Una teoría compleja para un amor eterno, 10

La felicidad es frágil.

NOTA: EL ANTERIOR CAPÍTULO NARRADO POR TURISTA.

CAPÍTULO XIX

A ESCONDIDAS

Martes 13 de Octubre de 2015

19:00

Amaia.-

Sabía que tenía que aguantar. No ser débil. Pero, después de tanto tiempo, los recuerdos me golpeaban como el aire invernal de las montañas nevadas. Era inevitable la quemazón que mi cuerpo empezaba a sentir al saber el paradero de Julián, mi Julián, y no poder presentarme ante él.

El miedo era el principal motivo para ser cobarde. Tenía miedo al rechazo. Miedo a que mi primer y único amor, me dejara claro que no quería saber de mí. Era como una pesadilla recurrente que nunca dejas de soñar.

Lo que hice estuvo mal, muy mal. No tenía que haberme dejado aconsejar por la que fingía ser mi amiga y que se vendió por 25.000, de las extintas  pesetas. Era joven, inexperta y creía que me comería el mundo.

La vida me ha enseñado que el primer bocado lo recibes tú. En el culo, o donde más te duela, pero te clava los dientes hasta hacerte sangrar.

Creía que mi paso por este mundo estaría lleno de logros y metas cumplidas. Así, porque sí. Y no, amigos, no hay nada por lo que no tengas que luchar. Hasta para ser un perdedor, tienes que haber peleado primero.

Me viene a la mente ese poema de Gil de Biedma “No volveré a ser joven”

Que la vida iba en serio

uno lo empieza a comprender más tarde

-como todos los jóvenes, yo vine

a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería

y marcharme entre aplausos

-envejecer, morir, eran tan sólo

las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo

y la verdad desagradable asoma:

envejecer, morir,

es el único argumento de la obra.

Ahí es donde yo me equivoqué, en no luchar. Di por sentadas muchas cosas que, en principio, parecían lógicas pero que, en el fondo, eran meros sinsentidos.

Que Julián me amaba lo demostraba diariamente. Su forma de actuar conmigo era de admiración, de respeto y de cariño. Siempre unidos, como los eslabones de una cadena. Fuertes si permanecíamos juntos, pero inútiles por separado. Un tándem de amor y respeto a partes iguales.

Pero nuestra cizalla fue Lucia, mi “amiga” Lucía. Ella se propuso envenenar mi mente hasta que la ponzoña estaba en mi corazón y ya era imposible eliminarla.

Y yo caí en su trampa como la niña consentida que era. No imaginaba que las personas podían ser crueles, malvadas o egocéntricas. Yo creía que el bien reinaba por el mundo y que las fechorías eran obra de las películas.

Y ahí estaba yo, a las puertas del bar “El Juli”. Nerviosa no, aterrada. Mi cuerpo temblaba como un flan y no era de frio.

La música sonaba dentro del local, la canción “Don´t Stop Believin´” de Journey que me animaba en mi nuevo propósito, y la gente entraba y salía del bar siempre con una sonrisa en la boca.

¡Qué fácil es reír, y cuánto trabajo me cuesta hacerlo!

Creo que hacía años que no reía con ganas. De esas risas que no te dejan ni respirar y que te hacen llorar. Yo he llorado pero por otros motivos, no por la risa.

Entré al local  y una semioscuridad me hizo tambalearme. Mis ojos tendrían que acostumbrarse a lo lúgubre del lugar.

Tras unos segundos empecé a enfocar la mirada. El bar estaba bastante concurrido, y las conversaciones de los clientes se juntaba con la música del local.

La música era muy del estilo de Julián. Rock, jazz, metal suave, parecía estar en la habitación de casa de Julián.

Mi mente me trasladó a esos momentos, los dos juntos, besándonos en su cama, mientras sonaba de fondo “Parisienne Walkways” de Gary Moore o “Is this Love?” de Whitesnake o “Hysteria” de Deff Leppard que me vienen ahora a la memoria. Siempre en tandas de tres. Julián, a veces, se separaba de mí y me decía, “escucha este punteo”. Y yo me reía de sus gestos mientras la música nos acompañaba.

¡Qué tiempos!

¡Qué estúpida fui!

Pegué un vistazo al local para encontrar una mesa libre donde poder sentarme.

Por fortuna, encontré una en un rincón y con poca luz, donde podría esconderme de Julián.

Intenté buscarlo con la mirada, pero había mucha gente en la barra y no se veía nada.

-          ¿Qué va a tomar?

Las palabras dulces de una chica me sobresaltaron.

-          Una cerveza, por favor.

-          Muy bien.

Me quedé mirando a la camarera. ¿Sería la hija de Julián?

Era muy guapa y con buen cuerpo. Todos los hombres trataban de entablar conversación con ella y, esta, los despachaba alegremente, en unos casos, y con cierto carácter en otros.

Continué con mi labor de espionaje y lo encontré, pinchando música. Lo reconocería en cualquier lugar. No había cambiado mucho en su aspecto, salvo en la cara más demacrada y un poco arrugada. Se movía como pez en el agua en la cabina y combinaba las canciones con servir a los clientes. Era un hombre que atraía miradas, al menos la mía sí.

