Una teoría compleja para un amor eterno, 11

Estudio tangencial sobre el castigo, su motivación y su proporcionalidad

CAPÍTULO XXI

LOS SIGNOS DEL ZODÍACO: CÁNCER

Martes, 1 de diciembre de 2015

Álvaro.-

Las cosas no andaban muy bien por el despacho por aquel entonces. Habían diagnosticado a Isabel un cáncer de mama que al final resultó ser un cáncer de páncreas devenido en metástasis extendido al pecho.

El cáncer de páncreas tarda unos veinte años en desarrollarse, todo un proceso que Isabel no vio. Isabel, nuestra Isabel, la mujer con mayor voluntad que haya conocido, fuerte, resolutiva, valiente y audaz. La única persona que he visto confrontar a Alberto, la única por la que mi compañero se callaba.

Si Isabel  hablaba, Alberto callaba, y Alberto no era de callar, ni mucho menos. Si Alberto se excitaba podías apostar que su voz se iba a oír en todo el barrio, cualquier pequeño defecto, cualquier mínima variación de un plan que tuviera trazado suponía que mi querido compañero se pusiera nervioso.

Desde Octubre de ese año había estado raro. Su amiga Lara se había mareado intentando apagar un mínimo conato de incendio en el local de Julián y Alberto no fue el mismo, pero Isabel siempre le conseguía calmar.

“Cabeza, Alberto, hay que tener cabeza. No explotes. Contente, respira. Estás tan preocupado en sobrevivir que se te olvida lo esencial para hacerlo: respirar.”

Y Alberto respiraba y sus ojos pasaban de azul a gris y notabas el cambio que se producía en él. Una vez calmado, Alberto se transformaba en la perfecta máquina jurídica que era. Estudiaba el caso, llamaba a su contactos (“Ignacio, búscame las cuentas de este payaso”, “Jose, ya te he dicho mil veces que los binomios ni los roces” “Juanfran, a lo mejor te paso un caso de fraude fiscal que te puede interesar”) y en una semana tenía perfectamente estudiado, analizado y planeado hasta el más mínimo detalle la aniquilación del contrario.

No era invencible, claro está. Nadie lo es, pero no cejaba en su empeño. Era perseverante. Se levantaba una y otra vez con su eterno lema : "Derrota tras derrota, hasta la victoria final”.

Ese tipo de determinación era la que anidaba en Alberto. Buscaría las vueltas hasta dar con la solución. Tardaría más, tardaría menos, pero daría con ella. Entre sus papeles vi el nombre de su futura víctima “Juan Carlos García-López de la Red” y pensé, “ese ya puede darse por jodido”.

Todo un folio con más de 35 cuentas bancarias anotadas, todas señaladas con un rotulador rojo. Un diagrama lleno de casillas rellenas con calles y números, matrículas de vehículos, nombres de sociedades (una de ellas nuestro cliente más reciente, una academia de inglés) y todo confluía al centro del folio donde figuraban dos nombres: Juan Carlos y Amaia.

Del nombre de Juan Carlos partían dos flechas que finalizaban en otros dos nombres: Luis y Lucía (de esta última surgía otra flecha con destino a Amaia). La verdad, daba miedo.

Isabel no quiso alarmarnos pero, claro, una cosa es querer y otra muy distinta es poder. No puedes engañar a tus compañeros, sobre todo si convives con ellos casi doce horas al día. Si a ello añadimos que vomitas en tu mesa, apaga y vámonos.

Se lo había callado la muy tunanta. “No quiero preocupar a Alberto, Álvaro. Ya sabes cómo es. Empezará a echarse la culpa de todo y a plastearnos con esa mirada perdida. No quiero verle sufrir, Álvaro. Bastante tiene ya”

Yo callaba. Era lo que tocaba, oír, ver y callar y, si te preguntan, “yo no sé ná, mi madre lo sabrá” (Jodido Alberto y los dichos de su abuela). Isabel se reía de las citas de Alberto. Todavía puedo recordar su sonrisa, mientras lloro claro. Aún la echo de menos.

“Tendrás que cuidar de Alberto, lo sabes ¿no? Es muy frágil. Tiene ese complejo de inferioridad que le mata, y mira que Francis se esfuerza, pero no va a poder con ese pedazo de cabestro. Dios, Lara le habría venido mucho mejor pero Alberto es de mujer única”

Yo pensaba que Isabel era tonta. Se estaba muriendo y solo pensaba en protegernos a Alberto y a mí. “Deja que lleve los penales, el civil y el tributario. Él tiene más contactos y más labia que tú”.

Siempre cuidaba del despacho pero se desvivía especialmente con él. No permitía que nadie le ofendiera.

Recuerdo que años después, poco antes de que muriera, en la cama del hospital me dijo: “¿Cómo era la frase esa que dice Alberto cuando no le gustaba lo que oía?” y yo dudaba entre “No me gusta como salta la perrilla” y … “¡Arroz pegao!”, dijo Alberto asomando por el umbral de la puerta de la habitación.

-Pues eso, Alberto… ¡Arroz pegao!, cariño. Que esto no da más de sí

-Bah, no dices más que tonterías, “melenas”

-Ja, ja, ja, -reía Isabel- “melenas” dice –y tosía- si estoy pelona.

  • Ja, ja, ja, -era el turno de Alberto- al final te he pegado algo de mi abuela. No te preocupes, aún te queda mucho que roer, Isa.

Al día siguiente murió, por supuesto. Y yo, me quedé a su vera, totalmente desolado, y pensé “Qué mierda de vida es esta que no me ha permitido siquiera decirle lo mucho que la he amado siempre”

Pero eso sería tres años y un par de meses después. Aquel 1 de diciembre la cosa no estaba tan avanzada y, sin embargo, afectó notablemente a mi compañero. Hacerle partícipe del cáncer de Isabel y hundirse fue todo uno. No lloró. Él nunca lloraba. O, al menos, yo no lo vi. Él era “El Puertas” y no iba a llorar delante de sus compañeros, pero se derrumbó. Isa y yo lo pudimos ver claramente.

Alberto no iba a salir bien de esta y ni siquiera sabíamos de qué estábamos hablando pero Isabel siempre me lo decía: “Aléjale del despacho Álvaro. Que se centre en su familia, en Fran y los niños. Hay que cerrar el despacho, tengo el horrible presentimiento de que no me va a sobrevivir mucho si este local sigue abierto”

Y lo intenté, pero no hubo manera. No la hubo. Muy al contrario, se empeñó en contratar a dos jóvenes abogadas que me tocó enseñar.

Su situación familiar se fue al garete después de haber pasado una época en la que fue completamente feliz con su mujer. Transmitía esa felicidad que a todos nos molesta. Tenía todos los complementos, tarareaba canciones como “Every breath you take” de The Police, “Niagaras Falls” de Chicago, tonterías de esas. Sus ojos brillaban y su sonrisa se extendía por su cara como si fuera la del muñequito de “Patatas Risi”.

“Mírale –decía Isabel- parece el perro Patán de Pierre Nodoyuna”

Apenas un mes, pero os prometo que ese mes Alberto fue feliz. Y luego la nada, la tristeza y la dedicación absoluta a Isabel y al despacho. Horas y horas de trabajo, de silencio, siendo testigo de cómo mi compañero se cerraba más y más en sí mismo. Observando que solo sonreía cuando visitaba a Isabel. Toda una interpretación magistralmente llevada a cabo en el drama que se desarrollaba antes mi ojos. Sin poder hacer nada al respecto, siendo actor y público a la vez. Me aparté, me alejé e incumplí la palabra dada a Isabel.

Fallé a Isabel, fallé a Alberto y me fallé a mí mismo y ahora, unos años después, los he perdido a los dos. Me equivoqué, no supe ver la súplica de mi amigo. Ahora estoy aquí, con Patricia y Esther y ya no volveré a equivocarme más.

Todavía no sé lo que pasó pero lo que fuera le marcó, y lo hizo definitivamente.

“ARROZ PEGAO”

Miércoles, 2 de diciembre de 2015

Jose.-

Sabía que algo iba a salir mal, estaba claro. En casa del pobre la alegría dura poco y Albert nunca tuvo suerte. Le ponía empeño, eso sí. Jamás se daba por vencido, sonreía y continuaba pero, por mucho que luchara, no levantaba cabeza. La vida para él era más una cuestión de supervivencia que otra cosa.

Vino a casa para decirme que a Isabel le habían diagnosticado un cáncer de páncreas y que la cosa era grave de narices. Se sentó en el sofá y le puse un bote de cerveza de medio litro (no me miréis así, a la larga interesa más el bote de medio que el de tercio) y continuó su exposición sobre la última ola de desastre que le venía encima.

Julián había cortado con Amaia y llevaba desaparecido desde el viernes. Fran había discutido con Albert una vez más culpándole de meterse en camisas de once varas, lo normal vamos.

Puedo imaginarme la escena perfectamente. Albert intentando apaciguar los ánimos en mitad de toda una trifulca. Seguro, seguro que la pelea era de gatas, como si lo estuviera viendo.

Por lo general, Albert solía pasar de estas movidas. Su táctica era dejar pasar los días y luego hacer tabula rasa. Poner la mejor de sus sonrisas y empezar de cero hasta la siguiente pelea. Pero esta vez le noté tocado, triste, diría que hasta cansado. Le dio un buen trago al bote de cerveza,

-Cada vez se me hace más cuesta arriba todo este jaleo. No consigo verle el lado positivo a nada de lo que hago. Me siento desmadejado, tras toda la movida con los idiotas de “la urba”, lo de Larita, el pobre Julián llevándose un nuevo palo y ahora lo de Isabel.

-No te olvides de tus broncas con Fran.

-Joder, Jose, déjalo ya ¿vale? No metas a Fran en esta movida, bastante tiene ella con tener que aguantarme.

