Una tia despampanante..

Mordí su culotte, aparé el hilo de tela que cubría su depilado coño, y empecé a chupar, a mamar, mientras su coño destilaba mil jugos, que yo absorbía. Metí mi lengua en su culo,abriéndolo de golpe.

Despampanante, una mujer realmente atractiva.

Lucía era una de esas mujeres a las que no hacía falta enseñar cachete para subir su autoestima y atraer al personal.

Es por eso que vestía de forma poco llamativa; jeans que se ajustaban a sus interminables piernas y acababan en un prominente culo redondo de caderas anchas, zapatillas de deporte, camisetas (normalmente anchas, lo que no disimulaba sus generosos atributos; unos pechos bien formados y una cintura apetecible, con un piercing en el ombligo); cabello corto y revuelto, sin maquillaje, aunque a veces con un toque de vaselina en los labios para protegerlos. (Ese toque le daba el don de la provocación; una cara angelical de ojos grandes y cejas finas, pómulos marcados y mofletes sonrientes, junto a unos labios brillantes (en su punto justo, natural) y una sonrisa encantadora, pero matadora.)

Una mujer informal, natural, espontánea, y al mismo tiempo delicada en cada gesto, en cada palabra.

Trabajaba de cajera en el supermercado de la esquina, tenía estudios, pero no quería atarse a una profesión; quería aprender de todas y cada una de las profesiones que le fuera posible.

Tuve oportunidad de conocerla cuando me mudé a aquel barrio.

Tengo 25 años, había estado viviendo con un colega de universidad, a quien echaron del trabajo y se quedó sin un duro.

Él decidió volver a casa de sus padres y yo, con mis pequeños ahorros, decidí alquilarme un piso en algún barrio barato, aunque lejano de mi institución. Mi perro y yo nos independizamos, por así decirlo, de Charlie.

Yo, contrariamente a Lucía, era un hombre alto, pero flaco, quizás destacable mi trasero, firme; el resto normal.

Pero sabía resaltar mis puntos fuertes, por lo que vestía con pantalones ajustados, pero no apretados, para resaltar mi trasero y camisas de rayas, zapatillas converse. Mi aspecto, lejos de ser formal, era más bien informal con un toque de elegancia y frescura, sé que llamaba la atención entre las mujeres. Además de la apariencia, mi gentileza con cualquier mujer era admirable, era todo un caballero.

Sólo unas semanas después de la mudanza pude comprobarlo.

Después de la mudanza (un sofá y una televisión, el frigorífico y la cama ya estaban en el piso de alquiler); pregunté a una vecina por el supermercado más cercano.

Muy contenta, me lo indicó.

Era una preciosidad de 18 añitos, bajita, morena, piernas bien torneadas y culo respingón.

Me dijo que, si me hacía falta, podía bajar a pedir lo que quisiera, por lo que deduje que buscaba una buena polla como la mía.

Le dije que no hacía falta, y marché al supermercado.

Cuando ya tenía mis artículos, habían dos cajas.

En una estaba ella. Con su uniforme de cajera, que consistía en un pantalón verde y una camisa a rayas, ajustada. Me encantó verla uniformada, e inmediatamente deseé conocerla. Pero, justo en esa caja, estaba la cola más larga.

Me resigné y fui a la caja de menos artículos.

Iba a salir del supermercado, cuando saltó la alarma.

En seguida un seguridad me lanzó de bruces al suelo, acusándome de ladrón.

Yo me quejé e intenté levantarme, pero aquel simio no me dejaba.

Fue entonces cuando Lucía hizo su aparición.

Le dijo al seguridad que me dejara, que quizás se había olvidado la otra cajera de registrar algún artículo, y que, antes de haber realizado tal embestida, debería haberme registrado.

En efecto, una colonia tenía el pita puesto.

Lucía me convenció para que no denunciara al simio, y éste me pidió disculpas (a partir de allí robé lo que me dio la gana en aquel lugar; si el simio me delataba podría denunciarle.)

Así fue como conocí a Lucía y me enteré que vivía en el parque de al lado del súper.

El encuentro fue tan fugaz que no me dio tiempo a pedirle una cita, pero todo se daría.

Aquella noche, paseando a Scooby, se produjo una alegre sorpresa.

