Una teoría compleja para un amor eterno, 4

Las primeras impresiones

NOTA IMPORTANTE: LAS TRES PRIMERAS PARTES HAN SIDO PUBLICADAS ALTERNATIVAMENTE POR TURISTA Y POR UN SERVIDOR EN LA CATEGORÍA DE   "GRANDES RELATOS". LAMENTAMOS PROFUNDAMENTE LAS MOLESTIAS QUE OS ESTEMOS OCASIONANDO, PERO HEMOS PENSADO QUE DE ESTE MODO LLEGARÍA A MÁS GENTE. GARCIAS POR VUESTRA COMPRENSIÓN.

CAPÍTULO VII

EL RECONOCIMIENTO PREVIO COMO ESTRATEGIA DE CONTRATACIÓN

Jueves, 8 de octubre de 2015

17:15

Amaia.-

Me gustaba el programa de radio, no puedo negarlo. Sus canciones siempre tenían algún mensaje, algunas veces triste, otras veces, oscuro, o feroz, la verdad es que Julián sabía elegirlas y, sobre todo, presentarlas. El único defecto era el horario. No tenía un horario definido por lo que podía observar.

Me dirigí al despacho “Tres Amigos Asesores” ( vaya nombrecito, pensé, no podían haberlo elegido peor ni aunque se lo hubieran propuesto). No concerté cita previa. Había aprendido que para valorar adecuadamente  a una empresa, lo más idóneo era acudir sorpresivamente, pillar desprevenido a quien iba a trabajar para ti. De este modo no puede haber ninguna farsa.

El lugar en el que se situaba el despacho de Albert no tenía nada que ver con los despachos que yo había visitado anteriormente. Era un barrio periférico donde se podía ver, sin indagar mucho, que allí vivía gente obrera y sin recursos.

Por un momento pensé que quizás me había equivocado de lugar. Pero no, ese era el nombre de la asesoría que me dijo Lucía.

Entré al local y todo me pareció más rancio aún. Un local pequeño, donde los tres “amigos” se encontraban en tres despachos cuasi improvisados, que daban la impresión de no mostrar la intimidad que necesita un cliente que tiene problemas ya que, si acudes a un abogado es porque necesitas solucionar algún problema.

Me topé de golpe con un hombre de edad similar a la de Alberto.

  • Buenos días señora, ¿qué desea?

  • Buenos días. Me gustaría hablar con Alberto, por favor.

  • Tome asiento y lo aviso inmediatamente.

Alberto. Cuanto odiaba a ese hombre cuando era joven.

Nunca entendí como una persona de su nivel social pudo enamorar a mi amiga Fran.

Albert tenía pinta de toxicómano, de hecho, creo que lo fue. Su aspecto desaliñado y su barba de tres días, hacían que cambiaras de cera, si te lo cruzabas por la calle.

Fran decía que Alberto era todo fachada. Que en su interior era una persona muy educada y amable. Yo lo dudaba. Pensaba que un hombre de la calle siempre sería un don nadie.

Y allí estaba yo, en el despacho de un abogado, del que yo misma juré odiarlo eternamente.

  • Por favor, pase.

Una voz dura y áspera salió del despacho. Entré e inmediatamente lo reconocí. Era él, sin duda. Vestía traje y corbata, pero era la misma persona de los suburbios de hace 20 años. La misma barba descuidada y la misma mirada perdida.

-¿Qué desea?- dijo Alberto en ese momento.

No me conocía. Quizás me viera una o dos veces cuando éramos jóvenes, él sólo tenía ojos para Fran. Pero yo sí me acordaba de su cara. Y de su cuerpo. Aún recuerdo la primera vez que vi a aquél yonqui de barrio. No pude evitar presenciar uno de los momentos más incómodos y excitantes de mi vida.

Había quedado con Julián y éste me llamó media hora antes para decirme que se quedaría un rato más en el centro y que si podíamos atrasar la cita.

Estaba en casa cuando me llamó y, como no me importaba, le dije que sí.

Al poco rato de esperar me impacienté y se me ocurrió ir al centro y darle una sorpresa. Me acercaría y así ganaríamos tiempo.

Durante el camino, no sé por qué motivo, empecé a pensar cosas raras. Pensaba en la posibilidad de encontrar a Julián con otra. Pensaba en cómo me habría mentido para ganar un poco de tiempo y disfrutar de su amante.

Sin darme cuenta empecé a enfadarme sobremanera y aumenté el ritmo de mi zancada para pillar a mi novio en medio de la faena.

Llegué al centro en un periquete y observé que casi todas las luces estaban apagadas. Sólo un par de salas estaban alumbradas.

Había estado un par de veces allí. La primera vez fui por Fran. Ella no paraba de hablarme de la gran labor social que se realizaba allí y de lo necesitados que estaban de gente que les ayudaran a pasar su adicción, y a guiarles hacia una recuperación.

No me gustó lo que vi, o al menos, no todo. Vi gente demacrada, llorando por su mala suerte, vi hombres vestidos con chándales rotos y vomitados, vi mujeres sin dientes demandando su dosis, y también vi a Julián.

