Una tía buena
Recuerdos de juventud
Tenía yo en aquel tiempo unos 19 años, pero claro los 19 años de las personas de mi edad no son, ni con mucho, los de los jóvenes de ahora. Pero aún así mi naturaleza ya reclamaba algunas “atenciones”, con lo que me masturbaba con frecuencia, ya que no había tenido sexo con ninguna chica hasta entonces, salvo escarceos que ahora se considerarían inocentes: Algún beso, algún tocamiento y poco más, y eso que desde los 18 tenía coche y carnet.
Por los días en que se desarrolla mi historia había venido a pasar unos días con nosotros a Madrid una hermana de mi madre, mucho más joven que ella, de unos 35 años, pues era la menor de una larga saga. Procedía de un pueblo de la Extremadura deprimida, por lo que le asombraba todo lo que veía en Madrid. Yo solía hacerle de “Cicerone” paseándola por los lugares más típicos de la ciudad.
Una tarde de aquel verano, me había entrado a mí la calentura, y tendido en la cama de mi dormitorio me estaba haciendo una paja pensando en alguna de las chicas a las que había tocado los pechos en el coche. En eso, sin saber porqué, porque nunca lo había hecho antes, entró Julia; así se llamaba mi tía; en mi habitación. No me dio tiempo a ocultar mis manipulaciones.
-¿Qué haces niño? ¿No sabes que eso es un gran pecado y que puedes quedarte ciego?
-Bueno, yo…
-Tendría que contarle esto a tu madre. Aunque si quieres confesarte conmigo tal vez me lo pueda callar.
Se vino a sentar en la cama, a mi lado. Cuando traté de ocultar mi pene bajo los calzoncillos dijo.
-No, no escondas tu pecado.
-¿Entonces qué hago?
-Cuéntame en que pensabas mientras hacías esa guarrería.
Más o menos traté de contarle mis fantasías nunca realizadas; cualquier cosa con tal de que no le dijese a mi madre lo que me había visto hacer; Me sorprendió cuando cogió mi polla con su mano y empezó a acariciarla mientras decía.
-Todo eso está muy bien, y es natural, pero no puedes darte gusto solo, es mejor que te lo haga una mujer.
Al poco estaba masturbándome ella con gran maestría.
-¿A que te gusta más que te lo haga yo? Y además no es pecado.
-¡Sí, sí, me gusta mucho!
-Lo sabía. Pues puedo hacerte otras cosas que te gusten todavía más. ¿Quieres?
-Sí, por favor.
Acercó entonces su boca a mi pene y empezó a chupármelo con delectación. Yo estaba como transportado al cielo. Ella dijo:
-Tu tita te está dando mucho gusto, pero tú también tienes que dárselo a ella –Se levanto la falda y se quitó las bragas- Anda, chúpame tú a mí esto –y puso su coño en mi boca mientras volvía a mamármela.
En medio de espasmos de placer en los dos, con voz ronca y entrecortada, me dijo:
-¡Ah! Mira mi niño, ahora quiero que me la metas en mi chocho, como soñabas cuando te hacías la paja.
Se puso sobre mí, cabalgándome, y se la metió hasta el fondo. Saltaba como una loca sobre mi polla mientras emitía sonidos guturales.
-¡Ay que me corro mi niño! ¡No pares! ¡Folla bien a tu tita!
No sé las veces que me hizo cambiar de postura. No sé las veces que me corrí. Mucho tiempo después, ya agotados, me dijo:
-¿Ves? Así es como se deben hacer estas cosas. Y para que no caigas en la tentación de volver a hacerlo solo, quiero que todas las noches, hasta que me marche, vengas a mi cuarto a repetirlo. O si no, para que no te preocupes, yo vendré aquí cada día. Sabes que es el precio que tienes que pagar para que no le cuente nada a tu madre.
En tres semanas que estuvo en casa me folló a más y mejor cada noche, y cuando la sacaba a ver cosas de Madrid no dejaba de ponerme la mano en la entrepierna y suspirar.