Una triste canción de amor y una despedida

La lluvia resbalaba por mi cara ayudando a atestiguar la tristeza a la que que mis ojos se negaban. Con la mirada perdida en el vacío recordaba como le había conocido.

La lluvia resbalaba por mi cara ayudando a atestiguar la tristeza a la que que mis ojos se negaban. Con la mirada perdida en el vacío recordaba como le había conocido.

...

Toda la mañana se oyeron ruidos en la planta. Yo curioso observaba por la mirilla como los empleados de las mudanzas introducían cajas y cajas. Un nuevo vecino estaba a punto de llegar.

  • Espero que no sea un jovenzuelo ruidoso y alocado. - pensé

Ya casi anochecía cuando oí el tintineo de unas llaves en la puerta de enfrente. Corrí a espiar quién llegaba. A través del cristal distorsionante vi una figura alta, ataviada de un abrigo oscuro y tocada con un sombrero de porte clásico. Sostenía un bastón en una mano mientras trataba de abrir la puerta. Al fin lo consiguió y penetró en el apartamento. Durante un segundo intuí los rasgos de su cara. Gracias a Dios parecía un señor mayor.

Pasaron los días  y yo seguía acechándolo curioso en sus idas y venidas. Efectivamente parecía ser un hombre maduro, próximo a la vejez como lo era yo mismo. Siempre vestía de forma impecable. Su sobria indumentaria sólo se veía alegrada por coloridas pajaritas que alternaba continuamente. A veces como si presentiese que lo observaba, miraba hacia mi puerta. Yo nervioso me quedaba con el ojo pegado a la mirilla  sin atreverme siquiera a respirar.

Un dia cuando estaba a punto de subir en el ascensor una voz me rogó.

  • Aguarde por favor.

Con la mano evite que la puerta se cerrara y esperé a que el intruso se acercase. Era él. Entró en el pequeño habitáculo y me aparté para dejarle sitio.

  • ¿A qué piso va?
  • Al quinto
  • Yo también.- le informé

Quedamos uno frente al otro mientras subíamos. Aproveché la ocasión para observarle con atención. Era sin duda un hombre alto, muy alto para su generación sin duda, y su delgadez acrecentaba la impresión. En su labio superior lucía un bigote muy británico con las puntas ligeramente tornadas hacia arriba. El cabello que su sombrero permitía ver  se plateaba profusamente en las sienes. Las arrugas cincelaban su frente y enmarcaban sus ojos. Parecía sentirse molesto con mi mirada clavada en el. Yo educadamente aparté la vista.

Al llegar al piso los dos intentamos ceder el paso. Durante unos instantes nos movimos titubeantes hasta que decidí salir el primero. Oí como la puerta mecánica se cerraba y sus pasos tras de mi. Al llegar a nuestras puertas, que estaban frente por frente, me volví dirigiéndome a él.

  • Así que es Vd mi nuevo vecino
  • Por lo visto así es.
  • Me llamo Enrique - le dije tendiendole la mano
  • Leopoldo - me contesto el mientras me la estrechaba.
  • Yo vivo aquí- le dije e inmediatamente me sentí estúpido
  • Ya me imaginaba - me contestó con una sonrisa cortés

Miro mi mano esperando que yo soltase el agarre.

  • A perdone - me disculpé soltando raudo su mano
  • Bueno. Encantado de conocerle . - dijo. Se volvió y acabó de abrir la puerta
  • Buenas tardes - le dije mientras la cerraba tras entrar en su vivienda
  • Joder he quedado como un auténtico gilipollas - pensé mientras abría la mia y la cerraba tras mi entrada.

Pasaron meses en los que apenas nos cruzabamos. Cuando los hacíamos nos saludabamos con un escueto buenos días o buenas tardes. Alguna vez volvimos a coincidir en el ascensor y como suele ocurrir en esos casos nuestra conversación versaba sobre el tiempo atmosférico.

Una mañana de Julio paseaba por el parque y le vi sentado en un banco al sol. Apoyaba las manos sobre su bastón con la mirada perdida en el vacío. Mi primer impulso fue pasar de largo pero cambie de opinion y me dirigí hacia donde él se encontraba

  • Buenos dias Leopoldo - le dije
  • Buenos dias...mmm -  me contestó al salir de su ensimismamiento
  • Enrique - le ayudé.
  • Si, si Enrique. Perdona pero estaba distraído
  • ¿Tomado el sol? - le pregunté
  • Bueno, más bien matando el tiempo.

