Una temporada en el campo
Un novelista en crisis creativa vuelve a la granja en el campo donde se crio
Como siempre, los personajes y las escenas son fruto exclusivamente de mi imaginación. Espero que os guste.
Ese año había sido un tobogán de sensaciones. Había terminado mis estudios de derecho, me habían publicado mi primera novela y me habían encargado una segunda. Estaba claro que no iba a ejercer como abogado, pero mi carrera como escritor estaba despegando. La vida parecía ser un camino de rosas.
Mis padres estaban divorciados desde hacía ya casi cinco años, pero su relación era buena y la mía con los dos no se había resentido. Así que no me podía quejar.
Pero cuando todo parece ser de color de rosa, de vez en cuando la vida te da una hostia para recordarte que nada es eterno. Mi padre había muerto de un infarto.
Mi madre y yo fuimos juntos al entierro. A pesar del divorcio, como digo, su relación era buena y la familia de mi padre se fundió en un abrazo con nosotros. Juntos lloramos por un hombre bueno.
Al volver a casa nos dejamos caer en el sofá, uno al lado del otro, en silencio. De repente mi madre pareció perder la entereza que había logrado mantener a duras penas y se abrazó a mí llorando.
Lloramos los dos abrazados. Proporcionándonos mutuo consuelo. Dejamos que las lágrimas se llevasen una parte del dolor que ambos sufríamos. Cuando logramos calmarnos un tanto, nos levantamos y fuimos cada uno a su habitación a cambiarnos. Después cenamos juntos, apenas dijimos unas palabras como si un muro nos separase. En realidad era el muro que los dos habíamos levantado en torno a nosotros mismos. Poco después nos despedimos con un beso y nos fuimos a dormir. No sé mi madre, pero yo tardé en lograr hacerlo.
A la mañana siguiente nuestro aspecto no era mucho mejor. Pero ambos sabíamos que la vida debía continuar y sin decir nada nos propusimos seguir adelante.
Yo ocupaba un despacho que había sido de mi padre para mi trabajo como escritor. Apenas había cambiado nada desde que él lo había dejado pues nuestros gustos eran bastante parecidos. Tan solo ahora las estanterías acogían mis libros en lugar de los suyos y el ordenador que hay sobre la mesa ahora es el mio.
A pesar de ser sábado, como cada día entré y me senté ante el ordenador. Mi rutina me imponía escribir durante una hora escuchando música chill-out muy suave. Y si el trabajo salía bien, lo haría un par de horas antes de tomarme un descanso para relajar la espalda y la vista.
Como siempre, me senté ante el teclado. Pero esta vez el fondo en blanco de la pantalla no me decía nada. Mi mente volaba una y otra vez al cementerio, a las caras largas de la gente, al olor a incienso, a la letanía del cura y las beatas respondiendo. No lograba concentrarme.
Apoyé la espalda en la silla y me dejé caer hacia atrás. Pasó casi media hora hasta que entró mi madre.
―Nesto. ¿Estás bien? ―preguntó preocupada.
―Depende que entiendas por bien ―contesté―. Está claro que no es una día cualquiera.
―Lo sé hijo. Pero me extrañó no oír la música de fondo.
―Es verdad ―dije yo cayendo de repente―. Pues mira como tengo la cabeza. Me había olvidado. Tal vez por eso no me sale ni una palabra ―admití señalando la pantalla.
Mi madre se puso a mi lado para mirar el blanco fondo de la pantalla.
―Ya veo. No eres capaz de sacártelo de la cabeza. ¿Verdad? ―dijo acariciándome la cabeza.
―Nada. No me sale nada de nada. No sé qué hacer ―admití.
―Pues déjalo. Sal a dar una vuelta e intenta despejar la cabeza. En la calle verás gente haciendo sus vidas y tal vez te ayude.
Me quedé mirándola a los ojos. Estaba preciosa aunque se notaba que había llorado. Ella no estaba mejor que yo. Sabía que a pesar del divorcio, todavía se querían. Tenía más de cariño que de amor, pero se querían. Y ella también lo estaba pasado mal.
―Tienes razón. Pues nos vamos los dos de paseo. Hoy te invito a comer fuera, que los dos necesitamos airearnos. Nos vamos a pasear y luego comemos. ¿Te parece
Pareció sopesarlo unos segundos, pero enseguida aceptó con una ligera sonrisa.
―De acuerdo, hijo. Creo que tienes razón. Espera a que me vista y nos vamos a dar un paseo.
Nos vestimos los dos para salir y nos fuimos a callejear sin rumbo. A veces veíamos sitios donde habíamos estado con mi padre y una nube pasaba por nuestros ojos. No decíamos nada pero ambos sabíamos lo que pensaba el otro. Vagamos por la ciudad durante un par de horas hasta que el olor que salía de un restaurante nos recordó que era buena hora para comer. Entramos en un sitio cualquiera, de hecho ya no recuerdo cuál fue, y nos sentamos a la mesa.
Seguíamos hablando de banalidades por no ahondar en lo que a los dos nos atravesaba. Comentamos nuestros trabajos, las vacaciones venideras. Mil tonterías para evitar el tema que a los dos nos rondaba la cabeza. Eso fue lo que le dio la idea a mi madre.