Cuanto más le miraba, más me entristecía el haber actuado de la manera que lo hice. Al menos tenía que haber intentado hablar con él, pero Lucía me sugirió esperar a que se pasara la tormenta, y fue peor.

-          Aquí tiene.

Otro susto de la chica aquella.

-          Lo siento- se disculpó- creía que me había visto.

-          No te preocupes, estaba distraída.

-          ¿Conoce a Julián?- dijo la camarera.

-          ¿Eh? No, no.- mentí- me recuerda a alguien de la adolescencia. ¿Eres su hija?

-          ¡No, qué va! Trabajo aquí de camarera. Julián me dio trabajo en un momento malo de mi vida. Él y Puertas, digo Alberto (un cliente) me ayudaron mucho y desinteresadamente. Les estoy muy agradecidos. Julián no es mi padre, pero es como un padre para mí.

-          ¿Así que Alberto es cliente del bar?

-          ¿Lo conoce?

Me estaba descubriendo yo sola.

-          Sí, si es el que yo creo, es abogado, ¿verdad?

-          Sí, es él. Está ahí mismo. ¿Quiere que lo avise?

-          No, no te molestes. Seguramente no se acordará de mí. –intenté disimular-

-          Perfecto. Si quiere algo más, me lo pide.

Me tomé la cerveza sin dejar de mirar a Julián. Sus movimientos en la barra y sus conversaciones con los clientes… tenía la misma forma de actuar que cuando nos conocimos. Era como volver al pasado.

¡Qué estúpida fui!

Y así pasaron los días. Y todos y cada uno de ellos tenía que ir al bar para ver a Julián. Era como una droga. Después de mis reuniones y mi trabajo, necesitaba relajarme viendo al que, sin duda, era el amor de mi vida. Siempre lo supe.

Lara, la camarera, siempre me atendía con una sonrisa en la cara. Cogimos algo de confianza y ella me contó cómo la rescataron Julián y Alberto. Fue una historia muy en la línea de los dos, caballeros andantes sin armadura.

Yo nunca le conté porqué acudía diariamente desde el miércoles de la semana anterior al bar ni porqué me situaba siempre en una mesa oscura y alejada. Imagino que alguna idea tendría, las mujeres somos muy listas para hilvanar hechos.

Mi plan tendría sentido si no me dejaba ver ante Julián y, aunque me muriera de ganas de abrazarlo y besarlo, tendría que ser precavida y esperar a que la fruta madura cayera al suelo. Solo era cuestión de paciencia.

HISTORIAS DE BARES. Episodio 4

Martes, 13 de noviembre de 2007

20:00

Lara.-

Apenas llevaba un par de  horas abierto el local cuando entraron dos agentes del Cuerpo Nacional de Policía, sudando, con la cara roja y la respiración entrecortada, seguramente de correr.

Ambos, parecían atletas, un metro ochenta  u ochenta y cinco mínimo. Se les veía fuertes, espaldas anchas,  se adivinaba la dureza de sus músculos, seguramente serían pura fibra.

Me fijé en ellos inmediatamente. Soy mujer y estoy viva, claro que me fijo en los culos de los tíos y en sus cuerpos. Me sorprende la imagen que tienen muchos hombres de las mujeres. Al parecer tienen la creencia de que la mujer solo sirve para  limpiar la casa, hacer la comida y dar a luz a sus hijos. Yo no soy así, ni de coña.

Mi madre siempre me decía: “Hija, haz lo que sea, lo que haga falta, trabaja, estudia, pero no permitas nunca que tu vida dependa de un hombre”. Y yo siempre hice caso a mi madre.

Trabajo duro, vivo sola y sí, soy independiente. Me he forjado una vida de la que me siento muy orgullosa. Puede que no tenga carrera, ni estudios altos pero me preocupo en estar al corriente de lo que sucede a mi alrededor, en leer, en aprender y en mejorar cada día que pasa. Puede que no sea una chica de la alta sociedad, sofisticada y chic pero no soy idiota.

También sé cocinar, planchar y lavar… para mí. Ah, se me olvidaba, también me gusta darle gustitos a mi cuerpo y no me importa encamarme con un hombre una noche, una semana o un mes pero sin compromiso alguno.

Como iba diciendo, entraron sofocados los dos maderos. Me dispuse a atenderles con la mejor de mis sonrisas mientras en el equipo sonaba la canción “Breaking the law” de Judas Priest. “Qué oportuno”, pensé.

-Buenas tardes, señorita, -dijo uno de los dos macizos- ¿ha visto entrar en el local a un tipo con unos pantalones vaqueros o chándal negro, tres cuartos mimetizado del ejército y una máscara que solo le dejaba a la vista los ojos?

-¿Aquí?, pregunté

-Sí, aquí, -respondió el compañero del anterior- ¿dónde va a ser si no?

-Ya, entiendo. No, no he visto a nadie

-¿Está segura? –reincidió el agente preguntón.