Nos quedamos mirando sin saber qué decir. Decidí vencer mi timidez y le pregunté.

  • ¿Te puedo acompañar?
  • Por supuesto. Toma asiento te lo ruego. - me contestó acompañando su invitación con un gesto de la mano

Restamos callados durante unos minutos.

  • Es dura la soledad - Dije al fin para romper el hielo
  • Terrible y amarga. Sobre todo en la vejez. - me contestó sombrío

Y a partir de ahí entablamos una conversación en la que hablamos de todo un poco. Me relató que al igual que yo era viudo.Aunque yo hacía años que padecía esa situación y para él era muy reciente la pérdida. Me contó que no tenía hijos, ni sobrinos, ni allegados. Yo le informe que los míos residían todos en el extranjero y que apenas los veía. Cuando le dije que era escritor se animó mucho ya que él había sido profesor de literatura Francesa en una ciudad en la otra punta del país.

  • ¿Entonces cómo te decidiste a venir aquí? - le pregunté curioso
  • Tras la muerte de mi esposa, durante algunos meses, estuve perdido. De casa al cementerio y del cementerio a casa. Cada objeto, cada olor, cada sonido me recordaba a ella y sufría lo indecible. No podía soportar aquel tormento. Al fin me deshice de todo lo que me la recordaba y me mudé aquí. Esta es mi tierra chica. Donde nací y viví en mi infancia. Ahora ya no hay dolor solo vacio- Me confesó
  • Perdona no era mi intención entristecerte.
  • La tristeza es mi morada, querido Enrique.

Un silencio prolongado nubló la cálida mañana. Al fin Leopoldo me dio una palmada en la pierna y se incorporó.

  • Ha sido muy agradable tu compañía. Espero volvamos a coincidir
  • Por supuesto - Le contesté con la más franca de mis sonrisas

Y así fue. A nuestro primer encuentro le siguieron otros. Salíamos a pasear. Al cine . Íbamos a conciertos o a cenar. Entre nosotros se estableció una sólida amistad. Aunque éramos muy distintos, tanto físicamente como en nuestros gustos y opiniones, nuestro amor por el cine y la literatura nos vinculaba. A veces discutíamos, sobre todo de política. Yo un “mayodelsesentaochoista” y el un conservador en toda regla. Debía de resultar chocante vernos caminar juntos: un alto caballero de porte distinguido al lado de un hippie irredento. Sus pajaritas y mis fulares. Mi gorra y su sombrero. Su paño y mi pana. Más al hablar de Sábato o de Joyce o de Baudelaire estábamos en perfecta comunión. El verbo nos unía.

Una tarde a la vuelta de un paseo en el que estuvo especialmente taciturno, mientras abríamos nuestras puertas, se volvió hacia mí y me dijo.

  • ¿Te gustaria cenar en mi casa en Nochebuena?

Le miré sorprendido. Muchas habían sido las veces que declinara la invitación a entrar en mi casa y nunca antes me había abierto las puertas de la suya.

  • Por supuesto. - le contesté tras unos instantes de duda.
  • Bueno pues a las 8 te espero. No es necesario que traigas nada. Yo me ocupo

Y tras despedirnos cada uno entramos en nuestro apartamento.

En el espejo observaba mi imagen. Repeinado como un colegial. La barba perfectamente recortada. Ataviado de  americana y corbata. Apenas si pude reconocerme. Por un momento me pareció ridículo y comencé a desanudar la corbata. Pero desistí y me la volví a colocar con esmero. Con la mano atusé un rizo rebelde de mi pelo y tras coger la botella que estaba sobre el recibidor me encaminé a mi cita.

No fue muy largo el trayecto. Pulsé el timbre y mientras esperaba me recoloqué nervioso el nudo de la corbata. Al fin la puerta se abrió. Leopoldo me miró de arriba abajo y esbozó una sonrisa de medio lado que hizo que su bigote se desestabilizara.

