Una teoría compleja para un amor eterno, 9

Nadie es lo suficientemente pequeño o pobre para ser ignorado

XVII

TODO ESTÁ ILUMINADO

Sábado, 10 de octubre de 2015

00:45

Lara.-

Recuperé la consciencia en la sala de Urgencias del Hospital. Había sido más un susto que otra cosa. Me opuse firmemente a que me ingresaran; qué tontería, me encontraba  perfectamente.

Fue una sorpresa que no estuviera Puertas a mi lado, habría jurado que fue quien me sacó del local cuando empezaron a arder aquellas botellas de gasolina. Aunque al principio me asusté y empecé a gritar, luego me repuse y estaba a punto de coger el extintor y acabar con el incendio. Tampoco es que fuera gran cosa, pero  el humo me mareó y comencé a perder la consciencia justo cuando me pareció oír a Albert entrar gritando mi nombre.

Me sentía como en un cuento de hadas, la princesa siendo salvada por el valiente caballero. ¿Os digo un secreto? Estoy segura de que me desmayé con una sonrisa en mis labios, sintiendo cómo mi cuerpo era levantado por los fuertes brazos de mi hombre. Toda la vida esperando ser rescatada por ese concreto héroe.

¿Y se reían de mí porque no me importaba la diferencia de edad? ¿Qué sabrá nadie lo que me hace sentir Puertas solo con una mirada?

Así que, en cuanto me desperté y me dijeron que estaba bien, me dirigí sin perder ni un instante al bar.

Quería ver cómo había quedado. Confirmar que todo iba bien. Mi móvil estaba totalmente descargado y no podía llamar a nadie pero tenía dinero y pedí un taxi.

Me encantó llegar a “El Juli” y ver que estaba abierto, con las luces encendidas, y con Juli, Joya y cinco trolls dentro del local. Detrás de mí noté que alguien me seguía.

-Coño, Lara, ¿qué tal estás?

-¿Cómo voy a estar, Jose? Cojonudamente. Totalmente recuperada y preparada para meter caña a quien haga falta.

-Seeee, ese es el espíritu, campeona. Joder nos tenías asustados.

-No ha sido nada, un mareo tonto, nada más.

-Pues no veas cómo se ha puesto Albert, colega.

-¿Sí? ¿dónde está?

-Viene de camino. Me ha dicho que pasara por aquí. Estaba vigilando su casa por si había algo raro. ¿Sabes? No me fío mucho, he dejado ahí a alguien del sindicato. Un chaval nuevo que es de confianza.

-Ten cuidado, Jose, sabes que a Puertas no le gusta que mezcles al sindicato en sus temas.

-No hay cuidado, no va a hacer nada. Simplemente observar un par de horas.

-Venga, va tronko, vamos a celebrarlo que tengo una ganas locas de apretarme un par de tercios con vosotros, qué coño.

-Sí, Lara, un par de tercios. Joder, ya pensaba que el viernes iba a ser una mierda pero, mira tú por dónde, al final se va a quedar en una reunión de colegas. Dios, adoro estos imprevistos.

Entramos en el local. Juli estaba en la barra y sirviendo copas. Hacía mucho tiempo que no le veía tan feliz. Servía  las copas y pinchaba música, hoy le estaba dando al punk, “Somebody put something in my drink” de Ramones, “God save the Queen” de Sex Pistols, “What do I get?” de Buzzcocks, “I fought the law” de The Clash.

Había que reconocerlo,  Juli sabía pinchar buena música. La noche continuaba el ritmo infernal que le estaban imprimiendo las canciones. Los trolls se retiraron a sus respectivas cavernas en cuanto Joya les hizo una indicación.

No hubo abrazos, ni despedidas, mañana sería otro día y había sido un placer ayudar, las que se van por las que se vienen, y demás topicazos. Diez minutos después de la estampida, y  mientras sonaba “En Blanco y Negro” de Barricada, Albert atravesó la puerta del local.

