Una temporada en el campo 2

Siguen las aventuras sexuales de nuestro novelista en la granja

Tras una cena amena como siempre que estaba en la granja, me retiré a descansar. Algo me decía que tendría visita. O tal vez alguien esperaba que la visitase. Lo qué desconocía era si la madre o la hija. O tal vez las dos. En cuanto a la hija suponía que me recibiría con los brazos, y las piernas, abiertos. En cuanto a la madre me sentía descolocado. Su lenguaje gestual me decía que tenía ganas de un buen polvo. Pero temía entenderla mal y meter la pata. Eso habría sido una catástrofe. Así que decidí dejarles la iniciativa a ellas. Por mi parte estaba dispuesto a atender las necesidades de las dos.

Me acosté como siempre, o sea, desnudo. Apagué la luz del techo y dejé tan solo la lámpara de la mesilla encendida. Cogí el libro que estaba leyendo en ese momento y esperé sin lograr concentrarme mucho en la lectura. Algo me decía que tardaría en dormir.

Tuve que esperar casi una hora. Pero al fin vi como giraba despacio el picaporte. Debo confesar que se me aceleraron las pulsaciones como si estuviese en un concurso esperando el premio. Cuando se abrió la puerta vi a Pili. Echó una última mirada al pasillo y entró en silencio. Miró hacia la cama y sonrió al verme despierto.

―¿No habías dicho que venías a dormir? ¿O esperabas a alguien? ―preguntó a modo de saludo.

―¿Acaso te gustaría que estuviese dormido? ―respondí con sorna.

―Sería interesante. Por cierto, eres un maleducado.

―¿Yo? ―pregunté genuinamente sorprendido―. ¿Qué he hecho?

―¿No ves que por la noche refresca y pudo coger frío? ¿A qué esperas para ofrecerme un poco de abrigo? ―sonrió pícara.

―Caramba, tienes razón. Soy un desconsiderado ―admití agarrando el borde de las sábanas―. Espera que te hago sitio.

Agarré la sábana con la colcha y tiré hacia un lado dejando a la vista mi cuerpo desnudo. Pili sonrió al verme en tan buena disposición. Sin dudar ni un segundo se deshizo de la camiseta de tirantes que llevaba puesta y de la braga y se metió en la cama pegando su cuerpo al mío.

―Ummmm. Que gusto ―dijo melosa pasando sus manos por mi pecho hasta llegar a mi sexo.

—¿Estás entrando en calor?

—Compruébalo tú mismo —dijo llevando mi mano a su sexo.

Efectivamente estaba húmedo. Sus labios se abrieron cuando mi dedo paseó a lo largo de su raja. Ella suspiró agradeciendo la caricia. Su mano comenzó a acariciar mi pene de arriba a abajo. Se mordió el labio inferior echando la cabeza un poco hacia atrás cuando la penetré con un dedo.

—¿Te gusta? —la pregunta era absurda por lo evidente de su reacción, pero quería oírla.

—Y más que me va a gustar cuando tenga todo esto dentro —contestó agarrando con fuerza mi polla.

—¿Pues a qué esperas? —dije mientras la cogía de las caderas para colocarla sobre mí.

No hizo falta más. Se dejó llevar por mis manos y se deslizó sobre mi cuerpo sin perder el contacto. Su piel era suave y olía ligeramente a algún perfume con tonos frutales. El contacto de su piel contra la mía era delicioso. Dejó sus piernas cerradas sobre las mías y se inclinó sobre mi boca para besarme. Yo la sostenía por las caderas acariciando su culo para que no se resbalase.

—Mucho mejor —susurró sonriente.

Después comenzó a deslizar su cuerpo hacia abajo mientras abría ligeramente las piernas para abrazar las mías. Apoyó las manos en mi pecho y frotó su pelvis contra mí. Cuando su sexo, húmedo, llegaba a contactar con mi polla, volvía a subir sin perder el contacto con mi piel. Su sonrisa juguetona me tenía hechizado. Estaba loco porque dejase el juego y se clavase ya en mi polla que la esperaba ansiosa.

