Una teoría compleja para un amor eterno, 8

El caos absoluto

NOTA: EL CAPÍTULO ANTERIOR NARRADO POR TURISTA

CAPÍTULO XV

BLITZKRIEG

Viernes, 9 de octubre de 2015

20:45

Luis.-

Cuando Juan Carlos me dijo que tenía un problema y que iba a necesitar mi ayuda, la primera idea que se me pasó por la mente fue la de pegarle una paliza. Tenía razones para hacerlo, por mal amigo, por traidor, por cabrón y  por cerdo.

Sí, señor. Tenía muchos motivos para joderle la vida pero me considero, ante todo, una persona práctica. Ofrecía dinero y, lo que constituyó mi mayor incentivo, una oportunidad de volver a follarme a quien consideré en su día “mi media naranja”, mi jodida “media naranja”.

Pasta y un trío con Juan Carlos y Lucía. Uf, ¿quién puede decir “no” a eso?.

-Déjame tres tíos de tu gente y te prometo una noche de pasión con Lucía. Y digo pasión, ya sabes … coño, culo, boca, correrte dentro de ella en cualquier cavidad, sobre la cara, sobre la espalda, sobre las tetas. ¿Te acuerdas de sus tetas? A tu disposición. El tiempo que necesites, las veces que aguantes durante 24 horas. Tú, yo y ella.

Por supuesto, te daré una bonificación de 6.000 €, si le damos un buen escarmiento a Julián. ¿Te gusta la idea?

Y yo pensé: “Joder, pues claro. ¿Hay algo mejor que cobrar por hacer algo que te gusta? Creo que lo dijo Confucio, pero no me hagáis mucho caso: “Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida”, o algo así.

El caso es que yo me vi con 6.000 pavazos en el bolsillo y una noche de sexo desenfrenado con una de las mayores putas que se habían cruzado por mi vida: mi ex esposa.

-Trato hecho. ¿Qué es lo que tienes pensado?

-Lucía me ha dicho que Amaia quiere volver con Julián y eso no lo voy a tolerar así que he decidido darle un buen escarmiento a ese imbécil, algo que le deje fuera de toda duda que no voy a consentir esa unión. Tú conoces gente, Luis. Personas duras, violentas y con pocos escrúpulos y eso es lo que te pido.

Y después, cuando le haya dado un buen escarmiento a ese  gilipollas, nos veremos en casa de Lucía y follaremos hasta el amanecer, será glorioso.

-De acuerdo, pues, -respondí- pero yo no voy.

-¿Y eso?

-Verás, Juan Carlos, hay algo que deberías tener en cuenta si vas a ir por Julián, te lo digo para que lo tengas en consideración.

-¿Y se puede saber qué es eso que tengo que valorar?

-Para tocar a Julián vas a tener que atravesar una puerta que es difícil de abrir.

-No te entiendo.

-¿Te suena “El Puertas”?

-¿Acaso debería sonarme?

-Si yo fuera tú me preocuparía de informarme sobre él.

.

-Deja de hablarme con enigmas. Sé claro y dime de qué estás hablando.

-Te hablo de alguien que no responde ante nadie. Alguien con contactos, influencias y resolutivo. Al menos conmigo lo fue.

-Vamos a ver, Luis. No me has aclarado nada.

-Este hombre ha sido el portero del bar de Julián, es abogado y créeme cuando te digo que no le importa ensuciarse. Estuvo metido de lleno cuando ocurrió todo ese conflicto con los skin heads y con todo tipo de bandas. Prácticamente se granjeó la amistad de todos por esta zona.

-Ni que fuera “El Padrino”, creo que exageras.

-Yo sólo digo que tengas cuidado. He tenido un par de encontronazos con él y no quiero más líos.

-¿Qué líos tuviste con él?, ¿de qué te conoce?

-¿Te acuerdas  de “Mila”? la puta del polígono, la que la chupa por 50 euros.

-Joder, sí. Qué buena estaba la muy guarra. Luego se ha ido estropeando a medida que ha aumentado su adicción a la droga. Y pensar que yo la conocí cuando era una puta bien cara. Uf, menuda mujer era y, además, juraría que estaba casada la muy zorra. Menudos cuernos tenía su marido. Creo recordar que hasta la pilló y todo. Ja, ja, ja, y la siguió prostituyendo. Una buena venganza. Ya que era cornudo, decidió sacar provecho.

-Pues, Puertas descubrió que yo era el camello que le pasaba droga y decidió que había adulterado lo que le pasé. Estaba equivocado, claro, pero eso no le impidió venir a por mí.

El caso es que una noche me pasé por el polígono en mi coche. Iba a hacer mi ronda nocturna de cada día. Ya sabes, vender, trapichear y hacer negocio, lo que es el business, vamos.

No sé de dónde, pero apareció detrás de mí sin que le notara acercarse. Me colocó un machete en el cuello, me quitó todo lo que llevaba y me dejó bien claro que si volvía por esa zona me “arrancaría la piel a tiras” y, ¿sabes qué, Juan Carlos?, le creí capaz. Te digo que ese hombre es cosa seria. Imagínate la cara que puse cuando descubrí que la abogada de Lucía en mi proceso de divorcio era la compañera de ese hombre.