Fijó su vista en mí, su  cara  formó una sonrisa y mi alma se derretía mientras sostenía su  mirada. Sonreí también porque era lo único que podía hacer, me lo pedía el cuerpo. Miento, lo que de verdad me apetecía era arrojarme en sus brazos, rodear su cuello, besarle, introducir mi lengua para jugar con la suya y no soltarle hasta que nuestros cuerpos se fusionaran. Pero me contuve … una vez más.

-Tú, tontísima inconsciente –dijo Albert- ¿qué pensabas que estabas haciendo exponiéndote tanto, grandísima torpe? ¿Qué pretendías? ¿matarme de preocupación? Que sea la última vez que te pones en peligro –y sus ojos enrojecieron mientras amanecía un brillo húmedo en ellos- para eso estoy yo ¿te enteras? La próxima vez te sales del local y llamas al 112 que para eso se les paga, joder –y acercándose a mí me abrazó, tan fuerte, que sentí todo el calor que emitía su cuerpo, un calor que me embargaba-

-Lo haré, “Puertas”, lo juro –y yo quería decirle “te lo juro por el amor que te tengo, Alberto”-. Pero me contuve … otra vez.

-Dios, Larita qué susto me has dado.

Ese momento mágico, ese instante de felicidad fue interrumpido por el “Joya” y por “Jose”. Fueron a por él. Con un gesto de felicidad en sus rostros, la satisfacción del deber cumplido. Haber combatido y vencido en esa “guerra relámpago” de unas horas. Toda una exhibición de testosterona que se acentuó con la canción “Quiero ver” de la Polla Records que pinchó “El Juli” a continuación, sonando en el local mientras los tres la cantaban al unísono formando un coro,

Quiero ver:

su cara gasolina tirada por el suelo

y sus bonitas casas ardiendo con su fuego

Sus coches tan lujosos chocados entre si

y su puto dinero volar lejos de aquí

Un coro al que me uní, claro

Quiero ver:

a sus perros guardianes

tirados en el suelo en un charco de sangre

Para gritar los cuatro juntos la última proclama de esa canción de guerra

Porque sé que son muy peligrosos

y si no caen ellos, caeremos nosotros

Si algún día mi hijo me preguntara “¿cómo era mi padre?” esa sería la imagen que le describiría perfectamente. Cantando con su gente a coro, gritando a los cuatro vientos que nadie podría con nosotros. Feliz solo con unos pocos amigos, unas cuantas canciones y un par de tercios Mahou, etiqueta verde que cayeron a continuación. Ah, y con esa sonrisa eterna en su semblante.

Jose.-

Aquella fue una madrugada de triunfo aunque me sentí un poco desplazado al dedicarme únicamente a vigilar la casa de Albert pero estaba claro que había sido una victoria clara y contundente. Una acción improvisada de mi amigo del alma, una más de sus genialidades. Porque eso era lo mejor de todo, no había existido un plan previo, simplemente no había dado tiempo a idearlo y en esas condiciones era donde mejor se movía.

Todos estos años formando un binomio de acción ejecutiva con él me habían demostrado que “Puertas” sabía usar las circunstancias del momento para que le favorecieran. Era como un gato cuando resbala, siempre usa la cola para caer de pie. Lo mismo hacía Albert, utilizaba los recursos que tenía para obtener el mejor resultado.

Podría haber sido un líder en cualquier cosa que se hubiera propuesto pero nunca rebasaba cierto límite. La línea roja infranqueable para Alberto “El Puertas”, “El Abogado” era Fran. Nunca iría en contra de la voluntad de su esposa, ni por asomo la perturbaría. Esa actitud cercenaba mucho su potencial. Las guerras no se pueden detener los fines de semana, no se puede ser un luchador a tiempo parcial, la dedicación debía ser absoluta y eso no lo aceptaba mi querido amigo.

