Una teoría compleja para un amor eterno, 7

Motivos para odiar y un universo en expansión

CAPÍTULO XIII

¡ODIO, ODIO, ODIO A PETER PAN!

Hook ( 1.991)

Juan Carlos.-

Odiar es ese sentimiento  profundo e intenso de repulsa hacia alguien que provoca el deseo de producirle un daño o de que le ocurra alguna desgracia. Yo soy de los que creen que  en la vida no puedes estar esperando que pasen las cosas. Las tienes que provocar tú, y eso es lo que diferencia a los ganadores de los perdedores.

Que sí, que si tus padre tienen dinero la vida se te simplifica bastante pero, seamos sinceros, aun teniendo pasta, si no la sabes manejar, si no tomas la vida por la pechera, serás un fracasado más.

El dinero te facilita la educación, el círculo de relaciones sociales más conveniente; pero el triunfo, el triunfo hay que ganárselo. Yo me lo gano todos los días, con mi inteligencia, mi saber estar y mi análisis sobre el resto de los que me rodean.

El poder es un afrodisíaco. La fórmula definitiva que te lleva a todos los sitios, lo que hace que el mundo gire ( money makes the world go round) es el dinero.

No hay nada más puro que el dinero. Saber manejarlo, saber invertirlo, saber dónde ponerlo es lo que hace que tu vida pueda ser más o menos plena. El dinero es la base, la inteligencia es la herramienta y la voluntad es el arma definitiva.

En ese mar es donde navegamos los que queremos dominar. Todo aquél que quiere ser alguien sabe que debe dominar esos conceptos: dinero, inteligencia y voluntad.

Si algo aprendí desde muy jovencito es que hay mundos que no se rigen por esos requisitos. Son mundos en los que los valores que imperan son los del dolor y el miedo. Como no hay inteligencia y tampoco mucha voluntad se acuden a métodos sustitutivos, pero siempre hay un elemento común: el dinero.

A mí el dinero me sobra, para qué mentiros. No me hace falta causar miedo ni dolor, para eso tengo todo un elenco de personajes que me ofrecen ese producto, y  a mí me gusta que la economía fluya.

Ahora en serio, entre nosotros, odio a Julián (de ahí el título). Le odio porque no me gustan los santurrones, esa especie de sub humanidad. No sabemos nada de ellos, no sé qué pretenden, no aportan nada, tan solo están ahí y se convierten en obstáculos al progreso. Dentro de esta subsección están los falsos. Julián lo es. Sé que nadie me va a creer, pero Julián es un falso. Por lo general, no me importaría de no ser porque me afectó directamente.

Sí, sé lo que pensáis, “joder qué egoísta”, “va a su rollo” y ¿sabéis qué?... tenéis razón. Voy a mi rollo pero Julián también. No es una hermanita de la caridad, no es un beato, ni mucho menos.

Tengo un hermano y una hermana. Ambos son más pequeños que yo, siempre me he considerado su guardián, su baluarte, y esas cosas me las tomo muy en serio. Mi hermana Andrea siempre fue muy lanzada, demasiado valiente, no atendía a razones y, claro, eso acabó llevándola al mal camino. Un pequeño sendero repleto de drogas, de mucho sexo y de mucho alcohol.

Recuerdo que, por mucho que la abroncara, ella hacía oídos sordos. No le importaba que le siguiera o que le amenazara, le daba todo igual, hasta que un buen día, mi padre le cortó el grifo. Ya no había tarjeta de crédito, ni paga de fin de semana, “si quieres dinero, a trabajar” fue el blasón que colocó mi padre en nuestro apellido.

Lo que no sabía mi padre es que a Andrea le importaba un pimiento todo. Así las cosas, no era muy difícil verla trapicheando, follándose a todo lo que se meneaba por una dosis más, hasta que ya me cansé de la absurda situación y decidí llevarla al centro de desintoxicación donde colaboraba Julián.

Por aquél entonces Julián era el héroe de “la Urba”, el Tom Hanks que toda madre quería como novio para su hija. Todos sabían que, si bien el padre era un auténtico desastre, Julián era el llamado a prevalecer sobre todos.

Amable, atento, simpático, estaba adornado por todo tipo de virtudes. Con una campaña de publicidad medianamente mimada, Julián habría sido dios. No es de extrañar que mi madre acudiera a ese Centro de Rehabilitación para desintoxicar a mi querida hermana.

Con el tiempo me familiaricé con ese camino. Acudía martes y jueves a llevar a mi hermana. Esperaba entre 30 y 45 minutos a que la atendiera Julián, luego salía mi hermana de la habitación donde la atendía y hasta la siguiente sesión. Mi hermana volvía siempre con una sonrisa en la oreja, quizás debido a la metadona.

Empecé a acostumbrarme a esa rutina de martes y jueves en el centro de rehabilitación, observando a toda esa escoria que se acercaba a por su correspondiente chute de nueva normalidad cambiándola adicción al caballo por la adicción a la metadona.

Y estaba la rutina del miércoles, por supuesto, el día en el que Julián iba  a rendirle cuentas a mi madre. Yo lo llamaba la “Inercia de la Vía Láctea”. Tomad asiento, ahora os cuento porqué la llamé así.

Julián.-

Al mirarlo con perspectiva  sé que muchas veces me he equivocado.

El centro de desintoxicación me abrió la mente a un mundo de miseria. Un mundo donde los pobres no tenían derecho a vivir dignamente.

Fueron muchas a las personas que intenté ayudar. Algunas salieron de esa mierda, otras continuaron en ella y, por desgracia, muchos murieron debido a una sobredosis o a un caballo mal cortado. Cuando no hay dinero, compras lo más barato y, en ocasiones, lo barato sale caro.

De las visitas de los toxicómanos al centro en busca de la metadona siempre sacabas algo positivo entre tanta miseria, las personas.

Aunque parezca extraño, los drogadictos suelen ser personas muy amables con la gente que intenta ayudarles. La mayoría son vagabundos forzados, el dinero que tenían y el poco que ahora consiguen, lo invierten en un poco de droga para “relajarse”. La mayoría eran, por tanto, gente de clase media, con estudios y cultura. Son personas marginadas que sólo buscan atención y cariño.

La tarea de un voluntario es la de orientar al toxicómano para que, con la ayuda de la metadona, deje de drogarse. La única condición para poder optar a una dosis de metadona es asistir a reuniones con los voluntarios donde se habla de los problemas de la adicción.

Es ahí donde yo cometí mis errores. Las mujeres venían a por su dosis, pero antes de eso se reunían conmigo. Esas reuniones son muy personales. Se cuentan secretos, dudas, miedos y sobre todo, esperanzas.

No era de extrañar que muchas de esas mujeres me desearan debido a mi complicidad con ellas.

Disfruté del sexo con muchas, más de las que recuerdo. Y ellas, subyugadas por un hombro donde apoyarse, se abrían de piernas para facilitarme el camino a su interior.

Ya he dicho que no me siento orgulloso de lo que pasaba en las horas de charla con algunas de ellas, pero yo era joven y mi lívido no tenía fin.

Tras varios problemas con mujeres que acudían al centro, decidí cambiar de forma de actuar por mi bien, y por el de ellas.

Estaba tratando de portarme bien cuando aparecieron Andrea y Fina, hermana y madre de Juan Carlos. Por lo visto, Andrea quería asistir al centro para que le ayudáramos a dejar la drogadicción.

A mí me sorprendió que gente podrida de dinero acudiera a un centro de desintoxicación pudiendo pagar una clínica privada. La contestación de ellas fue que Juan, el padre de Juan Carlos, ya se había cansado de pagar los vicios de su hija y no tenía pensado sufragar la desintoxicación. Por lo visto, en esa familia ser cabrón era normal.