Ya lo conocía del barrio pero verle desenvolverse entre tanta miseria me enamoró al instante.

Ni loca haría de voluntaria allí, aunque tenía que conquistar a ese chico que tanto me gustó.

Prosigo con la historia que me pierdo hablando de Julián.

Entré en el centro y me dirigí a las salas iluminadas. Tenía que atravesar un pasillo largo para llegar a donde quería. Las salas con luz eran las últimas del pasillo.

No se oía nada. El silencio sólo se rompía cuando algún coche pasaba por la calle, y por mis pisadas. Con tanto silencio, era inevitable escuchar unos ruidos que salían desde una de las salas que estaban a oscuras.

Mis temores afloraron al percatarme que dentro de esa sala había dos personas besándose. Me acomodé cerca de la puerta donde no pudieran verme y donde yo pudiera cerciorarme de la infidelidad de Julián.

Mis ojos se acostumbraron a la poca luz y empecé a distinguir cosas.

La primera persona que reconocí fue a Fran. Su cara se clareaba con la luz que entraba de la calle. Ella estaba de cara a la puerta, mientras que el chico estaba de espaldas a mí, besando el cuello de su amante mientras sus brazos se situaban de manera que parecía que le tocaba el culo.

¡Fran estaba con Julián!

No podía ser. Mi amiga. Con mi novio.

La rabia me inundaba y estaba a punto de encender las luces y descubrirlos cuando, en un susurro, él le dijo algo a ella.

Fran asintió y bajó su cabeza hasta llegar a la altura del ombligo del chico. Este, al ver como Fran le desabrochaba el pantalón, se acomodó sentándose en una mesa.

Ahí fue cuando pude ver a la otra persona. No era Julián.

Mi cuerpo se relajó completamente y empecé a llorar en silencio fruto de los nervios.

No conocía al chico, pero esperaba que Fran no se la estuviera chupando a un toxicómano. No sabíamos las enfermedades que una persona de ese mundillo te puede trasmitir.

Fran se deshacía en chupadas y succiones mientras con la mano amasaba los huevos del hombre que, fruto del inmenso placer, levantaba la cabeza hacia el techo y bufaba de vez en cuando.

Tras unos minutos de felación, Fran se levantó y se bajó los pantalones y las bragas. Y así, sin más, poniéndose previamente un condón, ese hombre penetró violentamente a Fran.

Esta, lejos de amilanarse, sacó el culo hacia afuera para recibir las potentes embestidas del yonqui que la estaba ¿violando?

No, ella emitía grititos de placer cada vez que el pene de ese vagabundo se enterraba en el fondo de su útero. La cadencia cada vez era mayor y Fran no tardó en llegar a un orgasmo potenciando el placer con los dedos frotando su clítoris.

El hombre seguía percutiendo sin piedad mientras las piernas de mi amiga temblaban fruto del alargamiento de su orgasmo.

El hombre avisó a Fran con un “ya voy” y ella se volvió a arrodillar junto a las piernas de él. El mendigo se deshizo del preservativo y se pajeó frenéticamente sobre la cara de Fran mientras ella le chupaba su escroto.

Tras unos segundos de movimientos, enfiló la polla hacia la boca de ella y empezó a descargar su semen dentro.

La imagen era nauseabunda y, a la vez, tremendamente morbosa.

  • ¿Amaia?

Julián venía por el pasillo y me sorprendió mirando hacia la sala oscura.

  • Hola cariño. He venido a buscarte para no perder tiempo y estar juntos. Estaba mirando en todas las salas para ver si estabas.

  • ¡Pero chica! Si ahí no hay luz, ¿cómo voy a estar en una sala a oscuras?

  • ¡Yo que sé!-dije yo acercándome para besarlo y agradecerle que me fuera fiel.

  • Anda vámonos.- dijo Julián- Que ya he terminado.

  • ¡Señora!- me despertó Albert de mis pensamientos.

  • ¿Dígame?

  • Que, qué es lo que quería de nuestro despacho.

  • Ah sí, perdón. Pues verá, tengo una cadena de academias de inglés en Málaga y quería expandir el negocio a Madrid. El tema está en que necesito una gestoría que me agilice los trámites de compra o arrendamiento de un local o dos, me gestione los permisos pertinentes y me lleve el tema fiscal y laboral aquí.

  • Ya veo- dijo Albert mirándome fijamente y entrecerrando los ojos- imagino que estará buscando un local en el centro. ¿Tiene algo mirado?

  • Sí. Ya elegí uno y lo tengo reservado verbalmente. Solamente restaría avisar a la notaría y concretar una cita para firmar. También he mirado otro local por esta zona y he apalabrado un arrendamiento pero se me escapan algunos aspectos sobre el alquiler y la burocracia que exija el ayuntamiento.

