Una teoría compleja para un amor eterno, 12
Un tratado imperfecto sobre el amor.
NOTA: CAPÍTULO ANTERIOR NARRADO POR TURISTA.
CAPÍTULO XXIII
UN AÑO DESPUÉS
EL FACTOR TIEMPO COMO “CONDITIO SINE QUA NON” PARA ADQUIRIR CONOCIMIENTO
Sábado, 3 de diciembre de 2016
10:30
LOS SIGNOS DEL ZODÍACO: OFIUCO
Amaia.-
Las cosas se ven con otra perspectiva cuando permites que el tiempo rebaje las tensiones.
Tras casi un año desde que Albert dictara su “sentencia” de ostracismo contra mí, acordamos tener una reunión para revisar la situación fiscal y económica de mi empresa. Por supuesto previa cita, tampoco era cuestión de poner a prueba la paciencia de mi asesor. Ya sabía cómo se las gastaba con esos temas.
Isabel continuaba su tratamiento contra el cáncer, motivo por el cual su asistencia al despacho era puramente testimonial. A pesar de ello, la lealtad de Álvaro y Albert hacia ella era inquebrantable y suicida. Ni siquiera habían contratado a nadie que pudiera sustituirla en el ejercicio de sus funciones.
Supongo que para ellos sería una traición que no estaban dispuestos a asumir. Así son los hombres, totalmente estúpidos para tomar decisiones coherentes que puedan beneficiar a la empresa. Es más fácil para ellos cargar todo el trabajo extra que supone la ausencia de su compañera que tener que decirle que ha sido sustituida temporalmente, aunque ello suponga la ruina de sus relaciones personales.
Alberto decidió encargarse de los procedimientos de familia que eran competencia de Isabel y eso le supuso mayor presión a un hombre ya de por sí tenso. Por lo demás, el despacho seguía aguantando el temporal. Puede que no se hicieran ricos pero estaba claro que ese bufete no iba a dejar de generar beneficio económico.
Nada más entrar pude notar cierta tristeza en el interior del local. Albert permanecía en su mesa con una sombra en su mirada que no sabía adivinar si era de dolor, de ira o de agotamiento. Para mí era evidente que algo le estaba consumiendo.
-Buenos días, señor letrado –le saludé intentando asomar cierta sonrisa en mi cara-
-Buenos días, Amaia –me respondió haciendo idéntico esfuerzo al mío para esbozar el mismo gesto y solo conseguir una mueca- siéntate, por favor, tenemos algunas cosas que revisar.
- Muy amable, Albert, si es que me permites tutearte –lancé mi primera pulla-
-No empecemos, Amaia, te lo pido por favor.
-Está bien, no quiero iniciar una guerra de reproches. En realidad, solo he venido para revisar los papeles de la empresa. Es sábado y quiero terminar cuanto antes. No sabía que abríais los sábados.
-Cambio de estrategia, la baja de Isabel implica que tenga que trabajar un día más. Por lo demás veo que has hecho los deberes. ¿Te has quitado de todas las cuentas y empresas de tu ex?
-Estoy en ello, la verdad es que no sabía que estuviera en tantas. El muy cabrón me tenía en todas sus empresas como administradora única. Me vino muy bien tanto tu información como tu consejo.
-Lo tiene muy bien montado, la verdad. Pero todo ese castillo de naipes va a caer dentro de unos años, Amaia.
-En un par de meses no me afectará. He conseguido que me compre todas las acciones y he salido de las empresas. Afortunadamente, Juan Carlos usaba los poderes de representación que le firmaba con cada empresa que constituía y las firmas de todos los documentos son suyas.
-Sí, es lo que tiene cuando se quiere actuar en secreto, si te pillan, caes con todo el equipo.
-En todo caso, me doy cuenta de que, después de todo, tengo que estarte agradecida. Me vino muy bien tu aviso porque pude evitarme las primeras inspecciones de hacienda que le han llegado a Juan Carlos. Deberías haber oído la voz de desesperación que tenía cuando me llamó preguntando si yo sabía algo.
-Sep, el sobre negro siempre acojona. Llevo quince años ejerciendo como abogado. Me he enfrentado a todo tipo de procesos judiciales, he luchado contra compañeros expertos y contra jueces duros de pelar, de los que te ponen difícil el procedimiento. Pues bien, nunca me he asustado con ninguno de ellos. Sin embargo, es ver una carta negra de la Administración Tributaria y, joder, me tiemblan las canillas. Puedo imaginar perfectamente a ese bastardo sudando sangre. Y lo mejor de todo es que no sabe que aún le falta lo peor. Es la punta del iceberg.
-¿Tan mal está?