Les dije las normas del centro y aceptaron sin poner impedimentos. Andrea acudiría los martes y  jueves y, tras la metadona, recibiría una charla conmigo.

La única demanda que hicieron fue que yo le tratara y que lo hiciera con discreción. Entrarían por la puerta trasera para evitar que alguien de la “urba” los viera y manchara el nombre de la familia. No vi nada malo en lo que me pidieron y quedamos para empezar el siguiente día.

Las dos primeras semanas Fina acompañó a su hija a la cita. Ambas entraban en la sala y escuchaban como les hablaba de los peligros de las drogas.

Después de esas semanas, fue Juan Carlos el que acompañó a su hermana pero, a diferencia de su madre, este se quedaba esperando en el pasillo y éramos Andrea y yo los que teníamos la charla, solos.

Una de esas tardes, semanas después, mientras Andrea y yo hablábamos de sus metas escolares, sucedió algo que lo cambió todo.

Andrea se levantó de la silla y caminó hacia mí. Cuando estuvo delante de mi cara, bajó su cabeza e intentó darme un beso en los labios. Yo la esquivé como pude.

-          ¿Qué demonios haces Andrea?

-          Tengo ganas de besarte, y es lo que voy a hacer.

-          Me parece bien, pero yo no quiero hacerlo. Y ya sabes lo que dicen: “dos no se besan si uno no quiere”.

Andrea se separó de mí con cara de asombro y empezó a desabrocharse la camisa. Ante mí asomaron dos tetitas perfectamente redondas, con unas areolas rosadas y unos pezones perfectos para chupar. La tentación era muy fuerte y, aunque había jurado que no lo volvería a hacer, se me hacía muy difícil poder resistir no lanzarme a chupar esas peritas que debían estar muy dulces.

-          Entonces Julián, ¿tampoco te apetece probarme?

Esa niñata me iba a hacer perder el juicio. Estaba decidido a follármela ahí mismo. Me levanté y en ese momento, Andrea mostró una sonrisa de superioridad que me hizo ver la locura que estaba a punto de hacer. Reaccioné a tiempo. Me alejé de allí y le dije.

-          No quiero Andrea. Vístete.

La niña se volvió a colocar la ropa y, visiblemente enfadada, se dirigió a la puerta.

-          Esto no va a quedar así. ¡A mí nadie me rechaza! ¿Entiendes? ¡¡¡NADIE!!!

Y salió dando un portazo.

Juan Carlos.-

Las primeras semanas acudía mi madre al centro pero después se aburrió y me pasó a mí el muerto.

Los dos días hacíamos lo mismo, entrábamos por detrás para que nadie nos viera, esperaba en el pasillo mientras Andrea entraba y, tras una hora, salía mi hermana con una sonrisa tonta de la reunión y, para casa.

Semana tras semana, hasta que un martes algo sucedió. Andrea salió de la sala dando un portazo y muy enfadada.

-          ¿Qué te pasa Andrea?- pregunté queriendo saber el motivo de su enfado.

-          Nada, vámonos.

El trayecto a casa lo hicimos en silencio. Andrea tenía un semblante muy amargo y yo no pude aguantar más. Al entrar en el jardín de casa, le volví a preguntar.

-          ¡Dime que ha pasado, joder!

-          Es que Julián ha intentado propasarse conmigo.

-          ¡Hijo de puta! Lo voy a matar.

-          ¡No, por favor! A lo mejor han sido imaginaciones mías. Espera unos días y ya te diré. Pero, sobre todo, no se lo digas a mamá.

-          Está bien esperaré. Pero si ese cabrón te toca un pelo, te juro que le rajo el cuello.

Esperaría a que Andrea me dijera algo, pero a mi madre sí se lo conté para que estuviera alerta.

Julián.-

El día siguiente lo pasé preocupado. No es que tuviera miedo de Andrea, pero nunca se sabe que contactos tendría una familia influyente como esa, ni que grado de maldad tendría esa chiquilla.

Por la noche salí del centro algo más tranquilo al ver que nadie me reclamó nada pero, nada más doblar la esquina, observé un BMW aparcado que me resultó conocido.

Cuando estuve a su altura, la puerta del conductor se abrió y de él salió Fina. Se colocó delante de mí y esperó a que me acercara. No pude evitar observarla detenidamente.

Cuando tu vida va sola y no tienes preocupaciones, tu cuerpo es tu mayor desahogo. Fina, a sus 46 años, era toda una MQMF (MILF para los ingleses). Tetas operadas, labios operados, culo…… operado. Pero bien operado, no como esas mujeres que se recauchutan y parecen muñecos de feria.

Vestía una falda de tubo negra que marcaba su potente trasero, unos zapatos negros con un tacón de vértigo y una blusa dos tallas más pequeña, con los botones superiores abiertos mostrando un canalillo desorbitado. En esa gruta se perdieron espeleólogos. Sus piernas estaban enfundadas en unas medias de rejilla muy sexys y su pelo castaño, lucía suelto en melena.

Para rematar el look, Fina sacó del bolso un paquete de tabaco y cogió de este un cigarrillo largo y fino. Se lo puso en sus labios mullidos, pintados con carmín rojo, y lo encendió dando una calada tan sensual que juro que se me puso dura en ese momento. No he visto una mujer más atractiva sexualmente, que Fina.

-          Hola Julián- dijo Fina tras exhalar el humo del cigarro.

-          Hola Fina.

-          He oído que ha habido algún problema con Andrea.

Su voz era melódica y atrayente. Sus ojos, coronados por dos largas y perfiladas pestañas, me miraban, entrecerrados.

-          La verdad es que creo que ha sido un malentendido.

Esta conversación se encaminaba hacia mi desgracia. Desconocía lo que Andrea había comentado sobre mí, pero debía ser tan falso como comprometedor.

Fina volvió a dar una sensual calada a su cigarro, alargando así mi sufrimiento y mi excitación.

-          Jajaja- de pronto, comenzó a reír.- No te preocupes, chaval. Conozco bien a mi hija. Es una niña mimada y creo que, por una vez, no se ha salido con la suya.

Las palabras de Fina me dejaron desconcertado.

-          Bueno, en realidad pasó algo parecido. Pero quizás malinterpretó mi forma de actuar.- dije yo, algo más tranquilo.

Fina aplastó el cigarrillo entre el suelo y su zapato y se acercó a mí. Su boca se situó a medio milímetro de la mía y me dijo casi susurrando y con voz melosa.

-          No me extraña que lo malinterpretara, todas lo haríamos.

Se separó de mí, no sin antes agarrarme la polla de manera violenta.

-          De momento quiero que todos los miércoles vengas a casa y me pongas al día sobre los avances de mi hija. Así decidiré qué hago contigo.

-          Muy bien señora.

No pude decir nada más. Me dolían los testículos del tremendo calentón que llevaba. Nunca en mi vida me había sentido tan pequeño al lado de alguien.

-          ¡Mmmm! Eso es. Llámame siempre señora. Nos vemos el miércoles que viene, cariño.

Diciendo esto, se acercó un dedo en la boca y lo lamió con la lengua, como si fuera un chupa-chups. Se montó en el coche y desapareció.

Nada más irse, me tuve que meter en un callejón y pajearme pensando en la hembra que se acababa de ir.

Diez sacudidas a mi polla y descargué como pocas veces lo había hecho.

Juan Carlos.-

Pensaba que mi madre pondría a ese malnacido en su sitio pero, lejos de patearle, le invitó cada miércoles a casa.

Cierto es que no era una invitación lúdica. Los miércoles, Julián venía a casa a poner al día a mi madre sobre los avances de Andrea.

Yo seguía acompañándola al centro y, aunque le insistí varias veces en entrar con ella a la sala, nunca me lo permitió. Alegaba que había tenido una charla con Julián y todo había quedado resuelto, pero yo veía a mi hermana salir de allí con cara seria en cada cita.