-No es así y lo sabes –objeté-

-Llevas mucho tiempo intentando decirme algo, Jose, y no te das cuenta de que, quizás, no quiera oírlo. Me cansas con tu “eterno despecho” hacia Fran, siempre dejando caer las cosas, sin hablar directamente, eres agotador, tío. ¿Te has parado a pensar que a lo mejor ya sé lo que me quieres contar? ¿Por qué no entiendes que ya que no puedo ser feliz es posible que me conforme únicamente con la posibilidad de serlo? Te lo dije una vez, hostia, ya deberías saberlo de memoria. Es lo que hay.

Nunca he sido el primero en nada, no puedo vivir la vida que quiero y por eso me conformo con esta vida de repuesto. Y no me va mal, ¿sabes? Mi pequeño mundo se constituye de pequeñas cosas y en ellas alcanzo mi particular estado de gracia. Y tú siempre vienes con la misma historia, como un dolor de muelas, soportable pero constante, y mi paciencia empieza a agotarse.

Métetelo en la cabeza, Jose, la quiero, ¿vale? Puedes hacer lo que quieras, decirme lo que creas pero la voy a querer siempre. ¿Entiendes ese concepto? Siempre. Cuando muera, seré feliz si lo hago pensando en ella. Quiero pasar todo lo que me queda de vida con ella ¿y sabes por qué?

Porque me ama. A su torpe manera, con todo ese orgullo que tiene, me ama. No podría vivir sin mí, Jose. Pero se le olvida, ¿sabes? a veces no se acuerda de que ella y yo estamos unidos de una manera que apenas puedo comprender y que Fran solo intuye.

Yo estoy roto, Jose. Desde lo de Bosnia, desde Mostar, yo estoy roto. Llevo toda una vida intentando recomponerme y me cuesta muchísimo. La fuerza que preciso la encuentro en ella. En sus manos, en sus lágrimas cuando me ve desnudo, sentado en el suelo y con la espalda apoyada en la pared, en su gesto de preocupación, en la manera en la que me agarra el brazo, fuerte, firme, diciéndole a todo el mundo que soy suyo.

Esta vida son fogonazos y tenemos que aprender a vivir esos paréntesis, disfrutando si son de placer y aguantando si son de dolor. Ella siempre volverá a mí porque, la muy tonta, me quiere y me necesita  dentro de su alma. Es solo que todavía no se ha dado cuenta. Por eso siempre acabo riéndome cuando discutimos porque tengo esa absoluta certeza del amor que siente por mí y no voy a permitir que lo estropees.

-Albert, precisamente lo de Mostar, cuando os dieron por muertos a ti y al Joya, de ese tiempo es de lo que quiero hablarte porque, yo…

-Lo sé, lo sé, joder, lo sé. Y tú lo sabes, y callarás ¿estamos? Callarás porque soy tu hermano, porque me respetas y porque me quieres y, sobre todo, porque yo te lo pido. Júrame que callarás, júralo.

-No sabes lo que quiero decir, es más grave de lo que crees, no lo puedes saber, se trata de …

-Jura, hermano. Jura o, por dios, que no me vuelves a ver la cara en tu vida, y hablo en serio.

-Está bien, está bien, Albert, lo juro.

-No volverás a este tema.

-No volveré a este tema. Lo juro.

-Bien. Y ahora quiero comentar contigo una sospecha que tengo y que me está corroyendo el cerebro.

-Pues tú dirás.

-Se trata de Amaia, Jose. ¿Te has fijado que en todo el asunto que hubo con el incendio de “El Juli”todo le ha salido a pedir de boca a la amiga de Fran?

Lara me dijo que Amaia ya venía al local antes del incendio y que una vez preguntó por mí y cuando se ofreció a avisarme ella le dijo que no. Al principio no le di importancia, después de todo, Julián y Fran eran felices con la nueva situación. Ya sabes mi mantra: “You happy, me happy”. No iba a ser yo el que removiera la mierda, pero desde lo del viernes me ha dado por investigar y he descubierto cosas. ¿Tú cómo lo ves? ¿Qué me dices?

-Arroz pegao, Albert

-¿Verdad?, hay algo que no cuadra y lo voy a averiguar.

-Cojonudo, ¿quieres que haga alguna averiguación? Ya sabes que puedo usar los recursos del sindicato, tío.

-No, Jose, no. A ver, también he venido para decirte otra cosa

-Pues tú dirás, tronko

-Abandono el sindicato.

-¿Cómo?

-No te hagas el sorprendido, tío. Ya sabías que  iba a dimitir. Además, con el tema del cáncer de Isabel me tengo que centrar totalmente en el despacho. Quedas al cargo, Jose, ya no te molestaré más ni detendré tu ascenso.

-Sabes que no me molestas.

-Mira Jose, el sindicato está desviando su manera de actuar. La violencia no lleva a ninguna parte pero la nueva sangre que ha entrado no opina así. Esta mañana me han notificado el resultado de la votación sobre la propuesta de endurecer la acción sindical, tu propuesta, Jose. A mis espaldas, tío. Ya te vale.

-Albert, sabía que te ibas a oponer. Nuevos tiempos requieren nuevas medidas y yo solo me he adaptado, tío. Sin rencores, Albert, sabes que entre tú y yo no puede haber mala sangre.

-Sin rencores, Jose. Pero tío, a mí siempre de frente, ¿vale?. Anda, venga, un abrazo, hermano.

Nos abrazamos como amigos de toda la vida, compañeros de lucha, como hermanos. Porque eso era el vínculo que Alberto y yo compartíamos, y no permitiría que nada, ni nadie lo rompiera.

Jueves, 3 de diciembre de 2015

14:30

Julián.-

Necesitaba hablar con alguien de confianza, pedirle consejo, contarle cómo me sentía, desnudar mi alma y ver otro punto de vista. Escuchar una opinión sincera, afable, una voz cálida que pudiera comprenderme y que me diera cierto sosiego. Un punto de apoyo para poder mover mi mundo.

En primera instancia pensé en Fran, mi dulce Fran, mi querida Fran, aquella con la que pasé momentos tan gratos. Me di cuenta que fui un idiota cuando dejé que se escapara de mis manos para ir en busca de alguien que lo único que hizo fue hundirme en un mundo de dolor.

-No puedo ayudarte, Julián en este asunto –me dijo- ,  no puedo opinar. Ella es tan amiga mía como tú. Personalmente pienso que eres un necio. Ella ha venido a ti, a buscarte, no permitas que el pasado arruine tu presente y, mucho menos, tu futuro.

Me di cuenta que Fran no podría aconsejarme con mi dilema y decidí hablar con “Puertas”. Me acerqué a su despacho y pude contactar con él justo cuando echaba el cierre al local.

-“Puertas”, digo, Albert, ¿puedo hablar contigo?

-Pues claro que sí Julián, pero que sea rápido me gusta comer en casa.

-Verás, es que es íntimo, y necesito tiempo, ¿te importa si te invito a comer?

-¿Es sobre lo que ocurrió el viernes pasado? Mira Julián, no tienes que dar mayor importancia al tema.

-Son muchas cosas, y no tengo a nadie a quien contarlo, estoy perdido “Puertas”

-Pues empiezas de lujo. Joder, tengo un nombre, coño, ¿por qué no empiezas por llamarme por él?

-Tienes razón, Albert, he sido muy desconsiderado. Te pido por favor que me dejes invitarte a comer, necesito una voz amiga.

-Puedes contar conmigo, pero ya sabes que yo no me corto. Lo que te voy a decir es lo que pienso y sabes que soy duro para esas cosas.

-Lo sé, lo sé, ya me lo has dejado claro varias veces.

Tenía confianza en “Puertas”. Era de esas personas que te escuchaba atentamente. Nos dirigimos a un bar cercano al despacho en el que se podía sentir el aprecio que tenían por la persona que me acompañaba.

Tras hacer una leve seña al camarero, Alberto me indicó que le siguiera a un sitio reservado.

-Aquí podremos hablar con total tranquilidad –dijo mientras se sentaba en el sitio que daba a la pared trasera del local. Le miré extrañado y me aclaró- me gusta tener controlada las entradas de los locales a los que voy…

Decididamente, vivíamos en mundos diferentes. No podía ni siquiera concebir que yo pudiera encontrarme algún día en una situación similar, era algo que no me cabía en la cabeza. Así de claro.

Me las había tenido tiesas alguna vez en mi vida pero era más producto del dolor y de mi mala cabeza que lo que manifestaba Albert. Lo de “Puertas” era algo voluntario, había decidido asumir ese tipo de vida, meterse de lleno en él. En cambio, yo me encontraba muy lejos de querer nada parecido a ese modo de existencia. Me daba la sensación que más que vivir, lo de Albert era subsistir. Empecé a entender las quejas que manifestaba Fran de vez en cuando sobre los inconvenientes que planteaba el trabajo de su esposo y cómo afectaba al día a día de su familia.

Fran no era así. Aunque era toda una guerrera, ella aspiraba siempre a algo más. Pienso que es el denominador común de todos los que hemos nacido y crecido en “la urba”. Mejorar, progresar, ir a más. Podían cambiar los métodos pero el objetivo era siempre el mismo, una especie de “citius, altius, fortius” dentro de un ambiente económico y social con alto poder adquisitivo.

Teoricé que Fran debía estar bastante frustrada con su marido. “Puertas” no era así, carecía absolutamente de cualquier tipo de ambición. No se movía ni por dinero, ni por ventaja social sino por ¿piedad?, ¿quizás era eso lo que yo detectaba en “Puertas”? ¿Una extraña piedad que le impulsaba a ayudar a sus amigos?

No lo sabía, aun hoy no lo sé, pero sí sé que era molesto porque daba la extraña sensación de que Albert no competía porque, sencillamente, estaba por encima de los demás y si algo enseña la historia es que es muy difícil ser el líder y continuar vivo.

Le observé mientras pedía al camarero el menú del día y atendía las llamadas al móvil que recibía. Quince minutos, siete llamadas, y todas ellas eran problemas a los que daba solución. Personas que le buscaban y a los que él ayudaba. Como me ayudó a mí.

