Una teoría compleja para un amor eterno, 6

El clan de "La Urba"

NOTA: EL ANTERIOR CAPÍTULO ESTÁ NARRADO POR TURISTA

CAPÍTULO XI

Viernes, 9 de octubre de 2015

17:30

TAN SOLO UNA PEQUEÑA DISPUTA DOMÉSTICA

Fran.-

Los viernes Albert venía siempre antes porque en su despacho habían decidido que ese día no se trabajaba por la tarde. Aun así la hora a la que había llegado a casa era inhabitual y no parecía muy contento cuando le vi entrar por la puerta.

-Qué tarde llegas hoy, cielo –le dije- ¿no se suponía que los viernes no se trabajaba por la tarde?

  • Pues sí, cariño, es muy tarde pero es que me ha entrado una cliente nueva que quiere montar un par de negocios y es bastante exigente. Exigente y pesada, la verdad es que no me da tregua.

-¿Una cliente nueva? No será Amaia –pregunté con un tono que pretendía ser lo que parecía, es decir, totalmente escéptico-

-¿La conoces?

-¿Que si la conozco? ¿me estás diciendo que tú no la conoces, que no conoces a la que fue la novia de tu amigo Julián? ¿la chica que me dejó tirada, que me negó el saludo? ¿La amiga que me traicionó y me dejó en ridículo delante de todas?

Es que no soportaba la hipocresía,  no iba a dejar que nadie me tomara el pelo y mucho menos mi esposo. ¿A qué venía hacerse de nuevas? ¿Acaso pensaba que no me iba a dar cuenta?

-No. No la conocía, y si llego a saber que es la ex novia de Julián no la hubiera aceptado jamás como clienta, pero el trabajo ya está prácticamente hecho. Todo apalabrado y no voy a renunciar a cobrar mi gestión porque hoy tengas un mal día.

-No hay nada más importante que el vil metal, ¿eh, Albert? Ni siquiera la dignidad de tu esposa.

-Un momento, un momento. Parad el mundo que me bajo. ¿De qué me estás hablando, Fran? ¿Qué dignidad ni que niño muerto? Llevamos casi tres días trabajando como  perros para que ahora me vengas con niñerías. ¿Qué coño está pasando aquí? ¿Qué es lo que no me cuentas?

-Te estoy hablando de que Amaia me humilló, te estoy diciendo que yo ayudé muchísimo a esa mujer en su día y que me retiró su palabra, su amistad. ¿Y sabes por qué?

-No, francamente, no lo sé pero algo me dice que me voy a enterar dentro de un instante ¿no es así?

-Lo hizo porque empecé a salir contigo, Albert, y tú, tú, ahora la asesoras y la ayudas.

Viéndolo ahora, en perspectiva  confieso que me pasé, no supe medir ni mis palabras, ni mis sentimientos. Me duele reconocer que la charla que tuve con Amaia me afectó tanto, hasta el punto de que no quise reconocer que lo que verdaderamente me ofendió de ella fue una mezcla de orgullo herido y de querer demostrar que, ahora, pasado el tiempo, la que mandaba era yo y que hoy podía tomarme la revancha por haberme arrebatado a Julián y por retirarme el saludo, por haberme ignorado, por hacerme sentir despreciada. Pero, claro, no podía decirle a mi marido eso y como no tenía ninguna excusa que fuera lo suficientemente válida para hacer que la abandonara, opté por hacerle responsable a él, pero no coló.

Albert se limitó a mirarme fijamente mientras se quitaba la chaqueta y se descalzaba.

-Lo que más me jode de mi trabajo es no poder desconectar, Fran. –me dijo de una manera calmada, casi resignada- Venir a mi casa, poder quitarme los zapatos y olvidarme de todo hasta el lunes. Eso me está vedado. No me importa, lo acepto, va con la toga, es a lo que me dedico. He tenido un día muy duro y lo único que quiero es estar contigo, con Pilar y con Álex.  Quizás poder ir al cine y ver alguna película de ese ciclo de cine coreano. No sé, no tener que pensar en demasiadas mierdas si es posible. ¿Y con qué me encuentro? Me encuentro con una mujer histérica que se agarra a una especie de ofensa de hace ¿cuántos años, Fran? ¿21 años? Empezamos a salir en el 94, ¿no?. Y me estás contando una batallita de que tu “muy mejor amiga” te hizo pupita porque salías con el “tirado” de tu marido. ¿Es eso, Fran? ¿Me equivoco? El despojo de tu esposo te jodió la vida, ¿verdad? Te arrebató de esa sociedad perfecta que te habías creado. Joder, Fran, ¿te estás escuchando?

-No es eso, lo sabes, no le des la vuelta al asunto.

-¿Qué asunto? Yo no veo ningún asunto. ¿Qué es lo que quieres? ¿Que la mande a paseo? ¿Hacemos una lista de todas las personas que te han ofendido? ¿Me cambio la cara, Fran? ¿Nos vamos de aquí?. Y, si hay demasiada gente que te ha humillado, ¿entonces, qué? ¿De qué vivimos, Fran?