Este hecho me ponía de mal humor. Ver como tu hermana lo pasa mal cuando está con ese pervertido, me hervía la sangre. No quería imaginar las barbaridades que Julián, más mayor y con más experiencia que Andrea, le diría a esa pobre niña.

Y esto no mejoraba cuando los miércoles, después de mi entrenamiento de fútbol, entraba a casa y observaba como mi madre conversaba animadamente con Julián mientras tomaban café con pasteles. Me daban ganas de ir hacia él y partirle esa cara de hippie que tenía.

Ya sabía yo como ayudaba a los yonkys. No me extrañaría que se hubiera follado a más de una drogata. Imaginaba a una de esas tías, melladas,  le chupaba la polla a Julián a cambio de una dosis extra de metadona, y se me revolvía el estómago.

Aquella tarde, la que desencadenó mi odio eterno por Julián, llegué al entrenamiento como cada miércoles. Me cambié de ropa y empecé a correr para calentar. Cuando llevaba tres vueltas al campo, pisé un aspersor de riego que estaba mal colocado, y me torcí el tobillo. El dolor no me permitía correr y, después de que me dieran un masaje y de intentar volver al entrene, decidí darme por vencido y retirarme del campo.

Frustrado como iba y muy cabreado, por la forma tan estúpida en la que me había lesionado, llegué a casa.

Al abrir la puerta, me sorprendió el silencio de la casa. Se suponía que ese día mi madre tenía su reunión semanal con Julián, pero allí no se oían voces.

Dejé la mochila en la entrada y me dirigí a la cocina para coger una bolsa de hielo para ponérmela en el tobillo y bajar la inflamación.

Pasé por el salón y no encontré a nadie en él. Extrañado me encaminé hacia la cocina llamando a mi madre, pero nadie contestó.

Entré en la cocina, saqué el hielo y, cuando me iba a ir a mi habitación, los vi.

En el jardín trasero, junto a la piscina. Mi madre arrodillada frente a Julián, desnuda. Lamiendo su verga como si fuera un helado, y tocándose el coño con la mano libre.

No podía escucharlos, pero las caras de los dos eran de auténtico placer.

¡Mi madre se la estaba mamando a ese hijo de puta!

Dejé el hielo en el banco de la cocina y salí, rápidamente, al jardín.

-          ¡Cabrón de mierda!

Justo en ese momento, Julián separó la polla de la boca de mi madre y descargo tres o cuatro trallazos de semen en su cara.

Mi madre recogió lo que pudo con la lengua antes de verse sorprendida por mi intrusión.

-          ¡Juancar! ¿Qué haces aquí, tan pronto?

Julián.-

La sensación de desprotección frente a Andrea nunca la pude vencer.

Esa niñata venía al centro con aires de triunfadora y entraba en la sala donde se reunía conmigo pisando fuerte. Se insinuaba constantemente, vestía con faldas que, sospechosamente, se arremangaban dejándome ver sus piernas y sus braguitas, los escotes eran cada vez más pronunciados y sus palabras más obscenas.

Lo que no imaginaba esa niña era que yo ya iba bien servido de sexo. Su madre me daba ración de carne todos y cada uno de los miércoles que acudía a su casa.

El primer día que acudí llevaba el miedo en el cuerpo. No sabía los motivos de que Fina quisiera reunirse conmigo cada miércoles. Pero las dudas se disiparon nada más entrar a su casa.

-          Pasa Julián. Perdóname pero estaba haciendo ejercicio.

Fina abrió la puerta con unas mallas deportivas negras que se ajustaban a sus moldeadas piernas y a su grandioso culo. Ese culo era de primer nivel. Operado, como ya dije, pero sus dos glúteos formaban una circunferencia perfecta, sólo rota por la raja que los separaba.

En la parte de arriba, Fina lucía un top blanco. Pequeño, no os voy a engañar. Y sus poderosas tetas querían escapar del encierro por los laterales como si se asfixiaran y buscaran aire. Pero lo que más me llamó la atención de ese conjunto fue que, fruto de un posible sudor al estar haciendo deporte, el top blanco trasparentaba, perfectamente, dos areolas grandes y negras, y un pezón a cada lado igual de negro y, por el aspecto, duro como el mármol.

Todo este espectáculo coronado por una trenza que le daba ese aspecto juvenil pese a su edad.

¡Era una puta diosa!

-          ¿Quieres un café?

-          Si no es mucha molestia.

-          No, cariño. Te lo preparo enseguida.

Mientras Fina preparaba los cafés, aproveché para acomodarme mi, ya durísimo, aparato, pues me empezaba a apretar dentro del pantalón.

-          Mientras se prepara, voy a cambiarme. ¿Te importa?

-          No mujer. Esta es tu casa y puedes hacer lo que quieras.

-          Lo que quiera dice… que gracioso eres.

Fina se perdió por las escaleras que daban al primer piso y, minutos después, apareció por la cocina con los cafés. Se había cambiado, sí. Pero, ¡joder!, qué mujer.

Ahora llevaba una bata de seda, sin más. No sabía si llevaba sujetador, ni bragas, ni nada. La bata, y los labios pintados de un rojo intenso y brillante.

-          Ahora estoy más cómoda. ¿Te molesta mi vestimenta?

-          ¡Por supuesto que no! Si estás cómoda, yo estoy cómodo.

Durante el café, Fina no dejo de flirtear con migo y yo no sabía si picar o aguantar.

En ese momento, la conversación se tornó…complicada.

-          Julián, dime una cosa, ¿te parezco una vieja?

¡Ostias! Esto iba en serio.

-          ¡Qué va! Se ve estupenda.

-          Entonces si me levanto y te hago esto…

Fina se acercó a mí y me cogió la mano para llevarla a su teta derecha. Ahí descubrí que no llevaba sujetador.

Al sentir el contacto, Fina soltó un leve gemido y yo, instintivamente, retiré la mano.

-          ¿Qué pasa Julián? ¿no te gusta lo que te ofrezco?

-          Si señora, tiene muy buen cuerpo, pero Juan Carlos… esto no está bien, lo conozco desde pequeño.

-          Ja, ja, ja… ¿Juan Carlos? Cariño, ¿Te crees que eres el primer amigo de mi hijo que mete su pito dentro de mí? No, amor, este cuerpo ya ha disfrutado de muchos chavales.  Luisito no fue tan remilgado, como tú y eso que es el mejor amigo de Juanito. Te lo pregunto por última vez, ¿quieres pasártelo bien conmigo, o me busco a otro que me satisfaga?

No había más que decir, me abalancé sobre ella. Desaté la bata y comencé a mamar de sus pezones como el buen niño que era.

-          Eso es mi niño, sácame la leche de estas tetas. Muerde bien toda la carne y no dejes nada.

Mientras me apoderaba de esas dos magníficas ubres, Fina encendió un cigarrillo extra- largo y lo saboreó mientras se relajaba. Cuando mis labios estaban cansados de chupar y morder, Fina me sentó en el sofá y me bajó los pantalones. Al retirar toda la ropa, mi polla salió orgullosa de su encierro y apuntó al techo. Fina la tomó fuerte con su manita e, inhalando una gran calada, tiró todo el humo sobre mi falo. El calor casi abrasador del humo del cigarro me provocó tal placer, que estuve a punto  de correrme sin, ni siquiera, haber empezado nada.

Fina, después de tirar el humo, se metió mi polla en la boca y comenzó a subir y bajar a una velocidad y con una succión que me dejó claro que era una mamadora excelente, la mejor que nunca probé.

-          ¡Mmmmm… señora… digo Fina, que gusto!

-          Llámame señora, cachorrito, me pone más cachonda.

