me hace pasar, guiándome hasta el comedor de la casa, coquetona y bien amueblada.

Delante de un cafecito con pastas hablamos de esto y de aquello: que si es doctora en medicina en una clínica, que si trabaja mucho, que le gusta el barrio por tranquilo,… Yo no aguanto más y al final entro en materia.

—Y a ti, ¿cómo es que te van estas cosas, Laurita?

—Pues gracias a mi novio y mi prima —me responde, dando a entender que sabe de qué hablo.

—Fueron ellos los que te introdujeron, entonces.

—No bien, bien. Sígueme.

La sigo. Entramos en una habitación y al encender las luces veo que no tiene ventanas, ni casi muebles, y las paredes están sin empapelar ni pintar. Y, mientras paseo la vista, lo veo y no me lo creo.

En dos jaulas como si fueran para conejos pero de bastante mayor tamaño, hay dos tías. Están arrodilladas, con la cabeza apoyada en el suelo de la jaula, que la altura de éstas no da para mucho más y, fijándome un poco más, veo que tienen las muñecas esposadas a los tobillos y un collar de metal en el cuello con anillas. Poco o nada pueden moverse ahí dentro, de encajonadas que están las putitas. Jamás había visto cosa semejante y me acerco para observar mejor. La boca la mantienen abierta gracias a un separador de mandíbulas y el agujero del culo lo tienen relleno con unos pollones de plástico de muy buen tamaño.

—Son unos vibradores —me dice Laurita—. Los tengo al mínimo para que vayan trabajando todo el día y no se me destemplen.

Yo que sigo con la inspección voy y veo algo que no me cuadra en una de las jaulas. Aunque la tía tiene una cinturita, un culo y unas tetas de impresión, de debajo de la raja del culo le cuelgan unos huevos pequeños y achicados, me inclino y delante de los huevos hay una pilila como de niño pequeño, recogidita y metida en un tubito, sólo con el capullín al aire, como una seta.

Me vuelvo hacia la vecinita con cara de no comprender y ella sonríe de nuevo, con esa carita de colegiala viciosa.

—Ya te lo dije. Yo me metí en esto gracias a mi novio, aquí presente, la puta caliente, y mi prima, también aquí presente, la zorrita salida. El putón de mi prima se vino a vivir con nosotros para estudiar en la universidad, y entre estudio y estudio se me tiraba al novio, un gilipollas que me gustaba por dócil y manso. Al final, un día que me cancelaron una guardia, los cogí en plena faena y decidí que se merecían un buen castigo. Como ya sabía que mi novio es un calzonazos la mar de obediente a cualquier chochito, sólo tuve que alisar a mi prima, que me quedó de un suave que ni te cuento después de castigarla con ganas en varias tandas, la muy zorra. Así que los acomodé cómo se merecen y, desde entonces, les he ido enseñando a comportarse como es debido. Además, se me ocurrió que mi novio, ya que se portó como una puta caliente, debía parecerse lo más posible a una puta, así que lo he ido hinchando a hormonas de hembra, y ya ves, en el fondo es toda una señorita.

Lo primero que me viene a la cabeza es “¡Menudo peligro tiene esta tía!”, pero, de inmediato, mi polla mete baza y suelta “Y menudo morbo. ¿Hay tema?”

Buena pregunta, me digo. Porque, ¿para qué me enseña todo eso, si apenas nos conocemos de un “hola” y un “buenos días”?

Cómo si me leyera los pensamientos, que no estoy seguro que no lo haga, va y me suelta.

—Tú sabes de esto, ¿verdad? ¿Te gustaría ayudarme a domar a este par de putitas? Es que yo sóla, por horarios, me las veo y me las deseo y llevo un añito que ni te cuento —y me lo dice con una vocecita suave como de nena de internado que pide perdón por ir sin braguitas.

—Primero me gustaría ver mejor el ganado —le digo, para ir haciendo tiempo y llegar a un acuerdo en concilio con mi pija, que la muy salida ya ha decidido por sí sola y afirma como loca.

Y va la nena sádica y con cuatro gestos se me despelota ahí en medio, dejando al descubierto unas tetitas pequeñitas pero muy bien puestas y un felpudo denso como selva. Y yo que creo que me ha entendido mal, que cuando hablaba del ganado me refería a las putitas enjauladas, estoy a punto de abrir la boca cuando me dice:

—Espera, que ahora te las muestro como es debido —y dicho esto se dirige a las jaulas, se inclina enseñándome todo el culito que es un primor, raja incluida, y abre las puertas de las dos por el lado de los culos de las putitas.

—Vamos, salid, atrás, atrás. Salid ya, putitas.

Y en esto, las putitas comienzan a recular como pueden en la estrechez de su encierro.

En cuanto han conseguido salir de sus jaulas, se dan la vuelta todo lo rápido que se lo permiten las cadenas de los grilletes, que no es mucho, y besan los piececitos de su Ama, sacando sus lenguas de entre sus bocas entreabiertas, lo que las obliga a inclinarse hasta casi caer de bruces.

Laurita se agacha y les acaricia la cabeza como quien lo hace con un perrito bueno.

—Bien, muy bien, putitas. Ahora vamos a demostrarle a este señor lo bien educadas que estáis.

Coge un látigo de los que tiene colgados en la pared y luego una cadena larga, con un mosquetón que engancha en una anilla del collar de la puta caliente, el novio, o novia, según se mire.

Entonces se coloca en el centro de la habitación, seguida por la mascota, deja ir metro y cuarto de cadena y, cómo si amaestrara un caballo, le deja ir un latigazo en las posaderas y la putita empieza a “galopar” todo lo lejos del látigo que le permite la cadena.