-Me está entrando la risa, Luis. ¿De verdad me estás diciendo que ese tal “Puertas” es un tirado de tres al cuarto y que es abogado? Vamos a ver, hay que ser un poco más serio en esta vida. Si ha sido portero de un miserable bar de copas, por muy peligroso que sea, no pasa de ser alguien insignificante. Joder, ahora que lo pienso creo que mi hermano tuvo una vez una movida con el portero del bar de Julián. Hace de esto más de diez años, cuando salía con la golfilla aquella. No puede ser tan peligroso, seguro que estás exagerando.

-Tú verás, Juan Carlos, yo solo te digo que estás avisado. Si es que le tienes que conocer, hombre. Es el marido de Francis.

-¿Francis, te refieres a “la hippy”? ¿a la que Julián se estuvo tirando  antes de que la dejara por Amaia?. Por dios, Luis, menuda perdedora.  Francis, “la roja”, la que estaba siempre con todos esos yonkis, ¿no te acuerdas la vez esa que le pegamos una paliza a Julián y salieron dos yonkarras a defenderle? Pues ese tal “Puertas”  debe ser como esos. Carne de cañón. No hay que dramatizar, Luis.

-Verás, Juan Carlos, no es que sea como esos drogadictos a los que pegamos aquella vez, es que es uno de ellos.

-¿En serio? ¿No me estás engañando? ¿Es uno de ellos? Entonces no hay problema, ja,ja,ja. Joder como los elige Francis, menudos mierdas. Le voy a dar tal cantidad de hostias que no va a saber ni de dónde le caen.

-A ver si es verdad, aunque dudo que lo vayas a tener tan fácil.

-Vale, vale, no te preocupes, Luis. Lo tendré en cuenta. Eso sí, vigila a Lucía. Tengo la extraña sensación de que quiere proteger a Julián, últimamente está muy rara, no parece ni ella misma. Cosas de la edad, imagino. Vete a casa y dile que te mando yo, con eso bastará.

Total que a las 14:00 me las prometía muy felices. Como buen profesional, en menos de una hora había juntado una cuadrilla de tres tíos, fornidos, con ganas de pegar y con pocas preguntas que hacer salvo las esenciales: ¿cuánto? y ¿a quién? Es decir, lo que buscaba Juan Carlos. Y es que me encanta el concepto de “cliente satisfecho”.

Tras una reparadora siesta decidí presentarme en la que había sido mi casa. La verdad, no sé por qué, lo cierto es que lo normal habría sido que Lucía hubiera cambiado la cerradura pero esta mujer nunca se ha caracterizado por ser muy inteligente.

Fue un tiro a ciegas y acerté. La esperaría dentro y si venía, pues bueno, ¿quién sabe? Lo mismo podría tomarme un anticipo con ella. Si la pillaba de buen humor todo podía pasar.

Pero no todo sale como uno quiere, en absoluto.

Resulta que mi queridísima ex esposa no estaba muy por la labor de follar conmigo y hasta se sintió ofendida cuando le dije que Juan Carlos, ella y yo íbamos a protagonizar una sesión continua de sexo, orgasmos varios y exhibiciones de rabos percutores sobre coño húmedo (si os fijáis bien podría ser el título de una película porno) y eso me molestó. Mucho.

Después de tantas humillaciones que sufrí siendo cornudo (además con mi mejor amigo) y durante el divorcio, no iba a consentir que esta golfilla se me pusiera ahora en plan digno.

Había sido muy puta durante mucho tiempo de su vida, ¿y ahora iba a enfadarse conmigo? ¿Por un polvo?

No, ni mucho menos. Me la follaría. Eso es. Estaba seguro que le iba a encantar, ya se encargaría luego Juan Carlos de apaciguar los ánimos, pero esta putilla iba a ser follada ahora mismo. Así que le abofeteé dos veces la cara y le golpeé el vientre con mi puño. Pero, eso sí, de forma cariñosa, casi como si fuera una caricia.

Me bajé los pantalones y emergió, como un campeón, mi verga. Fuerte, dura y enhiesta, lista para iniciar la horadación de aquél coño tan usado.

Y entonces oí una voz que produjo que se me pusieran los pelos de punta y se me erizara la piel,

-Vaya –dijo la voz de Puertas- y yo que pensaba que iba a ser un viernes desperdiciado.

Me volví con la esperanza de equivocarme. De que, cuando girara la cabeza, quien estuviera tras esa voz grave,  fuera Juan Carlos. Pero no, era él, Puertas. Y algo frío, de hielo, me atravesó el alma. Algo que causó una repentina bajada de erección. Fui consciente de que era una presa. Con mis pantalones bajados hasta los tobillos, mientras oía los gemidos de Lucía, pidiendo clemencia, rogando por una piedad que no le iba a conceder. Me sentía tan bien siendo el amo que apenas pude reaccionar ante esa frase.