-          De acuerdo señora. Qué bien la chupa señora.

-          Esta polla está exquisita. Es como me gustan a mí, joven y gorda. Sobre todo gorda.

La maestría de la madre de Juan Carlos, sumado a las caladas exhaladas en mi glande hizo que, en solamente dos minutos, mi polla empezara a soltar chorros de semen.

Fina recogió todo con la boca y se lo tragó como si de un refresco se tratara. Al terminar de engullir mi corrida, abrió la boca y me enseñó el interior limpio de restos de semen.

-          Qué rico. No hay nada mejor que una ración de proteínas.- dijo Fina lascivamente.

-           Lo siento mucho, es que no me esperaba esto y me he excitado mucho.- me excusé por la eyaculación tan precoz.

-          No te preocupes, piolín, esto aún no ha acabado. Ven.

Fina se quitó la bata y se sentó en el sillón, con las piernas bien abiertas y sin dejar de fumar de esa manera tan sexual.

-          Ahora quiero que el nene  me haga correrme de gusto.

Fui gateando hasta alcanzar su coño con la lengua. Ni un pelo obstaculizaba la tarea a la que ahora me enfrentaba. Realicé una toma de contacto con ese manjar que ya se presentaba brillante, y rocé su botoncito, humedeciéndolo.

-          ¡Joder, chico! Dame más de esos que estoy muy cachonda.

Dicho y hecho. Empecé a degustar esos labios y ese clítoris como si fuera el primer coño que comía.

Fina fumaba y gemía como una gatita en celo. Miraba hacia el techo y expulsaba el humo, mientras una de sus manos se ensortijaba en mi cabello marcándome el ritmo de las chupadas.

-          Mete un dedo, mételo ahora y fóllame con él.

Metí un dedo en su agujero y, tras un corto espacio de tiempo, su cuerpo se tensó y comenzó a gritar como si le estuviera pegando.

-          ¡¡¡Siiii, aaaah. Más, más. Dioooos, cómo me corro. Mete ese dedo más hondo. Fóllame hasta que no pueda más!!!!

Casi un minuto estuvo temblando y jadeando mientras mi dedo hurgaba en su interior y mi boca bebía sus líquidos.

Al terminar, se giró y, mostrándome su culo, me dijo,

-          Fóllame el culo ahora, cabrón. Lo he preparado para que me lo rompas a placer.

En su ano se asomaba un tapón con una especie de diamante falso como decoración. Se metió los dedos y extrajo un dildo anal de una dimensión estándar.

Se abrió bien de piernas y meneó el culo para que le penetrara.

No esperé mucho. Me sorprendió la facilidad con la que mi polla se adentraba en su esfínter y también como, una vez dentro, su músculo apretaba mi pene sin llegar a molestar.

-          ¡Uffff! ¡Qué gorda! Así es como me gustan. Venga, fóllame duro. Haz que me corra como una puta.

Y le di duro. Y se corrió. Dos veces, mientras mi polla resbalaba por su recto, una y otra vez. Sus tetas prácticamente no se movían y, al tocarlas, pude apreciar la dureza de los implantes. Algo que no me desagradó en absoluto,  era diferente a lo que estaba acostumbrado, pero tremendamente excitante.

No las tenía todas conmigo en volverme a correr pero esa mujer sabía cómo exprimir a un hombre y, sacando su culo hacia fuera, empezó a mover sus nalgas haciéndome un masaje en todo mi tronco. Oleadas de placer recorrían mis huevos y no tardé en anunciarle mi corrida.

-          ¡Ya voy, me corro!

Fina se desenfundó mi polla y se giró rápidamente. Se arrodilló frente a mí y, masturbándome con una velocidad asombrosa me dijo.

-          Córrete en mi cara, cabrón, es lo que más me gusta.

Esa frase desencadenó mi segundo orgasmo. Nunca me había corrido dos veces en tan poco tiempo, pero los chorros salieron disparados como en el primer orgasmo.

Desfondado, me senté en el sillón mientras Fina se fue a limpiar. Al volver, se puso la bata de nuevo y me miró fijamente.

-          Si te apetece, esto es lo que haremos todos los miércoles. Te daré el mejor sexo que te hayan dado en tu patética vida.

Ahora bien, si me entero que le tocas un solo pelo a mi hija, te arruino la vida. ¿Entendido?

-          Sí, señora.

-          Perfecto. Ahora te prepararé otro café que este ya se ha enfriado.

Tras ese encuentro vinieron más. Ese sexo fue el mejor de mi vida. Nunca he follado tan salvajemente en una sesión, corriéndome varias veces. Esa mujer era insaciable. Le gustaba cualquier tipo de sexo, pero lo que más le gustaba era sentir mi semen por su cara. Se lo restregaba y luego se masturbaba con mi corrida escurriéndole hacia las tetas.

Aquel día, el que empezó todo, Fina me condujo al jardín. Hacía una tarde estupenda y follar al aire libre es maravilloso.

Tuvimos otra sesión sublime y cuando Fina me masturbaba para descargar sobre su cara, oí una voz que provenía de la cocina.

-          ¡Cabrón de mierda!

El susto hizo que mi semen saliera disparado hacia la cara de Fina que, extasiada, no se dio cuenta que su hijo nos había pillado, hasta que terminé de eyacular en su cara.

Juan Carlos.-

-          ¿Qué importa eso ahora? ¡Se la estás mamando a este hijo de puta!

Mi madre retiró a Julián con calma, se levantó y dijo.

-          Julián vístete y márchate. Esta es la última vez que vienes a esta casa. Se acabó.

Cariño- dijo mirándome- no te vayas, voy a limpiarme y hablamos.

Me quedé pasmado mirando como mi madre se comportaba como si no pasara nada. Se metió dentro de casa con total tranquilidad.

Julián se vestía a toda prisa sin mirarme ni una sola vez. Cuando ya estuvo listo, se encaminó a la salida.

-          ¿No has tenido bastante con acosar a mi hermana que también has querido follarte a mi madre? Eres un cabrón. No pararé hasta destrozarte la vida. La has cagado conmigo, atontado.

Julián no dijo nada. Salió y no volvió a entrar en mi casa nunca más.

Mi madre salió limpia y se sentó en una silla del jardín. Se encendió uno de esos cigarros tan extraños que fumaba ella y me miró.

-          Mira Juancar. A veces hay que hacer cosas que no quieres para que tus hijos puedan seguir adelante en la vida. No estoy orgullosa de que me hayas visto hacer lo que he hecho, pero lo volvería a hacer si con ello mantengo a tu hermana a salvo.

-          ¡Te has follado a ese imbécil!¡Has engañado a papá! Si él se entera de esto…

-          ¡No! Tu padre no puede saber nada de esto. Será nuestro secreto. Yo te compensaré si me prometes que no saldrá de aquí.

Una semana después tenía en la puerta de casa un BMW Berlina Serie 3 rojo esperándome, y unas llaves en el recibidor con un mensaje que decía: “ Para el mejor hijo del mundo. Mamá”.

CAPÍTULO XIV

TAMBORES DE GUERRA

Viernes, 9 de octubre de 2015

18:30

Joya.-

Mi madre siempre me decía: “Josafat, si algún día alguien se mete contigo, no te dejes pisar, enfréntate a él  y si te metes en una pelea recuerda: el que da primero, da dos veces.”

El hecho de que mi padre muriera  influyó necesariamente en el carácter de mi mama, todo genio y valor.

“Vas a tener que aguantar muchas cosas de tu mama  Josafat, -decía mi tía- la Carmen es de genio vivo y tu papa ha muerto demasiado joven”

-“Siempre se muere demasiado joven, Chari, porque nunca se vive lo suficiente”, respondía mi madre.