―Nesto. Estoy pensando una cosa ―me dijo mirándome fijamente.
―Tú dirás ―contesté mirándola a los ojos con atención.
―¿Por qué no te vas una temporada a la casa de los abuelos? El cambio de aires te puede sentar bien.
La casa de los abuelos era una explotación ganadera que había sido la casa familiar de mis abuelos, ambos fallecidos. A pesar de ello para toda la familia mantenía el nombre. Ahora solo vivían allí,y trabajaban, una tía hermana de mi madre y mi prima, su hija, de mi edad.
Ambas habían estado en el entierro y nuestra relación era muy estrecha. Nos queríamos mucho y era raro que al menos una vez o dos al mes no les hiciésemos una visita.
―¿Recuerdas lo bien que lo pasabas los veranos cuándo ibas durante todas la vacaciones? ―preguntó mi madre sacándome de mis ensoñaciones.
―Y tanto. Pero entonces aquello parecía un cuartel. Éramos ciento y la madre ―recordé yo―. Entre mis tíos y mis primos, además de los abuelos, éramos al menos doce personas.
―Y lo pasabas muy bien.
―Pues sí ―reconocí.
―Pues puedes llevarte el ordenador y pasar allí una temporada. A tu tía y a tu prima les encantará. Y puedes echarles una mano como entonces ―dijo sonriente al recordar aquellos tiempos ya lejanos.
―¿Crees que les importará?
―Estoy segura que les encantará tenerte allí. Ahora están solas y un poco de compañía siempre es de agradecer. Además no eres un extraño. Sois familia.
―Pero... ¿Y tú?
―Yo el lunes tengo que ir a trabajar. Así que voy a estar entretenida. Y el fin de semana puedo visitaros. ¿Qué te parece?
La perspectiva de dejar a mi madre sola me preocupaba, pero tenía razón. Ella estaría entretenida con su trabajo. Así que podía irme sin problemas.
―De acuerdo. Entonces iré a pasar unos días.
―Pues en cuanto lleguemos a casa llamo a Pilar ―Pilar es el nombre de mi tía. Y mi prima es Pili. Las manías de heredar los nombres…
La comida transcurrió más animada. Recordamos los viejos tiempos en que yo pasaba el verano en el pueblo y la vida parecía algo eterno. Las comidas familiares en que nos juntábamos más de veinte personas y todo eran risas, las jornadas de duro trabajo en el campo y las meriendas en medio de la jornada, cuando tomé mi primer vaso de vino. Había sido una infancia, unos tiempos muy felices.
Al llegar a casa, tras ponernos cómodos,llamamos a mi tía. En cuanto mi madre le preguntó si me acogerían unos días oí el grito de alegría de mi tía al aparato. Gritó tan fuerte que mi madre hubo de separar el teléfono de la oreja muerta de risa. Mi prima por su parte también pareció encantada de la noticia. Su marido había desaparecido cuando llevaban apenas un año casados a buscar tabaco y por lo que se ve, todavía no encontró el estanco. Mi tía llevaba viuda bastante tiempo debido a un accidente de tráfico y no se le había vuelto a conocer pareja nunca más.
El lunes mientras mi madre se preparaba para ir a trabajar, yo preparé mi maleta. Apenas un par de camisetas y varios calzoncillos, que en el pueblo no se anda de tiros largos. Cogí el maletín con mi ordenador, un par de libros y algún material de escritorio.
Mi madre me despidió con un beso pidiéndome que llevase cuidado a pesar de que el viaje dura menos de una hora y ordenándome que le enviase un mensaje al llegar. Prometí hacerlo y se fue sonriendo. Poco después yo metía mis cosas en el coche que había sido de mi padre y me puse en marcha. El día era soleado y el viaje resultó un paseo muy agradable.
Cuando llegué a la vieja casa no había nadie a la vista. Dejé el coche en medio de patio y encendí un cigarro mientras pensaba a dónde ir. La casa estaba vacía. Me alejé hacia el camino por donde antaño llevábamos el ganado al prado y no tardé en oír los cencerros de la vacas a lo lejos.
Aquel sonido me trajo viejos recuerdos. Guiándome por el sonido seguí por el camino hacia un prado que recordaba de mis tiempos de crío. Cuando llegué pude ver media docena de vacas pastando apaciblemente. Una docena de pasos ante mí estaba mi prima sentada en el suelo, distraída con un libro en su regazo mientras miraba el ganado. No había oído mis pasos amortiguados por la hierba.
―Tienes el mejor trabajo del mundo ―dije a mido de saludo en voz alta.
Al oírme se levantó de un salto y corrió para fundirse en un abrazo conmigo.
―¡Nesto! Que alegría tenerte aquí. No sabes cuánto me alegré al oír la noticia.
―Yo también me alegro de volver. Esto es maravilloso ―dije devolviendo el abrazo.
Nos besamos en la mejilla y después la miré separándome un poco.
―Mira la pastorcilla que elegante va ―dije mirándola de arriba abajo. Llevaba tan solo un pantalón vaquero y una camiseta.
―Anda ya, guasón. Si debo oler a vaca a kilómetros ―rio ella.
