Una tripe violación.

De nuevo, otra víctima de la fiesta de fin de curso de los cadetes en aquella dictadura cuenta su experiencia. En este caso la mujer es abusada en el escenario, en el coche policial que la lleva a casa, y allí obligada por la policía del gobierno a hacerlo con los amigos de su hijo.

En este caso, la psicóloga recibe a Alicia, una mujer rubia, 1,57 de altura, 42 años y con abundante pecho. Alicia y Ricardo, su marido, tienen dos hijos, uno de 19 años y una hija de 15. La profesional, pide a la mujer que cuente al detalle todo lo sucedido.

Es cierto que estábamos en contra del régimen dictatorial que se había adueñado del país años atrás y luchábamos a través de nuestros trabajos. Ricardo es abogado y frecuentemente atiende a víctimas del régimen dictatorial y yo soy trabajadora social y también ayudo a represaliados por el gobierno. Hemos inculcado a nuestros hijos, sobre todo al mayor, la lucha por la libertad. Por eso, él algunos fines de semana y en vacaciones, venía a colaborar conmigo él y algunos de sus amigos.

Últimamente teníamos la sensación que estábamos bajo sospecha, aunque tampoco le dimos demasiada importancia, pero teníamos la sensación que nos seguían. El día anterior a estos acontecimientos, a media tarde, habíamos salido a dar un paseo. Al llegar a casa estaban nuestros hijos con dos hombres que se identificaron como policías del gobierno.

Nos hicieron acompañarles. Los chicos se quedaron solos en casa. Nos dijeron que nos llevarían y traerían en breve, y más o menos fue así, ya que en torno a la media noche, después de habernos hecho multitud de preguntas, nos devolvieron a casa. Eso si, nos advirtieron que estuviésemos en casa durante el resto de la semana a partir de la noche por si tenían que volver a interrogarnos. Al llegar, nuestros hijos estaban aún despiertos, y muy nerviosos por el suceso.

Aquello hizo que decidiéramos, aprovechando el fin de semana, dejar a la niña con unos amigos, de tal forma que si volvían aquellos policías, no sufriera ningún trauma. Nuestro hijo Javier, a pesar de nuestros intentos, fue imposible que se marchara y decidió quedarse en casa, aunque con la idea de salir con sus amigos por la noche como hacía habitualmente los viernes.

Estábamos en casa, a punto de cenar. Yo ya me había puesto el camisón ya que no podríamos salir a ningún sitio, Ricardo también estaba con pantalón de deporte y camiseta. Javier ya estaba vestido para marcharse, cuando llamaron a la puerta y se identificaron, tras ella, como policía del gobierno.

Abrió Javier y me dio el tiempo justo de cubrirme con una bata para recibir a los representantes del gobierno. Nos dijeron, con bastantes prisas, que les acompañásemos. A nuestro hijo le preguntaron sus planes para aquella noche, a lo que respondió que pensaba salir con sus amigos.

No nos dejaron vestirnos y nos explicaron que en poco tiempo estaríamos de vuelta.

  • Espera a tus padres aquí. Volverán en unas horas – Explicó el teniente que llevaba el mando a nuestro hijo. – Llama a los amigos con los que ibas a salir y esperad aquí a tus padres. Tomaros unas pizzas, os invito yo. – Dijo tirando unos billetes sobre la mesa.

A las preguntas que todos hicimos de a dónde nos llevaban y qué querían de nosotros, tan sólo obtuvimos la respuesta de que no nos preocupáramos, que ya nos lo dirían allí.

Insistimos en la necesidad de vestirnos, pero ya en un tono más serio, obtuvimos la misma respuesta. Antes de salir de la casa, intentamos tranquilizar a Javier y le dijimos que hiciera caso al policía y a sus palabras que daban sensación de paternalismo. Sabíamos que obedecería. Traería a sus amigos a casa y esperarían nuestro regreso.

Ya en la calle, un coche nos esperaba en la puerta. Era una furgoneta con tres filas de asientos. Al subir nos pusieron una capucha que nos impidió ver el recorrido que hicimos. Me sentía bastante incómoda ya por cómo iba vestida, bata, camisón y sin el sujetador.

Estaríamos en el coche en torno a una media hora, quizá menos. Al llegar nos quitaron las capuchas. El lugar parecía una academia o un colegio mayor, bastante grande. Nos llevaron a un aula de impartir clase. En esos momentos había cuatro parejas, y después llegó otra más. Todos éramos personas maduras, en torno a cuarenta años, salvo un joven matrimonio de veintipocos.