  • No era necesario tanta etiqueta. Estas muy elegante - dijo con  tono divertido
  • Gracias - le contesté azorado mientras pasaba una mano colocando mi vestimenta
  • Pasa, pasa - me dijo mientras se apartaba

Al entrar olfateó el aire y añadió

  • Y muy fragante
  • Dios me he pasado con el agua de colonia - me dije mientras sentía como el rubor teñía mis mejillas

Entramos en el salón y me quedé mirando. En el centro una pequeña mesa redonda con un mantel blanco. Sobre ella dos platos y dos copas. Y un par de candelabros baratos. Solo un sillón orejero y una desvencijada lámpara de pie completaba el parco mobiliario. Pegados a las paredes montones y montones de cajas sin desembalar y libros apilados, en el suelo y sobre ellas. La luz de una desnuda bombilla iluminaba la estancia.

Leopoldo me quitó la botella de la mano mientras yo distraído curioseaba.

  • No era necesario que trajeras nada - me dijo
  • Ah….Bueno…..Si…...No tiene importancia - le dije prestando por fin atención
  • Siéntate por favor - me dijo señalando el solitario sillón - ¿Te apetece una copa?
  • De acuerdo - le contesté.

Mientras le oía trastear por la cocina me dirigí a la desnuda ventana  y mire el exterior. Las luces de la ciudad apenas se percibían entre la niebla. Estaba comenzando a nevisquear.

  • ¿ Pero por qué no te sientas? - le oí decir a mi espalda.
  • Parece que va a nevar le informé.

Se acercó a mí y tras ofrecerme una copa miró al exterior.

  • Era de esperar hoy hizo un frío espantoso.
  • Si.
  • Pero siéntate. - insistió

Cogio una de las sillas que estaban en la mesa y la puso frente al sillón. Sentándose a continuación en ella. Yo me acomodé en el orejero. Estiró un brazo y me acercó un plato con aceitunas.

  • Te apetecen. La verdad es que no soy muy buen amo de casa. Y peor cocinero. Espero no defraudar sus expectativas.
  • Cualquier cosa estará bien. Lo que importa es la compañía - le respondí cogiendo una oliva.

Sin saber que hacer metí el dedo por el cuello de la camisa e intenté aflojarlo un poco. Tal vez me había pasado anudando la corbata.

  • ¿Hace calor, Verdad? - le dije resoplando.
  • Bueno la calefacción central. Ya sabes.
  • Si. Esta muy alta. - insistí mientras no paraba de aflojar el cuello
  • Anda quítate esa soga. No es tu estilo. - Me dijo con una sonrisa burlona.
  • Creo que tienes razón. -

Me quité la corbata y tras doblarla cuidadosamente la introduje en uno de mis bolsillos.

  • Te acuerdas del libro de Poe que te hablé.
  • Si por supuesto
  • Déjame que te lo enseñe

Revolvió entre un montón de libros apilados extrayendo uno. Se acercó a mí y me lo tendió.

  • Esta luz es horrible- dijo mirando a la potente bombilla del techo
  • La verdad es que si. - le sonreí

Se inclinó sobre mí y encendió la lamparita de pie. Pude percibir el olor de su cuerpo. Era un perfume muy agradable. Un aroma a ropa limpia y a hombre aseado. Se dirigió al interruptor de la pared y apagó la luz del techo

  • Mucho mejor así. ¿No crees?
  • Sin duda

Acercó su silla y la pegó al sillón en el que yo me encontraba. De nuevo su aroma. Comenzó entonces sus aclaraciones sobre el ejemplar. Era una rara edición de gran valor según me informó. Aunque lo que más le interesaba era la traducción un tanto diferente de las habituales. Nos enfrascamos durante un buen rato en su estudio. No podía de dejar de percibir su fragancia.

  • ¿Te parece que cenemos? - me dijo mientras cerraba el libro
  • Creo que es el momento. El vino se me está subiendo a la cabeza
  • Pues vete encendiendo  las velas. Que voy a traer los platos.

Los entremeses estuvieron bien. Embutidos de la mejor calidad y un foie gras excelente. Con ellos abrimos la segunda botella de vino. El cordero fue otra cosa. Duro y un poco quemado.

