Una tía, un sobrino y...
Las aventuras de un joven muchacho que llega al pueblo a casa de su tia Matilde.
"Las mujeres hacen con los hombres lo que les gusta a ellas"
SEGUR, JOSEPH A. Escritor Francés.
Cuando a casa de Matilde llegó la carta del ejército que anunciaba que su marido había perecido en la Batalla del Ebro, creyó que no lo resistiría. Durante muchos días lloró desconsoladamente, clamando al cielo para que se la llevase junto a aquel hombre al que quería con locura. Tán solo un año después fue su anciana madre quién también se fue, quedándose totalmente sola.
Poco después, un fue su sobrino Matias quién llamó a su puerta al haberse quedado solo y sin recursos. Para ella fue un motivo de alegría, con el en casa podía hablar de lo que fuese, lo enviaba a hacer cualquier recado y también le ayudaba a mantener un pequeño rabaño de cabras y ovejas, que le servía de sustento. Vender la leche y los quesos le permitía vivir con cierta holgura. Poco tardo Matias en ir solo al campo para que pastasen. Con los años aquel joven Matías se convirtió en un hombre, tuvo que afeitarse la barba y la voz le cambió completamente. A las jóvenes y no tan jóvenes del pueblo ya las llevaba de cabeza. Atrevido si que lo era. Como en la casa había libros que habían pertenecido al difunto marido, este al lado del fuego, los devoraba en los largos y fríos inviernos. Aquello hizo que se distinguiese entre los demás muchachos del pueblo, que a brutos no les ganaba nadie.
La tia estaba encantada con aquel apuesto sobrino, que se hacía de querer por las atenciones que prodigaba a su alredor. El sabía tratar con todos, pero aun más sabía tratar con todas. Muy pronto se emepezó a interesar por las muchachas que corrían a su alrededor. Ellas se sentían halagadas con sus atenciones. Aunque fuese un ramito de margaritas silvestres cuando volvía del campo con el rebaño ya fuese a su tía como a alguna de esas encantadoras mozas, se los entregaba con la mejor de las sonrisas. Aún no era consciente de lo que en ellas despertaba.
Incluida su tia, que un día de verano lo vio lavarse sin que este se apercibiese, y alli en su mano y enjabonándoselo, pudo ver su enorme miembro, que le hizo imaginar que era ella la que la sostenia en sus manos. Desde aquel día ya no volvió a mirar a su sobrino de la misma manera. En sus sueños más intimos recordaba placeres que ya creía olvidados. Cuando su sobrino acompañaba alguna zagala del pueblo, ella no podía evitar sentirse celosa. Conocía la facilidad que tenía el sobrino para levantar faldas, eso en el pueblo era de dominio público, cómo se sabía que también habia levantado las de otras que ya no eran tan zagalas. Sobretodo a mujeres viudas, que ya no le quedaban opciones de conseguir una estaca como la de Matias.
Matilde temblaba solo de pensar que fue un día su sobrino quien repartiese la leche por las casas de la villa. Ella sabía que, con su facilidad de palabra conseguiría a mas de una y más de tres durante esa duera época de postguerra. Muchos hombre se fueron y nunca más regresaron y aquel sobrino se convirtió en el más oscuro deseo de las mujeres del lugar.
Fue una mañana de primavera, de sol radiante, cuando mientras Matías estaba pasturando con el rebaño, se le aproximo una viuda del pueblo, vestida de luto con el pretexto de si había visto una pequeña perrita perdida desde hace varios días, Matías le contestó que no. Pero que si la encotraba se la traería. A la viuda se le notaba que además de la perrita quería otras cosas, por lo que añadió lo mucho que la quería y la falta que le hacía mientras las lágrimas brotaban de sus ojos. Matias se le acercó y con su pañuelo, recogio las lagrímas de sus mejillas. Ella estaba tiritando y eso que era dia de bonanza. Matías cogiéndola del brazo la llevo cerca de un grupo de encinas más bien bajas que podrían tapar lo que alli ocurriese. Volviéndole a secar las lágrimas, acerco los labios a los suyos y la beso. No fue necesario intercambiar palabra alguna. Ella le devolvió el beso con la pasión de una recien casada. Cuando Matías le levantó la falda no fue necesario pedirle que se tumbase en el suelo sobre las hojas secas que había. Con las faldas arremangadas esperó aquello que había venido a buscar, ya no llevaba bragas. Martín al ver aquella vellosidad que llevaba hasta la mitad de su vientre y aquellas torneadas y blancas piernas, ya abiertas para recibir aquello que había venido a buscar. Su piapo se puso más duró que los troncos de aquellas encinas. Cuando la penetró la mujer no paró de decirle que le destrozase el chocho. Cuando ambos llegaron al orgasmo, ella aún no estaba satisfecha y cogio el miembro de Matias entre sus manos y volvió a ponerlo en erección. Este segundo polvo, duró un poco más y estaba tan ardiente que gruñía como una bestia y dijo palabrotas que Matias no creía que se pronunciasen en aquellos lujuriosos momentos. .
Cuando ella se levantó del suelo, se bajó las faldas y abrazó a Matias con ternura, como si le hubiese salvado la vida. Le susurró al oído que lo quería, mientras el con sus manos, le retiraba los restos de hojas secas de la espalda.