Lucía paseaba a su adorable Bull Terrier por el mismo parque que yo.

Nos saludamos y emprendimos una agradable charla, que acabó en cita asegurada el viernes noche.

La recogería en el súper e iríamos a tomar algo a una cafetería que inauguraban.

Los dias se me hacían eternos... Yo sólo quería arrancarle aquel uniforme a mordiscos, morderle los pezones, lamer ese piercing, agarrar esas caderas, ese culito redondo, ese coñito... que no sé cómo sería, pero lo desharía a lametazos y a dedos. Esa boquita brillante tragaría algo más que vaselina... Y así me lo propuse mientras agarraba mi pene, erecto, e imaginaba cómo me la follaba en los baños de la cafetería encima del lavabos, atragantándole con mi lengua y exprimiendo sus senos y sus nalgas...

Sólo me quedaba esperar.

El viernes por la noche la recogí en el supermercado.

Se había cambiado y ofrecía un aspecto totalmente distinto al que solía mostrar; pantalones ajustados, sandalias, una camiseta de manga corta muy ceñida y el cabello rizado.

Aquella imagen hizo que mi pene empezara a moverse bajo mis pantalones, así que procuré pensar en otra cosa.

Fuimos a la cafetería, cada uno pidió helados con brandy y varios carajillos (junto a aperitivos cortesía de la casa), y, mientras charlabamos animadamente un grupo de música ambiental tocaba para todos los presentes una balada que incitaba a bailar.

La cafetería era un sitio muy acogedor, estilo ochentera; una bola de discoteca en el medio, una barra bastante grande al lado de una figurada pista de baile, y en la parte izquierda, mesas. Al fondo, algunos sofás.

No era muy grande, pero merecía la pena. Y la relación calidad/precio con el trato de los clientes era de primera.

Bastante acalorados por el brandy, le propuse bailar. Más bien le obligué, le tomé de la cintura, la levanté de la silla y la llevé a la pista.

El baile comenzó de forma suelta, a modo de mambo. Luego la tomé de la cintura.. y aproveché al máximo.

Mi pene, erecto, intentaba salir de mis pantalones. Lo dejé salir. Nadie se daba cuenta, ni siquiera Lucía, parecía bastante alegre. Me acerqué más a ella, la giré, la puse de espaldas y pegué mi polla a su culo. Restregué lo más que pude, hasta que Lucía empezó a decirme que había algo que le molestaba en el bolsillo, que se lo quitara.

Reintroduje mi pene en mi pantalón y sobé su culo haciendo como que intentaba quitarle algo que se hallaba muy al fondo de su bolsillo.

Estaba a punto de estallar.

Decidí marcharme al baño, donde acabé la faena imaginando el día en que consiguiera follármela.

Ese día llegaría. Y yo lo sabía.

Volví a la pista, y tenía varios moscones acechándola.

La tomé de la mano y decidí llevarla a mi casa, a ver una película.

Mientras caminábamos le expuse la idea y se mostró conforme, diciendo que se encontraba bastante mareada y necesitaba sentarse en un sitio cómodo.

Subimos a mi casa en el ascensor, coincidiendo con mi nena morena, a quien pareció decepcionarle la idea de verme con otra mujer.

Le guiñé un ojo antes de que saliera del ascensor, cosa que pareció no entender.

Indiqué a Lucía dónde estaba el sofá mientras iba a coger palomitas de la cocina.

Puse una película que pasaban por la tele, pero ninguno la vio.

Lucía estaba cada vez más dormida y yo expectante al ver que caía rendida en mis brazos, mientras me ofrecía un magnífico panorama; un canalillo perfecto y dos senos firmes, asomaba medio pezón de uno.

Sin poder resistirme más le besé, le mordí el labio apasionadamente.

Lucía, de súbito, despertó y se enfadó.

Había algo que no me había contado, y eso me enfureció.

Estaba comprometida.

Salió corriendo de mi piso y yo me quedé con un calentón que no me quitaría ni con 5 litros de agua fría.

Abrí la puerta y fui al ascensor para ver si aún quedaba rastro de Lucía, pero nada.

Bajé hasta la primera planta, pero se había esfumado.

Cuando me dispuse a subir al ascensor vi a mi pequeña morena abriendo la puerta del portal.