Y me jodía, me molestaba mucho que sacrificara todo por Fran porque, de todas las personas que giraban en torno a Albert, yo y únicamente yo, sabía que su mujer no era digna de él.  Alguna vez le insinué la posibilidad de que Fran no fuera tan santa como él pensaba pero Albert fue tajante a ese respecto,

-Habla claro, Jose, pero piensa bien lo que vas a decir. No me vengas con chorradas de “yo oí”, “yo creí ver” “juraría que…” venme con hechos, con documentos, con datos. Mira, Jose, te quiero mucho hermano. Sabes que daría mi vida por ti en cualquier momento. Lo he demostrado, te soy leal y te soy fiel pero no me defraudes. Esta es la vida que me ha tocado vivir. No es la que yo quiero, ni la que había diseñado, pero es que no he sido capaz, Jose, de hacer nada mejor que lo que tengo. Me siento tan inútil, tan … insuficiente que, a veces, tiro la toalla y me hundo en la mierda. No soy un triunfador, bien lo sé, pero sí puedo proteger a mi familia, a mi gente y lo haré hasta que agote mi último resquicio de voluntad, hasta dar la última gota de mi sangre. Pero todo eso, Jose, no valdrá nada si enmierdas mi vida con mentiras y sospechas. Solo quiero sentarme y esperar un momento, relajarme y ver pasar el día tranquilamente. No me quites eso si no estás completamente seguro de lo que vas a decir.

Así era mi amigo. ¿Comprendéis ahora por qué le echo tanto de menos?

No quiero desviarme del tema principal con  disquisiciones que no vienen al caso, ese día, a esa hora de la madrugada había que celebrar y disfrutar de la compañía.

Salí un momento fuera del local, para aspirar un poco de aire fresco y, siguiendo mis pasos, venían Alberto y el Joya.

-¿Todo bien, Jose? –inquirió Albert-

-Sí, bro. He dejado a mi nuevo binomio vigilando. Ahora lo recojo y nos vamos.

-Joder, tío, te dije que no utilizaras al sindicato.

-Si no pasa nada.

-Sí pasa, hostia. Claro que pasa. Los binomios no deben ser violentos, no deben participar en acciones ejecutivas violentas. Te lo he dicho mil veces, Jose.

-Es que no funciona así, Albert. Existe algo llamado evolución y no te enteras, leche.

-¿Sabes qué? Haz lo que te salga de los huevos pero, como esto siga así, presento mi dimisión y me doy de baja.

-No te pongas así, tronko.

-Está bien, Jose. Perdona tengo los ánimos un poco caldeados.

Giró su cabeza hacia Joya y le preguntó

-¿Y tú qué tal, Joyita?

-De lujo, “Abogado”. El menda del coche era una maricona y los tres matones han aprendido la valiosa lección de que no es aconsejable meterse en esta zona. Bien para mí, bien para ti y bien para la zona ¿no?

-Te doy las gracias, amigo, de verdad.

-No te preocupes Alberto. Sabes que siempre puedes contar conmigo. ¿Y a ti cómo te ha ido?

-He pegado una paliza a un violador y he quemado dos coches a un hijo de puta. Yo diría que una noche perfecta.

Sorprendido, no tuve otra opción que preguntarle

-¿Le has quemado dos coches al Juancar?

-Sí, Jose, se los he quemado. Por cabrón.

-Hostia, tío, sí que te has pasado un poco –dije con cierta reserva-

-Para nada –me respondió tajante-

-Eso puede ser una guerra, “Abogado” –intervino Joya-

-Lo sé, pero ¿sabes? Me la suda. No va a ganarla. Es imposible. Mirad chicos, esta gente, estos personajes de tebeo barato no tienen lo que hay que tener. Mientras que ellos se acuestan con las esposas de sus amigos nosotros cuidamos de los nuestros. Ellos pueden tener dinero pero nosotros, nosotros tenemos mala hostia y nada que perder.

  • En eso tienes razón, joder –dije excitado por sus palabras- pero sabes que es posible que esto no acabe así.

Y entonces, Albert finalizó con una de sus misteriosas frases,

-¿Y quién dice que yo he terminado con ese mamón? Ya deberías saber que yo siempre tengo un plan B. Juan Carlos está acabado pero todavía no lo sabe, ya se enterará dentro de cuatro años.

Hubo un silencio de apenas un minuto en el que ninguno de nosotros dijo nada. Nos quedamos mirando al suelo, cada uno con un tercio en la mano, tranquilos, relajados. Joya rompió ese silencio.