―A ver ―dije yo acercándome―. Pues no. Hueles a margaritas y a hierba recién cortada.
Pili soltó una de sus risas cantarinas que tanto me gustaban y se colgó de mi brazo.
―Mira que eres zalamero. ¿A las tías de la ciudad les dices que huelen a rosas?
―No. A asfalto y gasolina ―repuse yo provocando de nuevo su risa.
Nos sentamos un rato donde estaba ella cuando yo llegué, uno al lado del otro. Recordamos nuestra infancia, los juegos, las fiestas del pueblo cercano. Los tiempos en que la vida parece un viaje sin fin. Vi el libro que tenía en su regazo cuando llegué. Era el mio.
―Me lo tienes que dedicar. Me ha gustado mucho ―me pidió provocando que mi ego se hinchase sin medida.
―¿Ah sí?¿Y qué parte es tu favorita? ―pregunté sin saber muy bien porqué.
―Las escenas más picantes. Cuando el protagonista y su novia se ponen a hacer el amor. Te juro que son muy excitantes.
―Anda ya. Ya será menos ―a mí no me lo parecía.
―¿Menos? Te juro que con alguna me puse cachonda perdida ―rio ella dejándome desconcertado.
―¿Qué? ―pregunté asombrado. Creía haber escuchado mal.
―Que sí. La última me puso muy cerda. ¿De dónde sacas esas ideas? Eres un puto salido ―rio ella tan tranquila después de su confesión.
―Tú siempre tan sutil ―me reí yo.
―Las chavalas con las que sales en la ciudad serán muy finolis, pero aquí llamamos a las cosas por su nombre. Ya debías saberlo ―me reprochó sonriendo pícaramente mientras me hacía cosquillas.
―Lo sé. Y me gusta más así. Sin engaños. De frente siempre ―dije yo entrando en el juego de las cosquillas.
Un momento después estábamos enredados en el suelo buscando los dos un hueco por donde meter la mano para hacer cosquillas al otro. Volvíamos a ser unos niños de diez años. Pero ahora yo era un hombre hecho y derecho y ella una pedazo mujer con grandes pechos, cintura estrecha y unas caderas generosas. Su pelo negro estaba totalmente alborotado tapándole casi la cara cuando logré ponerme sobre ella sentado sobre sus caderas.
―¿Te rindes? ―pregunté todavía jugando mientras sujetaba sus manos contra el suelo.
―Nunca ―rió ella empujando sus caderas para librarse de mí.
Solté una de sus manos para separar el pelo de su cara. Ella aprovechó el momento para echar su mano hacia mi paquete y apretar para librarse de mí.
―Cabrona ―protesté―. ¿Te parece bonito? ¿A qué te aprieto yo una teta? ―amenacé bromeando.
―No tienes cojones ―me miró divertida, retándome.
―Anda que no ―dije yo mientras echaba mano a uno de sus pechos.
El tacto de su pecho era increíble. A pesar del sujetador se sentía suave a la vez que firme. Apenas lo apreté un poco, más por palparlo que para hacerle daño. Pude sentir que su pezón se erizaba. Sin soltar mi presa la miré a los ojos. Su boca estaba entreabierta y sus mejillas tenían un color sonrosado. La broma había desaparecido de sus ojos y me pareció ver un rastro de deseo. Sin poder evitarlo me incliné hacia ella y la besé despacio.
Al principio no hizo nada, pero unos segundos más tarde abrió un poco más la boca y dejó paso libre a mi lengua. No dudó en enredar su lengua con la mía en un apasionado beso. Su mano aflojó la presa sobre mi paquete y ahora lo acariciaba despacio provocando que mi virilidad despertase. Cuando el beso acabó levanté un poco la cabeza separando mi cara y volví a mirarla.
Sus mejillas estaban ahora totalmente arreboladas y su mirada destilaba deseo. Solté su otra mano. Esperaba que me diese un bofetón, pero la acercó a mi mejilla y me acarició.
―¿Ves? Así es como me ponen tus escenas ―confesó mirándome fijamente―. Me gustan mucho. Y me encantaría ser protagonista de alguna ―dijo bajando la voz mientras entrecerraba los ojos con lujuria.
Estaba a punto de besarla de nuevo cuando oímos un grito a lo lejos.
―¡Pili! ―era la inconfundible voz de mi tía―. Hay un coche en el patio. ¿Tú sabes de quién es?
Rápidamente me separé de mi prima y me senté a su lado mientras ella se incorporaba. Dejamos que mi tía se acercase más mientras recuperábamos el aliento.
―¡Si mamá! ―contestó gritando Pili―. Ven que te lo presento.
Un minuto después mi tía Pilar aparecía tras un seto. Al verme abrió los brazos y corrió a abrazarme.
―¡Nesto! Que alegría. ¿Cuándo has llegado?
―Hace cosa de quince minutos, tía. No vi a nadie y seguí el sonido de los cencerros. Supuse que alguien estaría aquí ―dije señalando las vacas―. Y encontré a Pili.
―Que gusto tenerte aquí. Vamos para casa que enseguida será hora de comer. Tenemos ya lista tu habitación. La misma de cuando eras niño ―dijo sonriendo―. Pili. ¿Llamas a las vacas?