-Ni te lo imaginas. Está desviando todo el dinero a unas cuentas que tengo controladas y concentrando todos sus negocios en un par de empresas. Sé que tiene algún negocio más en el que no debe aparecer y del que recibe dinero negro. Ya lo pillaré con el tiempo. Pero en tres años a lo sumo, el príncipe de “la urba” entrará en la prisión por la puerta grande y se arruinará en dos o tres meses más. Jaque mate, Amaia.
-¿Y yo?
-¿Tú? Tú, nada. A seguir trabajando tan bien como hasta ahora. Tus negocios marchan bien ¿no?, ¿has conseguido por fin introducirte en el mercado norteamericano?
-La verdad es que sí, Albert. He metido la cabeza. Es muy poquito pero ya es algo. Y funciona, la gente se está apuntando a la academia para aprender español.
-Me alegro, Amaia… mucho.
-Lo sé, Albert, lo sé. ¿Sabes? Cuando me fui de aquí hace un año te habría devorado vivo y lo digo en plan caníbal. Pero luego me detuve a pensar y me di cuenta de que tú nunca eres tan claro. Siempre tienes un motivo oculto, nunca enseñas todo y por eso cuenta tanto entenderte.
Seguro que has nacido bajo el signo de Ofiuco, siempre oculto
-Ah, Ofiuco, qué apropiado. No todos saben que el zodíaco constaba antiguamente de trece casas. Me gusta ese detalle, pero yo creo que no es así, no es tan difícil verme venir. La gente que me conoce sabe perfectamente cómo soy. Me gusta más pensar que fui apartado del sistema pero que, aunque me apartes, sigo ahí, fuera sí, pero afectándole. Como Ofiuco, eliminado del zodíaco pero sigue existiendo. No puedes eliminar el signo. Existe y afecta al resto de casas. Por cierto, Amaia, ¿sabes algo de Julián?
-La verdad, no. No sé nada de él. Desapareció de la faz de la tierra como quien dice, pero es algo que ya no me importa mucho. Quiero decir, ¿ni siquiera pudo esperar diez minutos? ¿Después de todo lo que hice por él? No sé, en cierta manera quedé muy desengañada con su actitud.
-Dale una oportunidad, ya verás cómo se pone en contacto contigo. Si te sirve de consuelo yo no sé nada de él. Ahora lleva el negocio Lara aunque toda la llevanza de la contabilidad y el tema fiscal se lo ha dado a otra gestoría.
-Ja, ja, ja, Alberto. Tú nunca ganas.
-¿Y quién quiere ganar? Me basta con sobrevivir.
-Oye, Alberto, también quería pedirte perdón.
-¿Y eso?
-Verás, aquella tarde, cuando tuvimos la conversación entre tú y yo, cuando lo del ostracismo.
-Sí, sí, recuerdo perfectamente. Sabes que estaba furioso ¿no?
-Sí que lo estabas pero luego, pensándolo con más tranquilidad, me di cuenta de que me estabas protegiendo de la que le venía encima a Juan Carlos, había algo en todo lo que hiciste que no me cuadraba y, aún hoy, no sé cuál fue tu motivo real, pero lo que yo quería decirte era que al día siguiente llamé a Fran y no fui muy justa contigo, quería pedirte perdón por esa llamada.
-Ah, lo sabía. No pasa nada. Estabas furiosa y frustrada y, además, seguiste confiando en este despacho y eso, al fin y al cabo, es lo que de verdad importa, Amaia.
-Albert, ¿cómo estás?
-Uff, emulando a Frida Kahlo, “Estoy bien. Bien hundido, bien decepcionado. Bien vacío, bien harto, bien roto. Bien triste. Bien cansado …. Definitivamente, estoy bien.”
-¿Y cómo estáis Fran y tú?
-Me remito a lo que te he dicho antes, ja, ja,ja. Apenas cruzamos palabra. Sé que tiene algo contra mí pero no alcanzo a ver qué es. Lo único que se me ocurre es que no me soporta por la desaparición de Julián. Me culpó de vuestra ruptura y me lo está haciendo pagar en sangre, ja,ja, ja.
-Qué tontería. Tú no tuviste culpa de nada. Es verdad que me amenazaste y que eso no fue nada elegante pero lo cierto es que no dependía de ti que nuestra relación funcionara, sino de nosotros, de Julián y de mí, y la verdad es que los principales interesados en la relación no hicimos nada para que funcionara. Esa es la pura verdad. Hablaré con Fran y se lo diré.
-No hagas nada. Déjalo así, de verdad. Ya se le pasará. Solo es un bache. Ya verás como todo se resuelve.
-Bueno, Albert, tengo que dejarte. Me alegra haber aclarado nuestra situación y tengo un duro viaje por delante hasta Málaga. Nos veremos el año que viene.