-Vámonos, que son las cuatro y media y va a venir la policía

-Tranki, tronko –dijo Albert- tenemos permiso hasta las seis.

-¿Estás seguro?

-Nos ha jodido que sí, Jose.

Y volvimos dentro para finalizar una de las mejores veladas que haya tenido en mi asquerosa y traidora vida.

CAPÍTULO XVIII

BUSCANDO EL PERDÓN

Viernes, 9 de octubre de 2015

23:52

Fran.-

“Desgraciada”

Colgué el teléfono con rabia. Sintiendo como un error el haber llamado a esa pija malcriada.

Mi odio hacia Amaia venía de lejos. Fue en los años de la colaboración en el centro de desintoxicación.

Todo lo hice por Julián. Mi vena altruista hacia los toxicómanos desfavorecidos y la ayuda brindada a esas personas marginadas no atendían más que a un propósito, Julián.

Ya hacía tiempo que bebía las aguas por él pero, tras empezar una relación amistosa, las cosas parecían estar estancadas. No conseguía atraer la atención del chico más “cool” de la “Urba”.

Días, semanas y meses detrás de él, preparando el terreno para darle el zarpazo definitivo y, un día cualquiera, se presentó con Amaia afirmando que eran pareja.

No pude luchar. Me sabía perdedora. La batalla por Julián terminó antes de empezar.

Y es ahí donde apareció Albert.

Nunca pensé que llegaríamos tan lejos. Todo empezó con un simple y llano despecho.

¡Sí, estaba despechada!

Albert se convirtió en mi última oportunidad de conquistar a Julián.

Esperaba que, al verme con él, Julián se pusiera celoso y se diera cuenta que me amaba.

Pensamientos de películas románticas, ahora lo sé. Si Julián me hubiera amado en ese momento, nunca hubiera empezado su relación con Amaia.

Así que lo nuestro, lo de Albert y mío, empezó como algo fingido. Al menos por mi parte aunque él daba la sensación de acoplarse a lo que viniera:

¿Que yo quería follar?, pues Albert me follaba.

¿Que hoy no me apetecía quedar con él y así podía estar con Julián?, pues Albert se apartaba y me dejaba mi espacio.

Siempre tan correcto, tan expectante a mis decisiones que me exasperaba.

¡Más sangre, joder!

Pero poco a poco, esa actitud fue calando en mí. ¿Sabéis las estalactitas que se forman en las cuevas? Para poder apreciar esa maravilla tiene que pasar mucho tiempo. Y así es como Albert se apoderó de mi corazón, con tiempo, sin prisas y con espacio. Con mucho espacio.

Al principio sólo quedábamos una vez por semana. Un encuentro buscado delante de los morros de mi ex amado para restregarle mi no disponibilidad.

Albert acudía a la cita con una sonrisa en la cara y esperando indicaciones. Unos cuantos magreos en un banco frente al centro eran nuestras muestras de afecto, para luego rematarlas con un sexo formidable.

Esas citas aumentaron exponencialmente, hasta tal punto que me olvidé de Julián por completo y empecé a dedicarle, a mi hombre, la atención que se merecía.

Y me enamoré. Como no podía ser de otra manera, Albert me enredó en su tela como lo hace una mosca en una tela de araña. De ahí no pude, ni quise salir jamás.

Mi amor por Albert creció con cada gesto y cada detalle que tenía con migo y con los demás.

Nunca olvidaré todo lo que hizo por su amigo Jose para sacarlo de las drogas. Pero lo que más me impactó es la ayuda que le brindó a Julián. A su rival en el amor de su chica.

Luchó por él contra todos y cuando Julián decidió desaparecer no cejó hasta que le encontró, tirado en una estación abandonada de ferrocarril, inconsciente y totalmente perdido en su adicción a la heroína. Lo trajo a casa y no puso ninguna objeción cuando le dije que Julián se quedaría con nosotros hasta que superara su adicción.

En ese momento me di cuenta del tipo de hombre que era Albert. Generoso y despreocupado, pero siempre atento a cualquier amigo. Por cosas así se ganó el respeto y la admiración de todo el barrio.

Nada más colgarle a Amaia sabía que le había fallado a Albert.