Era él. Lo pertinente sería poner otro guión y añadir una frase, pero no. No hubo guión ulterior, no hubo frase. Al menos mía. Solo habló él, con un tono irónico, adusto, casi de ultratumba.

-¿Qué te dije la última vez, Luisito?

Y lo que sentí fue su mano agarrándome del cuello de la camisa. Su pierna haciéndome la zancadilla, mis talones arrastrados por el suelo con los pantalones bajados, y él, siempre él.

-No te oigo, Lusito. ¿Qué te dije la última vez?

Sin palabras, sin una maldita palabra que decir. Ni una puñetera ocurrencia. Nada de valor, nada de hombría, sólo una triste resignación a lo que me iba a venir.

-Te dije que te cortaría los huevos, Luisito.  Que si volvías a amenazar a mi cliente te cortaría los huevos. Y lo has vuelto a hacer, “Pingu”, lo has vuelto a hacer. ¿Qué voy a hacer contigo, mamón? ¿Qué es lo correcto?

Intenté subirme los pantalones, conseguir algo de dignidad, pero el muy cabrón puso un pie entre mis piernas y apretó mi polla y mis testículos, riendo.

-Ja, ja, ja, no va a ser tan fácil, Luisito.

Me tumbó en el suelo. Boca arriba, y se sentó sobre mi pecho. Una, dos, tres cuatro, cinco, seis y siete bofetadas. Sobre mi cara. A la cuarta ya sangraba por el labio, con la sexta pedía perdón, la última fue la más dolorosa. Nariz rota.

-Eres un hijo de puta, Luisito. Una equivocación. Algo que se puede borrar, eliminar. Un puto error de mierda que hace que vivir sea más difícil, más complicado. La vida es más mierda estando tú vivo. Un cerdo menos, algo más de luz. Es tan fácil eliminarte, solo apretar un poco más, solo un poquito más, apenas una minucia, un leve apretón y la vida es más feliz. Sin ti, hijo de la grandísima puta, la vida sigue.

Recé.

Puertas sacó una pistola de su espalda. La cargó y se la entregó a Lucía.

-Toma, imbécil. Ya sabes lo que tienes que hacer si se mueve. A partir de ahora lo que le pase a este engendro será culpa tuya, no mía. Desde hoy es tu responsabilidad. Venía a por respuestas y me doy cuenta que tú no eres más que otra idiota más.

Me dio otra patada en mis costillas, se agachó y bajó su cara a la altura de la mía.

-La próxima vez que te vea te mataré, Luisito. Te abriré en canal y me comeré tus entrañas.

Se pasó la lengua por los labios, en señal de gusto. Me enseñó los dientes y dijo:

-Ñam, ñam, hijo de puta. La próxima será ñam, ñam.

Y se fue.

Por un instante volví a ser un niño, di gracias a dios y me prometí no volver a ser mala persona, y luego, de refilón, me pareció asomarse una cara grotesca en cuclillas, asomando por el quicio de la puerta. Era alguien. Alguien con un traje blanco y ojos negros, todo pupila.

CAPÍTULO XVI

EN BLANCO Y NEGRO

BARRICADA (4:06) (1991)

Viernes, 9 de octubre de 2015

22:30

Joya.-

Llevaba cuatro putas horas metido en el local de los cojones. Estaba hasta los mismísimos de estar esperando como un gilipollas pero le había prometido al “Abogado” que vigilaría el local y que cuidaría de Julián.

Se presentó a las 20:00 saludando.

-Hola, Joya, me ha dicho Puertas que me pase por aquí para vigilar el local.

-Pasa, pasa –le dije- estás en tu casa, tío.

-¿Qué ha pasado, Joya, te has enterado de algo?

-Pues no mucho. Por lo visto querían quemar tu local y ha pillado a Lara dentro.

-Joder, tío. No me puedo creer que hayan intentado destruir el bar. No me cabe en la cabeza.

-Pues a mí sí, Julián. Conozco a gente que es mucho peor que los que te han hecho esto. Pero no te preocupes, estás protegido.

-¿Por ti?

-Y por Albert. No olvides a Albert. Él es el que está haciendo el trabajo sucio. Se lo ha tomado como algo personal.

-Ya, eso es verdad. No sé, tío, estoy preocupado. No estoy acostumbrado a estas movidas.

-Pues más vale que te vayas haciendo a la idea, Julián. Alguien te la tiene jurada y va a por ti.

-¿Y estos cinco quiénes son?

-Refuerzos. Me he traído cinco colegas.

-Joder, con Puertas.

-¿Puertas?, Puertas no tiene nada que ver con esta gente. Estos son conocidos míos, Albert no sabe nada de mi gente.

-¿Y por qué los has traído, entonces?

-Porque me aburría, y como no sé cuánto tiempo voy a tenerme que estar aquí encerrado me he traído gente que me acompañe.

-Pues habrá que beber algo, ¿no?

-Tú eres el dueño, Julián. Pero no esperes que te pague.