Estábamos 8 personas con ropa de estar por casa, y tan sólo 4, iban vestidos de calle. Enseguida se abrió la puerta y un soldado dijo el nombre de la primera pareja. Así y por el mismo orden que habíamos entrado nos fueron llamando. Después de calculo, unas tres horas, nos tocó el turno. Las parejas que salían, no volvían a la sala. Deseaba que nos llamasen para terminar mi angustia.

  • Ricardo y Alicia. – Dijo el soldado que vino a buscarnos.

Les acompañamos durante un recorrido bastante largo. Estaba muy asustada. He de decir que no me crucé a la pareja anterior, como les sucedió a mis compañeras que vieron a la mujer después de haber “trabajado” en el espectáculo.

Según íbamos avanzando se empezó a escuchar un murmullo primero y después un griterío enorme. Al girar una esquina vi un grupo de jóvenes que bebían. Al pasar junto a uno de ellos me fijé que llevaba un tanga en la cabeza mientras bebía y hablaba compulsivamente con otros jóvenes, como si fuera un trofeo y alardeara de ello. Empezaron a decirme mil guarrerías según pasaba por sulado. Observé también que había varios monitores de televisión en los techos en los que se reflejaba un escenario, al que llegamos justo después de entrar en un cuarto enorme, que parecía ser un teatro o salón de actos.

Miré a Ricardo y vi que estaba tan asustado como yo. Al llegar ante lo que era el tablado, el jefe de la patrulla que nos había venido a buscar a casa, hablaba con otro hombre que sostenía un micrófono de forma sonriente, y asintiendo a lo que le explicaba el policía. También había otro que parecía ser el operador de la cámara de vídeo.

Al subir al escenario, vi como todos los jóvenes que estaban a la entrada del se iban sentando, llenando casi todo el habitáculo. Los soldados quitaron la chaqueta del pijama de mi marido para colocarle un chaleco con unos bordes metálicos, le amordazaron con una bola en la boca, y le ataron a una pesada silla anclada al suelo.

En ese momento me sentía aterrada. No podía estarnos pasando aquello y empezaba a sospechar que formaría parte de un espectáculo dantesco. Vi que el hombre de la cámara se acercaba a Ricardo y observé su imagen a través de las muchas pantallas que colgaban del techo y después se dirigió a mi, siendo mi cara la que apareció. Intentaba bajar mi bata lo máximo posible. Aún estando vestida ya me sentía desnuda.

El speaker se acercó y me explicó las reglas del espectáculo. Quedé atónita al escuchar la humillación y crueldad a la que nos iban a someter, mientras me mostraba un bombo de sorteos que había sobre la mesa. Comenzó a explicármelo en voz baja, sin que su voz se replicase por los altavoces.

  • Estamos en una fiesta para estos cadetes. Tú eres una de la protagonistas. Hay unos120 chicos viendo el espectáculo y en el bombo quedan 20 bolas. Son los voluntarios que quieren participar.Ya han actuado cuatro mujeres antes que tú. Has de sacar dos. Harás todo lo que ellos quieran para su disfrute y el de los espectadores. – Explicó con autoridad,. – Y por cierto, mira lo que pasará si no obedeces.......

Tocó un botón que llevaba junto al micrófono y vi como Ricardo convulsionaba. Le grité......

  • Pare, pare, por favor¡¡¡ No lo haga.

Ya estaban todos los jóvenes sentados y el presentador comenzó a hablar en voz alta, para todos los que allí estaban, presentando el siguiente espectáculo. A nosotros..........

  • Aquí tenemos una nueva pareja. Ambos reniegan de la legalidad de nuestro gobierno. Hoy colaborarán, sobre todo ella.... – Entre risas – A haceros pasar un buen rato. En esta ocasión, habrá dos novedades respecto a los otros espectáculos, una es que no privaremos a su esposo de verlo y otra, es que un superior, nos ha pedido sacar unas fotos y por eso este hombre se encargará de ello. – Presentando al fotógrafo.

Un flash me deslumbró en la primera fotografía que me hizo. Era un hombre vestido de paisano, más o menos de mi edad. Mientras, oía y veía los movimientos enfervorecidos y excitados de los jóvenes que abarrotaban el teatro. Yo seguía intentando hacer la bata más larga mientras mis ojos rezumaban.

  • Rubia.....di en voz alta el nombre de tu marido y tuyo, vuestra edad y profesión. En voz alta o ya sabes.....
  • Mi marido se llama Ricardo, tiene 42 años y es abogado. Yo soy Alicia, tengo también 42 y soy trabajadora social.
  • Bien, y dime, te estiras mucho la bata. Qué llevas debajo?
  • Un camisón. – Respondí.
  • Entonces fuera esa bata. Todavía vas muy tapada.

