Una temporada en el campo 4 y final

Capítulo final de esta historia de incesto

Volví a casa de vuelta después de una semana. Estaba eufórico. Mi libro al fin avanzaba dejando atrás el bloqueo y había tenido todo el sexo que pudiese desear.

Dejé el coche en el garaje y subí a casa. Mi madre me esperaba. Estaba en el salón viendo las noticias cuando abrí la puerta. Se levantó de un salto y vino corriendo a saludarme. Se abrazó a mí con fuerza y nos besamos en la mejilla. Después, sonriente, se separó para mirarme.

―Mira que guapo vienes. Te sienta bien el campo.

―Anda ya. Si solo estuve una semana. No puedo haber cambiado tanto ―protesté.

―Pues te sentó de maravilla. Te veo mejor. ¿Se acabó el bloqueo?

―Pues sí ―admití―. El nuevo libro empieza a tomar forma. Tengo las ideas claras y casi cien páginas escritas. Debo reconocer que el cambio de aires me vino bien.

―Lo sabía ―dijo orgullosa de su buen juicio―. Necesitabas despejarte después de lo sucedido. Cuéntame que tal tu tía y tu prima. ¿Se han portado bien contigo?

―Mamá, por favor. ¿Acaso lo dudas? ―evidentemente no le iba a contar todo―. Son un encanto. Me han dejado trabajar y me han cuidado como a un rey.

―Tengo que llamarlas para darles las gracias. Y para avisarlas de que has llegado ―dijo sonriendo feliz.

La miré mientras se alejaba en busca del teléfono. Llevaba tan solo un pantalón corto y una camiseta. En ese momento algo cambió dentro de mí. Ya no la veía como a mi madre. Ya no era el ser asexuado de siempre. Ahora veía una mujer hermosa, en la plenitud de la vida. Con un cuerpo precioso y unas curvas de escándalo.

Me autocensuré por pensar así. Mi relación incestuosa con mi tía y mi prima me había cambiado a mi pesar. Por si acaso, avisé a mi madre y me fui a mi dormitorio a dejar las cosas y asearme.

En la ducha no pude reprimir una erección mientras pensaba en mi madre. Intenté recordar los momentos con mi tía o con mi prima mientras follábamos para masturbarme. Pero inevitablemente al cabo de unos segundos el rostro cambiaba y era el de mi madre el que veía. Sintiéndome culpable, dejé la masturbación y cerré el agua caliente. Me impuse el pensar solo en ducharme. A duras penas conseguí ducharme y erradicar de mi mente la imagen del cuerpo de mi madre. Aunque no era el cuerpo, si no su cara con el cuerpo de una de las dos mujeres de la granja.

Salí de la ducha helado, pero al menos había logrado despejar mi mente de la perturbadora imagen de mi madre. Me vestí y salí con un cierto miedo a que ese sentimiento volviese al verla. No quería verla como una mujer. Quería seguir viéndola como mi madre. Nada más.

―¿Y has comido antes de llegar? ―preguntó en cuanto me vio.

―Pues la verdad es que no. Pero tampoco tengo mucha hambre, la verdad.

―Siéntate a la mesa que te traeré algo para comer ―me ordenó.

Hice lo que me ordenó y me senté a esperar, preocupado por el cambio experimentado en mi percepción. Apareció al cabo de un rato con una ensalada y una jarra de agua. Sabía que me encantaba y la había preparado especialmente para mí.

Tras ponerme la comida delante, se sentó frente a mí, esperando que le contase cómo había ido la semana. Por supuesto, había cosas que no podía contarle. Pero exceptuando el sexo, la puse al corriente de cómo había pasado la semana. Se alegró de saber que las dos mujeres estaban bien y de que yo me hubiese ofrecido a ayudarles en las faenas. Se rio cuando le conté con que torpeza y cuanto se rieron de mí al hacer alguna cosa que llevaba tiempo sin practicar, como ordeñar una vaca a mano.

Por suerte la actitud de mi madre me hizo pasar la comida sin pensar en nada más que la experiencia en la granja. Después ella se levantó para fregar los cacharros y me mandó al sofá a descansar. En realidad no estaba cansado, pero obedecí y me puse a ver la tele un rato. No había nada que me llamase la atención y estaba tentado a irme pero esperé a que mi madre acabase y se sentase a mi lado para seguir charlando.

―¿Sabes? Te eché de menos ―dijo cuando se sentó a mi lado.

―Yo también a ti. Estuve muy bien, pero te echaba en falta.

―Cuando eras pequeño no nos extrañabas nada ―me reprochó en broma.

―Entonces era un crío y solo pensaba en jugar con los primos ―contesté con sinceridad―. Pero ahora no es lo mismo. Además estaba preocupado.

―¿Por qué? ―su frente se arrugó preocupada por mi respuesta.

―Por cómo estarías tú. Yo estaba pasándolo bien. Pero tú estabas aquí sola, con los recuerdos. Sé que a pesar del divorcio os queríais.

―Claro que nos teníamos cariño. Pero el amor había volado hacía tiempo. Yo estuve bien. Estaba entretenida con mi trabajo. Además salí un par de veces con mis amigas a tomar un café. Se portaron muy bien haciéndome compañía.

―Me alegro ―confesé―. En el fondo me sentía culpable por por irme y dejarte sola.

―No seas tonto ―dijo dándome un beso que me electrizó como nunca había sucedido―. Eres un cielo por preocuparte. Pero estuve bien. Y además ya estás aquí.

―Le prometí a la tía que iría a pasar un finde de vez en cuando con ellas.

―Eso está muy bien. Hay que cuidar las relaciones. Llevabas mucho sin ir. Iban a pensar que estabas enfadado con ellas.

La conversación siguió un buen rato. Pero, aunque la iba siguiendo, tan solo era capaz de centrarme en el aroma de su perfume y en su boca. Haber sentido la calidez de sus labios en mi piel me había puesto nervioso. Era mi madre y me había dado miles de besos, pero nunca había sentido eso. Era como si esta vez me besase una mujer desconocida.

Después me fui a trabajar un rato antes de cenar. Me encerré en el despacho y escribí un par de páginas. Releí lo escrito y vi que era una mierda. Lo borré todo y volví a empezar. De nuevo borré todo. ¿Tendría que volver para la granja? Sabía que ese no era el problema. El verdadero problema estaba en mi cabeza. Había empezado a ver a mi madre como mujer. Y me gustaba demasiado.

Luché contra esos sentimientos con todas mis fuerzas. Pero fracasé. ¿Qué podía hacer?

Busqué por internet artículos sobre el incesto. Lo que más me sorprendió fue la cantidad de relatos que había sobre el tema, pero artículos apenas media docena. Encontré uno sobre antropología que decía que en ciertas culturas era algo aceptado sin problemas. En el antiguo Egipto los faraones se casaban entre hermanos para que la estirpe no se extinguiese.

Leí todos los artículos que encontré y mi visión acerca del tema fue cambiando. En nuestro país no es ilegal, aunque no se puedan celebrar matrimonios y saber eso me tranquilizó un tanto. El tema del tabú religioso no me preocupaba, pues no somos creyentes. Pero moralmente sigue sin estar aceptado. De todos modos, nadie tendría por que saberlo, me dije.