-No esperaba nada de eso, Joya. Venga va que apaño cuatro minis de Gin Tonic y animamos un poco el ambiente. Coño hasta voy a poner algo de música, me ha dicho Puertas que el equipo no había sido tocado por el fuego.

-Cojonudo, Julián.

Y así estuvimos pasando la noche, entre minis de ginebra y música rock, aunque a mí siempre me han ido  más los Chichos y los Chunguitos pero reconozco que Extremoduro, Barricada, Triana y Medina Azahara pueden ser soportados .

Me asomé  a echar un vistazo a la calle cuando observé cómo tres tíos salían de un BMW Serie 7 de color negro y se dirigían donde yo estaba. Lo tuve claro desde el principio. Esos tres no buscaban nada bueno. Una vez más, Albert tenía razón. Me metí dentro del local y con mi mirada indiqué a mis cinco amigos que se escondieran y que se llevaran los minis que estaban consumiendo. En un santiamén desaparecieron en los aseos.

Segundos después aparecieron los tres maromos. Fuertes, con pinta de duros, 1,80 de altura como mínimo y cuadrados. Allí estábamos los dos, Julián detrás de la barra y yo con un mini en la mano y acodado en la barra, mirándolos.

El que se colocó en el centro me miró y dijo con un fuerte acento del este:

  • Tú, vete. Aquí van a pasar cosas y no vas querer que te pasen a ti.

Demasiada diplomacia me parecía a mí. Seguro que estaban a sueldo, daba la sensación de que no querían trabajar más de lo que les iban a pagar.

-A lo mejor quiero verlo –le contesté- sólo por tocarle un poco los cojones.

-Vete aquí hijo de puta.

Siempre he dicho que no hay nadie  como un español para insultar. Nadie sabe faltar al respeto como nosotros. La capacidad que tenemos para mezclar lo humano con lo divino, para amalgamar lo escatológico con lo sagrado no existe en lugar del mundo.

-Me voy a cagar en todos tus muertos, tovarisch – le solté- de uno en uno, puestos en fila india, baboso de mierda, jiñote por aquí, jiñote por allá, hasta que toda tu puta familia esté impregnada de mi mierda.

-Te voy a matar, cabrón, hijo de puta.

Lo dicho, no saben insultar.

Evidentemente fue hacia mí. Eso era lo que yo quería, que entraran. Hice una señal a Julián y este accionó el mando  a distancia del cierre de la puerta el cual empezó a descender. Según se oyó el ruido del cierre bajando salieron mis cinco amigos de los aseos con sus correspondientes bates de béisbol.

-Julián, pásame el bate del Puertas. Me dijo que siempre tenía uno aquí, ¿no?

-SÍ, toma, pero ¿qué vas a hacer?

-No te preocupes, Julián, vas a ser testigo de una pequeña lección de anatomía.

La pelea no duró mucho. Apenas cinco minutos. No se precisa más. Para romper unas cuantas cabezas, diez o doce costillas y alguna pierna con un par de minutos basta. El resto es lo de siempre. Lloros, gritos de clemencia, “Tengo hijos”, “Por favor, no me mates”, lo normal, vamos. Afortunadamente, Julián subió el volumen de la música por lo que no pudo oírse mucho la paliza que les dimos a estos tres rompe piernas.

Es posible que penséis que pobrecitos, que soy mala gente y que no tengo corazón pero solo os digo una cosa: Venían tres tíos como armarios a por Julián y faltaba el del coche. Cuatro para uno. No venían a hacerle una performance de los Beatles, ni a cantarle el “cumpleaños feliz”. Eran sicarios, venían a hacer su trabajo. Un trabajo que hacen muy a menudo y del que salen siempre bien parados dejando un rastro de dolor tras de sí. Hoy les ha tocado pillar. Gajes del oficio. Siempre hay alguien más hijo de puta que uno mismo. ¿Quién sabe? Lo mismo alguno de ellos abandona ese oficio. En el fondo hasta es posible que les haya hecho un favor.

Tras la preceptiva paliza, ordené a Julián que subiera el cierre.

Cuando salí a la calle, alcé el brazo y señalé al conductor del BMW y le reté.

-Ven aquí, mamón. Entra si tienes huevos, tus amigos te llaman.

Y en esas salieron mis cinco amigos llevando lo que quedaba de los tres bastardos. Los arrastraban por las piernas y los metieron en la furgoneta. Volví a insistirle al “Fernando Alonso” del coche.

-Anda tonto, entra, que te va a gustar lo que tengo para ti guardado –insistí yéndome hacia él corriendo-.

El fulano no esperó, arrancó y salió disparado a toda mecha. No sin que yo le cogiera la matrícula. “Menudo gilipollas”, pensé “¿pues no viene con la matrícula puesta?, ya no hay profesionales en este oficio”.

-¿Jefe, qué hacemos con estos tres? – me preguntó uno de mis cinco colegas-

-Tíralos al Manzanares y llama a la policía. No quiero muertos.

Sábado, 10 de octubre de 2015

00:00

Juan Carlos.-

A pesar del tiempo transcurrido aún no he conseguido saber qué es lo que pasó. ¿Cómo fue posible que alguien pudiera adivinar lo que yo iba hacer? Ni siquiera yo lo sabía.