Pensé en él, lo juro. Pensé en si podía haber corrido algún tipo de peligro. Pero lo desestimé rápidamente suponiendo que un hombre como él nunca podría salir herido.

Por eso llamé a Amaia. Quería dejarle las cosas claras sobre Albert.

Era mío, sólo mío.

Llevábamos muchos años nadando a contracorriente para que ahora nos separaran.

Amaba a Albert de una forma que dolía. Nuca me había parado a pensarlo pero aquél día que jugamos la partida de futbolín, entré en su peculiar mundo. Ese mundo de fantasía que Albert parecía sortear sin ninguna ambición. Todo, en su vida, era un ir y venir de acontecimientos inconexos, los cuales nunca sabes cómo suceden, pero suceden.

La recuperación de Jose, la ayuda a Julián, el trabajo de portero de pub, la defensa jurídica para toda esa gente sin medios económicos, y ahora Amaia.

Amaia no era como el resto de gente a la que ayudaba, ella tenía dinero y posibilidades. No, ese no era su patrón de ayuda y por eso me escocía su cambio de comportamiento. Si Albert seguía siendo mi Albert, ese capote no estaría dirigido a Amaia.

Sábado, 10 de octubre de 2015

12:00

Fran.-

Oí entrar en nuestra casa a Albert a las 7:00. Distinguí perfectamente su peculiar manera de abrir la cerradura, enérgica, ruidosa y es que él era así, no había manera de que pasara desapercibido. Aunque se esforzara en abrir silenciosamente, era imposible. Estuve despierta toda la noche, pensando en él,  pensando en mí,  en nosotros, en todo lo que habíamos construido a base de esfuerzo, de amor. Nuestro magnífico ático dúplex con terraza, nuestros hijos, nuestras carreras, y todo ello desde la nada.

En circunstancias normales estaría enfadadísima y dispuesta a tener un buen intercambio de opiniones. Por las horas, por no avisar, por tenerme a oscuras. Pero luego pensé que quizás por eso mismo no me decía las cosas.

Habían quemado el bar de Julián y Lara había salido afectada. No soy tonta, sabía que la camarera de ese bar de copas bebía los vientos por mi esposo como también sabía que Albert le tenía un cariño muy especial. Pero, con todo, yo era muy consciente de que ella no suponía un peligro para nuestra relación.

Lucía me había confirmado que  Albert la había salvado de ser violada y tenía muy claro que Amaia había orquestado el incendio para proteger a su hombre de una agresión por parte de su ex esposo. Habían intentado utilizar a mi marido y no pude evitar darme cuenta de que toda esa concatenación de desgracias venía de mi círculo de antiguas amistades.

Comprendí que para Amaia, Lucía, Juan Carlos, Luis y, por desgracia, también Julián, mi pareja y sus amistades sólo eran cosas para usar y tirar, meras representaciones de kleenex. Albert tenía toda la razón y yo conseguí enfurecerle hasta el punto de que se fuera de casa cuando él nunca quería salir un viernes por la tarde.

Tenía razón  Amaia, no llamé a Albert cuando Lucía me contó lo que le había pasado pero tampoco llamé a Julián. No es que no quisiera a mi chico es que tenía plena confianza en él, en su capacidad para salir airoso de cualquier situación. No es que me preocupara Julián, muy al contrario, es que me desentendía totalmente de lo que pudiera ocurrirle. No había más que unas cenizas de una antigua amistad que el tiempo logró enfriar.

Albert se metió en la ducha y, cuando acabó, se introdujo en la cama mientras yo fingía dormir. No pasaron más de 40 segundos cuando se quedó durmiendo. Qué facilidad tenía ese hombre para dormir. Era acostarse y quedarse frito.

Me giré en la cama y le miré mientras dormía. Dios, cómo amaba a Albert. Le habría protegido de quien fuera toda mi vida. Le acaricié la cara y me acerqué mis dedos a sus labios. Recorrí el dibujo de su boca suavemente y me quedé embobada viendo la tranquilidad que se reflejaba en su rostro, observando su pecho subir y bajar al ritmo de su respiración. Siempre que me acuerdo de ese instante sonrío. Mi dulce Albert.