Por fin pareció cansarse del juego. O tal vez estaba tan ansiosa como yo. Se dejó resbalar poco a poco una vez más, pero esta vez fue maniobrando para que mi polla encontrase la entrada a su coño. Cuando notó la cabeza dentro abrió los labios en un mudo grito de placer. Se detuvo un segundo y sin dudarlo siguió en su movimiento descendente mientras se mordía el labio inferior en un gesto de lujuria que me encendía más y más. Al fin tuvo todo mi miembro dentro de su cálido sexo. Se detuvo disfrutando la sensación mientras clavaba sus uñas en mi pecho.

Yo levanté las manos y agarré sus pechos con delicadeza. Los tomé por abajo mientras con el pulgar y el índice agarraba sus enhiestos pezones y tiraba un poco. Un suspiro de placer se escapó de su boca.

—Joder, primito. Que ganas tenía de sentirla dentro. Tienes una polla fantástica.

—Y tú tienes un coño que me vuelve loco.

—¿Te gusta? —preguntó sonriendo con picardía.

—Me encanta —admití levantando mis caderas para empujar un poco más en su interior. Eso le arrancó un ahogado grito de placer.

—Cabrón. Eso no lo esperaba —dijo sin perder la sonrisa.

—¿Te molestó?

—Para nada. Me encantó. Pero aquí y ahora, mando yo —dijo comenzando a cabalgarme.

Me dejé llevar por el placer de la cabalgada. Ella se movía arriba y abajo con calma. Disfrutando del momento. De vez en cuando, un movimiento circular de sus caderas le arrancaba un gemido de placer. Yo seguía jugando con sus pechos. No eran muy grandes, pero eran firmes, con una areola oscura y un pezón no muy grande pero duro como una piedra que demostraba que estaba excitada al máximo.

—Cómeme las tetas —pidió gimiendo.

Hice lo que me pidió. Lleve mi boca hasta una de ellas y mordí despacio el pezón tirando un poco de el. Eso la excitaba más todavía como demostraban sus jadeos y el movimiento de su pelvis rotando alrededor de mi polla.

En un momento dado eché mi cabeza hacia atrás y ella se echó sobre mí para besarme. Cuando separó su boca de la mía creí ver una cara en la puerta entreabierta. La oscuridad en el pasillo era total y la habitación estaba en penumbra, así que pensé que era una ilusión óptica. Me olvidé de eso y me concentré de nuevo en la cabalgada de mi prima que por momentos se volvía salvaje. No tardó mucho más en llegar al orgasmo. Sus dedos arañaron mi piel mientras su cuerpo se tensaba como una ballesta clavándose en mi polla hasta lo más profundo. Después de golpe se dejó caer sobre mi pecho con la respiración agitada.

Un rayo de lucidez pasó por mi mente.

—¡Hostia! Que no tengo condón —dije preocupado, pero aliviado de no haberme corrido aún.

—¿No te habrás corrido aún? —preguntó ella.

—¿No lo habrías notado? —pregunté contestando con sorna.

—¿Estás de coña? No me habría enterado de nada. Joder. Que polvo —rió ella

—Tranquila que todavía no me he corrido la tranquilicé acariciando su rostro.

—Eso lo soluciono yo ahora —dijo ella con ese mohín de picardía que tanto me gustaba.

Se movió para girarse hacia mi polla. Su culo quedaba ahora al alcance de mi mano. Lo acaricié mientras ella se metía mi polla en la boca y comenzaba a acariciar el glande con la lengua.

La agarré por las caderas y tiré de ella hasta colocar su coño sobre mi boca. Se dejó hacer deseosa de un 69. Acaricié su vulva con mi lengua y ella enseguida comenzó a emitir unos entrecortados jadeos que me indicaban que lo estaba disfrutando. Su vagina todavía estaba muy sensible por el anterior orgasmo y no tardó en llegar de nuevo al clímax. Yo también estaba a punto de hacerlo.

—Me voy a correr, Pili —advertí.

—Hazlo —dijo sacándose la polla de la boca un segundo—. Dámelo todo.