-Pues claro que estoy segura. ¿cree usted que con esa descripción no lo habría notado? Por si no se ha dado cuenta, no hay nadie ahora mismo en el local –expuse, mientras Rob Halford gritaba a pleno pulmón “breaking the law, breaking the law”-

-Llevaba una bolsa negra, señorita –volvió a intervenir el primer agente que me preguntó-

-Ah, entonces sí que le he visto –ironicé mirándole a los ojos y sonriendo-

-Mire usted,- elevó su voz el agente questions- esto es muy serio. Tenemos muchas quejas vecinales de varias pintadas que se están haciendo en el barrio. Hace quince minutos hemos pasado por esta calle y las fachadas estaban limpias y hemos recibido un aviso de un vecino que ha visto a una persona vestida con la descripción que le hemos dado pintando las paredes con un espray negro. Cuando hemos regresado, ahí estaban las pintadas y el tipo que las ha hecho ha empezado a correr cuando le hemos dado el alto, venía en esta dirección y le hemos estado persiguiendo, ha tenido que esconderse en uno de estos locales.

-Normal –señalé lo evidente-

-¿Cómo dice usted?

-Pues que es normal que corra un hombre que ha hecho algo malo cuando la policía le da el alto ¿no?

-Mira, guapa, te estás jugando un paquete bien gordo como sigas sin colaborar

-A ver si me aclaro. Tú, agente preguntitas, debes ser el poli malo y tú, agente finolis, el poli bueno. ¿a que sí? ¿a que no me equivoco?. Mira, os lo voy  a decir bien clarito para que toméis nota. Aquí no ha entrado nadie en las últimas dos horas, ni con la descripción que me habéis dado ni con ninguna otra vestimenta. Si queréis, os puedo servir unas copas, unos refrescos, un vasito de agua o lo que queráis. Pagando, claro. El vasito de agua no os lo cobro.

-¿Sí, o qué? –se quitó la careta el educado- ¿te importa si echamos un vistazo?

-¿Al local o a mí? –les miré fijamente a los dos –porque si es a mí, ya os digo que no me van las porras de los maderos.

-Al local, por supuesto.

-Haced lo que tengáis que hacer, pero no molestéis al personal –vacilé definitivamente a los dos policías-

Diez minutos después, los dos agentes se dieron por vencidos tras inspeccionar el local y los aseos.

-¿Una cervecita? –inquirí socarronamente.

-No, gracias –dijo el poli bueno, estamos de servicio.

-Una lástima –me quejé- al final no voy a hacer caja hoy. Debe ser por el día que es. Qué mala suerte tengo, leche.

-Más de la que te crees –indicó el poli malo, con una sonrisa cínica mientras se marchaban ambos-

-Buen servicio –me despedí de ellos-

No me respondieron. “Lógico” me dije, han perseguido al tipo, piensan que ha entrado aquí y se van con un palmo de narices.

Me serví una tónica mientras pinché la canción “El pobre” de Barón Rojo. Empezaba a entrar gente y ya tocaba trabajar. Por lo menos tendría tajo hasta las 00:30.

Fue una buena noche. Había empezado un poco jodida cuando “Puertas” entró corriendo en el local y se escondió en la puerta oculta del almacén que estaba detrás de las cajas de bebidas  mientras ponía su dedo índice en los labios y me guiñaba un ojo. “Shhhhhh”

Sonreí varias veces durante la noche, pensando en los dos pobres agentes volviéndose locos mientras Albert estaría en el tejado para luego irse por la parte de atrás del local.

Al parecer era noche de “binomio de acción ejecutiva”. Es decir, Albert y Jose habían quedado para hacer alguna de las suyas esa noche. Seguramente Jose le estaría esperando con el coche en otro sitio.

“Binomio de acción ejecutiva” y lo que hacían era joder las paredes limpias del vecindario.

Hay que ver los nombres tan complicados que se buscan los hombres cuando se buscan una excusa para quedar a tomar algo. Qué complicados son los jodíos.

Se fue el último de los clientes, puse la última canción “Rock and roll” de Led Zeppelin y , cuando terminó, barrí el local, recogí las sillas, apagué el equipo, las luces y eché el cierre del local.

Pude ver cómo arrancaba un coche de la policía y se iba. Habían estado esperando hasta el cierre por si mentía. Menudos. Se ve que no se fiaban de mí. Entonces me di la vuelta y viendo la fachada entendí lo que quería decirme el policía cuando sugirió que yo tenía más mala suerte de la que me creía. En la pared, con letras negras figuraba dibujada la siguiente inscripción.

“Cuidado: La policía está suelta y es peligrosa”.

Qué cabrón, “El Puertas”. Verás mañana la gracia que le va a hacer al “Juli” la bromita. Conociéndole como le conocía se iba a cagar en todo lo que se meneaba. No pude evitar reírme, y dirigiéndome a casa, pensé para mí: “Este hombre me va a volver loca”.