―Claro mamá ―contestó mi prima cogiendo una vara del suelo. Después llamó al perro que dormitaba en medio del prado.
―A casa, Troy ―le gritó. El perro se incorporó de un salto y corrió a agrupar a las vacas.
Como una coreografía bien ensayada, los animales comenzaron a caminar pesadamente hacia la cuadra detrás nuestro. Íbamos los tres caminando con calma acompasando nuestro paso al de los animales mientras el perro correteaba por su lado para evitar que alguna se desviase del camino.
Mientras tanto yo iba poniendo al día a las mujeres de como iban las cosas por casa. Yo iba en medio de las mujeres y ellas me llevaban tomándome las dos de la cintura mientras yo pasaba los brazo sobre sus hombros. Podía sentir a mi derecha como la cadera de mi prima rozaba la mía sin disimulo prometiendo más escenas como la recién vivida.
Llegamos a la casa y mientras Pili encerraba las vacas, yo acompañé a mi tía a la casa para dar los últimos toques a la comida. Primero ella me acompañó a mi antigua habitación. En la parte alta de la casa un gran salón se abría en uno de los extremos del edificio. Una pared lo separaba de la zona de los dormitorios. Un largo pasillo llegaba al otro extremo dejando a un lado y otro las puertas de los dormitorios, ocho en total. El último de ellos había sido convertido en baño común.
―Ahora no hay que bañarse en la vieja tina de zinc. ¿Te acuerdas? ―preguntó mi tía con un deje de nostalgia en la voz.
―¿Cómo olvidarlo? ―reconocí riendo―. Parecía que seguíamos en la edad media.
Mi dormitorio era el último de la fila, justo enfrente del baño. La vieja puerta se abrió y volví a mis tiempos de infancia. La vieja cama de armazón metálico, el cuadro con un paisaje desvaído por el tiempo en la pared. Un armario de castaño con cientos de años a sus espaldas y una mesilla al lado de la cama. Como recuerdo de tiempos pasados, bajo la ventana un viejo mueble con una jofaina y una jarra para el agua de porcelana. Olía igual que siempre, a madera antigua y flores que siempre recuerdo guardadas en bolsas de tela en los armarios.
―¿Te acuerdas de tu habitación? ―preguntó mi tía suspirado.
―Está igual que siempre ―admití con la boca abierta por la sorpresa.
―Bueno. Ahora tienes un somier como dios manda y un colchón bueno. Aquellos rellenos de lana dejaban a una baldada ―recordó ella con una sonrisa evocadora.
La miré. Seguía casi igual que la recordaba. El pelo como siempre en una coleta, ahora con algunas raíces blancas, la piel tersa como una jovencita. Ella decía que era de lavarla solo con agua fría cada mañana. Su sonrisa soñadora recordando aquellos tiempos felices. Y sus brazos cruzados bajo el pecho ya algo caído por los años. A pesar de ello se mantenía delgada como siempre gracias al trabajo diario.
―Bueno. Te dejo que te acomodes mientras acabo de hacer la comida ―dijo como si volviese de un sueño―. Enfrente tienes el baño por si quieres darte una ducha.
Me besó la mejilla y se marchó presurosa.
Yo me senté en la cama disfrutando de los recuerdos y los olores. Podía oír las vacas entrando en la cuadra y a Pili dando órdenes al perro para que le ayudase. Volví en mí y guardé mi ropa en el viejo armario. Después entré en el baño y dejé mi neceser en un estante antes de darme una ducha.
Volví al dormitorio envuelto en la toalla y me vestí. Un vaquero y una camiseta era suficiente. El calor del mes de mayo anticipaba el verano y la temperatura era agradable. Después bajé a la gran cocina comunal que era el centro de la casa. Una gran cocina de hierro con un mesado de granito ocupaba todo un lateral. Contra la pared corría un banco en el que cabían una docena de personas y donde de niños nos acurrucábamos para entrar en calor en invierno.
Mi tía daba vueltas a un puchero con una cuchara de madera. Sonrió cuando me vio llegar. Un segundo después llegaba Pili.
―Voy a asearme un poco que aquí el chico de ciudad se puede marear con el olor a vaca que desprendo ―dijo riendo mientras mi tía la coreaba.
―Anda esta. Como si fuese algo nuevo para mí ―protesté yo siguiendo la broma.
Pili no tardó. Volvió con otra camiseta distinta. Se notaba por sus duros pezones que no se había puesto sujetador.
―Pili, hija. ¿Cómo bajas así? Que se te notan las tetas ―dijo mi tía riendo.
―Más se le notan a las vacas y nadie les dice nada ―contestó Pili sin dar importancia.
―Es que para hacer un sujetador para las vacas se necesita mucha tela y sale muy caro ―dije yo bromeando.
Ellas rieron la broma y se olvidó el tema. Bueno, yo no. La mirada se me escapaba a los pechos de mi prima sin poder evitarlo. Ella se dio cuenta y me miraba con picardía y mientras ayudaba a su madre se rozaba contra mí cuando pasaba por mi lado.
―Anda Pili. Pon la mesa y ponle un vaso de vino a tu primo ―dijo mi tía.
―Deja que te ayude ―me ofrecí levantándome de la mesa.