Los chasquidos del látigo se repiten a intervalos regulares, en tanto el culo de la putita se enrojece, y ésta bufa y resopla como un potro.

—Me estás dejando en ridículo, puta estúpida —y diciendo esto el látigo empieza a caer con mayor frecuencia y fuerza, que los chasquidos resuenan en todo el cuarto, haciendo temblar incluso a la zorrita, que aguarda en dónde la dejó, como si tiritara de puro pánico.

Cuando por fin se cansa de la exhibición, la mascota está toda sudada, con la piel de nalgas y espalda enrojecida y la respiración entrecortada.

Sin darle tregua, Laurita se acerca a un estante y coge un arnés con un pollón de plástico no muy grueso pero sí largo y curvado y, arrodillándose detrás del jamelgo que aún resuella, le extrae el vibrador y comienza a follárselo con embestidas lentas y profundas, moviendo sensualmente las caderas como sólo las nenas delgaditas y finas saben, mientras me mira con los ojos brillantes de placer, pura maldad.

Así está un rato no muy largo hasta que se cansa de culear y, saliéndose, vuelve a empotrar el vibrador en el agujero donde estaba. Se desprende del arnés y me dice:

—Esto te encantará, ahora verás —poniendo cara picarona.

La nena sádica se dirige a una alfombra que hay en medio de la habitación y se tumba, abiertita de piernas; chasquea los dedos y las putitas, al oírlo, enfilan hacia donde está, arrastrándose como pueden, cayendo de morros una y otra vez y recuperándose con no poca dificultad. El novio, se me hace raro llamarlo así de lo hembra que parece, tira hacia la entrepierna y, con la lengua, comienza a lamer el chochito de Laurita, mientras que la otra putita le lame el vientre y los pechitos. En nada parece que se den cuenta de mi presencia, en tanto ensalivan a su Ama con total dedicación.

Me fijo en que la hembra, además del vibrador en el culo, lleva los labios del coñito cosidos como si de un balón de rugby se tratara.

La nena sádica se da cuenta de a dónde miro.

—Es para evitar que la otra putita se la intente montar en algún momento que las dejo solas —dice, en tanto sus mascotas siguen con la labor— que alguna vez lo intentó de puro salida y, al final tuve que sellar a una y poner un cilindrito a la otra para mantenerla tranquila.

Poco a poco, su cuerpecito empieza a retorcerse, y las lenguas de las putitas van más rápido, amorradas como están por puro peso. Con el espectáculo, mi pollón se ha animado más, si eso era posible, por lo que me despeloto ahí mismo, que vergüenza me queda poca y, acercándome a los cuartos traseros de la hembrita que le da gusto a las tetas, le extraigo el cipote artificial del recto y lo sustituyo por uno de carne y hueso, lo de hueso por lo duro que se me ha puesto.

No tengo que ir con cuidado, que tiene el culo bien dilatado y húmedo, y mi polla se desliza hasta el fondo de una embestida. La zorrita salida deja ir unos lamentos a través de su boca siempre abierta y el Ama, toda furia, la levanta por los pelos y le pega un par de ostias en cada teta que resuenan con eco y todo.

—Muy mal,… muy mal,… zorrita;… estate a lo que debes… y deja al señor… darse el gusto.

Y en eso estoy, entrando y saliendo del culito en tanto contemplo a la puta caliente mordisquear por debajo de la mata, moviendo al compás sus nalguitas como si ordeñara el pollón de plástico, que debe estar en plena comida del botoncito, pues la vecinita menea las caderas con espasmos incontrolables, lo que no hace sino excitarme aún más y hacerme dar unas embestidas brutales que mueven adelante y atrás a la hembrita domada, por lo que la sujeto por las caderas con fuerza, y de esta forma arremeto con más ímpetu, que parece que la quiera deslomar, de lo caliente y burro salido que me ha puesto la escenita.

Su Ama, pega unos buenos alaridos y, después de tensar el cuerpo como cuerda de arco con varias sacudidas salvajes, se relaja del todo, en tanto la puta caliente se aparta toda respetuosa para dejarla correrse a gusto y la zorrita salida intenta lo mismo, clavándose más si cabe mi tranca en su culito y soltando un lamento, pura agonía, que a estas alturas empieza a sentir las primeras contracciones de mi tronco y mis huevos sueltan una lechada considerable, tanto que quedo aturdido, descansando mi peso en los lomos de la putita.

Me levanto y observo a las putitas quietas, del todo inmóviles mirando al suelo y boqueando tras el esfuerzo, como si esperaran la próxima orden de su Ama, que se ha puesto de rodillas.

—Las has adiestrado bastante bien, Laurita.

—¿Si, verdad? —Me responde toda orgullo, después me mira la pija—. Espera, no sea que gotee en la alfombra y luego haya que limpiarla —y, diciéndolo, se adelanta y, cogiendo mi pollón algo fofo con ambas manitas por la base, se mete la punta a la boquita como una niña golosa para terminar de absorber las últimas gotitas de leche, provocándome puro delirio.

A pesar de que la tengo sensible después de haber soltado, me sacrifico, es un decir, la cojo por el pelo y, indicándole el ritmo, hago que siga un rato más dándome gusto y resucitándomela, mientras intenta abrir su boquita y dar cabida a la tranca; más que nada para que la hembrita le coja gusto y vaya viendo a qué sabe la polla de su macho, que, igual que la vecinita tiene sus mascotas, yo quiero tenerla a ella a mis pies, pues encontrar una hembra así, casi tan perversa como uno mismo, es un lujo.