Una terapia particular para María

María, una madre de familia que vive la monotonía de una vida resuelta, encuentra por fin, con la ayuda de su masajista, lo que necesitaba y no se atrevía a pedir a su marido.

UNA TERAPIA PARTICULAR PARA MARÍA

(Tomada la idea de un relato ya existente, la he reelaborado a mi gusto)

Soy un masajista profesional que tras acabar mis estudios de fisioterapia llevo ya bastantes años ejerciendo como tal. Para ello, en su día, decidí adaptar una parte de mi vivienda particular como lugar de trabajo. Instalé un pequeño recibidor y la amplia sala de consulta y masajes propiamente dicha, donde, además de la camilla, dispongo de algunos aparatos que me facilitan la labor; aunque, sin duda, son mis manos, básicamente, las que se encargan de aplicar las terapias necesarias en cada caso.

Mi especialidad son por un lado el masaje terapéutico y deportivo para la recuperación de lesiones musculares y articulares, y por otro, el masaje relajante general y anti-estrés cada vez más demandado, en particular por las mujeres. Quiero dejar claro desde un principio, que para nada este último conlleva ninguna connotación de tipo sexual al estilo de los que son tan frecuentes en los anuncios por palabras de tantos periódicos. Tengo que reconocer, no obstante, que excepcionalmente sí me ha sucedido que a petición expresa de alguna cliente, y tras la confianza que genera la realización de varias sesiones, he accedido al masaje íntimo completo para proporcionar sensaciones placenteras al final del masaje, una vez conseguida la relajación corporal buscada inicialmente. Insisto en que siempre ha sido como respuesta a la sugerencia de alguna clienta bien conocida y que siempre me he negado en redondo a proporcionar ningún tipo de masturbación más o menos expresa cuando me lo han solicitado, que para todo hay, en una primera visita, o que siempre he rechazado esa posibilidad al proporcionar información sobre mis servicios cuando alguien me contacta telefónicamente. En estos casos anulo la cita directamente.

Centrándome en el caso que quería relatar, puedo decir que María ha estado viniendo a mi consulta un par de veces al mes durante el último trimestre. Es una mujer más cerca de los cuarenta que de los treinta, encantadora al trato, de agradable charla y que resulta especialmente atractiva y sensual tanto por su inteligencia como por su natural belleza. Poseedora de un rostro angelical de cuidado cutis, donde resaltan sus expresivos ojos enmarcados en su media melena rubia, destacaría de ella su cuerpo bien proporcionado y dotado de marcadas curvas femeninas. Tiene unos rotundos y aún tremendamente esbeltos pechos, cintura más bien estrecha que da paso a unas amplias caderas que circundan un vientre apenas algo curvado y unas nalgas llamativamente salientes y redondas, de sugerente carnosidad. Sus piernas, que como todo su cuerpo, se revisten de una suave piel blanquecina, van estrechándose desde los bien moldeados muslos hasta los tobillos y los pequeños pies. En definitiva una atractiva y madura mujer, elegante en el vestir y bella sin artificios, capaz de magnetizar a cualquiera que la pueda tratar personalmente, máxime, si como en mi caso, tengo la suerte de tenerla semidesnuda entre mis manos para masajearla, aunque sea profesionalmente y sin más intenciones.

Por las desenfadadas charlas que habíamos mantenido en las anteriores sesiones mientras le soltaba los músculos y la relajaba, sabía que era mujer casada, madre de dos criaturas y profesora de instituto. De alguna manera me había dado a entender que su vida de pareja, tras diez años de matrimonio, había entrado en una monotonía que la exasperaba, lo cual me inducía a suponer, dado que no hacía más que repetir, siempre con buen humor, pequeñas anécdotas de lo que ella llamaba su vida de "señora madurita respetable", y que siempre denotaban un fondo de frustración, que la evidente sensualidad de su personalidad y de su anatomía encerraba algún tipo de deseo o necesidad íntima por cumplir.