Sin darme cuenta estaba aceptando ya el deseo que mi madre despertaba en mí como algo natural. Cuando mi madre me llamó para cenar estaba decidido a seducirla. Pero no sabía cómo.

Tras la cena estuvimos viendo un rato la tele. Me senté en el sofá y ella a mi lado. Subió los pies en el sofá y se acurrucó contra mí.

―¿Y eso? ―pregunté sorprendido aunque feliz.

―Te echaba de menos y quería sentirte cerca. Si te molesto me aparto ―contestó algo sorprendida.

―Para nada ―le sonreí pasando un brazo por sus hombros―. Es más. Me gusta. Solo me sorprendió.

―Si fueses aun un niño pequeño te comía a besos ―se rio―. Pero ya eres todo un hombre, así que me acurruco.

―Pues aun siendo ya un hombre te lo permitiría ―dije esperando su reacción.

Se incorporó un momento y me agarró la cabeza. Después me cubrió de besos toda la cabeza bromeando. Pero ninguno cayó en mis labios para mi desdicha. Lo había interpretado mal pero debía aguantar el tipo.

―Bueno, vale ya. ¿No? ―dije al cabo de un rato riendo.

―¿Lo ves? Ya no puedo ―protestó riendo a su vez.

―Ay que madre más besucona tengo ―dije siguiendo la broma.

De momento ahí se quedó la cosa. No era el momento de forzar las cosas. Debía urdir un plan.

Mi trabajo de escritor podría ser una buena manera de intentarlo. Sin dejar de trabajar en la novela que estaba escribiendo, comencé a escribir otra que no tenía pensado publicar. Esta segunda novela estaba pensada para que la leyese mi madre. Intentaría ser lo más morboso y excitante posible. Trataría sobre incesto. Quería estudiar su reacción ante el tema. Si no lo rechazaba tal vez fuese añadiendo alguna insinuación. Mientras tanto, comenzaría a dejar la puerta del baño entreabierta, como al descuido, cuando me estuviese duchando. Esperaba que la curiosidad le llevase a espiar. Sabía que no había tenido más parejas que mi padre y por lo tanto el único sexo que tenía, si lo había, era a solas. Tenía que apetecerle probar un rabo. Era imposible que no tuviese necesidades en ese aspecto.

Aunque no lo hacía todos los días, de vez en cuando me dejaba la puerta del baño entreabierta. Como siempre duermo desnudo, también dejaba la puerta de mi dormitorio entornada con la excusa del calor. En un par de ocasiones pude ver que miraba, pero nunca dijo nada ni hizo ningún tipo de comentario, así que la cosa parecía ir bien.

Mientras tanto mi novela marchaba viento en popa y me sobraba tiempo para dedicarlo a la segunda. Ya tenía un par de capítulos listos. Había presentado a los personajes y comenzaba a quedar clara la atracción que ambos sentían el uno por el otro a pesar de ser madre e hijo. Creí que no era prudente incluir todavía ninguna escena de sexo. Primero quería ver cómo reaccionaba.

Una noche, después de cenar, mientras veíamos una película, dejé caer como quien no quiere la cosa que había empezado un nuevo proyecto sobre una cosa que había visto en las redes sociales.

―Mamá, estoy comenzando una nueva novela ―le anuncié como si lo recordase de repente.

―Caramba, Nesto. ¿Ya has acabado la otra? ―preguntó extrañada.

―No, que va. Pero va muy bien. Y de esta nueva escribí solo un par de capítulos para que no se me olvide la historia. Cuando acabe con la que tengo ahora en proceso creo que me pondré en serio con ella. Aunque no tengo muy claro si puede interesar.

―¿Y porque no va a interesar?

―Es que se trata de un tema un tanto… delicado. Igual el editor le pone trabas y tendría que dejarla aparcada.

―¿Qué tema puede ser tan delicado como para no publicarlo? Hay novelas sobre todo tipo de asuntos. Algunos bastante escabrosos que sin embargo triunfaron. Mira las cincuenta sombras de Grey. Fue un éxito.

―Lo cierto es que sí. Salieron sumisas de debajo de las piedras. Aunque creo que lo que querían era solo un millonario ―me reí y mi madre conmigo.

―Tienes razón. Pero después de las cincuenta sombras salieron cien novelas distintas con la misma temática. Ahora no creo que se vendiese ninguna más. El tema está saturado.

―Lo sé. Esta sería sobre un tema un poco más delicado. Sería una historia de un asesinato pero en la novela aparece un incesto.

―Caramba ―se asombró ella―. Eso casi son palabras mayores. ¿Es necesario el incesto?

―En esta historia sí. El resto no tendría sentido. Por eso he mirado por internet para documentarme. Me ha extrañado un poco, pero he descubierto que es más habitual de lo que parece.

―No te extrañe ―contestó para mi alivio―. Siempre ha sucedido. Las relaciones entre primos o incluso hermanos fue algo muy habitual siempre. Sobre todo antiguamente entre la nobleza.

―Ya. Pero esta vez sería entre padres e hijos. Concretamente madre e hijo ―expliqué temiendo su reacción.

―Caramba. Eso ya no era tan habitual. Pero tampoco me extrañaría nada. Y hoy en día menos ―su contestación me dejaba la puerta abierta a la posibilidad.

―¿Te importaría echarle un ojo y comentarme que te parece? Tengo miedo a pasarme de explícito ―era el momento de echar el cebo.

―De acuerdo. Pero te advierto que como crítica literaria no valgo mucho.

―Pero como lectora final del libro si me puedes dar tu opinión. Sabría si lo comprarías o no. Eso es lo que le interesa saber a cualquier escritor a fin de cuentas. Y a cualquier editorial.

―Pues entonces lo leeré con gusto ―afirmó sonriente, al parecer complacida de ayudar a su hijo.

―Gracias mamá. Eres la mejor ―dije dándole un beso en la mejilla antes de levantarme para ir en busca de las páginas impresas que tenía preparadas.

―Tranquilo zalamero. ¿Quién es ahora el besucón? ―preguntó con su voz cantarina.

―No protestes, que solo fue un beso. Yo no te comí como tú a mí ―reí yo alejándome.

Al cabo de unos minutos regresé con el par de docenas de folios escritos hasta el momento. Sabía que la calidad distaba mucho de ser la que se esperaba, así que lo presenté como un primer borrador para trabajar luego ya en serio sobre él. Mi madre lo tomó en sus manos y pasó las páginas sopesando cuál era la extensión del texto. La primera página aparecía en blanco. Solo dos palabras en medio del folio “ Título pendiente”.

―¿No sabes qué titulo va a tener? ―preguntó mi madre al verlo.

―Todavía no. Nunca lo pongo hasta acabar. Hasta entonces todas se titula igual: “Título pendiente”. Tal vez un día escriba algo que acabe llamándose así ―bromeé.

―Bueno. Pues esta noche comenzaré a leerlo. ¿Te parece? ―preguntó ella.

―Cuando quieras. Tampoco te voy a meter prisa. Antes quiero acabar lo que tengo empezado.

―¿Entones cómo es qué has escrito esto?

―Ya te digo. Para que no se me olvide la historia luego. Este es solo un primer boceto. Después habría que desarrollarlo bien. Seguramente hasta esté plagado de faltas ortográficas.