Me trasladé a mi pasado a ese período oscuro que se inició hacía 19 años, cuando Amaia me abandonó.

Como en una especie de sueño pude verme malviviendo en aquél pueblo de la periferia caracterizado por lo que se conocía como ciudad-dormitorio. Quería huir pero no deseaba alejarme tanto. Y, sin embargo, me alejé de la peor de las maneras, cayendo en ese pozo negro  y sin fin que es la droga.

Al principio para olvidar a Amaia. Un poco más tarde, para recordar a Fran y darme cuenta de lo tonto que fui apartando mi vida de la suya. Más adelante, por el placer que otorga la heroína. Después de todo, era drogadicto, no gilipollas. Si me ponía era porque conseguía alcanzar un gozo que nada, y digo nada, me proporcionaba.

Ni siquiera me di cuenta de que, de repente, el vicio me había transformado en algo menos que humano. Me convertí en carne, carne para morir, carne de cañón. Me aferré al delirio mortal de un chute a la sombra de ilusión que concede la heroína. Me acostumbré a que mi  mano se llenara de vómito. Ácido gástrico que empapaba mi palma . A un olor fuerte, desagradable, que me incitaba a que mi alma me  recriminara “Dios, lávate, cabrón. Me llenas de sangre,  amargura y dolor.”  Y yo, yo solo quería morir.

En mis momentos de mayor lucidez procuraba buscarme la vida. El dinero no era problema. En realidad, mi tristeza venía de la soledad, de la animadversión que me llegaba de un sentimiento demasiado hostil.  Follaba mucho con otras chicas tan perdidas como yo. Al principio compartiendo nuestras adicciones, luego a cambio de droga, al final me transformé en un despojo humano.

Eran días para apuntar, para anotar, días de caída libre, sin paracaídas, solo estrellarse, carne contra la piedra, y conformar una silueta sobre el asfalto. Ningún ánimo de vivir, solo buscar el abandono y hundirme cada día más.

Hasta que llegó el día que decidí abandonarme del todo, en aquella estación de ferrocarril en ruinas, cerca de una vía muerta. Ese día tan extraño en que se me apareció aquella mujer morena que, identificándose como Martha, se puso en cuclillas frente a mí diciéndome,

-Arriba Julián, las cosas siempre empeoran antes de ir a mejor. No te hundas, cielo, tienes mucho que hacer y tu ayuda viene en camino.

Fue un sueño tan placentero que me abandoné a él, apagando, una a una, todas y cada una de mis sinapsis, y lo único que recuerdo es la imagen de “Puertas” atravesando  la figura de Martha a la vez que decía,

-Por fin te encontré, tonto de los cojones.

-… contar, tío?

-¿Perdona? –contesté por pura inercia, porque lo cierto es que me había perdido en mi propio ensimismamiento.

-Que si me vas a contar algo, joder.

-Ah, sí, sí, por supuesto –respondí. Es muy sencillo, Albert. ¿Crees que hice bien?

-Uffff, vaya pregunta, Julián. ¿Hiciste bien montando una bronca y dejando plantada a Amaia en el local? Te diría que no. Creo que debiste dejar que se explicara en lugar de salir disparado y largarte para desaparecer. La gente tiene derecho a ser escuchada y le negaste a Amaia ese derecho.

-Joder, Albert que me engañó con Juan Carlos, que él me dio sus bragas.

-Eso es circunstancial, Julián. Esa es la versión del payaso ese que, además, estaba encaminada a confundirte y a hacerte daño. Pero lo peor de todo no es eso, Julián. Lo que no pareces tener en cuenta es que eso ocurrió hace 19 años. Es demasiado tiempo, casi toda una vida.

-Ahí tienes razón –admití no muy convencido-

-Mira, yo no soy el más indicado para decirte nada. Apenas me entiendo a mí mismo como para poder comprender lo que ocurre a mi alrededor, pero sí te digo que la vida ofrece muy pocas oportunidades de ser feliz y no está el tema como para ir perdiendo trenes. Creo que siempre has mirado a la gente por encima del hombro. Te lo digo de verdad, Julián. Has ido a tu conveniencia casi siempre. Por lo que puedo recordar todo lo que has hecho siempre ha guardado un motivo oculto.

Te apuntaste al Centro de intoxicación para dar la nota ante tus conocidos de “la Urba”, para destacar ante las chicas de tu círculo social. Luego aprovechaste esa posición para follarte a todas las yonkis que se pasaban por allí a cambio de metadona que sisabas del Centro. Sí, sí, no me mires así. ¿Te crees que no lo sabíamos Jose y yo?

-Me duele que digas eso porque yo ayudé mucho a Jose con su drogadicción

-Sí, eso es verdad. Pero fue algo casual, Julián. Nunca fue tu intención ayudar, no tenías ese ánimo. Tanto es así que, en cuanto apareció Fran, delegaste en ella todos los trabajos sucios. Pero, tienes razón, nos ayudaste y por esa razón te busqué cuando desapareciste. Por eso me tienes delante de ti cuando debí haberte mandado a la mierda hace tanto tiempo.

-Te di trabajo, Puertas –le repliqué con cierto asomo de enfado- Un trabajo con el que pudiste mantener tu familia.

-Un trabajo que me tuve que ganar, Julián. No me regalaste nada. Me he ganado ese jornal con cada gota de sudor de mi frente, y he pagado con mi sangre esa confianza. Tu local siempre ha estado protegido cuando el de tus competidores ardían o tenían peleas todos los días. La gente sabía que en “El Juli” no había movidas. Y eso no lo ganaste tú con tu sonrisa y con tu arte de camarero.

-No sabía que tenías ese concepto de mí.

-Te aprecio mucho, Julián, más de lo que tú te crees y te he perdonado lo que tú mismo no sabes, pero no eres una hermanita de la caridad y, desde luego, no eres como Jose, Joya, Lara o yo. ¿Y sabes por qué? Porque no conoces el concepto de sacrificio. No sabes lo que es el trabajo duro, empezar desde abajo no sabes lo que es la derrota. Siempre te has considerado una víctima de no sé muy bien qué, contando tu batallita de tu adicción pero, tío, reconocerás que tú siempre has tenido dinero para salir adelante.

-Ya, pero el enganche no se quita por mucho dinero que tengas. El vacío que deja el “caballo”…

  • Espera un momento,  ¿me quieres decir que puedes superar una drogodependencia pero arrojas la toalla cuando se trata de tu felicidad? No me lo creo. Lo que te pasa es que tienes miedo a volver a enamorarte. Y lo puedo entender, hasta cierto punto. Más allá de ahí lo que procede es ser valiente y lanzarse. No tienes nada que perder y sí mucho que ganar. Has estado 19 años lamiéndote las heridas, yo creo que ya es hora de recomponer filas y darte una oportunidad. Convendrás conmigo que la dama lo merece.

-Sí, tienes razón. La dama lo merece. ¿sabes, Albert? Puedes ser un auténtico cabronazo cuando te lo propones pero, por dios que sabes convencer a la gente.

Después de dar cuenta del banquete que nos proporcionó el bar y tras, abonar la correspondiente factura,  guié mis pasos hacia mi casa. Quería preparar muchas cosas y había muy poco tiempo para hacerlo.

-Alberto, por favor, llámala y solo dile: “El mismo sitio a la misma hora”. Ella entenderá.

ÓSTRACO

20:00

Amaia.-

Recibí la llamada de Albert a las 17:30

-Buenas tardes, Amaia, ¿podríamos tener una entrevista en el despacho?

-No sé, Albert. No lo tengo nada claro. Después de lo del viernes pasado no creo que tengamos nada de lo que hablar.

-Hablar siempre lleva a algún sitio, Amaia. ¿Qué tal si te pasas dentro de media hora?

-No creo que vaya. De veras que no tengo ganas de ir a ningún sitio.

-Deberías hacerme caso

-No prometo nada.

-Nada te pido, Amaia. Si quieres venir, ven. Aquí estaré toda la tarde. Hoy me toca a mí quedarme de guardia en el despacho.

Colgué el móvil, no me apetecía en absoluto reunirme con el amigo de Julián. No tenía el cuerpo para las moralinas de “El Abogado”, pero según transcurría la tarde sentía una desazón en mi interior que me impulsaba a acudir a esa entrevista.

Finalmente aparecí en el despacho.

En efecto, solo estaba Albert, podía ver su figura desde la calle, a través de la cristalera. Subí las escaleras sin ganas y entré en el local.

-Esa costumbre de venir cuando te da la gana te va a traer más de un disgusto, Amaia. Te dije a las 18:00 y son 19:45.

-Tienes suerte de que haya venido y no tengo hoy el coño para fiestas o sea que no me toques las narices.

-Vaya, veo que te ha salido la “vena poeta y delicada”. Verás Amaia, a mí tampoco me apetece tener esta conversación pero soy hombre de palabra y me gusta cumplir. Por otra parte reconozco que me conmueve la hostia que te has pegado después de todo lo que has hecho.

-Chico, no sé lo que me vas a decir, pero si quieres convencerme de algo vas por muy mal camino.

-A veces hay que ir por malos caminos para dejar las cosas bien claritas, Amaia.

-Me parece muy bien pero siempre con educación, Albert. No es que espere mucho de un abogado como tú pero por lo menos un poquito de respeto sí que te voy a exigir.

-Por supuesto, Amaia. El mismo respeto que has tenido por mí.

-Al grano, Albert. Dime lo que me tengas que decir y me voy.

-No quería que esta reunión transcurriera así, de verdad, pero tienes la rara facultad de sacarme de mis casillas, lo confieso.

-A mí me parece que das demasiadas vueltas, se ve que no elegí bien al abogado que quería. Menos rodeos y más claridad, letrado.

-¿Por qué quemaste el local Amaia? ¿Qué pretendías?