Dudé, miré a Ricardo y abrí el cinturón de la bata de raso que llevaba. Los espectadores empezaron a silbar mientra llevaban la prenda al lado de mi esposo. El camisón no era nada erótico, ya que apenas tenía escote, y no se llegaba a ver el canalillo de los pechos. Era de algodón, blanco, con unos suaves estampados azules. Eso si, al no llevar sujetador, mis pechos se movían y los pezones se marcaban. Con una mano intentaba parar su movimiento y formas, y con la otra bajarlo lo máximo posible. Calculo que le faltarían unos diez centímetros para llegar a mis rodillas.

  • Ahora vamos, saca dos números del bombo.

Temblorosa giré el bombo. Saqué el 10 y se lo enseñé al presentador.

  • Tienes que gritarlo. No has entendido las normas? Mira lo que pasa. – Dijo mientras volvió a tocar el pulsador y Ricardo volvió a convulsionar.
  • El 10. El 10. Por favor. No lo hagan. Dije a media voz.

Un joven se levantó y entregó la tarjeta con el número que había resultado ganador. Volví a repetir el proceso sacando ahora el número 7.

El speaker presentó a los dos chicos que habían subido y se situaban a mi lado. Eran de constitución y altura bastante parecida. Uno dijo llamarse Leonardo, era rubio y barbilampiño, mientras que el otro, de pelo moreno, Cesar.

  • A ver, jóvenes cadetes. Decidme vuestro nombre y lo que más os gusta de esta mujer.
  • Yo soy Leonardo y me vuelven loco sus tetas.
  • Yo Cesar, y también sus domingas. Tiene unos melones espectaculares, además de un culito respingón. Está muy buena.....

Enrojecía de bochorno y miedo al escuchar los comentarios desvergonzados de los muchachos. Miraba a mi alrededor y tan sólo había un colchón cubierto por una sábana que no quería imaginar para que lo usarían y una caja con varios objetos.

  • Chicos, antes de empezar os haré unas fotos para que las conservéis. También nuestro compañero Alberto – Refiriéndose al fotógrafo – y Robert, en vídeo.

Entregaron sus móviles al speaker y ellos me abrazaron, de tal forma que mis brazos quedaron por detrás, mientras ellos aferraban sus manos a mi cintura. Sacó, al igual que el fotógrafo, varias imágenes mías.

  • Chicos, antes de seguir, vamos a hacer esto más interesante. Alicia es muy recatada, así que haremos algo.

Al escuchar la ironía del presentador, temí cualquier cosa. Antes de darme cuenta, me apartó ligeramente de los chicos. Llevaba unas tijeras y sin darme tiempo a reaccionar, hizo dos largos cortes a mi camisón por los laterales, hasta llegar prácticamente al elástico de mi tanga. Comencé a chillar mientras lo hacía, lo que provocó el regocijo de los asistentes.

  • Quiero que tú, Leonardo, le dejes un poco más corto el camisón por detrás, y Cesar, tú igual por delante.

El joven moreno me dio un abrazo para sujetarme y que su compañero pudiera operar sobre mi prenda. Lo hizo ante los silbidos y aplausos. Después me giraron, y Leonardo me agarró fuerte por la cintura y cuello. Con parsimonia, Cesar lo debió rebajar en torno a diez centímetros más.

La mayor parte de mis muslos estaban al descubierto, y decidieron repetir la operación anterior con las fotografías. Después, me dejaron sola y hablaron entre ellos. Intenté acercarme a Ricardo, pero de inmediato me lo impidieron, señalando el botón que tanto daño le hacía.

El speaker volvió a hablar sonriente a su público. Iba a explicarles en qué consistiría el espectáculo.

  • Vuestros compañeros han decidido que harán esto por las bravas. Nada de chantajes como en las otras actuaciones.

Sin venir a cuento, dio tres descargas a Ricardo que le hicieron estremecerse durante unos segundos que a mi me parecieron horas. En cuanto terminó, los dos chicos se acercaron a mi e intentaron meter sus manos por debajo del camisón, intentando coger mis bragas y tocar mis pechos. De manera instintiva me protegía como podía hasta el punto que apenas consiguieron su objetivo. Aquello provocó las risas de los asistentes y que el speaker cambiase las reglas del juego.