―De acuerdo entonces. Esta noche comenzaré a leerlo.

―Gracias ―dije dándole otro beso.

―¡Besucón! ―se burló ella echándose a reír.

―Salí a mi madre ―me defendí riendo a mi vez.

Esa noche dejé la puerta de mi habitación entreabierta. No esperaba que entrase mi madre. Pero podría ver si ella tenía la luz de su dormitorio encendida. Sabría si estaba leyendo el manuscrito. Tal como esperaba, estuvo leyendo mucho rato. De hecho me quedé dormido y no supe cuando apagó la luz y se echó a dormir.

A la mañana siguiente decidí no sacar el tema. Como si no tuviese mayor importancia aunque me consumiese la curiosidad. Para mi sorpresa, fue ella quien lo comentó durante el desayuno.

―La historia parece interesante. Tiene un cierto parecido con la historia de Edipo. Aunque aquí el protagonista es muy consciente de sus actos ―comentó con naturalidad.

―En realidad los dos lo son. La madre también se ve atraída por su hijo. Al final son tal para cual ―dije yo contento por la valoración de mi madre.

―Sí. Pero la madre no es cómplice del asesinato. ¿O sí?

―No. Pero tampoco le duele nada quedarse sin marido ―en ese momento caí en la cuenta de que podía haber un cierto paralelismo con nuestra propia historia. Debía tener cuidado.

―Hacer cómplice a la madre habría sido demasiado rebuscado, me parece a mí ―opinó mi madre.

―Al final creo que romperán cuando ella se dé cuenta ―dejé caer como si no tuviese pensado el final, lo cual era cierto.

―Me parece bien. Sería un final con un toque de justicia.

―¿Y de las escenas qué me dices? ¿Serían eróticas o directamente porno?

―Bueno… ―pareció pensarlo un poco―. Creo que rayan en el porno sin llegar a serlo. Dejémoslo en muy picantes.

―¿Y la valoración final? ―pregunté sinceramente expectante.

―Me gustó ―asintió con la cabeza mientras sonreía.

―Me alegro ―contesté sincero. Mi plan iba funcionando. Pero habría que seguir hilando fino.

Cuando acabamos de desayunar me metí en el despacho y trabajé en mi novela toda la mañana. A pesar de mis planes no podía descuidar mi trabajo. La música logró que me concentrase en la tarea y al final de la mañana estaba contento con el resultado. La historia transcurría como esperaba, sin fisuras en la trama y a buen ritmo. Guardé el trabajo y abrí la que pretendía seducir a mi madre. Hasta el momento los personajes no habían pasado de unos magreos que la madre paraba arrepentida pero que se repetían una y otra vez. Debía romper ya la resistencia de la madre y dudaba entre hacerla llevar la iniciativa o dejarla que sucumbiese a las intenciones del hijo. Además no quería presentarla como una especie de depravada sexual para evitar que mi madre pudiese verse identificada con ella. La voz de mi madre avisándome para comer me sacó de mis cavilaciones. Apagué el ordenador y salí del despacho.

Tras la comida descansé un rato y volví a trabajar. Esta vez en la novela de incesto. Enseguida tuve listos otro par de capítulos pero decidí no dárselos todavía a mi madre. No quería parecer ansioso. Se suponía que se trataba solo de un proyecto futuro.

Pero seguía atento a las reacciones de mi madre cuando dejaba una puerta entreabierta o entornada. En un par de ocasiones me pareció verla espiando, pero no hubiese podido jurarlo. Por si acaso procuraba actuar con normalidad. La relación con ella seguía siendo excelente y nada parecía haber cambiado. Una semana después me preguntó como si tal cosa si había seguido escribiendo esa historia. Le contesté que a ratos, pero sin prisa y que llevaría alrededor de un par de capítulos nuevos, como si no lo supiese con exactitud. Sin darle importancia.

Como esperaba, una noche ella me pidió los capítulos para leerlos y me costó trabajo disimular mi alegría al oírla. Su tono parecía intentar transmitir calma. Como si lo hubiese recordado de repente. Pero en el fondo se notaba genuinamente interesada. Sin prisas fui en busca de los folios y se los di. Seguimos viendo la tele como si nada sucediese y prometió leerlo de noche, como la otra vez. Esta vez la luz tardó en apagarse más tiempo del que llevaría leer el manuscrito. Me pregunté qué habría pasado.

Al día siguiente, con toda la naturalidad posible, a la hora del desayuno volvimos a comentar los nuevos capítulos. Por lo visto le gustaban y no parecía encontrar nada escandaloso en la historia ni en las escenas. Esta vez había incluido una felación de la madre a su hijo. Esperaba que le pareciese demasiado, pero comentó que en el contexto de la historia le parecía lógica. Aquello iba bien.

Por la tarde mi madre salió de compras con una amiga. Cuando volvió venía cargada de bolsas y cara de agotamiento. Yo ya había cenado y ella lo había hecho fuera. Dejó sus cosas en su dormitorio y fue a darse una ducha. Cuando salió vestía una camiseta de manga corta y un pantalón corto. Me fijé en que no llevaba sujetador. Tal vez tampoco lleve braga, pensé.

Se tumbó en el sofá y me pidió permiso para reposar sus piernas sobre mis rodillas. Por supuesto, le dije que sin problema y nos pusimos a charlar sin dejar de mirar la tele. Sus respuestas cada vez eran más imprecisas. Cuando la miré, se había quedado dormida. Tenía una pierna doblada y el pie apoyado contra mi cadera. La otra pierna descansaba todavía en mis rodillas.

La llamé con suavidad. No contestó. Levanté un poco más la voz y de nuevo no contestó. Estaba dormida. Entonces me incliné un poco. Su pantalón era lo suficientemente holgado como para dejar ver sus piernas hasta la ingle. Como sospechaba, no llevaba ropa interior. Pude ver el borde de su vagina. Parecía perfectamente depilada. Pero no me atreví a mover la ropa para ver mejor. Si se despertaba y me pillaba, seguro que se enfadaría, así que lo dejé estar. A su lado, sobre la mesa estaba su tablet. La cogí sin pensar. No estaba bloqueada con pin, así que abrí el navegador llevado por la curiosidad. Abrí el historial y encontré que había entrado varias veces en una página de relatos eróticos. Todos los relatos leídos trataban sobre incesto madre e hijo. Satisfecho con el resultado, apagué la tablet y la dejé en su sitio.

Después de un buen rato me levanté con cuidado de no despertarla. La llevaría para su cama. Entré en su habitación y abrí la cama. Después regresé al salón y la tomé en brazos con cuidado de no despertarla. Era ligera como un suspiro. Al sentir el movimiento se movió un poco y en un movimiento inconsciente, o eso creí, rodeó mi cuello con sus brazos. Me quedé quieto un momento mirando su rostro. Se veía preciosa, durmiendo tranquila. Me moría de ganas de besar aquellos labios con aspecto de golosina. La llevé con cuidado y le dejé sobre la cama. Despacio separé sus brazos de mi cuello y ella se echó de lado poniendo sus manos bajo la cara. Me entró la gran duda. ¿Debía desnudarla? Sabía que no llevaba ropa interior y al día siguiente tal vez me cayese una buena bronca por hacerlo. Así que decidí dejarla así. Si de noche despertaba incómoda se desnudaría y seguiría durmiendo. La besé en la frente y salí apagando la luz.

