Una tarde parda y fría, chupapollas...

Se acerca la hora de que el Amo vuelva a casa y chupapollas se prepara para lo que más adora: el servicio de cada día.

Hace mucho, mucho tiempo, publiqué aquí un relato titulado "El día en que llegó chupapollas" ( http://www.todorelatos.com/relato/41903/ ), que fue razonablemente bien recibido.

Y aunque han pasado años, y aunque he escrito cosas, no me he decidido a terminar otro relato (una secuela de áquel) hasta hoy. Y en gran parte lo he hecho gracias al apoyo y al ánimo de dos jóvenes autoras de TR, kayra ( http://www.todorelatos.com/perfil/1413172/ ) y, sobre todo, MartitaDS ( http://www.todorelatos.com/perfil/1316192/ ).

Así que debo agradecerles a ellas que este relato continúe...

Una tarde parda y fría, chupapollas

No faltaba mucho para el regreso del Señor, y chupapollas se afanaba en la cocina para terminar sus últimas tareas domésticas.

Ese día, chupapollas tenía permiso para vestir uno de sus harapos: una camiseta larga que ganó en la competición de perras que se improvisó durante una fiesta del Amo con sus amigos.

Como no se le había permitido lavarla, aún conservaba todos los apropiados insultos que habían escrito en ella, y muchas manchas de saliva, cerveza y semen seco. Incluso estaba marcada de orina, pero eran sólo algunas salpicaduras. La camiseta no tenía mangas, y le llegaba un poco por debajo del coño. El cuello estaba rasgado, y los pechos se le salían a través de dos agujeros cortados a costurones.

Desde luego, chupapollas no estaba muy abrigada con ella, pero al menos la protegía de las quemaduras y los accidentes.

Obviamente, no usaba ninguna otra prenda ni calzado. Tenía prohibido ese privilegio. Incluso esa camiseta mugrienta la podía usar sólo cuando su Dueño se encontrara ausente. A pesar de ello, su obligación era mostrarse siempre limpia y suave por si debía ser usada, lo que la obligaba a lavar y cuidar su cuerpo y sus orificios casi continuamente.

De pronto, le pareció escuchar un leve ruido proveniente del descansillo. Alarmada, miró al reloj de la cocina y se dio cuenta de que el Amo estaba a punto de llegar y ella no estaba esperándolo frente a la puerta. Rápidamente, corrió atolondrada hasta la entrada, sacándose por el camino la sucia camiseta que arrojó en una esquina.

Cayó deslizándose sobre sus rodillas frente a la puerta, justo en el mismo momento en el que el Señor abría la cerradura. Cabizbaja, con las manos a la espalda, no podía saber si habría llegado a tiempo o si su Dueño la había encontrado en falta, fallando en su servicio desde el mismo momento del reencuentro.

El Amo entró en la casa distraído, revisando el correo, y palmeó levemente al pasar la cabeza de la esclava. Eso era una buena señal, aunque no quería decir nada, ya que algunas veces su amado Señor disimulaba su enfado hasta el momento del castigo. Otras, sin embargo, explotaba en el momento. Ella, un simple animal, no era capaz de comprender cómo funcionaba el comportamiento ni el enojo de su Amo. Tampoco lo necesitaba. Ella estaba allí sólo para complacer y obedecer.

Sin embargo, se estremeció involuntariamente ¿y si se había dado cuenta? ¿y si la castigaba? Mientras seguía al Amo, a cuatro patas, como una mascota feliz, pensó en las veces en que, como castigo, había permitido a putavaca, la esclava laboral, tomar su lugar de esclava sexual y la había obligado a ella a servirla.

Eso le aterrorizaba mucho más que el dolor o la humillación extrema. Porque mientras besaba el hediondo culo de putavaca, la oía tragar groseramente la polla del Amo. Sin sutileza, sin arte, sin ninguna técnica. Haciéndolo mal. Un servicio totalmente indigno de lo que su Propietario merecía y demandaba.

No le dolía estar sometida a ella después, toda la noche (aunque odiara tanto lamer sus pies callosos, recibir sus escupitajos o servirla sexualmente), sino pensar que su amo había preferido vaciar su preciado semen en la boca soez e inexperta de esa mula de carga antes que permitir que su lengua y su garganta adoraran esa polla que tanto veneraba.

Maquinalmente, recogió la chaqueta del Señor y desapareció por el pasillo. Cuando la puta volvió a aparecer, aún a cuatro patas, llevaba en su boca un periódico doblado. Caminaba balanceando la cadera, continuando su comportamiento de perra amaestrada hasta menear un rabo imaginario.

Se acercó hacia su Amo, situándose frente a sus pies, y, con las manos en la espalda, estiró su cabeza hacia Él, ofreciéndole el diario. Su vista, sin embargo, estaba fijada en el suelo, entre los zapatos de su Dueño. Éste, sin mirarla, cogió el periódico y lo desplegó para leerlo. Se estiró en el sillón, colocando sus pies en el regazo de su guarra.