-Vengarme, Alberto, y proteger a Julián –no tenía ningún sentido mentirle. Cuando una persona te hace una pregunta tan directa es porque ya tiene todos los datos- o sea que ya puedes continuar grabando la conversación porque no me importa.

-Venganza y amor, una curiosa combinación que nunca da buenos resultados.

-Me has preguntado y he respondido. ¿Quieres más? Te lo diré: Juan Carlos y Lucía conspiraron para separarnos a Julián y a mí. No sabía hasta qué punto llegó su depravación. Jamás imaginé que el cabrón de Juan Carlos le entregara mis bragas a Julián.  No contemplé esa posibilidad porque no tengo ese grado de mezquindad. Nos separaron y tenían que pagar, Albert.

-¿Y por qué yo, Amaia?

-Porque eras el único que tenía lo que yo necesitaba que se hiciera.

-¿Cómo sabías que yo iba a responder?

-No eres tan listo como te crees Albert. ¿Quieres saber por qué sabía que eras el adecuado?

-Sí, Amaia. Quiero saberlo.

-Porque te vi quemando el coche de Juan Carlos hace 19 años. ¿Quieres que te diga por qué no dije nada? Porque eras el novio de mi mejor amiga. Sabía que Fran pensaba que yo le había robado a Julián y no estaba dispuesta a que apalizaran al hombre que había elegido para amar. Tenía perfecto conocimiento de que  te amaba a pesar de que yo nunca te habría considerado digno de ella y por eso callé. Más tarde me enteré que habías defendido a Julián y me resultó muy fácil obviar todo aquél asunto. Pero, por tu culpa, Julián tuvo que irse. Si no hubieras quemado el coche de Juan Carlos, Julián no habría sido amenazado por ese bastardo. Podría haber tenido una oportunidad de arreglar las cosas con él, pero tú tenías que ir de machito y quemar el coche. Simplemente tuve una pequeña oportunidad de hacerte pagar todo el dolor que me supuso ese acto de “héroe” tuyo y de equilibrar un poquito la cuenta de resultados que tú y yo teníamos.

-Podría haber muerto Lara.

-Nunca. Estaba todo estudiado a la perfección. Si no hubieras llegado tú, habrían entrado las personas que contraté para provocar el incendio. Yo misma llamé a los bomberos.

-Joder, Amaia, estás totalmente ida.

-Es posible, Albert. El amor hace estas cosas. Convierte a las personas y las impulsa a cometer cualquier tropelía.

-He de concederte  que fue todo un golpe de ingenio. Te vengaste de Juan Carlos, de Lucía, de mí y protegiste a Julián y sin pagar nada a cambio.

-¿Cómo que nada, Albert? Pagué todo, perdí al amor de mi vida, todo mi futuro, mi felicidad. Sí, tengo dinero, tengo una empresa y tengo dos hijos pero a qué coste. Y ahora no tengo nada. Ya ves, Albert. Nada.

-¿Sabes qué es un óstraco?

-¿Disculpa?

-Un óstraco es una pieza de cerámica o un trozo de ostra en el que se escribía el nombre de una persona a quien se condenaba al ostracismo. Un exilio que duraba 10 años y que se usaba en la antigua Grecia para combatir a la tiranía. Los ciudadanos se reunían en asamblea y decidían si debía condenarse al ostracismo a una determinada persona.

Es lo que te mereces Amaia. El exilio, irte de aquí y no volver. Nada puede justificar que hayas puesto en riesgo una vida. No soy yo quien te tiene que juzgar. Bastante tienes ya con el peso que cargue tu conciencia pero sí te puedo asegurar que puedo arruinarte.

Verás, Amaia, no he acabado con Juan Carlos. Ni mucho menos. He investigado todos sus chanchullos, muchas de sus cuentas. Al menos las más importantes, porque tiene demasiadas ramificaciones. Pero he podido observar que tú apareces en muchas de ellas y que lo haces como testaferro en muchos de sus negocios.

En definitiva, te tengo agarrada de los ovarios. Pero no soy mala persona, no te voy a joder ni a denunciar a Hacienda. Ese es mi primer regalo, darte la oportunidad de desvincularte fiscalmente de tu ex esposo. Tienes cuatro años, Amaia. Limpia tus cuentas, regulariza tu situación porque esta oportunidad que te ofrezco no la va a tener ese chulo putas. Voy a arruinarle, cuando acabe con él no tendrá donde caerse muerto. Un cerdo menos de “la Urba”.

-¿Tu primer regalo? ¿Qué quieres decir?

-Tu precio será tu exilio, claro. No te quiero ver por aquí en esos cuatro años, estás condenada al ostracismo. Finalmente te transmito una frase: “El mismo sitio, a la misma hora”

-¿Qué quieres decir con eso, Albert?

-Ese es mi segundo regalo.

-¿Qué?

-No tienes porqué irte sola.

-Pero, pero, no me va a dar tiempo a preparar las cosas.

-Te dije que tu manía de venir a la hora que te diera la gana te traería problemas, Amaia.

-No voy a poder llegar. Esto es una fea jugada.

-Es lo que te mereces, Amaia.

Llena de ira y con toda mi malicia le pregunté,

-¿Te lo dijo Fran, verdad?

Él me miró fijamente para decirme a continuación

-¿Qué más da eso?

-Más de lo que te crees, porque ella lo sabía. Si no te lo ha dicho, si todo mi plan lo has deducido tú solito, reconoceré que eres un genio, pero un genio muy solitario.

-Me lo dijo ella, sí.

-Eso espero, porque si no es verdad, tu querida Fran te ha ocultado cosas que una devota esposa nunca escondería a su compañero. Significaría que ha preferido que Julián haya sido protegido a que tú hubieras sido dañado. Pero no debes preocuparte por eso ¿verdad, “Puertas”? Fran te lo ha dicho todo.

Esa era mi revancha, mi última puñalada al corazón de ese engreído. La puntilla a su matrimonio. Salí del despacho a toda prisa. No, no podía ser. Tenía una oportunidad una vez más. No podía perderla. Salí rápidamente del despacho, eran las 20:25 no podía llegar a tiempo, pero si Julián esperaba 15 minutos, a poco que me esperara podríamos seguir nuestro camino juntos.

Arranqué mi coche, solo pensaba en que Alberto me la había jugado. Si me hubiera avisado nada más llegar habría llegado sobradamente. No, el destino sería tan cruel. El reloj marcaba las 20:40 cuando llegué al sitio donde una vez concerté una cita con Julián.

Estacioné mi coche al lado de la parada del autobús y me acerqué a la papelera de donde sobresalía, una vez más, un ramo de flores.

CAPÍTULO XXII

LA NATURALEZA DEL ESCORPIÓN

Jueves, 17 de diciembre de 2015

22:00

Julián.-

Cuando recuerdo los hechos de esa noche debo admitir que quizás no me porté con Albert  con la honorabilidad que debía esperarse de un amigo, pero la cosa andaba un tanto desmadrada por aquel entonces.

Estaba afectado por la oportunidad que habíamos perdido Amaia y yo dos semanas antes. Estuve esperando hasta las 20:30 a que llegara Amaia. La conversación con Albert me había animado  a ver las cosas desde otra perspectiva. “Así que esto va de perdonar” –me dije- puedes oír a muchas personas contar historias que pretenden ser como la tuya, pequeños relatos de amor y desengaño que los afectados te narran a modo de servirte como ejemplo de no se sabe muy bien qué porque, al fin y al cabo, lo que de verdad debe tenerse en valor a la hora final es el sentido que tú le quieras dar.

Hay personas que necesitan ser perdonadas. La cuestión es, si estás preparado para perdonar  ¿Qué más da si a fulanito le engañó su esposa después de haberla exculpado? ¿Qué más da si todos tus amigos saben que tu novia te engañó y ahora vuelve contigo? ¿Qué importa toda esa capacidad adivinatoria que tiene el tercero ajeno sobre cómo va a transcurrir tu vida con ella, si tú eres feliz?

¿Puedes ser feliz si condonas? Al final todo se reducía a pasar por alto la falta e intentar, de buena fe, iniciar una nueva vida con la persona que tu corazón te decía a voz en grito que iba a alegrar tu alma.

Esperé y ella no llegó. Tiré el ramo de flores a la papelera y me largué allí donde acabé la otra vez. Al mismo pueblo.

Quería desconectar, pero esta vez estaba muchísimo más centrado y bastante menos dañado. La edad te da espolones  y el vacío que antes habría asolado tu corazón ahora lo reconocía como un viejo amigo que te transportaba a otra época pero ni de lejos tenía la capacidad de afectarte como la primera vez.

El paso de los años te da experiencia y fuerza de voluntad. Solo quería alejarme una semana o quizás menos para poder centrarme un poco. Alejarme de la tormenta. No atendía ninguna de las llamadas que me llegaron. Ni de Albert, ni de Lara ni, mucho menos, de Amaia.

En esas estaba cuando mi móvil recibió la llamada de Fran, alrededor de las 19:30. Era domingo, 6 de diciembre. Lo recuerdo perfectamente porque era el día de la Constitución y, cuando cae en domingo la Comunidad de Madrid traslada establece que el  lunes sea festivo.

Sea como fuere, recibí la llamada de otro antiguo amor al que yo abandoné.

-Lo siento, lo siento mucho Julián. De verdad te juro que lo siento –murmuraba mientras lloraba-

-¿Por qué, Fran, que ha pasado?

-Lo de Amaia, Julián. Albert me lo ha confesado todo. Ella te ama de corazón. Fue Albert el culpable de que ella no llegara a su hora. No la avisó, Julián. Lo siento tanto.

-Eso no puede ser, Fran. Albert la llamó para quedar con ella y darle mi recado.

-Es verdad, pero no le dijo la hora a la que ibais a quedar. Tuvo una discusión con ella y la entretuvo hasta que comprobó que Amaia no podía llegar a tiempo.

-¿Y cómo sabes que ella acudió a la cita?