-Eso espero, Amaia. Cuídate mucho y, ya sabes, si tienes algún problema dame un toque.
-Puedes contar con ello. Cuídate mucho “Puertas”
-Has cambiado, Amaia.
-¿Cómo?
-Que has cambiado, y ha sido para bien.
-Como una vez leí en algún sitio “No cambié. Solo aprendí, y aprender no es cambiar. Es crecer”
Había conseguido establecer una nueva línea de comunicación con Alberto. Más serena, más tranquila. Estaba cogiéndole cierto aprecio a ese abogado canalla. Hice bien permitiendo que siguiera siendo mi asesor, no me arrepentí de esa decisión. De alguna manera me ayudó y pensé que debería hablar con Fran. Si la relación de esa pareja se había roto por mi culpa debía hacer algo para solucionarlo, así que decidí visitar a mi amiga directamente a su casa. Sin previo aviso.
Llegué a destino, como las personas desesperadas llegan a su punto habitual. Algo le debía a ese cabroncete, y pensé en las lecciones de la vida y en cómo no podemos escapar a lo que realmente somos. De alguna manera tenemos que reivindicarnos, confesar ante el enemigo que no somos demonios, que dentro de nosotros habita algún ángel, y así, poder mirarnos ante el espejo, pretendiendo ser algo más de lo que somos.
Nos escondemos en intrincadas fórmulas de sociedad, recetas de cocina, y programas sobre cómo cojones limpiar mejor nuestras casas cuando la realidad es que apenas sabemos manejar nuestras almas. Todas esas inquietudes me las hizo sentir “Puertas”. Luego llegan las lágrimas, claro. Pero el tiempo nos pone en nuestro sitio. Aprendemos, absorbemos y evolucionamos. Ley de vida, ley de muerte.
Conozco esos principios básicos de convivencia, los admito, los comprendo. Puedo respetarlos, y entender en su justa medida lo que implican. Lo que pasa es que son tan comprometidos, tan intrincados a lo que es la vida que resulta muy difícil aceptarlos.
Mi vida, mis sentimientos, mi venganza, todo era tan lejano a lo que se me mostraba que apenas podía empezar a entenderlo. Todo era amor y, ante ese amor, cualquier tipo de sacrificio, y digo cualquier sacrificio, resultaba insignificante. Y, ante ese órgano emisor de luz solo cabía rendirse y, como mucho, taparse la cara.
Lo primero que me sorprendió cuando estacioné el coche fue ver a Fran con dos adolescentes siendo fotografiados por un hombre mucho más joven que ella.
De acuerdo, no penséis mal, simplemente me sorprendió que ella posara con sus dos hijos haciendo un guiño a la persona que le hacía la foto. Es más, me sorprendió que le dirigiera un beso. No por el beso en sí, comprendedme, sino porque ella no era así.
Saludé a Fran. Desde lejos, pero también desde cerca. Me reconoció, esto estuvo claro. Su cara de sorpresa también. Luego descubriría a qué era debido.
Allí estaba ese hombre tomando una foto desde un móvil, una foto de Fran y sus dos hijos, Alex y Pilar. Qué hermosos eran. La chica era ya toda una mujer y posaba para la persona que fotografiaba. No era una pose para la madre, no me encontraba ante un retrato familiar, era algo más. El chico, totalmente distraído, como si la cosa no fuera con él. Cumplía un protocolo, algún requisito más que imponía la pesada de su madre.
Casi todos sonreían, Fran, Pilar y el fotógrafo. Alex, en cambio, se sentía molesto. Esperé a que acabara la sesión.
-Hola, Fran –me presenté a mi amiga-
-Anda, mira quién está aquí, Amaia –saludó con cierto tono irónico tirando a hostil-
-Hola cielo, ¿puedo hablar contigo?
-Sí, por supuesto, dame algo de tiempo. Pilar, Alex, tomad diez euros y tomaros algo en el bar de enfrente. Ahora mismo voy yo.
-Perdona si molesto, Fran, es que me pillaba de paso y me ha dado por pasarme a saludarte.
-Sin problemas, Amaia. Ya sabes que siempre a tu disposición. ¿Tienes algún problema con el capullo de mi marido? No me digas más, te ha exiliado a Tombuctú.
-Fran, no vengo a discutir – me sorprendió la violencia de su respuesta y me di cuenta de que ella también estaba evolucionando – es solo que me quería acercar para hablar contigo.
-Vaya, la reina de “la urba” quiere conversar. Pues habrá que estar de enhorabuena. Abrevia, cielo que tengo prisa.
-Fran, ¿va todo bien con Albert?
-Pues claro, ¿qué podía ir mal con él? Todo lo controla, todo lo tiene planeado, claro que todo va bien.
-No es eso, vengo de pedirle perdón, vengo de disculparme.