Había acudido a mi buscando, según ella, un contrapunto relajante a las tensiones que le creaban los monstruitos que día a día tenía que soportar en sus clases. Siempre venía a darse los masajes con una muy discreta pero elegante ropa interior, y, sin perder la sonrisa, siempre mostraba delante mío un aire como de cierta timidez que la hacía encantadora.

Nunca durante la casi hora completa que dedicaba a recorrer su cuerpo en cada sesión, me había dado muestras, hasta aquel día, de buscar realmente nada más que relajar su cuerpo y su mente. Aquel día, sin embargo, me pareció encontrarla especialmente tensa y más callada que de costumbre. En cuanto a esto, tengo que decir que yo siempre me adapto a la disposición del cliente: si quiere charlar yo le sigo el hilo, si, por el contrario, gusta de permanecer callado, entonces simplemente dejo que domine el ambiente algún tipo de música "new-age" que facilite la relajación. En definitiva, dejo que la corriente fluya naturalmente.

Como de costumbre, tras despojarse de la ropa de calle y tumbarse boca abajo sobre la camilla, comencé masajeando la espalda de María. Le solté el sujetador, y tras aplicarle un chorrito de aceite de jazmín sobre la hendidura de la columna, comencé a repartirlo masajeando toda su espalda y hombros. Tuve que dedicar algo más de tiempo que lo normal a soltarle los nódulos que le encontraba recorriéndole, en mi secuencia habitual de movimientos, la espina dorsal, los laterales e insistiendo sobre todo en la nuca y la región lumbar. Como permanecía en silencio, le pedí que acompañara el masaje haciendo lentas inspiraciones que ayudaran a relajarla.

Una vez acabada la zona de la espalda, y tras secársela con una toallita, le recoloqué y até el sujetador, y pasé, como suelo hacer, a centrarme en los glúteos. Le retiré la braga de satén blanco con puntillas en los bordes que traía hacia abajo lo suficiente para dejarle las nalgas por completo a la vista, pero procurando, por discreción, que sus partes más íntimas permanecieran ocultas. A ella le gusta recibir un masaje firme en su trasero, por lo que, tras untarle con el lubricante sus dos espléndidos mofletes, con mis dedos y nudillos comencé a amasarle todo el culo presionando y soltando alternativamente su blanca y delicada carne. Mientras lo hacía me pareció oírle como un suspiro, por lo que le pregunté si todo iba bien; ella asintió moviendo ligeramente la cabeza, así que seguí insistiendo trabajándole intensamente los glúteos.

Siguiendo con mi acostumbrado recorrido, le subí las bragas a su sitio natural y comencé a recorrerle las piernas. Desde los tobillos hasta el extremo superior de las extremidades, las palmas de mis manos le trabajaron las pantorrillas y sus delicados muslos. Y nuevamente suspiró cuando inadvertidamente introduje la mano por la cara interna de sus suaves muslos llegando a toparme con el contacto de la puntilla de su braga en lo alto de la entrepierna. Queriendo confirmar lo que me había parecido, ahora ya adrede, llevé mis dos manos hacia arriba simultáneamente y con premeditada lentitud por la zona interna de ambas piernas y cuando alcanzaron el tope, las retuve ligeramente mientras masajeaba muy suavemente toda la sensible zona cercana al reborde de la braga y, presionando hacia fuera, le impulsé a abrir algo más los muslos mientras notaba perfectamente en el lateral del dedo que chocaba con su vulva lo mullido de sus labios sexuales bajo la tela. Ella ocultaba su cabeza entre sus brazos y respiraba algo acelerada y profundamente. Yo, al reparar en ello, no dije nada y presioné suavemente con mis dedos hacia arriba con calculada parsimonia. Su respuesta fue un nuevo suspiro.

