Una tarde para recordar
Una caliente hija recuerda las tardes que sus padres disfrutaban y decide hacer que su padre las reviva.
Permítanme presentarme mi nombre es Romina, tengo 27 años y estoy escribiendo algo que pasó hace seis meses, y que aun hoy sigue aconteciendo. Es algo anormal, pero a la vez inevitable para mi. Pero paso a relatarles mi historia.
Resulta que mi marido ya no me produce ningún placer, cuando me lo hace. No es culpa de él. Es un chico de mi edad , y está normalmente dotado. Cuando yo mostraba algún interés, me lo hacía con frecuencia. Ahora menos, un poco creo que porque se da cuenta que yo ya no gozo más.
La razón es el problema. No gozo más porque cuando me la pone ya no la siento, ni mucho menos cuando me la mueve adentro. Es como que no me puso nada, es como que se mueve algo incompleto, que no es ni todo lo gordo ni todo lo largo que me hace falta. Insisto, mi marido no la tiene chica, pero la de mi marido ya no me hace nada de nada.
El hecho es que esta situación me trajo a la mente un recuerdo de mi niñez, la pija de mi padre. A mi papá yo se la había visto una vez, cuando adolescente. Él nunca lo supo. Yo entré a la pieza y él estaba durmiendo , con mamá. Era la siesta y era una calurosa tarde de verano, por lo cual tenían puesta poca ropa. Mi papá tenia uno de esos calzoncillos tipo bermudas, y a través de la abertura, se le salía todo. Mi papá tenia una erección tremenda, la pija de mi viejo parecía el obelisco. Me senté, sin aliento, para mirársela.
Mamá se movió un poco y me asuste, se estaban despertando. Salí justo, pero me quede pegada, respirando con dificultad, del otro lado de la puerta. Y ahí fue que los escuché. Mi vieja le dijo:
-Gordo, ¡Otra vez!
Mi papá se reía. Escuche rechinar el elástico de la cama, seguramente que bajo el peso de ambos cuerpos encaramados. Mi mamá dejaba escapar toda clase de ayes y suspiros, mi viejo reía con voz ronca, inhabitual. Sentí que se me inundaba la bombacha y me la toqué. La saque del medio de mis labios vaginales porque me era insoportable. No sé cuanto duro la escena. El crujido de la cama se hizo rítmico, se la estaba cogiendo con ganas, a mi mamá. Y ella empezó a gozar a los gritos, sin preocuparse, a mí se me empezaron a salir unos suspiros fuertes, también.
Mi mano volvió al mismo lugar, me bajé la bombacha y me metí los dedos. Mi papá gimió, fuerte, los gritos de mi mamá fueron languideciendo y el ruido de la cama también. Salí corriendo. Me fui a mi pieza, me encerré. Con los dedos, me hice acabar una, dos, tres, cuatro veces, hasta que quede dormida, con la mano agarrándome la concha, y el cuerpo enteramente transpirado. El recuerdo de esa tarde de mi adolescencia no me abandonó jamas. Cuando empecé a coger, me entregué a un hombre rudo, y lo hice sin miedo. Me decepcionó un poco porque el tamaño ni se acercaba al de papá. Pero como yo estaba virgen, igual me costo y me gustó.
Probé con varios, uno me gusto mucho porque la tenía bastante grande, aunque no como papá. Pero no anduvo la relación afectivamente, finalmente me enamoré de mi esposo, a quién aún amo, y me entregué a él tratando de no comparar. El problema es que cuando pasan los fuegos del amor, período en el cual una no se fija en nada, viene la rutina y entonces....
A todo esto mi mamá falleció. Mi papá no volvió a casarse, se que hace sus escapadas donde una señora. Sé que ya iba ahí cuando mamá todavía vivía, pero me parecía natural, a mí, ya que la enfermedad de mamá fue larga.