  • Perfecto. No se preocupe, que yo me encargo de todo. En principio el  papeleo parece  sencillo y ya ha adelantado usted mucho del trabajo. ¿Le importaría facilitarme los datos del propietario del local de esta zona? Si le conozco podríamos adelantar mucho trabajo para mañana mismo. El tema de la compraventa será un poco más complejo porque dependemos del Notario y del Registro de la propiedad.

Tras darle los datos de los dos locales y de sus propietarios, Alberto me leyó los documentos y me miró a los ojos diciéndome,

  • Magnífica elección de locales y excelente destino elegido para cada uno de ellos

  • ¿Le gustan?

  • Sí. El que usted va a comprar está muy bien situado de tal forma que para el caso de que la actividad no obtuviera los beneficios deseados siempre puede usted venderlo y obtener un buen precio. El local que está en este barrio tiene más riesgo de que cueste más hacer que despegue la academia. Hace usted muy bien entrando como inquilina, sin embargo creo que podré conseguirle unas condiciones más favorables que las que tiene usted pactadas si me permito decírselo.

  • ¿Cree usted que puede conseguirme mejores condiciones en el arrendamiento, Alberto?

  • Creo que lo puedo intentar, nunca garantizo resultados.

  • Pues adelante, a ver si consigue sorprenderme

Me sorprendió la soltura con la que se desenvolvía Alberto.

Ciertamente, lo había juzgado mal. Era un hombre culto y sabedor de la tarea que le encomendé. Con él, muy sorpresivamente, no iba a tener ningún problema de entendimiento ni de malentendidos, que era precisamente lo que yo andaba buscando.

Concretamos todo y quedamos en que le proporcionaría los datos de la empresa para empezar a prepararme un informe detallado de todos los costes de los servicios demandados.

Estaba todo cerrado, sólo quedaba por solucionar un último asunto pero tenía que pensarlo previamente.

Salí del despacho con la sensación de haber acertado al elegir a Albert para gestionar, tanto mi vuelta profesional, como mi vuelta sentimental.

CAPÍTULO VIII

¿TE ACUERDAS?

Jueves 8 de octubre de 2015

18:30

Francis.-

Andaba yo un tanto inquieta aquella tarde. Había acabado de preparar las clases del día siguiente y tenía mucho tiempo por delante, así que decidí salir de casa y buscar a Albert a su despacho. Le daría una sorpresa y, de paso, saludaría a Álvaro y a Isabel, sus compañeros, socios y amigos.

Me encantaba pillarle desprevenido, siempre estaba tan serio cuando trabajaba que había que sacarle de ese ensimismamiento. Porque Albert era de esas personas que se pierde en su interior, podía estar horas y horas pensando dios sabe qué cosas. Más de una vez me desperté por la noche y descubría que mi cama estaba vacía, me levantaba para buscarle y le encontraba sentado en el suelo en el rincón del salón, al lado de la ventana, abierta de par en par, desnudo y despierto.

Era así desde que volvió de Bosnia-Herzegovina, aquella misión en Mostar le marcó. No sé lo que le ocurrió, jamás quiso hablarme de ello, pero puedo asegurar que hubo un antes y un después de 1998 en la vida de Albert.

Seguía teniendo esa sonrisa, tan franca, tan vital, y ese sentido del humor tan agudo, capaz de sacarle punta a cualquier situación, cambiando la manera de entender las circunstancias que rodeaban a un hecho, pero, aun a pesar de todo eso, no era el mismo. Yo lo notaba, cuando convives con una persona acabas sabiendo perfectamente que algo no va bien en tu pareja.

A veces le salía cierta vena violenta, algún  “¡Me cago en la puta!” que se terciaba cuando se hablaba de política o un “¡Habría que fusilarlos a todos!” o su tradicional “Hay más hijos de puta que botellines” y confieso que me asustaba, porque Albert podía ser muchas cosas, gruñón, introvertido, raro (de verdad, de verdad, no os miento, era muy raro) pero cuando tomaba ojeriza a algo o a alguien, el azul de sus ojos, adquiría cierto tono gris y su cara se ensombrecía. En esos momentos, emergía algo desde el interior de su alma, algo que no era él, algo que le poseía, hasta ejecutar el plan que tuviera en mente.

Sobre todo, salía a surgir antes de cada juicio o durante la preparación de algún juicio penal, en esas famosas Diligencias Previas que para Albert eran tan importantes desarrollar adecuadamente. “En un proceso penal, las diligencias previas pueden ser medio juicio, cielo”. Se lo tomaba tan en serio que algunas noches salía de casa a las 23:30 y no volvía hasta las 7:00 de la mañana. “No preguntes vida mía, ha sido una noche dura y triste”.

Y yo no le recriminaba nada porque ese hombre era mi todo. Tenía toda mi confianza en él, sabía que no había ningún peligro de que él me engañara. Simplemente no lo concebía. Nadie podía hacerme creer que él me estaba poniendo los cuernos con otra mujer.

Y no era porque yo fuera despampanante o fuera muy buena en la cama o tuviera mucho dinero.

