Una teoría compleja para un amor eterno, 2

La apuesta

NOTA: LA PRIMERA PARTE NARRADA POR TURISTA

CAPÍTULO III

LA APUESTA

Miércoles 7 de octubre de 2015

Lucía.-

¡Vaya cagada! No pude pensar en otra cosa y, ahora que caigo, qué callado se lo tenía la muy condenada.

Joder, un poco más y no nazco, menuda tonta estoy hecha. Yo y mi enorme bocaza, podríamos hacer una serie que se llamara así.  Si ya me lo dijo Luis, “cada vez que abres la boca o sube el pan o es para comer pollas”.  Asqueroso machista de mierda.

¿Cómo he podido hablarle de la apuesta? Fácil. Porque me confié. Pensé que seguían juntos y estaba tan harta de ese trabajo en la Agencia de publicidad en la que trabajo, tan cansada de aguantar a la perfecta Isabel, con su padre, con su hermano, su perfecto marido, Luis, y sus dos perfectos hijos que pensé, “si le doro la píldora un poquito a lo mejor podría conseguir su firma para llevar la publicidad”.

Estúpida, estúpida. Si ya lo decía mi padre, “más tonta que el asa de un cubo”. Pero, bueno, quizás no sea para tanto. La verdad es que ha llovido mucho desde que lo dejaron. Uf, casi 20 años.  La apuesta, todavía pienso en esa apuesta, la única que gané, por cierto. Aun ahora, recuerdo perfectamente cómo sucedió…

Sábado 12 de Octubre de 1996

22:00

Todavía puedo sentir las caricias de Juan Carlos sobre mi cuerpo aquella noche, en su coche, con la calefacción puesta y desnudos, los dos, sin sentir el frío que nos rodeaba, ese frío de Octubre que solía azotar Madrid.

Ardiendo. Sí, estábamos ardiendo, mientras Juan Carlos me introducía una y otra vez su polla en mi boca, grande, caliente, húmeda, una y otra vez, y otra, y otra, y otra. Y, a su vez, sus dedos anular e índice masturbándome, acariciando mi clítoris, resbalando entre mis labios vaginales, y su otra mano sobre mi cabeza, acariciando mi cabello, dirigiendo como el maestro que era, la mamada que le estaba proporcionando.

¡Qué polla señor!, qué magnífica y hermosa polla tenía ese hombre. Me esforzaba continuamente en darle placer porque era el chico perfecto. Guapo, fuerte, 1,80 de altura, no sé si es alto o normal pero era lo que medía, y un pene fuerte, nervudo, y largo.

Me sentía totalmente humedecida solo con sus manos, con sus labios recorriendo mis pechos, mi cuello, sintiendo una vez más los dedos, sus dedos, sobre, mi sexo, mi culito, otro dedo que me perforaba, mientras me decía,

-Sí, Lucía, sí, sí, sí, come, chupa, mama, Lucía, muy bien gatita, muy bien, sigue así

Y yo seguía, porque sí, porque me calentaba, me hacía mojar, quería más, y más, y más, abriendo mis piernas, bien abiertas, para que él sintiera que podía posar la palma de su mano sobre mi chochito mientras su gatita le comía su polla, su hermosa polla, su divina polla.

Deseaba que se corriera dentro de mi boca, sabía que no me iba a avisar, no quería que me avisara, quería que viera que valía para todo, que podía ser la mujer con la que él soñara y que nunca me podría tener. Porque esa era mi máxima contradicción, odiaba a ese joven con toda mi alma, odiaba lo que representaba, esa superioridad social, esas gafas Ray-Ban de chulo de mierda, ese cochazo imponente, lo odiaba. Pero necesitaba más dinero y papá no me lo daba.

Total que mi padre me negaba el dinero, yo chupaba la polla de Juan Carlos y él … él se corría en mi boca. Cinco, seis trallazos, sin avisar, llenando mi garganta, y, presa de una histeria extraña, acomodaba mi lengua,  y tragaba su leche.  El círculo de la vida. Y después de tragarme toda la leche, el porrito de marihuana.

-Feliz día de la Hispanidad, Juancar

-Feliz día de la Hispanidad, Lucía

-Ja, ja, ja, anda pásame ese canuto.

-Aquí lo tienes, no te pases fumando, jodía, que nos conocemos

-Anda, no te quejes que te sobra el dinero

-A este paso, no me va a quedar, que no pones nunca ni un duro. No veas cómo te pega el rollo gorrón.

Tenía razón, pensaba, tenía toda la puñetera razón, nunca tenía suficiente dinero. Mis padres pagaban mis estudios, mi ropa, me alimentaban y me daban dinero para el transporte, público claro, y yo odiaba ir en transporte público,  pero no eran nada generosos para la paga del fin de semana.

“Así te mentalizas de lo que es la vida real, Luci,” decía el capullo de mi padre (mi pobre padre). La vida te pone en su sitio, ya lo creo.

-Qué bien la chupas, Lucía, cada día te superas.

-Gracias cariño, aunque te he notado un poco despistado

No te preocupes, Luci, son cosas que me rondan por la cabeza, ya sabes, no me concentro.

-¿Y eso?

-Porque cuando me la estás chupando pienso en otra.

-Vaya, dije, sin sentirme ni un poco molesta por si actitud de cabronazo, ¿y en quién piensas?

-¿Me guardas el secreto, Lucía?

-Claro que sí, cariño, sabes que sí.

-En Amaia

-¿En Amaia?

Vaya una sorpresa, pensé, Amaia la niña pija por antonomasia, la Tracy Lord de la Urbanización de Chalets, esa pobre niña rica que salía con Julián López Alcántara, el rebelde, el  transgresor, el revolucionario nacido en el seno de una familia acomodada venida a menos, era Gauvain,  aquél personaje de “El Noventa y Tres” de Víctor Hugo, o al menos me lo parecía por aquél entonces, cuando aún no conocía a Albert.

-Sí, en Amaia. A veces sueño que le meto la polla en la boca, en el coño, en el culo y que le introduzco dos dedos en sus labios  mientas la sodomizo, mientras mi pene entra poco a poco por su culo, forzándolo, haciéndola sangrar, y ella me chupa los dedos. No dice ni una palabra, aguanta como una campeona hasta que  mis huevos chocan contra sus nalgas, y entonces, doy vapor a mi maquinaria, Luci, empiezo a empujar y a retroceder, así, continuamente, como si fuera una locomotora de vapor, entro y salgo, entro y salgo, y su sangre se seca alrededor de mi polla, formando un curioso anillo. Y luego me corro, Lucía, me corro dentro de ella, y la lleno como te he llenado a ti, gatita. Mi gatita, mi zorrita de alta sociedad que me la chupa por cien duros.