-¿Qué pasa? ¿te ha amenazado? ¿quieres que le denuncie a la policía?
-Pero ¿qué tonterías estás diciendo, Fran?
- Digo, que si quieres que le denuncie. Me dijiste que era un cabrón, que te había amenazado. Pues bien, ya le tengo controlado. ¿Quieres algo más?
-Fran, Fran, te estás equivocando. Cometí un error pero …
-Ni pero, ni hostias, Amaia. Él ha cometido un error, y muy gordo. Pero no quiere reconocerlo, eso ya no importa. Ya no quiero que lo reconozca, ya es tarde.
-Fran, te estás equivocando, no sé lo que has hecho, pero te estás equivocando. Ni siquiera sabes quién te ha tomado esa foto.
-No necesito saberlo. ¿De qué vas, Amaia? ¿Quién te crees que eres? ¿La hermana San Sulpicio?
-Fran, de veras, cielo, si me permites aconsejarte…
-¿Consejos vendo que para mí no tengo, Amaia?
-Solo quiero ayudar, Fran. Decirte que te estás equivocando.
-Vete, desaparece. No necesito nada de ti, ”amiga”. Bastante hiciste aquel día
-Fran, yo solo quiero advertirte –y lo decía de verdad, quería decirle lo mucho que la admiraba y lo mucho que se estaba equivocando, pero no me dejaba explicarme, me insultaba, y toda esa ira que me estaba lanzando conseguía que me enfureciera más y que me limitara a responder de la manera más agresiva.-
-¿Advertirme, de qué? ¿De lo peligroso que es mi marido? Ya lo sé, pero también te digo que lo sé manejar.
-No, Fran, es más complejo…
-Todo lo que tiene que ver contigo es complejo, Amaia. Desde siempre, desde que me quitaste a Julián hasta que arruinaste mi matrimonio. Todo es complejo y ahora, ahora no hay solución, ¿te das cuenta, Amaia?, ahora no hay solución. O sea que bienvenida a mi nuevo mundo. Y, por favor, ahórrame las monsergas, bastante tengo con las del infeliz de Albert.
-No te das cuenta de lo que estás diciendo –en ese momento fui perfectamente consciente de lo que estaba sobrellevando Albert- y constaté que esa llamada que hice a Fran un año antes supuso demasiada devastación- Fran, escúchame – insistí-… es solo que la foto…
-¿Qué foto –inquirió, furiosa, Fran- esa foto, es mía tienes algo que objetar o también te quieres follar a mi marido? ¿y a mi hijo tal vez? ¿quizás un trío con mi marido y mi hijo? ¿es eso, Amaia? ¿Una follada a tres, guarra?
Nada iba a cambiar la actitud de Fran. Estaba claro que iba a culpabilizarme de todo lo que ocurriera. Bueno, malo, eran términos totalmente irrelevantes a lo que pudiera exponerles. Me había juzgado y declarado culpable. No conseguiría moverla de su convencimiento ni un ápice y me di cuenta de que Albert estaba en peor posición que yo. No quise hablar. Una mezcla de orgullo y dolor por la amistad perdida me impidió evitar el desastre que se avecinaba.
-Adiós, Fran. Espero que sepas lo que estás haciendo y te deseo lo mejor en tu vida. Permíteme que te diga que tienes un marido maravilloso, un poco raro, la verdad, pero maravilloso.
-Mi marido es cosa mía, zorrón
-¿Zorrón, yo? –repliqué-
-Sí, zorrón, puta, golfa, guarra, prostituta, hay tantas palabras que te definen.
-Puede que sea un zorrón pero tú no eres diferente, ¿o crees que se me escapan los ojos de tu Alex?
-¿Qué quieres insinuar? ¿Qué mis hijos no son nuestros, puta?
-¿Vuestros? Claro que lo son, pero no de Albert. Por lo menos, Alex. ¿Te crees que no sé distinguir los ojos del amor de mi vida?
-No eres más que una zorra, que solo quiere destruir matrimonios.
-Ay, Fran. Que me da a mí que para cargarte tu matrimonio te bastas tú solita.
Entonces mi alma se soliviantó, me perdí en la furia. Deseé decirle que la única guarra que había en esa calle era ella; que si yo era una puta, ella era una cualquiera, que yo jamás habría vendido a un hombre como Albert, deseé decirle que ese muchacho que le estaba haciendo fotos era Felipe, el hermano de Juan Carlos. Pero me callé, “que se joda” –pensé- y recordé cierto refrán sobre que “a cada cerdo le llega su San Martín” y cosas así.
Y, pensando en tales disquisiciones, me metí en mi coche y partí rumbo a Málaga.
2.-¡BAILA, PUERTAS, BAILA!