  • Visto que no podéis con ella, haremos una cosa. Tú – Dijo refiriéndose a un chico muy alto y constitución fuerte. – Sube aquí. – Cómo te llamas?
  • Raul.
  • Nos vas a ayudar. Estás de acuerdo? – Preguntó mientras el joven asentía con la cabeza.

Se acercó a la caja y cogió unas esposas y me las colocó con las manos a la espalda mientras era ayudado por el joven corpulento.

  • Ahora ya podéis. A ver que sabéis hacer con esta hermosa mujer¡¡

Se acercaron y me besaron los dos. Intenté mantener la boca cerrada, pero al taparme la nariz la abrí y las lenguas se juntaron. Me pellizcaban los pechos, en especial los pezones, que se iban poniendo de punta ante las miradas lascivas de todos. Uno de ellos, ante algunas peticiones que pedían que les enseñase mis bragas, levantó la parte delantera y oí unos aplausos y el ruido del flash de la cámara de Alberto.

  • Por favor. No. Parad¡¡¡ – Imploraba mientras miraba a Ricardo.

Cesar cogió las tijeras y agarró el camisón por encima de mi pecho derecho e hizo un pequeño corte, lo justo para que saliera mi pezón y parte de mi seno. Después repitió la operación con el otro pecho. Siempre bien sujeta por detrás por el joven a quien les habían pedido que les ayudase y que obedecía como si le fuera la vida en ello, no dejándome libertad de movimientos. Los sobeteos y besos fueron continuos.

Estaba situada en el escenario, justo en frente de los más de cien jóvenes que abarrotaban la sala. Cesar, que se había adueñado de las tijeras, hizo un tercer corte por debajo del camisón, dejando la parte delantera a la altura de mi ombligo. Yo gritaba de terror y los espectadores de júbilo. Tal vez lo único bueno era que parecían haber dejado en paz a mi marido, aunque yo seguía siendo presa del speaker, el cámara, el fotógrafo y sobre todo los jóvenes que me acompañaban en el escenario.

El presentador continuaba animando e incitó a que cortaran las finas hombreras del camisón. De nuevo imploré llorando sin obtener resultado. Cesar, se prestó a ser el primero, haciéndolo casi a la altura de mis antebrazos, echados totalmente para atrás. Vi como aumentaba considerablemente mi escote. Al hacer lo mismo por el otro lado, el camisón quedó desarmado. Leonardo tiró de él hacia abajo. Le costó cierto trabajo porque quedaron mis pechos enganchados a los orificios que habían hecho, pero aún así, llevó la maltrecha prenda a mis pies, para que el propio cámara la llevase hasta donde estaba mi esposo.

Raul me mantenía fuertemente amarrada y me colocó en el lateral, tirando de mis brazos y del pelo hacia atrás, lo que obligaba a flexionarme y ofrecer mis pechos para que los tocasen sin pudor.

  • Menudas tetas tiene la rubia¡¡¡¡¡ No os apetece tocárselas? Yo me muero por hacerlo. Menuda pasada¡¡¡¡ – Gritaba el speaker.

Fue él quien primero lo hizo, pasando sus asquerosas manos por mis dos senos. Después Cesar y Leonardo, que se entretuvieron en ello ante los aplausos de su público. De las manos pasaron a los lametones y mordiscos sin que mis llantos y lamentos sirvieran para nada.

  • Soy una mujer casada. – Expliqué al speaker.
  • Claro que si. Pero no engañas a tu marido. Él lo está viendo todo y no dice nada, así que lo aprueba. – Respondió burlándose.

Desde el foso, gritaban todo tipo de burradas hacia mi cuerpo y gritando sus disparatados deseos hasta que se hizo unánime.

  • Las bragas¡¡¡... Las bragas¡¡¡... Las bragas¡¡¡....

El speaker se hizo eco de ello y les indicó a los chicos que procedieran a cumplir su petición.

  • No, por favor.. eso no, por favor. No, no, nooooo. Dejadme. – Gritando cada vez más.

Entre los dos, de frente a todos, me bajaron mi tanga, y lo colocaron en las rodillas de mi marido. Recuerdo los flashes de la cámara y ver mi pubis en una de las pantallas. Mi vello es negro, no soy rubia natural, lo llevo en forma rectangular y bien cuidado. Vi como se llevaron mis bragas, supongo que al lado de Ricardo.

  • Vaya¡¡¡¡ Como dice el refrán. Rubia de bote... Chocho morenote. – Comentó el presentador entre risas. – Os gusta el coño de Alicia?