  • Lo siento. Es la primera vez que lo hago. - se disculpó Leopoldo
  • Esta exquisito. Turradito como a mi me gusta, - le menti piadosamente
  • ¿De verdad te gusta?
  • Esta buenisimo - le tranquilicé con una amplia sonrisa

Al cordero le siguieron los dulces navideños regados con un brut de buena cosecha. Fue una grata velada en la que rememoramos nuestra vida anterior. Hablamos de los viejos tiempos felices. Y como suele ocurrir en estas fechas tan señaladas de los que ya no estaban con nosotros. Un velo de tristeza nos envolvió.

  • ¿Por cierto qué tal los análisis que te hiciste?.- Le pregunté recordando que la semana anterior se había hecho un chequeo rutinario

Un leve temblor en el bigote y un rápido parpadeo me pusieron en guardia

  • Bueno...No tan bien como esperaba. -me contestó con una triste sonrisa.
  • ¿Qué ocurre? ¿Que te han dicho? - le pregunté mientras mi inquietud se acrecentaba.
  • Malas noticias.
  • ¿Algo grave?
  • Digamos que nada bueno
  • Pero

  • Me quedan pocos meses. Me muero

Una lagrima se deslizo suavemente por su mejilla. A través de la mesa acerque la mano y cogí la suya apretandola con firmeza. Rompió a llorar desconsolado. Me levanté y me acerqué a su lado. Cogiéndole por las manos le ayude a incorporarse y le abracé fuertemente. Su llanto se desató. Su cuerpo temblaba entre mis brazos. Dejé que se desahogara. Poco a poco se  fue serenando hasta que levantó la cabeza de mi hombro y tras apartarse un poco me miró a los ojos y me dijo

  • Gracias

  • No estás solo. - le dije atribulado

Todavía al día de hoy no se porque lo hice. Al verlo tan desconsolado, triste y vulnerable una ola de ternura se desató en mí y  cogiendo su cabeza entre mis manos le bese suavemente en los labios. Fue un beso dulce y tierno como el ala de una mariposa. Me retiré y en los húmedos ojos de Leopoldo pude ver desconcierto y sorpresa.

  • Perdona. No se que me ha pasado. - me disculpé azorado
  • No tengo nada que perdonar. Me ha gustado

Me acarició la cara, para a continuación pasar su brazo  por mi cintura y estrecharme contra él. Entonces fue Leopoldo el que me beso con firmeza. Sentí su lengua acariciar mis labios. Los entreabrí y deje que entrara en mi. Nuestras lenguas se enlazaron en un apasionado beso mientras nos estrechábamos el uno contra el otro. Estuvimos comiéndonos desesperadamente hasta quedar sin aliento. Un beso eterno y fantástico que nos dejó exhaustos. Era como estar fuera del mundo.

Luego me chupó apasionadamente el cuello. No pude evitar que con el placer que me causaba mi sexo se comenzara a despertar. Y sentí también el de Leopoldo crecer contra mi cuerpo. ¿Que estaba pasando?

Me retiré y baje los ojos hasta su entrepierna donde se marcaba bien a las claras su miembro erecto. Cuando alcé la vista observé como Leopoldo tambien me miraba el paquete. Desconcertados y  expectantes permanecimos uno frente al otro sin saber que hacer. Una tierna sonrisa se dibujó en sus labios. No pude controlar mi mano que se posó sobre su sexo y comenzó a frotarlo. Alzó su cabeza hacia el techo y exhaló un suspiro de placer. Mi mano atrevida cogió el cierre de la cremallera de su bragueta y empezó a bajarla. El me detuvo con la suya.

  • ¿Estás seguro?
  • Si. ¿Y tu?
  • Si.

Y dejó que continuase bajando el cierre. Luego mi mano nerviosa se introdujo en su pantalón. Sentí el calor de su polla sobre la tela del calzoncillo. La apreté con fuerza. Palpitó en mi mano. Ansioso busqué su contacto directo introduciéndome en su ropa interior hasta sentir el suave tacto de su piel. Le acaricié con suavidad bajando hasta alcanzar sus testículos estrujándolos suavemente. Leopoldo suspiró.

Mientras lo masturbaba tiernamente le besé de nuevo en los labios. Ahora fue mi lengua la que penetró ansiosa en busca de la suya. Notaba la humedad de su boca y la humedad que su rabo comenzaba a destilar. Su mano correspondió acariciandome a través de la ropa. Mi polla trepidaba. Hacía mucho tiempo que no tenía tan semejante erección.  Nuestras respiraciones se agitaron y ambos comenzamos a suspirar gozosos. Leopoldo se detuvo y me apartó dulcemente.