La esclava comprendió al instante qué parte de la rutina cotidiana le estaba exigiendo el Amo, así que se encorvó y muy suavemente comenzó a descalzar a su Señor. Cuando la piel de sus pies entró en contacto con la de los muslos, se sintió de nuevo en su lugar y las preocupaciones desaparecieron. Empezó a masajear los pies del Propietario con dedicación y adoración ¿podía haber algo más importante que relajar a su Dueño? Pronto las caricias de su lengua comenzaron a sustituir a las de sus manos, y la perra se dejó llevar, cerrando los ojos y abandonándose al placer de servir.

Al cabo de unos minutos, el Amo tiró a un lado, aburrido, su periódico, y observó distraídamente a la sumisa mientras lamía y acariciaba sus pies. Los ojos de su Dueño, clavados en su carne, hacían que chupapollas se pusiera nerviosa. Él también tenía ese efecto en ella.

Sonriendo, el Señor se estiró para alcanzar una pelotita maciza que descansaba sobre una mesita del salón. Sin decir palabra, retiró los pies y se la mostró a la pequeña furcia. Ésta, inmediatamente, se incorporó sobre sus muslos, mirándola fijamente, atenta como una perra de caza.

El Amo movió lentamente la pelota frente a los ojos de la zorra, que la seguía con la cabeza. Hizo ademán de lanzarla hacia un lado y, cuando la inercia venció el cuerpo de su puta, la arrojó hacia el extremo contrario de la habitación. Velozmente, chupapollas se lanzó en su persecución, naturalmente, a cuatro patas. Cuando la alcanzó, la empujó con la cara contra la pared, para que no se moviera mientras la cogía con la boca.

Triunfante, volvió a la vera de su Dueño, meneando el culo con orgullo y dejando resbalar la baba por su barbilla. Cuando llegó de nuevo a sus pies, depositó suavemente la pelota en el regazo del Señor, que palmeó su cabeza un par de veces antes de lanzársela de nuevo. Así una y otra vez.

Cada vez, el juego era más rápido, y chupapollas debía gatear más velozmente por la pelotita. Pronto, el cuerpo de la sierva comenzó a brillar, cubierto por el sudor. Pensativamente, el Dueño comenzó a deslizar su pie por la espalda de su mascota, observando cómo la humedad del cuerpo le ayudaba a resbalar. La putita no pudo evitar un pequeño estremecimiento: como a todas las perras, le encantaba que le acariciaran el lomo, aunque fuera con el pie. Comenzó a ronronear suavemente.

El Amo limpió el sudor de su planta contra el pelo de la puta y, sonriendo dijo:

  • ¡Muy bien, perra! Me pregunto si tendrás la misma habilidad atrapando otras cosas...

La pequeña mascota se le quedó mirando sin entender bien lo que le estaban diciendo... hasta que su Propietario se levanto y sacó su polla, colocándola frente a su hocico. Institivamente, abrió la boca y entresacó la lengua, pero en ese momento el Amo dio un pequeño paso lateral, alejando su miembro de ella. La putita lo siguió con la cabeza, emitiendo un pequeñísimo gruñido de frustración. Él, entonces, caminó lentamente hacia atrás, unos pocos pasos, que ella recorrió a cuatro patas, con la cabeza erguida, como sujeta por una correa invisible que uniera su boca con la polla de su Dueño.

Intentó de nuevo lamerla, pero rápidamente, el Dueño se dedicó a hacerla pendular de un lado a otro de su cara. Cuando chupapollas intentaba atraparla con sus labios por la izquierda, Él la llevaba a la derecha. Cuando besaba el aire a la derecha, la movía a la izquierda, entre risitas.

El Amo comenzó a abofetear a chupapollas con su polla.

  • ¡Ja, ja, ja! ¿Qué pasa, putita? ¿Quieres algo?

  • Por favor, por favor, mi Amo... Se lo suplico...

  • ¿El qué, zorra?

  • Por favor, Amo, déjeme chuparle la polla,... Haré lo que sea, por favor, por favor... Estoy desesperada por comérsela... Se lo ruego...

  • ¡Bah! No lo suficientemente desesperada... Ni siquiera la has sabido besar!

  • ¡Lo haré! ¡Lo haré! ¡Mire! - suplicó, desesperada, la patética perra, lanzándose de nuevo hacia el pene de su Amo, pero éste siguió toreándola, riéndose de ella. Con una torva sonrisa, decidió darse media vuelta.

  • Bueno, puta, si no sabes comerme el rabo, a lo mejor probar con mi trasero es más apropiado para tus habilidades.

  • ¡Síii! ¡Gracias, Señor! - dijo la zorra, antes de hundir su cara con entusiasmo entre los muslos de su Dueño.