CAPÍTULO XX

DÍAS DE VINO Y ROSAS

Revólver (4:21) 1.992

Miércoles, 14 de octubre de 2015

20:00

Julián.-

Lo cierto es que la vida sigue. Como dice la canción de Kansas,  “All we are is dust in the wind”. Sí señor, eso es lo que somos, polvo en el viento. Poco importa si el viernes te queman el local y el fin de semana trabajas, el lunes tienes que atender las demandas de los propietarios de la emisora.

Soy de los del “business is business”, de naturaleza pragmática y tendente más a la acción que a la teorización. Tenía ante mí todo un negocio que podría reportarme un doble beneficio: económico y social.

Ser nada menos que la voz de los anuncios de una conocida academia de idiomas. Podría ser un primer paso a algo más allá.

Albert me estuvo asesorando y garantizándome que él estaba controlando todo el proceso de contratación “Fíjate que quien está detrás de todo el negocio es tu amiga Lucía”.

No era santa de mi devoción Lucía, ni por su pasado, ni por su presente. Solo sabía de la fama que tenía cuando era más joven y no era precisamente la de crack en el estudio de las opciones de mercado o en la Tesis que revolucionara el estudio de la publicidad.

Pero, como dije anteriormente, Albert estaba detrás y eso era toda una garantía.

También me escamaba no conocer al propietario de la academia pero entendí que una persona tan ocupada debía delegar en otras personas los asuntos menores como debían ser los anuncios que emitiera una emisora local.

Así que no tuve muchos reparos cuando acudí a las 17:00 al despacho de Albert. La verdad,  todo el asunto se ventiló en apenas media hora. Al parecer, el trabajo legal había sido magnífico y meticuloso  bien acompañado por la exquisita presentación ideada por Lucía.

Durante un breve instante me fijé en la manera de moverse de Albert. Serio, silencioso, usando un lenguaje culto y apropiado. Me sorprendí pensando que nunca valoré debidamente a la persona que tenía ante mí.

En mi limitada visión egoísta, ese hombre trajeado era “Puertas”. “Puertas” con traje, pensé, mientras se revelaba una sonrisa en mi cara. Ya veis, acostumbrado siempre a verle con pantalón, vaquero, tres cuartos de cuero negro, las botas militares y un bate de béisbol, ya podéis imaginaros lo desconcertado que me sentía.

Pero, no. Estaba claro que tendría que cambiar la opinión que me hice de él todos estos años.

Una vez leídas y aceptadas todas las estipulaciones firmamos el contrato por triplicado ejemplar y  a un  solo efecto. Me surgió la duda de preguntar a Albert ¿qué significaba  “un solo efecto”?, solo por hacer la gracieta, ya me entendéis pero visualicé a Albert  diciendo algo tan borde y brusco como “firma ya, gilipollas” y desistí de hacer la broma. Lo mío es la música no los monólogos ocurrentes.

Tras el protocolo contractual sugerí a mis jefes, a Lucía y a Albert ir al bar a tomar algo. Tampoco era cuestión de montar un fiestorro pero qué menos que un par de copas. Mis jefes y Lucía se borraron de la invitación bien porque no les apetecía venir bien porque, según ellos, tenían que ultimar la campaña de publicidad con Lucía.

“Ya, ya”, pensé ladinamente, “la que os va a ultimar va a ser esta dame. No sabéis dónde os habéis metido”.

Total que quedamos “Puertas” y yo mirándonos  de manera cómplice.

-¿Qué, “Puertas”? ¿nos piramos al local y lo celebramos?

-Mejor hacemos otra cosa, si no te importa.

-Pues tú dirás

-Déjame que vaya a mi casa y  me cambie. Aviso a Fran y nos pasamos los dos al garito a las 20:30, ¿qué me dices a eso?

-Cojonudo. Me paso yo también primero por  el chalet y me adecento un poco. Joder, me va a encantar brindar con Fran.

-Pues venga, a las 20:30 en “El Juli”.

Tal y como prometí me fui a casa, me duché, guardé la copia de mi contrato “a un solo efecto” y me cambié de ropa. Quería estar presentable si iba a venir Fran, ya no nos veíamos tanto como en los buenos viejos tiempos.

Así pues, llegué a 20:15 al local. Lara estaba en la barra y me sonrió.

-Buenas noches, “señor de los anuncios”. Ya me han dicho que te vas a hacer de oro.

-Ponme un tercio, Lara, ya sabes, Mahou clásica, etiqueta verde y mete más en la nevera que va a venir “Puertas”.

-Marchando, jefe –soltó mi querida Lara-

Cómo cambian las cosas, recuerdo que fui muy escéptico cuando Albert me aconsejó contratar a Lara como camarera. “Este lo que quiere es tirarse a esa chiquilla”, confieso que pensé pero el tiempo le había dado la razón al “abogado” una vez más.

Eficiente, trabajadora e inteligente. Manejaba el bar como si lo hubiera llevado toda la vida. Sonaba “Stay with me” de Faces, cuando Rod Stewart era la voz y Ron Wood el guitarrista de la banda. Poco después de que ambos  abandonaran la “Jeff Beck Group” y solo un poquito antes de que Rod montara su propia banda y Ron se fuera con los Stones.