Casi ya no me quedaban dudas de que esta vez estaba disfrutando el masaje más de lo habitual. Esa constatación, unido al hecho objetivo de que su cuerpo era ciertamente un modelo de excitante sensualidad, me animaron a dar una vuelta de tuerca, e ir un poco más allá de lo supuestamente correcto, y decidí que el masaje, por una vez, le resultara estimulante y afrodisíaco para su líbido, en lugar de relajante. Sabía que tenia que ir con cuidado para ir analizando su respuesta y saber cortar a tiempo en caso de que fuera necesario, no quería molestarla ni crearme problemas que me pudieran perjudicar seriamente. Quise ser algo sugerente y recorrí de nuevo suavemente su espalda con mis dedos, más acariciando que masajeando, y pensé que lo mejor sería soltarle de nuevo el sujetador antes de hacerle dar media vuelta para así, luego, tener acceso libre a sus pechos desnudos, porque intuía que el efecto de mis manos en sus seguramente sensibles senos podía ser devastador y definitivo para su excitación. Además, me intrigaba saber cómo tenía los pezones, ya que en mis masajes solía obviar toda esta zona anatómica cuando el cliente era una mujer.

Le solté el clip del sujetador y le fui bajando las tiras de los hombros muy lentamente, como queriendo indicarle que el masaje tomaba un nuevo rumbo. Ella parecía dejarse llevar por la situación, y yo mismo comenzaba a dejarme seducir por lo morboso del momento, sintiendo como un creciente estremecimiento nacía en mi entrepierna.

Ya era hora, pues, de que se diera media vuelta, y así se lo señalé en la forma habitual que aplico con muchos de mis clientes para darles confianza: dándole un par de cachetes en el culo mientras le decía

"Dáte la vuelta, por favor".

Y María dijo en un susurro:

"Házme eso otra vez, por favor"

Pensando que quería más masaje, le repliqué:

"¿Dónde quieres, en la espalda, en el trasero o en las piernas?"

Y para mi sorpresa, ella respondió:

"No, masaje no, quiero que me azotes en el culo"

Por un momento me quedé sorprendido y algo descolocado.. Me acerqué hacia delante y María levantó ligeramente la cabeza con una nerviosa sonrisa y un brillo especial en sus ojos. Le pregunté si hablaba en serio, y ella me contestó que sí, que estaba muy avergonzada pero que se sentía excitada y que de siempre había tenido la fantasía de entregar su culo para que se lo azotaran y abusaran de alguna manera, pero que nunca había tenido el valor de confesárselo a su marido, ya que este era muy clásico practicando el sexo y le daba miedo de que la rechazara por sucia y extravagante. Siguió diciéndome que tras las últimas sesiones de masaje conmigo, sintiendo cómo yo le manipulaba el culo, le había surgido la idea de hacerme la proposición y que hoy, aunque con todas las dudas y vergüenzas del mundo, venía casi decidida a hacerlo, y que por fin lo había hecho. Añadió, como disculpándose, que entendería mi rechazo profesional, pero nuevamente me rogó que le hiciera el favor porque era una necesidad íntima para ella y no veía mejor oportunidad que la que yo le daba teníendola ahí semidesnuda y tendida boca abajo.

Tras oírla, y aún sorprendido, permanecí sin saber por unos tensos momentos cómo responderle; la respuesta a darle me vino facilitada por la conmoción que iba a más, dentro de mis pantalones. Y es que como ya he dicho antes, suelo dejar que la corriente fluya naturalmente, y en esos momentos el flujo de mi sangre tenía un destino muy concreto en mi cuerpo. Además, tengo que reconocer que siempre me han atraido el spanking y los juegos suaves de bdsm, especialmente el bondage. Con alguna pareja que tuve, era un delicioso juego que nos excitaba sobremanera a los dos como preludio al sexo más caliente. Y ahora, allí, una sensual clienta me estaba rogando que le azotara en su lascivo culo.