Un día, que no por casualidad era también una tarde de verano, fui a verlo a sus casa. Le hice un almuerzo rápido porque él, en eso, es muy abandonado. La casa está bien ordenada, y a él se lo ve aseado, pero la comida parece que dejo de interesarle desde que murió mamá. Saboreó mi almuerzo, aunque había sido una improvisación. Muy contento por mi visita, y de muy buen humor, se quedó charlando largamente, en la sobremesa. Después, le dio sueño, me pregunto si yo me iba enseguida. Le expliqué que no, que tenía la tarde libre, me propuso que hiciera la siesta, me dijo que siempre tenía mi cuarto ordenado y listo para recibirme.
Se lo agradecí y lo dejé partir a su dormitorio, mientras yo lavaba los platos y me preguntaba a mí misma si tendría el coraje de hacer aquello para lo cual había venido, aquello que el deseo acuciante me empujaba a hacer. Me tendí en la cama un rato, de todos modos, para tranquilizarme. Después, como decidida, me saqué la ropa. Quedé en bombacha y corpiño. ¡Pero qué bombacha y corpiño!
Mi marido no me había visto con ese conjunto puesto porque le iba a dar un infarto y se iba a hacer ilusiones..., al cabo de las cuales me dejaría otra vez insatisfecha. Porque me excita mucho ponerme esa bombachita diminuta, que me marca tan bien los labios de la concha y que se me enriela en el culo, y ese corpiñito que deja ver los pezones y la parte de debajo de mis tetas redondas.
Me acerqué lentamente a la habitación de mi papá, el dormía como de costumbre , de espaldas. Llevaba sus eternos calzoncillos bermudas, pero nada salía de allí, como aquella vez. El corazón se me comprimió como una mandarina, y estuve a punto de irme, pero cuando abría la puesta, me escuchó y abrió los ojos. Mi papá me miraba como si viera una aparición. Me pasó por la cabeza que estaba cometiendo una crueldad, que en una de esas a mi papá no se le paraba más, y que nunca había visto una chica tan linda y tan seductora como yo. Le pregunté:
-¿Puedo descansar a tu lado? En mi pieza hace siempre tanto calor a esta hora...
-Sí, le da el sol. Quédate, quédate
Pero no podía evitar recorrerme el cuerpo con la mirada. Estaba fascinando a mi padre, por que a mi edad tengo cuerpo de mujer, pero como soy aún joven, es un cuerpo tremendamente apetecible. Eso lo sé por mi marido y por los que conocí antes que él.
Me tendí junto a mi viejo, de costado mirándolo. También él se puso de costado, mirándome, empezamos a charlar, de forma indolente, de cualquier pelotudez. Los ojos de papá no paraban de recorrerme. De pronto, vi asomarse la pija de mi viejo. Lentamente, como un animal que despierta, iba saliéndosele por la abertura del calzoncillo. Mi papá no reparó en ello, yo sentí que el corazón me empezaba a palpitar fuerte, y que la voz se me entrecortaba.
Algo en mí hizo que el fenómeno se acelerara, y la pija del hombre se asomó en toda su plenitud, espléndida, joven, erecta. Ahí no pude evitar mirársela directamente. Él se dio cuenta, como si despertara de un sueño, y trató de guardarla, desesperadamente. Se lo impedí, sosteniéndole el brazo. Le dije:
-Espera, papá. Nunca vi una tan grande.
Me miro con sorpresa, pero había como un orgullo en su mirada. Verse piropeado por una mujer joven, aunque fuera su hija, y una mujer que estaba tan buena como yo, ahí estirada en su cama, media desnuda, en la misma cama donde había cogido tantas veces con mamá, a quien me parezco mucho, obviamente era algo que lo halagaba infinitamente, y lo excitaba sobremanera. Se la agarré, antes que pudiera decir nada. Es tan gruesa que no pude agarrársela entera, a lo ancho, con una sola mano. Ansiosa le dije:
-Papá, ¡qué flor de poronga que tenés! ¿Cuánto mide?