―Tú quieto ahí. Que ahora eres el hombre de la casa ―se burlo Pili empujándome los hombros para impedir que me moviese.
―Hay que joderse. Y después os quejáis de los hombres machistas ―bromeé.
―Bueno. Y porque eres nuestro invitado ―corrigió mi tía.
Pili se paró ante mí con un vaso que me puso delante. Después meneando el culo se fue a la bodega y volvió con una jarra de vino de cosecha propia. Se acercó a mí y me sirvió dejado colgar sus pechos ante mis ojos.
―A ver que te parece, primo ―jugó ella con las palabras mientras me guiñaba un ojo.
―Muy sabroso ―contesté yo mientras cogía el vaso sin dejar de mirarle el pecho pero no bebía para que la contestación fuese más evidente. Mi tía parecía ajena al juego que nos traíamos Pili y yo.
―Pues esto ya está ―anunció ufana al fin. A comer antes de que enfríe.
Era un guiso delicioso. Con ese toque que solo la cocina de hierro puede dar. Mientras comíamos comentamos cómo iban las cosas en la pequeña explotación ganadera que llevaban y las puse al día de nuestra vida en la ciudad. Recordamos los veranos cuando éramos un motón de gente reunidos en torno a la cocina a la hora de comer, cuando íbamos al campo a hacer las tareas propias de la época en un momento en que el trabajo era mucho más duro por la falta de maquinaria y lo bien que lo pasábamos todos juntos.
Recordamos mil anécdotas que me hicieron volver a la niñez y me dejaron un poso de melancolía en el alma.
Después de comer, mientras mi tía fregaba los cacharros, Pili se llevó de nuevo las vacas al prado y yo me fui a sentar bajo la gran parra del patio. Había una enorme mesa donde solíamos reunirnos al atardecer del verano y se estaba de maravilla. Me llevé el ordenador y me dispuse a trabajar algo.
Durante un buen rato las viejas sensaciones, los olores recordaros, la frescura y limpieza del aire, los sonidos casi olvidados me abstrajeron y me dejé llevar por la nostalgia. Encendí un cigarro y me limité a disfrutar del momento.
Pero había ido a trabajar, así que me puse a ello. Al fin las musas parecían haberse acordado de mí y conseguí pergeñar un par de párrafos un poco decentes.
Mientras escribía vi a mi tía entrar y salir de casa, atareada en sus cosas. Cuando pasaba por delante me miraba y sonreía como si agradeciese tenerme allí. A media tarde se acercó y me trajo una jarra de agua y una cerveza.
―Venga. Bebe algo o te quedarás seco ―dijo poniendo las bebidas a un lado mientras se sentaba frente a mí.
―Gracias Tía. La verdad es que estaba tan enfrascado en esto que ni me acordaba de la sed que tenía ―admití agarrando la cerveza.
―¿Es la nueva novela? ―preguntó señalando con el mentón el ordenador―. ¿De qué va?
―Es una continuación de la primera. Un encargo de la editorial. Por lo visto la primera gustó tanto que querían una segunda parte ―admití mientras encendía un nuevo cigarro.
―¿Y va a ser tan picante como la primera? ―preguntó con un mohín de picardía.
―Caramba, tía. No sabía que la habías leído ―me había sorprendido.
―No me llames tía. Que eso me hace vieja. Prefiero que me llames por mi nombre.
―De acuerdo, Pilar. Pero no me has contestado.
―Pues claro. La leímos las dos. Nos la robábamos para leerla ―contestó riendo.
―¿Y te gustó?
―No esperaba que fuese tan… picante en algunos capítulos ―admitió sonrojándose un poco―. Pero me gustó mucho. A saber en quién pensabas cuando escribiste alguna cosa ―añadió guiñando un ojo, pícara.
―Pues la verdad, en nadie. Lo juro. Pero te confieso que a veces los personajes hacían lo que les daba la gana. Cuando acababa un capítulo resultaba que la acción no se parecía en nada a lo que tenía planeado. No siempre estaba planeado tanto sexo.
―¿Y no te ponía… ya sabes… palote escribir esas escenas? ―preguntó como si le costase hacerlo.
―¿Sinceramente? Mucho. Me justificaba diciendo que si yo mismo acababa palote, como tú dices, a quien lo leyese le provocaría un efecto parecido ―admití.
―Pues diste en clavo, cabrito ―rió ella mirándome sonrojada―. Que con alguna escena… Ufff. Casi tengo que cambiarme las bragas. Y tu prima igual ―se rió al recordarlo dejándome descolocado.
―Bueno. Te dejo que sigas. Pero recuerda que vienes también a descansar ―dijo levantándose.
―Pilar ―la llamé―. Gracias por acogerme. Y si hay algo en lo que pueda ayudaros, yo encantado. Me gustaría ayudar en lo que pueda. Como cuando era un crío y echaba una mano en las tareas del campo.
Ella se me quedó mirando un segundo sorprendida. Después una sonrisa le iluminó la cara. Se acercó a mí y me abrazó. Me dio un beso en la mejilla y luego me la acarició.