-Simplemente no quiero que le lleves los temas.

-El mundo no gira a tu alrededor, cielo. Dime, “cariño”, ¿con quién se fue Amaia cuando te dejó?

-Con Lucía y sus amigas.

-Ya veo. Perdona, la tal Lucía, no será la misma Lucía a la que Isabel llevó el divorcio del capullo de su marido, ese tal Luis, ¿verdad?  - se quedó pensando un par de segundos mientras  giraba su cabeza hacia su hombro derecho, añadiendo a continuación- Y el payaso ese, el baboso de Luis, ¿ese no era amigo del tal Juan Carlos, ese que nos pegó una soberana paliza a Jose y a mí mientras defendíamos a tu otro gran amigo, Julián?

-Sí, exacto, ese mismo. Y Juan Carlos era el marido de Amaia.

-Esto está empezando a ponerse interesante, por lo que puedo observar. Recopilemos: Amaia “era” la esposa de Juan Carlos. Es decir, está divorciada, ¿no?

-Sí, no veo qué tiene que ver eso…

-Espera, espera, déjame pensar un poquito. Tú no te hablabas con Amaia, ¿me equivoco?

-¿Con esa? No, nunca.

-Entonces, ¿cómo te has enterado de que se ha divorciado, “cielo”?

Qué cabrón, ya me había pillado.

-Me enteré ayer.–le dije- Me la encontré cuando salía de tu despacho y estuvimos charlando.

-Y entonces, te contó que quiere volver a conquistar a Julián, ¿a que sí? Y por eso ha orquestado toda esa campaña publicitaria, para volver con el “Juli”. Joder, debe sentar  bien eso de que dos gatas se arañen por uno. Qué afortunado es el súper Juli y qué mierda me tengo que comer siempre, ¿verdad Fran? –siguió hablando pero ya como si se dirigiera a sí mismo, a su sombra- Tenéis todo un bonito circo montado vosotros, los de la jet-set. Madre mía están todos, el Juan Carlitos, el Luigi, el victimitas del Juli, la zorrita de Lucía, la marquesa Amaia y , por supuesto, la gran señorona, la gran ofendida, la gran desheredada, Fran. Y yo pensando que la vida me iba de puta madre, ya ves.

-No te permito que hables así de…

-¿De Julián?, ¿de ti?, ¿de ti y de Julián?

No aguanté más, le di dos sonoras bofetadas, le crucé la cara y empecé a llorar.

-Eres un hijo de puta, Albert.

-Sí, al parecer lo soy, todo un hijo de puta prescindible. Pertenezco a esa clase de personas que desagrada, soy de esos que si invitan a una fiesta y no va, nadie pregunta por él. Material defectuoso, claro que sí. No pasa nada si desaparezco, no pasa nada si no voy, no pasa nada si no estoy, no pasa nada. Sobro. Soy consciente de ello, y Jose, y Joya y Lara, sobramos en vuestro perfecto mundo de mierda. Pero a la hora de tirar la basura, a la hora de dar la cara, acudís a nosotros porque os faltan huevos para mancharos las manos.

-Vete a la mierda, Albert.

-No, Fran, me voy al “Juli”. A ver a tu súper colega fashion.

-A mí no me engañas, “Puertas” –le grité con todo el desprecio que pude imprimir a la frase- vas a ver a esa buscona, a Lara.

-Mira, Fran, te lo voy a dejar clarito: la próxima vez que llames buscona a Lara o que ofendas a cualquiera de mis amigos ve pensando en buscarte un buen abogado para la demanda de divorcio que pienso interponer.

-¿Me quieres asustar? Tú no me asustas, nadie como tú puede asustarme.

-Joder, Fran no veas qué bien te sienta ser de izquierdas. “Nadie como yo”, me voy a dar una vuelta.

-¿Dónde vas?

  • A la mierda, que han puesto un columpio.

Antes de salir cogió su móvil, llamó y pude oír cómo decía,

-Sí, hola, soy “El Puertas” –y me miró de reojo, como diciéndome “eso es lo que soy para ti, ¿no? “El Puertas”- que sí, que acepto, vamos a hacerlo. Acto seguido, salió sin dar un portazo  y yo  me quedé llorando en casa. Mi marido se había ido y no volvería hasta el día siguiente.

A TU LADO

BESIDE YOU (18:30)

IGGY POP (1993. American Caesar)

Mientras Albert se dirigía dios sabe dónde, yo me quedé en casa, sola. Pilar había salido con sus amigas y Alex había ido a casa de un amigo suyo para estudiar. Volverían más tarde.  Me tumbé en el sofá y no pude evitar pensar en todo lo que había ocurrido desde el día que me encontré con Amaia.