Justo entonces la vi.

Eran las 20:30 en punto. Ni un minuto más, ni un minuto menos.

Era ella, Amaia… mi Amaia. Llegando a la hora exacta de la cita. Preciosa, divina, hermosa, como siempre la soñé.

-Por fin llegué, Julián, ¿Puedo pasar? –preguntó-

¡ CRACK!

Viernes 27 de noviembre de 2015

19:00

Lara.-

Me gusta servir copas y me gusta pinchar música. Este oficio tiene algo que me atrae, de alguna manera me hace sentir que afecto a la vida de las personas. Cuando veo a la gente bailar al son de la música que pongo, poniendo esas caras de felicidad, rozándose unos con otras (o unas con otros ¿qué más da?) danzando, girando, representando la pequeña historia que para cada uno de ellos significa cada canción, me doy cuenta que disfruto y que la vida me hace un guiño.

Pero no todo es un camino de rosas cuando se está detrás de una barra de bar. Por lo general ves la vida de otras personas en sus momentos de ocio, cuando más se desinhiben, y eso te enseña algunas cosas que no se aprenden en las aulas pero también hay un lado menos enriquecedor. También ves pequeños dramas.

Una persona llorando porque la han despedido, o un adolescente que no consigue encontrar una chica que le haga caso, unos pardillos que entran por primera vez al local ataviados con sus cazadoras vaqueras, muñequeras de clavos, pendientes cruciformes como si el rock fuera toda esa parafernalia. Pero de todas las tragedias que puedes ver tras la seguridad emocional que proporciona una barra de bar quizás la más triste sea la de ver una relación rompiéndose. Eso fue lo que pasó aquel día.

Julián y Amaia mantenían una relación desde hacía casi un mes y medio en la que estuvieron a punto de morir de diabetes. Estuve a punto de comprar un buen suministro de insulina por las muestras de amor que se profesaban.

Más que amarse parecía que no podían estar separados ni en tiempo ni en espacio, ni un milímetro, ni un segundo. A veces resultaba cargante. Sobre todo cuando quedaban con Albert y Fran.

Se acostumbraron a salir los cuatro juntos y siempre quedaban en el bar. Os seré sincera, me sentaba como una patada en mis partes. Ahí estaban Julián, Amaia y Fran riendo como descosidos y Alberto con una sonrisa de circunstancias, como si estuviera de prestado. Me recordaba a Wally en una viñeta, rodeado de gente, pasando desapercibido  pero, una vez localizado, sí, ese era Wally. El personaje que desentonaba.

De vez en cuando se acercaba a la barra para pedirme una ronda y yo le preguntaba

-¿Qué tal Puertas?

-Ya ves, Larita, de rollito “Urba” –y me guiñaba un ojo-

Siempre que venían al bar, Alberto se marcaba un baile con alguna canción que le gustara. Era su manera de desconectar de un ambiente que no le convencía mucho. Si lo sabría yo que le tenía más que calado. En esos momentos, dejaba de ser Alberto y se convertía en un niño feliz.

Trabajar con una persona hace que, a la larga, le conozcas muy bien. Sabes cuándo está bien, cuándo está triste o agobiado, y cuando necesita evadirse. Yo sabía cómo era “Puertas”, probablemente mucho mejor que su esposa. Yo aceptaba a ese hombre tal y como era, porque es así como se ama mejor. Hay frutos que no necesitan aditamentos para mejorar su sabor. Alberto era uno de esos frutos. Te llenaba totalmente solamente dejándole ser él.

Fran siempre estaba atenta, por supuesto. Se le notaba el amor que sentía por su marido, la profunda entrega que ofrendaba a Alberto. Pero, me daba la impresión, de que necesitaba que aquél hombre encajara en el círculo social en el que ella se había criado.

Albert se dejaba hacer, oía las conversaciones, participaba en el encuentro y cuando daba su opinión los dejaba reflexionando. Alguna vez, me dirigía la mirada y me hacía alguna mueca con su cara, colocando su mano derecha en la comisura izquierda de su labio, tapando la boca y riéndose como si ocultara el regocijo que le proporcionaba la ocurrencia que había tenido con sus acompañantes. El gesto era tan ostentoso, tan claro que, por fuerza, debían notarlo Amaia, Fran y Julián.  Era como si quisiera decir “No tenéis ni puta idea de lo que habláis”.

Ese gesto incomodaba muchísimo a Fran, sobre todo porque siempre me lo dirigía a mí, como si tuviéramos un lazo especial entre nosotros que Fran no podía ver pero sí sentir. Claro que yo no me cortaba y siempre procuraba que el malestar fuera un poquito, solo un poquito, más elevado.

Pinchaba una canción que le gustara a Alberto, dejaba la barra a la camarera de refuerzo que venía los fines de semana y me iba a la pista de baile a marcarme un “dancing” con mi hombre.