Sin decir nada, le sonreí abiertamente y yéndome hacia atrás plegué la parte trasera de la camilla para que le colgaran las piernas y quedaran sus nalgas bien expuestas y salientes. Posé mis dos manos sobre sus bragas y comencé a tocarle y sobarle toda la amplia superficie redonda que me ofrecía. Tras varias idas y venidas alargando el morboso suspense, un suspirante y apagado "por favooor!" surgío de la cabecera de la camilla.

"Paciencia, María, -le respondí- los mejores momentos llegan para aquél que sabe esperar".

Yo seguí deleitándome con la lenta exploración de todo su culo. Introduje las manos por los laterales bajo la tela y avanzando alcancé con las puntas de los dedos el borde de la raja central, abarcando con la palma abierta todo lo posible la suave, fresca y sensible piel de sus carnosos y rechonchos globos. Casi ya los podía presentir ondulantes rebotando al impulso de mis manos. Presionando con la palma y tirando hacia fuera con los dedos, jugué a abrirle y cerrarle varias veces la raja metiéndole cada vez más la punta de los dedos en la profunda grieta, y haciendo que la yema del índice se enganchara finalmente en el borde de la entrada de su ano.

La frecuencia de sus aspiraciones fuertes y prolongadas, seguidas de espiraciones a veces acompañadas de un suave gemido, iban casi a la par de los pequeños estremecimientos que me tensaban el pene hacia arriba en su completa erección constreñida por la ropa que lo aprisionaba.

Saqué las manos y sin esperar más le solté un suave cachete con la mano derecha encima de la braga.

"Dáme más fuerte sin miedo y no pares hasta que yo te diga"- me dijo-.

Ningún problema, pensé; y comenzé a darle sin pausa un azote tras otro alternando la nalga derecha y la izquierda mientras me recreaba en el impactante y rítmico sonido que mis palmadas producían en su trasero. Con cada contacto, ella meneaba ligeramente su cuerpo indicando el gusto que le producía la sensación de la fantasía cumplida.

Tras un par de docenas de firmes azotes paré, y antes de que ella me dijera nada me adelanté:

"María, seguro que tu culo agradece mucho más los azotes si lo tienes desnudo".

Ella tardó en contestar haciéndome creer por un momento que había ido, quizá, más lejos de lo que ella deseaba, pero entonces un ansioso y sugerente

"sí, por favor, quítame las bragas" me despejó todas las dudas y me dejó el campo abierto a maniobrarla a mi gusto.

Autocomplaciéndome volví a deslizar mis dedos dentro de la braga, sintiendo ahora con mi tacto una sensacón medio tibia, medio caliente sobre su fina piel. Suavemente volví a acariciarle los dos mofletes mientras ella suspiraba de gusto sobre la mesa. Lenta, muy lentamente, le fui retirando la prenda hacia abajo intentando acrecentarle la sensación de sentirse exhibida, para que se sintiera realmente obscena con su culo en pompa, con su vulva a la vista según la braga le bajaba por los muslos. Se la saqué por completo por los pies, y por unos momentos me quedé contemplando la vista que me ofrecía. Ya conocía la esplendidez de su culo, pero ahora aparecía por completo desnudo, enormemente lujurioso en su forma perfecta, con un color sonrosado fuerte a causa de mis azotes y que contrastaba claramente con la fina blancura de sus muslos. Teniéndola ahí, expuesta sin matices, era inevitable que mi vista se centrara también bajo su culo. De hecho era la primera vez que le podía ver sur órganos sexuales exteriores y su visión me excitaba a mi también. No pude resistir la tentación de palparme el bulto del pene mientras le pedí que separara más los muslos, y ella lo hizo complaciente. Al instante me llamaron la atención sus prominentes labios sexuales, carnosos como su culo. Acercando mis manos a sus caderas y pinzándole con los dedos por los bordes, fui abriéndole el culo y la vulva para observárselo todo al detalle. Sin estar rasurada, sólo un ligero bello rubio mediocastaño le cubría la zona vulvar y una muy fina tirilla de pelillos muy cortos le subía por el perineo justo hasta rodearle la entrada del ano, incrementándole, a mi gusto, la lascivia natural de todo su sexo y orificio trasero.

