Una tarde diferente

Una chica normal con ganas de descubrir nuevas sensaciones. El placer de sentirse deseada y luego, ¿quizás también utilizada?

Era una tarde como otra cualquiera, bueno, quizás era algo diferente, sí. Era un día de sensaciones, un día con ganas de que resultase especial. En ocasiones pasear bajo la lluvia invita a relajarse, a dejarse llevar por la tranquilidad. En esa ocasión la lluvia invitaba a atecharse en cualquier parte, no era un día para dar paseos.

Esa mañana al levantarse temprano para ir al trabajo Andrea se miró al espejo vestida sólo con las bragas, se sintió deseable y su pensamiento la llevó a la noche anterior cuando en la tranquilidad de su cama se entretuvo jugando con su juguetito vibrador. Le gustaba usarlo de vez en cuando, primero lo rozaba suavemente entre sus pliegues más ocultos, luego lo iba introduciendo poquito a poco, al final no resistía más y acababa metiéndolo del todo… El final era frenético, jadeos incontrolables y espasmos finales con una sensación de placer deliciosa. El recuerdo la hizo humedecer de nuevo, en fin, unas bragas recién puestas y ya mojadas, bueno, es igual.

Tras el trabajo se propuso quedar a comer en cualquier sitio y luego ir de compras. No había nada en especial que necesitase, sólo pasar el rato y echar la tarde.  Sin embargo pronto descubrió que ese día sería diferente,  cada cosa que veía le hacía pensar, cada situación que observaba le hacía imaginar. Bueno, estoy cachonda y punto, se dijo.

Entró en una tienda de ropa y se detuvo en las blusas de colores que tanto le gustaban, cerca de ellos echó una ojeada a algún vestido veraniego, sin duda destinado para días menos fríos que el presente. Cogió un par de ellos y se metió en un probador. Al verse en el espejo en bragas y sujetador dispuesta a subirse el vestido se notó allí desnuda casi al lado de mucha gente sólo separada por unas finas cortinas y volvió a notar el cosquilleo entre las piernas. No se consideraba exhibicionista ni había experimentado situaciones parecidas pero pensó en el morbo de que cualquier desconocido la viera así, haciéndose la despistada mientras desnuda se probaba el vestido. Decidió quitarse el sujetador y con los pechos libres se vió en el espejo sus duros pezones que antes pugnaban por liberarse de la tela que los ocultaba. Entreabrió la cortinilla unos centímetros, sólo un espacio mínimo, con eso veía a la gente paseando por la tienda y se sentía desnuda allí ante todo el mundo que quisiera mirar hacia los probadores. Haciéndose la despistada se quitaba y se ponía el vestido sin evitar mirar de reojo por la abertura y sólo tuvo una visión fugaz de un hombre de mediana edad que al pasar dirigió su mirada hacia el probador. Fue como un fogonazo, sólo un instante fugaz, pero sintió una ola de calor que la envolvía y de repente sintió la humedad abriéndose paso entre sus piernas.

No ocurrió nada más, se vistió con su ropa y ni siquiera acabó comprando el vestido que se había puesto y quitado al menos cuatro veces. Eso sí, algo cambió porque decidió guardar el sujetador en el bolsillo, quería sentir sus pezones rozando la camiseta, quería continuar su grado de excitación notando miradas sobre ella al pasear por la calle. Pronto se dio cuenta de que los pezones marcados en la tela y el movimiento de los pechos al caminar eran un objetivo casi imposible de evitar para cada hombre que se cruzaba por la acera. Se sentía caliente, se sentía deseada.

