Una tranquila tarde footing
Un chico que había salido una tarde a hacer un poco de footing por un parque cercano a su casa, conoce a un preciosa chica ...... y vaya si (se) corrió.
Menuda sesión de footing
Había salido a correr esa tarde. Hacía calora pesar de ser las ocho y media. El verano apretaba de lo lindo y eso que ya habíamos pasado las horas centrales del día. Lógicamente, mi atuendo consistía en una camiseta de manga corta, un pantalón corto, zapatillas de deporte.
Media hora de carrera continua a un ritmo ligero, se empezaba a notar. Por eso, pensé que lo mejor sería que terminase lo que me restaba de vuelta al parque donde había ido a correr y que estirase las piernas y así recuperaba un poquito para afrontar otra media hora más. Y en eso estaba, buscando un lugar con algo de sombra y un banco donde reposar, cuando pasó ella.
El caso es que venía oyendo pisadas de alguien corriendo detrás de mi, pero no sé, en esa ocasión no giré la cabeza para ver quien era. Pero, joder, cuando la vi pasar a mi lado, ¡agüita!, casi me caigo. Primero por la esbeltez que acababa de adelantarme y luego, porque me trastabillé con algo. Ella al darse cuenta, rió un poco.
-¡Ten cuidado o te caerás por no mirar donde pisas!, me dijo.
Una voz cálida, sensual, erótica, electrizante. Y la dueña, una morena de pelo corto, profundos ojos azules, nariz chiquitita y labios que sin ser gruesos, daban una forma muy sugerente y lasciva a su boca. Todo ello rematado con una dentadura perfecta. Ella vestía un short (pantalón de deporte muy ajustado y muy cortito, de chica, que llega justo hasta debajo de las nalgas) y un top de deporte, de tirantes cruzados en la espalda. Se notaba que llevaba sujetador y el short revelaba un tanga pequeño debajo, y zapatillas de deporte.
Yo me aparté de la zona por donde se corría y me fui al banco. Pasado el impacto inicial, me senté a realizar ejercicios de estiramiento sin poderme quitar a aquella chica de la cabeza. Pensé que no la vería más o que habría venido con alguien, una amiga o su novio, tal vez. Seguí a lo mío. Recuperando y estirando.
El moreno que lucía y el sudor hacían que su piel brillara. La seguí unos instantes con la mirada. Y además de darme cuenta de dos miradas furtivas que me dedicó, vi unas piernas perfectamente torneadas, unos tobillos finos, un culito respingón, apretadito y de perfil pude contemplar que no iba nada, pero nada mal preparada (ya me entendéis).
Me quité la camiseta, la dejé en un banco y me senté en el suelo con las piernas abiertas y estiradas para estirar muslos y gemelos. Enredado en mis ejercicios de relajación y cuando levanté la vista, allí estaba ella, en el banco donde estaba mi camiseta, sentada, de espaldas a mi, descansando. No la vi llegar ni tampoco la oí.
Al escuchar que me levanté para seguir con mis ejercicios, se giró, sonriendo.
-¡Hola! ¿No te molesto por estar aquí sentada, verdad?, me interrogó
-No, no, en absoluto. ¡Así me cuidas la camiseta, jajajajajajaja!, la respondí yo. Ella me devolvió una increíble risa, como jamás había escuchado, linda, aterciopelada, sincera.
Después del cruce de miradas y risas, seguí estirando. Sin percatarme, me quedé de espaldas a ella. De pie, con las piernas juntas y estiradas, estaba doblando el tronco y tocando la punta de mis zapatillas con los dedos. La pude ver en esa posición; continuaba sentada en el banco, pero mirándome.
-¡Menudo culito tienes, guapo!, me dijo, riéndose de nuevo.
-¡Jajajajajajajajaajajajajaja! ¡Muchas gracias!, la respondí mientras me incorporaba. ¡El tuyo tampoco está nada mal!
-¿El mío?, jajajajaajajja. ¡Vaya, si el niño se ha fijado y todo!, añadió ella.
-¿Lo dudabas acaso?, le pregunté. No hubo respuesta. Solo una mirada intensa, cálida, y una bonita sonrisa.
Para romper ese mágico silencio que se hizo, me presenté.
-A todo esto, me llamo José Luis. Encantado, le dije
-Hola, José Luis, yo me llamo Lucía. Encantada, también. Y nos correspondimos con dos besos. Los suyos, más cerca de mis labios que de mis mejillas. Su piel olía muy bien, muy fresca, a pesar del sudor.