  • ¿Quieres que nos vayamos a la cama? - Me preguntó tímidamente.

No sabia que decir. La situación me superaba. Nunca me imaginé que a mis años me pudiera encontrar es esa disyuntiva. Jamás me había planteado acostarme con un hombre. Y heme aquí, con la polla de mi amigo en la mano, a punto de irme con él al tálamo.

  • Si. Vamos - Le respondí al fin mientras sacaba mi mano de su bragueta.

Me cogió de la mano y me condujo al dormitorio. Era una estancia de paredes desnudas. Un colchón sobre un canapé cubierto por un blanco edredón, una silla por mesilla sobre la que había una pequeña lámpara y un libro, era todo lo que amueblaba la estancia. Nos quedamos de pie uno frente al otro con las manos enlazadas sin saber qué hacer.

  • No se como empezar- me confesó Leopoldo
  • Yo tampoco.
  • ¿Quieres que sigamos?
  • si
  • Estás seguro
  • Si. Estoy seguro
  • Es nuevo para mi
  • También para mi. Aprenderemos juntos

Le solté las manos y le cogí su cara besándolo tiernamente. Luego le desanudé la pajarita. El me miraba. Comencé a desabrochar los botones de su chaleco y después los de su camisa . Una mata de pelo negro y plata fue mostrandose. Aparté sus ropas y dos oscuros pezones se mostraron. Acerqué mis labios y empecé a chuparle uno. Luego mi lengua peinó su abundante vello para acabar en el otro que mordí suavemente. Profirió un suave quejido. Mis manos retiraron sus vestimentas y las tiraron al suelo. Luego le desabroche el cinturón con parsimonia. Baje la cremallera y le fui desvistiendo lentamente. Sus pantalones cayeron al suelo. Me agaché y le desenlacé los zapatos para a continuación quitarselos. Le saque los calcetines y por último, levantandole alternativamente las piernas, me deshice de los pantalones. Tenía su polla a la altura de mi cara. Una carpa en su calzoncillo. Mis labios recorrieron su verga a través de la tela. Suspiró profundamente. Me incorporé y poniendo mis manos es sus caderas le quite la ropa interior. Al fin mis ojos pudieron ver su sexo.

Su polla erecta  salía de la mata de pelo de su entrepierna que subía estrechándose en su ombligo para expandirse sobre su pecho. Dos poderosos testículos colgaban entre sus piernas. Como pude comprobar Leopoldo estaba muy bien dotado. La delgadez de su cuerpo hacía que su rabo luciese aún más grande. Mi mano rodeó su miembro y bajando la piel de su prepucio descubrí el glande. Un fresón poderoso coronaba su ancho y venoso palo. Le masturbé recorriendo mi mano por toda su tranca y con la otra mano le acariciaba los huevos. Del agujerillo del capullo empezó a manar un hilillo que fue descolgándose hacia el suelo. Le chupé goloso el cuello.

  • Dios qué gozo - exclamó

Luego volví a jugar con los pezones que ahora estaban pequeños y duros como chinchetas. Descendí lentamente por su piel en busca de su sexo.Con la punta de la lengua jugueteé con el frenillo, para a continuación bajar goloso lamiendo todo su palo hasta llegar al peludo escroto. Le chupé con deleite los huevos que se movían inquietos ellos solos.  Cogí la polla y la baje en busca de mi boca mientras le miraba a los ojos. Le besé el glande y mis labios se abrieron para que su verga entrase en mi boca. Comencé a mamarle lentamente sin cesar de mirarle. Su cara reflejaba bien a las claras el placer que le estaba proporcionando. De vez en vez levantaba la cabeza y cerraba los ojos mientras suspiraba de gozo.

Incrementé el ritmo tragando sin parar polla. A veces me la clavaba tan adentro que me causaba nauseas. Me dolían las mandíbulas de alojar semejante cipote. Leopoldo ahora suspiraba sin cesar. Puso una mano en mi cabeza y me retiró de su pene.