En su caminar pasó al lado de un sex-shop y en su imaginación volvió a dejarse llevar. No tenía ningún reparo en entrar en él, no sería la primera vez, y aquel día le apetecía mirar objetos sexuales, los duros pezones rozando en su camisa se lo susurraban cada instante, la humedad que iba ganando terreno en su vagina se lo decía a gritos. Entró y lo primero que vio junto a la puerta fue una  auténtica colección de lencería erótica, a la derecha se apilaban en estanterías diversos consoladores y alguno de ellos le resultaba familiar; más allá un montón de revistas y películas eróticas de todo tipo, de las temáticas más variadas y, por último, al fondo se adivinaban unas cabinas y una pequeña puertecilla con un cartel al lado que decía “sala x”. Qué peligro sería entrar ahí… pensó sonriendo. No, no pensaba llegar a tanto aunque no le molestaba que los clientes que deambulaban por la tienda le echaran de vez en cuando miradas fugaces. Contó cuatro, uno de ellos parecía joven y el resto de mediana edad. Todos se concentraban en las revistas y en las películas. En su estado llegó a sentir curiosidad y morbo por ver en qué temática estaban interesados aquellos desconocidos, en fin, una tontería, en su fuero interno con orgullo sintió que si ella quisiese dejarían cualquier temática y se centrarían en ella.

Siguió paseando por la tienda, se lo tomaba con calma, quería disfrutar el momento, el sentirse caliente, el saberse deseada. El dependiente le había preguntado con amabilidad si deseaba algo en particular. No, nada en especial, sólo curiosear, le dijo. Mirando unos consoladores se dio cuenta de reojo de que al menos un par de aquellos hombres ya la estaban mirando sin reparos fijándose en sus pezones bien marcados con el bamboleo de sus pechos al caminar. En otra situación se hubiera marchado inmediatamente, se hubiera sentido intimidada y hasta sucia, pero no era así aquel día. Esa tarde sabía que controlaba totalmente la situación, su excitación iba en aumento y si buscaba algo los límites los pondría ella y sólo ella.

Sabía que necesitaba algo más y se encaminó al fondo hacia las zonas de las cabinas. Contó cuatro dispuestas en fila una tras otra y se metió en la segunda de ellas por puro azar. Cerró la puerta y se encontró en un habitáculo pequeño con un gran sillón y una pantalla que ocupaba gran parte de una pared. En ese momento sintió un par de ruidos y se dio cuenta de que alguien había entrado en las cabinas que tenía al lado. Bueno, parece que les he contagiado, el dependiente debería darme comisión por las monedas que van a echar…

Metió una moneda en la ranura y la pantalla se inundó de carne y de jadeos. Una chica rubia tumbada con las piernas abiertas recibiendo un pene en su máxima erección en un vaivén constante; le dio a un botón y apareció otro canal, en este dos chicas se besaban y otra las miraba deseando participar; otra vez al botón y otra chica rubia tumbada a cuatro patas recibiendo una ración doble, uno por detrás y con su boca dando gusto a otro afortunado… Si ya se sentía bien húmeda, ese aluvión de imágenes de sexo explícito la acabó de mojar del todo y no pudo evitar meter una mano por dentro de su pantalón buscando al menos una suave caricia. Se quitó la blusa y dejó sus pechos libres dispuesta a jugar con los pezones con sus dedos ligeramente humedecidos. Lo siguiente fue bajarse los pantalones y allí estaba en braguitas dándose placer mientras escuchaba jadeos y más jadeos en aquella pantalla que le ofrecía imágenes sexuales sin obviar detalles. Le excitaba más aún el saber que sólo una puerta le separaba de unos hombres excitados que, a buen seguro, darían cualquier cosa por ver esa puerta abierta.

Sintió un pequeño ruido que venía de las cabinas de al lado y fue entonces cuando se dio cuenta que en ambos lados de su cabina había unos agujeros cerrados con un pestillo; es cierto que alguna vez había oído hablar de ellos pero nunca había visto como eran. Era evidente que era una forma de “comunicar” las cabinas. Si le daba al pestillo y se abría la puertecilla el agujero era suficientemente grande para que alguien se agachase a mirar y pensó que seguramente ese había sido el motivo de que nada más entrar ella en la cabina se metiesen en las de al lado.

Mmm, eso podría dar mucho juego. Allí sentada medio desnuda en aquel sillón su excitación iba creciendo hasta límites que nunca llegó a imaginar. ¿Estaba dispuesta a ello? Los pezones hinchados y su coño húmedo le decían que sí, su mente y su imaginación también se lo decían, los dedos mojados que acababa de sacar de su rajita se lo confirmaban plenamente.