―Eres un cielo, Nesto. No es necesario que hagas nada. Pero si deseas, dentro de una hora puedes ir a avisar a tu prima para que vuelva. Que hay que ordeñar las vacas y mientras prepararé la cena. ¿De acuerdo?
―Claro que sí. Dentro de una hora voy a por ella.
―Gracias, cielo ―se despidió sonriendo antes de alejarse hacia la casa.
No sé si era sensación mía pero me pareció que su trasero se bamboleaba más de lo normal. Por primera vez vi a Pilar como una mujer en vez de ver a mi tía. Y la verdad es que estaba estupenda. El trabajo de la granja la mantenía en forma y tenía un cuerpo firme y bien formado. Con un sentimiento de culpa meneé la cabeza para alejar esos pensamientos y me concentré de nuevo en el trabajo. Casi había pasado la hora cuando miré el reloj. Apagué el ordenador y me dispuse a ir a buscar a Pili.
Me perdí por el viejo camino mientras fumaba un cigarro. Caminaba sin prisas, disfrutando del paisaje, recordando mis vivencias cuando era niño en aquellos mismos paisajes. Una parte de mí volvió a aquellos momentos felices.
Estaba ya cerca. Podía oír los cencerros acompasados de las vacas pastando plácidamente. Solo tenía que rodear un seto y estaría ya en el prado. En el extremo del seto había una especie de cancela hecha con un par de ramas gruesas unidas por otras más cortas. La moví para dejar ya el paso libre para el ganado. Las viejas ramas hicieron un ligero ruido que despertó a mi prima.
Todavía no la había visto. Fue su saludo el que me hizo mirar en su dirección. Lo que vi me dejó la boca abierta. Estaba tumbada en el prado sobre una manta vieja. Se había quitado la camiseta para disfrutar del sol en la piel y tenía la cremallera del pantalón abierta para poder bajarlo un poco y dejar que el sol llegase casi hasta su sexo.
Me saludó levantando una mano sin hacer caso de su pecho desnudo.
―¿Interrumpo algo? ―pregunté cuando me rehíce de la sorpresa―. Parece que el amante salió por patas en cuanto me vio.
―Tonto ―rió ella sin taparse―. ¿Sabes que agradable es tomar el sol desnuda? Si tuviese aquí un amante no se me escapaba ni aunque llegase mi madre jajaja.
―Pues tu madre fue quien me dijo que viniese a buscarte ―avisé intentando cambiar de tema. Su pecho desnudo me estaba poniendo nervioso y temía acabar con una evidente erección.
―Anda, tonto. Ven aquí ―dijo ella desenfadada ajena al hecho de mostrarme su pecho.
Me senté a su lado. Me costaba horrores no tirarme a por esos pechos preciosos y duros que bailaban a mi lado cuando ella se movía. Era evidente que ella disfrutaba poniéndome nervioso y yo no sabía muy bien qué hacer.
―¿Por dónde íbamos por la mañana? ―preguntó ella con toda la intención.
La miré un segundo. Sabía que me desafiaba. Ahora apostaba fuerte y esperaba mi reacción. Me daba igual. Si me metía una hostia habría merecido la pena. Me incliné sobre ella y agarré uno de sus pechos. Ella no hizo ademán de escapar. Parecía ofrecérmelo. Acerqué mi cara a la suya hasta detenerme a escasos centímetros. Vi sus labios entreabiertos y la lengua pasearse por ellos, deseando encontrarse con la mía.
―Creo recordar que por aquí, más o menos ―dije antes de unir nuestras bocas.
Ella no dijo nada. Abrió la boca para recibir mi lengua mientras su mano buscaba mi espalda para apretarme contra ella. Cuando el beso se acabó apartó un poco la cabeza y me miró a los ojos.
―Esta escena nunca la escribiste ―dijo en un susurro mientras sonreía con los ojos.
―Aún no sé cómo acaba ―respondí buscando su boca de nuevo al tiempo que mi mano buscaba su sexo. Un gemido de placer salió de su boca cuando acaricié su vello.
Echó su cabeza hacia atrás para que jugase con su cuello y su pecho. Busqué su pecho con la boca tras besar su cuello y agarré un pezón con mis labios chupando mientras mi mano entraba en su sexo. Acaricié sus labios ya húmedos y deslicé un dedo dentro de su cueva arrancándole un gemido.
Mientras tanto ella luchaba con mi pantalón para descubrir mi polla ya dura como el pedernal. Con un poco de trabajo logró desembarazarse del pantalón y del slip y comenzó a masajear mi polla despacio de arriba a abajo. Yo tiré de su pantalón para tener más espacio y deslicé un segundo dedo en su sexo. Mientras la follaba con dos dedos, busqué su clítoris para masajearlo. Ella tuvo un estremecimiento al sentir mi dedo en el y dejó escapar un gemido.
Con la boca recorrí su pecho y fui bajando por su vientre mientras lo besaba procurándole todo el placer que era capaz. Su mano perdió el contacto con mi polla y parecía buscarla desesperada. Pero mis planes eran otros. Me deslicé hacia sus rodillas y tiré de su pantalón, su sexo quedó expuesto para mí. Ella se limitó a mirarme con deseo, pidiendo que hiciese algo, lo que fuese pero que la hiciese gemir de placer. Hundí mi cabeza entre sus piernas y busqué con ansia su sexo.