Jueves, 8 de diciembre de 2016
20:30
Fran.-
Aquélla noche, Pilar y Álex se quedaron en casa. Había quedado con dos compañeras del Instituto de Enseñanza Secundaria “Guillermo Marconi” para salir a tomar unas copas y, la verdad, ya era hora de que los “niños” pudieran quedarse solos en casa.
En cuanto a Albert, hacía demasiado tiempo que ya no nos relacionábamos. Él cumplía con su trabajo y yo cumplía con el mío. Todo muy civilizado, sin discusiones, sin muestras de cariño. Él tenía su espacio vital y yo tenía el mío. Tan fácil como eso, tan difícil como eso. Aprendimos a convivir sin muestras de odio. Nada de amor, nada de odio, ni pullas, ni besos. Si alguien notó más nuestro distanciamiento, desde luego fueron los niños.
Intenté que Albert se sincerara sobre la famosa noche del baile con Lara. Pero no hubo manera. Prefirió adoptar la postura hermética y eso conllevó que yo adoptara idéntica pose. Por supuesto, imperó el silencio y su hermana la distancia. Ambos quedamos a la espera de lo que hiciera el otro y, como ninguno hizo nada, así nos fue.
La conversación que tuve con Amaia me hizo pensar. Deliberar si lo que estaba haciendo era lo correcto o si me había equivocado. Últimamente, lo normal consistía en que Albert llegaba a las 23:30 a casa, casi como si fuera una liturgia. Yo me lo imaginaba con su querida “Larita”, bailando y ahogando sus penas en tercios de Mahou, etiqueta verde, (entre nosotros, qué asco de bebida).
Decidí que era el momento de salir con mis amigas y tomarme algo, que me diera un poco el aire, divertirme, en definitiva. Imaginé que mi esposo estaría en “El Juli”, ¿dónde si no?, cerca del olor del coño de su compañera. Ya no me importaba. No mucho, al menos. Ese año me había ido muy bien. Había sido nombrada Jefa de Estudios del Instituto y me había afiliado al sindicato de funcionarios. Podría haberme afiliado al sindicato de Albert pero me había propuesto iniciar un nuevo camino en mi vida y, por dios, que mi esposo no iba a tener que ver nada en él.
Dado que la opción “El Juli” estaba totalmente descartada, opté porque la quedada fuera en aquél local de Vallecas, “El Hebe”, donde me enamoré de Albert. No sé, por algún extraño motivo me pareció adecuado. Salir a tomar unas copas con mis compañeras de trabajo al mismo sitio. Un nuevo comienzo desde un viejo lugar, como si rectificara.
Entramos mis dos compañeras y yo como auténticas lobas en busca de no sé muy bien el qué. No sabría decir si lo que quería era una buena polla que me llenara el coño o un gin tonic bien elaborado. Sea como fuere, sabía que no iba a encontrar lo que buscaba en ese concreto local. Quizás por eso fuimos allí.
Por aquél entonces, ya había acudido a muchas manifestaciones y huelgas en pro de los derechos del profesorado. Había conocido a Felipe y, sí, ya me había encontrado con él en la sala de profesores. Aquella maldita guardia que marcó mi vida. Albert había dimitido del sindicato en un alarde más de la profunda decepción que me produjo. Seguía sin decir ni media palabra del beso que se dio con Lara. Y me di cuenta de que era demasiado generosa porque, os juro, que si me lo hubiera confesado habría obviado cualquier animosidad contra él. Era perfectamente consciente de que me había tocado la lotería con él pero todo se confabulaba contra la alternativa de volver a amarle. Así que decidí el camino corto, el atajo. Y ya sabemos lo que espera al final del atajo … el diablo.
No me extenderé mucho en esta breve confesión de la idiocia que me invadió. Albert estaba allí, solo. De pronto, me vi transportada a un miércoles de 1993 y la imagen prácticamente se reprodujo.
Estaba en la pista de baile, con un tercio en su mano derecha. “Algunas cosas no cambian”-pensé-. La chaqueta la había depositado en una silla sin que pareciera que nadie se fuera a acercar a ella, ni mucho menos robarla, haciendo buena la máxima de “El Puertas” : ”Ni Dios te roba la chaqueta en un garito heavy”.
Su camisa blanca y su corbata negra destacaban sobre la oscuridad del local, tres botones desabrochados, la corbata bajada a la mitad de la camisa. Todo un desastre de hombre, dignificando las canas que empezaban a emerger y bailando al son de “Last nite” de The Strokes . Estaba borracho, era evidente. Pero, repentinamente, lo que había alrededor confluyó en un hechizo. Todas las circunstancias, todos los elementos parecían ir destinados al mismo punto y, en ese sentido, adquirí una nueva perspectiva.