Soy una mujer normal, con un cuerpo normal y mi vida sexual puede ser calificada como timorata aunque nunca me ha importado hacerle una buena mamada a mi hombre o despertarle en mitad de la noche y acariciar su cuerpo, besar sus labios, devorarlos muy despacito y hacer el amor a continuación. Pero a lo que iba, que me pierdo. Decía que Albert no podía visualizar serme infiel, no le encontraba ningún sentido a eso.

-¿Y qué gano yo acostándome con otra mujer?, -me decía-, es totalmente absurdo, no le veo lógica a eso. ¿Te dejo para irme con otra?, qué tontería.

Ese era mi Albert. Pero divago y eso entorpece el relato.

La cuestión es que aquél jueves decidí esperar a mi marido a la salida de su trabajo, plantarle dos besos bien sonoros, cogerle del brazo y sacarle de ese zulo en el que se metía y decirle lo mucho que le amaba y lo feliz que me hacía sentir para, posteriormente, irnos al cine a ver algunas películas de cine coreano que exhibían con motivo del ciclo que había preparado la filmoteca municipal, ese jueves tocaba ”The Chaser” de Na Hong Jin. Me había perdido “Memories of Murder” de Bong Joon-Ho y no estaba dispuesta a perderme esa.

Después, nos iríamos a cenar a algún restaurante, él y yo. Hacía tiempo que no salíamos solos y había decidido invitarle, sin pensarlo mucho. Los niños se podían quedar solos perfectamente, Pilar, si era mayor para llegar a casa a las 22:00, también lo era para cuidar a su hermano hasta las 00:00 (que luego serían las 23:00, conociendo a Albert y, bueno, a mí también, para qué negarlo).

Esa era mi intención cuando me crucé con esa cliente que salía del despacho y que, tras mirarme detenidamente,  dijo, sonriendo:

-¿Qué pasa, Fran, ya no me reconoces?

Era Amaia, no la había vuelto a ver desde 1996 cuando Julián y ella rompieron. En realidad, no tenía mucho trato con ella desde 1994, año en el que Amaia decidió no volver a quedar conmigo, algo que nunca entendí porque yo me llevaba muy bien con ella y, en algún momento, llegué a considerarla como una especie de hermana menor.

Siempre imaginé que el verdadero motivo de que Amaia dejara de hablarme fue la sospecha de que yo estuviera enamorada de Julián, cosa que era verdad.

¿Podéis guardarme un secreto?

Conocí a Julián en el año 1992. Yo iniciaba mi carrera de Filología Inglesa y él ya estaba estudiando el segundo curso de Geografía e Historia. Ambos estudiábamos en la Universidad de Alcalá de Henares y, por esas cosas de la infraestructura de nuestro sistema educativo, resultó que ambas licenciaturas se estudiaban en el centro de la ciudad, muy cerquita de la Plaza Cervantes donde coincidíamos él y yo.

Me resultaba chocante que un joven como él tuviera esos ideales tan progresistas. Se notaba que venía de familia adinerada, sus vaqueros eran de marca, sus camisas también y el perfume que solía ponerse delataba que tenía dinero. Sin embargo, hablabas con él y era un encanto, reflexionaba sobre la justicia social, la desaparición de las clases sociales, la educación pública y gratuita, la sanidad universal y, sobre todo, su compromiso con el voluntariado.

Muy a menudo me  hablaba acerca de lo mucho que aprendía en el Centro de Desintoxicación donde prestaba sus servicios de manera altruista. No voy a mentiros, me quedé totalmente prendada de ese hombre. Soñaba con él y me imaginaba a una especie de Che Guevara que, viniendo de una posición social elevada, renunciaba a ella para poder dedicarse a ayudar a sus semejantes.

Hasta tal punto quedé embelesada por sus diatribas contra el capitalismo salvaje, que me convenció para que yo me presentara voluntaria al mismo Centro de Desintoxicación donde él ayudaba en favor de una sociedad más justa.

Dedicamos tardes enteras de Martes y Jueves de 18:00 a 22:00 a presenciar una de las mayores miserias humanas que hay: la adicción a la droga.

Chicos y chicas siempre demasiado jóvenes, cuerpos delgados, casi fantasmales, ojos brillantes y manos que abrazaban como podían sus brazos. Adictos a una dosis más, siempre temblando, algunas veces llorando, vómitos en camisas y pantalones orinados, dedos secos y esa manera de hablar tan inconfundible: “Dame metadona, dame algo que me muero”

Os juro que tenía pesadillas y que, en mis peores sueños, siempre había una imagen de alguien drogándose. Si algo me ayudaba a poder continuar, sin duda era Julián. Habíamos conectado y nuestros sentimientos fueron evolucionando de un respeto y admiración mutuo a besarnos, y  acariciarnos  y a  abrazarnos hasta el punto de que algunas tardes, después de cerrar follábamos como locos.

Me gustaba acostarme con él, sentir su cuerpo abrazando el mío, su polla inundando mi coño mientras mis bragas caían al suelo, sentir mis pechos bamboleando al ritmo que marcaba su pelvis, polvos entre metadona y jeringuillas, empujones acelerados, a veces sin preservativo pero, eso sí, corriéndose fuera.