-Sabes que la puedes tener cuando quieras ¿no?

¿A quién, a Amaia?

Sí, claro ¿A quién si no?

-¿Me estás tomando el pelo?

-No, para nada. Con un par de frases bien colocadas, tendrías a huevo follarte a Amaia

-Imposible, Lucía. Eso es totalmente imposible. Amaia está coladísima por Julián.

-¿Qué me darías si consiguiera que Amaia cortara con Julián?

-¿Y venirse conmigo?

-No, hombre, no, Juancar. Algo tienes que hacer tú. Yo puedo conseguir que Amaia corte con Julián pero tú tienes que camelarte a Amaia.

-¿Y cómo lo haría?

Simplemente estando en el lugar adecuado, en el momento adecuado.

-Me tomas el pelo, Lucía.

-No, no te lo tomo. ¿Qué te apuestas que en dos semanas consigo que Amaia corte con Julián?

-¿En dos semanas?

-Sí, en dos semanas.

Te daría 10.000 pesetas

Eso es una mierda, y lo sabes

-¿Qué pides?

-25.000 pesetas

-Joder, Lucía, cinco mil duros. La hostia.

-La dama lo vale.

Está bien, está bien 5.000 duros si consigues que Amaia corte con Julián.

-Otra cosa, Juan Carlos

-Dime

-Tienes que seguir mis instrucciones.

-¿A qué te refieres?

-Fácil. Mañana le dices a Julián que dentro de quince días le habrás quitado a su novia y te la follarás el día de su cumpleaños.

-Eso está hecho.

-Luego quiero que se lo digas cada cinco días.

-Joder, va a ser un placer vacilarle al desgraciado ese.

-Otra cosa

-Pide por esa boquita

-Cuando Amaia corte con Julián, no volverás a molestarle nunca más

-¿Cómo?

-Que no volverás a molestarle nunca más

-No jodas, pero si sabes la rabia que le tengo

-Lo tomas o lo dejas. Una vez cortada la relación, Julián es intocable.

-¿Qué te traes entre manos, Lucía?

Son cosas mías. Prométemelo. Juan Carlos, lo digo en serio. Una vez separados Julián es intocable.

-Ya te veo venir

-No, no me ves venir, prométemelo o se acabó.

-Hecho. Lo prometo. Una vez acabada la relación, no volveré a meterme con Julián.

-Está bien. Trato hecho. Tenemos un acuerdo.

Observé una gota de semen que le salía de su capullo, la recogí con mi dedo corazón, y lo chupé, como si fuera un pacto de sangre, un pacto de semen salvo por el detalle de que él no chupó nada. Lo recordaría tiempo después cuando no conseguí encontrar a Julián.

EL CEBO

Domingo 13 de Octubre de 1996

12:00

LUCÍA.-

Recuerdo que  ese día hizo un sol maravilloso. Un sol de domingo, y las chicas lucíamos nuestro mejor palmito. Bien arregladas, discretamente pintadas y tomando un vermut en el bar al que siempre acudíamos.

Localicé a Amaia leyendo el dominical del periódico y a ella me dirigí, ufana, para iniciar mi plan con un sencillo primer paso.

Camarero, ¿me pone un mosto? Pregunté inocentemente a aquel mozo imponente

Vaya, Lucía ¿un mosto?, ayer hubo juerga ¿eh?

Qué va, cariño, muy al contrario, respondí con un dolor tan compungido como falso, ayer me tocó poner hombro para soportar lágrimas, y todo por tu culpa, nena.

¿Por mi culpa? ¿Qué estás diciendo?

Lo que oyes, cariño. No sé qué les das a los hombres de esta urbanización que los tienes locos y, la verdad, no sé por qué. Porque, vamos a ver, ¿qué tienes tú que no tenga yo?

Ay, Lucía, no me líes que ya sabes que tengo novio. Estoy atada y bien atada.

Eso ya lo sé yo, que pareces un perrito faldero. Siempre al ladito de su hombretón.

Bueno, tampoco es para tanto.

Huy, vaya que no. Te tiene bien sujeta, seguro que hasta te tiene controlado el móvil. Bueno, eso si es que tienes móvil que seguro que te lo ha prohibido.

Pues no, no tengo móvil pero no es porque él no quiera sino porque yo pienso que el móvil solo traerá problemas.

-Claaaro, igual que él ¿a que sí?

No sé dónde quieres llegar, Luci

Pues muy fácil, cariño, El móvil te da libertad y a tu querido Julián la libertad no le gusta. Que sí, que va de liberal y de que la mujer tiene que independizarse. Menos la suya, claro, la suya con la pata quebrada y atada a la mesa.

-Ja,ja,ja, Luci, de verdad que eres.

Es que es cierto, leñe, qué control tiene sobre ti, cariño. Siempre encima de ti. Seguro que no me puede ver ni en pintura.

Eso es verdad, ja, ja, ja. Dice que eres muy ligerita

¿Tú también piensas eso, Maya?

-Sabes que no, que te quiero mucho.

Porque si piensas eso, puedes volver con Fran. Esa sí que le cae bien a Julián.

Oye, oye, ¿qué quieres decir con eso?

Pues que Fran es el prototipo de mujer ideal de Julián. Estudiando su carrera, voluntaria en el mismo centro de desintoxicación, siempre hablando de hacer bien las cosas, las superiores morales pero sin mierda en las tripas. Siempre hablando mal de las que somos como tú y como yo simplemente porque hemos nacido en unas familias que ganan dinero.

No sabes lo bien que hiciste dejando a esa listilla.

No es mala gente, pero es verdad que siempre estaba dándome el sermón y luego está saliendo con el zarrapastroso ese de Albert. Con ese y con su amigo el yonki. Ja, ja, ¿sabes? les tengo puesto hasta un mote

¿Sí, de verdad? No me digas

Sí, Lucía, le llamo, ay, me da corte, le llamo… El Oso Yonki y su amigo Buku

¿Buku? ¿Y eso a qué viene?

Pues a una película que vi hace mucho. Cuando se ponen una dosis de heroína le llaman  “Ponerse un buco”.

Ja,ja, ja, eres tremenda Maya

Shhh, no se lo digas a Julián, que se enfada.