Buscar un nuevo enfoque no sé, detenerme a pensar, reflexionar  un poquito, aclarar mi mente en definitiva. ¿Cómo había podido joderla tanto? ¿Exactamente en qué momento decidí que la culpa de todo la tenía mi pareja, mi marido, mi Albert? ¿Por qué me había ofuscado tanto con él?

Pensé en él, en aquél miércoles de noviembre de 1993, apenas una semana después de que salváramos la vida a Jose.

Había quedado con mis amigas de facultad para ir a Vicálvaro cuando era Vicálvarock, y toda una calle estaba plagada de bares rockeros. Por un caprichoso giro del destino cambiamos de opinión y decidimos dirigirnos a  la discoteca Hebe, en Vallecas.

No íbamos pidiendo guerra, nada de eso, solo pretendíamos tomarnos unos minis de ron con limón, echar unas partidas de futbolín y alternar un poco, relajarnos, en fin, de la rutina del estudio de una carrera.

Cinco chicas que salían a tomar algo, nada más, sin segundas intenciones. Entonces le vi, ahí, apoyado en la barra y bebiendo una jarra helada que contenía medio litro de cerveza, y estaba solo. No parecía que buscara nada, ni que prestara atención a nadie, simplemente, estaba ahí, bebiendo tranquilamente su jarra, unos vaqueros estrechos, unas deportivas John Smith blancas y una camiseta blanca de manga corta, su chaqueta de cuero reposaba en una silla.

Había que fijarse muy bien para darse cuenta de que estaba prestando atención a la música que sonaba y a las diferentes partidas que  se estaban jugando en el futbolín.

Siempre me ha gustado la sencillez de poder participar en una partida de futbolín. Te acercabas, colocabas tu moneda de 25 pesetas detrás de la última moneda que figuraba en la fila. Podía haber hasta siete u ocho monedas, lo que indicaba que tendrías que esperar ocho partidas, pero sabías que jugarías, no iba a haber problemas, habías puesto tu moneda y te decían detrás de quien ibas y jugabas. Si ganabas la partida jugarías gratis con el que viniera después y así, toda la tarde.

Allí estaba él, moviendo su pie al compás de la música que sonaba y que podía variar de Saxon a Led Zeppelin, pasando por Faces, Judas Priest, Iron Maiden y Queen, desde Sex Pistols a The Stooges, daba igual, todo era rock.

Y cuando terminó su quinta partida ganada pidió otra jarra de cerveza. Estaba solo, muy solo, “normal” –pensé- su mejor amigo está ingresado en el hospital, recuperándose de una sobredosis. Creo que esa fue la razón de que me acercara a él, ver esos ojos azules tan tristes, escondidos tras esa maraña de pelo liso, tapando su cara, y esa impresión de dolor reflejada en todo su cuerpo. Dios mío, ya por aquél entonces, parecía alguien vencido.

-¿Me dejas jugar contigo como pareja de futbolín?

-Por mí bien, Francis ¿verdad?

-Qué sorpresa que sepas mi nombre.

-Por supuesto que sí, procuro recordar el nombre de las personas a las que debo favores, sobre todo si son tan importantes como el que me hiciste.

-No fue nada, Albert.

-Tú también has hecho los deberes ¿eh?

-Sí, se lo pregunté a Julián.

-Ah, sí, Julián ¿no era tu novio?

-¿Quién, Julián? No, qué va, simplemente amigos.

-Simplemente, ¿verdad?, es tan difícil tener algo tan simple como un amigo.

-Yo tengo unas cuantas amistades

-Yo solo tengo uno.

-Debes estar preocupado por él.

-¿Jugamos la partida, Francis?

Por supuesto jugamos esa partida y tres más, pero mis amigas me requerían y me fui con ellas para continuar la tarde-noche de marcha en ese mismo local. Albert me sonrió como si me dijera ”anda, vete con tus amigas, disfruta de esta noche con ellas”.

Y me encontré con que no podía dejar de mirarle. Estaba con mis compañeras de facultad, sí, pero no dejaba de echarle miradas y él seguía ahí, imperturbable. Un par de chicas se le acercaron para jugar con él pero declinó la oferta, solo escuchaba música.

Fui al servicio y cuando volví estaba en la pista de baile y sonó esa canción de Iggy Pop, “Beside you” y empecé a verle bailar, de esa manera tan extraña, ya no llevaba una jarra, sino un tercio de mahou, y acompañaba la música con un punteo tocado en una guitarra imaginaria.

I´ve been hungry way down where it hurts

Waiting for  a reason

I´ve been hungry like a lot of guys

I wanna be beside you

Me acerqué a él, totalmente hipnotizada escuchándole cantar

Beside you  grey is turning to blue

You Wake up love in me

Beside you everything is new

You wake up love in me

Y me miró, me sonrió y supe que ese era mi hombre, que sería mi esposo, el padre de mis hijos y mi pareja hasta el día que muriera, tuve esa certeza de que estaba totalmente enamorada de él.

Él me cuidaría, me consolaría en mis momentos difíciles, me protegería de cualquier peligro, me haría reír cuando estuviera triste y nunca más volvería a estar sola. Con él no, no lo permitiría.