-Porque me lo contó Amaia. Me llamó destrozada al día siguiente. Ya estaba en Málaga, y me dijo que Albert había maniobrado para que la cita fuera un fracaso. Y lo peor no es eso, Julián, lo peor es que Albert no me lo ha confesado hasta hace una hora.

-Vaya marido que tienes, Fran. Vaya rosa de pitiminí que tienes por esposo. Y tú ¿por qué no me llamaste cuando te enteraste?

-Quería darle la oportunidad a Albert de que pudiera explicarse. Que saliera de él mismo lo que había pasado, que pudiera ser sincero conmigo mismo. Pero no ha dicho nada hasta que le he obligado a confesar. Cuando le he dicho que lo sabía todo se ha limitado a esbozar esa sonrisa cínica que suele poner y no ha dicho nada. Como si no hubiera sido importante y he discutido con él, Julián. Le he dicho que iba a contártelo todo.

-Conozco esa sonrisa, conozco esa actitud, llevo soportándola desde hace 13 años. Lo siento por ti, pero Albert es un arrogante hijo de puta.

-No digas eso Julián, él te aprecia. Es solo que, a veces pierde la cabeza y decide por los demás, piensa que lo que él hace es lo correcto y no tiene en cuenta lo que puedan pensar el resto de las personas.

-Sí, vamos, lo que viene siendo un tirano. Joder, Fran, lo que no entiendo es qué cojones haces con ese hombre. Tú, que siempre has sido tan luchadora y que siempre te ha alterado cualquier muestra de fascismo. Joder, Fran, tienes al demonio en tu propia casa.

-No hables así de él. No le conoces, solo te digo que vayas a luchar por Amaia, que ella te ama y que su amor es sincero.

-Vale, Fran. Lo tendré en cuenta. Gracias por la llamada.

-Julián, por favor, llámala.

-Que sí, que sí, que ya la llamaré, venga que tengo muchas cosas que hacer. Chao, Fran, te llamo.

Así que era eso. Qué cabrón. Puro estilo “Puertas”. Manejando las vidas de los demás a su antojo. Estaba ya un poco harto de la actitud del chulo ese. En un primer momento tuve un arrebato de llamarle para cruzar unas cuantas palabras con ese autodenominado “amigo” pero luego pensé que una nueva conversación con él no me llevaría a ningún lado. Probablemente me expondría 25.000 razones para hacer lo que hizo, todas ellas tan loables y lógicas que la charla terminaría dándole yo las gracias por todo o, lo que sería infinitamente peor, conseguiría convencerme de que la culpa de todo era mía.

No, no iba a llamarle pero tampoco iba a hacer como si nada hubiera pasado. Muy al contrario, se la devolvería. Pero a mi manera. Sería paciente y, cuando llegara el momento tomaría mi revancha.

Todo llega, es uno de esos principios que tengo en mi vida. Solo hay que sentarse y esperar. Hoy era mi momento.

Albert llevaba dos horas en el local. Últimamente venía todas las tardes después de trabajar. Se tomaba tres o cuatro tercios y se largaba. Excepto los Jueves. Ese día solemos pinchar música española y a Albert le encanta bailar algunas piezas.

Había pinchado “Conductores Suicidas” de Joaquín Sabina, aquella canción que dedicó al gran Manolo Tena y, posteriormente, sonaron Los Secretos “Déjame”, Nacha Pop y su “Chica de Ayer”, en fin, todo música española.

Albert salió a la pista cuando sonó “Aquellos ojos” de un grupo nuevo llamado Mujeres y Lara salió de detrás de la barra para acompañarle. Tenían una conexión sorprendente Lara y Albert, daba gusto verlos bailar juntos, la compenetración que tenían, como si llevaran toda la vida juntos. Toda la química venía, por supuesto, por parte de Lara. A falta de mejor término, Lara se entregaba totalmente a Albert cuando bailaba con él, se acercaba a él, frotaba su espalda contra su pecho, se restregaba contra su cuerpo.

Pensé en poner unas rumbas. Sabía que a Lara no le iba mucho esa música pero a Albert le encantaba aunque nunca lo reconocía.

Les hice un vídeo mientras bailaban y se lo envié a Fran por medio del whasapp. Y me senté a esperar con la tranquilidad del cazador a que se desencadenara la tormenta. Calculé mentalmente lo que podría tardar Fran en venir, seis o siete canciones a lo sumo.

Confieso que sentí cierto regocijo cuando calculé el destrozo que haría ese vídeo en el matrimonio de Puertas, en su felicidad. Pura maldad, pura mala leche, dañar por dañar, la naturaleza del escorpión.

Todo eso me consumía el ánimo mientras sonaba “Te estoy queriendo tanto” de Bambino.

TE ESTOY QUERIENDO TANTO QUE YA NUNCA MÁS PIENSO EN MI

TE ESTOY QUERIENDO TANTO QUE SOY MUY FELIZ SI ESTÁS FELIZ

LOS DÍAS Y LAS NOCHES SON PARA QUERERTE MÁS Y MÁS

TE ESTOY QUERIENDO TANTO QUE TE ESTOY ACOSTUMBRANDO MAL

Seguí con mi particular selección, “Advertencia” de Bambino otra vez, “Como quieras”  de Enrique Montoya, apenas había clientela en el local y me estaba encantando poner toda esa rumba catalana, Peret, Gato Pérez, toda esa música barriobajera de años lejanos, cuando imperaba en las barriadas obreras de Barcelona, sabía que eso le encantaba al “Puertas”. Le iba a arruinar la vida a base de una determinada selección musical. Albert siempre desconectaba cuando bailaba, sé lo que es eso. Coño, tengo un programa de radio, mi profesión es que la gente desconecte, no sería bueno si no conseguía ese efecto, pero es que Albert, uf, Albert se evadía totalmente de la realidad. Si le ponías una tanda de canciones que le gustara no saldría de la pista.

Entraba Estopa a toda caña con “Tu calorro” y repetí grupo con “Camarón”. En ese preciso momento apareció Fran y los vio bailar.

Yo estaba impresionado con el baile que sostenían Lara y Albert. Él, totalmente ajeno al drama que se iba a desarrollar, desconectado de todo lo que le rodeaba, centrado únicamente en la canción, en su danza, con los ojos cerrados. ¿Con los ojos cerrados? En ese momento lo comprendí. “Puertas” no estaba bailando con Lara, le era indiferente quien fuera la mujer que estuviera con él en ese momento. Tenía los ojos cerrados,  estaba en su mundo onírico, bailando con la mujer que amaba, soñando con Fran. Estaba claro, que más que bailar, interpretaba una pieza mil veces practicada con su amor. No necesitaba ver, lo que precisaba era evadirse de la realidad. La pieza iba avanzando y Albert mostraba su dolor,  la devoción que sentía por su esposa, abriendo su corazón y dejando su alma en carne viva. Seguía en esa realidad que habitaba. huyendo de la que le habían  obligado  habitar. Se acercaban el uno al otro, sus frentes se tocaban, Lara permanecía quieta, Alberto se alejaba dos pasos para volver a acercarse a ella, era como un cortejo. Ambos sudaban, ella alzaba su mirada hacia él, Alberto dirigía hacia abajo sus ojos cerrados, en busca de los de su compañera, se acercaban más y más. La canción  alcanzaba su clímax,

Y a veces me confundo

Y pico a tu vecina

Esa del segundo que vende cosas finas

Y a veces te espero

En el bar de la esquina

Con la mirada fija en tu portería

Y a veces me como de un bocao el mundo

Y a veces te siento

Y a veces te tumbo

A veces te leo un beso en los labios

Y como yo no me atrevo

Me corto y me abro

Se aproximaban, cada vez más cerca, más cerca, y más. Contacté con Fran e hice un gesto de quitar la música pero ella me detuvo desde la puerta, me indicó con un dedo en sus labios que no hiciera nada. Juntos, sudando, Alberto y Lara, Lara y Alberto acercando sus caras el uno hacia la otra y los labios acercándose, rozándose, “Puertas” abrió los ojos …

Giré mi visión hacia la puerta. Allí ya no estaba Fran.

Fran.-

Recibí el vídeo que me envió Julián a las 21:40. Allí estaban bailando  mi marido y aquella zorrita que le perseguía desde dios sabe cuánto tiempo. Finalmente conseguiría lo que  anhelaba, llevarse a mi hombre.

Desde el día en que Albert y yo discutimos apenas habíamos tenido algún que otro cruce de saludos. Mi enfado había sido enorme. ¿Cómo se había atrevido a hacer esa jugarreta a Amaia? ¿Quién se creía que era? No se podía jugar así con las vidas de las personas.

Cuando Amaia me llamó para decirme lo que había hecho Alberto no me lo podía creer.

-Tu marido es un cabrón. Díselo de mi parte, dile que me ha arruinado la felicidad que podía tener.

No daba crédito a lo que me estaba contando Amaia. Le pedí disculpas y le prometí que hablaría con Julián para contarle su versión.

Quería darle la oportunidad a Albert de que se explicara. Sentía que debía ponerle a prueba, ver si él me contaría lo que había pasado. Pero pasaron dos días y no parecía que tuviera  ni la más mínima intención de contarme nada.

Empecé a darme cuenta de que Albert me ocultaba cosas y me convencí de que debía haber muchas más cosas de las que no me hablaba. Nació en mi interior un sentimiento negativo que crecía contra mi marido. ¿Cuántas cosas no me contaba? ¿Qué más había oculto tras la figura de Alberto Jurado Vázquez? ¿Quién era mi esposo, Albert, Puertas o el Abogado?

El domingo hablé con él y le pedí explicaciones.

-¿Cómo has podido hacerle eso a Julián y a Amaia?

-¿Hacerles qué, exactamente? No te entiendo.

-Dejaste que Amaia llegara tarde a la cita.

-Ah, eso.

-Sí, eso. ¿Te parece poco? ¿Estás satisfecho de tu gloriosa actuación?

-Bueno, yo diría que hay algo de justicia divina, ¿no?