Decidí no molestarle y dejarle dormir hasta que se me ocurrió una idea para pedirle perdón.

Les pedí a mis hijos que se fueran a estudiar a la biblioteca para poder hablar tranquilamente con su padre.

Por sus caras de susto interpreté que se pensaban lo peor, un divorcio. Pero yo me adelante a la tormenta y les expliqué que lo que quería, realmente, era estar a solas con mi marido.

Ya no eran unos niños e imagino que entendieron por dónde iban los tiros, a tenor de sus sonrisas, sus mejillas coloradas por la vergüenza y el guiño que me dirigió Pilar diciendo “Te quiero mucho, mamá”. Yo también me ruboricé, pero era lo que tenía que hacer para que entendieran mi petición.

Nada más quedarnos solos, entré con sigilo en la habitación. Albert continuaba dormido profundamente. Sus ronquidos me parecieron la sinfonía más bonita que escucharé jamás. Ruidos acompasados perfectamente. Ronquido y soplido, ronquido y soplido.

Me tumbé a su lado, aspirando su olor corporal. Asociamos los olores en función a lo vivido en torno a ellos. Si en tu infancia vivías cerca de una panadería, ese olor a pan cocido siempre te recordará a tu niñez sin importar el momento o el lugar donde lo percibas.

A mí, el olor de Albert me trasladaba al pasado, a los primeros y felices meses. Pero también a ese presente. Lo amaba profundamente.

Una lágrima resbaló por mi mejilla y en ese mismo momento, como si hubiera notado mi angustia, Albert abrió los ojos y me miró.

-          ¿Te encuentras bien?

-          Si cariño. Siento haberte despertado.

-          No te preocupes, debe ser tarde.

-          Son más de las doce. Albert, yo quería disculparme por lo de ayer. No tengo derecho a pedirte nada. Me comporté como la persona contra la cual lucho constantemente.       ¿Sabes?, no es fácil intentar cambiar tu sino. Lo intento, te lo juro, pero ha sido recordar a toda esta chusma, y es como si retrocediera en el tiempo.

Mis lágrimas comenzaron a brotar hacia mis mejillas y Albert las recogía con su dedo pulgar mientras me miraba con esa ternura que solamente yo era capaz de ver.

-          A ver Fran. Yo sé que esta gente te desquicia y que no la quieres cerca, yo también la quiero lejos de nuestras vidas. En Marte, a ser posible.

Pero no lo es. Están aquí, siempre estuvieron y siempre estarán. Nadie podrá borrarlas del mundo y hay que empezar a luchar. Yo tengo claro por quién lucho. Los niños y tú sois lo más importante para mí, mi vida.

¿Tú sabes por quién luchas, Fran?

-          Por ti amor… por vosotros. Moriría por vosotros- dije intentando recuperarme.

-          Eso es muy bonito cariño. Quiero que sepas una cosa, tú eres mi faro, mi guía. Sin ti todo estaría perdido para mí. No me importaría perderlo todo si no te tengo a ti. Te amo Fran, más que a mi propia vida.

Esa declaración fue la más bonita que nadie me hizo en mi vida. Me abalancé sobre Albert y me lo comí a besos. Quería demostrarle mi amor y mi respeto. Porque una pareja es, fundamentalmente, amor y respeto.

Albert correspondía a mis besos con sonoras carcajadas. Su risa grabe inundó la habitación. Me agradaba verlo feliz. Esa era la única manera de serlo yo también.

Los besos cortos y locos se convirtieron en uno profundo y lleno de sexualidad.

Su pene empezó a crecer dentro de su pantalón. Me percaté enseguida  y ese gesto tan natural me hizo sentirme más hembra. Saber que después de tantos años sigues provocando esa reacción en tu pareja con un simple (o no tan simple) beso, hacía que mi feminidad deseara complacer.

Y estaba dispuesta a hacerle caso a esa dichosa consentida.

Bajé mi mano hacia su pecho pero con otro destino. Seguí descendiendo hasta toparme con mi objetivo. Ya estaba duro y listo para mí.