No me insultéis, leñe, era el único momento en el que podía estar con mi amor. ¿Cuántos podía tener? ¿Cincuenta, sesenta y tres breves fogonazos para recordar toda mi vida? Canciones que me ataban a él, a su alma algo con lo que poder llorar en mis noches frías.

Aquella tarde el desastre se avecinó en forma de un hombre que, sin ser de los habituales, sí era de los más apreciados por Julián. Un hombre que, solo con su presencia, lo jodió todo. Quiero decir, a ellos, claro. A mí me vino hasta bien.

Julián.-

Aproximadamente un mes llevábamos Amaia y yo quedando casi diariamente en el bar. A veces solos, a veces con Albert y Fran, pero siempre pendientes de nosotros.

Nuestro primer encuentro fue extraño. Prácticamente no hablamos. Nuestras miradas lo decían todo.

Dolor, miedo, arrepentimiento, dudas, amor y felicidad.

-          Julián, lo siento mucho.

Un beso selló la reconciliación.

Decidí olvidar lo ocurrido y darle la bienvenida, de nuevo, al amor.

Amaia me dejó claro, desde el primer momento, quién era ella.

Me sorprendí al saber que era la gerente de la academia de inglés a la cual yo pondría voz en su cuña publicitaria.

No es que Amaia no fuera una mujer capaz de emprender un negocio de esa envergadura, lo era. ¡Claro que lo era!

Lo que me llamó la atención era que, después de tantos años, hubiera pensado en mí para hacer la publicidad.

Yo le conté mi vida. En cinco minutos terminé de relatar mis momentos más significativos. En cambio Amaia me habló de Juan Carlos, de las infidelidades de él desde casi el comienzo de su matrimonio.

Cuando me habló de sus hijos, Julián y Fernando, mi corazón se detuvo.

-          ¿Le pusiste Julián a tu hijo?

-          Sí.

-          ¿Y Juan Carlos no dijo nada? ¿Lo aceptó sin más?

-          Fue mi única condición para acceder a quedarme embarazada. Claro que se negó pero, teniendo en cuenta que a partir de ese momento me podría tener controlada y que yo no quería tener un hijo aún…. No le quedó más remedio que tragar con el nombre.

-          Pero el nombre…- no me dejó terminar.

-          Si, el nombre lo elegí por ti. Siempre he creído que los nombres propios te gustan más o menos en función de las personas con los que los relacionas. Así que, ¿qué mejor nombre que el de la persona que me quiso tanto en mi adolescencia?

-          Y te sigo queriendo Amaia. No te he podido olvidar.

Los días eran maravillosos desde que Amaia volvió a mí. Sus besos, sus caricias…todo me recordaba a esos momentos en los que fuimos el uno del otro. Y volví a ser feliz. Volví a sonreír y a mirar el mundo de otra manera.

Pero ese día, el 27 de noviembre de 2015, mis dudas surgieron de nuevo.

Esa tarde Amaia y yo habíamos quedado en el bar a las 11 de la noche pero ella, como buena “novia”, decidió pasarse por allí y saludarme al salir de trabajar.

Nada más entrar por la puerta la vi y me lancé sobre ella para besarla.

-          ¡Pero que sorpresa más agradable, amor!- le dije.

-          No me hacía a la idea de no verte hasta la noche y he pensado visitarte 5 minutos. ¿No te molesta verdad?

-          ¿Me estás preguntando si me molesta que la mujer más increíblemente guapa se pase por mi bar a saludarme? Me ofende que lo pienses siquiera.

Amaia tan sólo se quedó un par de canciones, en las cuales nos dimos todo el amor que no nos habíamos dado en las últimas….¿15 horas?

Pero lo bueno siempre se hace breve, y Amaia se despidió de mí tras una serie de besos cortos y rápidos como si de una metralleta se tratara. Daba dos pasos y se giraba a saludarme, daba dos pasos más y me tiraba un beso con la mano, daba dos pasos más y, tras susurrarme un “te quiero”, se topó con Fer, uno de mis parroquianos y al que, pese a sus intermitentes visitas, le había tomado cariño.

Se quedaron mirándose mutuamente, como si intentaran resolver algún tipo de duda. Sus miradas, con los ojos bien abiertos, se posaban sobre los ojos del otro.

Finalmente Fer sonrió y comenzó a hablar en tono amigable.

Amaia estaba anonadada, con cara de incredulidad y escuchando lo que mi cliente decía con cierta preocupación.

Imagino que Fer habría visto en mi chica una posible víctima para sus labores poco éticas. Yo sonreía viendo como Fer intentaba conseguir casi un imposible. No me imaginaba a Amaia yéndose con ese hombre estando yo ahí presente. O al menos eso pensé porque, tras un primer instante de escepticismo en el semblante de Amaia, esta se recuperó y tiró del brazo de Fer hasta que lo condujo a un rincón del local.

Este hecho no me gustó nada. No por celos, aunque he de reconocer que también, sino por el actuar de Amaia. Había arrastrado a Fer a un rincón y ahora hablaba ella y gesticulaba con los brazos mientras él escuchaba sin parpadear. No era la actitud de una persona que se acaba de topar con un desconocido, o sea que debían conocerse.