"María -le dije al tiempo que presionaba con los dedos para que se le abrieran los labios mayores- tienes un culo y un sexo perfectos, hechos para el placer de un hombre y seguro que para el tuyo propio también".

Con mis palabras, además de ser ciertas, buscaba de alguna manera incrementarle su sensación de entrega, que se abandonara a lo que seguramente sus deseos más ocultos y primarios le requerían y que dejara aflorar su condición de sumisa en ciernes, cosa de la que ya pocas dudas tenía yo después de que me confesara sus deseos de que le azotara el culo. Me detuve observándole la entrada de la vagina. Su color era idéntico al que yo había conseguido darle a su culo, un rosa muy vivo que brillaba luminoso delatando la humedad que la empapaba en todas sus delicadas mucosas internas. Ella no contestó nada, pero sabiendo muy bien que le estaba examinando el coño, simplemente hizo un gesto mucho más elocuente que cualquier cosa que me hubiera podido decir: elevó un poco el culo y abrió aún más los muslos para facilitarme la labor.

En agradecimiento creí conveniente darle el gusto, y dármelo a mi, y comencé de nuevo a zurrarle las nalgas. Pero ahora quise marcarle bien el papel que debía jugar, y seguí jugando con los mensajes orales que le enviaba, y que, de seguro, podían ser tan efectivos como mis manos sobre sus glúteos. Por eso le dije:

"Sin embargo, te mereces un serio correctivo, porque no está bien que una elegante y respetable madre de familia vaya por ahí abriéndose de piernas y enseñando el chocho para que se la vea lo mojada que está, te voy a calentar el culo, zorrita ".

Y comencé a soltar mi mano una y otra vez, nalga izquierda, nalga derecha, plis, plas, plis plas...A veces descargaba el azote sobre el borde superior de sus muslos para volver luego a sus tersas nalgas. Entre cachete y cachete podía oir sus cada vez más claros gemidos entre los que intercalaba algún sordo chillido:

"Ahh!, duele -llegó a decir- pero me gusta, sigue dándome, así, así..."

La verdad es que a mí me estaba gustando tanto como a María todo aquello. Con cada golpe, ella no paraba de menearse sobre la mesa por lo que tuve que sujetarla con la mano izquierda sobre el centro de su espalda para que se estuviera quieta. El rosa de su culo empezaba a tomar tonos escarlatas, y allí donde depositaba la mano se le quedaba marcado en blanco por unos instantes todo el perfil de los dedos.

Miré al reloj de la pared, y me di cuenta que faltaba escasamente un cuarto de hora para mi siguiente cita, se lo dije a María y le di tres o cuatro cachetadas más. Paré y le acaricié nuevamente su estupendo culo con toda la ternura que pude. Suavemente deslicé mis dedos entre sus piernas procurando abarcarle toda la vulva hasta el pubis. Mientras por los bordes restregaba un par de dedos sobre la prominencia de ambos labios, con el dedo medio le presioné directamente sobre la rajita para poder acariciarle con la yema los rebordes internos. Estaba totalmente lubricada y con mi íntima caricia se estremeció de gusto.

"Gírate María" le dije mientras le desprendí por completo de su sujetador. Ella se acomodó boca arriba totalmente desnuda. Su rostro denotaba también los signos de su excitación: brillo en los ojos, leve sonrisa mantenida y mejillas coloreadas.

Ahora tenía ante mi la visión libre de sus tetas al aire. Y, francamente, mejoraban incluso las expectativas que presentaban cuando me había fijado en ellas ocultas bajo los discretos sujetadores que utilizaba. Eran dos voluptuosas masas, a medio camino entre la descarada turgencia juvenil y la incipiente flacidez madura, simétricamente perfectas, bellamente voluminosas al estilo de las venus renacentistas, diría yo. Su blancura casi lechosa presagiaba una superficie enormemente sensible que contrastaba con las bien marcadas areolas de color rosa algo parduzco, donde destacaban sobremanera sus oscuros, rugosos y ya abultados pezones. En su expuesta desnudez eran la perfecta imagen de la feminidad libidinosa.