Esa noche me costó dormirme, pensando en mi madre en mis brazos. Me imaginaba llevándola así, pero desnuda, a la cama para hacer el amor.

Al día siguiente en el desayuno sacó el tema.

―Lo siento cariño. Anoche me quedé dormida mientras hablábamos. Que vergüenza ―se disculpó.

―No pasa nada, mamá. Venías rendida y después de la ducha queda el cuerpo tan relajado que es normal que de durmieses.

―Me llevaste tú para cama. ¿Verdad? Porque yo no recuerdo irme por mi propio pie.

―Claro. No iba a dejarte dormir en el sofá ―contesté quitando importancia.

―Encima hacerte cargar con la vaca de tu madre. Eres un cielo.

―¿Que dices? Si no pesas nada. Fue un placer ayudarte. De verdad.

―¿Y por qué me dejaste dormir vestida? Me desperté a las cuatro de lo incómoda que estaba.

―Lo siento, mamá. Pero supuse que estarías desnuda después de la ducha y no creí que te hiciese gracia que te dejase en pelota picada ―intenté decirlo con naturalidad, pero imaginarla desnuda me ponía palote.

―Ni que nunca hubieses visto una mujer desnuda. No tengo nada que no tengan las demás ―se rio ella.

―Ya, pero no me parecía plan. Temía que te molestase. Imagina que despiertas mientras te quito el pantalón. Igual piensas lo que no es y la tenemos armada ―contesté intentando que pareciese una broma.

―De todas formas, gracias. Eres el mejor hijo del mundo ―dijo acariciando mi mano sobre la mesa.

―Del mundo, no sé. Pero de esta casa, seguro ―bromeé provocando su risa.

Ese día sí estuve seguro de que me espiaba mientras me duchaba. Estuvo mirando al menos un par de minutos hasta que un movimiento por mi parte la asustase y se retirase temiendo que la descubriese. Por la noche se retiró a dormir antes que yo. Esperé un rato y tras apagar la tele me fui a dormir. Antes de entrar en mi dormitorio, me acerqué a su puerta y escuché en silencio. Habría jurado que se escuchaban gemidos apagados. Como si se masturbase. Tomé una determinación.

Hice una compra por internet y cuando llegó puse en marcha mi plan. Se trataba de una pequeña cámara de video que transmitía por bluetooth. La conecté a mi móvil. En cuanto ella salió de casa en la primera oportunidad, la coloqué en su dormitorio disimulada en el marco de una fotografía. La probé y resultó tener una gran definición. No hube de esperar mucho para obtener resultados.

Esa misma tarde pude grabarla cambiándose de ropa tras pasar por la ducha. No parecía haberse dado cuenta de su existencia y pude contemplar al fin el cuerpo desnudo de mi madre. Era una diosa griega. Mi madre apenas mide el metro setenta, pero tiene un cuerpo muy bien proporcionado. Sus pechos, sin ser muy grandes, se mantienen firmes y su culo, que tampoco es demasiado grande se veía perfecto, redondo y respingón. Su vientre era liso y terminado en un pequeño triángulo de vello púbico perfectamente perfilado.

Por la noche, después de cenar y durante nuestra charla delante de la televisión, procuré sacar de nuevo el tema de la supuesta idea de novela. Le aseguré que en un par de días tendría algo más escrito. Charlamos de mil cosas durante un par de horas y me fui a dormir. Ella no tardó en retirarse también a su dormitorio. Enseguida llegaron las imágenes. Mi madre se desnudó para acostarse, pero no se tapó. En lugar de eso comenzó a acariciar su cuerpo. Comenzó con el pecho desnudo mientras llevaba su mano derecha a su sexo. Poco a poco las caricias aumentaron de intensidad. Enseguida vi que se metía un dedo en el coño y frotaba su clítoris en busca de un orgasmo. Se retorcía en su cama mientras se masajeaba el clítoris y comenzaba a follarse con dos dedos. De repente una de sus manos salió de su coño y girándose un poco se introdujo un dedo en el esfínter. Que sorpresa. A mi madre le gustaba el anal. Eso me acabó de encender y me saqué la polla fuera del slip para masturbarme.

Mi madre se retorcía cada vez más, presa de un paroxismo de placer que la llevaba al paraíso. Se mordía los labios mientras sentía los embates de sus manos en su coño y en su culo a la vez. Finalmente su cuerpo se tensó como un arco cuando alcanzó el esperado orgasmo. Al verla terminar yo me corrí a la vez. Cuando se terminó su orgasmo siguió acariciándose con más calma como si necesitase bajar el ritmo poco a poco. Finalmente pareció recuperar el aliento y se cubrió con la sábana. Estaba acostada de lado y yo estaba seguro de que seguía teniendo su mano en su sexo. No pude evitar poner de nuevo el vídeo y hacerme una nueva paja.

Mis planes, aunque lentos, parecían avanzar bien. Las cosas se pusieron mejor una semana después. Había salido con sus amigas a tomar una copas y charlar. Llegó muy tarde y con un buen punto. Yo estaba todavía en el salón viendo la tele. Al verme pareció sorprenderse.

―Hola Nene. ¿Qué haces aún despierto?

―Hola mamá. Nada. Que no tenía sueño y aquí estaba viendo la tele. ¿Qué tal lo has pasado?

―Bien. Aunque creo que he bebido un poco de más.

―¿Crees? ―dije divertido―. Si ya se te traba la lengua. Has bebido de más. Pero bueno. Un día es un día. ¿No?

―Uff. No sé cómo ha pasado. Cuando me he dado cuenta ya me costaba ponerme en pie.

―No pasa nada. Mientras no se convierta en costumbre…

―Calla, calla. Ni que fuese alcohólica ―dijo riendo.

―Yo no he dicho eso. Anda, siéntate a mi lado.

Ella se sentó y se apoyó contra mi hombro. Charlamos un buen rato. Me contó cómo había sido la noche y pasamos un rato agradable. Cuando quise darme cuenta, se había dormido.

Como en la otra ocasión, me levanté y abrí su cama. Regresé al salón y la tomé en brazos para acostarla. La dejé con suavidad en su cama y la miré. Su rostro aparecía tranquilo, el pelo algo alborotado le daba un aire muy sexi. Recordé lo que me había dicho en la anterior ocasión y decidí desnudarla. Le abrí la blusa y sus pechos afloraron encerrados en un bonito sujetador de encaje que dejaban entrever sus oscuros pezones. Con cuidado la incorporé un poco para sacarle la blusa. La arrojé a los pies de la cama y desabroché el sujetador. Sus pechos asomaron ante mí. Me quedé embobado admirando aquellos preciosos melones. No pude resistirme y acaricié uno de los pezones. Al sentir el contacto ella soltó un gemido que me pareció de placer. Temeroso, aparté la mano, pero su pezón empezaba a endurecerse y su boca pareció esbozar una ligera sonrisa. La recosté de nuevo contra la almohada y le saqué los zapatos. Después abrí la cremallera de su falda y con cuidado la fui deslizando por sus caderas. Ella se revolvió un poco pero no llegó a despertar. Llevaba unas medias hasta medio muslo acabadas en una cenefa de encaje. Eran unas piernas perfectas, torneadas y firmes.