  • ¿No te gusta lo que te hago? - le pregunté arrodillado a sus pies
  • Si. Me estas volviendo loco. Pero no quiero eyacular aun

Me cogió por las manos y me ayudó a levantar. Me estrechó contra su cuerpo y me besó apasionadamente. De nuevo nuestras lenguas se entrelazaron ansiosas en nuestras bocas. Luego me apartó y comenzó a despojarme de mis ropas. Cuando sus manos acariciaron mi pecho desnudo un escalofrío recorrió mi cuerpo. Ansioso ayudé a desabrocharme el cinturón. Yo mismo me quité rápidamente el resto de la ropa hasta quedar totalmente desnudo. Me cogió por la cintura y me pegó contra su cuerpo. Nuestros sexos se encontraron y comenzamos a frotarnos arrebatados por el deseo del otro. Sentía su verga húmeda contra la mía. Dura y firme como el acero. Cálida y suave. Palpitante.

Cuando por primera vez su mano toco mi polla, al sentir el contacto de su piel, estuve a punto de correrme. Una gota manó y cayó al suelo. Sus manos acariciándome, rodeándome con sus dedos, me hacían estremecer de placer. Me masturbaba mientras yo me abrazaba a su cuello.

  • ¡Que gusto!. - le dije exaltado y le besé en los labios

Me quitó los brazos que enlazaban su cuello y me apartó.

  • Déjame que te la chupe
  • No es necesario. .- le dije acariciandole la cara
  • Lo deseo

Se postró de rodillas y su boca inexperta lamió mi polla. Su bigote me producía un placer añadido cuando rozaba la suave piel de mi rabo. Luego abrió sus fauces y me devoró. Me tragaba entero para luego dejar sus labios sobre el capullo y succionar levemente. Su lengua culebreante me envolvía por doquier , jugando con todos los pliegues de mi piel y cebándose en mi frenillo que mordía suavemente

  • Que bien la chupas. Que gusto. - Dije a punto de correrme
  • Detente te lo ruego me voy a derramar en tu boca

Intente apartar su cabeza, pero tozudo persistía, devorandome ávido.

  • Dios me corro. Me corro - grité desesperado mientras me agarraba a su cabello

Mis piernas empezaron a temblar. Mi polla se expandía en su boca, de mi interior manó incontrolables oleadas de semen. Un orgasmo cataclísmico  recorrió como un terremoto todo mi cuerpo. Los temblores me sacudían mientras su boca golosa no cesaba de tragar. Experimenté un dulce éxtasis mientras mi verga, ya vacía, seguía alojada en su cálido interior. Con su lengua acariciaba mi saciada masculinidad.

Se levantó y me miró amorosamente. En su bigote estaban adheridos los restos de mi semen. Acerqué mis labios y los lamí con glotonería. Luego fuí en busca de mi sabor en su boca.

  • A sido maravilloso. Ya no recordaba cómo puede uno disfrutar. Pensé que esos días se habían terminado para mi - le decía mientras descansaba sobre su pecho
  • Ha sido un placer hacerte gozar. No lo dudes

Apretado contra él su sexo palpitaba contra mi cuerpo. Le acaricie entre las piernas

  • Ahora soy yo el que quiero darte placer .- le dije

Quería a aquel hombre dentro de mi. Cubriéndome con su cuerpo. Alojarle tiernamente en mi interior. Notar su calor. Sentirle derramándose en mi. Me tendí en la cama y mientras le llamaba con la mano le dije

  • Ven. Cubreme..

Al sentir el peso de su cuerpo sobre el mío una oleada de afecto me inundó.

  • Te amo. No era consciente. Pero te amo desde el primer momento que te vi - le dije mirándole a los ojos
  • Yo tambien te amo. Tanto que me duele.

Nos abrazamos tiernamente mientras Leopoldo frotaba su sexo erecto con el mio dormido. Estaba dispuesto a la entrega. Preparado a gozar con su gozo. A ser el receptáculo de su placer. Le cogí la polla y la metí entre mis piernas que empecé a mover frotando una contra otra. El sacaba y metia su verga humedeciendome a su paso.

  • Quiero tenerte dentro - le dije
  • Penetrame te lo ruego
  • Deseo con ansia ser tuyo. Que me tomes. que me llenes de ti

Abrí las piernas le cogí el rabo y lo apoyé contra la entrada. Luego con una mano le empujé el trasero atrayéndolo hacia mí.