-¿Eso es lo que te crees? ¿Piensas que eres Dios? ¿Qué dios eres tú, Albert? Y no me cuentes tus milongas de los desfavorecidos y la gente de “la urba”, está ya muy manido ese argumento. ¿Quién te crees que eres, Albert?

-Te estás pasando, Fran. No tienes ni idea de lo que estás diciendo.

-Desde luego que no tengo ni idea, ¿sabes por qué? Porque no me cuentas nada.

-En primer lugar, yo no sabía la hora de la cita. En segundo lugar, le dije que viniera a las 18:00 y se presentó a las 19:45.  Por último ¿te has parado a pensar que, con todo el amor que se profesan, con toda esa pasión que, al parecer, yo he jodido, con todo ese sentimiento desbordado han sido incapaces de llamarse por teléfono? Hay más orgullo que amor en esos dos. Si vencen su orgullo y se entregan de verdad se encontrarán. Tan fácil como llamarse.

-Sabía que, al final, darías la vuelta a la tortilla. Es tu especialidad, hacer que el inocente sea culpable y que el culpable salga con premio.

-Según tu razonamiento y siendo yo el culpable ¿me puedes decir cuál es mi premio?. Porque yo no lo veo. Te juro que no veo premio para mí.

-¿Qué soy para ti, Albert? No me cuentas nada, no me haces partícipe de tu vida ¿qué soy para ti?

-Soy abogado, lo sabes. No te puedo contar todo lo que sé y, ya puestos, ¿tienes algo que decirme? ¿algo que contarme, Fran?

  • No me has respondido, Albert. ¿Qué soy para ti?

-Todo, Fran. Eres todo. Para describir lo que eres para mí solo puedo citar a W.H. Auden en su poema “Paren todos los relojes” eres mi norte, mi sur, mi este y mi oeste, mi semana de trabajo y mi descanso dominical, mi mediodía, mi medianoche, mi palabra, mi canción. ¿Qué soy yo para ti, Fran?

-Todo. Nada –le respondí llena de ira y resentimiento-

-Qué afortunado soy ¿verdad? –mostró una  vez más lo que entendí como cinismo mientras se levantaba para coger su cazadora e irse de casa.

-Muy bonito. Siempre huyendo cuando tienes que dar la cara, ya llamaré yo a Julián, cobarde.

-Haz lo que te venga en gana, siempre lo has hecho, por mi parte me voy a dar un paseo, este ambiente es sofocante.

No habíamos vuelto a hacer el amor desde ese día. Los primeros días no me preocupé, al fin y al cabo, le tenía que castigar de alguna manera, pero nunca pensé que Albert podría estar tanto tiempo sin sexo. Sin embargo, a medida que transcurría el tiempo y no nos tocábamos siquiera empecé a sentir cierto desasosiego.

Cuatro días después me notificó que había dejado el sindicato al que había dedicado tanto tiempo de su vida.

-¿Por qué? –pregunté-

-Porque sí –respondió-

No quise tocar más ese tema  pero me sentí tremendamente defraudada con él. Era como si estuviera viviendo con un desconocido. Su nueva afición a manipular vidas ajenas, su abandono de la labor sindical que desempeñaba y su actual costumbre de llegar tarde a casa.

-¿De dónde vienes?

-De “El Juli”

-¿Y qué has hecho?

-Bailar

Todo muy escueto, muy claro, nos estábamos separando, estaba claro.

Me dirigí rápidamente al bar donde se encontraba mi marido. No iba a consentir que nadie me arrebatara a Albert. Hablaríamos, discutiríamos y, después, haríamos el amor y todo volvería a iniciarse. Conjuraríamos ese problema como siempre habíamos conjurado todos, juntos.

Entré en la puerta y allí estaban los dos, bailando, ella acercándose más de lo debido a mi hombre. Sonaba esa canción de Estopa que tantas veces habíamos bailado Albert y yo, con la misma desesperación y entrega con la que Albert bailaba conmigo. Los miré embobada, atónita, sintiendo cómo un cuchillo me atravesaba el alma, empecé a llorar y vi a Julián haciendo el amago de quitar la canción. Pero yo le detuve, necesitaba saber hasta dónde iba a llegar Albert.

Me sabía de memoria esa canción y sabía cómo le gustaba bailarla a Albert. En el punto culminante él me besaba los labios. Llegó ese punto y, efectivamente, Albert acercaba sus labios a Lara, sabía lo que venía después, pero me quedaba un poso de dignidad, el suficiente como para no tener que ser testigo de cómo mi hombre besa a otra mujer. Me di la vuelta y, totalmente humillada, me fui a mi casa, llorando.

Cuando llegué a nuestro hogar, sentí que todo estaba roto. Lo había perdido y recordé la frase que me dijo Amaia aquel Jueves, 8 de octubre, ” bastará un mero beso para que te lo quiten, Francis. Un mero beso y estarás fuera del paraíso”, y noté cómo una rabia repentina nacía en mí.

Una ira indomable, un fuego abrasador que solo tenía un objetivo: Albert, mi esposo.

23:30

Lara.-

A las 23:00 se marchó Julián dejándonos solos a Alberto y a mí. Es lo malo de las rumbas, echan a la gente. Está bien poner algo de esa música pero, por amor de dios, ¿Bambino? ¿Peret? ¿Enrique Montoya?, eso el único que lo soporta es “Puertas”, todavía Los Chichos o Los Chunguitos, se puede oir, pero como te vayas ya con la rumba, malo, el local se queda vacío.

Hay pocos rockeros que aguanten la rumba. Eso sí, el gusto que me di bailando con Albert fue apoteósico. No lo voy a negar, me excita sobremanera ese hombre. Me da lo mismo que me saque quince años, me es indiferente. Abandonaría todo por estar con él y esa noche había sido tan especial.

-¿Me pones un tercio, Larita?

-Claro que sí, cielo. ¿Te importa si apagamos ya la música?

-Sí, como quieras. Espera que te echo una mano para recoger.

No iba a discutir con él. Demasiado bien  sabía que me iba a ayudar. Además, así estaba más tiempo mi chico de ensueño.

-¿Oye, Puertas, puedo hacerte una pregunta?

  • Sí, claro, Lara, las que quieras.

-¿Qué te pasa últimamente? ¿Va todo bien en el paraíso?

-Vaya una pregunta, joder, no das puntada sin hilo –respondió mirándome-. Sí, hay problemas, Lara pero todo se solucionará… espero.

-Mira, sé que no es de mi incumbencia, pero ahora lo que menos puedes hacer es esperar a que las cosas se solucionen solas. Te va a tocar picar piedra, soldado. Tienes que hablar con Fran, lo sabes ¿verdad?

-Sí, joder, lo sé. Claro que lo sé. Pero es que me echa la culpa de todo lo que pasa y, leche, uno se cansa.

-Tienes que hablar, Alberto. A ver, ¿qué ha pasado?

-Joder, Lara. Amaia fue la quemó el local.

-No jodas, ¿de verdad?

-Como lo oyes. Al principio no sospeché nada, pero luego me dijiste que Amaia había venido desde hacía algún tiempo y empecé a pensar que, tal y como había salido todo, la gran beneficiada fue ella. Lo había planeado hasta el último detalle.

-No me lo puedo creer.

-No te miento, Lara. Se lo eché en cara y no solo no lo negó sino que encima se sentía orgullosa de cómo había salido todo.

-Dios de mi vida, ¿y por qué te eligió a ti?

-Porque me vio quemar el coche de Juan Carlos hace 19 años.

-¡Coño!, ¿el famoso coche rojo?

-Ese mismo.

-¿Fuiste tú, entonces?

-Sep, pero no se lo digas a nadie. Lo más cojonudo del caso es que, encima, me dice que quería vengarse de mí y se ha creado una historia en la que dice que yo soy el culpable de que ella y Julián cortaran.

-Qué fuerte lo que me estás contando.

-Ya te digo, y le ha dicho a Fran que yo soy el culpable de que llegara tarde a la cita con Julián. Hostia, yo no sabía ni la hora. ¿Qué culpa puedo tener?

-¿Y por qué no le llamó por el móvil?

-¿Ves? Es lo que yo digo. Pues para Fran el culpable soy yo.

-Me parece a mí que estas de “la Urba” tienen un cuajo.

-¿Verdad? Joder me gusta hablar contigo, Larita, haces que me sienta bien.

“Y mejor te haría sentir si me dejaras” pensaba mientras le miraba a sus ojos. Y yo pensaba: Me gustaría ser un bichito, chiquitito, chiquitito para meterme en tus ojos y bañarme dentro de ellos. En cambio le dije,

-Entonces Amaia te usó

-Sí, pero es que todo esto es más complejo. Yo estoy seguro de que Juan Carlos no va a dejar las cosas así. Va a ir tras Julián y Amaia. Es como si lo viera venir. Tengo en marcha algo que puede acabar con el peligro que supone pero necesito que Amaia salga de todos los chanchullos que tiene su ex esposo. Tengo que estar pendiente tanto de Julián como de Amaia. Por eso he estado viniendo todos los días por aquí, Lara. Tenía, bueno no, tengo miedo de que os hagan algo. Voy a estar controlando un poco más, por lo menos hasta de 15 de enero. Es la fecha que he dado para que empiecen a investigar unas cuentas al mamonazo ese. En cuanto le lleguen las reclamaciones podremos respirar tranquilos.

-¿Y por qué no las has empezado antes?

-Por Amaia. Tenía que darle por lo menos un mes para que se quite de las cuentas más fuertes. Mierda de vida, Larita.

-Eso te pasa porque es tu naturaleza, Puertas.

-¿Mi naturaleza?

-Sí. ¿Sabes la fábula de la rana y el escorpión?

-¿La de que el escorpión le pide a la rana que le cruce el río y luego le pica a mitad de camino? Sí, la conozco perfectamente.

-Pues eso Albert, tu naturaleza.