Hundiendo mi lengua en su coño sentí como el primer chorro salía despedido en su boca. Ella siguió moviendo su cabeza con maestría dispuesta a ordeñarme más que a las vacas que ahora descansaban en la cuadra. Chupó sin parar hasta que la última gota salió de mi polla. Agradecida por el segundo orgasmo, siguió chupando hasta que mi rabo comenzó a perder firmeza. Entonces se giró y se abrazó a mí antes de besarme de nuevo.

—¿Te ha gustado, Nesto? —preguntó de nuevo.

—Me ha encantado. Eres maravillosa —respondí antes de besarla de nuevo.

—Lástima la falta de condones —protestó ella.

—Tengo en el coche. La pena es que no me acordé de cogerlos.

—Pues mañana no te olvides. No voy a estar chupándote el rabo toda la vida.

—¿No te gusta? —pregunté

—Me gusta mucho. Y como me comes el coño también. Pero quiero sentir como te corres dentro de mí.

—Yo también lo estoy deseando —admití besándola de nuevo.

—Ahora me voy a mi habitación. No sea que mi madre se entere.

—¿Crees que se enfadará si se entera? —pregunté preocupado al recordar la sensación de haber sido espiados.

—No creo. Pero igual se pone celosa. Y entonces tendrás que follártela a ella también —rió ella enterrando su rostro en mi hombro para apagar la risa.

Sonriendo saltó de la cama. Agarró su braga del suelo y la camiseta. Se quedó mirando las prendas un segundo y entonces me lanzó la braga que aterrizó en mi cara.

—Un regalito. Para que me recuerdes —rió antes de abrir la puerta.

Yo cogí la prenda y aspiré su olor. Estaba húmeda por el deseo que la había llevado a mi dormitorio.

—Delicioso olor —dije yo guiñándole un ojo.

Me lanzó un beso y se marchó, diría que feliz.

Me estiré en la cama y disfruté de nuevo del olor de la prenda. Después la guardé en el cajón de la mesilla. Crucé los brazos tras el cuello y me quedé mirando al techo mientras pensaba en todo lo que había sucedido desde que había llegado. Estas cosas no pasaban cuando era un crío, pensé sonriendo. No tenía sueño. Las imágenes de Pili cabalgándome seguían vivas en mi retina. Podía sentir todavía el calor y la suavidad de sus pechos en la palma de mis manos. El calor de su sexo húmedo de excitación envolviendo mi pene. Su aliento en mi cuello cuando se pegaba a mí. Su recuerdo devolvió un tanto la vida a mi miembro y cuando me di cuenta la tenía de nuevo morcillona.

Decidí apagar la luz e intentar dormir o al día siguiente estaría hecho polvo. Demasiadas emociones para un día. Vi que el picaporte volvía a girar. ¿Pili quería un segundo asalto? Me parecía raro. Entonces nos e habría marchado. ¿Habría cambiado de idea?

Mi sorpresa fue mayúscula cuando vi entrar a mi tía Pilar. Su expresión era neutra. ¿Qué pasaría? Antes de que yo dijese nada se sentó en la cama a la altura de mis pies. Vestía un camisón no muy sexy que supongo que era “de diario”. Tenía las manos juntas en su regazo. Las miró un instante antes de mirarme a la cara.

—¿Lo has pasado bien? —preguntó. No conseguía adivinar por su tono de voz si estaba enfadada, dolida, o qué pasaba por su cabeza.

—¿Entonces no fue una ilusión óptica? ¿Estabas mirando? —asumí que intentar negarlo sería peor.

—Sí —dijo tan solo.

—Yo… lo siento —fue lo único que acerté a decir.

—¿Por qué? ¿Estás arrepentido?

—¿Debería?

—No creo. Mi hija es adulta y tiene cuerpo muy apetecible, creo yo. Los dos sois mayores de edad. No seré yo quien se meta en medio. Solo te pido que no le hagas daño.

—Nunca se lo haría, tía. Lo sabes.

—No me llames tía. Que no soy tan vieja. Bueno, para ti igual sí —contestó con una sonrisa triste.

—No digas eso. No eres ninguna vieja. Y sigues siendo muy hermosa —dije alargando mi mano hasta tocar su rodilla.

—Gracias, Nesto —sonrió apretando mi mano.