Nunca me he quejado de la educación que me dio, siempre tuve el apoyo materno para atreverme a hacer cualquier cosa.

“Recuerda, eres el hijo del Lucas, y a tu papa nadie le alzaba la voz, nadie”

Puro Sector Sur en Córdoba “la llana”, el barrio de los vikingos, donde calés y quinquis convivían en armonía, bajo las mismas reglas, donde la Guardia Civil no se atrevía a entrar.

“El que da primero, da dos veces”

Qué gran verdad era esa. Sé perfectamente cómo tuvo que sentirse “El Abogado” ante la imagen que se le presentaba.

Había quedado a las 18:00 de la tarde con él para preparar una historia que me quería proponer, “Nada serio, Joyita” me dijo mi colega, “solo te quiero cerca por si las moscas, un poco de investigación y  poco más”.

Llegué un poco tarde, total, habíamos quedado en “El Juli”, ¿qué más daba la hora?. Llegara cuando llegase “El Abogado” estaría en la barra apretándose un tercio de Mahou cerca de Lara o bailando en la pista de baile.

Pero no fue así, ni mucho menos.  Lo que yo vi fue cómo mi amigo de armas, salía por la puerta del bar en llamas con Lara en brazos e inconsciente. La cargaba cubierta por la chaqueta mientras que él no llevaba nada. Salió tosiendo, y depositó suavemente el cuerpo de aquella despampanante mujer en el suelo, a buen recaudo de las llamas que parecían devorar el local.

No pasaron dos minutos cuando llegaron los bomberos y consiguieron apagar el fuego antes de que pudiera extenderse. Apenas un pequeño susto, nada grave, debido a la intervención de Albert.

Al parecer, habían arrojado hasta cuatro cócteles molotov con la mala fortuna de encontrarse la puerta abierta al ser primera hora. Casi fue una bendición porque, de haber sido un poco más tarde, el local habría estado lleno de gente.

Luego supe que dentro solo estaba Lara, preparando el bar, revisando las cámaras, y echando serrín en el suelo. Cayeron las dos botellas  e impactaron en el piso del local, con tan mala fortuna que casi acertaron de pleno a Lara. La pobre muchacha no supo reaccionar, solo pudo gritar de terror e inhalar el humo que soltaba el fuego.

Pero llegó “El Abogado” y rápidamente agarró el extintor de incendios y pudo apagar hasta dos de los fuegos, lo justo para asir fuertemente a Lara y sacarla de ese mini infierno.

Los bomberos sofocaron los otros dos en apenas un par de acciones simples. Sencillamente usaron el otro extintor de incendios y acabaron con la amenaza ígnea.

Llegó la ambulancia, el enfermero y el Técnico en emergencias sanitarias recogieron a Lara y, tras comprobar que sufría lesiones por inhalación decidieron llevarla al Hospital para poder llevar un adecuado seguimiento de la de su estado.

Albert recogió su chaqueta del suelo, durante un breve instante pude verlo mirando cómo se alejaba la ambulancia, con los brazos caídos, con su chaqueta en la mano izquierda, cayendo sobre el suelo y quieto, muy quieto.

Me acerqué a él, sabía lo que estaba pensando, le conocía demasiado. Seguramente se culpaba de todo lo que había pasado. Y me di cuenta de que él había minimizado un peligro, como si no le hubiera dado ninguna importancia.

-No lo vi venir, Joya. Jamás pensé que esto pudiera torcerse tanto. Simplemente no me cabía en la cabeza que alguien pudiera hacer esta locura.

-No se puede acertar siempre “Abogado”, no somos perfectos.

-Casi muere, Lara. Joder tenía que haber estado más atento. Me habían avisado e hice oídos sordos, Lara casi paga los platos rotos.

-Pero ¿quién ha sido?

-Solo conozco su nombre de pila, un tal Juan Carlos. Josafat, casi muere Lara ¿te das cuenta?, ese hijo de puta casi mata a Lara.

-Tú no sabías nada, Albert, no podías imaginarlo.

-Sí, hostia, sí que lo sabía, coño. Ese cabrón una vez nos pegó una paliza y consiguió que Julián abandonara su casa, me cago en la hostia, debí haberlo supuesto. No se iba a detener.

-Abogado, ¿quieres que haga algo? ¿me encargo yo?

-No, Joya, esto escapa de tu influencia. Esto me corresponde a mí. No hice caso y por eso Lara está en el hospital y el bar casi arde por los cuatro costados.

-Míralo por el lado bueno, “abogado”, con una mano de pintura, el local puede abrir pasado mañana. Si no es por ti esto habría sido la ruina del Juli.

  • Hazme el favor, Joya, quédate aquí y espera a que venga el Juli. Voy a llamar al Jose y que se quede cerca de mi casa vigilando a Fran.

-¿Y tú? ¿Dónde vas tú?

-A visitar a cierta golfa manipuladora

19:30

Julián.-

La llamada de Albert me pilló saliendo de la reunión que tuve con los representantes de la emisora de radio donde retransmitía mi programa “La última onda”. Quería hacer una especie de juego de palabras cuando elegí el nombre del programa, una especie de confusión entre “la última ronda” en homenaje lo que siempre suele ocurrir cuando se reúnen unos amigos en un bar y la “última honda” como el arma que usó David para vencer a Goliat, el plan rollo metafórico sobre lo que hace el ciudadano de a pie para luchar  día a día contra tanto gigante corporativo y estatal.

Me encontré con la sorpresa de que los mandamases de la radio querían que hiciera unas cuñas publicitarias para una Academia de inglés cuya jefa de publicidad había decidido que Julián López Alcántara tenía el timbre y tono de voz adecuado para hacer los anuncios.

La oferta económica era buena a pesar de que no me importaba mucho el dinero. No me importaba porque tenía bastante dinero, claro. Mi padre hizo unos cuantos negocios antes de morir que dieron sus frutos unos meses después. Como único heredero me cayó encima una cantidad bastante importante entre bienes valores y bienes inmuebles. Lo suficiente como para retirarme pero nunca viene mal ganar un dinero extra.

No me podía quejar, las cosas como son. Entre los intereses que generaba el montante económico que heredé, algunos pisos alquilados y lo que daba el bar de copas, vivía bastante desahogado. Lo suficiente como para delegar cada vez más en Lara mientras yo me podía dedicar a otros menesteres como era pasar el tiempo en la radio emitiendo mi programa.

Albert me indicó que no había ningún problema y que no tuviera miedo dado que él estaba detrás de toda la operación. Era el encargado de la confección de los contratos y conociendo lo meticuloso que era para todo sabía perfectamente que no me iban a engañar.

Me sorprendió, eso sí, que la jefa de publicidad de la Academia fuera Lucía. Lo que son las cosas, apenas había sabido de ella desde aquél lejano 1996. Creo que la habría visto tres o cuatro veces desde entonces. Sabía que se había casado con Luis y que Isabel había tramitado su divorcio dejando bastante mal parado al cabrón de su marido.

“Que se joda”- recuerdo que pensé en su día- “menudo mamonazo estaba hecho”.

Ese hombre no era bueno para nada. Todo lo que hacía tenía que ver siempre con hacer daño a la gente y con ser cruel con todos los que le rodeaban. Recuerdo que fue uno de los que más me golpeó y el que instigó a todos para ir a por mí acusándome de algo que yo jamás hice.

-Julián, soy “Puertas”

-Lo sé, tío, tengo tu número

-Vamos a ver, tengo que decirte una cosa pero no quiero que te alarmes o sea que procura relajarte, ¿de acuerdo?

-Yo siempre vivo relajado, Puertas. Venga dispara

-Han intentado quemar el garito

-¿Perdona? ¿mi garito?

-Sí, claro, tu garito. Joder yo no tengo garito, ¿cuál va a ser si no?