-Entiendo, la naturaleza del escorpión

-No, Albert, no. Tú eres la rana

-¿Cómo?

-La rana, joder. Ella nunca quiso llevar al escorpión. Lo vio venir desde un principio pero, al final, la obligan. Como a ti “Puertas”, nunca quisiste meterte en este desastre. Se suponía que tú solo ibas a ser un espectador, el tema no iba contigo, no tenías nada que perder ni que ganar. Pero te metieron. La rana nunca quiso llevar al escorpión, pero la convenció, creyó que había algo más en un ser que es pura maldad.  Por eso muere. Ten cuidado, vaya a ser que  te pase a ti lo mismo.

-Joder, Larita, nunca lo había visto así.

-Me alegro que me lo digas, es difícil sorprenderte.

-Así que la rana, ¿eh?

-Sep, la rana, Albert.

-El escorpión me mola más.

-Ya, pero eres la rana, Albert. Asúmelo.

Y empezamos los dos a reír, bebiendo de nuestros tercios, y mirándonos a los ojos. A falta de amantes, bien podíamos ser amigos.

Julián.-

Había cumplido con mi plan perfectamente. Fran había sido testigo de todo el acto y no había podido soportar el final. Se marchó. Ni Puertas, ni Lara se percataron de lo sucedido. Seguí pinchando algunas canciones más, “No hay nadie como tú” de Calle 13, “El compadre” de Muchachito Bombo Infierno, “Camino del hoyo” de Tomasito, “La lista de la compra” de La cabra mecánica, “A la luz del Lorenzo” de Los Delinqüentes, hasta que me cansé.

Había llegado la hora de culminar la faena, me fui del bar y le dije a Lara que cerrara el local. Puertas se quedó con ella y yo empecé a caminar en dirección a la casa de Albert y Fran, en busca de ella, de mi primer amor, de la mujer de la que nunca debí separarme. Pensaba que, si jugaba bien mis cartas, podría iniciar una nueva vida con Fran.

La llamé por teléfono. No iba a cometer el error de presentarme en el umbral de su puerta para que me diera con la puerta en las narices. Seguramente estaría con los niños y no era el momento adecuado, pero una llamada ¿cómo no iba a atender una llamada de teléfono?

El tono sonó, cuatro veces,

-Dime Julián –atendió mi llamada

-Siento que hayas visto todo

-Más lo siento yo, Julián, pero ahora tengo las cosas más claras. De alguna manera tengo que darte las gracias.

-No, Fran, no digas eso. Esas cosas pasan, cielo. Pero no tienes porqué hundirte. Debes levantar tu vuelo, usa tus maravillosas alas, cariño. Sé fuerte por ti, por los niños. Esto lo vas a superar y yo voy a estar siempre a tu lado. Cuenta conmigo

  • Lo sé, Julián, pero esto tengo que confrontarlo sola.

-No, necesariamente, cariño. Yo siempre estaré contigo, a tu lado. Podemos retomarlo donde lo dejamos, cielo.

-¿Perdona? ¿Qué me estás proponiendo?

-Todo, Fran. Te propongo todo, una vida juntos, un nuevo futuro. Recomponernos, alejarnos de toda esta miseria, de todo este dolor y traición.

-Soy una mujer casada, Julián. ¿Qué es lo que no entiendes?

-Pero, Fran, pensé que …

-¿Qué te creías, que porque mi Albert se haya besado con esa fulana yo me voy a echar en tus brazos? ¿Eso era lo que perseguías, verdad, Julián?

-¿Querías que los viera para que yo volviera contigo? Mira que eres iluso.

-Tenemos derecho a ser felices juntos, Fran no me voy a rendir

-¿Por qué no llamaste a Amaia, aquella noche?

-¿Qué?

-Los dos teníais teléfono, ¿por qué no la llamaste?

-¿Por qué iba a llamar a quien llegó tarde a una cita?

-Por amor, Julián. Porque eso es lo que hacen los enamorados. Cuando llegan tarde se llaman, por si ha habido algún problema pero vosotros no ¿verdad?  No, vosotros no os llamáis, optáis por joder la vida a los demás. Dañáis a vuestros amigos.

En lugar de llamarte a ti, Amaia me llamó a mí ¿y para qué?, para malmeterme con mi marido.  Albert tenía razón, sois unos engreídos, no veis más allá de vuestro propio egoísmo. Preferís que sean los demás los que carguen con vuestros errores. Y yo, como una tonta, luchando por vuestra reconciliación. Discutiendo con mi marido por vosotros. Ninguneándole

.

-Te ofrezco mi amor, Fran. Puede que no sea mucho pero es sincero. Enséñame a amar como lo haces tú.

-No te puedo enseñar, eso, porque mi amor es para Albert. ¿Es que no te quedó claro ya? Yo amo a ese hombre, a pesar de sus errores, de sus defectos, yo lo amo por encima de todo, de todos. Nadie le llega a la suela de sus zapatos, nadie. No hay elección posible. Entre tú y él “no hay color”, como diría mi Albert.

Y lo he perdido. Lo he perdido por vuestra culpa. Enhorabuena, Julián, has jodido mi vida. Albert me ha hecho daño y yo no sé si sabré perdonarle. Es solo un beso, pero lo tengo clavado y ahora mi alma solo quiere revancha. Es lo que me pide el cuerpo, revancha, ira e infringir dolor a quien es el amor de mi vida. No, Julián, no me voy contigo. Ni me fui, ni me iré. No me vuelvas a llamar, los niños están durmiendo y yo, al contrario que tú, necesito dejar el móvil encendido por si mi hombre precisa de mí.

-Está bien, Fran, será como tú dices.

Callé, no quise insistir más, pero tampoco me vi con ganas de arreglar nada. No luché por su amor como ella luchó por el mío. Ni siquiera me importó sentirme menos hombre. Opté por huir una vez más. El día 15 de enero de 2016 regalé “El Juli” a Lara. Se lo merecía. Y yo desaparecí para iniciar un nuevo futuro lejos de tanta vergüenza.

HISTORIAS DE BARES. Episodio 5

MI QUERIDA PELIRROJA (Axol2)

Martes, 22 de octubre de 2019

Qué jodida suerte que el coche de la empresa me dejara tirado. Tengo mejores cosas que recordar. Llamo al seguro, dejo el coche tirado, igual que él me dejó. Camino por la vía peatonal mientras trato de recordar, termino frente a un bar, “El Juli”. Entro al lugar, lo que necesito es un lugar donde pensar, la camarera me dice

  • ¿Una cerveza?

  • Whiski por favor

Me sirven el whiski ahí, en la barra. Me cobra por el wiski, lo tomo, pienso que es el único que puede ayudarme a recordar, si hace unas horas regresé de un gran negocio. Marcharíamos tres, de los cuales el tercero, mi colega se enfermó. A Fernando lo conozco por las pláticas de follar a todas las mujeres de la empresa, José Luis no le conozco sé que trabaja en la empresa, pero saber algo sobre él es mucho decir.

Mi nombre es Carlos, un españolito un poquito menos del montón. Marchamos con nuestra bolsa de viaje cada uno. Fuimos a Europa oriental, hasta entonces recuerdo con nitidez. En eso me saca de mis pensamientos

  • Te sirvo otro

  • Sí, por favor, whiski solo

Le pago por este segundo whiski, se aleja de donde me encuentro. No tomé mucho whiski, es el segundo, aunque me parece que sea el primero.

En Europa oriental, todo fue bien. Tras la firma del contrato, hasta nos propusieron llevarnos a un lugar para celebrar. Fue llegar y tomar un whiski que tal vez tuviera algo.

Comencé a perderme. No recuerdo cómo, pero de repente me dieron muchos euros los cuales rápido guardé.

No era un secuestro y mucho menos un robo, una parte es borrosa. No, desde un poco antes no puedo recordar, tan solo partes inconclusas. Tres mujeres vestidas de blanco, se emparejaron con cada uno de nosotros, nos acompañaron. En otra laguna recuerdo que firmé, creo un  documento, la mujer que me acompañaba, al terminar me abraza y me besa.

Otra laguna.

Me encuentro sentado en un sillón largo como a un metro de distancia tal vez más, Fernando con una mujer, follan sin parar, los acordes guturales, no son únicamente de ella, en sentido contrario de donde me encuentro, está José Luis enrollado con su mujer, sin temor ni preocuparse por los otros, una mujer encima de mí, me tiene cobijada la cara con su majestuoso pecho. No es chico, tampoco grande, podría decir a mi gusto. Ella tiene mi pene bajo el cobijo de su tesoro. Sí, su vagina me tiene bien atendido, mientras que sigo con mis caricias bucales en su pecho, creo que me tiene en el cielo, quiere quitarme el pantalón y me río.

La muchacha que sirve las bebidas me dice,

  • ¿Te encuentras bien?

  • Si, otro whiski, por favor

  • No te estarás poniendo mal, no tengo servicio de …

  • ¿Saca borrachos ?, con esto no tengo ni siquiera para marearme

Sonrío de las tonterías que le digo.

En ese viaje solo con un whiski estaba alucinando, la mujer quería sacarse el vestido, quitarme el pantalón. En un arranque de valor la cargo, camino columpiándola, ella va bien atenazada a mi cintura, sus brazos en mi cuello, logro abrir una puerta. Entramos, no sé cómo, pero pongo pestillo no quiero interrupciones como ahora,

  • ¿Seguro que te encuentras bien?

  • Si

  • Me dirás que te metes algo, luego tomas wiski para que se te pase

  • Esa cosa, me decía mi abuela que la usan los cobardes

  • Pues tienes cara de cobarde

  • No me gusta contar mis intimidades con desconocidas

  • Bueno tío ¿tomarás otro?