Había ido a comprar palomitas, estaba sola y aburrida.

Me dijo que había olvidado la bebida, y me ofrecí a dársela..

Pero con un poco de cristal todo estaría mejor. La droga de mis noches de locura, de inhibición, de felicidad.

Me la iba a follar lo que quisiera, me iba a quitar el calentón de Lucía con ese cuerpo de curvas perfectas cuyo nombre ni sabía, y luego ella ni sabría qué habría pasado.

Era el plan perfecto.

Cogí una coca-cola de la despensa a la que añadí un poco de cristal y whisky.

Bajé a dársela.

Llevaba un camisón que le tapaba lo justo para dejar espacio a la imaginación..

Me invitó a entrar pero la rechacé.

Dejé la puerta entreabierta al salir, y esperé a que hiciera efecto.

Media hora después ya era toda mía.

Estaba tumbada en el sofá, frente a la televisión, y, para mi sorpresa, estaba viendo porno con unos ojos como platos, masturbándose mientras se mordía los labios, con euforia.

Me senté a su lado y apagué la televisión.

La tumbé en el sofá y le até las manos con una sábana que cogí de otro sofá.

Acaricié su cabello, lacio y negro, sus orejas, su cara.

Acaricié sus labios con mi lengua, la cual empujé bruscamente dentro de su boca.

Lamí todos los recovecos de aquella boquita dulce, aun con restos de alcohol y cristal.

Me relamí.

Mordí su cuello dejándole marcas, lo chupé con ansia cual vampiro hambriento, agarré sus pechos, por encima del camisón más grandes que los de Lucía, pero de pezones más oscuros, y, antes de exprimirlos con violencia, los chupé y mordí.

No podía más.

Subí el camisón del todo, bajé a su cintura, besé su ombligo, y seguí bajando.

Mi morena no decía nada, sólo reía y suspiraba, sé que estaba en estado se shock, y, a la vez, de euforia.

Llevaba un culotte de encaje negro.

Lo empapé de saliva por encima, para que se fuera mojando.

Lo palpé, agarré sus nalgas, las estrujé, volcando en ella la frustración de no haberme podido follar a la puta de Lucía.

Mordí su culotte, aparé el hilo de tela que cubría su depilado coño, y empecé a chupar, a mamar, mientras su coño destilaba mil jugos, que yo absorbía.

Metí mi lengua en su culo,abriéndolo de golpe.

Ella intentó cerrarlo, pero no podía pararme.

Metí dos dedos en su coño, y otros dos en su culo.

Froté arduamente a la par que mamaba.

Le clavé mi polla de una,a lo que ella contestó con un grito.

Le tapé la boca.

-Mi morena, puta, calla que vas a disfrutar.

Sentía que estaba dentro suyo, me agarré a sus pechos, mientras la penetraba los mordía, dejando pequeñas heridas.

Estaba disfrutando como un cabrón, y ella también.

Gemía, le gustaba. Yo lo sabía, la estaba violando y a la muy puta le gustaba que le dieran lo suyo.

"Eso te pasa por provocadora"- pensé.

Decidí entonces escupir en su culo.

-Disfruta y calla, zorra provocadora, esto te enseñará a ir por ahí en camisón semitransparente.

Embestí contra su culo mientras le tapaba la boca.

Al principio me costó entrar, era virgen. Pero cada embestida iba siendo más fluida.

Le metí un dedo en el coño, se empapó de jugos, se lo metí a la boca, y luego lo relamí.

Joder, cómo me estaba poniendo la muy zorrita, habría de hacer aquello más a menudo.

Me follé su culo virgen, su coño depilado, me faltaban sus tetas y su boca.

Le metí la polla en la boca, cómo chupaba la nena.

Me corrí en su boca. Le obligué a tragarlo casi todo, una parte la derramé por sus tetas y su coño.

Los restos que había de cristal en su boca, y yo había lamido, empezaban a hacer efecto.

Yo también empezaba a estar eufórico.

Aquella noche me corrí en cada recoveco de su cuerpo.

Antes de las 6 de la madrugada me fui a mi casa, únicamente poniéndole el camisón, dejándole corrida por todo su cuerpo.

Y la película porno.

Pero no. No olvidé a Lucía.

Me vengaría.