Me comentó que tenía 26 años y que se dedicaba a la enseñanza. Lógicamente, ya no corrí esa segunda media hora que tenía pensado. Nos sentamos en el banco a charlar. El sol estaba bajo ya. A la media hora corriendo había que sumar el cuarto de hora entre estirar y entablar charla con Lucía. Eran las nueve y veinte de la noche.
Seguimos charlando animadamente. Buenos más bien, hablaba ella. Yo estaba absorto oyéndola y deleitándome en su voz, en su cuerpo, en su expresividad. No quería perderme ni un detalle. Quería grabarlo todo entre mi piel y mi alma.
A las diez de la noche, la zona donde estábamos sentados se había ido quedando despoblada. Se veían, mas o menos lejos, a parejas y matrimonios y grupos de niños, chicos y chicas, pero la oscuridad se estaba convirtiendo en nuestro mejor aliado. Lucía era consciente de ello.
-¡Nos hemos quedado solos!, dijo
-Si, eso parece, contesté yo.
-¡Qué miedo, aquí sola con un desconocido, jajajajajajajajajaja!, añadió ella de manera maliciosa.
-Estáte tranquila, soy inofensivo, dije yo
-¿Ah, sí? ¡Qué lástima!, y volvió a reír y yo volví a reír al oírla.
-¿Qué lástima? ¿Y eso, por qué?, la pregunté, haciéndome el tonto (o realmente lo era, no lo sé, jejejejejeje)
Y sin más, depositó un tierno, cálido, inocente, y casi casto, beso en mis labios.
-Por esto, dijo. Y me volvió a besar, aunque esta vez de modo mucho más prolongado y agarrando mi cara con sus manos. A la par, nuestros cuerpos se arrimaban, hasta estar piel con piel. Yo seguía sin camiseta y lo aprovechó Lucía para deslizar sus manos por mi cuello, mis pectorales, mis pezones y mi pecho.
Sin dejar de besarnos, Lucía se subió a horcajadas sobre mi, quedando ella colocada sobre mí. Lentamente, subí mis manos por los laterales externos de sus tersos muslos, hasta llegar a su culete. Levanté la leve tela de sus shorts e introduje mis manos. Ella colaboró levantándose un poco para que mis manos entraran con más facilidad por debajo de sus pantalones. Su culo era duro, suave, cálido.
A esa sensación había que sumar el suave y pausado vaivén que imprimió Lucía, haciendo rozar su coño con mi abultada polla a través de nuestros pantalones. Seguí besando su cuello, mientras ella, agarrada con sus manos a mis hombros echaba hacia atrás su cabeza. Tan sólo se oía su respiración entrecortada, mientras mantenía sus ojos cerrados. Con mimo, con sigilo, fui descendiendo mis manos hacia sus tetas.
-¡Ahhhhhhhhhhhh!, pronunció Lucía en cuanto que mis dedos rozaron sus, ya duros pezones por encima de la tela.
Ella misma me ayudó. Me separó suavemente y se levantó el top.
-¡Soy toda tuya! ¡Lámeme, chúpame, no dejes ni un solo rincón de mi cuerpo sin besar y sin lamer!, me decía mientras su top se enrollaba por encima de sus tetas, y éstas quedaban liberadas de la presión que ejercía sobre ellas su sujetador deportivo.
La hice caso y me propuse satisfacerla plenamente esa noche. Lamí, besé, acaricié sus tetas. No eran excesivamente grandes, pero si muy duras, muy suaves, muy tersas, adornadas con unos pezones medianos, rosados, y muy muy erizados que mis labios, mis dientes y mi lengua chuparon hasta arrancar de Lucía gemidos. Mis manos no cesaban de acariciar su espalda.
Luego comenzó a besarme de nuevo. Bajó por mi cuello para dirigirse con extraordinaria parsimonia y agonizante desespero hacia mis hombros desnudos, y hacia mi pecho. Mordisqueó, lamió y besó también mis pezones, a la vez que una de sus manos se interpuso entre su coño y mi polla, para masajearla por encima de mi pantalón.
La bajé de su posición. La tumbé con cuidado a lo largo, en el banco, con sus piernas alrededor de mi cintura. Elevé sus caderas y me ayudó a bajar su short y su tanga. Lo terminamos de sacar. La noche jugaba de aliada nuestra. Me arrodillé junto al banco de madera y comencé a lamer su rajita, ya húmeda. Su clitoris fue engordando poco a poco, al contacto de mis dedos y mi lengua. Cuando su preciada pepita estuvo en todo su esplendor, mi lengua se dedicó a ella en cuerpo y alma, mientras mis dedos seguían con su exploración vaginal.