-          Túmbate- le dije.

Albert no rechistó. Se dejó caer en la cama y levantó el culo para que le despojara de la única prenda que me estorbaba para conseguir mi premio.

Su pene salió a mi encuentro como siempre, divertido y juguetón.

No tenía tiempo para preliminares, necesitaba sentirlo dentro. Tenía que marcar a mi macho con el perfume de mis fluidos, así que me desvestí de forma apresurada y me coloqué a horcajadas sobre él. Le enfundé un preservativo y, colocando su miembro en el lugar donde debía encontrarse su hogar, descendí lentamente.

Albert cerró los ojos y se dejó hacer, como si estuviera escuchando su grupo musical preferido. Y yo, tras acoplarnos perfectamente, me quedé inmóvil. Cinco, diez, quince segundos… Hasta que Albert volvió a abrir los ojos para comprobar que todo iba bien.

-          Te quiero Puertas.

-          Y yo a ti, Francis.

Un golpe en su hombro y un fingido enfado fue mi respuesta a su  forma de nombrarme.

Nos besamos y empecé a subir y a bajar buscando la profundidad más que la velocidad.

Pocos minutos bastaron para que tirando el cuerpo para atrás y sacando hacia fuera mis dos pechos, que enseguida agarró Albert, me derramara en un sinfín de gemidos y pequeños gritos contenidos.

Sentía una especie de contracciones en mi vulva que ascendían hacia mi útero y que generaban una oleada de placer que tardó en desaparecer completamente.

Albert me miraba con una sonrisa de tonto en la cara. Me amaba. Su felicidad era propiciada por mi estado de satisfacción y eso significaba amor.

No pude resistirme. Lo besé apasionadamente, juntando nuestras lenguas mientras recuperaba el aliento.

Albert no se movió ni un milímetro hasta que le descabalgué y me tumbé a su lado. En ese momento se giró hacia mí y me acarició la cara. Su dedo índice recorría el perfil de mi nariz desde la frente hasta la punta de esta.

-          No pienses que hemos terminado ya- me susurró Albert- estoy dejando que te recuperes.

-          Lo que yo necesito ahora es que me desmontes a orgasmos. Necesito saber que eres mío y que sepas que soy tuya.

No esperó más. Se colocó sobre mí y metió, lentamente, su pene en mi interior. Mientras la introducía, su boca chupaba mis pezones y los mordía ligeramente. Su lenta penetración hacía que mis labios vaginales fueran arrastrados por su pene. Me sentía excitadísima y volví a correrme. Otra vez mi cuerpo convulsionó mientras mi amado me besaba el cuello y deslizaba su lengua por el mismo sitio, generándome unas cosquillas que hacían que se erizara mi piel.

Esta vez no paró de follarme mientras duraba mi orgasmo. Continuó, aumentando el ritmo y la profundidad.

No faltaban besos ni caricias. De él hacia mí, y de mí hacia él.

Nos recorrimos cada parte de nuestro cuerpo con las manos. Exploramos lugares a los que no recordaba haber visitado jamás. Besé su pecho y lamí su oreja.

Y nos corrimos. La tercera vez en mi caso.

Albert descargó el fruto de nuestro amor dentro de mí y, en ese momento, sentí lástima por usar preservativo y no poder engendrar otro hijo.

Me hubiera gustado sellar nuestra entrega con un ser que estaría colmado de amor.

Descansamos abrazados y sin parar de darnos besos. Estábamos en un momento muy especial y ninguno quería que acabara, pero la llamada de la naturaleza nos pudo más.

Nos dirigimos al baño y ambos evacuamos y volvimos a la cama tan rápidamente como nos fue posible.

-          ¿Dónde están los niños?- preguntó Albert.

-          ¡A buenas horas te acuerdas!. Les he dicho que se fueran a la Biblioteca y les he dado dinero para que compren unas pizzas y las traigan a casa, hoy no quiero que cocines, te quiero para mí.

-          ¡Joder Fran! Qué vergüenza.

-          Ya son mayorcitos, no creo que les venga de nuevas que sus padres tienen necesidades.

-          Ya, pero una cosa es intuirlo, y otra saberlo.