  • Déjeme acabar este

Volvió a retirarse, sigo tratando de recordar lo que pasó. Creo recordar que la tía me arrancó la ropa, solo se dejó una bonita combinación de lencería blanca, algo como una dona enrollada en su pierna. Se veía tan linda, no soporté más, me lancé sobre ella. No la follé, hice el amor, era la primera vez que estaba consciente después de tomar ese whiski. Su pelo castaño oscuro, su rostro bien maquillado. Me dejó acariciarla, besar su vagina, la cual me correspondía, soltando un néctar que absorbí directo de su lugar de origen, creo que escuché

  • Hazme el amor no me folles

  • Quiero hacerlo

Nos besamos, entré lento, pero con decisión, ella solo suspiraba, como si me esperara. Después, no tengo palabras para describir lo sucedido, la mujer del bar me interrumpió

  • ¿Estás bien? te noto algo raro

  • Otro whiski

  • Recuerda no tengo…

  • Si esto no me embriaga - digo en silencio-

Una sonrisa se dibujó en mí rostro y no era por el whiski. Así fue que me interrumpieron de mi sueño, lo último que recuerdo era abrazar a esa mujer, caer los dos dormidos después de recuperarnos del deseado gozo. Alguien aporreaba la puerta, parecía que la quisieran tirar. Me levanté algo adormilado, no sé de dónde logré coger una bata, de esas de baño, abrí la puerta. El tío era un curioso, quería ver hacia dentro de la habitación, tomar nota de la batalla que se había desatado horas antes, no le permitiría ver a mi mujer, ella estaba envuelta por el edredón, solo tenía descubierto un trozo de una de sus piernas, este tío me dice

  • Llegó la hora de marchar

  • ¿Dónde?

  • No sé, pero no puede seguir aquí

  • Espere solo a que me bañe, vista

  • No tarde, tome las pertenencias de su mujer.

Cerré la puerta después de que él intentara ver algo. Me volteo, quiero despertarla, mejor me marcho a bañar, suerte que el cuarto tiene baño. Entro, la puerta de la ducha está cerrada. ¿Quién es? - me dice cuando trato de abrir- No me deja abrir.

  • Puedes guardar mi vestido, tardo poco en salir – indica mi acompañante-

  • Toma tu tiempo, quieren que nos marchemos

  • Guarda mi vestido, rápido salgo.

Las mujeres siempre tardan mucho tiempo cuando debería ser un instante. Me adecenté lo mejor posible. Me vestí como a diario, mi traje completo. Terminé de vestirme, cogí la maleta, por suerte tenía ruedas, el bolso grande donde guardé el vestido blanco, escuché que salía, la esperé en la puerta, y me dijo,

  • ¿Tan rápido debemos marchar?

  • Sí, no tenemos más tiempo

No la veo siempre con la vista hacia la puerta, ella creo, comprendió todo. Me cogió de mi mano izquierda, en la derecha llevaba la maleta. Salimos rápido del cuarto, nos esperaba un coche, nos trasladó a la estación de tren, no hubo tiempo de verla, un tío me dijo

  • Sus boletos con sus identificaciones

  • Tome

Saqué de un sobre que me dio el tío del cuarto, ese que le gusta cotillear. El guarda revisó los boletos. Todo en perfecto orden, abordamos el tren rumbo a España, Madrid. Durante el viaje quise hacer memoria de quién era la tía. Ella se sentó del lado de la ventana, se tapó de los pies a la cabeza, no podía ver más, solo el bulto que formaba, tampoco pude recordar quién era ella. Mi cara palideció, más de lo que era posible. ¿Qué había hecho?, ¿no sería de …?

  • Tío si tienes problemas,  hablando con alguien puedas sacar eso.

  • Usted quiere el cotilleo.

  • Si quiere. Nada es a la fuerza.

  • Gracias, pero solo necesito recordar.

  • Parece que no te hace nada bien.

  • Solo es momentáneo, no tengo nada.

La tía me dejó solo. Si fuera eso me hubiera detenido la guardia desde la primera frontera que cruzamos. ¿Cómo no podía recordarla?, si hice el amor con ella dos veces inconsciente, sin mucho recuerdo, pero la tercera donde vi su rostro, esos ojos. Si a mí me enamoró cualquier otro la desearía.

La madre que la parió, el cabrón de mi jefe. No, el cabrón era yo, sí, es la hija del jefe, ¿cómo podría olvidar esas miradas, ese felino caminar?, dos gatas pasaban por enfrente de la oficina, al acecho de su presa, en la presa me convertí. Ahora lo recordaba, su hija según perdida entre los pisos siempre acompañada de su madre, las dos con cabelleras de color rojizo, ella con su ondulado pelo al hombro, usando unas gafas oscuras, luciendo sus curvas. En su caminar mostraba su dominio, una cazadora en busca de su preciada presa, en eso me convertí, no podía ser, lo recuerdo bien, un día en el archivo mientras buscaba un documento, los escuché, es Fernando con una mujer, creo que trabaja en el piso anterior de secretaria.

  • Fernando, nos despedirán si follamos aquí

  • No lo creo, tal vez no sabes que mi padre es uno de los dueños.

La mujer no puso más pegas, se pusieron a follar como si no hubiera mañana. Marché, busqué su historial y lo encontré. Es el hijo de uno de los dueños. También escuché un día que me mandaron a entregar a presidencia, unos folios urgentes para la firma, la puerta estaba más abierta que cerrada, cuando dijo mi jefe, el presidente de la empresa, habla con el padre de Fernando.

- Presidente de la empresa :  Mi hija no se casará con tu hijo.

-Padre de Fernando: Mi hijo es tan buen marido como cualquiera.

- Presidente de la empresa: Es un gilipollas.

- Padre de Fernando: Dime por qué.

- Presidente de la empresa: Se folla a las tías de la oficina, de toda la empresa.

- Padre de Fernando: Como si tú fueras un santo. Metes a tu secretaria bajo…

- Presidente de la empresa: Tú no te quedas atrás, supe que la tuya no puede caminar porque le diste por culo.

- Padre de Fernando: Eso demuestra que me gustan las tías.

- Presidente de la empresa: Gilipolladas.

Logré percatarme que la secretaria se acercaba, me miró y preguntó

  • ¿Está ocupado?

  • No sé, acabó de llegar, me urge que firme estos documentos.

  • Un momento le aviso.

La secretaria habló. Entré, me observaron los dos, firmó rápidamente, el padre de Fernando me dijo,

- Padre de Fernando: Tu nombre es Carlos

-Carlos: Sí, señor

- Padre de Fernando: Dime qué harías si ganaras la lotería

-Carlos: No sabría qué hacer

- Presidente de la empresa: Ni se te ocurra, conozco esa pregunta

- Padre de Fernando: Carlos puedes marchar

-Carlos: Con permiso

Marché a seguir con el trabajo, pero ¿cómo era posible eso si recuerdo bien a la mujer? Su pelo no es de color rojo, es castaño oscuro, su rostro presenta pecas que realzan su belleza, para mí es bonita, recordé cuando una colega de la facultad me dijo,

  • Carlos ¿cómo me quedaría si tinto mi pelo de rubio?

  • Tu color está bien, a mí me gusta la belleza natural

  • ¿Si fuera tu novia, me dejarías?

  • Si lo fueras, que no lo eres, no te dejaría, perderías tu atractivo natural

  • Suerte que no eres mi novio

Eso era. Ella tenía una peluca color castaño oscuro, imagino que la otra mujer que estaba con Fernando era pelirroja, tal vez José Luis, no recuerdo cuál le tocó. Me gana la risa, suelto la carcajada y me dice la camarera,

  • Sirvo el mismo whisky a todos, ninguno se pone como tú.

  • No es nada malo.

  • No serás de esos tíos bipolares.

  • No, solo debo marchar a mi chalet, tome.

  • Es un billete de los que casi no caen por aquí.

  • Acepte, quiero compartir algo de mi actual felicidad y de la que tendrá pronto.

  • ¿De qué cojones hablas?

  • No seré Albert, pero mi Candy(dulce) esposa me espera.

  • Si estás malo.

  • Por querer marchar con mi Candy que se llama Laura, ¿le gusta Lara?.

  • ¿Estás de broma o qué cojones tienes?

  • Es solo que me encuentro enamorado. Las tías piensan que vivimos en algún lugar atontados.

  • No mentirán.

  • Se equivocan, al menos conmigo.

  • No te entiendo.

  • Sin querer estuve observando tus movimientos, esa forma de tocarte el vientre. Tienes esa luz que las otras tías no tienen hasta estar preñadas.

  • Eso, como tú muy bien dices, no se lo puedo contar a cualquiera.

  • Lo sé, y como a un cualquiera, no me volverá a ver.

Le dejé el billete de la dominación más alta que tenemos en euros, aún tengo algunos que saqué del fajo de los que me dieron. Marché a buscar un taxi, al llegar a mi chalet todo estaba a oscuras, cuando me disponía a accionar la iluminación escuché

  • No la actives.

  • ¿Por qué no?

  • Sé que tú no me esperabas.

  • ¿Por qué lo dices de esa forma?

  • Hace unas horas me haces el amor, me abandonas aquí.

  • Solo quería pensar, saber que eras tú.

  • No atiendes a tu móvil, llamaron varias veces. ¿Dónde estabas? dejaron mensaje.

  • ¿Puedo encender la luz?

Ella rápidamente corrió gimoteando, me abrazó evitando que iluminara el salón del chalet.

  • ¿Qué pasa?

  • Dime la verdad, sabes quién puedo ser, me quieres aun sabiendo la verdad.

  • Claro, eres mi esposa.

  • Pero no sabes quién puedo ser

  • Pues la mujer que amo, Laura.

-Laura: ¿Cómo lo sabes?

  • Tuve tiempo para recordarlo.

No activé la luz, ella así, abrazada a mí, marchamos al cuarto de matrimonio, donde le demostré a mi amada pelirroja, que sé quién es y que la amo con todo mi ser. Hacemos el amor y caemos dormidos. Ni me acordé de revisar los mensajes, desde ese día vivo feliz con mi pelirroja, esperando tengamos la parejita.

NOTA: Este relato continúa narrado por Fran.