La advertencia de Lucía tuvo como consecuencia que decidiera extremar precauciones. Estaba claro que no podía ceñirme a un plan que se ejecutara a medio o largo plazo. No, tendría que ser inmediato, rápido porque, de lo contrario, Lucía impediría  cualquier agresión que quisiera efectuar sobre Julián.

Por tanto, decidí hacer algo imprevisto, ¿y qué podía ser más inesperado que contactar con Luis? Eso sí que Lucía no podría anticiparlo. Acudir a su ex marido suponía una degradación por mi parte que ella no podía suponer.

No tardé mucho en contactar con Luis. Para atraerlo decidí añadir un extra a la tradicional entrega de dinero, algo que a él le convenciera, algo como follarse una última vez a Lucía. Siempre supe lo morboso que era Luis y sabía que mordería el anzuelo. En cuanto a Lucía, no importaba lo que ella opinara. Me lo debía y tragaría con el trío o pasaría el resto de su puta vida en la calle y desacreditada. Tenía un montón de grabaciones de nuestros encuentros en alta fidelidad. Algunos de ellos, verdaderos tríos salvajes con personalidades importantes que podrían tomar medidas drásticas contra ella. Aceptaría, lo tenía bastante claro.

Así que, ¿qué podía salir mal? De hecho, ¿qué es lo que salió mal?

El plan era sencillo, entrarían primero los tres secuaces que me había facilitado Luis, tres búlgaros, ex militares, curtidos en mil batallas, agarrarían a Julián, le ablandarían un poco y luego entraría yo para rematar la faena. Haría acto de presencia cinco o diez minutos después de que ellos irrumpieran en el local.

La idea era darle una buena somanta de hostias, quizás un brazo roto, o una pierna, nada irreversible pero sí lo suficiente para que le quedara claro que no le iba a dejar en paz. Hasta elucubré la idea de orinarle encima como humillación final. Rondó por mi cabeza la frase de “Ahora sí que hueles a hombre, por fin” tras mearle. Allá iban mis tres matones a dos mil euros cada uno, todo planeado al mínimo detalle.

Me bajé de mi coche y me dispuse a hacer acto de presencia. Entonces vi cómo bajaba el cierre del local. Eso me hizo sospechar que algo no iba bien. Esperé un par de minutos al lado del coche, pero fue en vano. Me puse nervioso y decidí esperar dentro del coche. Finalmente subió la verja metálica del local y de él emergió un tío que no había visto en mi vida, un hombre que me desafiaba.

-Ven aquí, mamón. Entra si tienes huevos, tus amigos te llaman.

Había algo terriblemente mal en esa escena. No sabía qué hacer, no podía dejar allí a los tres hombres que había contratado. Probé a llamar a Luis pero apenas me dio tiempo porque, como en una película de la mafia, salieron cinco hombres arrastrando por los pies a los búlgaros. Estaban riendo. Aquellos personajes salidos de un film de terror estaban riendo, como si la cosa más natural del mundo fuera lo que estaban haciendo en ese momento. Transportar a tres personas que habían sido brutalmente golpeadas según se desprendía por la sangre que cubría las ropas que llevaban.

Lo siguiente que oí fue:

-Anda tonto, entra, que te va a gustar lo que tengo para ti guardado.

Y empezó a correr en mi dirección.

De repente, lo único que quería era desaparecer de allí. Salir corriendo, irme a mi casa. Arranqué el coche lo más rápido que pude y huí.

Algo había salido mal pero ese hombre, esa especie de actor loco  surgido del infierno, no era el tirado que una vez conocí y apaleé. Estaba seguro, ese no era “Puertas”.

Lucía.-

¿Qué estaba pasando? ¿En qué momento todo se volvió una locura? ¿Qué podía hacer yo con una pistola?

Todo se había descontrolado y no sabía hasta qué punto.

Ante mí estaba Luis con los pantalones bajados, llorando.

-¿Puedo…, puedo vestirme? –me preguntó. No, me pidió permiso. Como un niño pequeño, desamparado, llorando y con mocos, producto del miedo seguramente. Ese miedo que minutos antes se había apoderado de mí, y que no había servido de nada para llamar a su misericordia. Menudo cobarde estaba hecho y pensé que mi vida era una mierda. Había estado casada con un cobarde violador y mi compañero ideal era un hijo de puta que me había vendido al mejor postor.

-Vete –le dije- Vete de aquí y no vuelvas más.

-Sí, sí, sí, sí, gracias, gracias, gracias –lloraba agradecido mientras se subía los pantalones- No volverás a verme, lo juro.

Se marchó.

Con su salida de escena desaparecieron muchos de los demonios que me atormentaban. Nubes negras que habían flotado sobre mí durante décadas de mi patética existencia como puta y chupapollas. “Puertas” tenía razón. Era mi responsabilidad. Todo lo sucedido podía haberse evitado si yo hubiera tenido un poquito de diligencia.