Fui hacia él, me acerqué más y más y oí su voz grave confundiéndose con la de Iggy

What a world

I really need you, girl

You Wake up love in me

Y ya no le dejé cantar más porque mis labios se fundieron con los suyos. Me colgué de su cuello y le besé, un beso eterno, interminable, mis labios siendo totalmente devorados por pequeños besos grabados a fuego, un pequeño mordisco en el labio superior y su mano acariciando mi espalda y yo sujetando su cara, mientras su pelo caía sobre mi rostro como si fuera lluvia, dejándome besar, abrazar, dejándome amar por él, por mi hombre.

Y cuando terminó esa canción, en tan solo cuatro minutos y treinta segundos, entregué mi alma a Alberto Jurado Vázquez mientras de fondo se escuchaba  la voz grave e inconfundible  de Iggy Pop.

¿Cuándo dejé de recordar el amor que tenía por mi esposo? ¿estaba volviéndome tonta?

No, jamás renunciaría a él. Sería de tontos dejar que se alejara de mi lado. Tenía razón Amaia, un solo beso podía alejar a Albert de mí, y pensé en las extrañas paradojas de esta vida tan absurda de cómo un beso me lo entregó y de cómo un beso podría quitármelo.

Pero eso no pasaría, no señor, porque yo no lo permitiría.

Decidí que, en cuanto volviera Alberto, le pediría perdón y olvidaría toda esa cascada de tonterías que casi habían conseguido separarme de él.

CAPÍTULO XII

REUNIONES INESPERADAS

Lucía.-

Si me tuviera que definir diría que soy gilipollas

Es triste reconocerlo pero es la verdad. Pensé que Juan Carlos me respetaba. Idealicé su imagen, creí que estábamos en la misma onda, llevábamos tanto tiempo follando juntos, tantos polvos compartidos que soñé que éramos algo.

Me sorprendió que Amaia me confesara que se  había divorciado de Juan Carlos. No por el hecho en sí, “demasiado tiempo han tardado” –me dije- sino porque Juancar jamás me comentó nada al respecto.

Soy una bocazas. Siempre lo he sido y, al parecer, siempre lo seré. Cuando vi a Amaia después de tanto tiempo, di por supuesto que su vida era perfecta. Siempre tuve ciertos remordimientos por hacer que se separara de Julián. Esa pequeña espina que se queda clavada, ese “algo” que siempre tienes cuando haces una cosa mal. Gané una apuesta pero cuando pude ser testigo de las consecuencias no vi más que destrucción y cenizas. Esas 25.000 pesetas no merecieron la pena. En absoluto.

Julián desapareció del mapa. Recibió una paliza de Juan Carlos y sus amigos y luego, cuando perdió la cabeza y quemó el coche de su enemigo, le persiguieron y huyó. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Luego me enteré de su drogadicción. Joder, yo conocía a sus padres y les vi llorar, pude observar cómo su padre se fue difuminando a medida que su hijo no aparecía. Mes a mes, semana tras semana, día a día, hasta que murió. Muchos dijeron que de pena y otros especularon que por el exceso de trabajo y las deudas. Su madre no tardó mucho más, apenas un mes, un suspiro.

Me dolió ver a esa pareja tan feliz desaparecer en mes y medio. No pude evitar echarme la culpa de todo. Una idea loca tras un polvo y todo se hizo dolor y vacío.

Cuando Julián regresó dos años después, nadie daba un duro por él. Pero se rehízo, se levantó y se convirtió en  un soltero deseado por todas las chicas. Era el heredero de la fortuna de sus padres. Su padre había realizado un par de inversiones arriesgadas antes de morir y el resultado de las mismas fue un aumento exponencial de su patrimonio.

Julián volvió a casa y se encontró con toda esa riqueza a su disposición.

Recuerdo que Juan Carlos no podía soportarlo. Se volvió loco de celos o envidia, no puedo definirlo muy bien, solo digo que enloqueció y que decidió humillarle una vez más. Se casó con Amaia solo para hacer daño a Julián. Nunca hubo amor en ese matrimonio, la finalidad última de esa boda era satisfacer la locura de Juan Carlos.

Por supuesto no fue un buen marido. Siguió follando conmigo como si tal cosa y sé, a ciencia cierta, que folló con otras. Pero yo siempre he tenido límites y dentro de ellos estaba no hacer daño a Amaia. Claro que mi concepto de “no hacer daño a Amaia” puede ser muy elástico. Siempre pensé que ella era feliz con su esposo, que gozaba de una vida plena y feliz. Con su chalet en Málaga, su dinerito, sus hijos y el enorme rabo de su esposo. Entretanto yo gozaba solo del pollón de Juan Carlos, una justa compensación por todos mis esfuerzos.

Por eso me pilló de sorpresa que Maya me dijera que el matrimonio estaba roto. Esa confesión me llevó a ponerme en contacto con Juan Carlos y recriminarle que no me hubiera contado nada.