  • Ay- exclamé al sentir una punzada dolorosa en mi ano.

Intentó de nuevo penetrarme sin conseguirlo. Estaba muy cerrado para acogerlo.

  • Espera. Abreme con tus dedos- y metí uno en mi boca chupando con deleite

Su dedo acarició los sensibles pliegues de mi esfínter. Un cosquilleo placentero me recorrió la espalda. Le tomé de nuevo la mano y volví a meterme un dedo en la boca. Luego le chupé otro y otro, para acabar metiéndolos todos a la vez. Su mano ensalivada volvió entre mis piernas y me mojó toda la raja. Luego un dedo travieso entró en mi. Me aferré a él aprisionándolo. Leopoldo comenzó a sacarlo y meterlo con suavidad. Al poco fueron dos los que me dilataban. Para añadir más tarde otro. Yo cogía su mano se la babeaba devolviéndola impaciente entre mis piernas.

Cuando me creí lo suficientemente dilatado. Le agarre la verga y la sitúe presta para el asalto.

  • Clávamela. Ahora entrará. - le dije jadeante.

Empezó a empujar. Sentí como mi flor se abría lentamente a su paso. Mi piel se estiraba forzada por su cipote. Era una lacerante puñalada. En mi cara un rictus de dolor.

  • ¿ Te hago daño? - me preguntó solícito.
  • No. sigue. No te detengas - le dije entre jadeos

Sentí como si algo se quebrase en mí cuando su glande traspasó mi entrada  e irrumpió firme dentro de mi cuerpo. Me contraje en torno a él mientras mi ano palpitaba convulso. Mis uñas se clavaron en su espalda, mi cuerpo se arqueó bajo su cuerpo. Le estreché fuertemente por el cuello abrazandolo fuertemente contra mi. Permanecí crispado e inmóvil mientras angustiosos gemidos comenzaron a salir de mi boca.

  • Te estoy hiriendo
  • No, no, no. No te muevas. Deja que me acostumbre a ti.

En verdad, en aquel momento, un auténtico martirio laceraba mis entrañas. Mi esfínter latía desbocado al compás de los pulsos de su polla. En cada pliegue de mi entrada sentía los roces de su estaca. Gotas de sudor perlaban mi frente. Las lágrimas pugnaban por brotar y rodar por mi cara. Leopoldo rodeó mi semblante con sus manos besándome amorosamente. Luego apartó el cabello alborotado de mi cara y mirándome a los ojos dijo

  • ¿Quieres que la saque? No quiero verte sufrir
  • A veces el amor duele como ardiente saeta mi amor

Nos acariciamos y besamos prolongadamente durante minutos que parecieron eternos en estrecha unión. Mi dulce agonía se fue transfigurando en un intenso goce al que mi hombre estaba dentro de mi. El deseo inmenso de ser uno superaba ampliamente el dolor de la primera cópula. Cómo virgen doncella ofreciendo su flor al amado amante, sonreí gustoso y presione su cintura invitándole a penetrar más allá. Poco a poco fue clavando su poderosa lanza que imparable fue adentrándose en mi ser inexplorado. Cuando sentí su escroto sobre mi piel supe que le tenía al fin dentro. Plena e íntegramente. Estaba colmado. Repleto. Invadido de su poderosa masculinidad. Le notaba tan dentro, tan profundo, que parecía formar parte de mi.

Con calma inició la cópula. Arrancó entonces una pavana entrando y saliendo dulcemente de mi cuerpo. Como la marea me llenaba con cada ola y sufría su pérdida en el reflujo. Nos apareábamos como lo hacen los amantes la primera vez: descubriéndonos en cada roce, en cada suspiro , en cada mirada. Su ritmo se fue sincopando, aportando sorpresas al gozo. Cambiaba la cadencia. Se revolvía ansioso en mi interior. El fuego fue inflamando mis entrañas. Le rodeé con mis piernas y  con ellas lo estrechaba fuertemente contra mi cuerpo. Se salía de mi y apoyado en sus brazos me besaba tiernamente, liberandome del peso de su cuerpo. Yo con mis propias manos le conducía de nuevo a mi interior. Ahora ya entraba en mi sin causarme suplicio. Acogía gustoso su ardiente ariete. Mis palabras dieron rienda suelta a la pasión.