Los espectadores gritaron “si” al unísono. Intentaba cerrar las piernas y subir un poco una de ellas, girarme un poco para tapar mi sexo. Después hizo la misma pregunta a los dos jóvenes.

  • Precioso, es tal y como me lo imaginaba. – Respondió Cesar.
  • A mi me parece brutal. Las tetas, el coño. Está fetén. Podemos hacernos una fotografía con ella así? – Preguntó Leonardo.

El fotógrafo con su cámara y el speaker, con los móviles de los chicos los complacieron. Se situaron uno a cada lado y yo en medio, completamente desnuda. Incluso me obligaron a separar ligeramente las piernas. Las hicieron con varios tocamientos y un par de ellas al lado de Ricardo para humillarnos aún más delante de aquellos jóvenes.

Cuando terminaron, me tiraron de espaldas sobre el colchón. Raul ayudó a separar mis piernas, la otra la sujetó Cesar, para que pudieran ver mi sexo abierto y fotografiarlo también. Leonardo comenzó a tocarlo, pasando sus manos sobre mi vello, y después centrándose en zonas más íntimas. Después cambió su posición con Cesar y fue este quien lo hizo. El speaker y Raul, el voluntarioso ayudante, también sobaron mi cuerpo a su antojo. Los chicos obraban a su antojo y fue cuando me dieron la vuelta y me situaron de rodillas y Cesar colocó su miembro a la altura de mi boca.

  • Chupa zorra.

No tenía alternativa. Raul me tenía bien sujeta, apretando su paquete en mi trasero. Oía al speaker ordenar que obedeciera si no quería que Ricardo se abrasase. Pensé fríamente, a pesar de la agonía, que harían daño a mi marido y al final tendría que hacerlo igualmente, así que tragándome mi orgullo, me metí el pene en la boca. El ayudante manejaba mi cabeza para imprimir el ritmo de la felación. Leonardo, mientras, apretaba con fuerza mis pechos. Estaba muy excitado, y sabía, por sus movimientos y jadeos que tendría un orgasmo en breve. Intenté sacar mi boca de él, pero Raul me lo impidió. Noté también la mano de Cesar que la apretaba. Mi boca se llenó de semen, tanto que caía por el lateral de mis labios.

Quedé tumbada y me dieron una toalla. Me limpié todo lo que pude, principalmente por respeto a Ricardo, que estaba viviendo en primera fila lo que me sucedía. Apenas me dejaron tiempo, de nuevo me colocaron de rodillas, sólo que esta vez no me agarró Raul y fue Leonardo quien se situó detrás de mi Seguía con las manos atadas a la espalda y estaba apoyada sobre mis propios pechos, con mi trasero en posición. Sabía que iba a ser sodomizada. Me preparaba para el dolor físico que iba a sufrir

Yo no paraba de gritar y suplicar con todo lo que se me ocurría. Apelaba a estar casada, a que no habíamos hecho nada malo, a que tuvieran piedad, a que mi marido estaba delante. Nada de ello les llegaba.

Noté el roce del miembro de Leonardo buscando mi ano. Lo veía también por uno de los monitores. No quería mirar y cerré los ojos justo cuando de una envestida llegó hasta dentro. Grité y supliqué de nuevo, aunque esta vez por el dolor.

El joven se amarraba a mi cintura y seguía con su mete y saca. Afortunadamente, noté también que su calentura por la situación le impediría aguantar mucho más y así fue. En menos de un minuto mi ano se llenó de semen del otro joven.

Estaba mareada, no sabía cuando terminaría aquello, o si ya había terminado. El speaker volvió a hablar y supe que quedaba algo más.

  • Venga, no os la vais a follar a Alicia como dios manda? A ver, Cesar, yo sé que puedes con otro polvo.

Raul me dio la vuelva y me puso mirando al techo. Me separaron las piernas para que el joven pudiera entrar de nuevo en mi. La cámara se situó en un primer plano de la penetración.

Raul y Leonardo sujetaban cada uno una de mis piernas y tocaban cuanto podían, principalmente mis pechos. Cesar mojó mi sexo con su saliva y clavó su miembro.

Yo ya no sentía nada. Ni tan siquiera asco ni dolor. A cada movimiento del joven los espectadores hacían jaleos y aplaudían. Ahora fue mucho más tiempo que cuando la felación. No tenían prisa y aunque seguía excitado, su necesidad era evidentemente menor.

Fueron varios minutos hasta que sacó su miembro y eyaculó sobre mi vientre, principalmente para dar un mayor placer a los asistentes. Fue ahí cuando el speaker anunció el final del acto, y dio las gracias a los tres chicos.

