Una tradanza admilable
Una relato de una espera insoportable en automovil.
Una tardanza admirable.
Estaba en camino. Lo había llamado y desde las once de la mañana su verga se había empezado intermitentemente a engrosar. A veces sentía la necesidad tomarla con su mano y empezar a recetarse el cadencioso compás del placer personal. Pero quería contenerse, aguantar, sufrir su llenura. Despreciaba su manipulación táctil, quería una selva húmeda tropical, deseaba una monta de respiración agitada. Eran las dos de la tarde ahora, y no se explicaba por que había presa. Un accidente. En la radio sonaba una canción en inglés que no entendía, pero su sugestivo ritmo iniciaba el proceso de firme protesta de la entrepierna. Que vida!! La espera es inevitable, se acomodó la pretina. El calor de la impaciencia lo llevó donde una mujer desnuda que colocaba sus piernas rodeando su cabeza y su sexo aparecía expuesto, abierto, húmedo, exquisitamente inmóvil. Los pitos de los carros lo despertaron y su propia lubricación hacia una lagunita como mancha en su pantalón. Su dilatación era insolente, respiró profundo y después seguido, quería evitar parir su orgasmo. Por fin, un policía de chaleco amarillo les daba vía a su carril, suavemente quitó el freno de mano y como desvirgando el acelerador avanzo apasionado. Apagó la radio y mientras manoseaba ligeramente la manivela se vio enfrentado a la publicidad. Mujeres, le encantaban las mujeres, sus coños, y tetas, por supuesto, pero no quería ver a una sola no quería empeorar su hinchazón. Sin embargo, los anuncios de cerveza, de lencería, los anuncios de cigarros y de detergente, los anuncios con tetas y culos inflados inundaban la carretera dejándolo a él vulnerable. Un semáforo, una pausa necesaria. Dirigió su mirada a su pantalón y con su respiración de labor se dio cuenta que la laguna ya tenia afluentes. Estuvo a punto de lanzar una plegaria cuando un desfile de colegialas se atravesó en el rojo parpadeante. La pasarela de pantalones apretados y pechos en flor descontroló la bocina de su carro que gemía estimulada con un solo dedo. Se dio cuenta de su desesperación he hizo lo único que podía hacer. Encendió un cigarrillo. Su lengua empezó a humedecer el filtro, a dale golpecitos suaves, a hurgarlo buscando el sabor a sal. En su desasosiego, miró en el espejo retrovisor y se vio sudando, faltaba poco. Encendió el aire acondicionado para hacer que se le bajara la calentura, hundió la mano dentro de su pantalón y palpó su termómetro. Tremendo error, era demasiada la tentación y la sacó, la mano. Se empezó a retorcer como un niño que espera su turno para ir al baño. Mientras hacia el muequerio no se dio cuenta que habia pasado la entrada del residencial donde ella vive. Se tuvo que devolver. Freno en frente de la casa y se dio cuenta de sus quince minutos de impuntualidad, pero llegué sin venir, pensó una tardanza admirable.