-          A mí me da igual. Tenía que arreglar mi metedura de pata y estaba dispuesta a todo.- dije yo.

-          Entonces….si estás dispuesta a todo….no te molestará que me baje a los infiernos y pruebe lo prohibido.

-          Ni se te ocurra- le dije yo empujando su cabeza de forma divertida- no estoy tan desesperada.

Volvimos a besarnos y el juego comenzó de nuevo. Esta vez fue Albert el que se situó sobre mí y me elevó las piernas hasta apoyarlas en sus hombros. Me levantó en culo y colocó un cojín debajo de este para elevar mi pelvis. Se colocó otro condón y me dijo.

-          Si no me dejas comerte, te haré otras cosas- me dijo mientras restregaba su polla en mi coño para que esta se lubricara.

-          De esas las que quieras, pero no creo que aguantes otro asaltooooooo….

Casi no pude acabar la frase. De un golpe seco, Albert me penetró hasta el fondo de mi ser. Noté como su pene tocaba en mi útero y me dolió. Me dolió y me gustó a partes iguales.

Continuó con esos caderazos fuertes que me hacían gritar con cada embestida.

Estaba llegándome otro orgasmo, lo sentía en mi interior.

-          Sigue cariño mío, sigue. Dame fuerte que ya llega otro….

Me corrí sin poder parar de gritar. La sensación de dolor/placer era indescriptible. No podía parar de chillar y, cuando parecía que se me pasaban las descargas de mi cuerpo, volví a sentir como me venía otro orgasmo, este más fuerte que el anterior.

Volví a anunciárselo a mi amante gritando como una posesa. Hacía tiempo que Albert no me regalaba un orgasmo (o dos, mejor dicho) tan potente como ese.

Me quedé totalmente desfallecida. Mi cuerpo no respondía a ningún estímulo y, aunque quería continuar amando a Albert, un sueño profundo se apoderaba de mí.

No podía dejar a mi hombre sin su premio. Estábamos en esa cama, haciendo el amor para poder disculparme por mi falta de tacto y, ahora, tendría que cumplir como una mujer enamorada. Así que, saqué fuerzas de donde no había, me levanté de la cama y tumbé a Albert sobre ella. Me empalé sin miramientos y, con las piernas flexionadas y el culo levantado, empecé a realizar unas sentadillas con el pubis de Albert como freno.

La postura era tremendamente dura para mí, y más con el cansancio que tenía, pero las penetraciones eran más profundas que antes.

Los sonidos del golpe entre mi culo y la barriga de Albert sonaban como agua chocando con las piedras. Albert veía como su mujer, de espaldas a él, subía y bajaba a una velocidad de vértigo. Resoplaba dando muestras de su estado de excitación y eso me produjo volver a mojarme la entrepierna.

Estaba a punto de detenerme, me quemaban los cuádriceps y casi no podía respirar, hasta que oí a Albert.

-          ¡Me cago en la puta madre! ¡Jodeeeer!

Y empezó a mover la pelvis como queriendo entrar más profundo. Se estaba corriendo y, la satisfacción de lograr que mi hombre se corriera hizo que yo terminara con él.

Ahora sí nos quedamos exhaustos. No podía más, mi cuerpo estaba molido después de casi tres horas de sexo, con un pequeño descanso.

Albert respiraba muy deprisa, intentando conseguir el aire que sus pulmones pudieran obtener.

-          No has estado mal pare ser chusma- le dije con guasa a Albert.

-          Ni tú para ser de la “urba”.

-          Jajaja, anda tontaina, déjame reponerme que voy a tener agujetas para tres años.

-          Qué exagerada eres.

-          Y lo que te ríes conmigo.

-          Mucho cariño. El día que ya no me hagas reír, te dejo plantada y me voy a un motel.

Albert me dio un beso en la mejilla Albert me dio un beso en la mejilla y se volvió a meter en el cuarto de baño

-¿Me acompañas? –preguntó

Yo me quedé admirando la personalidad de ese hombre y, pensando en la fortaleza que demostraba tener,  fui tras él.

NOTA: Este relato continúa narrado por Fran.