A mi me desataron, y me entregaron la bata. Vi como el tanga y lo que quedaba del camisón se lo entregaban al jefe de policía que había venido a recogernos. A Ricardo también lo desataron, pero no me dejaron acercarme a él y nos llevaron por lugares separados.

Me llevaron a lo que parecían unas duchas públicas y me obligaron a darme una ducha delante de aquellos soldados. En mi caso, me respetaron, aunque sé que a las otras compañeras no tuvieran la misma suerte. Tan sólo me vieron desnuda, aunque nada que no hubieran visto en el espectáculo.

De manera rápida me llevaron al coche que nos había traído. Pregunté por mi marido, pero sólo me dijeron que no me preocupara, que en poco tiempo nos reuniríamos.

Me ataron las manos a la espalda antes de subir al coche. Iba el conductor y otro pasajero delante, yo, rodeada de dos policías al medio, y el jefe, junto con otro agente, en el asiento trasero.

Ahora no me taparon la cara, pero antes de arrancar, vi como mi asiento se echaba para detrás, y quedaba tumbada con mis ojos mirando al techo. En cualquier caso, no podía ver nada aunque quisiera. El teniente comenzó a tocar mi cara, mi pelo y mis orejas. Enredaron sus piernas entre las mías y me las separaron ligeramente. Noté como la mano del policía de mi izquierda llevaba su mano al cinturón de mi bata y lo soltó. Entre él y su compañero me la abrieron completamente, quedando desnuda ante ellos.

Sus tocamientos no se hicieron esperar. Mi cara, mis hombros, mis muslos fueron las primeras caricias, después se centraron en besar los pechos y llevar las manos a mi sexo.

  • Habéis visto qué piel tan suave tiene? Tiene 42 años pero sigue estando buenísima.
  • Por favor¡¡¡ Ya es suficiente¡¡¡ No me humillen más. Soy una mujer casada y madre de familia.
  • Venga chicos, haceros las pajas y correos de una puta vez. Estamos a punto de llegar a su casa.

Volví a llorar desconsoladamente. Los tocamientos se hicieron más fuertes. Notaba las manos de los policías por todas partes, y sus bocas y lenguas en mis pechos. Los dedos se paseaban libremente por mi clítoris y llegando a introducirlos en la vagina.

Oía sus gemidos, sentía sus alientos y sus respiraciones cada vez más agitadas, hasta que el policía que estaba a mi derecha agitó su mano compulsivamente y luego paró de repente, dejando también de tocarme. El de mi izquierda y el que situaba al lado del teniente siguieron tocándome, pero también, el que se estaba masturbando, terminó.

  • Bien. Ya hemos llegado Alicia. Vamos a quitarte las esposas. Recuerda que en tu casa está tu hijo con unos amigos.

Había olvidado por completo que estaría allí Javier con sus amigos. Esperaba ilusamente que por una vez no hubiera sido responsable y no estuvieran en casa.

Volví a cerrarme la bata lo máximo que pude y bajé del coche. El teniente llevaba una bolsa y le acompañaba el policía que iba a su lado en el coche. Subimos en el ascensor. Intentaba evitar que mi hijo me viese llorar y pudiera averiguar lo que me había sucedido, pero tampoco podía mirar a la cara a los dos hombres que me acompañaban.

Llamó a la puerta y abrió Javier. Me abrazó efusivamente y me preguntó por su padre. Los policías entraron con nosotros hasta el salón, donde estaban los tres amigos que había invitado siguiendo las órdenes del policía y ratificadas por mi misma.

El teniente nos dijo que fuésemos al salón para hablar con nosotros. Allí se encontraban los tres amigos de mi hijo que siempre iban juntos, Toño, Fonsi y Aarón.

Volví a sentirme incómoda por la indumentaria, por todo lo que había pasado en la academia con los cadetes y en el coche con aquellos policías. Deseaba que se fueran todos y que no se enterase Javier de nada, que en un rato llegase Ricardo e intentásemos olvidar tan dantesco espectáculo.

Los tres chicos se sentaron juntos en un tresSillo, mi hijo en un sillón, mientras que los policías y yo permanecíamos de pie. El teniente abría y cerraba armarios, hasta que encontró el de las bebidas, de donde sacó dos botella de whisky. Sacó 7 vasos y los llenó. Aunque salvo su compañero, todos declinamos la invitación, nos dijo que era una orden el tomarlo. Yo lo hice casi de un sorbo, ya que aunque no suelo beber, en ese momento lo necesitaba.