Albert bailaba y todo era irreal. La guitarra, la púa de plástico, las cuerdas, hasta el cabello era irreal un baile de locos, un baile mágico, de magia negra y, en ese paroxismo de alcohol y amor descontrolado, su hechizo me alcanzó y me volví a enamorar.
¿Os lo podéis creer? Mi corazón se arrojaba a sus pies, todo mi ser me gritaba “¿qué has hecho, loca?”
Lloré. Mi hombre estaba solo. No estaba en “El Juli”. Quizás nunca estuvo allí bailando con Lara, tal vez me imaginé todo y cuando despertara estuviera en casa. Pero sabía que no era así, sabía que no iba a haber retorno.
Con la puta perspectiva que te da el tiempo, con esta inmensa estafa que es la vida, el único alivio que me llegó fue que, muy al contrario de lo que pensaba Amaia, yo no perdí a mi Albert por culpa de un beso, no.
Le perdí en la sala de profesores el día que le chupé la polla al malnacido de Felipe.
Y ahora sé que soy una puta infiel y que fui la causa última de su muerte pero yo os digo que en ese instante, en ese preciso momento mientras sonó “La canción del espantapájaros” de 091, ninguna mujer amó a su hombre como yo amé al mío.
CAPÍTULO XXIV
CERRANDO EL CÍRCULO
9 de octubre de 2019
21:25
Julián.-
Tengo todo preparado, Albert. Mi jeringuilla, 100 gramos de heroína, mi cucharilla, mechero, etc. Toda la parafernalia que requiere este chute mortal que pienso ponerme.
Te fallé, como amigo, como jefe. Qué demonios, te fallé como ser humano. Ahora no puedo hacer nada para remediarlo. Nunca pensé que la noticia de tu muerte pudiera afectarme tanto. Recuerdo que me llamaste con esa mierda de mensaje tan extraño: “Julián, solo te pido que te acerques el 9 de octubre al cementerio, junto al Gingko, a eso de las 21:30, y, tío, si tardo un poco más me esperas, ¿vale?”
Pero tampoco tiene mucho sentido esperar. ¿Para qué? Si ya estás muerto, joder. ¿Qué sentido tiene esperarte? O sea que lo tengo todo muy claro. Me perdí, joder. No quise saber nada de nadie y menos de mí mismo. Ni dinero, ni publicidad, ni la emisora de radio con sus consiguientes podcasts y la madre que los parió. En apenas cuatro años todo ha cambiado. Ya no hay programa rockero sin su monologista de tres al cuarto. No hay un interés genuino por el rock.
Se ríen de mí, Albert. Cuando les cuento tu historia, la gente se ríe de mí. No se creen nada de lo que les cuento. Ni grietas del sistema, ni gasolina, ni fuego, ni hostias. Todo ese trabajo en la puta sombra no ha servido de nada. Pero en el barrio te recordarán, Albert. De eso me encargo yo. Estos tres días, he estado poniendo “Maneras de vivir” en la zona del polígono, intentando imitar tu baile. No sé me siento más cerca de ti si hago eso.
Y ahora solo quiero despedirme de ti de una manera adecuada. Se supone que 70 miligramos de heroína deberían ser la muerte para cualquiera que no estuviera acostumbrado a este veneno. Hoy vamos a poner a prueba esa teoría. Veamos si yo era un drogadicto novato o tú un simple bocazas con ínfulas.
10 de octubre de 2019
10:30
Amaia.-
Recibí una llamada el día 2 de octubre. Era Alberto. Supuse que el motivo de la llamada sería comunicarme alguna incidencia nueva respecto a mi empresa o, quizás, darme alguna buena noticia referente a Juan Carlos. Pero no, o sí. El verdadero fondo era que me enviaba toda la documentación referente a mi ex esposo vía e-mail.
-Tú debes ser quien de la puntilla final, Amaia. No me corresponde a mí hundirle la vida.
-Es tu elección. En tus manos tienes todo un expediente en formato PDF de la investigación que he realizado. En la actualidad, Juan Carlos es totalmente inofensivo, pero tú tienes información suficiente para enviarle a la cárcel y arruinarle completamente. Le he permitido respirar, pero si te hace daño o se convierte en alguien muy peligroso, con este material le puedes neutralizar permanentemente. Los originales los tendrá Patricia, Esther o, si conozco a mi compañero, Álvaro.
-¿Y tú, Alberto? ¿Tú no vas a estar?
-Me temo que tendré que desaparecer, Amaia, pero no te preocupes por mí. Todo está bien. Sí quería pedirte un favor.
-Tú dirás
-Es sobre Fran, Amaia, ella quiere viajar a Estados Unidos y que Pilar y Alex estudien en una universidad norteamericana. ¿Podrías interceder por ellos?