Con carió y cuidado fui sacando las medias. No parecía enterarse y levanté un poco su pierna para acabar de sacarlas. Quedaba la braga. No me acababa de decidir a sacársela. Sabía, porque lo habíamos comentado en alguna ocasión, que ella igual que yo dormía completamente desnuda. Así que me decidí. Agarré la prenda por ambos lados de las caderas y comencé a tirar hacia abajo. Enseguida su vello púbico asomó ante mis ojos. Me quedé fascinado mirando. Pasé mis dedos por él. Era muy suave. Su tacto me provocó una erección al instante. Nervioso por si se despertaba, seguí deslizando la braga, pero debía levantar un poco el culo para acabar de sacarla. Por suerte, inconscientemente ella me ayudó. Levantó un poco el culo y me dejó deslizar la prendasin abrir los ojos. La miré a la cara y parecía seguir dormida. Levanté sus talones y acabé de sacar la prenda. No pude evitar llevármela a la nariz y aspirar su aroma. Me enervaba ese aroma a mujer.

La contemplé, esplendida en su desnudez, durante un rato. Me habría pasado toda la noche allí deseándola y admirándola. Pero debía irme. No pude evitar acariciar su pezón con la punta de la lengua. Este respondió poniéndose duro de inmediato. Miré la cara de mi madre y vi que se mordía el labio inferior mientras suspiraba pero parecía seguir dormida. Sin saber cómo me atreví a pasar mi mano por su sexo. Los labios estaban cerrados, pero sentí una cierta humedad en mis dedos. Ella seguía gimiendo. Tal vez soñaba que tenía sexo, pensé. Dios, me la habría follado allí mismo. Pero sabía que aquello sería el fin. Decidí taparla y dejarla dormir.

Le di un pico en los labios para irme pero para mi sorpresa abrió los labios al sentir en contacto. No me resistí a pasar la lengua por sus labios entreabiertos. Ella seguía con los ojos cerrados. No sé de dónde saqué el valor, pero repetí la maniobra. Esta vez la punta de su lengua se abrió paso a través de sus labios y rozó la mía. Su mano apareció de repente tomándome por la nuca y apretó mi cabeza contra la suya. Nuestras lenguas se entrelazaron en un apasionado beso. De repente sus ojos se abrieron y me miró fijamente, sus pupilas estaban empañadas por el alcohol, pero era consiente de quien era yo. Cayó en la cuenta de que no era un sueño húmedo y sintió que estaba desnuda. Yo la había desnudado. No soltó mi cabeza, sólo me miró fijamente durante un minuto, o eso me pareció. Para mí se había detenido el tiempo.

Cuando al fin reaccionó sus palabras me dejaron helado.

―A la mierda ―dijo antes de aplastar su boca contra la mía buscando mi lengua.

Sorprendido al principio, tardé en reaccionar. Pero al cabo de un instante respondí con ganas a su apasionado beso. Cuando nuestras bocas se separaron, la besé por el cuello. Ella echó su cabeza hacia atrás para permitirme llegar a cada rincón mientras gemía agradecida por las caricias. Después comencé a bajar por su pecho. Ella echó la colcha y la sábana a un lado para permitirme seguir más abajo. Sus pezones estaban ya totalmente duros. Tomé un pecho con la mano para acariciarlo mientras me metía el otro en la boca. Sus gemidos iban en aumento y su respiración se hacía más entrecortada. Con una patada apartó el resto de la ropa de cama.

―Ven ―me invitó con voz ronca de deseo.

Sin hacerme repetir la orden, me deslicé en la cama abrazando su cuerpo desnudo. Sus manos comenzaron a desnudarme al tiempo que me acariciaba todo el cuerpo. Yo la ayudé a desnudarme y no tardé en estar tan desnudo como ella. Entonces agarró mi polla y comenzó a acariciarla en una lenta paja mientras seguíamos besándonos y acariciando. Mi mano llegó a su sexo, ahora totalmente húmedo. Dejó escapar un gemido cuando mi dedo entró en su cueva y se apretó más contra mi cuerpo. Yo aún no estaba seguro de que no creyese que se trataba de un sueño y tenía un cierto sentimiento de culpa.

―Te quiero, mamá ―dije antes de besarla de nuevo.

―Y yo a ti, hijo ―contestó ella tras el beso.

Definitivamente, tenía claro que quien estaba allí era su propio hijo. Y no parecía importarle. O más bien estaba deseándolo. Mis manos recorrieron cada rincón de su cuerpo y las suyas correspondieron con las mismas ganas.

Me deslicé besando su cuerpo hasta que mi boca llegó a su coño. Pasé la lengua a lo largo de sus labios arrancando gemidos que me decían que le gustaba lo que hacía. Presioné un poco para abrirlos y hurgué en su sexo con la lengua. Sus manos empujaban mi cabeza contra ella. Busqué el clítoris y lo acaricié con cuidado. Su cuerpo se arqueó cuando sintió el contacto. Lo chupé un rato, lo lamí. Jugué con él hasta que sentí que llegaba a un gran orgasmo. Mi boca se llenó con sus jugos que me supieron a gloria.

Entonces ella tiró de mí haciéndome girar hasta que mi polla quedó al lado de su cabeza. Sin dudarlo pasó la lengua por el glande provocándome un espasmo de placer. Yo volví a jugar con mi lengua en su coño enlazándonos en un perfecto 69 hasta que nos corrimos los dos, cada uno dentro de la boca del otro sin que ninguno de los dos hiciese ademán de retirarse. Cuando acabé ella siguió chupando hasta que logró que logró que mi polla estuviese de nuevo dura como el acero.

Entonces se giró para cabalgarme. De un solo empujón se clavó en mi polla hasta el fondo y cerró los ojos disfrutando las sensaciones del momento. Después se inclinó sobre mí y me besó antes de comenzar a subir y bajar follándome hasta llevarme al paraíso. Como ya me había corrido, ahora podía aguantar bastante más. Después de varios minutos de intensa cabalgada se sacó la polla de su goteante coño para ponerse en cuatro a mi lado.

―Ven ―dijo―. Ponte detrás y fóllame duro.

Sin hacerme de rogar me coloqué tras ella y mi polla entró deslizándose sin problemas. Ahora llegaba más al fondo y cuando la tuvo dentro del todo soltó un gemido ahogado.

―Sí, cielo. Dame duro que quiero tener el mayor orgasmo de mi vida.

Me agarré a sus caderas y empujé hasta el fondo en cada envión que le daba. Ahora mi madre soltaba pequeños gritos de placer. La vista de su culo me encendía más y más. Humedecí un dedo y, sin avisar, lo metí sin piedad en su ojete. Ella soltó un grito más de sorpresa que de dolor y me giró su cabeza para mirarme sonriendo.

Seguí follándola por ambos agujeros durante varios minutos hasta que sentí que estaba a punto de correrme. La avisé.

―Mamá, no puedo más. Creo que voy a explotar.

―Suéltalo, Nesto. Lléname el coño de leche. Dámelo todo ―pidió.