-¿Y qué quieres que te cuente Lucía? ¿Qué me había divorciado? ¿Para qué? ¿Me iba a casar contigo?

-No, joder, ya sé que no pero me podías haber dicho algo.

-Vamos a ver Luci, tú y yo follamos desde siempre y seguiremos follando. ¿A santo de qué te voy a contar nada? ¿Va a cambiar las cosas?

-No va a cambiar nada, vale, pero coño, le conté lo de nuestra apuesta

-¿Qué?

-Que le conté lo de nuestra apuesta

-No jodas, Luci.

-Que sí, que se lo conté.

-Hostiaaaaa, joder Luci.

-¿Y yo qué iba a saber? Me dijo que era feliz, que vivía bien y yo me vine arriba y pensé que si le decía que su felicidad se debía a mí podría darme algo de trabajo.

-Joder, Lucía. Menuda estratega de mierda estás hecha, menos mal que follas bien porque, de lo contrario, te ibas a comer un mojón en esta vida.

-¿Y qué quieres que haga? Me tendré que buscar la vida. Vamos, digo yo. Ya tengo una edad y tú nunca me has ofrecido un puesto de trabajo.

-Ni te lo voy a ofrecer. Vamos a ser un poco serios. ¿De qué te enchufo? ¿De secretaria?... te follarías a todos. ¿De directora?... Te follarías a todos… ¿De mujer de la limpieza?... Te follarías a todos. Es tu solución a todo, Lucía, follarte a todos.

Quise abofetearle por esas palabras, pero el muy cabrón me conocía muy bien, agarró mis brazos, me besó y me folló como sabía, como me gustaba, así, duro, fuerte, intenso, y siguió follándome mientras me llamaba su ex esposa para darme una oportunidad de trabajo, de salir del hoyo.

Entonces  volví a meter la pata por enésima vez ( os juro que voy a escribir un libro que se va a llamar “Yo y mi puta bocaza”. Ese libro será de tres volúmenes, ahí lo dejo) y le dije que Amaia iba a volver con Julián.  Su reacción me demostró que Juan Carlos no era quien yo creía.

Puestos a imaginar mundos azules de unicornios y arco iris, puesto a vislumbrar paraísos de Blancanieves que se follan a los siete enanitos, siempre pensé que Juan Carlos era mi compañero ideal. Follar hasta reventar, sin compromisos, sin promesas de amor eterno, follar hasta que nuestros cuerpos dijeran basta y luego, ¿quién piensa en un “luego” cuando folla? Como dice la canción de Tom Waits “Todos somos inocentes cuando soñamos”.

Las promesas se hacen y luego viene la vida y te pone en tu sitio. Esas palabras se pierden y te toca hacer frente a todo lo que has incumplido. Todos pagamos el coste, todos. Y cuando me llegue la factura, la pagaré gustosa. Es lo que hay y lo asumo.

Pero Juan Carlos no se iba a detener. No le bastaba con haberle quitado la novia a Julián, ni con casarse con Amaia, ni ponerle los cuernos, todo se resumía- por lo que podía deducir- a hacerle daño a Julián; a compensar una balanza invisible que sólo podía ver él. No lo iba a consentir. Había que poner un límite, una frontera y solo había un nombre para esa frontera: Alberto.

Pero dejaría esos pensamientos para más tarde, ahora mismo solo importaba ducharme, limpiarme los restos de semen de mi coño, culo y boca, sentir el apacible torrente de agua templada caer del grifo de la ducha sobre mi cuerpo, mientras me purificaba de toda suciedad.

Qué extraña es esta vida –pensé- de repente todo depende de un hombre que no he conocido hasta que tramitó mi divorcio de Luis.

Alberto.

Las pocas veces que le vi, fue en aquél centro de desintoxicación donde Julián hacía un voluntariado que nadie entendía ni aceptaba. Una excentricidad más de un miembro de “La Urba”, algo pasajero. Ya, claro. Hasta que se metió Fran y entonces todo parecía que adquiría proporciones cósmicas o cómicas, según la letra que quites.

Alberto.

Sí, ese podía ser quien podría hacer frente a Juan Carlos. Inteligente, frío, calculador, alguien que no se sometía. No le conocía en absoluto. No sabía a qué punto podía llegar, pero desde luego no era aquél tirado que yo pensé que era las pocas veces que coincidí con él.

No era amigo de Fran, ni de Amaia, ni de Julián. Nadie sabía nada de él  ni de su amigo, ya puestos. Totalmente desconocido. Y Alberto tampoco me conocía personalmente. Me conocía de oídas, me lo dejó claro el día que me acerqué al centro de desintoxicación para preguntar por Julián. Aún resuena en mi cabeza ese “No lo sé, pero si lo supiera, no te lo diría” dejaba claro que había oído hablar de mí. Aparte de eso, no podía saber que era amiga de Amaia ni que conocía a Fran. Sencillamente, no estaba en su mundo.