Después se llevó mi mano a los labios y la besó. Yo me quedé de piedra. ¿Qué pretendía? Se quedó mirando mi mano un momento.

—Tienes unas manos muy bonitas. Son grandes y fuertes. Pero parecen muy suaves y delicadas —dijo estudiándola con atención.

—Gracias —contesté un tanto intrigado.

Acercó de nuevo mi mano a su cara y se acarició la mejilla con ella mientras sonreía embobada. Ese simple movimiento me excitó un tanto. Pero la cosa empeoró cuando separó uno de mis dedos y se lo metió en la boca y lo chupó como si fuese una polla. Tal vez iba a hacer una locura. Pero era el momento de decidirse. Me eché hacia un lado en la cama y con la otra mano aparté la ropa haciendo sitio.

Mi tía lo entendió perfectamente y sonrió complacida. Se puso en pie y mirándome de frente se sacó el camisón por la cabeza. Estaba desnuda. Cuando dejó el camisón en el suelo me miró a los ojos.

—¿Estás seguro? Mi cuerpo no es el de Pili.

—Tienes un cuerpo precioso. Cualquier hombre desearía abrazarte así y hacerte el amor.

—Que zalamero eres —dijo metiéndose en la cama y acercándose a mi cuerpo.

—Es la verdad —dije acercando mi boca a la suya.

Su boca se abrió ansiosa para devorarme. Pasó una pierna sobre las mías y con la mano buscó mi polla. Se mostró satisfecha al comprobar que mi erección era completa.

—Parece que estás listo para un segundo asalto, cabroncete.

—No voy a presumir. Pero el segundo lo aguantaré sin problemas.

—Mejor para mí —dijo ella acariciando mi polla mientras yo hacía lo propio en su sexo—. Así me aguantarás más.

—Pero no tengo condones —dije recordando el polvo anterior.

—No hacen falta. Yo no puedo quedar embarazada —me tranquilizó ella.

Sin decir nada más se giró para buscar con la boca mi polla. Parecía una repetición del polvo anterior. Así que la guié agarrando sus caderas para que colocase su coño sobre mi boca.

Creo que nunca se lo habían comido. En cuanto mi lengua comenzó a pasear por su sexo se envaró y se olvidó de mi polla. Su mano seguía agarrando mi tronco, pero su cuerpo se levantó arqueándose mientras su boca se abría por la sorpresa del placer que recibía.

No tardó en volver a buscar mi polla con la boca mientras yo la masturbaba con la lengua. La follaba con la lengua un rato y después me dedicaba otro poco a acariciar y chupar su clítoris. Definitivamente era la primera vez que se lo hacían y lo disfrutó tanto que en menos de dos minutos lograba un descomunal orgasmo. Disfruté los jugos que salían de su sexo hasta que logró recuperar el aliento.

Entonces tiré de ella para que se colocase a mi lado. La besé mientras acariciaba su pecho.

—Joder. Cuanto tiempo hacía que no tenía uno —dijo ella con cara de felicidad.

—Es una pena. Un cuerpo como el tuyo debería disfrutar al máximo.

—Y es la primera vez que me lo comen —confesó ruborizándose—. Es maravilloso.

—¿Nunca…? —no logré terminar la pregunta.

—Nunca. Y he de confesar que me encanta. Aunque si se la chupaba a tu tío de vez en cuando, él nunca me lo quiso comer. Decía que le daba cosa.

—No me parece justo. Yo te lo comeré siempre que quiera —le prometí. Ella me abrazó con fuerza agradecida.

—Pero ahora fóllame con ganas. Hace mil años que no tengo una polla entre las piernas —susurró en mi oído con voz ronca de deseo.

Me eché sobre ella y la besé. Quería hacerlo despacio para que lo disfrutase todo lo posible. Besé su cuello y ella echó la cabeza hacia atrás para recibir mis caricias. Después bajé hacia su pecho. Era bastante más grande que el de su hija, aunque menos firme. El paso de los años pasaba factura pero se mantenía hermoso y sus pezones me desafiaban. Los besé y los mordí con cariño. Mi tía suspiraba de placer a cada caricia e intentaba llevarme hacia abajo para que la penetrase ya. Yo estaba dispuesto a hacerla “sufrir” un poco más para prolongar su placer.