Sin contenerme más, me dejé ir y sentí como mi leche corría abundante dentro del coño de mi madre. Ella se corrió al mismo tiempo irguiendo su cuerpo cuando los espasmos del orgasmo llegaron. Empujé mi polla hasta el fondo de aquel delicioso al tiempo que agarraba sus tetas como si fuesen una tabla de salvación. Ella giró la cabeza y nos besamos de nuevo.

Caímos exhaustos y satisfechos. Todavía no me podía creer que hubiese salido tan bien. Y sin haberlo planeado. Cuando recuperé un poco el aliento la besé de nuevo.

―Te quiero, mamá.

―Y yo a ti, hijo mío. ¿Te ha gustado?

―Me ha encantado. Ha sido un sueño.

Nos quedamos dormidos abrazados. Yo tardé en conciliar el sueño. Todavía estaba alucinado y temía que se tratase sólo de un sueño. Cuando desperté a la mañana siguiente estaba solo. Pero era el dormitorio de mi madre. Sonreí al recordar la noche pasada. Me levanté animado por la perspectiva de lo que sería mi vida a partir de entonces.

Llegué a la cocina y fui a saludarla. Ella estaba acabando de preparar el desayuno.

―Hola mamá. Buenos días ―dije intentando abrazarla.

―Hola cariño. Buenos días ―respondió apartándome.

La veía sería. Había trazas de tristeza en su rostro. Me preocupé. Tal vez se hubiese arrepentido.

―¿Estás bien? ―pregunté preocupado.

―Sí cielo. Pero creo que debemos hablar ―contestó sin mirarme.

―Tú dirás. Pero ninguna conversación que empieza así suele acabar bien.

―Lo sé, Nesto. Pero es importante que hablemos. Lo de ayer fue un error.

―No estoy de acuerdo. Fue maravilloso ―vi como sus mejillas se teñían de rubor. Se sentía halagada.

―Fue muy bonito. Estoy de acuerdo. Pero nos equivocamos. Yo me equivoqué.

―¿Por qué? Somos adultos y ambos lo deseábamos. No hicimos nada malo.

―Nesto. Fue incesto. Eso está mal ―se retorcía las manos mientras hablaba.

―Sí. Fue incesto. Es más habitual de lo que puede parecer. Antiguamente las casas reales lo cometían continuamente. Y ellos llegaban a casarse.

―Pero estamos ya en el siglo XXI. No vale mirar a la edad media.

―Mamá, fue maravilloso ―dije tomándole las manos―. Yo te quiero. Tú me quieres. Ya sé que no como pareja. Nuestra relación seguirá siendo de madre e hijo. Lo único que hicimos fue proporcionarnos mutuo placer. ¿O no lo hicimos? ¿No te gustó? Dime que no te hice gozar y no volveré a hablar del tema. Pero por favor, sé sincera.

―Sí, Nesto. Reconozco que me gustó mucho. Hacía años que no disfrutaba tanto. Reconozco que tal vez el sexo nunca haya sido tan… genial como anoche. Pero no debía haber pasado. Soy tu madre. Y no quiero que me veas de otra forma.

―Eres mi madre y no dejaré de respetarte nunca. Ni de quererte. Pero también eres una mujer preciosa con necesidades. Y sé que no buscas la forma de satisfacerlas. Pues yo puedo ser esa forma. Nadie lo sabe y nadie tiene por que saberlo. Es algo que sólo nos importa a nosotros ―dije acercándome más.

―Nesto, por favor ―protestó débilmente pero sin atreverse a separarse.

La abracé. Fue un abrazo sin más intención que tranquilizarla. Su cuerpo estaba tenso. Como si temiese que fuese a intentar algo más. Deshice el abrazo. Ella pareció sentir alivio.

―No te preocupes, mamá. No lo intentaré más ―dije con voz calmada―. Si quieres me iré. Tal vez sea lo mejor. Me buscaré un apartamento en la ciudad para poder visitarte de vez en cuando, pero me iré.

―No, Nesto ―protestó casi gritando―. Yo no quiero que te vayas. No te estoy echando.

―Lo sé, mamá ―sonreí con tristeza. Me sentía jodido―. Pero tal vez sea lo mejor. Para ti no importará, pero para mí será difícil verte cada día y no poder abrazarte como te abracé anoche. Esas imágenes no se borrarán nunca de mi mente. Serán mi recuerdo más preciado. Pero no puedo estar aquí si no puedo besarte ni tocarte.

Mi madre se echó a llorar. La abracé de nuevo para consolarla. Limpié sus lágrimas con mi mano y la besé en la frente.

―No pasa nada, mamá. No me voy a la otra punta del mundo. Estaré cerca y vendré a visitarte siempre que pueda.

Sin esperar contestación me giré y me marché. La oí llorar a mis espaldas pero no me giré. Estaba todo hablado. Me metí en el dormitorio y me di una ducha. Después entré en el despacho pero no escribí ni una línea. Me dediqué a buscar un apartamento en la ciudad.

A la hora de comer me avisó tras llamar con suavidad a la puerta. Seguía con la misma ropa y se notaba que había llorado. En voz baja le dije que iría en breves momentos y me dejó solo. Había encontrado un par de pisos que me interesaban. Por la tarde decidiría.

La comida transcurrió en silencio, cada uno metido en sus propias cavilaciones. Mientras tomábamos el café, mi madre abrió la conversación.

―¿Nesto, me odias?

―No mamá. ¿Cómo puedes pensar eso?

―¿Entonces por qué te vas?

―Ya te lo dije. No puedo vivir aquí sin intentar tocarte, abrazarte, besarte. Es mejor poner distancia.

―Pues tengo la sensación de que es una forma de castigarme por no acceder a…

―No mamá. No es nada de eso ―no le dejé acabar la frase―. Es la verdad. Creo que es mejor que vivamos separados al menos hasta que lo de anoche se olvide. Aunque sé que no podré olvidarlo jamás. Para mí fue lo mejor que me ha pasado nunca. Lo siento.

―Para mí también ―reconoció hundiendo la mirada en su taza―. Pero es demasiado fuerte. Si no hubiese bebido ayer no hubiese pasado nada.

―Habría pasado igual. Yo lo buscaba ―reconocí―. Lo deseaba hace tiempo y lo buscaba. La culpa es mía.

―Pero sí yo no hubiese permitido… ―no se atrevió a acabar la frase. Hablar de sexo entre nosotros le daba miedo.

―¿Prefieres una vida de monja? ¿Vas a limitarte a masturbarte cuándo sientas necesidad de sexo? ―mi madre se puso colorada al oírlo―. Sí. Sé que tú también tienes necesidades sexuales. Como todo el mundo. No es malo. Y ayer sólo buscamos placer el uno en el otro. Por mucho que te empeñes en castigarte, no hubo nada de malo. Al menos, yéndome, no habrá tentación ―resumí.

―Pero tú eres joven, yo soy una vieja. Habrá miles de mujeres de tu edad que deseen estar contigo…

―Pero yo no deseo estar con ellas. Deseo estar contigo. Que eres una mujer hermosa, dulce y cariñosa. La mejor madre del mundo. Y la mujer más hermosa que conozco ―dije provocando su rubor.

―¿De verdad crees que soy guapa? ―preguntó sorprendida.

―La más guapa que conozco ―contesté sincero.