Cerré la puerta con llave y tomé nota: llamar mañana al cerrajero. Guardé la pistola que me dio. Apenas la toqué. La cogí de la culata, con la punta de mis dedos y la guardé en una bolsa. No quería tener líos con armas de fuego.

Sobre las 23:00 recibí una llamada en mi móvil.  Juan Carlos. No atendí el teléfono. A las 23:15 el cabrón que me había subastado volvió a insistir. Esta vez decidí atenderle,

-Dime

-Lucía, ¿está ahí Luis?

-No, no está

-¿No?

-No, he dicho que no. No está. El cerdo de tu amigo no está. Y tú, tú no te acerques aquí, cabronazo.

Ni siquiera respondió al insulto. Directamente colgó.

Me tomé mi tiempo. Me desvestí, me duché y, mientras caía el agua caliente cobre mi cuerpo, llegué a la conclusión de que tenía que cambiar de actitud y de vida. Se acabó. Mi papel como mujer promiscua había llegado a su fin. Habría llamado a Albert pero, entre la vergüenza que sentía por haberle manipulado y el miedo que me daba preferí contactar con Francis.

Rogué a la divina providencia porque aún mantuviera el mismo número de teléfono.

-¿Sí? ¿Quién es?

-¿Francis? ¿Eres tú?

-Sí. ¿Quién eres?

-Soy yo, cielo, Lucía.

-¿Lucía? ¿Mi Lucía? –“Su Lucía”, había dicho “su Lucía” y en ese preciso momento me sentí muy sucia, muy infeliz, muy triste y empecé a llorar.

-Sí, cariño, soy “tu Lucía”, es que, es que, han pasado cosas, Francis.

-Tranquilízate, Lucía, tranquila. Dime cielo, ¿qué ha pasado?

Decidí sincerarme con la persona más noble que había conocido. La chica más dulce y batalladora, la que nunca nos dio la espalda, aquella que era más mujer en uno solo de sus gestos que cualquiera de las chicas de ”la Urba” en todo su cuerpo. Una chica que apostó por su hombre, contra viento y marea. Aquella que sacrificó su reputación, su dignidad por alguien real.

-Me han intentado violar, Francis. Luis me ha intentado violar.

-Llámame Fran, niña. Respira, cielo, tú respira. ¿Quieres que llame a la policía?

-No, no, eso no. Por favor, Francis. No llames a la policía.

-Llámame, Fran, Lucía. Si quieres llamo a una canguro y voy a visitarte.

-No, cielo, no. Ya lo ha arreglado todo “Puer…”, Albert.

-¿Qué? ¿Albert ha estado ahí?

-Sí, Fran. Ha sido Albert, si no hubiera sido por él, no sé qué me habría  pasado.

-¿Dónde está, Luci. Dónde está Albert?, ponme con él.

  • Ya no está aquí. Y no se donde está.

-¿Cómo que no sabes dónde está?

-No lo sé. Te juro por dios que no lo sé. Él vino aquí, Luci. Me protegió y luego se fue. Pero ha pasado algo grave. No sé lo que es pero tiene que ver con Julián.

-¿Con Julián? ¿Qué tiene que ver mi Julián en todo esto?

  • Se volvió loco, Fran. Juan Carlos se volvió loco cuando le conté que Amaia quería volver con Julián. Yo intenté que Albert le parara.

-¿Cómo? ¿Qué Albert le parara? ¿Y cómo esperabas que mi Albert le iba a parar, eh? ¿Cómo esperabas que mi marido iba a parar a ese malnacido? ¿A que estabas jugando, Lucía?

-A la tonta del bote, Fran. A lo que he sido siempre, la puta tonta del bote y si no llega a ser por tu marido ahora mismo no estaría aquí mismo.

-¿Y dónde está mi marido?

-No lo sé, de verdad que no lo sé.

-Bueno, está bien. Albert sabe cuidarse. Mira, Lucía, lo que tienes que hacer es irte a urgencias. Que te hagan un parte de lesiones y luego pon una denuncia. No lo dejes pasar. Sé lo que me digo, lo he hablado muchas veces con Albert. Siempre, siempre hay que plantar batalla.

Me entraron ganas de reír. Con el repaso que Albert había dado a Luis, ese no volvería a acercarse a mí en la vida.

-No, Fran. No voy a hacer nada de eso. Albert lo ha dejado todo muy claro. ¿Sabes?, tienes un gran esposo.

-Lo sé, Luci. No puedes hacerte a la idea de hasta qué punto.

-Cuídalo, Fran. Cuídalo mucho, porque ese hombre lo merece.

-Siempre le he cuidado, Luci… Y dime, Amaia, ¿sabe algo de todo esto?

-No lo sé, Fran.

-Vale, pues tú no te preocupes de nada. Ya me encargo yo, ¿Vale? Tu máxima prioridad ahora mismo es olvidarte del asunto y relajarte. Lucía ¿te puedo pedir un favor?

-Claro, Fran, lo que quieras.

-No cuentes nada. Te lo pido como amiga.

-No te preocupes. Seré una tumba.