Paseé la lengua por el interior de sus muslos hasta que sus manos agarraron mi cabeza intentando guiarla hacia el centro. No la hice sufrir más. Lamí entonces su raja a todo lo largo varias veces haciendo cada vez más presión hasta que separé del todo sus labios. Entonces dediqué mis atenciones a su clítoris al tiempo que comenzaba a follarla con dos dedos.
Sus dedos se agarraron como garfios en mi pelo. Sus piernas parecían dudar entre cerrarse para escapar del castigo que estaba proporcionando a su vagina o abrirse del todo para que lo hiciese a placer. Mientras chupaba su botón del placer mis dedos hurgaban cada vez más adentro, cada vez más rápido en su pequeño coño que era una delicia. Sus gemidos eran cada vez más entrecortados, su cuerpo se arqueaba ante cada embestida de mis dedos. Estaba a punto de correrse.
―Fóllame más, Nesto. No pares, por dios. Fóllame duro. Más. Más, por favor.
No me hice de rogar. Seguí dándole duro hasta que su cuerpo se tensó como el arco de un violín y sus manos empujaban mi cabeza contra su sexo. Con un ronco gemido me indicó que había tenido un gran orgasmo. Yo seguí chupando su clítoris hasta que su cuerpo pareció relajarse.
Cuando pareció recuperar la consciencia tiró de mi cabeza hacia arriba, buscando mi boca para beber de mi boca sus propios jugos. Con avidez busco mis labios y metió la lengua para buscar por cada rincón de mi boca. Cuando se separó me miró con sus hermosos ojos brillantes de lujuria.
―Joder, primito. Como lo comes. No me extraña que te salgan esas escenas.
―¿Te ha gustado? ―le sonreí.
―Y tanto. Pero espera que ahora me toca a mi ―dijo deslizándose hacia abajo mientras agarraba mi polla.
La acarició un poco de punta a punta mientras dejaba caer una gota de saliva en el glande. Me miró con cara de lascivia mientras sacaba la lengua y la pasaba por la punta provocándome una descarga de placer como si una corriente eléctrica me hubiese atravesado. Satisfecha por mi reacción se metió la cabeza en la boca y comenzó a engullirla poco a poco. Cuando la sacaba de la boca, la acariciaba un par de veces con las manos para volver a envolverla con sus labios. Centímetro a centímetro fue tragando hasta que su nariz tropezó con mi vello púbico. Ahí se detuvo un instante, como si quisiese saber si era capaz de tragarse todo el tronco.
Perro enseguida comenzó a chupar sin descanso mientras me masturbaba con la mano. Yo estaba en la gloria. El calor de esa boca me tenia loco. Mi prima era una maestra chupando pollas. No sabía cuándo había aprendido tanto, pero lo hacía de cine. En pocos minutos me tuvo a punto de correrme.
―Pili. Me voy a correr ―la avisé aunque deseaba hacerlo en su boca.
―No te contengas. Suéltalo todo ―dijo ella parando un segundo para seguir enseguida follándose la boca con más ímpetu.
Oír su permiso hizo que apenas un par de segundos más tarde explotase en un bestial orgasmo. Me corrí como un animal. Sentí cada ramalazo de placer como si fuese a morirme de gusto. Ella mantuvo la boca cerrada en torno a mi polla impidiendo que escapase ni una gota. Sus movimientos eran ahora más lentos mientras se tragaba todo lo que mi polla escupía. Cuando supo que ya no saldría nada más, la chupó un par de veces más antes de sacarla.
―¿Qué tal, primito? ¿Te ha gustado?
―Es la mejor mamada de mi vida. No sé dónde has aprendido, pero lo haces de cine.
―Será de ordeñar a las vacas. O será de leer las guarradas que escribes ―dejó ella en el aire.
―¿Por lo qué escribo? No entiendo ―yo estaba sorprendido.
―Claro. Así lo describes en una de tus escenas. Tal vez en ese momento describías como te gustaría que te lo hiciesen a ti ―dijo ella sonriendo por haberme pillado
―Así creo que no voy a querer marcharme nunca de aquí ―reconocí yo. En ese momento no mentía.
―Pues nosotras encantadas. A mi madre también le encanta lo que escribes. Quédate y escribe para nosotras.
―Me lo ha dicho hace un rato ―admití―. No sabía que había tenido tanto éxito.
―No lo sabes tú bien. Tenías que oírla cuando se masturba. Creo que alguna escena la ha leído cien veces ―se rió dejándome con la boca abierta.
―Estás de coña ―dije incrédulo.
―Sí, sí. Coña… Igual la oyes alguna de estas noches ―dijo ella mientras se ponía en pie para vestirse.
Me había dejado en shock. No me imaginaba a mi tía Pilar masturbándose con mi novela. Aunque reconocía que era una mujer muy apetecible. Con un cuerpo muy deseable y no llegaba a los cincuenta. Cualquier hombre estaría encantado de irse a la cama con ella. Incluido yo, hube de reconocer.
Una vez que estuvimos vestidos reunimos las vacas y con la ayuda del perro las guiamos hacia la casa de vuelta. Una vez metidas en la cuadra, ayudé a Pili con la ordeñadora mientras mi tía hacía la cena.