Mientras lamía su clítoris, mis dedos jugaban con su rajita. Y cuando mi lengua descendía por su coñito, mis dedos se encargaban de seguir estimulado su clitoris, con una mano, mientras con la otra, y previo a haberlo humedecido en su flujo, iba entrando y saliendo del agujerito de su culo.
-¡Ummmmmmmmmmm! ¡Sigue, José, ..........., por favor!, dijo Lucía, entre jadeos.
Introduje un segundo dedo en su culo. Mientras, subí de nuevo a buscar su boca y sus tetas. Y volví a lamer sus pezones y a jugar con ellos, sin dejar de meter mis dedos por su culo. Ya tenía tres en su culito y otros tantos en su coño. Y no paré hasta arrancarle su primer orgasmo.
-¡Aaaahhhhhhhhhhhhh! ¡Ya, ya , yaaaaaaaaaaaaaaaaa, me corro, cielo. No te vayas a parar ahora!, pronunció Bea.
Cuando se corrió, enseguida busqué su boca y la besé. Ella rodeó mi cuello con sus brazos.
-¡Ha sido genial!, dijo, completamente sudorosa.
-¡Ahora te toca a ti pasarlo bien!, añadió.
Sin pensárselo dos veces, se sentó en el banco. Su short y su tanga se habían convertido en espectadores, junto con mi camiseta, del espectáculo, y reposaban gratamente en el respaldo del banco de madera. Me dijo que me tumbara como ella lo había hecho. La obedecí. Y se sentó sobre mi vientre. Empezamos de nuevo a besarnos y ella agarró mis muñecas y comenzó a darme pequeños mordisquitos por el cuello. Buffff, fue una sensación electrizante, que me puso el vello de punta y endureció aún más mi polla.
Ella lo notó porque para morderme por el cuello se tuvo que desplazar hacia debajo de mi cuerpo hasta situarse sobre mi polla, aún oculta bajo el pantalón y el bóxer.
-¡Vaya!, ¿te alegras de verme, no?, dijo entre sonrisas.
-¡Sí, mucho. Ya ves, soy un buen anfitrión!, respondí yo, ante su risa pícara
-Eso hay que verlo. Mejor dicho, comprobarlo, añadió Lucía.
Y sin más, fue bajando por mi pectorales, mis pezones, mis abdominales, hasta deshacer el nudo de mi pantalón. La ayudé a bajarlos, izando un poco mis caderas. Simultáneamente, también me bajó los boxers.
-¡Vaya, vaya, lo que tenemos aquí guardado, muchacho!, dijo contemplando mi polla completamente enhiesta.
Se arrodilló en el banco y la agarró con una mano. Empezó a subir y bajar, lentamente. Y con igualdad parsimonia la puntita de su lengua comenzó a saborear el líquido preseminal que salía por la puntita de mi polla. Luego, mientras seguía con la paja, su lengua fue recorriendo todo el tronco de mi polla por ambos lados, hasta llegar a mis huevos. Los agarró con la mano que tenía libre y se fue metiendo, uno a uno, en la boca.
-¡Ahhhhhhhhhhh, Lucíaaaaaaaaaaa, como me gusta!, dije yo, inmerso en un gran torrente de sensaciones.
Sin decir nada, y después de cinco largos minutos dedicada a la misma tarea, se le fue metiendo poco a poco, en la boca, hasta donde le cupo. Sus labios subían y bajaban por ella y su lengua hacía círculos sobre mi capullo. Primero lentamente, aunque de modo progresivo fue aumentando la velocidad. Fueron otros diez minutos sensacionales.
-¡Lucía, ......, estoy casi ......... a punto!, acerté a decir yo, balbuceante.
Ella siguió chupando. De repente notó mis espasmos y cinco chorros de semen caliente impactaron en su paladar y su garganta. Lucía se mantuvo con los labios bien apretados, sin dejar escapar ni una gota y cuando notó que ya había terminado liberó la presión de su boca y se incorporo.
No hicieron falta las palabras. Solo con mirarnos fue suficiente. Nos abrazamos, nos besamos. A partir de ese momento, nos hemos seguido viendo. Ya os contaré más historias con Lucía, de quien ahora puedo presumir de ser un gran amigo, al igual que ella de mí.