-¿Pero qué cojones ha pasado, Albert?

-Todavía no lo sé, pero estoy en ello. Lo importante ahora es que hemos podido minimizar el tema.

-Vamos a ver, vamos a ver, déjame que asuma lo que me estás contando. ¿Qué significa exactamente que han intentado quemar el bar?

-Pues que han tirado dos cócteles molotov, que Lara estaba dentro y cayó desmayada por el humo. Que no ha ido a más porque pasé por ahí de milagro y pude apagar bastante del fuego con uno de los extintores, lo suficiente como para sacar a Lara, ¿vale?

-¿Lara? ¿ella está bien?, joder, joder, qué fuerte Puertas.

-Que me lo digan a mí. Pero la cosa no ha ido a más, gracias a dios. El equipo de música no ha sufrido daños, las cámaras y grifos tampoco, ni la instalación eléctrica. Solo habría que pintar el techo del local y darle un pequeño lavado de cara.

-¿Y dices que no sabes quién ha sido?

-No, digo que estoy en ello. Lo importante ahora mismo es que Lara salga del hospital. Mira Julián tengo la sospecha de que el ataque iba contra ti. El que hizo esto pensó que tú estabas dentro del local. Ni siquiera se asomó para corroborar nada, simplemente cumplió su tarea y se fue.  Pásate al local, Juli. Joya te está esperando allí. Cuando le encuentres te vas con él al hospital, vaya a ser que me equivoque y el objetivo haya sido la propia Lara.

En el hospital no se va  a atrever nadie a atacar. Ahí estaréis seguros. Ya me encargo yo de llamar a un pintor y a una empresa de limpieza para que mañana te dejen niquelado el local.

-Pero ¿Qué estás diciendo? ¿Vamos a abrir mañana?

-Sí, Julián. “El Juli” abre mañana o pasado mañana. No vamos a darle la satisfacción a quien haya sido de llevarse el mérito de haber cerrado el local.

-Está bien, si tú lo ves no seré yo el que te contradiga. Si mañana lo arreglan  y lo pintan podríamos abrirlo por la tarde o el domingo. Tampoco es cuestión de intoxicar a la clientela con el olor de la pintura.

-Ya trataremos ese problema mañana. Otra cosa Julián, ¿cómo se llamaba el fulano ese que nos pegó aquella paliza?

-¿Quién, Luis?

-No, el otro. El dueño del coche.

-Ah, ese. Sí, hombre, se llamaba Juan Carlos García-López de la Red, ¿por? ¿sospechas de él?

-Mira Julián, yo sospecho de todos. Va con mi manera de ser, no me fío ni de mi padre, que en paz descanse.

-Bah, Puertas. Creo que te equivocas, ese no ha podido ser. Tiene más dinero que yo, si hasta tiene una colección de coches antiguos ¿por qué se iba a meter conmigo?

-¿Una colección de coches antiguos? Vaya, qué interesante.

-Sí, por lo menos tiene 4 o 5.

-Joder con el baranda. ¿Y dónde dices que los tiene?

-No lo sé Puertas. Te lo digo en serio. Sé que los tiene porque me lo dijo su madre. Al parecer a él le van los coches y a su hermano las motos. El hermano tiene también dos o tres motos .

-Debe tener algún garaje, o alguna zona donde aparcarlos y tenerlos protegidos.

-Sí, imagino que sí, aunque los garajes de “la Urba” eran bastante amplios, por lo menos tres coches caben y recuerda que sus padres tenían tres casas allí.

-Aha, ya veo. Gracias por la información Julián. Te tendré informado.

-Muchas gracias, Albert.

-¿Gracias, por qué?

-Pues, por todo. Por avisarme, por ayudarme con lo del local, por ponerme al Joya.

-No es por ti, Julián.

-¿No? ¿entonces?

-Es por Lara. Alguien ha mordido más de lo que puede tragar y me voy a encargar personalmente de que se le atragante.

No pregunté más, no tenía ningún sentido hacerlo. Me limité a esperar pacientemente a que Albert colgara con un apenas audible

-Cuídate, Julián. Nos vemos mañana.

Todavía recuerdo que pensé “No me gustaría estar en el pellejo de Juan Carlos”

20:00

Jose.-

Lo que voy a decir no es ningún secreto. Es más, estoy completamente seguro de que todo el mundo está de acuerdo conmigo cuando afirmo que el Viernes es el mejor día de la semana.- Acabas tu jornada de esclavitud laboral y vuelas libre como el viento hasta el lunes cabrón.

Puedes ir a tomarla con tus colegas del curro o invitar a cenar a esa camarada del sindicato a quien le tienes echado el ojo desde hace algunos meses.

Los viernes son mágicos y su hechizo te transforma de un ser triste y anodino a alguien espectacular y divertido. Es como un rayo de sol dentro de la niebla del día. Los viernes molan, sí señor.

Por eso, deberían pasar por las armas a la gentuza que se dedica a joder la vida a la gente un viernes.

Acababa de salir de la ducha y me encontraba pensando qué iba a hacer. Me apetecía llamar a Clara, mi compañera del sindicato, y proponerle ir al cine y a lo que surgiera. Sin preferencia por nada en concreto, simplemente salir, ver una película y luego quemar la noche, cenando, bebiendo y, dios mediante, follando (esto último constituía mi verdadero e improbable objetivo).

Está muy bien todo eso del romanticismo,  las carantoñas e iniciar una nueva vida como la que ponen en los anuncios de cereales pero, y esto es solo una opinión, donde esté un “aquí te pillo, aquí te mato” que se quite el resto.

Llevaba varios meses aprendiendo a bailar todos esos ritmos de mierda que hay ahora, que si bachata, que si salsa, merengue y toda esa mandanga. Y, la verdad, soy un puto torpe. Como mucho he llegado a no hacer mucho el ridículo con la bachata y gracias.

Todos los marte y jueves iba al Curso de Baile municipal. Al ser municipal y gratuito os podéis imaginar el ganado que iba a las clases. Aquello parecía “Parque Geriátrico”, “Mierda pa mí” –pensé el primer día. Aun así, soy de los que piensa que siempre se puede sacar petróleo de cualquier estercolero (y ese Salón de Baile, lo era). Tragué toda la bilis que me salía por la garganta y me fijé en dos mozas de 55 años que estaban bastante bien a tenor de lo que podía adivinar,  cuando observaba cómo se metían las mallas por la raja de aquellos dos coños expertos.

Por supuesto con el tiempo acabé follándome a las dos y pude descubrir que una mujer, es una mujer toda su vida, y que las maduritas te pueden dejar seco del todo a poco que las trates con un mínimo de respeto y de cariño. Menudas dos lobas.

Pero, claro, se trataba de aprender a bailar, no de follar. Aunque conseguí meter porra lo cierto es que mis habilidades como alumno de Terpsícore brillaban por su ausencia.

Afortunadamente, Albert me presentó a un conocido suyo, un tal Rocky, colombiano para más señas, cuyo verdadero nombre era Rodrigo. Un auténtico crack el colega. Un vendedor de coches que se zampaba el ron como un auténtico filibustero y que bailaba como dios.

En apenas dos semanas me enseñó, al menos, a defenderme. Un buen tipo, el tal Rocky.

Al parecer tuvo alguna movida con su esposa, por lo que podía intuir, dado que nunca hablaba de ella y siempre le veía muy pendiente de Lara. Tenía cierta complicidad con ella y también con Albert. Ya me enteraría algún día de su historia.

Me disponía a llamar a la afortunada sindicalista cuando sonó el móvil.

Era Albert. Raro, raro. No me daba buenas sensaciones que me llamara ni ese día, ni a esas horas, simplemente no era habitual en él.

-Jose, tío, te necesito.