―Mira tú como aprendiste ―bromeé yo viendo como el aparato exprimía hasta la última gota de leche de las ubres de las vacas.
―Si te ordeñan con una de estas no te levantas más ―rió ella.
Mi tía se asomó para gritarnos que nos diésemos una ducha antes de cenar. Pili entró primero mientras yo guardaba mis cosas en mi dormitorio. Cuando salí de nuevo al pasillo, ella salía envuelta en una toalla. Al verme se paró a mi lado.
―Creí que entrarías a ducharte conmigo ―dijo abriendo la toalla para apretarse contra mí.
―Joder. Que anda por ahí tu madre. A ver si nos va a pillar. Me corta la polla.
―O te la arranca a bocados, que lleva hambre atrasada ―rió ella―. Pero esta noche no te escapas ―me advirtió guiñándome un ojo.
Entré al baño nervioso. La perspectiva de follarme a Pili era muy tentadora. Pero me daba algo de miedo que mi tía pudiese oírnos. A mi pesar, estaba empalmado como un burro y hube de hacerme una paja para poder calmarme. Recordé como la chupaba Pili y enseguida acabé bajo el chorro de la ducha. Salí con una toalla envuelta en la cintura y me sorprendió ver a mi tía al fondo del pasillo saliendo de su dormitorio.
―¡Macizo! ―se burló ella desde el fondo al verme.
―¡Tía buena! ―contesté yo siguiendo la broma.
―Hay quien tuviese veinte años menos ―suspiró bromeando.
―Anda, anda. Que seguro que tienes a alguno en el pueblo deseando arrimarse a ti.
―Ninguno que tenga tu percha. También te lo digo ―reconoció riendo.
―Entonces tienes que venirte a pasar unos días a la cuidad ―dije yo mientras agarraba el picaporte―. Seguro que allí encuentras más variedad.
―¿Con mis años y tu percha? Va a ser difícil, Nesto. Que tengo mis años. Pero no me vale cualquier cosa.
―Mas jovencitos también los puedes encontrar. No eres una vieja. Y estás para mojar pan. Lo digo sin ánimo de molestar ―añadí rápidamente.
―Uy cariño. No me molesta lo más mínimo. Es todo un halago. Pero por mucho que me guste oír decir eso, soy consciente de lo que hay.
―Anda ya. Ya quisieran muchas de veinte estar como tú.
―Será zalamero ―se rió―. Cualquiera que te oiga pensaría que pretendes ligar conmigo.
―Si no fuésemos familia sería un honor ―dije haciendo una reverencia en broma.
―Anda, vístete ya y baja a cenar o te saco la toalla, a ver que escondes ―amenazó en broma dando un par de pasos en mi dirección.
Estuve tentado a soltar yo mismo la toalla. Pero pensé que se lo tomaría a mal. Así que me despedí con un “Hasta ahora, tía buena” y abrí la puerta. Pude oír la carcajada de mi tía perdiéndose por el pasillo. Definitivamente el sentido del humor era cosa de familia y me sentí mejor. Me vestí y bajé contento por estar allí de nuevo.
Tras la cena, que transcurrió entre risas, nos tomamos unos chupitos de orujo como se hacía cuando yo era un crío. Solo que esta vez no había las partidas de cartas de antaño mientras se contaban chistes, se cantaban canciones, algunas bastante procaces, y se disfrutaba de la vida sencilla.
Mi tía le contó a Pili la conversación del pasillo muerta de risa.
―Ojo mamá. Yo que tú cerraría la puerta por dentro. No sea que esta noche tengas visita ―dijo Pili muerta de risa.
―Ay, calla, calla. Si es por eso, creo que la dejaré solo entornada ―contestó ella provocando nuestras risas a su vez.
―Lo que faltaba. Ahora resulta que soy una especie de depredador sexual ―protesté yo siguiendo la broma.
―Hijo mio… viendo lo que escribes ―dijo Pilar.
―Eso no quiere decir que ese personaje sea yo.
―Pues que pena ―se quejó Pili provocando la carcajada de su madre―. Porque a mí el prota me pone.
―A ver si voy a tener que ser yo el que se tenga que encerrar por dentro ―me reí yo.
―Tu mismo ―repuso Pilar―. Tiramos la puerta abajo. ¿Verdad, hija?
―Y no la ponemos más ―contestó la hija muerta de risa.
Bromeando y entre chupitos pasamos un rato muy entretenido. Al tercer chupito y comenzaba a estar ya cansado y decidí acostarme.
―Buenos, bellas damas. Este depredador se va a acostar ―bromeé haciendo una reverencia que las hizo reír―. ¿Debo encerrarme o puedo dejar la puerta abierta?
―Tú verás lo que haces ―contestó mi tía también de buen humor―. Pero atente a las consecuencias. Que aquí las bellas damas llevamos hambre atrasada.
Le dí un beso de buenas noches a cada una y me marché dispuesto a acostarme sin saber muy bien lo que pasaría esa noche. Lo cierto es que en ese momento no me extrañaría nada tener visita. Y la perspectiva no me desagradaba nada. Fuese quien fuese.