Y así, con una única llamada, volví a reconciliarme con mi pasado y supe que mi vida sería muy diferente desde ese día.

Fran.-

La llamada de Lucía me dijo muchas más cosas de las que yo estaba dispuesta a admitir. Mi marido había sido utilizado y yo había favorecido  que hubiera sido así. Todo me cuadró mientras me estaba preparando una frugal cena en la cocina y encendí la radio en la sintonía local.

Alguien había intentado incendiar el bar “El Juli” pero, afortunadamente, la camarera, una tal María Lara Jiménez Cebrián ( por supuesto, Lara) había conseguido sofocar el incendio aunque tuvo que ser atendida en urgencias por inhalación de humos. Nada grave, al parecer, ya que cinco horas después había sido dada de alta en el Hospital. Todo un acto de valentía por parte de la empleada a quien, desde la dirección de la emisora, se le felicitaba por su gallardía.

Pero yo pensé: un incendio tan poco relevante que con un acto de una camarera se sofocaba, unas  repercusiones tan escasas que había salido de Urgencias en apenas cinco horas. De pronto… la luz. Todo encajaba. Solo tenía que hacer una llamada. Y por dios que la iba a hacer.

Amaia.-

Recibí la llamada de Fran a las 23:45. Sabía que, tarde o temprano, iba a tener noticias de ella. Después de todo, Fran no podía evitar ser tan posesiva. Aunque ella pensara lo contrario, ella era tremendamente celosa… y muy envidiosa. Quizás era el mayor de sus pecados capitales: la envidia.

Se acostó con Julián por envidia y se casó con Albert por soberbia. A ninguno de ellos dos amaba. Todo era una fachada creada para ensalzar la imagen que tenía de sí misma. En ese sentido, la opinión que todos teníamos de ella no difería. Pero la muy cabrona tenía suerte. Sabía mover sus piezas, lograr sus objetivos y ganar la partida. Esta vez no sería diferente.

-Aléjate de él –fue lo primero que dijo.

-No, Fran no me alejaré. Tiene que estar conmigo, a mi lado.

-No le conoces. Es diferente a nosotras. Es fuerte, pero cualquier cosa le afecta.

-Lo sé, Fran. Sé que es fuerte y débil a la vez. Esa dualidad es la que me conmueve de él.

  • Es mío, siempre lo fue, siempre lo será.

-No tiene dueño, Fran. No lo tiene. Es libre solo que él no quiere serlo.

-Estoy hablando de mi marido, Amaia.

-Yo también.

-¿Y Julián?

-Julián siempre fue mío y yo de él. No hay debate sobre eso.

-Ya me quitaste a Julián y ahora pretendes hacer lo mismo con Albert. Sé que no me he comportado bien con él pero le amo. Es mi faro y estoy dispuesta a pelear contra quien intente separarme del hombre más puro que jamás existirá. Mi marido seguirá a mi lado para que le colme de cariño.

  • En primer lugar, yo no te he quitado nunca a nadie. No sé qué jueguecito teníais Julián y tú pero yo no me interpuse en la relación de nadie y, en segundo lugar, Fran, le vas a hacer daño, y no se lo merece. No sabes lo que tienes entre manos. Es una bomba de relojería, algo que va a explotar, puede que no hoy, ni mañana pero va a estallar. Aléjate de él. Por su bien, por tu bien.

-¿Cómo me voy a alejar de él? ¿Pero qué tontería estás diciendo? No puedo alejarme de él. Es mi vida, mi día a día, mi luz, mi sol, mi aire.

-Fran, escúchame.

-No, Amaia, no lo permitiré.

-Solo escúchame un momento. Dime,  por favor, ¿has hablado con él?

-¿Cómo?

-Es evidente que te has enterado de la noticia. Repito: ¿has hablado con él? ¿Le has llamado? Porque si no le has llamado a él, deberías plantearte que no le amas. Ha habido un incendio y ni siquiera te has preocupado de localizarle por si está bien, Fran. Eso no es muy normal. ¿No te parece?

-Aléjate de Albert, Amaia o te juro por dios que acabaré contigo. Ya no soy una mujer enamorada , ni una madre que protege a su familia, ahora soy una loba y moriré antes de que vuelvas a ponerle en peligro.

-Fran, lo que he hecho, ha sido por Julián. Haría cualquier cosa por él, incluso quemar su local, con tal de protegerle. Sacrificaría a cualquier persona, sea camarera o tu marido, me es indiferente. No hay nadie por encima de Julián. Si tú no sientes lo mismo por Albert, déjale. Te lo digo como amiga que fui, como amiga que soy.

-Estás avisada, Amaia. No te lo volveré a repetir.

Juan Carlos.-

Llegué a las 23:15 a mi casa y, a treinta metros de la puerta de entrada, pude distinguir la figura de un hombre. Ese sí era él. Por fin, me encontraba ante Puertas. Me dirigí hacia donde se hallaba despreocupadamente, como si viniera de una larga y dura jornada laboral. Ahí estaba, de pie, con un cigarrillo encendido en su mano derecha y un bote enorme de gasolina junto a su pierna derecha.

