Una tarde en el sofá
Un relato sobre una pareja cualquiera que se ama y sabe como amarse.
No te imaginas lo que me afecta verte con tu leotardo negro sin mangas y tus medias rosa pálido. Quedamos en venir a tu casa para trabajar en la tesis después de tu clase y de mi trabajo. En la oficina debo ir formal siempre, de traje y corbata, y tú solo te pusiste una falda y un suéter por encima en lo que llegábamos a la casa. No pude dejar de verte en todo el camino, con ese leotardo ajustado que resalta a la perfección tu esbelta figura. La delicada línea de tu espalda bajando desde tus delicados hombros hasta las suaves carnes de tu trasero, tus curvas sujetando la falda, los tirantes dejando ver tu blanca clavícula y tus tonificados brazos, el esbelto cuello. Incluso se adivinan los contornos de tus menudos pero firmes y suaves pechos. Anticipo la sensacion de tus pezones entre mis dientes desde antes de entrar a la casa. Tus padres salieron a comer fuera y no volverán en unas horas. Te veo dejar tus cosas en el pequeño sillón que venía a juego con el sofá y me ves con esos ojos grandes y seductores de largas pestañas. Te sientas dejándome ver tus piernas abiertas y tu pecho respirando, invitándome a estar contigo.
Recostada con la cadera casi en el filo del sillón, no puedo evitar encerrarte con mis brazos a cada lado, apoyados sobre la pared tras el sillón; sé que te excita sentirte acorralada. De inmediato te beso, encuentro tu lengua y la acaricio con la mía. Atrapo tus manos y las sujeto a la altura de tus hombros, ofreciéndome tus dulces pechos, tu fina cintura, para que los haga míos. Te sigo besando mientras gimes, solo rompo el beso cuando bajo mis cariños a tu cuello. Te acaricio con la lengua y muerdo con cuidado tu esternón, antes de saborear el ángulo de tu mandíbula por un segundo antes bajar de nuevo a tu cuello. Me encanta devorarlo, tan blanco, tan fino. El calor emana de tu cabello y puedo sentir la vibración de tus gemidos. Bajo hacia el hueco entre tus clavículas, tan elegantes, y luego suelto tus manos para juntarlas en el hueco que se abre entre tu espalda y el sillón. Las sujeto con mi izquierda mientras bajo tu tirante con la mano derecha. Gimes mientras acaricio con ansias tu pecho sobre el corpiño, mientras te como el cuello por ambos lados. Bajo tu corpiño a la vez que recorro con la lengua todo el camino hasta tu pecho. Tu sabes lo que me gusta, así que cuando de pronto subo para besar y morder el lóbulo de tu oreja, susurras en mi oído una súplica. Que te coma las tetas, me pides entre suspiros. De inmediato empiezo a lamer tu pecho desde el exterior, marcando una espiral hasta tu pezón. La posición de tus brazos resaltan tu menuda constitución, tu postura sumisa resalta tus pechos hasta hacerlos irresistibles. Atrapo al pezón entre mis dientes a la vez que o acaricio fuerte y lento con la lengua, rodeándolo y hundiendo su carne con cuidado pero con fuerza.
Aprietas las manos intentando zafarte, pero no te dejo. Sé que nos excita más. Veo tus brazos con el filo de la mirada, en tensión y atrapados por mis manos y por el elástico del tirante de tu leotardo. Tus codos están tocando tus costillas, acentuando tus pechos mientras los devoro, alternando entre uno y otro. La sola visión de tu cuerpo recibiendo placer hace que me duela el miembro, que está tan duro, listo para hacerte mía. Cuando veo que lo disfrutas más, me detengo y veo tu cara jadeante, tus ojos con deseo, tu boca invitándome a besarla.