-Sí, claro. Me deben algunos favores pero tengo entendido que tus hijos son de matrícula. No creo que me costara mucho conseguir plaza en cualquier universidad. ¿Cuál te gustaría?
-La mejor que puedas concederles, Amaia. Quiero una buena plaza para ellos y para Fran. Otra cosa, dulce amiga.
-Dime.
-Que ella no sepa que yo te lo he pedido y que no se entere que lo has conseguido tú. Sabes que lo rechazaría.
-Lo sé. Menuda es tu santa esposa cuando le pone la cruz a alguien, no hay manera de sacarla de esa trinchera.
-Sí, ja, ja, que me lo digan a mí. Por cierto, pásate el día 9 al cementerio alrededor de las 21:30, si no te importa. Allí hay un árbol japonés especial, muy resistente al fuego, es un Gingko, lo reconocerás rápidamente.
-Pero ¿dónde? ¿en Madrid?
-Sí, claro ¿dónde si no?
-¿Y me vas a hacer ir hasta Madrid?
-Sí, cojones. No te quejes tanto y preséntate allí a esa hora.
-¿Para qué?
-Paraguayo, no te jode. Es una sorpresa que te quiero dar, algo para que te acuerdes de mí toda tu vida. Un regalo que nunca podrás devolver, una deuda que no se puede pagar, una cicatriz en tu alma, un recuerdo imborrable, una puerta que no podrás cerrar. Mi absurda manera de hacerte especial. Mi pequeña bomba de tiempo que estallará en tu memoria el día de mañana.
-Joder, Alberto, mira que eres raro. Tú y tus puñeteros galimatías.
-Es lo que hay, Amaia. Tú tienes pasta pero yo no tengo precio. Recuerda, el día 9 a las 21:30 tienes una cita. Procura no llegar tarde, torpe.
Llegué al cementerio. Alberto tenía razón, el dichoso árbol se reconocía fácilmente. Allí estaba esperándome, tal y como me había dicho. Sentado sobre la hierba, con una cadena de música portátil antigua.
Me acerqué a él para descubrir que esa sombra que estaba allí no era Alberto. Era mi Julián, y estaba intentando inyectarse un chute de heroína con una jeringuilla. Fui corriendo hacia él, y le impedí suministrarse la dosis.
-No te lo voy a consentir, Julián. No te alejarás de mí nuevamente. Te quiero.
-Déjame, Amaia. No valgo nada, soy un fracaso.
-No, cielo, eres todo para mí. Todo. Lucharé por ti con toda mi alma
-No, no te merezco.
-No Julián, no me mereces pero yo tampoco soy digna de ti. Por favor, por favor, déjame llevarte a un mundo sin dolor. Déjame vivir a tu lado, amor mío. No quiero estar viva si vivir significa sufrir, ¿quién podría querer eso?
Solo amor, solo pasión, solo estar a tu lado, perderme en tus brazos, en tu aliento, no me niegues eso Julián.
-Dios mío, Amaia, te amo. No soy nada sin ti. Alberto está muerto, está muerto Amaia. Dos mío, lo mataron.
-Pero nosotros estamos vivos Julián. Alberto quería que nos reuniéramos. ¿No lo ves? Ese es su regalo para ti y para mí. Un nuevo comienzo para nosotros amor. Él, mejor que nadie, sabía que nos lo debemos.
Y nos abrazamos. Mirándonos a los ojos nos besamos mientras llorábamos de tristeza por la muerte de nuestro amigo, de felicidad por el nacimiento de nuestro amor. Muerte y nacimiento, ying y yang y cuando nuestras almas se tocaron Julián tropezó y, sin querer, encendió la radio y sonó “La canción del espantapájaros” de 091. Esa es mi versión, porque Julián jura y perjura que jamás tropezó y que el equipo de música se encendió solo
Siempre me visteis mover los brazos
en una danza al viento de giros extraños.
Mi corazón veis que es de paja
y mi cabeza, una calabaza.
Sé fingir sonrisas en la desolación.
Mil puestas de sol en mi pasado,
pensando en cosas que nunca habéis pensado:
en los dioses primigenios,
en la libertad y en su precio,
en la plateada escarcha del amanecer.
Los hijos de la lluvia están
creciendo a mi alrededor.
Los días vienen y se van,
se desvanecen con mi voz.
Nadie.
Pasa el tiempo y sé que nadie
se unirá a mi baile, nadie
sabrá por qué hago esta canción.
Principitos que antes fueron sapos
y princesitas que al besarlas despertaron.
No hay cuento de hadas sin milagro,
pero aún sigo esperando
que llegue el tiempo de mi reencarnación.
Los hijos de la lluvia están
creciendo a mi alrededor.