No dijo nada más. Volvió a hundir su mirada en la taza de café. Yo terminé el mío y me volví al despacho. Me senté tras el escritorio y volví a la búsqueda del piso. Los dos que me interesaban eran parecidos. Un precio similar, estaban a la misma distancia aunque en distintos barrios y los dos me gustaban. No me decidía por ninguno de los dos. Media hora después seguía indeciso. Unos golpes en la puerta me hicieron levantar la mirada de la pantalla. La cara de mi madre asomó en la puerta.

―Nesto. ¿Podemos hablar un momento?

―Claro que sí. ¿Qué pasó? ―pregunté intrigado.

―¿Puedo pasar? ―preguntó ella con timidez.

―Por supuesto.

Entró y se sentó en una de las sillas que había ante el escritorio. Parecía dudar para iniciar la conversación, como si estuviese arrepentida de haber entrado. Se sentó en el borde de la silla y se retorcía los dedos nerviosa.

―¿Qué pasó, mamá? ―pregunté preocupado.

―Debo confesarte algo ―dijo en un susurro.

―¿Qué? ¿Debo preocuparme?

―No. Pero tal vez me odies.

―¿Por qué? Yo no puedo odiarte. Eres la mejor madre y no puedes hacer nada para que te odie. Perdóname si antes fui brusco. Pero lo dije con sinceridad, no porque te odie o porque quiera hacerte daño.

―Gracias cariño. No quiero que te vayas. Me sentiría muy sola. Y…

―Mamá, ya te lo expliqué. No es que quiera irme, es que creo que es lo mejor para los dos.

―Si te quedas haré todo lo que quieras ―dijo con voz apagada.

―¿Cualquier cosa?

―Cualquier cosa. Incluso…

―No, mamá. No quiero chantajearte. Ni pretendo que te sientas obligada a hacer nada que no quieras. Sabes lo que deseo. Pero no me vale si es obligado. Me gustaría que tú también lo deseases. Pero como no es así, creo que es mejor que me vaya.

―Por favor, Nesto. No te vayas ―suplicó al borde del llanto.

―Mamá, por favor. No me lo hagas más difícil.

―Es que yo también lo deseo ―casi gritó―. Pero me da miedo que me veas como una puta. Que me pierdas el respeto y me veas como un capricho sexual.

―Mamá, yo no puedo verte así. Te repito que eres la mejor madre que podría desear y por nada del mundo quiero perderte.

En ese momento rompió a llorar. Echó los brazos sobre la mesa y hundió su cabeza en ellos para llorar. No pude aguantar su llanto y me levanté para abrazarla y decirle que todo estaba bien. Fui a su lado. La tomé por los hombros y la giré para que se apoyase en mi hombro. La abracé. Ella respondió al abrazo fundiéndose conmigo. Sentir su cuerpo pegado al mio era demasiado pero luché para evitar demostrarlo. Acaricié su cabeza y le susurré que todo estaba bien, que era su hijo y siempre la querría. Me partía el alma verla en ese estado. Su cuerpo se convulsionaba al ritmo de los sollozos y su cabeza se hundía en mi hombro.

Levantó la cabeza y me miró a los ojos. Los suyos estaban arrasados en lágrimas. Limpié sus lágrimas con mis besos. El sabor salado de su llanto me supo a gloria. Sólo quería consolarla.

―¿Te quedarás, Nesto? ―pidió llorando.

―Me quedaré, mamá ―concedí a mi pesar. Iba a ser duro. Pero la quería demasiado como para dejarla así, desecha. Sabía que no pararía de llorar si me iba. Y eso me partía el alma.

―Gracias cielo ―dijo dejando entrever un asomo de sonrisa.

―De nada, mamá ―contesté yo intentando sonreír a mi vez.

―Dame un beso, anda ―pidió. Yo la besé en la mejilla, llevándome conmigo otra lágrima.

―No. Así no ―dijo para mi sorpresa, una sonrisa parecía asomar a su mirada.

Agarró mi cabeza con ambas manos y la sujetó para dejar un pico en mis labios. Estaba sorprendido.

―Así. Quiero que me beses siempre así ―dijo antes de hundir su lengua dentro de mi boca.

―Quiero que me beses como a una novia. Quiero que me hagas el amor. Quiero sentirme de nuevo deseada. Y tú eres la persona más indicada para ello. Sé que nunca me harás daño. Y que serás el mejor compañero de sexo que podría desear.

―¿Estás segura, mamá?

―Nunca he estado más segura de algo. Ahora ven ―dijo tomándome de la mano.

Me llevó a su habitación.

―Desde ahora será nuestro dormitorio ―dijo sonriendo.

Se abrazó a mí y me besó. Después me quitó la camiseta que llevaba mientras me besaba el pecho y sus dedos se deslizaban sobre él. Yo hice lo propio. Ella levantó los brazos para permitirme que me deshiciese de su camiseta y sus pechos quedaron a la vista. Tomé uno de ellos y lo llevé a la boca. Jugué con el pezón logrando en apenas segundos que se pusiese duro como una piedra. Sus gemidos eran música para mis oídos. Su vientre se pegaba al mio buscando el roce con mi polla que en esos momentos ya estaba enhiesta del todo. Mientras nos magreábamos me fue girando hasta dejarme de espaldas a la cama.

Me empujó con suavidad y me dejé caer de espaldas. Ella me quitó el pantalón con el slip y se arrodilló ante mí. Me incorporé sobre los codos y la vi sonreír mientras agarraba mi polla con una mano. La miró con lujuria y acercó sus labios. Su lengua jugó con el glande un momento. Parecía saborearlo como si fuese un helado. Después, sin apartar sus ojos de los míos, se la fue hundiendo en la boca hasta que su barbilla rozó mis huevos. Vi que sentía una arcada, mi polla es bastante grande, pero se repuso enseguida. La sacó de la boca y volvió a tragársela toda, ahora cerraba los ojos, como disfrutando más de la sensación de tener aquel pedazo de carne en su interior. La chupaba como una maestra. No tardó nada en tenerme a punto de reventar.

―Mamá, como sigas, voy a correrme ―advertí.

―Hazlo, cariño. Córrete en mi boca. ¿No te gustaría? ―dijo sacándosela un momento.

―Es un sueño, mamá ―afirmé.

Mi respuesta afirmativa hizo que aumentase el ritmo y la profundidad de su mamada. Mientras acariciaba mis huevos para excitarme más. No tardé nada en correrme profusamente. Ella aguantó estoicamente cada descarga. No dejó escapar ni una gota. Cuando acabé siguió chupando hasta dejar mi polla reluciente. Después abrió la boca para demostrarme que lo había tragado todo y sonrió.

―¿Te ha gustado, mi vida?

―¿Bromeas? Ha sido la mejor mamada que me han hecho en mi vida. Pero ven aquí. Quiero devolverte el favor.

Se subió a la cama y dejó que le quitase el pantalón que llevaba. Arrastré su braga con el pantalón y su coño quedó a la vista. Allí, desnuda para mí, era una visión maravillosa. Sus mejillas se tiñeron de rubor, avergonzada de verse desnuda ante mí.

La besé en los labios y recorrí todo su cuerpo con mi lengua, dejando besos aquí y allá mientras bajaba por su pecho y su vientre. Cuando llegué a su sexo pasé de largo dejando tan solo un par de besos y seguí por sus piernas hasta la punta de los dedos. Chupé su dedo gordo y eso pareció gustarle mucho. Soltó un gemido mayor que los anteriores. Era el momento de hacer el recorrido a la inversa. Fui subiendo por la otra pierna hasta llegar a sus ingles.