-No me jodas, Alberto, que es viernes.

-En serio, Jose, necesito que vayas a mi casa y te quedes por allí cerca hasta que llegue yo.

-Pero ¿qué coño ha pasado?

-Han intentado quemar “El Juli”, tronko.

-No jodas, ¿me estás vacilando?

-Que no, hostia, que es verdad.

-Por favor vigílame a Fran y a los niños, vaya a ser que pase algo

-Cuenta conmigo, Albert. Ahora mismo llamo a un binomio.

-No, Jose, ni se te ocurra. Deja a los binomios fuera de esto

-Pero,…

-Que no, copón. Los binomios no son para pegar, joder. Te lo tengo dicho, el sindicato no es un grupo de matones.

-Está bien, vale, de acuerdo. Me paso por allí.

-Otra cosa, Jose.

-Dime

-Que Fran no se entere, ¿vale?. Solo me faltaba eso.

-No se enterará, Albert, te lo prometo.

-Gracias, amigo. Te debo, ufff, ¿cuántas te debo, Jose?

-¿Y quién lleva la cuenta?

Y así me dispuse a dar por perdido un viernes de gloria. Hay que ver … lo que hace uno por un amigo

20:30

Lucía.-

¿Qué hacía Luis aquí? Esa es la pregunta que me hice cuando entré en mi casa después de venir de mi oficina.

La reunión con Albert no fue todo lo venturosa que yo esperaba. A pesar de ello tenía que resignarme con la labor realizada. El tiempo diría si la conversación que tuve con él daría finamente frutos o había sido infructuosa.

En todo caso, la amenaza estaba ahí, latente. Yo tenía muy claro que Juan Carlos iba a hacer algo contra Julián pero no estaba por la labor de actuar directamente contra él porque podía perjudicarme mucho. Nadie conocía a Juan Carlos como yo y nadie sabía hasta dónde podía llegar para obtener lo que quisiera. Su obsesión por Julián tenía un origen desconocido para mí, jamás supe la razón por la que le odiaba tanto.

Julián podía darse por jodido si un enloquecido Juan Carlos decidía arruinarle. El amor que Amaia sentía por Julián bien podría costarle la vida a este. Juan Carlos consideraba un insulto personal que Amaia quisiera volver con su antiguo novio. Una ofensa a su imagen social y eso no podía consentirlo.

Consideré que Albert era la persona indicada para detenerle pero nunca me planteé que aquel abogado de barrio pudiera tener su propio criterio y su particular manera de interpretar una amenaza.

Después de todo ¿quién era Albert?

Nadie de mi círculo le conocía. Yo le había visto un par de veces en aquel lejano período en que siempre aparecía con su amigo drogadicto por el Centro de Desintoxicación pero lo cierto es que, quitando estas escasas apariciones, no sabía nada de ese hombre.

Cuando le vi la primera vez rápidamente le encasillé en el apartado de “chusma”. Luego supe que empezó a salir con Francis, cosa que me sorprendió porque nunca pensé que una chica de “la Urba” (aunque fuera de familia de clase media-alta) pudiera salir con un tirado como ese. No, yo siempre aposté porque Fran acabaría con Julián, y a mí me gustaba Julián. Pero esa es otra historia.

La sorpresa fue a mayores cuando me enteré de la boda de Francis y ese macarra, después de lo cual dejé de interesarme por esa chica que había tirado su vida por la borda casándose con un inútil.

La vida te pone en tu sitio, bien lo sé, porque tiempo después tuve que acudir al despacho de ese vagabundo para poder divorciarme de mi marido porque no encontraba a ningún abogado que pudiera llevarme ese procedimiento con el dinero del que yo disponía. Y así la vida me dio otra patada en el trasero.

Nunca había visto esa faceta oculta. Era la primera vez que alguien me hablaba con ese tono, con esa autoridad.  Confieso que me asustó, no tanto por su voz como por el hecho de que parecía que, a sus ojos, Juan Carlos no era nada. Inspiraba la imagen de alguien que controlaba todo su entorno y en ese entorno mi compañero de juegos no pasaba de ser una presa más.

No podía seguir divagando y por eso me dediqué a centrarme en mi trabajo que, en definitiva, era lo que me daba de comer. Decidí llamar a los dueños de la emisora. Albert me había dicho que la semana siguiente podría concertar una entrevista con un preaviso de 24 horas pero el mundo de la publicidad no funciona así. No hay preavisos que valgan, o aceptas o me voy a otro sitio, para eso soy la que paga.

Pedí a la emisora que se pusiera en contacto con Julián cuanto antes porque necesitábamos una respuesta pronto. Tal y como me había dicho Albert, ya tenía preparada toda la documentación por lo que no tenía mucho sentido demorar más las gestiones.

Me quedé en la oficina hasta tarde para avanzar en el apartado artístico. Sobre las 17:50 recibí una llamada de Albert.

  • Sí, hola, soy “El Puertas” –le oí decir- que sí, que acepto, vamos a hacerlo. No dijo más, no era necesario.

El efecto de esa llamada fue reparador, me pude relajar finalmente. Me había salido con la mía, había arriesgado mucho y esa llamada me confirmó que volvía a estar en forma. De alguna manera, todo empezaba a enderezarse y confieso que en ningún momento pensé en lo ruin que fui manipulando a ese hombre.

Cuando me quise dar cuenta eran las 19:30. Uffff, tardísimo. Decidí aparcar el tema e irme a mi casa. Una buena ducha y una buena cena acompañada de un vaso de vino decente me vendría de perlas.

No necesitaba compañía. La verdad es que últimamente me inclinaba más por quedarme tranquila leyendo un libro o viendo alguna serie. Ya no era la Lucía fiestera y tendía más a la reflexión que al folleteo. Me cuestionaba si había tomado las decisiones correctas y si podría encontrar a alguien a quien amar, alguien que pudiera amar a una mujer con el historial que yo tenía. Estaba cansada de muchas cosas, demasiadas quizás.

Esa era mi idea de pasar el viernes, por eso me resultó tan desconcertante encontrar a Luis mi salón.

-¿Qué haces aquí? ¿Cómo has entrado?

-Demasiadas preguntas ¿no te parece? En cuanto a cómo he entrado, verás Lucía, esta fue también mi casa ¿recuerdas? Y respecto a qué hago aquí, es sencillo. Me aseguro de que no metas la pata. Ya me ha dicho Juan Carlos que tenía pensado darle a Julián un escarmiento y que tú le habías dicho que lo ibas a impedir.

-Claro, y como buen perrito faldero has venido a cumplir su voluntad, ¿no es así? Siempre has sido su fiel recadero, Luis, su sirviente.

-Mira quién fue a hablar. Lucía, la zorra de Juan Carlos, la más puta de todas las chicas de “la Urba” ¿Sabes? siempre te amé. Yo sabía perfectamente que te follabas a Juan Carlos y a todo hombre que se ponía a tiro. No puedo negar que conocía perfectamente tu talante. Que por cien duros te comías cualquier polla, pero siempre guardé la esperanza de que, si me casaba contigo, podríamos iniciar una nueva vida. Algo alejado de Juan Carlos y de todo su mundillo, pero nunca me diste una mínima oportunidad ¿verdad?

-¿Una oportunidad, dices? ¿Cómo puedes ser tan hipócrita? Desde el regreso de nuestra luna de miel seguiste quedando con tu querido amigo de juergas. Follándote a todas esas putas. ¿Te creías que no lo sabía, que Juan Carlos no me lo decía?