Descuida cielo, que no le diré nada. De todas formas ya te digo que estás perdiendo el tiempo y lo mejor de tu vida con Julián porque tienes a otros que andan detrás de ti y que te adoran, y no son tan controladores como tu Julián, que pareces mema

¡Anda ya!, no te creo.

Vaya que no. Ayer me tiré toda la noche consolando al pobre Juan Carlos

¿A Juan Carlos? No me lo creo, pero si puede tener a cualquiera de las chicas.

Lo que te cuento. A punto de llorar y ¿sabes qué? Que tenía toda la razón del mundo.

Pero, ¿qué decía?

Pues lo que decimos todos en la “Urba” que Julián no te respeta, que eres su chica trofeo y que, si no fuera por lo violento que es tu novio, ya le habría dicho cuatro cosas.

Qué exagerado, por Dios. Si Julián me trata muy bien.

Te tiene controlada. Dime una cosa ¿cuándo fue la última vez que llegaste tarde a una cita?

Yo nunca llego tarde a una cita, para mí eso es muy importante. De hecho es lo que más le gusta a Julián de mí

¿Ves? Tienes miedo, y encima intentas justificar a Julián.

Yo no intento justificar a Julián, me gusta llegar puntual.

Te falta valor para hacerte valer, cariño. Todas las chicas llegamos tarde a las citas, es nuestra prerrogativa pero tú no, tú siempre llegas quince minutos antes y el que llega tarde siempre es él. Dime que me equivoco, anda

Llega tarde porque está liado con el centro. Es normal, no malmetas

Ya, si yo no malmeto pero ¿a que no me he equivocado? Si quisiera malmeter haría que te dieras cuenta que siempre llega a su hora al centro. Para Fran sí tiene tiempo pero para ti el tiempo no existe.

Que no, pesada, que no es como dices.

Y, mientras tanto, el pobre Juancar enamorado como un imbécil de ti. Dios da pan a quien no tiene dientes.

Joer, qué evangelista estás tú hoy.

Es que me duele verte así, cariño. Me duele mucho. Tú estás hecha para grandes cosas, para hombres de un nivel más alto y pierdes el tiempo con mindundis como Julián, cuando todas sabemos que Julián bebe los vientos por Fran y, por más que te esfuerces, por más que tú valgas más que él, te dejará tirada a la mínima por esa niñata de clase media. Peo me callo, me callo por no hacerte más daño.

Solo digo que te equivocas, Lucía

Que me callo, cariño, que no quiero hablar. Porque me mata verte así, dependiente, cuando tú eres la chica más válida e independiente de todas nosotras. Mi padre no hace más que compararme contigo y decirme “Si estuviera con Juan Carlos se comería el mundo”

Y dale, que Julián me ama

Te propongo un reto, Maya de mi corazón.

¿Un reto? ¿Qué reto?

Dentro de un par de semanas es el día de tu cumpleaños ¿no?

El día 27, sí ¿por?

Vamos a hacer una prueba. El día 27 celebrarás tu fiesta de cumpleaños en tu casa ¿verdad?

Sí, claro

Y luego quedarás con Julián, ¿no?

Sí, por supuesto.

Vale. Pues llega media hora tarde

¿Qué? ¿Por qué? No entiendo

Es solo media hora. Si de verdad te quiere te esperará.

Es que no sé por qué tengo que llegar media hora tarde

Pues porque se están riendo todas de ti, Maya, todas. Y a mí me duele un montón ver cómo se ríen y siempre me toca defenderte. Llega media hora tarde a la cita y podrás comprobar si Julián te ama y si te espera y, créeme, estoy segura de que te esperará, al menos podré decirles a todas esas cabronas que te ha sobrado valor para poner a prueba a tu novio y tendrán que callarse. ¿Qué me dices?

No digo nada, Lucía. No tengo que demostrar nada a nadie

Está bien, Maya, cariño, como tú quieras.

Sabía perfectamente que había lanzado el cebo. La semilla de la cizaña estaba lanzada, solo había que esperar que Juan Carlos cumpliera con su papel y en dos semanas me follaría a Julián y tendría 25.000 pesetas más en mi bolso.

Juan Carlos.-

Ignoro el motivo de contar esto. No tengo el más mínimo interés en darme a valer por esa apuesta. Vencí, las cosas como son. Le arrebaté la novia a mi peor enemigo, y no contento con eso, me casé con ella.

La verdad, jamás tuve el más mínimo interés en tener una historia con Amaia. Nunca fue Amaia, siempre fue Julián. El defensor de los pobres, el que abominaba de su clase social, el que me miraba siempre desde encima del hombro.

Ni siquiera pensé en casarme con Amaia, solo era un entretenimiento, una chica más. Tampoco es que fuera muy guapa, no era espectacular, no, al menos, como las chicas que me follaba día sí, día también.

Me casé con ella al final, es verdad, pero fue porque me enteré que Julián volvía al barrio y no le iba a permitir que recuperara a su novia. Su novia que, por aquel entonces, ya era la mía. Cuatro años de un noviazgo falso. Según la dejaba a ella en casa a las 23:30 (siempre a las 23:30, joder qué pánfila) me iba de juerga con Luis y el resto de mis amigos.

Julián desapareció en 1996, aquél glorioso día, y no volvió hasta 2000. Cuando me enteré, aceleré esos planes de boda que siempre estuve retrasando, haciendo a Amaia la mujer más feliz del mundo y llamando a todas mis zorritas, convenciéndolas que no era el final, sino un nuevo principio.

Qué tiempos tan buenos, ahora que lo pienso.

Cumplí con mi parte del acuerdo, por supuesto.

Aquella misma mañana, apoyado en mi BMW, Berlina Serie 3 rojo, junto a mis amigos vi pasar a Julián y me dispuse a cumplir con mi papel.

Mira quién va por ahí -dije con burla- Robin Hood, el defensor de los pobres

¡Coño!, respondió,  Quitad el cartel de “Se busca tonto” que ya lo hemos encontrado.

¿Me estás llamando tonto? Me enfrenté a él

Eh, tío, tranqui, has empezado tú primero, payasete.

Siempre tuvo esa manera de ridiculizarme, esa facilidad de palabra, esa variedad de lenguaje, sus malditos ideales de mierda que siempre exponía para hacernos creer que éramos lo peor cuando él venía de una familia igual que la mía. No me engañaba, yo sabía lo que le pasaba, le molestaba que su familia iba bajando poco a poco mientras la mía ascendía. Y no le iba a permitir que me ridiculizara. No, señor.