Recorrí con la lengua el exterior de su vagina. Sus labios estaban hinchados de deseo y una gota de jugos escapaba de entre sus labios. Pasé mi lengua a lo largo de los labios presionando un poco para abrirlos. Ella empujó mi cabeza contra su sexo. Enseguida comencé a acariciar y estimular su clítoris mientras introducía un dedo en su coño. Su cuerpo se arqueó agradeciendo la caricia. Su boca soltó un ronroneo de satisfacción feliz por el trato recibido.

Seguí jugando con su clítoris e introduje un nuevo dedo. Sin dejar de trabajar con mis dedos y mi lengua simultáneamente la fui llevando hasta el clímax. No tardó demasiado en llegar al orgasmo. Sus espasmos me indicaron que estaba llegando al final. Me apliqué más y estalló en un ronco rugido de placer mientras apretaba más mi cara contra su coño y rodeaba mi cuerpo con sus piernas. No dejé de chupar y follar con los dedos hasta que su cuerpo no pudo más y estalló en un orgasmo explosivo. Su cuerpo se retorcía de placer mientras su respiración se aceleraba más y más en roncos gemidos. Finalmente cayó desmadejada, sonriendo de felicidad. Desde mi posición podía ver su pecho subiendo y bajando todavía acelerado por el orgasmo, con los pezones apuntando desafiantes al techo. Me deslicé hasta ponerme a su lado y la besé en los labios.

―¿Te ha gustado? ―pregunté sonriendo.

―Ufff. Nunca nadie me lo había comido tan bien. Eres todo un maestro comiendo coños ―su boca sonreía feliz.

―Me alegro de que te haya gustado ―dije deslizando mi mano hacia su vientre.

Ella bajó la suya hasta encontrar mi miembro. Pareció sorprendida de ver que ya estaba duro de nuevo.

―Caramba. ¿Ya estás listo?

―Me excita mucho dar placer a una mujer ―expliqué.

―Pues entonces has tenido que excitarte muchísimo ―sonrió satisfecha.

Me eché sobre ella y ella abrió las piernas para recibirme ansiosa. Dejé que mi polla se deslizase despacio en su coño. Estaba tan lubricado que entró sin dificultad. Ella jadeaba mientras sentía como mi polla la perforaba. Cuando llegué al final me detuve, con nuestros vientres pegados. Ella abrió mucho los ojos agradablemente sorprendida. Entonces comencé a moverme. Ella rodeó mi culo con sus piernas. Dejé que fuese ella quien marcase el ritmo de la follada. Sus piernas se movían cada vez más rápido pidiendo intensidad. Yo respondí obediente siguiendo su ritmo sacándola casi del todo para volver a enterrarla hasta el fondo.

No tardó en volver a correrse. Apretó sus piernas para pegarse a mi cuerpo todo lo posible mientras su cuerpo se tensaba como una cuerda de guitarra en un nuevo orgasmo. Yo movía la cadera suavemente alargando lo posible su orgasmo. A mi, después de haber descargado en su boca, me faltaba todavía un poco para correrme de nuevo.

―Gracias, cielo. ¿Quieres cambiar de posición? ―dijo en mi oído.

―Elige tú. Te dejo que mandes tú ―bromeé.

―Pues ven. Ponte detrás ―dijo deslizándose bajo mi cuerpo y poniéndose en cuatro a mi lado.

Hice lo que me pidió y ella agarró mi polla por debajo de su cuerpo para guiarla a su coño. Después se giró y me sonrió.

―Me gustó cuando me metiste el dedo en el culo ―insinuó.

―Tus deseos son órdenes ―sonreí yo guiñando un ojo.

Llevé un dedo hasta su coño. Estaba tan húmedo que podría haber lubricado las dos manos. Mientras ella empujaba su cadera contra mi polla para ensartarse yo introduje el dedo en su culo. En un gesto instintivo, el ojete se cerró aprisionando mi dedo, pero enseguida se relajó. Sus manos se garraban a la colcha de la cama como garfios y enterraba la cara en la almohada. Seguí follando aquel maravilloso coño con ganas, clavando la polla hasta el fondo. Hasta que mis huevos chocaban con sus nalgas. Mientras tanto no dejaba de follarla con el dedo por el culo. Sus gemidos se ahogaban contra la almohada. Al saber que el sonido se amortiguaba, no se cortó en gritar cuanto quiso. Yo estaba tan caliente como ella. Era un sueño follarse aquel dulce coño mientras taladraba su culo. Cambié de dedo y metí el pulgar tras lubricarlo. Pareció agradecer el cambio de tamaño y su culo comenzó a moverse trazando círculos. Ahora sí que yo estaba cerca de correrme de nuevo.

―Mamá, me voy a correr. No aguanto más.

―Córrete cielo. Córrete conmigo. Yo también me voy a correr. Hazlo cielo. Córreteeee…

Con un último empujón llevé mi polla hasta lo más profundo de mi madre y allí me quedé empujando mientras soltaba el primer chorro de leche. Mi madre se corrió al sentir mi leche en sus entrañas. Agarró mi pierna con la mano para tirar de mí hacia ella. Quería tenerme lo más profundo posible. Liberé su culo y agarré sus pechos que colgaban libres. Los amasé con fuerza mientras soltaba las últimas descargas de leche ene le interior de mi madre.

Después caímos rendidos en un amasijo de piernas, brazos y torsos. Mi leche se deslizaba por la pierna de mi madre. Ella llevó su mano al reguero y tomó un poco en sus dedos. Después los llevó a la boca y los saboreó como si fuese un manjar.

―Delicioso ―dijo guiñándome un ojo. No me pude resistir y la besé saboreando mi propia leche.

―Te quiero, mamá ―dije cuando separé mi boca de la suya.

―Te quiero, hijo ―contestó ella sonriendo.

Esa fue mi vida a partir de ese día. Éramos una pareja más. Follábamos cuando nos apetecía, lo que era a diario. Yo seguí escribiendo mi libro y fue un éxito. Con el tiempo le confesé que el que ella leía nunca vería la luz. Me llamó cabrito cuando le expliqué le motivo de haberlo escrito, aunque no se enfadó. Al final me agradeció que lo hiciese pues ahora teníamos la relación deseada. También hube de explicarle a que se debían mis escapadas una vez al mes a la granja.

Eso no le hizo tanta gracia. Pero reconoció que aquello había empezado antes de que lo hiciésemos nosotros y no me lo reprochó. Como “castigo”, cuando volvía de la granja, me saltaba como si llevase un año sin sexo hasta que me dejaba para el arrastre. Finalmente mis visitas a la granja se fueron espaciando y se limitaron a una vez cada dos o tres meses. A mi prima y a mi tía les expliqué que ya no podía ir con la misma frecuencia porque tenía novia. No era mentira del todo, así que lo entendieron. Pero siempre que iba me exprimían hasta dejarme seco. Tres años después mi prima empezó a salir con un tipo del pueblo y mis visitas sexuales a la granja se acabaron. Pero mi vida con mi madre siguió igual.

FIN