Un mundo de demonios, sospecho. Porque eso era otra cosa que me intrigaba de él. Dicen que con 20 años tienes la cara que la naturaleza te ha dado. Con 40 la que te ha puesto la vida y con 60, la que te has merecido.

Por la época en que conocí a Albert tendría 24 o 25 años, luego volví a verle cuando me divorcié y  tendría los cuarenta y algo. Tenía la misma cara y eso no era bueno. La vida le había puesto con 20 años la cara que debería tener con 40, no me gustaría verle con 60, es más, nunca pude imaginar qué cara tendría con 60 años.

La pregunta que me hacía era ¿cómo demonios podría acercarme a él? No podía llegar tan ricamente y decirle “Hey, Albert qué buen día hace hoy, por cierto quiero que detengas a Juan Carlos en su loco plan de dañar a Julián” por lo que sabía podría suceder que ni le conociera.

Estaba claro que tenía que encontrar una manera de entablar una reunión con él y que no me delatara pero ¿cuál?

Tenía que darme prisa, había quedado con Amaia para almorzar y el tiempo se me echaba encima. Me vestí lo más rápido que pude, algo sencillo, vaqueros y camisa roja, no podía llegar tarde con todo lo que ello suponía a la hora de arreglarme, ya pensaría más adelante en cómo atajar a Juan Carlos, ahora imperaba mi trabajo y mi nuevo proyecto.

ALMUERZO PARA DOS

12:00

Lucía.-

Cuando entré en la cafetería, Amaia ya estaba sentada en la mesa. Había llegado después que ella pero dentro del horario que se supone que comprende un almuerzo.

-Hola, Amaia, ¿qué tal? –le dije dándole dos besos- perdona si llego tarde, cariño.

-En absoluto Lucía, has llegado bien. Lo que pasa es que siempre me gusta llegar un poco antes.

-Yo para eso soy un absoluto desastre, Maya.

-Bueno, ya corregiremos eso, ¿te parece que vayamos pidiendo?

-Por supuesto que sí.

Después de que el camarero nos trajera lo pedido, pregunté a  mi vieja amiga cuál era el motivo de su llamada.

-Quiero recuperar a Julián

-Amaia, ¿estás segura de eso?

-Lo estoy, Lucía y quiero que me ayudes igual que ayudaste a Juan Carlos en su día.

-Mira Amaia, no quiero parecer impertinente, pero Julián no es el mismo de hace tantos años.

-Yo tampoco soy la misma –respondió- tú tampoco eres la misma. Te he dicho que quiero volver con Julián y quiero que me eches una mano. ¿Estás dispuesta a ayudarme?

-Amaia, es que …

-¿Estás dispuesta a ayudarme?

-Está bien, sí. Estoy dispuesta a ayudarte.

-Perfecto. El plan que tengo ideado es muy sencillo. Quiero que trabajes en una campaña de publicidad para mi academia. Ya sabes, dos tipos de cuñas, una sencilla y elegante para la academia del centro y otra más directa y cañera para la academia de la periferia.

Quiero que contactes con Julián para que sea él quien ponga la voz a los anuncios. He encargado a Albert que busque a los representantes de la emisora para entablar las negociaciones, tú trabajaras en el proyecto artístico y procurarás que todo salga a flote, por supuesto te pagaré  generosamente salga como salga esta locura de plan que he ideado.

Llama inmediatamente a Albert y concierta una cita con él. Pide cita previa por la cuenta que te trae.

-¿También te ha leído la cartilla a ti por lo de las citas previas? Menudos son esos tres con ese tema, Venga vamos a ello, no hablemos más, Amaia. Tengo que trabajar ya en las cuñas publicitarias, quiero que tu empresa destaque sobre las demás y tengo algo pensado para los dos estilos que quieres.

Lo decía en serio. Por fin me sonreía la diosa fortuna. Ya tenía la excusa perfecta para poder conversar con Albert. En esa reunión podría pedirle ayuda como amiga de Amaia y como antigua cliente. Era un increíble golpe de suerte que no pensaba desaprovechar.

Si conseguía mantener esa racha podría ganar un buen dinero con mi trabajo, eliminar cualquier peligro que pudiera venir de Juan Carlos y pagar una vieja deuda ayudando a reunir nuevamente a esa pareja de enamorados. Podría volver a equilibrar la balanza.

-Una cosa más Lucía –dijo mi amiga y cliente-

-Dime, cariño

-No quiero que esto salga de aquí, Lucía. Te lo digo en serio. Ni una sola palabra, a nadie, como esto salga de aquí, te juro por mis hijos que haré lo imposible por arruinar tu vida profesional y personal. No es una amenaza, Lucía, es una advertencia. Mucho ojo con lo que dices por ahí.

“Mierda”, pensé.

-Sabes que soy una tumba, cariño –dije con la mejor de mis sonrisas-

UNA PROPOSICIÓN INDECENTE

15:00

Lucía.-

Siguiendo las instrucciones de mi nueva clienta concerté cita previa con Albert.