"Me apetece masajearte las tetas antes de que te vayas" le dije con medida suficiencia y algo obscenamente, una vez que confiaba plenamente en su estado de excitada entrega.

Le apliqué algo de aceite y comencé a masajeárselas con firmeza, abarcándolas y sobándolas sin contemplaciones, apretando y presionando, y alternando a ratos alguna suave caricia. Le recogí ambos pezones entre mis dedos para endurecérselos al máximo, los hice rodar entre las yemas, los estiré y retorcí, y rápidamente cosiguieron una dureza y un estado de erección llamativo. Una lagrimilla brotó de los ojos de María.

"¿Demasiado duro?" le pregunté, y ella asintió con la cabeza. Se los solté pero me prometí a mi mismo que si tenía la ocasión en el futuro, trataría de conocer mejor la sensibilidad de sus maravillosas tetas.

"Por favor, antes de terminar haz que me corra" me solicitó.

"¿Qué quieres que te haga?" le respondí inocentemente.

"Fóllame el coño con tus dedos"soltó de repente. "Ya, por favor, estoy ardiendo"

"Con mucho gusto, señora" respondí."Pero esas no son formas de hablar, te tendré que castigar más tarde por tu grosería" añadí con una sonrisa maliciosa.

Me coloqué en la base de la camilla y le subí los pies agarrándole de los tobillos para que los apoyara en el borde, le separé los muslos y la atraje hacia mí haciendo que doblara al máximo las rodillas. Su coño se mostraba totalmente mojado y le introduje un dedo en la vagina. Comencé a imitar los movimientos del pene entrando y saliendo. Al principio delicadamente, para ir aumentando progresivamente la frecuencia de la penetración. Conforme lo hacía, su excitante desasosiego iba en aumento, gemía ostentosamente y ladeaba la cabeza alternativamente. Le metí un segundo dedo y empezó a retorcerse sobre la mesa. Tuve que colocarle la otra mano sobre su bajo vientre para tenerla controlada, lo que aproveché para con el índice y el pulgar de la misma mano, tomarle el clítoris y masturbárselo entre las yemas. Cerró los ojos y tensó todos los músculos de la cara. Poco después introduje un tercer dedo en su dilatada y chorreante vagina, ya podía sentir como si fuera el grosor de una polla lo que le estaba llenando y follando. Aceleré las penetraciones combinando los dedos estirados con otras en las que los flexionaba mínimamente para intentar restregarlos por todas sus paredes vaginales. Viendo que su orgasmo era inminente me atreví a provocarle:

"Vamos María, córrete ya!, quiero que me mojes de verdad"

Mi petición fue como un detonante para ella, arqueó la espalda estirando el cuello y echando la cabeza para atrás, cerró las piernas entre espasmos en sus muslos y vientre, y se dejó ir en un gemido interminable mientras una cálida sensación recubrió mis dedos en su interior.

Tras su oleada de placer, fui suavizando mis movimientos hasta acabar por retirarme. Ella permaneció tendida, relajó sus piernas y con una agradecida sonrisa dejó que le limpiara con toallitas el exceso de aceite, su propia transpiración corporal y el flujo de su vagina.

"Gracias -me dijo-, creo que ha sido el mejor que he tenido, estoy féliz por haberme atrevido a pedirte lo que necesitaba, y estoy muy satisfecha por lo que me has hecho, ¿podré volver?"

"Sí, si lo deseas, has tenido un buen orgasmo, y a mí también me has excitado -le dije abiertamente- ahora que sé lo que buscas, sin duda, sabré aplicarte la terapia que necesitas".

Al reincorporarse me rodeó con sus brazos para darme un beso de agradecimiento.

La dejé vistiéndose mientras salí al recibidor para atender el timbre que anunciaba la siguiente visita.