-El único payaso que hay aquí eres tú, Julián, Julianín, Juli, El Juli, el Julai, así es como te voy a llamar.

-Vaya, veo que has sacado a pasear tu ingenio. A ver, cuatro palabras. No está mal, mago de las palabras. Vas prosperando,  Nobita Nobi.

-¿Que si voy prosperando? No lo sabes tú bien, Robin.

-Ya, ya, estoy asustado, Doraemon

Maldito idiota, pensé

-Ríete, ríete, a ver si te ríes tanto cuando me folle a tu novia, gilipollas

-Anda, una nueva teoría del tonto del pueblo

-Que sí, hombre, que sí. En quince días, Juli, en quince días me follo a tu chica, y tengo un buen rabo que meterle en coño a tu Amaia, por fin se va a sentir llena de polla y no de ideas.

Me miró fijamente y, por un breve instante, me asusté. Sus ojos no reflejaban ningún calor, ningún color, eran fríos. Su sonrisa desapareció de su rostro y se acercó a mí. Su figura, imponente, se agigantaba conforme se acercaba a mí.

-Tú no tienes lo hay que tener para conseguir a una mujer como Amaia. Estás por debajo de ella a niveles que ni te imaginas. Eres una babosa comparado con ella, una mierda, eres nada, no existes. No existes.

Yo mismo, inclino mi cabeza ante su luz. Una luz que me ilumina, que me llena, una luz ante la cual rindo pleitesía cada día de mi vida. Tú, pobre imbécil, no puedes ni imaginar la fuerza, la energía que emana de ella. No me la puedes quitar, es mía, tonto, es mía y yo, yo soy suyo, de ella. Y, aunque me la quitaras, aunque, en contra de todas las leyes de lógica, me la arrebataras, no la podrías mantener porque eres escoria.

-Quince días, Juli, quince días para que su coño rebose de mi semen.

Se acercó un poco más pero, entonces, mis amigos me rodearon, protegiéndome, cerrando filas en torno a su líder.

Me miró con ese aire de autosuficiencia y sonrió

-Escoria.

Y se alejó.

CAPÍTULO IV

EL PLAN

18 de octubre de 1996

Lucía.-

Poco a poco iba consiguiendo mi objetivo. La actitud de Julián ayudaba también un poco, claro. Daba la impresión de que se ocupaba más de los drogadictos que de su chica y, claro, eso consiguió que Amaia fuera enfadándose cada día un poquito más.

Imagino que Juan Carlos también haría su labor porque se le veía muy contento con todo aquello.

Es curioso lo que hace la obcecación.  Amaia y Julián podrían haber hablado entre ellos y, de esa manera, darse cuenta de que estaban hechos el uno para el otro, pero rara vez las personas se detienen para conversar. Lo normal, lo habitual, es dejar que te ciegue el orgullo dejarte llevar por la ira y los prejuicios y sentirte agredida.

Me sentí especialmente bien cuando observé que, al día siguiente, Amaia tenía un móvil. No tardó mucho en llamarme para que tuviera su número de teléfono.

-¿Ves, Lucía? Julián no me ha puesto ninguna pega.

-Vaya, cariño, eso sí que es una sorpresa. Al final vas a tener razón.

-Si es que te preocupas por nada, ya le puedes decir a las otras que se pueden meter sus malas influencias donde les quepan.

-¿Y Julián también tiene móvil?

-La verdad es que no. Dice que eso es una chorrada, que solo sirve para estar localizado.

-Qué tontería, ¿y tú qué le has contestado?

-Pues que viene muy bien si algún día nos perdemos, Lucía. Es que es verdad. Imagínate que hay un accidente, pues como yo tengo móvil y él siempre está conmigo, pues eso. Vamos, digo yo.

Recuerdo que pensé, “esta chica es tonta” pero, con el mejor tono de voz le dije:

-Di que sí, cariño, pero Amaia, tampoco te pases con el uso del teléfono, no quiero que Julián se enfade.

-Anda tonta, ¿cómo se va a enfadar?

-Bueno, bueno, no le digas que te lo he dicho yo que luego se enfada conmigo

-Que no, tonta.

-Por favor, Amaia, no le digas nada.

-Está bien, no le diré nada.

-Y, por cierto, ¿sabes ya manejar los mensajes?

-¿Unh?

-Los mensajes, tontuela. Ya te enseñaré yo.

Por supuesto, lo primero que hice fue darle su número de teléfono a Juan Carlos, a Luis y a todas las amigas y amigos de “la Urba”. La consecuencia fue la que cae por su propio peso.

En menos de 48 horas mi querida amiga ya estaba enganchada al móvil.

Hablaba con todos, se mensajeaba con todos, sobre todo con Juan Carlos que inició una campaña de acoso y derribo de la virtud de mi inocente Amaia.

Julián estaba totalmente alienado, lejos de cualquier contacto con Amaia. El uso del móvil crea un universo propio que desplaza totalmente a quien no lo tiene. Curiosamente, y en tan solo cuatro días, Julián optó por centrarse más en el centro de desintoxicación que en cuidar la relación que tenía. Supongo que esa fue su perdición.

Seamos sinceros, a veces tenemos que posponer nuestros ideales y luchar más por nuestros sentimientos. Pero somos cobardes, no nos gusta admitir que estamos enamorados y no me refiero a decir a una amiga “estoy enamorada de mi chico”. No se trata de eso, de lo que yo hablo es de levantarse y mirarse en el espejo del cuarto de baño y darse una cuenta de que está enamorada de esa persona.

Yo sabía que Julián jamás afrontaría ese paso decisivo. Él no, adoptaría una pose de persona que es ajena a lo que está ocurriendo a su alrededor y fingiría que no está pasando nada. Lo conocía perfectamente, y no me engañaba.

Tenía la absoluta certeza de que Julián, equivocándose, claro, no lucharía por su amor. Dejaría que fuera Amaia la que valorara la relación. Y Amaia, mi dulce Amaia, era muy inocente. Lo malo de la libertad es que embriaga. Te emborrachas de la amplitud que otorga ser libre. No hay fronteras, no hay reglas y todo es color de rosa. Si encima nuestro mundo es el de los unicornios, el efecto puede ser tremendo.

Hay que luchar por lo que se quiere.  A veces hay que arrastrarse para poder mantener lo que tienes. No hay deshonor en usar todas tus mañas para poder prosperar. Yo me comía las pollas de mis amigos por quinientas pesetas con tal de poder tener un poquito más de dinero.