Con la misma adoración que si se tratara de cualquier otra parte de su cuerpo, chupapollas se aplicó a lamer, besar y chupar el culo de su Amo, enterrando la lengua en el ano del Señor. Éste parecía complacido, pues cerró los ojos y se comenzó a masturbar con cierto deleite, mientras agarraba a la sierva por el pelo. Poco a poco, empezó a restregar su culo por el rostro de la perra, arriba y abajo, primero lentamente pero después cada vez más deprisa. Los gruñidos de placer y excitación de Amo y esclava se entrelazaban como hiedras.

  • ¡Basta! - dijo Él, separando de un tirón la cara de chupapollas de su trasero. Volvió a girarse y plantó sus huevos sobre la cara de la zorra, que comenzó a lamerlos con deleite, mientras su Señor continuaba meneándosela.

-A cuatro patas, guarra- Sin pensarlo siquiera, chupapollas se encontró a si misma con la cara casi hundida en la alfombra.

-Ábrete.

La puta usó sus dos manos para agrandar su ya de por sí dilatado y muy húmedo coño.

-Eso no, estúpida, te quiero dar por culo.

chupapollas subió un poco sus manos para abrir el ano para su Dueño. Éste la empaló sin miramientos, comenzando de inmediato a meter y sacar su polla del culo de la sierva. Ésta, apoyada en sus cuatro patas, se balanceaba adelante y atrás, haciendo bambolear sus tetas.

El Amo agarró del pelo a su puta y le levantó la cara. Cuando se reequilibró, cogió con la otra mano uno de sus pechos y comenzó a sobarlo, estrujarlo y pellizcarlo. Entonces se dedicó a escupir en la cara de la furcia, al ritmo de sus embestidas. Una vez, y otra, y otra más.

La perra, en su patético servilismo, sacó la lengua y comenzó a relamerse, saboreando con deleite los escupitajos de su Propietario.

  • ¡Qué puta eres, guarra de mierda! Mírate, a cuatro patas, te estoy escupiendo en la cara mientras te doy por culo y tú encima te relames. ¡Cerda salida! Te gusta que te sodomicen hasta reventarte ¿eh, perra?

  • Oh, sí,... me encanta que me destroce el culo,... mi Dueño,... sentirme repleta de su polla...

  • ¿Y que te estruje las tetas, puta?

  • Todo mi cuerpo... existe sólo... para ser usado, mi Amo,... nací para eso... para que... ah... juegue con mi carne... mmmm...

  • Pero ¡qué guarra!... ¿Te gusta más si te escupo?

  • Aaaaah,... Sí... Señor... Recibir cualquiera de... ah.. de sus fluídos... Amo... por... por favor,... me vuelve locaaaaa...

  • Pues agradécemelo,... furcia cachonda,... cerda hambrienta... de esperma,... montón de mierda.

  • Ah! Gracias, mi Dueño,... gracias,... gracias por dejarme ser... ah... su... su escupidera... su agujero... su puuuta...

El Señor siguió follándosela por el culo hasta que sintió sus huevos a punto de explotar. Entonces sacó su miembro, volteó a la puta sobre el suelo y se corrió en su boca abierta.

  • ¡Toma, zorra! ¡Toma tu premio!

  • ¡Gracias, Amo! ¡Mmmmm! ¡Adoro su semen, Señor! ¡Gracias por correrse en mi cara de puta!

  • Está bien, guarra... Ahora quiero que te masturbes... - Dijo el Señor, incorporándose y colocándose de pie sobre ella.

-¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Gracias señor! - Exclamó chupapollas mientras se afanaba toqueteando su clítoris y pellizcando sus pezones. Su respiración se agitaba, haciendo bailar los leves restos de semen que aún blanqueaban la comisura de sus labios, mientras aumentaba su excitación, arqueando la espalda sobre el suelo, retorciéndose las tetas e introduciendo de golpe cuatro dedos en su coño, rápidamente, dentro y fuera, dentro y fuera.

El Amo esperó a que su furcia se pusiera realmente a cien, allí, erguido, con un pie a cada lado de su cuerpo sudoroso. La vio masturbarse hasta que consideró que le faltaba poco para el orgasmo y entonces, pausadamente, sacó su polla y comenzó a mear sobre la cara, los pechos y el vientre de la zorra.

De arriba hacia abajo y luego de vuelta.

Se la sacudió, en silencio, dejando las últimas gotas salpicar el rostro de su puta. Se la guardó, se dio la vuelta y chasqueó los dedos diciendo:

  • Ahora. Córrete.

La esclava chupapollas se corrió ruidosamente, empapando su pelo al agitarse como una loca. Entonces él se fue, dejando a su guarra gimiendo, desfallecida, mientras el charco de orina que rodeaba su cuerpo de puta se iba haciendo, poco a poco, más frío y más grande.