Los días vienen y se van,
se desvanecen con mi voz.
Nadie.
Pasa el tiempo y sé que nadie
se unirá a mi baile, nadie
sabrá por qué hago esta canción.
EPÍLOGO
LA CONJURA DE LOS NECIOS
Jueves, 15 de Octubre de 2015
Juan Carlos.-
Cinco días después del destrozo absoluto que me provocó “Puertas” seguía sin poder conciliar el sueño. Mis nervios estaban destrozados. No podía dejar de mirar la ventana y me daba miedo salir.
El día anterior vino a visitarme mi hermano Felipe con mi amigo y socio Juan. Al parecer Juan había llamado a mi hermano tras preocuparse al ver que no le devolvía las llamadas.
-¿Qué te pasa Juancar?
-Nada, Felipe, nada, déjame, estoy bien
-No, joder, no estás bien.
-¿Qué ha pasado?
-Ya te he dicho que no me pasa nada.
-¿No? ¿Seguro? ¿entonces qué le ha pasado a tu colección de coches?
En ese momento me derrumbé.
-Ha sido “Puertas”, hermano. El muy cabrón me ha quemado los coches y me ha amenazado.
-¿Puertas? ¿El que fue el portero del bar “El Juli”?
-Ese mismo.
-Joder, Juan Carlos. Yo tengo una deuda con ese capullo y tengo muchas ganas de hacérselo pagar.
-No podemos hacer nada contra él. No le conoces.
-Perdonad que os interrumpa –dijo Juan- pero ¿quién es ese tal “Puertas”? Parece un personaje interesante.
-Nadie, Juan –respondí- olvídalo es demasiado peligroso
-Mmm, parece un buen reto que asumir –siguió Juan- ¿Qué sabemos de él?
-Es abogado, anarcosindicalista, fue portero de un local y está loco –informó Felipe-
-¿Está casado, tiene hijos?
-Creo que tiene dos hijos y está casado con una profesora de inglés del Instituto Guillermo Marconi. Francisca …
-¿Francis? ¿Estás hablando de Francis?
-Sí, bueno, -dije yo- yo la conozco más como Fran.
-Joder, no puede ser tanta suerte –casi gritó Juan- es profesora de mi Instituto. Yo soy el director del Guillermo Marconi.
-¿Y qué significa eso? No podemos enfrentarnos a él. Nos verá venir –contesté a Juan-
-Mi querido Juan Carlos. A un hombre así no se le vence con un enfrentamiento directo. Hacen falta años de planificación y de cuidadosa preparación.
-Te digo que nos verá venir –insistí- déjalo ya.
-No va a poder ser, Juan Carlos, ya me has despertado la curiosidad. A ver Felipe ¿tú no te ibas a apuntar a un sindicato?
-Sí, sí, -dijo mi hermano-
-Perfecto. Te vas a apuntar al sindicato de ese hombre. Mañana mismo pido tu traslado a nuestro Instituto.
-¿Qué tienes pensado hacer? –pregunté intrigado-
-Nada que te pueda incumbir, Juan Carlos. Tú estás fuera de esta operación, seguramente te esté vigilando.
-¿Pero entonces?
-Entonces nada, te he dicho. A ver, hay que ascender a Francis. La voy a volver a proponer que sea Jefa de Estudios Suplente. Hace poco se lo ofrecí y me dijo que se lo pensaría. Si tuviéramos la inmensa suerte de que lo aceptara.
-No veo tu jugada, Juan –mostré mi escepticismo-
-Eso ya lo sé, amigo mío. De eso se trata, de que no se vea. Ascendemos a Fran, luego le diré que necesito el asesoramiento de su marido y a partir de ahí, ya veremos.
-¿Quieres acabar con ese tipejo ascendiendo a su esposa?
-Mira Juan Carlos, a un hombre así la única manera de derrotarle es a través de su círculo interno. Desde fuera nos va a ver llegar pero si el ataque es desde dentro, ni se dará cuenta. El tiro de gracia debe venir de su mujer, de sus hijos o de sus amigos. ¿Qué nos enseña la historia y la mitología? Que Los grandes caen a manos de sus amigos. ¿Quieres ver caer a Puertas? Entonces tienes que hacer más grande a Fran y, a partir de ahí, esperar. Será muy importante tu papel en este plan querido Felipe, de ti depende gran parte del éxito de la empresa.
-No me importa, señor –se ofreció mi hermano- le debo una muy grande a ese cabrón. Haré lo que sea necesario.
-¿Estás seguro? –pareció dudar Juan-
-Lo estoy, señor
-Me gusta la actitud de tu hermano, Juan Carlos. Creo que hoy iniciamos una pequeña obra de maldad que puede llamarse “La Caída de Puertas”.
FIN.