-¿Te dijo eso? Ya no importa pero te mintió. ¿Te acuerdas cómo nos llamaban en “la Urba”? Lu-Lu (Luis y Lucía), podríamos haber hecho muchas cosas juntos, cariño. Podríamos haber creado nuestro propio paraíso. Y lo intenté, de veras que lo intenté, por eso no quise que Juan Carlos y Amaia vinieran a nuestra boda, pero tú siempre quisiste tener entre tus piernas a tu exquisito amante, al gran señor de poderoso rabo. Preferías ser la puta de Juan Carlos que mi esposa y al final acabaste engañándome.

-Juan Carlos siempre me describió tus juergas con él, antes y después de casarnos.

-Jamás te fui infiel. No, hasta que me pusiste los cuernos con quien se suponía que era mi mejor amigo. Ja, menudo amigo de mierda. Mentiroso y manipulador. Un auténtico Judas nuestro Juan Carlos pero ayer bien que te lo follaste ¿eh, Lucía? En fin, como te iba diciendo eso ya no importa, he venido a cumplir un encargo y a cobrar un merecido premio.

-¿Qué encargo dices?

-El que me ha pedido tu querido “Juancar”. Venir aquí, evitar cualquier maniobra tuya que tienda a avisar a Julián o a Amaia y luego cobrar mi premio.

-¿Premio? ¿Qué premio? ¿De qué estás hablando?

-Mujer, no te preocupes, después de todo te va a encantar. Es algo a lo que estás muy acostumbrada. Cuando Juan Carlos acabe con Julián vendrá aquí juntos, tú, él y yo, nos marcaremos un trío para celebrar la caída de ese idiota. Pero claro, podemos improvisar algo hasta que venga nuestro común amigo.

-Tú sueñas, Luis. Vete de mi casa

-Nuestra casa, Lucía.

-Me da igual, vete o llamo a la policía

-Eso no va a poder ser, cielo. Verás, mi ingenua ex esposa, no vas a llamar a la policía. No vas a hacer nada. Te quedarás quietecita hasta que venga tu amante. Cumpliremos con el trío y yo me largaré. Por favor, no lo hagas difícil, no lo empeores, sabes lo que pasa si me enfado y me conoces lo suficiente para saber que haré todo lo que sea necesario para tenerte vigilada.

-Que te vayas, te digo –empecé a ponerme nerviosa, aquello iba en serio, Juan Carlos me había vendido a Luis-

-Lucía, Lucía, no me cabrees cariño, no te conviene –se me acercó con una sonrisa perversa en su boca- deja que te dé un beso, por los viejos tiempos.

-No, no aléjate de mí –me agarró los brazos y acercó su boca a la mía-

-Si te va a encantar, amor. Anda, ábrete de piernas y piensa que soy Juan Carlos –intenté separarme de él, desasirme de sus manos, pero lo único que conseguí fue que me golpeara violentamente- Quieta jodida puta, ábrete de piernas que voy a follar, zorra.

-No, por favor, Luis noooo –grité con toda la fuerza que me permitieron los pulmones-

Pero aquello no iba a acabar bien. Luis me iba a violar antes de que llegara Juan Carlos. Me golpeó dos veces más en la cara y un me propinó un puñetazo en el vientre, perdí el aire.

Apenas pude respirar. Luis me desgarró el vestido y me tumbó sobre la mesa del salón. Me arrancó el sujetador y el tanga, se bajó los pantalones y me dijo,

-Estate quieta, putón, tú y yo sabemos que esto lo vas a disfrutar.

Perdí cualquier esperanza y comencé a llorar, rogando porque todo ocurriera lo más rápido posible y que pudiera salir viva de allí. Yo solo quería vivir, tenía tantas ganas de ver la luz del nuevo día, de volver a empezar de cero que no dejaba de llorar y de suplicar,

-Por favor, por favor, Luis, no me mates

Y fue entonces cuando Albert entró.

HISTORIAS DE BARES. Episodio 3

UNA COMANDA DEMORADA. (San)

Jueves, 22 de agosto de 2002

Julián. -

El bar esta noche esta lleno como nunca lo estuvo en años, no importa para donde mire, hay clientes por doquier divirtiéndose, bebiendo, emborrachándose, incluso hay algún que otro grupito que se andan peleando por ver quien es mas guapo. Incluso Albert esta ocupado en lo suyo, pero ese grupito de borrachines tira una botella y esta por mala suerte cae sobre la cabeza de “Puertas”.

No quisiera estar ahora mismo en los zapatos de esos pobres borrachos. A los dos minutos los veo irse de una forma de lo más extravagantes del local, cortesía de Albert.

Pasan las horas y veo que entra un joven con pinta de extranjero. Parece perdido. Le hago señas y se acerca a la barra.

  • ¿Le puedo servir en algo?

  • Sí, ¿me podría servir una birra de la más fuerte que tengas?

“Vaya”, pensé.  Ha de ser argentino. Solo ellos le dicen así a la cerveza. - ¿Algún problema en casa?

  • No, amigo, todo bien. Espero. Solo que hoy tuve un mal día en el laburo. Me salió todo mal y justo venía a instalar a una subsidiaria de la empresa en la que laburo en mi país toda la red interna de computadoras.”

En eso veo que le llega una alerta al celular a este argentino. Veo que su cara se transforma de un semblante calmo a uno enfurecido. Le veo marcar un número y luego comienza a discutir con la persona que está del otro lado. Por el nombre que usa parece que es una mujer y parece que fuera un problema de plata. Al cortar de hablar veo que se encuentra con los nervios bien alterados.

  • ¿Problemas? - le pregunto-.

  • Ni te das una idea. Me acaba de salir una notificación de que alguien había sacado una cantidad bastante importante de una cuenta mía. Y la que lo hizo fue mi novia. Justo es una cuenta compartida y bueno… acaba de sacar un monto considerable y sin mi permiso. Debo de volver a mi país antes de que esta loca me deje seco. Deja la cerveza, no me des nada. Ahora mismo me regreso a mi país. En un mes regreso así que guárdame esa birra que me ibas a dar. Hasta otra.”

  • Antes de irte, ¿Cuál es tu nombre?

  • Ignacio. Ignacio González. Nos vemos pronto.

Veo como Ignacio se marcha del local. Pobre sujeto. Espero pueda resolver sus problemas de faldas.

Finalmente regresó, pero no al mes como había dicho. Tuvo que pasar más de un año. Pero está vez parecía otra persona. Vino acompañado de 3 personas más.

  • Hola, amigo,  disculpa pero, jamás me dijiste tu nombre

  • Julián. Veo que al menos has regresado.

  • Sí, y  ando mejor que antes. ¿Te acuerdas de ese tema por el cual me tuve que ir rápidamente?

  • Cómo no recordarlo.- Le respondo - Fuiste la comidilla de todo el sitio por mucho tiempo. Un argentino loco que vino, estuvo dos minutos y se fue como si el diablo le pisara los talones.

  • Jajajaja. Sí,  visto así, suena algo loco. Y no estás tan alejado de la realidad. De la que me salvé. Pero ya será motivo para otra historia eso. Por ahora quiero que me des esa birra que quedó pendiente. Ah! A todo esto, te presento, ella es Micaela, mi futura esposa. Y ellos son mis hermanos del alma, Gerardo y Cinthia. Y esta cosita que ves acá, bueno, es mi ahijada e hija de estos dos locos. Si te contara la historia de estos dos, de seguro sería un relato para una página de relatos eróticos. ¿No es cierto, chicos?

  • Cállate, Ignacio, que la tuya también es candidata para ser una historia que se pueda contar en el apartado de infidelidad de una página como la que insinúas que tendría que estar la nuestra. -Le respondió Gerardo.

-Bueno, bueno. Paz, Ger , paz - indicó Ignacio haciéndole el gesto de la paz a Gerardo.

Desde la barra veo cómo los cuatro amigos se sientan en una mesa cercana a la ventana mientras yo les preparo su pedido atrasado por más de un año.

NOTA: Este relato continúa narrado por Fran.