Por fin acerqué mi miembro a la entrada de su coño. Ella movió sus caderas para intentar engullirme pero no se lo permití. Cuando su culo se dejó caer de nuevo en la cama empujé despacio para entrar. Ella esperó paciente con la respiración entrecortada por la excitación, deseosa de sentir en sus entrañas al fin una polla. Cuando entró la cabeza me detuve un instante. Mi tía sonrió mirándome. Abrió los labios para pedirme sin articular palabra “más”. Entonces empecé a entrar, despacio pero sin pausa hasta que llegué a lo más hondo de su cueva.

Cuando la tuvo toda dentro se le escapó un apagado grito de placer. Esperé que Pili no lo hubiese oído. No sabía que podía pensar. Sentí como mi tía rodeaba mis nalgas con sus piernas y comencé a bombear en aquel delicioso coño que se derretía de placer a cada embestida. Yo hacía ya un rato que me había corrido y estaba seguro de que esta vez duraría más antes de correrme de nuevo. Mi tía disfrutaba de mis vigorosos embates con gemidos y algún gruñido cuando la punta de mi polla alcanzaba el fondo de su coño.

Seguí bombeando con furia hasta que mi tía alcanzó un segundo orgasmo. Su cuerpo se tensó agarrada a mí mientras me besaba con desesperación.

—Gracias, Nesto. Gracias. Gracias. Que ricooooo…. —su voz se apagaba en un gruñido salvaje de placer.

Cuando su cuerpo se relajó comencé de nuevo a taladrarla con mi polla cada vez más rápido mientras jugaba sin descanso con sus tetas. Un par de minutos más tarde era yo quien estaba a punto de correrse.

—Me voy a correr, Pilar. Estoy a punto de correrme.

—Espera un segundo, cielo. Que yo también me quiero correr otra vez. Espérame, por favor.

Me costó aguantar, pero por suerte ella alcanzó un nuevo orgasmo, así que dejé que mis huevos se vaciasen de nuevo, esta vez dentro del coño de mi tía. Abrazado a ella, clavando la polla en lo más hondo de su coño me vacié. Sentí como cada uno de mis espasmos era recibido con un gemido de placer por parte de mi compañera de cama. Sus piernas me tenían aun aprisionado contra su cuerpo mientras ella gemía de placer por el nuevo orgasmo.

Estaba satisfecho de mi rendimiento. Había logrado que se corriese tres veces, aunque era gracias al polvo de antes con mi prima.

Cuando se relajó, mi tía deshizo el abrazo de sus piernas a mi alrededor dejándolas muertas a lo largo de la cama. Yo me deslicé fuera de su coño. Ese movimiento le pintó una sonrisa en la cara mientras se mordía el labio inferior. Me dejé caer a su lado mientras se normalizaba mi respiración. Me quedé mirando al techo a su lado. Ella se inclinó hacia mí.

—Gracias, cariño. Eso ha estado genial —dijo antes de besarme.

—Gracias a ti. Me ha encantado.

—¿Aunque sea una vieja?

—No eres una vieja. Eres una mujer muy hermosa. ¿O la reacción de mi polla te hace pensar otra cosa? —bromeé.

—Tu polla se ha portado como una campeona —dijo ella sonriendo con picardía. Me recordó la sonrisa de Pili—. Cumplió de maravilla. Primero la hija y luego la madre.

No supe que decir y me quedé con la boca abierta como un pasmarote provocando la risa de mi tía. Se tapó la boca con la mano al darse cuenta de que lo había hecho muy alto y tal vez Pili podía habernos oído.

—No te preocupes, tonto. A mi no me importa. Ya te dije que erais mayores de edad y podéis hacer lo que queráis. Solo te pido que no le hagas daño.

—No quiero haceros daño. A ninguna de las dos —aseguré besándola de nuevo.

—Eres un cielo. Me alegro mucho de que hayas venido. Y tu prima también, claro —dijo antes de esconder su cabeza en mi cuello para apagar sus risas.