-Veinticinco centímetros de largo- dijo mi viejo con una tímida sonrisa.
-Ojalá mi marido tuviera algo como vos. ¿Sabes que me da muchas ganas?
Y le moví un poco la piel, como pajeándolo, para tratar de liquidar cualquier eventual resistencia de su parte. Insistí:
-¡Ay papá! ¿Te parece que está mal que me dé tantas ganas ? Ya soy una mujer adulta, después de todo, ¿verdad?
Todo esto lo dije con algunos gestos provocativos, como el movimiento de mi cabeza para que mi cabello, cayera voluptuosamente de lado, mientras mis tetas se agitaban y se hinchaban, pugnando por salirse del corpiñito, y mis piernas se cruzaban y descruzaban, poniendo en evidencia la humedad creciente que iba mojando la marca visible de los labios de mi concha contra la seda de la bombachita blanca. Papá estaba muy emocionado. Noté que no tenía voluntad para resistirme, sentí que estaba triunfando y me animé. Me desabroché el corpiño y tomé una de sus manos y la puse sobre mis tetas.
Papá palpaba la consistencia de mis tetas redondas, con un aire de fascinación increíble, con los ojos redondos como de asombro. Le solté la pija un segundo para bajarme la bombacha. Le tome la otra mano y la llevé hasta mi concha. Con las dos mías, le volví a agarrar la poronga, y le dije:
-¡Viste cómo estoy toda mojada, papi!
Asintió, mientras su mano buscaba dentro mío, y con la otra no paraba de apretujarme las tetas. Se acercó para chupármelas. Aproveché y, de costado, levantando una pierna, empujé un poquito más y logre que me apoyara la cabeza de su poronga gigantesca en los labios de la concha. Le pedí:
-Empuja un poquito, papá. Por favor.
Empujó, y mi concha, como encontrando al fin el ideal tras el cual había estado siempre, se abrió golosamente para tragar la pija que le estaba entrando. La cabeza de su pija era un pomo enorme, caliente y duro. Empecé a acabar. Empecé a decirle cosas:
-Así, cógeme, hijo de puta. Métemela toda, tu pija de caballo. Por favor, más, papi, más....
Papá se me subió y empezó a empujar con ganas. Ya se estaba cogiendo a su hija. Ya se estaba haciendo a la hembra joven y caliente, provocativa, que se había metido en su cama pidiéndole pija para ponerle los cuernos al marido, su yerno. La pija de papá fue entrándome hasta el fondo, sin que yo pudiera parar de mover las caderas hacia delante, como si estuvire enferma de los nervios, acabando sin parar, orgasmo tras orgasmo.
Cuando me llegó al fondo esa poronga larga y enorme, me puse loca del mate. Me distendía toda la concha y la sentía metida hasta las pelotas. A cada movimiento, porque mi papá no paraba de empujar, yo sentía como su pija me pegaba y me frotaba en el fondo de la concha, contra el cuello de mi útero. Cuando mi viejo acabó, casi me escapo de su abrazo porque sentí como una llama dentro mío, que era demasiado. Creo que tuve todavía dos o tres orgasmos después de su acabada, cuando sus movimientos iban aminorando. Papá no podía controlarme. Ni yo tampoco...
Desde esa tarde, voy a casa de papá una vez a la semana. Las cosas ocurren siempre de manera muy parecida. Él parece estar muy satisfecho. Tuve que inventar un expediente para no perder a mi marido: le doy mi culo. Así, dentro de ese canal que había mantenido virgen hasta ahora, mi esposo se siente un gigante. Yo, mientras lo siento moviéndose ahí adentro, también siento placer. Y pienso en mi papá y acabo estruendosamente. Y le digo "papito", y mi marido piensa que es a él.
La situación no es la ideal pero como hembra, amante y esposa, nunca he sido tan feliz. Como hija tampoco.