El olor era inconfundible y al reconocerlo empecé a temer que no hubiera límite a la locura de aquel personaje siniestro. Su camisa blanca estaba arremangada en ambos brazos, prácticamente desabrochada a falta de dos o tres botones, casi totalmente suelta a excepción de la parte de atrás.

Me acerqué a él sin ningún sigilo, mi papel de sorprendido propietario así lo requería. Iba a dirigirle la palabra, pero se me adelantó.

-Llevaba 17 años sin fumar –me susurró mirándome a los ojos- ¿sabes el esfuerzo mental y emocional que requiere dejar de fumar? ¿Puedes hacerte una mínima idea de la concentración y el sacrificio que exige evitar todos los días fumar un cigarrillo? Y todo, ¿por qué Juan Carlos?

  • No sé a qué te refieres.

-Claro que lo sabes, Sr. Importante. Ha sido por ego, ¿verdad? No podías soportar que Julián se follara a tu preciosa ex mujercita. Eso era demasiado para el Rey de “la Urba”. Vivir siempre nadando en este precioso lago repleto de lujos y oportunidades ha tenido que darte una imagen falsa de lo que es la realidad.

-Repito que no sé a qué te refieres y como no te vayas de aquí llamaré a la policía.

-Llama, por favor. No te reprimas, je, je, me encantará ver la cara que pones.

-Lo digo en serio, Puertas.

-Tengo un  nombre ¿sabes?, estoy seguro de que lo conoces. Un hombre preparado como tú ha tenido que hacer los deberes antes de montar la que has montado. Aunque, ciertamente me deja un poco sorprendido que no hayas cambiado la matrícula de tu coche. ¿Eso ha sido locura, soberbia o es que simplemente eres gilipollas? Me ha resultado muy fácil dar con tu dirección.

-Se acabó, voy a llamar a la policía.

-No, Juan Carlos, no vas a llamar a la policía. De hecho no vas a hacer nada. Te limitarás a esperar –siguió diciendo, mientras le daba otra calada a su cigarro.

Sonrió y, dándome la espalda, cogió su bote de gasolina y se dirigió a ¿su coche? No lo sabía, y no había ninguna manera de poder tener la certeza de que aquel era su coche. Sin cambiar el tono de su voz añadió,

-Te crees invencible en este mundillo, tu reino. Nada te puede tocar, nada te puede incomodar, todo está controlado con una estructura fuerte y asegurada. Están los de arriba y los de abajo en tu perfecto mundo de orden. Pero yo vengo del caos, Juan Carlos. Tus normas, tus reglas, tu jerarquía no significan nada para mí cuando reina el caos. Hoy has producido mucho caos y una íntima amiga mía casi muere por tus acciones. Eso no puede quedar así Juan Carlos. No lo permitiré.

-Basta, ¿qué quieres, tío? Dime qué quieres y te lo daré.

-Quiero equilibrio, sólo eso. Poder saber que si alguien hace daño, ese alguien recibe su castigo. Hoy casi me quitas algo muy importante para mí, así que he decidido quitarte algo importante para ti. Y aquí me tienes, un bidón de gasolina, algo de ira y un regreso a un antiguo vicio.

Apuró el cigarro y arrojó la colilla encendida al reguero húmedo que venía desde mi casa.

-No –grité- ¡mi casa no!

-¿Tu casa? Ja, ja, ja, lo dices por ese reguero, Ja, ja, ja, es agua, gilipollas. Jamás quemaría una vivienda. Demasiados imprevistos que lo pueden hacer innecesariamente peligroso.

Abrió la puerta del coche mientras yo respiraba aliviado. Parecía que la cosa se quedaría en la paliza a los tres compinches y lo que le hubiera hecho a Luis. Fue entonces cuando oí nuevamente su voz,

-En cambio, tu preciosa colección de coches…

Encendió un mechero Zippo y lo arrojó por encima de su coche. Dos regueros de fuego corrían raudos hacia dos coches estacionados en la calle principal, alejados de cualquier otro vehículo e iluminaron ambos en la oscuridad de la noche.

-No necesitaba el mechero, después de todo ya no fumo. No te quejes y míralo por el lado bueno “Juancarlitros”, te quedan tres… de momento.

Y arrancando el coche desapareció de mi vista dejándome solo, con mi frustración, mi rabia y mis lágrimas.

Aún recuerdo la canción de Barricada que surgía del coche mientras se alejaba,

CASI NUNCA SÉ DÓNDE ESTOY

NO ME IMPORTAN LOS DÍAS

NI LA DIRECCIÓN

TE PREGUNTARÁS  QUÉ COÑO HAGO AQUÍ

DISPUESTO A BUSCAR PELEA SI HACE FALTA

PORQUE SÉ QUE ES UN BAILE SALVAJE

COMBATE A MALA CARA

VEO TODO EN BANCO Y NEGRO, BLANCO Y NEGRO

Valiente hijo de puta.

NOTA: Este relato continúa narrado por Turista