No duró mucho la charla de Amaia. Ambos se separaron, Amaia se dirigió hacia la salida y Fer hacia la barra, donde me dispuse a atenderle.

-          Buenas tardes Fer.

-          Buenas Julián. Ponme una cervecita.

-          Marchando. ¿Problemas?.- le pregunté dirigiendo mi mirada hacia la salida y moviendo mi cabeza en esa dirección.

-          Si, bueno no. No se Julián. Las mujeres son muy complicadas de entender.

-          ¿Y eso? ¿Te ha dado calabazas?- dije yo sintiéndome algo aliviado por la cara de mi cliente.

-          ¿Calabazas? No, ¡qué va! ¿Te acuerdas de la historia que te conté?

-          ¿La de la tía que te humilló?

-          Sí, esa.

-          ¿No me dirás que fue esa mujer? Parece más mayor que tú.

-          No, ella no fue esa mujer. Ella fue la mujer casada con la que volví a tropezar. La última mujer de la que me enamoré. La verdad que la he visto y la he reconocido enseguida. Y bueno… he pensado que, con lo puta que era, no estaría mal recordar orgías pasadas. Ya me entiendes… jajaja.

-          Si, jajaja- en verdad quería arrancarle la lengua a ese mal nacido.- No te preocupes, quizás la veas por aquí otro día.

-          ¿Quién sabe Julián? Quizás me deje encularla y todo.

Me alejé de mi cliente para no ahogarle con mis propias manos. Pero, tras un rato, empecé a pensar en Amaia y yo, y en nuestro futuro.

Las cosas no estaban tan claras como yo creía.

Amaia.-

-          ¡Ostras! Perdón.

Sólo a mí me podían pasar estas cosas.

Estaba haciendo el tonto con Julián, beso al aire, saludito picante… que al girarme choqué con un hombre bastante fuerte, en apariencia.

-          No te preocupes, no ha sido nada...... ¿Amaia?

El golpe me dejó medio aturdida y tardé en reaccionar. Levanté la vista y vi al segundo hombre que menos me apetecía ver en esos momentos.

-          Sí, soy Amaia.

-          ¿No te acuerdas de mí? Soy Fer.

-          ¿Fer?- con un poco de suerte, podría hacerme la despistada y salir viva de ese encuentro.- No caigo.

-          No me lo puedo creer. ¿Cómo no te vas a acordar de mí? ¡Joder, con la de corridas que nos hemos pegado juntos!

El mundo es un pañuelo, Amaia. ¿Por qué no vamos a tomar una cervecita a la barra y vemos la manera de volver a jugar juntos?

Este momento ya no se sostenía, lo mejor era dejarle a Fer las cosas claras. Le cogí del brazo y le aparté hacia un rincón, asegurándome que Julián no viera la escena. Di un vistazo rápido hacia la barra y me pareció que mi hombre ya no estaba.

Serían sólo cuatro palabras directas para aclararlo todo.

-          Mira Fer, ahora mismo no tengo tiempo ni ganas para jugar a los adolescentes contigo. Me juego mucho como para arruinar mi vida por un polvo de mierda. No quiero tomar nada contigo, ni quiero follar, ni chupártela, ni nada. Es más, si nos volvemos a cruzar, no me dirijas la palabra. Lo que pasó, pasó. Y fue bueno, pero ya no pasará más.

-

No le di tiempo de réplica, me fui hacia la salida y, antes de salir, pude ver como Julián y Fer conversaban como dos amigos.

Viernes 27 de noviembre de 2015

23:10

Amaia.-

Llegué un poco tarde a la cita con Julián.

Era normal en mí ser impuntual pero, teniendo en cuenta que Julián estaría entretenido poniendo música, no creo que esta vez le importara mucho.

Entré y enseguida localicé a Julián. Estaba poniendo música y disfrutando de lo lindo.

Nunca he sabido porqué le gustaba tanto pinchar música. Sabía que le gustaba la música y que sus gustos son variados, pero una cosa es poner música para escucharla tú, y otra es intentar contentar a todo el mundo poniendo las canciones que quieren oír. Debe ser estresante sentir las miradas de la gente cuando pones, a tu parecer, un temazo y la gente se queda fría al escucharlo. Pero, en fin, seguramente será defecto profesional por estar en la radio.

Me acerqué a la barra y le pedí a Lara una cerveza.

-          ¿Parece que está animado esto hoy, no Lara?

-          Estamos a tope. El que está de mala hostia es Julián. No sé qué le pasa esta noche pero esta tarde estaba la mar de contento.

Empecé a sospechar que quizás Fer se había ido de la lengua con Julián. No podía dejar que se hiciera ideas equivocadas. Ya no tenía tiempo que perder con él y, si le dejaba pensar, podríamos salir mal parados. Salí corriendo a donde estaba mi Julián para hablar con él.

-          Hola cariño, está muy lleno hoy el local.

-          Sí, Amaia.