Me encantaba sentir su corrida bajando por mi entrepierna, en alguna ocasión posaba mi mano sobre mi coñito y recogía ese semen para introducirlo en mi boca y saborearlo. Pura curiosidad, puro sexo, puro éxtasis que muy pocas veces sentía porque, y esto lo digo en serio, yo no era mucho de follar y jamás me podía imaginar que podría llegar a gozar tanto chupando una polla, tragándome la leche de un hombre, entregando mi culo a esa especie de ideal perfecto en el que había convertido a Julián. Jamás volví a regalar mi culo a ningún hombre, hasta que conocí a Felipe muchísimos años después, cuando traicioné al amor de mi vida, a mi hombre, cuando cometí la vileza de destrozar al último lobo.

Adoraba follar con Julián, tocarle, masturbarle, besarle, depositar mis labios en su glande, en sus pezones, lamer sus huevos, llenarme la boca de su polla y mantenerla dentro, como si el tiempo se hubiera detenido, podía aguantar 10, 15 segundos y gozaba, dios como gozaba, cuando se corría en mi boca.

Y, repentinamente, el vacío. Me gustaría poderlo definir de otra manera pero fue así. Mi admirado estudiante progresista de familia rica empezó a ausentarse. Faltaba algunos martes, los jueves llegaba a las 19:00 y se iba a las 21:00, casi, casi, como si no le interesara ya lo que ocurriera, parecía que no podía con ello y yo le entendía: “las mujeres somos más duras” me decía todos los días, justificando que no viniera.

En el año 1993 me encontré con una chica simpática, de trato afable y casi inocentón diría yo. Intenté convencerla para que se apuntara conmigo. “Vente y ves lo que es, podrás comprobar “in situ” lo que hay detrás de las bambalinas de esta sociedad fría” le dije.

Se pasó una tarde, le bastaron diez minutos para tener muy claro que de ninguna manera iba a hacer voluntariado alguno para unas personas que “solitas se habían metido en ese vicio” y para fijarse en Julián.

No me di cuenta en ese mismo momento, claro, pero pocos meses después pude comprobar que Julián empezaba a salir con Amaia. Sus ausencias aumentaron hasta que su presencia se convirtió en algo puramente testimonial, como el que se pasa de visita. Lo cierto es que no me importó demasiado. Me dolió, eso sí, porque esas cosas duelen y te dejan cierto mal sabor de boca, un regusto a derrota y orgullo herido pero no fue algo tan significativo.

Os preguntaréis ¿por qué? Si estaba tan enamorada de Julián ¿Por qué no me importó que una chica a la que apreciaba prácticamente me robara mi “proyecto de novio”?

La respuesta es sencilla: Albert.

Al primero que conocí fue a Jose, un chico delgado, con ojos verdes y una manera de vestir descuidada, tenía cierto aire de canalla que se mezclaba muy bien con una cara que producía que te encariñaras con él. Pero detrás de esa especie de apariencia infantil y desprotegida se podía adivinar una inteligencia astuta que me hacía estar siempre alerta contra él.

Se le veía tan indefenso que me despertó cierto instinto maternal. Siempre le traté con familiaridad, cariño y simpatía. De vez en cuando, se sentaba a mi lado y temblaba, en esos  momentos le pasaba mi brazo por encima de su hombro y acercaba su cabeza para acariciar sus cabellos. Él me miraba fijamente y nunca decía nada, simplemente reposaba su cabeza sobre mi hombro y descansaba.

Sabía que no respetaba el protocolo de desintoxicación, a veces podía localizarle por la zona de Entrevías o por el Barrio de la Celsa probablemente para pillar caballo para pincharse o cocaína para esnifar o fumarse unos chinos.

“Este morirá cualquier día de una sobredosis”, pensaba mientras le veía acercarse al Centro.

Y llegó el día, por supuesto, en que la muerte dio una pequeña patada en la puerta de este pequeño diablo. Serían alrededor de las 20:00 de la tarde de un mes de noviembre de 1993, yo estaba de guardia sola y vi acercarse a un chico joven que portaba en sus brazos a mi “protegido”.

“Por favor, por favor, llama a una ambulancia”-me dijo con lágrimas en los ojos, vómitos en su pecho y en su camisa negra como la noche- “Se me va y no puedo evitarlo, ayúdame, por Dios, es mi amigo”

Podía ver su pelo largo, lacio, liso, feo, caer sobre su rostro. Apenas pude distinguir nada sobre su aspecto físico. Siempre vestía igual, parecía que llevara un uniforme, sus vaqueros estrechos, su camisa negra, su tres cuartos de cuero negro y su Cristo de Dalí en el cuello. Se sentó en el suelo y abrazó a su amigo y comenzó a acunarle y a limpiarle la cara.