-Me pillas fatal, Lucía, es viernes y me gusta llegar pronto a casa.

-De veras que lo siento mucho, Albert. No es mi intención molestarte ni mucho menos fastidiarte el viernes, sé lo que es eso pero Amaia ha sido muy insistente en ese punto y no quiero defraudarla. Es una gran oportunidad para mí y no quiero cagarla, por favor. Será solo una hora o algo así.

-Está bien, está bien, todo sea por echarte una mano. ¿Te viene bien a las 15:00?

-¿No es un poco pronto?

-O un poco tarde, ¿no te parece?, depende de si has comido o no. En  mi caso no habré comido.

Albert, como siempre, no dejaba pullita sin lanzar, aunque tenía toda la razón.

-Está bien, a las 15:00 me paso por tu despacho.

-Aquí estaré.

Escueto, directo, franco, así era Albert.

A las 14:55 me planté en el bufete y me dispuse a iniciar mi reunión.

-Buenas tardes, ¿no hay nadie más? –pregunté, tras constatar que solo estaba él-

-No, Álvaro e Isabel tienen vida propia. Más que yo, por lo que veo.

-¿Te parece si empezamos? Así podemos terminar cuanto antes.

-La verdad es que ya tengo casi todo el tema legal preparado. He ido al Registro Mercantil y he averiguado el nombre de los socios. He obtenido sus números de teléfono y he hecho un acercamiento, podremos reunirnos con ellos la semana que viene, con un preaviso de 24 horas. Creo que es tiempo suficiente para desarrollar la estrategia comercial y publicitaria que te apetezca. Tienes todo el fin de semana para hacerlo.

-La idea es contratar a un locutor que tiene una voz que interesa mucho a nuestra clienta-.

-Sí, es Julián, un conocido mío.

-¿Le conoces? –pregunté haciéndome la despistada-

-Sí, digamos que tenemos una historia en común bastante dilatada en el tiempo.

-Pues qué buena suerte ¿no?, porque así podrá hacer un precio especial a Amaia.

-Supongo que eso dependerá de la emisora y del propio Julián. Quizás pueda sacarle un buen precio, ya veremos.

Decidí que era el momento de introducir el tema de Juan Carlos.

-Ese Julián que dices, ¿no será el dueño del bar rockero “El Juli”, verdad?

-Pues sí, lo es ¿por?

-Porque le conozco, aunque no sé si se acordará de mí. ¿No estuvo en el Centro de desintoxicación como voluntario?

-¿Te refieres a ese Centro de desintoxicación al que fuiste en el año 1996 para buscarle?

-Sí, ¿te acuerdas?

-Claro que me acuerdo, no te lo quería decir, Lucía, no me gusta remover las malas historias pero yo fui el que…

-Sí, lo sé, Albert, el que me dijo que jamás diría dónde estaba Julián.

-Ese mismo.

-Nunca te lo he reprochado, hiciste lo que pensaste que tenías que hacer y luego me echasteis un cable muy importante con mi divorcio, y eso nunca lo voy a olvidar.

-Sí, suele pasar que hacemos la vista gorda a muchas cosas. Es cosa de esta nueva sociedad de la incomunicación que estamos creando.

-Si tú lo dices. ¿Tú no estabas en un sindicato?

-Y lo estoy, sigo en ello, aunque cada vez me gusta menos cómo se están llevando las cosas. Debe ser cosa de la edad.

-Bueno tú aún eres bastante joven y te conservas muy bien para la edad que tienes –noté que su cara enrojecía y no me lo podía creer, había encontrado una grieta en el muro que se había creado Albert-

-Estamos desviando el tema, Lucía. Centrémonos en el trabajo.

-¿Te molesta que te digan piropos? Qué actitud tan machista, Alberto.

  • Me molesta que me llamen un viernes para trabajar y que perdamos el tiempo. Lo de los piropos es algo tuyo personal. No va conmigo, no tengo nada que ver con ese tipo de historias.

-Pues te voy a decir una cosa y ya lo dejo, estás para que te hagan un favor.

-Pues hazme el favor de ponerte a trabajar en este tema.

  • Vale, vale, pongámonos a ello Don Profesional.

-Estoy pensando que si ya conoces a Julián, y si tú eres la encargada de llevar el tema artístico y el publicitario deberías ser tú quien hable con él. Después de todo, mi colaboración en este asunto es estrictamente legal, comprobar el papeleo y poco más. El tema de negociación deberías llevarlo tú.

-Bueno tú has dicho que podrías sacarle un buen precio pero es que, además, tengo miedo de que algo le pueda pasar a Julián.

-¿Y eso? ¿Qué le puede pasar a Julián?

-No, nada.

-No vengas con tonterías ahora, Lucía. No puedes pretender abrir un bote de mierda y que no huela. Dime qué es lo que temes.