Pero Julián, no. Él se encerraba en sus ideales para escurrir el bulto. Porque, no nos engañemos, lo que hizo Julián fue escurrir el bulto, no dar la cara. Ay que ver, cómo es la vida. Un hombre como Julián, tan superior a Juan Carlos, a mí, a Amaia, incluso a Fran, y lo ignorante que fue.

Juan Carlos.-

No me puedo quejar de mi vida pero, a fuer de ser sinceros, he de reconocer que esos catorce días fueron de los mejores de mi vida.

Qué maravillosa delicia constituyó para mí poder provocar en Julián el desasosiego. Quería, ser yo el que le inquietaba. Que me percibiera como la más peligrosa amenaza a ese mar en calma que constituía su vida.

Todos los días enviaba sms a Amaia. Mensajes con textos tales como: “Buenos días, reina de “la Urba”, “Eres la mejor”, “Abrazo fuerte para Julián”, “Dentro de poco tu cumpleaños”, “Me va a encantar veros”, “Cuenta conmigo si quieres que prepare algo”, “Pongo mi carruaje a tu disposición hermosa Cenicienta”.

Y todo ello mientras le decía a Julián: “Ya queda menos para el relleno de crema” “Julián, Juli, Julianín, ya me queda menos para follarme a tu chochín”

Julián me miraba, apretando los puños, notaba las venas de su cuello hincharse de rabia, de furia. Pero yo le conocía demasiado bien. No iba a entrar al trapo, tenía que demostrar que él era más civilizado. Que sus ideales valían más que todo el dinero que yo pudiera manejar y, claro, así es como se pierden las guerras.

La guerra de secesión enseña esa verdad. La Unión no ganó a los Estados confederados porque su causa fuera más justa sino porque tenían toda la industria y el acero mientras que el Sur solo tenía grandes extensiones de algodón y esclavos.

Los ideales están bien pero tener dinero es la hostia. Así pensaba yo y así pienso ahora.  Y no ha pasado nada que me haya demostrado lo contrario.

Amaia.-

Eso era lo que quería ¿no? Tener libertad, demostrar a las estúpidas de mis amigas que yo no era la niña bonita de nadie. Que valía por mí misma y que Julián me respetaba, y para demostrar ese respeto me dedicaba a ponerle a prueba.

Llegaba tarde a las citas, le hacía ver que no me gustaba que asistiera tanto a esas jornadas voluntarias, hacía notar de una manera clara que Fran no me caía bien y, mucho menos, su novio, Albert.  Albert, qué personaje, siempre con un pantalón vaquero elástico, una camisa negra (daba igual si era verano o invierno) y una chaqueta de cuero negro tres cuartos, por aquél entonces calzaba botines negros de tacón cubano, una cadena de oro con un cristo de Dalí colgando de su cuello  y esa pulsera de plata que llevaba siempre en su mano derecha.

No me gustaba. En absoluto. Pero, claro, yo era muy joven, y muy tonta.

Y luego estaba Juan Carlos. Tan atento, tan amable, siempre ofreciendo su coche para llevarme. Dándome los buenos días, las buenas tardes, las buenas noches, siempre dispuesto mientras mi novio estaba rodeado de drogadictos.

¿Qué puedo decir? Quería independencia e independencia obtuve. Pero a qué precio.

23 de octubre de 1996

Lucía.-

En apenas diez días Amaia cambió totalmente. Aquella niña recatada dejó de esperar a su novio para venirse conmigo y con mis amigas. Dejó de vestirse de una manera descuidada, con sus eternos vaqueros para empezar a lucir faldas cada vez más estrechas y más cortas.

-Mostremos carne, Amaia, que los chicos nos deseen y las chicas nos envidien, le susurraba a mi ingenua princesita.

Era perfectamente consciente de que esa pareja estaba rota, había ganado la apuesta y me sorprendía que Amaia no se hubiera dado cuenta. No sé, es como si se hubiera puesto una venda en los ojos para no ver que ya había destruido su lazo con Julián.

Me imaginaba a ese chico sufriendo, intentando averiguar qué es lo que había pasado para que, inesperadamente, todo se hubiera vuelto del revés. Debía ser doloroso para Julián no entender lo que estaba ocurriendo al igual que yo misma me asombraba de la rapidez con la que Maya se adaptó a nuestro ambiente.

Me había comprometido a que la pareja rompiera en quince días, me sobraron cinco, porque el día 23 de octubre fue cuando la cándida novia de Julián agarró una cogorza de campeonato.

Siempre tenía por costumbre estar con la pandilla por la tarde y luego quedar con su novio a las 22:00, pero ese día decidí echar un poco más de gasolina al fuego que ardía dentro de Amaia. Para ello utilicé el manido recurso del botellón.

Un parque cercano, unos bancos para sentarse y una bolsas con ginebra, limón y hielo por supuesto. Las chicas y, cómo no, Juan Carlos, Luis y sus amigos. A las 18:00 empezó la fiesta, a las 19:00 llegó Juancar y a las 21:00 Amaia cargaba con una cogorza de campeonato.

Debo reconocer que esta muchacha aguantó todo lo que pudo y que, de haber amado menos a su chico, se habría acostado con Juan Carlos. El asedio al que fue sometida por el niño bien del barrio fue constante y efectivo y cedió algún que otro beso, pero llegó un momento en el que su corazón se alarmó.

-Son las 21:30, dijo, tengo que recoger a Julián.

-Pero donde vas con ese trancazo, Maya, le advertí

-He quedado con Julián, tengo que ir a recogerle

-No puedes ir así, cariño, quédate aquí con nosotras

-Que no, leñe, suéltame, he quedado con Julián - insistió con evidentes síntomas de ingesta de alcohol-.

-Maya, cariño, si Julián te ve así te da una patada en el culo

-Que le den a Julián -dijo sorpresivamente Juan Carlos-

Aquello podía arruinar mi plan. Si Amaia se percataba que había algo detrás se echaría para atrás en esa recién adquirida libertad.

-No digas eso, Juan Carlos -intenté suavizar el momento- lo que te pasa es que estás pillado por Amaia y ella es de Julián.

-Yo no soy de nadie, gritó la princesita, de nadie ¿me oís?, yo no soy de nadie. Soy libre e independiente. Dicho lo cual empezó a vomitar.

-Ay, dios, Maya cómo te has puesto, no puedes ir así a ver a Julián -dije para evitarle el ridículo-.

Mi plan estaba saliendo a la perfección, lo tenía a punto de caramelo.