Llamé a urgencias rápidamente y pudimos salvar el día. En cuanto se fue la ambulancia pude observar la cara de frustración y rabia que tenía aquél joven cuando le dijeron que no podía ir con ellos al Hospital, pero no dijo nada, no hizo nada, simplemente se quedó de pie mirando cómo se alejaba aquél vehículo, mientras repetía: “Es culpa mía, culpa mía, no debí dejarle solo”, se dio la vuelta y me miró a los ojos, como si repentinamente se diera cuenta de que yo estaba ahí, se me acercó y me dijo: “No sé cómo darte las gracias, no tengo nada para ofrecer pero te juro que si algún día me necesitas, me tendrás ahí.” Y se marchó.

Al día siguiente me encontré con Julián y le pregunté por sus nombres. Curiosamente nunca me había preocupado por saber el nombre de aquel yonki, probablemente para no empatizar demasiado.

-¿Quiénes? –preguntó Julián- ¿el  clan de los irlandeses?

-¿Irlandeses?, inquirí

  • Sí, ja, ja, yo los llamo el clan de los irlandeses, son clavados a Sean Penn y a Gary Oldman, ja, ja, ja. El que se parece a Sean Penn se llama Jose y el otro, el de la chupa de cuero negra, ese es Albert.

Fue la primera vez que oí su nombre.

Me pierdo en mis recuerdos y pierdo el hilo del relato. Os decía que me había encontrado con Amaia y con una pregunta para responder.

-Madre mía, eres Amaia. Cuánto tiempo, diecinueve años ¿verdad?

-Sí, mes arriba, mes abajo, Fran. ¿Cómo te va?

-¿Por qué no te lo cuento mientras nos tomamos unas cañas en ese bar? Total, Albert va a tardar en salir y yo ya he perdido la esperanza de ver mi ciclo de cine coreano, que le den a Na Hong Jing.

-Perdona, no entiendo.

-No te preocupes, no hay mucho que entender y sí mucho de lo que hablar ¿no te parece? ¿Qué, cómo  va tu matrimonio?

  • Muy bien, me he divorciado

-¿Ves? Hay mucho que me tienes que contar

Podría haberle recriminado su total y absoluta falta de consideración para conmigo desde el año 1994 pero tampoco era cuestión de armarla … de momento.

Finalmente nos dirigimos a un bar situado  muy cerca del despacho ,  el típico bar de barrio en el que ya empezaba a llegar clientela. Los camareros me conocían, por supuesto, después de todo era la esposa de “El Abogado”, otro apodo por el que conocían a mi marido. Nunca me gustó esa zona pero la soportaba estoicamente por amor a Albert.

Ser “la mujer de” es una cosa que me asquea porque niega cualquier atisbo de capacidad a mi persona y yo siempre he sido muy orgullosa. Sé perfectamente las habilidades de Albert, su labia, su capacidad analógica, su portentosa memoria y su brillante inteligencia pero yo no me quedaba atrás.

Podía perfectamente mantener cualquier tipo de conversación con él y rebatirle algunos planteamientos pero me gustaba estar apartada porque, seamos sinceros, nunca me ha gustado ese aprecio que ha tenido Albert por la gente de barrio, siempre me he sentido más atraída por la cultura y por una conversación elegante con gente más educada y cultivada mientras que él se inclinaba más por la franqueza y mala educación que se desprendía en un barrio obrero de Madrid.

-¿Sería usted tan amable de servirme dos cañas?, pedí al camarero

-Por supuesto que sí, señora, respondió el muchacho sirviéndome dos cañas bien tiradas y añadiendo una tapa bastante generosa  de magro con tomate probablemente sobras del menú del mediodía.

-Muchas gracias -indiqué al camarero-

-Muchas veces, -respondió-

Entregué una de las cañas de cerveza a Amaia y le indiqué una mesa para sentarnos, llevando tanto mi caña como la tapa.

-Pues ya me dirás qué haces aquí, Amaia

-No te lo vas a creer, Fran. He decidido ampliar mi negocio y abrir un par de locales en Madrid y resulta que me encontré en una cafetería con Lucía, ¿te acuerdas de Lucía?

-Sí que me acuerdo aunque vagamente si he de serte sincera, no era una de mis amigas predilectas, apenas habremos cruzado  un par de palabras aunque recuerdo que tú sí empezaste a parar con ella cuando cortaste relación conmigo –añadí con todo el sarcasmo que pude, se lo tenía que decir. Aunque no sirvió de nada, ya que Amaia evitó recoger el guante que le lancé con un simple,

-Bueno, pues estuvimos tomando un café y me habló muy bien del despacho de tu marido. Al parecer, su compañera ha llevado el divorcio de Lucía y Luis y quedó tan sorprendida con el asesoramiento que no ha dudado en recomendármelo encarecidamente.

-Vaya, no sabía que Isabel había llevado el divorcio de Lucía

-Pues así ha sido y el caso es que he venido sin avisar para ver qué tal funcionaban sin aviso previo.

-¿Y qué te han parecido?