—Yo también me alegro de haber venido. Aunque no esperaba pasarlo tan bien cuando lo decidí.

—Bueno, cariño. Ahora debes descansar o cuando vuelvas tu madre va a pensar que te hicimos trabajar más de lo normal —dijo guiñando un ojo mientras salía de la cama.

Recogió su camisón del suelo y se paró a mi lado. Se inclinó para dejar un beso en mis labios y yo llevé mi mano hasta su sexo para acariciarlo. Mi leche corría ya por sus muslos y estaba encharcada. El roce de mi mano hizo que cerrase los ojos y se mordiese el labio en ese gesto tan característico de las dos mujeres.

—Cabrón. Como sigas no me marcharé y te dejaré seco —murmuró a mi oído.

—Tampoco iba a protestar. Ya te lo digo —contesté haciéndola sonreír.

Me lanzó un beso y se giró para marchar. Sus muslos brillaban por la humedad del semen corriendo por sus piernas. Su culo se me mostró precioso. Sería genial follarse ese culazo, pensé. Tal vez fuese virgen y nadie hubiese tenido la suerte de follarlo. Me prometí a mí mismo que ese culo debía ser mio.

Estaba derrotado, pero tenía la cabeza ardiendo por mil pensamientos. Las imágenes de los cuerpos desnudos de mi tía y de mi prima pasaban una y otra vez por mi mente impidiéndome dormir. Me levanté y abrí la ventana para fumar. La noche era clara y no hacía viento. Me asomé y vi que las luces de las otras ventanas estaban apagadas. Encendí un cigarro y fumé tranquilo, disfrutando del fresco de la noche y el paisaje velado por las sombras desde la ventaba. Cuando acabé de fumar sentía ya el frío en el cuerpo. Me metí en la cama y me quedé dormido enseguida.

Al día siguiente me levanté de muy buen ánimo. Cuando llegué a la cocina las dos mujeres estaban atareadas preparando el desayuno.

—Buenos días, señoras —saludé de buen humor.

—Señoritas, si no te importa —me corrigió mi prima sonriente.

—Buenos días, Nesto —saludó mi tía sonriendo también—. Venga, siéntate a desayunar.

—Has madrugado —dijo mi prima mientras cortaba pan—. No tienes necesidad.

—He oído a un gallo que no sabe de vacaciones. Además me siento de maravilla y quiero aprovechar todo lo posible —contesté yo.

—¿Para qué? —preguntó mi tía mirándome con picardía. Mi prima la miró con gesto de extrañeza. Tal vez temía que nos hubiese oído de noche. Yo temía que las dos lo hubiesen hecho.

Por un momento temí que una de las dos viniese a colgarse de mi cuello para darme un beso. Pero por suerte las dos parecían dispuestas a mantener la ficción de que nada había pasado.

Pili me puso delante unas tostadas y su madre enseguida apareció con el café y la leche. Nos sentamos los tres en la mesa a desayunar mientras comentábamos las tareas del día. Por supuesto me ofrecí a ayudar en lo que hiciese falta pero ambas se empeñaron en que había ido para escribir y que ellas podían llevar la granja sin ayuda.

—No lo niego. Eso está claro —dije para evitar que se molestasen—. Pero me gustaría ayudar. Como cuando era un niño. Me lo pasaba muy bien.

—Y acabábamos rendidos. ¿Verdad? —contestó Pili evocando aquellos años.

—Acababa muerto, pero feliz —coincidí yo.

—Pues hoy tengo que ir con el tractor a buscar unos sacos de pienso al almacén del pueblo. Si quieres puedes acompañarme. A ver qué tal se te da cargar sacos.

—Lo haré encantado. El ejercicio me vendrá bien.

—¿Y el libro? —mi tía parecía contrariada.

—Lo bueno de mi trabajo es que no tiene horarios —dije—. Y distraer la mente un poco ayuda. Las ideas aparecen mejor cuando estás distraído con otra cosa.

—De acuerdo. Tú sabrás. Pero no quiero que Pili abuse de ti.

—No lo haré, mamá. No lo obligaré a hacer nada que no quiera —contestó la aludida con un gesto de picardía que me sorprendió.