-          ¿Te pasa algo?

Julián dejó la mesa de mezclas y me hizo un gesto para que lo siguiera. Nos metimos en su despacho, un cuarto pequeño con una mesa y una silla donde se acumulaban albaranes y facturas. Julián cerró la puerta y me besó.

-          Amaia, te quiero mucho, pero creo que es mejor que dejemos lo nuestro.

-          ¿Pero qué coño dices Julián? Me ha costado mucho llegar hasta ti y no pienso perderte ahora. ¿Qué te ha dicho ese hombre?

-          No me ha dicho nada anormal. Sé que tuviste una aventura con él, y no te juzgo, el cabrón de Juan Carlos se lo merecía.

-          ¿Entonces?- no entendía nada.

-          Ese hombre es importante para ti.

-          ¿Qué dices? Fue una aventura, nada más.

-          Entonces, ¿por qué tu hijo pequeño lleva su nombre, Fernando? Igual que el mayor lleva mi nombre porque, según tú, era el nombre de una persona importante para ti, Fernando debe su nombre a otra de esas personas especiales.

-          Mira Julián, Fer es el padre de Fernando. Él no lo sabe y me gustaría que siguiera siendo así. Fue una etapa un poco rara de mi vida, estaba perdida y mi marido no paraba de engañarme y de humillarme. Cuando conocí a Fer sabía que sólo sería un rollo, nada más. Pero me quedé embarazada y decidí tenerlo y alejarme de ese hombre. No significó nada para mí. Te lo juro. Si ese es tu problema, no padezcas que Fer no será un estorbo en nuestra relación.

-          ¿Y cómo puedo estar seguro de eso? ¿Cómo puedo saber que no hay otro Fer por ahí? ¿Cómo puedo saber que el que hoy es tu primera opción, mañana pasará a un segundo plano?

-          ¡No me puedo creer lo que estoy oyendo! Estoy aquí, contigo, después de 20 años de pensar en ti continuamente. De amarte en silencio, deseando que te encontraras bien. ¿Qué quieres que te diga para que te des cuenta que te amo? No hay día que no me arrepienta de haber llegado tarde a nuestra última cita. Ni un solo día he olvidado el vacío que debiste sentir al no llegar a tiempo.

Julián puso sobre la mesa una caja en forma de corazón y procedió a sacar de ella unas braguitas que reconocí de inmediato

-          ¿Recuerdas estas braguitas, Amaia. Te suenan de algo?

-          ¿Cómo las has conseguido?

-          Me las dio Juan Carlos antes de tu cumpleaños. ¿Sabes lo que significa eso, Amaia? Significa que Juan Carlos tenía razón cuando me dijo que ya te había follado. Significa que estuve esperando como un gilipollas en la parada del autobús a que el amor de mi vida viviera a recogerme cuando la puta realidad es que estaba esperando un sueño que ya se había desvanecido.

-          Pero, pero, Julián, eso no …

-          No, no, Amaia, déjame terminar ¿vale? Ahora veo a Fer y veo a tus hijos pero a ti no te veo. Nunca te he visto venir, nunca. Y ya no importa, las cosas como son. Pero me surgen dudas porque ¿de verdad tengo que esperarte siempre? ¿19 años después me toca volver a esperar? ¿Y si vuelves a llegar tarde, y si no llegas?

Amaia, yo no puedo estar pendiente de tus reacciones. Ya somos mayores para saber si vamos o venimos y jamás vienes a tu hora y cuando llegas siempre hay sorpresas. Bragas que me entregan, esperas infructuosas en paradas de autobús, palizas, huidas y caos. Hace 20 años podrías haber deshecho el daño que me hiciste y no moviste un dedo. Y ahora tengo miedo. Tengo miedo a volver a engancharme a ti y que tú decidas no venir. Mi corazón no soportaría volver a sufrir.

Por eso y por el amor que aún te tengo, creo que es mejor que dejemos esta relación ahora que todavía no nos hemos dañado.

Empecé a llorar desconsoladamente y me abracé a Julián. No quería perderlo. No ahora, después de luchar tanto por él y sentir que ya era mío. Pero no podía obligarle a estar conmigo si él no quería. No había manera de hacerlo cambiar de opinión. Mis peores presagios se habían cumplido, Julián no pudo olvidar mi pasado, nuestro pasado.

Nos besamos por última vez y nuestros labios sellaron la ruptura.

Al salir del local me topé con Albert, que entraba a tomar algo.

-          ¿Qué pasa Amaia?, ¿dónde vas?

-          ¡Se acabó Albert! Julián ya no quiere luchar por mí.

-          Vaya, vaya. ¿Así que los ricos también lloran?

-          ¡Gilipollas!

Lo último que necesitaba era una conversación con ese hombre.

Salí del “Juli” con el corazón roto y con la promesa de no volver a amar. Nunca más dejaría que me hicieran daño.

Claro está, a no ser que Julián recapacitara y volviera a mí. En ese caso, mi promesa quedaría rota en mil pedazos.

NOTA: Este relato continúa narrado por Turista