Una semana después volvió a aparecer aquella enlutada viuda, en un cesto le llevaba unas pastas hechas por ella misma que eran una delicia. Ambos sentados sobre la hierba , ella le fue explicando lo mucho que extrañaba a su difunto marido. Debía ser verdad, porque cuando Matias se sento a su lado le pasó los brazos por el cuello para tumbarlo en el suelo. Seguidamente se levantó la falda y se sento sobre su miembro erecto, como no llevaba bragas enseguida entró adentro. Moviendo su cuerpo con un contoneo frenético de sube y baja tardó poco en llegar al orgasmo, esta vez como la anterior quería mas y se la chupó para volver a ponersela dura. Entonces se subió la falda hasta la cabeza y le ofreció su culo. Para Matías era la primera vez que se enfrentaba al sexo anal, al no haberlo hecho nunca se lo metió de golpe como un proyectil. El alarido que se le escapó se debió oír desde muy lejos. Ella con aquel mastil en las entrañas no paraba de repetir palabras más propias de un camionero borracho.
Para Matias aquello también fue una experiencia, nunca se lo habían pedido y bien poco se lo habían explicado. Pero si que le gustó montarla de aquella manera.
Cuando llegaron las fiestas del pueblo la tia Matilde se puso de mal humor. Ella sabía que aquellas que le iban detrás, no lo soltarían así como así. A las 4 de la mañana para su sobrino aún era pronto, no se equivocó. Cuando el reloj tocó las 5 llegó más contento que unas castañuelas. Se notaba que le había ido bien. La tia Matilde sin embargo, aquella noche no pegó ojo.
Al día siguiente, la noche siguiente mejor dicho, se metió en la cama de su sobrino, así sabía a que hora llegaba y si olía a bacalao, ya que ella tenía un olfato muy fino.
Llegó pasadas las 5,y se metió en su habitación sin encender la luz. La tia lo estaba esperando en el borde de la cama. Alargó su mano hasta el pecho de su sobrino que pegó un grito del susto. Pero su mano no la apartó, vaya con su sobrino ella no podía imaginar que le gustase la noche más que a los serenos. Matía giró su cara contra la de su tia y le dijo:
-Las horas de fiesta se hacen muy cortas tita.
-¿Cómo te fue el baile?-preguntó ella.
-Bien, he estado muy atareado
-¿Te has llevado a alguna al barranco?- dijo la tia con un tono celoso
-Pues no, esta noche no tocaba
-Y yo que me paso las horas despierta esperándote.
-Vamos tia, no es para tanto, no debes preocuparte por mi, que ya no soy un niño.
Ella acercando su cara a la de el le dijo que era todo lo que tenía. Su sobrino puso sus labios sobre los de ella a modo de disculpa, pero su tia lo beso con una pasión furtiva. Unos momentos después agarró su miembro como si sintiese que se fuese a ir volando. El sobrino que ya empezaba a entender de esas cuestiones, le fue bajando las bragas y con el camisón puestó consiguió entrar dentro.
En los dos días que quedaban de fiestas, Matias no se dejó ver por ningún sitio.Sus cabritillas tampoco comprendían porque llevaba dos días la casa de la tia Matilde cerrada. La leche dejó de repartirse por el pueblo. Todos los habitantes de la Villa se preguntaban que había pasado.
Después de aquella calenturienta madrugada entre tia y sobrino, vinieron otras muchas más. Si aquel joven jinete no daba señales de agotamiento, la montura menos. Recuperar los polvos perdidos en aquella Batalla del Ebro, no era sencillo, pero con tenacidad seguro que lo conseguirían. Para que aquello no perdiese emoción, la tia Matilde decidió jugar al escodite en paños menores al ser la casa grande y antigua, los escondites abundaban. El que encontrase al escondido tenia la posibilidad de hacer con el otro lo que quisiese. A gozadora, a la tia no la ganaba nadie, no le impoartaba implicarse en un lujurioso 69 con su sobrino.
AL sobrino, desde el dia que enculo a aquella viuda en el campo, no deseaba otra cosa que darle por detrás a la tía. A ella también le debía gustar porque siempre estaba a punto.
Después del juego del escondite a la tia se le ocurrió jugar a los médicos, alli visitaron cada una de las cuevas del escondite de la tia, con más impetú que los médicos de cabecera claro.
Cuando llevaban varios días jugando, la tia propuso jugar al juego de la oca. Que ella sabía la tira, pero el sobrino se le adelantó. Cada partida ganada se la metía por detrás. Cuando ella no puedo aguantar más las enculadas pidió un receso.
Mientras aquel sobrino dormía para recuperar fuerzas, fue a visitar a una viuda que sabía que las cosas le iban mal, y esta aceptó complacida ocuparse de su rebaño.
-Todo lo que saques quedátelo- le dijo Matilde complacida de tener quien le cuidase el rebaño. Ya había encontrado la manera de no volver a separarse de su sobrino. Media hora después estaba desnuda esperando que despertase.
Un mes después, aquella casa permanecía con las puertas y ventanas cerradas, la genta no paraba de mirarlas,preguntándose que estaba pasando ahi dentro. Cuando la viuda sacaba las cabras y ovejas a pastar le preguntaban por ellos y ells respondía que se habían ido a Paris.