Las insinuaciones volaban a mi alrededor como balas. Yo ya no sabía lo que cada una sabía sobre la noche anterior y estaba acojonado. Temía que acabasen enfrentadas por mi culpa. Al acabar el desayuno subí a cambiarme. Me puse un vaquero, una camiseta y unos zapatones y estaba listo para empezar la jornada.

Cuando bajé mi tía estaba en la cocina y mi prima estaba sacando el tractor del granero.

—Nesto. De verdad que no tienes porque hacer nada. Lo sabes, ¿verdad?

—Claro que lo sé, Pili. Pero me recordará viejos tiempos.

—Pues anda. Que tu prima te espera —dijo antes de darme un beso al que correspondí encantado. Cuando me giré me dio una palmada en el culo—. Se te va a poner más duro aún —rió mirándome mientras se mordía el labio inferior en ese gesto que compartían madre e hija y que tan burro me ponía.

—Espero que no tengas queja —contesté con un guiño.

—Mientras lo otro siga duro, yo encantada —repuso ella antes de soltar una carcajada.

Cuando abrí la puerta mi prima estaba ya esperando a la puerta del granero.

—¿Dónde me siento?

—Aquí —señaló un asiento sobre la rueda trasera—. No es lo más cómodo. Pero es lo que tienen estos cacharros.

—A mi me vale —dije yo subiendo y sentándome a su lado.

Se puso en marcha y saludamos a mi tía que se había asomado a la puerta para despedirnos.

Enseguida tomó el camino hacia el pueblo. A mi mente volvieron los paseos en el tractor cuando era niño y mi tío nos llevaba en el remolque. Recordé cuando una vez fui con él ocupando en mismo sitio en el que iba ahora. Recordé lo alto que me pareció entonces. El traqueteo del vehículo y el ruido infernal que hacía aquel tractor, mucho más viejo y ruidoso que el que llevaba ahora mi prima.

—¿Qué tal la noche? —preguntó Pili sonriente mirando al frente.

—Muy bien—admití sin saber muy bien a dónde pretendía llegar.

—Acabarías rendido —ahora sí me miró y creí ver una chispa de malicia en sus ojos.

—Cansado pero feliz —dije esperando que ella descubriese el juego que se traía entre manos.

—Os oí —confesó guiñándome un ojo, juguetona.

—¿Tanto ruido hicimos?

—Tú no mucho. Pero mi madre llevaba mucho sin desfogarse —dijo antes de estallar en una gran carcajada.

—¿Te molestó? —pregunté preocupado. No quería hacerle daño a ninguna de las dos. Antes me iría.

—¿A mí? Claro que no. Es más, me alegro por ella. Eso sí —añadió con malicia mientras echaba mano a mi paquete—. Espero que deje algo para mí.

—Me pidió que no te hiciese daño. Ella también nos oyó antes —confesé.

—No te preocupes. No pretendo que nos casemos —se burló—. En el fondo las dos queremos lo mismo. Darle una alegría al cuerpo sin complicaciones. Mientras estés aquí te vamos a ordeñar de lo lindo. Para eso somos ganaderas.

—Que cabronas —reí—. ¿Lo teníais hablado entre vosotras?

—Que va. Pero nos conocemos. Las dos sabemos que ambas tenemos necesidades. Y aquí no tenemos hombres a mano.

Seguimos hablando hasta que llegamos al almacén cuarenta minutos después. Pedro, el gerente era un viejo amigo de mi infancia. Ambos nos alegramos de volver a vernos después de tanto tiempo. Nos invitó a unas cervezas y charlamos un rato mientras sus dos empleados cargaban el remolque.

—¿Y quién lo va a descargar? —preguntó mirándome como si me examinase.

—Yo mismo. ¿O crees que no puedo con un puto saco? —me reí.

—No sé yo si un tipo de ciudad será capaz de aguantar un trabajo más duro.

—¿Recuerdas que ya lo hacía de niño?

—Que tiempos —suspiró evocador—. Pero esos sacos no los levantábamos entonces.

—Pesaban más que vosotros dos juntos —rió mi prima.