  • Quiero darte la enhorabuena por la madre tan guapa que tienes. – Dijo mirando a Javier mientras yo me moría de vergüenza temiendo que contara lo sucedido.

Mi hijo no contestó, sintiéndose ruborizado. El teniente sacó de la bolsa el tanga que me habían quitado los dos cadetes y se los entregó a Fonsi, ordenándole que se lo fueran pasando de uno a otro para que lo viesen.

  • Este tanga lo llevaba esta noche cuando vinimos a buscarla. Unos jóvenes de vuestra edad se lo han quitado.

Comencé a llorar de nuevo. Sin duda su humillación no había terminado. También sacó una tablet y la mostró. En ellas, a intervalos de dos segundos, las fotografías que me había tomado el tal Alberto.

  • Alicia, quédate en pelotas para estos chicos¡¡¡ – Me ordenó el teniente.

De inmediato mi hijo se levantó y se encaró con él pero la respuesta fue contundente.

  • Mira niñato. Yo soy la ley y si digo que tu mamá se quede en pelotas ha de hacerlo. De lo contrario no volverás a ver a tu padre. Tengo que hacer una llamada y decir que lo traigan o que no. Por cierto, hablando de llamadas, quiero que cada uno de vosotros me envíe un mensaje a mi móvil. Quiero tener el número de todos, incluido el tuyo, Javier.

Javier agachó la cabeza, sabiendo que no tenía ninguna posibilidad de hacerse fuerte ni de protegerme. Era más importante la vida de su padre que el honor de su madre. Todos sacaron sus teléfonos y obedecieron al policía.

  • Ahora quítate la bata y deléitanos con tu cuerpo.
  • Por favor¡¡¡ Están ellos aquí. No pueden hacernos esto.
  • Lo mejor es que si podemos. Ya tienen edad para ver películas de adultos, así que desnúdate de una vez, coño¡¡¡¡ – Arremetió el otro policía.

Con la cabeza baja, llorando y con toda la humillación que podía soportar me desabroché el cinturón de la bata y me la quité delante de los cuatro chicos, incluido mi hijo, y de los dos policías.

  • La madre de vuestro amigo tiene un cuerpazo. Es bajita, pero está como un tren. Fijaros en ese par de tetas y en ese chochito, con poco pelo. Es una pasada de mujer. Por cierto, quiero que los tres os desnudéis del todo.

Me temía ya cualquier aberración posible. Mi hijo estaba cabizbajo, yo también, además de llorando por todo lo que sucedía, incluido el no saber donde estaba mi marido, y si como habían prometido, volvería a casa en un rato. Los jóvenes dejaron la ropa en el suelo y quedaron con sus miembros a la vista. Mientras, el teniente había ido a mi baño y había traído un bote de aceite relajante.

  • Vamos a jugar. Vais a untar de aceite a Alicia. Los tres estáis desnudos, y el primero que se empalme tendrá sexo con ella. Espero que no os pongáis tontos y obedezcáis, no vaya ser que tengamos que ir a vuestras casas y hacer lo mismo con vuestras novias, madres o hermanas. Os habéis enterado? Si a ninguno se le pone dura, no pasará nada.

Asintieron con la cabeza. Estaban avergonzados, pero la amenaza era tremenda también para ellos. Sólo esperaba que la situación no les excitara y poder terminar de la forma menos deshonrosa posible.

Los policías despejaron de objetos la mesa del salón y quitaron las sillas que se situaban junto a ella. Me dijeron que me tumbase boca abajo, colocase mis manos sobre la cabeza y dejase las piernas entreabiertas.. Empezarían dándome el aceite por la espalda.

Los tres jóvenes se colocaron a mi alrededor. Apreté la cabeza contra la mesa y comencé a llorar mientras notaba un chorro frío de aceite que vertieron sobre mi espalda, desde la nuca hasta mi trasero.

  • Dios mío. Qué humillación tan grande¡¡¡ Esto no puede estar pasando. Tiene que ser una pesadilla. – Pensaba, negándome a hacer frente a la realidad.

Comencé a notar las manos que extendían el aceite por todo mi cuerpo mientras que el teniente les iba dando las órdenes de como hacerlo.

  • Así. Mas abajo. Dale también por los laterales de los pechos. Sigue por su culito, ahora pasa el dedo por el ano, venga, todos, iros intercambiando, así. Venga. Ahora, uno a uno vais a ir metiendo el dedo por el ojete. No os preocupéis, un par de chicos como vosotros ya han disfrutado de ese culito esta noche.