-Tiene razón Lucía -añadió Juan Carlos- deberías ir a casa Maya

Ahí  vi mi oportunidad,

-Juan Carlos, por favor te lo pido, lleva a Amaia a casa, por favor. -Por aquel entonces, Maya estaba totalmente borracha y con apenas conocimiento de lo que pasaba a su alrededor-

Juan Carlos se acercó a Maya y, al pasar a mi lado, le susurré,

Llévanos a casa y quítale las bragas.

-Estás loca -respondió Juan Carlos-  ¿qué crees que va a decir mañana cuando despierte y se vea sin bragas?

-No te preocupes por eso, le diré que fue a mear y que las perdió al lado de los vómitos. Tú quítale las bragas.

Juan Carlos.-

¿Qué puedo decir? Lucía tuvo una idea genial, monté a las dos en mi flamante coche y me dirigí al polígono industrial, allí detuve el coche y observé que Amaia estaba durmiendo. Se suponía que iba a ser yo quien le quitara las bragas pero Lucía se me adelantó y me las puso en las manos.

-Toma, aquí tienes, me dijo la pequeña Luci, la zorrita        Luci

Me invadió un repentino interés por oler las bragas de Amaia y eso fue lo que hice. Aspiré su aroma, el olor de su coño introduciéndose por mi nariz, y me entraron unas ganas enormes de follarla ahí mismo. Estaba dormida, sin bragas, con una minifalda, qué fácil era bajarse el pantalón sacar mi polla e introducírsela en el coño a la tonta.

-Ni se te ocurra - me advirtió Luci con una cara que jamás había visto en su semblante-. No te la follarás así, Juan Carlos, no voy a permitir que la violes.

-Pero si está dormida, payasa

-Me da igual. Amaia es virgen, desgraciado y no voy a permitir que una violación sea la que se lleve su flor. De ninguna manera.

-Joder, pues déjame comerle el coño por lo menos.

-Eres un cerdo

-Lo soy, pero comerle el coño no la va a desvirgar, anda Luci, porfi, salte del coche y deja que le coma el coño.

-Me das asco, Juan Carlos.

-Y tú a mí, jodida puta. Alcahueta, que no eres más que una alcahueta y ahora  salte del coche, coño, que me quitas espacio.

Abrí la puerta trasera del coche, coloqué a Amaia sobre el asiento de atrás, tumbada, levanté su falda y sentí cómo me llamaba aquél coñito depilado. Lo tenía depilado, joder, pensé, cuánto ha espabilado en diez días, al recordar que cuando vi a Maya aquél verano en bikini observé que su coño tenía una matita que indicaba que no se depilaba.

Abrí un poco sus piernas y las coloqué en posición, acerqué mi boca y empecé a lamer sus labios vaginales. Al principio despacio, pasando mi lengua, humedeciendo aquel coño fresco, inexplorado, virgen. Joder, me estaba comiendo un coño virgen, dios qué morbo me dio.

A los pocos minutos su chochito comenzó a mojarse. Un poco al principio, pero luego fue aumentando la segregación a medida que mi lengua acariciaba su clítoris, ya duro, erguido.

Imagino que Amaia pensaría que estaba soñando o algo por el estilo porque noté cómo sus manos reposaban sobre mi cabeza pidiendo más guerra, oí sus gemidos apagados, cargados de una incoherencia producida por el alcohol.

-Sí, amor mío, sigue Julián sigue, que gusto me estás dando.

Y yo callado, seguí mi proceso de chupa y destruye. Absorbiendo ese botón de encendido, masturbando con mi boca aquél bastón de mando, chupando y haciendo círculos en su clítoris, abriendo la espita que retenía esos líquidos que guardaba para su novio y que yo robaba como una abeja cuando liba una flor. Y qué flor, maravillosa, caliente, húmeda, crema para mis labios, miel para mí, y seguí, diez, quince minutos. Maya dormía y despertaba, caía en una inconsciencia que abandonó fugazmente cuando, a base de tirarme 20 minutos largos comiendo coño, explotó en mi boca, llenándome de sus fluidos, pequeñas descargas eléctricas que sacudían su vientre mientras me llenaba de toda su leche.

Glorioso, simplemente glorioso.

Y, tras la faena, me guardé las bragas. Era algo más que un trofeo, esas braguitas negras constituían la puntilla que mataría al cornudo de su novio.

Amaia.-

Bebí demasiado y salí de la calzada. No recuerdo mucho de aquella tarde, solo que Juan Carlos y Lucía me llevaron a casa. Tuve suerte de que mis padres no estuvieran porque habían salido a cenar con los padres de Juan Carlos.

Lucía me duchó, me lavó y echó mi ropa a lavar. Me puso un pijama y me acostó. Fue una noche intranquila en la que soñé que Julián me comía el chochito y me llevaba a un mundo de placer. Creo que tuve un orgasmo bastante intenso. Fue lo único bueno de aquél día que nunca iba a olvidar porque desde ese 23 de octubre mi relación con Julián cambió.

No acudí a la cita con él, le di  plantón y lo peor de todo es que no podía decirle la verdad. ¿Qué le iba a decir? “Perdona cariño es que me he emborrachado con la pandilla y con Juan Carlos y sus amigos pero no te preocupes que me han llevado Lucía y Juancar a casa, por cierto, te vas a reír cuando te lo cuente, pero he perdido mis bragas. Cosas que pasan”

No, no podía decir eso. Y eso fue lo que mató el amor que Julián sentía por mí. Si le hubiera dicho la verdad quizás todo hubiera cambiado, pero me asusté y cuando quise remediar eso, fue demasiado tarde.

Dejé de parar con la pandilla y me dediqué a estar más tiempo con Julián. Intenté volver a ser para él la que era, pero yo ya no era la misma. Algo había cambiado en mí, seguía amándole, claro está, pero no quería ser su perrita faldera, su consorte. Noté que Julián estaba más distante conmigo, menos cariñoso, como si estuviera a la expectativa, como si viera el peligro venir y hubiera decidido estar quieto, dejarme a mí la decisión.

Yo pensaba que eso era buena cosa porque no tenía pensado dejar a Julián. Simplemente tenía un plan que consistía en ser más libre, en no estar tan atada a él. Amarle a él por lo que  era, sí, pero también por lo que yo era. Todo un plan ¿verdad?

Sí, todo un plan … del que no tardaría en arrepentirme.