Nos despedimos de Pedro y nos pusimos en marcha de vuelta. El camino transcurría entre prados y árboles. Había un río que cruzaba el camino. El viejo puente de madera había sido sustituido por uno de obra. El viejo no soportaba el paso de las modernas máquinas. El río bajaba caudaloso y allí mismo hacía un pozo en que solíamos bañarnos de críos. Allí había aprendido a nadar. Mi prima detuvo el tractor a un lado.

—¿Te acuerdas? —preguntó mirando al remanso del río. Solo se oían los pájaros.

—No me voy a acordar. Ahí aprendí a nadar —contesté.

—Vamos —dijo ella de repente bajando del tractor.

—¿Ahora? —pregunté incrédulo—. Si no he traído bañador.

—Ni yo —contestó ella riendo mientras se quitaba la camiseta. Sus pechos quedaron libres ante mi vista.

No lo dudé más. La seguí mientras me quitaba la camiseta y comenzaba a soltar el cinturón. Cuando llegué a la orilla vi el pantalón de Pili en el suelo. A su lado estaba su braga y sus zapatillas de deporte. Me senté y me quité las botas y el pantalón. Me puse en pie y miré en su dirección. Cuando me vio torció su cabeza hacia un lado haciendo una mueca interrogativa. Me deshice del slip y me tiré al agua. Ella sonrió cuando vio que me desnudaba del todo.

Nadé hasta su lado y la abracé.

—Creí que estaría más fría—dije.

—A ver.. —dijo ella echando su mano a mi paquete—. Pues no. Parece que está bien —dijo riendo.

Nos besamos y ella envolvió mi cuerpo con sus piernas. Yo estaba de pie sobre el fondo y el agua me daba por el pecho. Pili acercó su sexo hacia mi polla mientras frotaba sus tetas contra mi pecho.

—Quiero tenerla dentro —gimió ronca a mi oído.

—Toda tuya —contesté yo agarrando su culo para ayudarla.

Buscó mi polla con la mano y la acercó a su coño. Cuando la tuvo en la entrada se dejó caer para empalarse. Gimió mientras se agarraba fuerte a mi y sus piernas me aprisionaban. Mis manos agarraron sus nalgas con fuerza para atraerla contra mí. No tardamos en acompasarnos para una deliciosa follada acuática. Sus gemidos eran constantes y cada vez más fuertes. Yo la besaba y ella se bebía mi boca. Mis manos seguían sujetando su culo, pequeño pero firme. Yo estaba cerca de correrme pero ella parecía tardar más. Metí un dedo en su culo. Su reacción fue intentar cerrarlo al tiempo que soltaba un grito de sorpresa.

—Cabrón —dijo. Sonría divertida.

—¿Te molesta? Si quieres lo quito.

—Ni se te ocurra —contestó ella de nuevo relajada—. Con tu polla no creo que pudiese. Pero el dedo me encanta. Que placer…

Seguí follándola con el dedo al tiempo que entre ambos lo hacíamos en su coño. Ahora sí que en menos de un minuto su cuerpo se agarrotó a mi alrededor cuando llegó al clímax. Un rugido ronco salió de su garganta mientras su coño parecía querer engullirme.

—Estoy a punto de correrme, Pili —advertí.

—Dentro no, por favor —dijo ella gimiendo aun debido al orgasmo.

—Por eso lo digo —yo no podía más.

Comprendiendo la urgencia se separó de mí y agarró mi polla con su mano. Me masturbó apenas unos segundos cuando al fin yo terminé también por correrme. Ella siguió meneando mi polla unos instantes más mientras me miraba sonriendo.

—¿Te ha gustado? —preguntó haciendo de nuevo aquel gesto que me volvía loco.

—Me ha encantado. ¿Y a ti? —contesté.

—Mucho. Pero quiero que la próxima te corras dentro. Me muero de ganas por sentir que te corres dentro de mí.

—Tengo condones en el coche —dije.

—Pues esta noche llévalos para la habitación —pidió entornando los ojos.

—Será un placer —dije antes de besarla.

Nos aseamos en el rio y nos vestimos. El día era caluroso y antes de llegar a casa estaríamos secos.