-No, si son tonterías mías. Pero Julián tiene enemigos, siempre los ha tenido y me quedo más tranquila si eres tú quien lleva las negociaciones. Es decir, que seas tú el que aparezcas a su lado.

-¿Y eso por qué, Lucía?

  • Porque soy de la opinión de que siempre impone más la presencia de un hombre que la de una mujer cuando estamos hablando de peligro.

-¿Peligro, qué tipo de peligro? ¿a qué viene todo esto, Lucía?

-Pues peligro físico, ya sabes.

-Estoy empezando a mosquearme mucho. ¿Qué pretendes Lucía?

-Vamos a ver, supongamos que hay un tipo que odia mucho a Julián y que le quiere hacer daño porque le molesta que prospere. Alguien que se la tenga jurada. Una persona que tiene contactos, dinero y poder para dañar a tu amigo.

-Está bien, supongámoslo.

-Está claro que ese alguien siempre se sentirá más intimidado si te ve a ti a su lado que si me ve a mí. Eres un gran abogado y tu fama te precede. Dicen que has estado en asuntos muy turbios…

-Que a ti no te conciernen. Ve al grano Lucía porque mi paciencia tiene un límite y lo estás traspasando. Vaya a ser que llame ahora mismo a nuestra clienta y le diga que te despida.

-¿Harías eso?

-Haría lo que fuera por proteger a mi clienta, dentro de la legalidad.

-¿Y a tu amigo?

-Pero vamos a ver, ¿qué es lo que no me dices?

-Pues que hay alguien que se la tiene jurada.

-¿Quién es ese alguien?

-Juan Carlos

-¿Quién coño es ese Juan Carlos?

-Pues uno que se la tiene jurada a Julián porque  hace muchos años le quemó el coche.

-Vaya, eso sí que es rencor.

-Es verdad, Albert. No lo puedes obviar. Irá a por él.

-¿Y tú cómo sabes eso? Es más ¿cómo va a saber nada ese tal Juan Carlos de este negocio con Julián?

-Yo lo digo por prevenir.

-Tú debes pensar que soy gilipollas ¿verdad? Que soy tonto. ¿Es eso? Ya tienes todo un plan para el idiota. Me has adjudicado el papel de matón o de guardaespaldas.

-No, no digas eso.

-¿Sabes? Pensé que habías cambiado, joder. Que después de toda la mierda que tuviste que pasar con el asqueroso de tu marido ibas a recapacitar, pero algunas cosas no cambian. Has metido la pata y quiere que yo te solucione la papeleta.

-Te estaría muy agradecida, Albert.

-Ya veo por donde puede ir tu agradecimiento. Seguro que me harías gozar enormemente. Joder, no sé si enfadarme o descojonarme. ¿Pero tú quién coño te has creído que soy? ¿Un matón?

-No, de verdad. Te respeto mucho, es que tengo mucho miedo de que le haga algo.

-No soy el basurero de nadie, Lucía. No pienso vigilar a nadie, ni atacarlo, ni investigarlo. No soy tu sicario, y no me va ni tu rollo, ni tu cuerpo, ni tu mentalidad de mierda. ¿Sabes qué? Me voy a casa, con mi mujer, con mis hijos, estoy harto de esta conversación.

-Albert, de verdad, solo sería cuestión de darle un toque.

-¿Te estás escuchando?

-Solo un toque.

Y, de repente, el rostro de Albert se ensombreció, su mirada se volvió fría, se levantó y dio un fuerte golpe sobre la mesa, me observó fijamente y me dijo,

  • Voy a hacerte un favor, me voy a olvidar de esta conversación. Como si no hubiera existido. Vete de mi despacho.

  • Pero, Albert, por favor.

-¡Que te vayas de mi puto despacho, coño! –alzó la voz, y con ese grito me demostró dos cosas: ese hombre era muy peligroso, mucho más que Juan Carlos, era, sin duda, la persona que debía encargarse de ese asunto pero también pude constatar que su ira sería muy difícil de controlar y que, una vez desatado, arrasaría con todo- Si el tal Juan Carlos tiene cojones a acercarse a mi gente, me encargaré de él. Ya se lo puedes ir diciendo, Lucía.

-Yo no sé nada de él.

-Es muy peligroso tomarme por idiota, Lucía.

-Si te interesa, llámame. Te lo digo de corazón, te lo pido por favor. Irá a por Julián y le hará daño.

-Todos los de la “Urba” sois igual de repugnantes. Me dais asco, hostia.

-Tú, llámame si cambias de opinión.

-No habrá llamada, Lucía. Olvídate de eso. Adiós.

-Adiós, Albert. Perdona por todas las molestias.

-¿Tengo que volver a repetirlo?

Me fui, sabía que no podría sacar más. Había lanzado mi jugada, solo podía esperar y que todo saliese bien. Lo mejor de todo es que no hablé de las verdaderas intenciones de Amaia, lo peor de todo es que me daba la impresión de que había abierto las puertas del infierno.

NOTA: Este relato continúa narrado por Turista