Una tarde divertida
Esa tarde, que haciendo un trio, ves como disfrutamos todos los que jugamos.
Dos pares de manos acariciaban tu cuerpo bajo el edredón. Tu piel era suave y receptiva a las caricias como pocas veces recordabas. Sentías cada pasada, cada presión de los dedos, en tu espalda, en el interior de tus muslos, en cada zona sensible aunque, a decir verdad, toda tú sentías en cada parte donde te rozábamos.
Volviste tu cara hacia mí y me ofreciste tu boca. Nuestros labios se unieron y las lenguas comenzaron su danza, buscándose, peleando, rozándose entre sí y penetrando la boca del otro y plantando su bandera de deseo.
Tu marido se pegó a tu espalda y sus dedos separaron tus nalgas hasta encontrar tus labios. Te penetró con ellos. Tu coño estaba totalmente mojado y resultó fácil que se abrieran camino dentro de ti. Un gemido escapó de tu boca cuando inició un movimiento de vaivén que te volvió loca de placer.
Tus manos buscaron febriles por mi espalda hasta llegar a mi culo. Lo cogiste con desesperación, clavándome las uñas y pegado mi pelvis a la tuya. Me besaste con rabia, hasta quedarte sin aliento y, de repente, separaste la cara para mirarme, con los ojos entrecerrados y una expresión de deseo salvaje.
Sin mediar palabra, con temblores en tu cuerpo, por la penetración que te hacía arder, cogiste mi polla con una mano, te la llenaste con ella y comenzaste a masturbarme. Te encantaba sentir cómo se ponía aún más dura cuando la meneabas, con ese ritmo que sólo tú sabes dale y que hace que me ponga caliente perdido y desee follarte a muerte.
Te dejé hacer y contemplé el brillo de tus ojos. Estabas aún más bella cuando te ponías fuera de ti. No pude evitar el impulso de acariciar tus pezones y fue delicioso sentirlos duros y, a la vez, delicados y deseables. Amasé tus pechos con mis manos mientras volví a morder tus labios y el aire se escapaba de tus pulmones y entraba en mi boca como si con tu aliento te entregaras más a mí.
Tu marido se escurrió por tu espalda, separó tus piernas y empezó a comerte el coño. M encantó ver tus muslos separados y escuchar los lameteos y los ruidos de succión en la parte donde deseaba entrar. Pero dejé que siguieras meneando mi polla, resistiendo a duras penas el correrme. Contigo debo hacer un esfuerzo constante para no llenarte de leche la cara, los pechos, tu espalda, así es como me pones cuando estoy contigo.
De repente, una frase pronunciada a medias, con urgencia, con determinación... ¡Ven y fóllame! ¡Te quiero dentro...!
Y me atrajiste con tu mano, llevando mi polla cerca de tu humedad. Tu marido adivinó el gesto y dejó de lamerte, me agarró para dirigirme hacia ti. Te giraste hasta ponerte casi boca arriba, dejando el espacio justo para que yo te penetrara y él siguiera lamiéndote el culo, el coño y, a veces la parte de mi polla que quedaba fuera, llena con tus jugos y mis huevos, que golpeaban rítmicamente en tu culo y su boca.
Me tenías muerto de deseo, después de una tarde de caricias, en el sofá tomando un whisky, en el pasillo camino de la cocina, besándonos mientras íbamos a por algo para picar. En el cuarto de baño cuando insististe en estar conmigo mientras me duchaba y estuviste mamándome la polla mientras me secaba. Habías estado poniéndome a mil todo el tiempo y ahora, por fin, te estaba penetrando y te sentía ardiendo en tu coño, mi polla se estaba derritiendo dentro de ti y no dejaba de besarte y desearte.
Tu marido se levantó para dar la vuelta a nuestros cuerpos y sujetarte por los tobillos, abriéndote totalmente las piernas. Yo te tomé por las muñecas y las retuve con mis manos, aplastadas contra el colchón. Estar así, abierta y sujeta, te hacía sentirte entregada, deseada, usada y follada de una forma que te ponía al borde del orgasmo.
Con voz ronca, con los ojos entrecerrados pero fijos en mí, me pediste que te follara más fuerte, que te rompiera por dentro. Y aumenté el ritmo y la intensidad de mi penetración. Tu cuerpo se agitaba como un muñeco roto. Movías la cabeza a un lado y a otro sobre la almohada y seguías pidiendo que te follara, que no parara,que me corriera dentro de ti, que querías mi leche llenándote, rebosando tu coño, que me deseabas...
Y mientras estabas corriéndote, mientras explotabas por dentro y tu cuerpo saltaba sudoroso sobre las sábanas, no pude aguantarme más y me corrí dentro de ti...