27 de octubre de 1996

Juan Carlos.-

Por fin llegó el día del cumpleaños de Amaia y lo cierto es que apenas pude dormir la noche anterior. Los nervios, supongo. Estaba seguro de que ese día robaría la novia al imbécil de Julián.

Propinarle un golpe a la parte baje de su autoestima, arrancarle un trocito de su alma, de su corazón y, de paso, si había suerte, follarme a esa muchacha virgen y prístina. ¿Puede haber algo mejor que romperle el himen a una mujer? Ser su primer hombre, la primera polla que la perfora el coño, entrar para siempre en su memoria. Me había comido ya su chochito y había logrado que se corriera conmigo. Que lo supiera o no era irrelevante.

Aunque reconozco que me preocupó ese distanciamiento que impuso Amaia desde el día de su borrachera. No atendía mis llamadas, ni respondía a sus mensajes. Por un momento pensé que todo se había ido al garete. Pero no, lo cierto es que me llegó un mensaje aquella misma mañana.

“Te invito a mi cumpleaños. A las 16:00 en mi casa”

Bingo.

Me dirigí al lugar donde sabía que iba a encontrar a Julián con la malsana y satisfactoria intención de hacer caer sobre él la mayor de las humillaciones. Y lo mejor de todo es que sabía perfectamente que él no me iba a creer y, precisamente por eso, era más divertido, más morboso. No sería yo quien le confirmara la ruptura de la relación. Sería su propia chica quien lo hiciera y toda la soberbia que mostraba siempre se diluiría. Aprendería lo que era ser humillado, ya no podría hacer alarde de ningún tipo de orgullo, todo el respeto que sentía la gente por él se evaporaría y pasaría a transformarse, en el mejor de los casos, en lástima.

Esa lástima que todos tienen por el “pobre cornudo”, un sentimiento de condescendencia que luego pasa a ser una burla cruel y descarnada. Por eso, la mayor humillación que se le puede hacer a un hombre es la de hacerle cornudo, porque le quitas toda esa pátina de respetabilidad que tiene. Oh, sé muy bien que hay muchos y muchas que me dirán que ese es un pensamiento machista y retrógrado, pero yo siempre diré una cosa a todos, los que piensan así poneos en lugar del cornudo, imaginad lo que debe pasar por su interior, qué sentimiento debe tener, y cavilad detenidamente y con la debida seriedad el verdadero daño que se le hace a esa persona y qué pensarán de él todos los que viven bajo su órbita.

Es lo peor. “Pobrecito”, dirán “anda que lo que le ha hecho la novia” nunca se oirá decir “qué cabrón el que se la folló”. ¿Machismo?, desde luego, pero este es un juego de machos y, si te despistas, un polvo te quita la dignidad y el respeto. Y eso era lo que yo quería, arrebatarle todo porque, después de todo, me había comprometido a no volver a insultarle más, ni a humillarle después del día de hoy, y yo soy hombre que cumple la palabra dada.

Con esa finalidad me encaminé al bar.

Había cumplido con exquisita frialdad con mi parte del plan y hoy finalizaría mi intervención con una última actuación.

-Qué Julián,  ¿preparado para el polvo que le voy a echar hoy a tu chica?

-¿Otra vez con lo mismo, baboso? Me estás empezando a cargar

-¿Cargarte yo a ti? Si eso es imposible. Tú eres el rey

-Mira, Juan Carlos, me tienes hasta los cojones. La próxima vez que me vuelvas a decir algo de Amaia, te juro por dios que te borro la cara a hostias. Estás avisado.

-¿Se supone que debo asustarme, Julián?. Huy qué miedo

-Estás tirando de un hilo muy fino, Juan Carlos.

-¿Por? ¿Por decirte que me voy a follar a tu novia? ¿Y si te dijera que ya me la he follado, pringao?

-La linde se acaba pero el tonto sigue, por lo que veo. Al final te llevas dos hostias

-Mira por donde voy a tener un gesto de honradez contigo, gilipollas. Te voy a dar una prueba, Julián, para que veas que no te quiero mal, para que no hagas el ridículo hoy, te voy a dar un regalo para que se lo des a tu novia, un regalo que ella va a agradecer.

Y dándole las bragas añadí,

-Toma, ignorante, dáselas a Maya, estoy seguro de que sabrás ver si te he mentido o te he dicho la verdad. Considéralo como un gesto de un enemigo honorable. Y ahora te dejo, he quedado en casa de Maya a las 16:00, estoy invitado a su cumpleaños. Si quieres te enseño el mensaje. ¿No? Pues hasta luego,  cornudín.

Dicho lo cual me giré y, sin echar la vista atrás, me alejé del lugar con una sonrisa de satisfacción que pocas veces en mi vida he vuelto a tener.

Lucía.-

Mi trabajo ya estaba hecho. Al parecer Amaia y Julián tuvieran una discusión justo el día anterior de su cumpleaños. Curiosamente, para una vez que hablaron, no supieron ser comedidos.

Juan Carlos me envió un mensaje en el que me informaba que había cumplido con lo acordado. Había vuelto a decirle a Julián que ese día se follaría a Amaia y hasta le dio las bragas que le quitamos a mi queridísima niña pija.

“Buen trabajo” finalizaba el mensaje.

Estaba deseando que llegara el día siguiente. Recibiría las 25.000,00 Ptas.- que me había ganado con mi ingenio e iría a consolar a Julián mientras Juan Carlos conquistaría a Amaia. Pensé que así las cosas cuadraban más, porque yo tenía claras una serie de cosas que los demás no veían.

A saber, Amaia estaba más hecha para Juan Carlos que para Julián. Yo estaba más hecha para Julián, Julián estaba más hecho para Fran y Juan Carlos, bueno Juan Carlos estaba hecho para todo, era el prototipo de hombre infiel. Un cazador, diseñado y fabricado para follarse a la mayor cantidad de mujeres. Lo tenía todo, el porte, el dinero, la labia, y una buena polla que sabía manejar. Era un depredador.

Por supuesto, faltaba el novio de Fran, ese tal Albert al que nadie tenía localizado. Un auténtico verso libre, una especie de comodín que, por su propia naturaleza, era imposible de descifrar. No puedes analizar lo que no conoces y Albert apareció de repente, como quien no quiere la cosa. Ni me preocupé por él, cosa que, al parecer, sí que tuvo en cuenta el propio Albert, como descubriría después.