Suelto tus manos y te digo al oído lo que quiero. Sonríes sin decir nada mientras desabrocho mi cinturón. Forcejeas y te concedo el beneficio de abrir mi pantalon y bajar mi ropa interior, liberando mi miembro erecto. Lo acaricias con ansiedad, con deseo contenido a duras penas con una mano mientras con la otra lo masturbas con suavidad, tu cara a la altura perfecta para lo que deseo que hagas. Te acaricio fugazmente el labio inferior con el pulgar derecho, tu boca entreabierta excitándome más, antes de bajar la mano hacia tu cuello. Con sumo cuidado, pero firmeza, lo rodeo con la mano y te atraigo hacia mí mientras doy un paso hacia atrás, haciendote bajar del sillón. Estando ahí, de rodillas, me ves a los ojos mientras acercas tu boca a mi glande, besando la punta con suavidad, mi mano ahora rodeando tu mejilla. Lo besas algunas veces antes de lamerlo, un lado y luego el otro. No tardas en empezar a recibirme en tu boca con pasión, hundiendo cada vez más mi duro miembro en tu boca hasta casi tocar tu garganta. Siento como me acaricia tu lengua mientras tus labios hacen presión sobre el tronco, succionando y chupando como si la vida se te fuera en ello, lento pero delicioso. Con mi mano derecha te formo una coleta y acompaño tu subir y bajar por mi rabo mientras que con la otra acaricio tu hombro y cuello. Me vuelves loco, pero con la primera vez que retiras mi pene de tu boca es suficiente para darme unas ganas invencibles de hacerte mía: sosteniendo mi erección embadurnada en tu saliva, tus ojos cerrados, la boca encharcada en flujos...
Te jalo, con cuidado, el cabello indicandote que subas. Lo haces sin soltar mi miembro, lo cual me excita más mientras te beso, porque me da oportunidad de rodearte por completo con mis brazos a la par que te me cuelgas con el izquierdo. Acaricio tu pequeña espalda, tu finísima cintura, la cual encapsulo casi por completo en mis manos. Aprieto tus hoyuelos con mis dedos, masajeando esa zona que sé te vuelve loca, lo que confirmo viendo como gimes y te retuerces, masturbándome más rápido. Mi mano derecha atrapa tu trasero, apretándolo con la palma al mismo tiempo que con dos dedos masajeo primero tu entrada posterior por unos segundos antes de acariciar firmemente tu vagina, que tienes encharcada ya. Siento tus labios a través del leotardo, y los abro para masajearte con todo y tela húmeda. Empujas las caderas contra mi mano sin dejar de besarme, tan solo dándome un minuto para darte placer con mi mano. Te levanto, a lo que automáticamente me sueltas el rabo erecto para sostenerte de mí con brazos y piernas. Te acuesto en el sillón, a lo largo. No necesitamos nada más.
Acaricias mi nuca y mis hombros mientras bajo de tus labios hacia tu cuello, tu clavícula y vuelvo entonces a besarte. Te acaricio el vientre, los pechos firmes y amplios, la cintura, bajo mi mano hacia tu pierna izquierda, apretando esas nalgas juveniles de paso. Subo tu falda y hago a un lado el leotardo. Me excita ver cómo levantas tus caderas para que pueda descubrir más fácilmente lo que estoy buscando. Me desespero al encontrar tus medias y simplemente las rompo antes de descubrir, haciendo las bragas a un lado, tu mojada vagina, tan bella. Gimes y respiras fuerte sin que te toque siquiera. Te sientes deseada, yo sé igualmente que estás buscando lo que tengo. Lo que vot a darte. Me levanto un poco solo para admirarte: acostada, los pechos brillantes y descubiertos; jadeante, retorciendote de la anticipación, tus hombros enmarcando perfectamente tu tonificada figura, tus pétreas facciones ahora acentuadas por la lujuria. Quieres que te coja, que te folle. Con un movimiento decidido, juntos orientamos mi miembro y comienzo una penetración lenta, entrando en lo más hondo.
No mido el tiempo, pero sí el ritmo. Me encuentro un nido en tu cuello desde el cual te beso, te huelo. Sostengo tus caderas, tu pierna, sobo tu vientre y tu pecho con la mano derecha mientras te rodeo con la izquierda. Tus manos me acarician sobre la camisa, bajo el saco, toda la longitud de mi espalda. Gimes. Te vienes una, dos, tres veces. Cada vez con un espasmo distinto, pero todos hermosos a su manera. Acelero el ritmo para, por fin, venirme dentro. Te aviso para que, como siempre, puedas decirme las palabras necesarias para lograr perderme en mi orgasmo. Me suplicas, con tu voz jadeante, que me venga adentro, que te quieres sentir llena de mi leche. Así lo hago, con un par de embestidas profundas y decididas.
Nos besamos. Estamos juntos, por el momento, y eso es suficiente. En los brazos del otro todo es más fácil, más intenso. Dulcemente, me recuesto en tu pecho. Por hoy, solo por hoy, estoy en casa. Pero la noche será larga, aunque aun no lo sepamos.