Cuando sentí sus dedos en mi ano di un grito, una especie de berrido Se iban turnando y el resto de las manos pasaron por todos los poros que estaban a su disposición en la posición en la que me encontraba. Sólo quería que ninguno se excitase.

  • No, no, no. Por qué. Qué hemos hecho para que nos hagáis esto? - Grité sollozando.

  • Alicia, ahora date la vuelta. Igual, piernas semiabiertas y manos en la nuca. Vamos a repetir la operación.

Mi llanto aumentó. Obedecí y me coloqué en la posición que me dijeron Vi a los tres jóvenes con caras compungidas y a mi hijo, que tapaba la suya, con signos de estar también llorando.

De nuevo sentí un chorro largo de aceite que fue desde mi cuello hasta parar en mi sexo. Después continuó por ambas piernas hasta los pies. Giré la cabeza y cerré los ojos. No quería mirar.......

Mis pezones se erizaron ante el tacto de los jóvenes. El teniente les ordenaba que se entretuvieran en ellos, que bajaran sus manos y que cada uno hiciera lo propio con una parte de mi cuerpo.

  • Tocadle el coño. Dos a la vez. Uno su clítoris y otro que le meta el dedo hasta dentro. Otro que vaya a las tetas. Vaya, parece que a alguno le va creciendo poco a poco la polla... - Dijo con satisfacción.

Creía morir. Era lo último que me podría pasar. Que alguno de los amigos de Javier se excitase y cumpliera con lo que había dicho el teniente.

  • Bien, Aarón. Eras Aarón, verdad? Jajaja. Te has ganado un polvete con la señora Alicia Escobar. Parad y vamos a la habitación. Estaremos más cómodos. Tú también Javier. Quiero que veas como se follan a tu madre.

Al levantarme me puse de rodillas delante del policía y supliqué con más empeño que nunca. No podían hacernos aquello.

  • Si quieres volver a ver a tu marido. Ve a la habitación y ponte en posición.

Quedé tumbada, avergonzada y llorosa. Esperaba que Aarón me penetrase y si era posible, que todo terminase ahí. Sabía que no cederían ante cualquier petición que hiciera. Les pidió que me siguieran tocando un poco y al momento pidió que sólo estuviera el joven “afortunado” conmigo.

  • Alicia, quiero que folles con el chico. Quiero que estés activa, que le beses y no hundas la cabeza en la almohada y cierres los ojos. Entrégate con ganas. – Ordenó riendo. – Claro, si quieres volver a ver a tu marido vivo. Y tú, Aarón, lo mismo para ti, si no quieres que haya represalias con gente que quieres.

Aarón se situó entre mis piernas. Ante su timidez llevé su mano a mi pecho y le besé. Se me iba el alma haciendo aquello. Después agarré su trasero y lo presioné hacia mi. El joven estaba caliente y yo lubricada por el acéite de antes por lo que me penetró sin dificultad.

Simulando que le besaba en la mejilla le dije que se diera prisa y acabase lo antes posible. El joven lo entendió y siguió cabalgándome. Yo intentaba ayudarle con mis movimientos, intentando olvidar que mi hijo estaba allí y mi marido secuestrado.

  • Me voy a correr, lo siento. – Susurró Aarón a mi oído.
  • Hazlo, vamos....

Quedó unos segundos sobre mi y se apartó. Los policías dieron unos sarcásticos aplausos y dijeron que podía volver a ponerme la bata.

En ese momento me di cuenta que el teniente había estado haciendo fotografías en la casa y le decía a los chicos que les mandaría las fotos. Habrían de conservarlas en el móvil ya que probablemente se las pediría.

  • Además, deberéis intercambiaros entre vosotros seis fotografías todos los días. Lo comprobaré y si no, ya sabéis. Y Alicia, quiero que a partir de ahora seas buena, no vaya a ser que tengamos que volver. Díselo también a tu marido. En quince minutos estará en casa. Por cierto, ha sido un auténtico placer esta noche.

Dicho esto, los policías pidieron a los amigos de Javier que salieran con ellos a la calle, La fiesta había terminado.

  • Mamá. Después de esto qué vamos a hacer. Han sido mis amigos. No creo que pueda mirarlos a la cara de nuevo. En especial al cabrón de Aarón. Y qué pasa con papá?
  • Hijo. Ellos también han sido víctimas. A papá no le diremos nada. Y con tus amigos tú decidirás si quieres o no verlos.

Cambíé las sábanas Mi marido, tal y como había prometido, llegó quince minutos después. Estaba medio ido. Sólo salí yo a recibirle y lo llevé a nuestra cama.