Amaia.-

La discusión que tuve con Julián el día previo a mi cumpleaños, siendo fuerte, no fue definitiva. Tenía que celebrar la fiesta en casa y eso él lo sabía. No tenía por qué enfadarse. Más que una fiesta de cumpleaños , era una obligación para mí. No podía suspender la dichosa conmemoración de las narices. Mis padres celebraban mi aniversario y querían que vinieran mis amigas de la pandilla y Juan Carlos y sus amigos. ¿Por qué? Pues porque era los hijos e hijas de sus amistades.

Todas esas familias se conocían y aprovechaban esas pequeñas fiestas para tratarse o, incluso, para fomentar el  noviazgo entre sus hijos, todos pertenecientes a la misma clase social. Julián conocía esos protocolos sociales, se había criado en ellos. Incluso le dije que viniera a la fiesta. Mis padres jamás se habían negado a que viniera. Simplemente se obcecó con no venir. O eso creí yo, entonces.

Había quedado con él a las 20:30. La fiesta se celebraría desde las 16:00 a las 20:00. El lugar donde habíamos quedado, una parada de autobús que tenía una marquesina, estaba a quince minutos de nuestras casas. Un lugar equidistante de nuestros domicilios, el lugar donde Julián me pidió salir, el lugar donde le respondí que sí, que encantada y que yo soñaba con que fuera para toda la vida.

Lo tenía totalmente planeado. La fiesta terminaría a las 20:00, iría andando hasta la parada, llegaría a las 20:15 y le esperaría hasta que llegara. Así compensaría todos los desaires que le había hecho y suavizaría la discusión del día anterior. Pero entonces Lucía volvió a hacerme dudar.

-Joder tía, no puedes irte ahora. Venga tómate otra copa de cava

-Que no Lucía, que me tengo que ir

-Pero ¿dónde vas?

-He quedado con Julián a las 20:30

-¿Otra vez con ese?  ¿No dijiste que le ibas a dar un escarmiento?

-¿Qué escarmiento?

-Pues eso, ponerle en su sitio, Amaia. No ha querido venir a tu fiesta, a tu casa. No ha querido ver a tus padres y ¿ahora vas a  ir puntual?

-No tiene nada que ver Lucía, es que he quedado con él, ya está

-Lo hemos hablado antes, cariño, si te quiere sabrá esperarte media hora, joder ¿Verdad chicas?

Y todas ellas dijeron: Es verdad, Amaia. Que espere un poquito.

Lucía gritó:

-Que espere, Amaia, 30 minutos

Y todos los chicos y las chicas gritaron a coro: ¡30 minutos, 30 minutos, 30  minutos!

Juan Carlos, incluso, se ofreció

-No te preocupes Amaia, yo te llevo en coche. A las 21:00 en punto estás con él.

Acepté. Tonta de mí, acepté.

Juan Carlos se fue a por el coche a las 20:40

-En 10 minutos estoy aquí y en 5 minutos te dejo en la parada.

Pero no llegó a las 20:50. Ni a las 21:00, ni a las 21:15. Me disponía a irme corriendo cuando se presentó a las 21:25.

-Perdón, perdón Amaia, no encontraba las dichosas llaves del coche. Venga vamos, que te llevo.

Yo estaba empezando a llorar. Por alguna extraña razón, sentía que Julián no estaba ya esperando. Salíamos de mi casa, camino del coche de Juan Carlos cuando este se detuvo, y empezó a reír como un loco.

-Qué graciosa estás Amaia. Estás preciosa.

No entendía nada. Absolutamente nada. Ni las risas, ni la hora, ni la demora, solo quería irme y ver a Julián. Y, sorpresivamente, Juan Carlos me dio un abrazo y me besó en los labios. Solo un piquito que me dejó desconcertada.

-¿Me vas a llevar o me voy yo sola? Le pregunté, prorrumpiendo en sollozos.

-Sí, sí, claro, perdona

Me dejó en la parada. No había nadie, pero pude localizar una  ramo de rosas en la papelera de la marquesina. Me acerqué al ramo y, en el suelo, había un pequeño sobre con una tarjeta dentro: “No sé hacia dónde vamos, pero sí que quiero ir contigo. Feliz cumpleaños. Te amo” y un poquito más abajo “ Julián”.

Me pareció oír una voz y giré la cabeza

-¿Que si te llevo en coche?

-¿Eh?, respondí.

-Amaia, que no está Julián, que si te llevo en coche a casa.

-No, no, gracias. Déjalo, quiero volver sola a casa, está solo a quince minutos andando, y hace una noche agradable para pasear.

Al día siguiente, rondé por los bares que él frecuentaba. No había ni rastro de él, estuve toda la tarde buscándole y alrededor de las 22:30 me dirigí a mi casa. No quería salir, tenía miedo de que Julián fura a visitarme a casa y no me encontrara.

No atendí ninguno de  los numerosos mensajes que recibía, ni de Lucía, ni de Juan Carlos. Apagué el móvil con unas inmensas ganas de estrellarlo contra el suelo. El martes por la tarde, llamé a la puerta de la casa de los padres de Julián.

-Julián no está -me dijo su padre muy seriamente

-¿Y no sabe dónde ha ido?

-No me entiendes, Amaia, -indicó con una mirada severa-, Julián ha desaparecido. Esta mañana estaba en su cuarto pero a las 14:00 nos hemos dado cuenta de que Julián no estaba.

Cuando no ha comido con nosotros hemos ido a su cuarto. Había desaparecido una mochila y algo de ropa. Ha dejado una nota: “Me voy. No me busquéis. Ya os llamaré… dentro de un tiempo. Perdonadme. Vuestro hijo que os quiere. Julián”. Y ahora yo te pregunto, Amaia, ¿qué ha pasado con mi hijo?

No supe contestar, ¿qué le iba a decir? ¿he plantado a su hijo ¿ ¿me he portado como una imbécil con Julián?

Opté por la discreción que otorga la cobardía y me alejé de esa casa, sin contestar.

No volví a ver a Julián. No tuve más noticias de él. Ni me llamó, ni me buscó y yo no pregunté, no quise indagar, me daba vergüenza preguntar a Fran o a su novio, sabía que Fran me recriminaría mi conducta. ¿Cómo no iba a hacerlo si yo misma me sentía culpable?

Quince minutos, estaba solo a quince minutos. ¿Por qué esperé a Juan Carlos? Podía haber ido perfectamente andando y habría llegado a tiempo, ¿dónde demonios dejé mi cerebro ese día? No lo sé, pero sí sé dónde quedó mi alma. Se la llevó Julián con él. Hoy lo sé, pero ya es tarde.

NOTA: Este relato continúa narrado por Turista