-Te voy a ser sincera, la primera impresión ha sido un poco decepcionante. Es un despacho pequeño en el que apenas hay cierta intimidad pero en cuanto a la aptitud he de decirte que me he quedado muy impresionada. Apenas he cruzado palabras con los dos compañeros de tu marido pero lo que es Albert, ha sido revelador. En apenas 20 minutos me ha aclarado cualquier posible duda que tuviera y me ha preparado todo un plan de negocios. Es bueno.

-Lo es. Es muy bueno.

-Quizás se adelante a lo que una va a decir. Da la impresión de que te atropella, tiene cierta tendencia a adelantarse a la exposición  de su contertulio y eso puede causar muy  mala impresión porque parece que te toma por tonta.

-Tienes toda la razón, se lo he dicho muchas veces, “Albert, te adelantas”, “Albert, deja que hable”, pero apenas me hace caso.

-Sí, es como si se aburriera, como si ya supiera lo que vas a decir y le estás fastidiando. Eso no es siempre aconsejable en el mundo de los negocios.

-¿Y crees que no se lo he dicho?, pero siempre dice que él no es empresario, que él es abogado y que está para aclarar dudas y para explicar no para hacer amistades. Es un auténtico desastre, -¿qué me estaba pasando? De repente estaba hablando con una persona que hacía más de 19 años que no sabía nada de ella y más de 21 años desde que me retiró la palabra y, encima, criticando a mi esposo-

-No te lo tomes a mal, Fran, la verdad es que tu esposo es un encanto. Quizás demasiado serio pero en cuanto rompes la barrera se abre con mucha facilidad y hace suyos los problemas que puedas tener, inspira mucha confianza.

-¿A qué barrera te refieres, Amaia?

-Bueno, Fran, no te ofendas pero Albert da la impresión de estar siempre a la defensiva. En un principio su trato es brusco y directo, tiene esa voz tan grave que parece que te va a echar de un momento a otro. Esa es la barrera a la que me refiero.

Por supuesto que sabía lo que me estaba contando, y tenía toda la razón. Albert nunca fue de dar una buena imagen. La primera impresión que causaba siempre era negativa. Parecía distante pero en cuanto llevabas cinco minutos hablando con él se relajaba y, entonces, el ambiente cambiaba totalmente y de una oscuridad fría pasaba a una luminosa calidez.

-Sé a qué te refieres. Sí, creo que lo has definido bien, pero ¿le has contratado?

-Por supuesto que sí. Llevo unos cuantos años de empresaria y sé distinguir a un profesional a primera vista. Tu marido, lo es.

-Gracias, Maya – otra vez volvía a suceder, en unos breves instantes comencé a llamarla por su diminutivo, como cuando íbamos juntas-

-No hay de qué, Fran, de hecho tu marido se va a ganar el sueldo, esto te lo digo ya. Soy una cliente muy exigente.

-Por cierto, ¿qué negocios llevas?, si es que se puede saber.

-Enseñanza de idiomas, Fran. Llevo una Academia de inglés. ¿Te interesa? Siempre necesito profesoras capacitadas y recuerdo que tú eras de las buenas.

-Te lo agradezco, pero la verdad es que aprobé las oposiciones a profesora de enseñanza secundaria y ahora trabajo con plaza fija en un Instituto. Me han ofrecido el cargo de Jefa de Estudios y me lo estoy planteando por los puntos que pueda obtener. Tengo pensado pedir una comisión de servicios a Estados Unidos y llevar a los niños allí para que puedan perfeccionar su inglés.

-Precisamente a eso es a lo que aspiro yo, Fran. Quiero ofrecer un enlace con algún centro en Estados Unidos y poder ofrecer allí enseñanza de idiomas en español, ya sabes, ampliar horizontes.

-Eso es estupendo, Maya, es lo que siempre le digo a mi marido: “hay que ampliar horizontes” pero él siempre se niega. Parece que esté atado con alguna especie de pacto diabólico a este barrio.

Amaia me miró directamente a los ojos y, cambiando a un tono más serio me dijo,

-Fran, ¿es verdad eso de que Julián fue un drogadicto?

Así, sin previo aviso, sin anestesia, vaya pregunta. No sabía qué decir, pero entre la cerveza, la tapa, la conversación y la compañía, más los recuerdos que tenía de ella unido también a que podía darle un buen garrotazo verbal, opté por decirle la verdad.

-Sí, Amaia, después de tu famoso cumpleaños, ya sabes que Julián desapareció y no se volvió a saber nada de él. Al parecer, Juan Carlos, Luis y el resto de amigos le dieron una paliza y le estuvieron buscando para pegarle más y él se fue.

Yo no lo supe, hasta bastante tiempo después, cuando Albert lo trajo a casa porque lo encontró en la estación abandonada, tirado medio muerto al lado de una vía de tren y al borde de un colapso. Lo encontró casi por casualidad en un pueblo a 14 Km. de donde vivimos. ¿Te lo puedes creer? Vivimos en nuestra pequeñas burbujas residenciales y basta con salir de ella para convertirte en un perfecto desconocido.

De ser un desconocido a ser un olvidado solo hay un paso y ya sabes lo que se dice, “Nadie más muerto que el olvidado”.