  • Asi mi amor, asi. - le animaba jadeante
  • Poseeme. Hazme tuyo. Fóllame con ardor .Lo necesito. - le jaleaba inflamado
  • Soy tuyo sin reservas. Tuyo para siempre. Te lo juro
  • Ay mi amor que gusto, ay mi amor que gusto.

Una sensibilidad nueva se despertó en mí. Dentro, muy dentro, en algún lugar ignoto, nació el resplandor de una estrella que se irradio en ardientes oleadas por todo mi ser. El sentirme poseido, tomado, deseado, inflamaba mi espíritu con el deleite de la entrega.

  • Ay mi amor me matas de gozo.
  • ¡Que gusto! ¡Que placer! ¡Que deleite!¡Cuanto dicha alcanzada!
  • Fuerte, fuerte. Dame con ardor y furia. Fóllame. Fóllame. Fóllame - gritaba desencajado, tal era el placer que me estaba dando.

Su verga poderosa se retorcía frotándose con mis paredes. Sus entradas se hicieron más poderosas. Su rejón me picaba poderoso y yo subyugado me entregaba. Fue entonces Leopoldo el que desencadenó sus palabras.

  • Ya te tengo. Ya eres mio. Tienes mi arma clavada.
  • Deja que llene tu cántaro. Deja que colme tu gana.
  • Estoy dentro de ti. Cautivo de tu celada.
  • Extrae de mi la sabia como la hoja a la rama.

Me daba placer como el rayo que no cesa. Inagotable fuerza vital me inundaba. Su polla dentro de mí ardía, la mia en su vientre se inflamaba. Nuestros cuerpos sudorosos se enlazaban frenéticos mientras el tálamo saltaba. El golpeteo de nuestros cuerpos, los sonidos de la cama. Afuera, copiosa, se iniciaba la nevada.

  • Ay, ay, ay, ay - yo suspiraba
  • Uff,uff,uff - él resoplaba

El plas-plas de sus huevos en mis nalgas. El toc-toc del golpeteo de la cama. Ñiqui-ñiqui crujía el colchón bajo la sabana.  Una sinfonía de sonidos envolvía la estancia.

Su verga inagotable acometía sin tregua mi desvencijada entrada. Saltaba sobre mi poseso. Yo me retorcía cual fiera lanceada. Mi mano era una garra. Su rabo aguzada daga. Rasgaba toda mi piel. Furioso en mi se clavaba. Buscando mi pequeña muerte de una última estocada.

  • Ay me voy. No me contengo - grité mientras explotaba

Mi verga estalló de gozo y mi culo palpitaba. Estrechando su contorno mientras su polla se hinchaba. Se derramó el de goce, inundandome hasta el alma. Su polla furiosa escupía. Mi culo la estrangulaba. Su tensión contra la mía. Nuestras pieles emplomadas. Tal era la presión mutua que parecía batalla. Mientras mi agujero latia, su polla en él palpitaba. Una oleada de semen profundamente llenaba, con descargas incesantes, mi derrotada morada.

Al fin mi amante exhausto se desplomó en la cama. Yo temblaba y le abrazaba. El desfallecido jadeaba. Mi humedad en su vientre. Su esencia por mi guardada. Lloré silente, estrechandolo, de gozo , alegría y ansia. También llore pensando cuando algun dia faltara

Siguieron luego días de gozo, de pasión desatada, que se fue marchitando, poco a poco ,mientras su cuerpo se apagaba. Más el amor que viviamos con el tiempo se acrecentaba.

...

Al fin brotó una furtiva lagrima que, lánguidamente, arrolló por mi cara mojada. En el campo los dos hombres se marchaban con las palas. Una fosa en la hierba, recientemente tapada y sobre ella los lirios que la banda rodeaba. En ella se podían leer estas postreras palabras: Duerme mi amor. Descansa

Nota.

Ha sido una grata experiencia escribir los doce relatos de los cuales este es el último. Espero que hayáis obtenido tanto placer leyéndolos como yo tuve escribiendolos para vosotros. Me han agradado en grado sumo vuestros comentarios y vuestros halagos de los cuales no me considero merecedor. Todo tiene un principio y un fin. Un alfa y un omega. Mas siempre perdura en la memoria el recuerdo de los momentos felices.