Lo trajo Albert a casa porque decía que le debía una muy grande por todas las molestias que se tomó Julián cuidando a Jose, un amigo íntimo suyo.

-Sí, creo que le recuerdo. Siempre iban juntos a todos los lados.

-Cierto, Albert nunca se separaba de él. Le cuidaba como si fuera su hermano, vigilando de cerca para que no volviera a caer en las drogas. El caso es que cuidó también a Julián durante un mes, hasta que consiguió que pasara lo peor del mono y lo ingresó en una clínica de desintoxicación.

-Pero, no le llevó aquí ¿verdad?

-No, lo llevó a otro pueblo de la Sierra. Albert sostenía que Julián corría peligro aquí y que lo mejor era mantener la cosa en secreto.

-No me dijiste nada, Fran.

-¿Y qué te iba a decir, Amaia? Después de todo, le abandonaste y te fuiste con la persona que le dio una paliza y que le amenazó ¿cómo crees que te iba a decir nada? Cortaste también cualquier contacto conmigo, ¿no? –ahí estaba, el momento que tanto esperé durante todos estos años, el instante de mi revancha, mi particular ajuste de cuentas con una de las personas que más daño me había hecho-

-Ya veo, tienes toda la razón, Fran, no puedo decirte más. Fui una estúpida, una niñata malcriada e indecisa, pero pagué mi precio, te juro que pagué mi precio. Nunca supe lo que le pasó a Julián, me enteré por Lucía. ¿Sabías que Juan Carlos y Lucía formalizaron una apuesta en la que se comprometieron a separarnos a Julián y a mí?

-Al parecer ganaron, ¿no?

-Sí, ellos ganaron y yo perdí. Y sigo pagando el precio.

-Todas pagamos un precio, Amaia, todas. Y, bueno, ¿qué tienes pensado hacer?

-Recuperar a Julián.

-¿De veras? ¿pero tan mal fue tu matrimonio?

-Me divorcié de Juan Carlos aunque nuestro matrimonio hizo aguas a los seis meses de casarnos.

-Sorpréndeme, te puso los cuernos. ¿A que sí? Se veía venir, Maya, perdona que te lo diga. Juan Carlos era un malnacido y un mujeriego. La verdad, no sé cómo no le viste venir.

-Bueno, Fran, no todas tenemos tu clarividencia, chica. Me equivoqué, pagué mi tributo, no es necesario que me machaques.

-No te enfades, pero es verdad es que …

-Es que ¿qué?, Fran. Siempre estás dando moralinas, siempre eres la mujer perfecta que todo lo hace bien mientras las demás nos equivocamos constantemente, esa fue la razón de que me alejara de ti.

-Eso no es cierto, Maya, y lo sabes. Dejaste de hablarme por otra cosa.

-¿Qué otra cosa?

-Celos, Maya. Tenías celos de la relación que teníamos Julián y yo.

-¿Perdona? ¿Celos?

-Pues sí, celos. No soportabas vernos juntos a Julián y a mí, era superior a ti. Te quedaste prendada de él e hiciste lo imposible por separarnos. Ya no importa, de verdad, pero las cosas hay que decirlas.

-Perdona, Francis, ¿en qué momento esto se ha convertido en un combate de dos gatas por un hombre?

-¿Cómo?

-Lo que oyes. ¿Tú no estás casada? ¿Qué lugar tiene Albert en esta conversación? ¿Te das cuenta de que has criticado a tu esposo y estás defendiendo a Julián? ¿Es que sigues albergando sentimientos por él? ¿Es eso?

-No dices más que tonterías

-Es eso. Joder, sigues teniendo sentimientos por Julián. ¿Lo sabe Albert?

-Tú eres tonta. Yo estoy enamoradísima de mi esposo.

-Mira, Francis, vamos a dejarlo. Se me ha echado la tarde encima y tengo muchas cosas que cerrar. Deja que pague la cuenta, pero antes de irme quiero decirte una cosa: Tu marido es extraordinario. Yo no te quité nada, no perdiste a Julián, Fran. Encontraste a Alberto, míralo así y verás lo afortunada que has sido. Yo me casé con un déspota, infiel y violento y tu encontraste a una persona que parece que es maravillosa, ten cuidado Francis, a hombres así se les puede perder fácilmente. Hay muchas mujeres que darían lo que fuera por un hombre como el tuyo.

-No sabes nada, Amaia, pero nada de nada. Albert es mío y yo soy de Albert. Es así, nunca se va a plantear abandonarme.

-Y eso te viene de lujo ¿verdad? Francis, te lo repito, ten cuidado. Tienes todo, no lo vayas a perder como yo lo perdí.

-Yo no voy a perder nada, Amaia porque …

-Me tengo que ir, Francis. Ya nos veremos. Cuídate mucho, cuídale mucho, bastará un mero beso para que te lo quiten, Francis. Un mero beso y estarás fuera del paraíso.

Y dejándome con la palabra en la boca se marchó, la muy guarra.

NOTA: Este relato continúa narrado por Turista