Su mente calenturienta dio el paso y se acercó al pestillo que había en la parte inferior derecha de la gran pantalla de vídeo. Le dio al pasador y la puertecilla quedó libre para abrirse. No la tocó y con el corazón encogido y presa de excitación vio como ésta se abría poco a poco hasta dejar ver parte de la cabina que tenía al lado. Casi al instante sintió una mirada que venía de ese agujero, unos ojos que no querían perderse ningún detalle de su cuerpo.

Pensó quien de los hombres que había visto en la tienda podría ser, no tenía ni idea y en el fondo era el misterio lo que le excitaba aún más. El estar allí en braguitas siendo observada por un desconocido que jamás había visto y que, probablemente, jamás volvería a ver  le llevó a un grado de excitación que no conocía. Agachándose un poco le ofreció una mejor vista de sus tetas y se acarició los pezones lentamente sin dejar de observar a aquel agujero que la miraba. Estaba a cien, se puso de pie de espaldas y se bajó las braguitas muy despacio, el desconocido no podría quejarse y a buen seguro que estaba disfrutando con la visión. ¿Quería más? Seguro que sí. Decidió darse la vuelta y mostrarle su zona más íntima, su rajita húmeda con el pequeño mechón de pelos recortados que la rodeaban.

Se agachó un poco y vio claramente los ojos del hombre que no perdían detalle. Su grado de excitación la condujo a caminos inexplorados,  se sentó en el sillón y abrió las piernas para mostrarle a aquel extraño la imagen más sexual que podría darle, quería que se excitase con ella, quería sentir que podía dar placer a cualquiera. Un ruido la hizo girarse y se fijó en el pestillo que había al otro lado y que comunicaba la otra cabina. Quizás el exhibirse ante un desconocido podría ser más excitante aún si un segundo desconocido ve como lo haces, si un segundo mirón ve que te comportas como una zorra salida ante un extraño y bien dispuesta a dejarse ver en sus momentos más calientes.

No lo pensó, se levantó y abrió el segundo pestillo. Como en el primero, casi al instante se abrió la puertecilla y apareció una nueva mirada que la empezaba a taladrar. Volvió al sillón y siguió masturbándose para su primer admirador, de vez en cuando miraba atrás y veía como el otro no perdía detalle de sus movimientos. Le gustaba la sensación de sentirse así de entregada, se sentía usada para el disfrute de unos desconocidos, le encantaba sentirse así de excitada. Separaba los labios vaginales y se metía dos dedos, tres… no podía evitar lanzar pequeños gemidos y con otro dedo se acariciaba suavemente el clítoris, ya hinchado por la excitación.

Nunca había experimentado algo así, se sentía como una perra en celo loca de excitación y se corrió por primera vez entre gemidos con las piernas abiertas enseñando a los desconocidos con detalle como lo hacía. No podía parar, salió del sillón y se puso en el suelo a cuatro patas mirando fijamente al primer desconocido y ofreciendo una vista inigualable de sus dos agujeritos más íntimos al segundo mirón. Necesitaba mostrarse, necesitaba que la viera bien. Allí, con los pechos colgando, alzando el culo para abrirlo bien, fue acariciando su rajita en un “increscendo” hasta volver a gemir de forma bien audible indicando que se había vuelto a correr. Miró a la pantalla y sonrió pensando en que sus desconocidos jamás le prestarían atención a las imágenes estando ella en ese estado ante ellos.

Sentada de nuevo en el sillón acariciándose los pezones vio lo que no se esperaba y una sensación de sorpresa primero y luego de asombro se apoderó de ella. Por el agujero apareció un pene erecto. No era el más grande ni el más pequeño, le daba igual, pero estaba bien erecto y era por ella. La sorpresa se transformó en excitación y se preguntó si se atrevería a acercarse y tocarle el miembro a un desconocido y encima con un espectador viendo la escena. Contempló aquella polla palpitante un largo minuto mientras se tocaba de nuevo suavemente el clítoris y decidió acercarse. Miró fugazmente atrás y vió los ojos del segundo espectador clavándose en ella, sentía su cuerpo atravesado por esa mirada expectante esperando ver qué iba a hacer. La indecisión no duró demasiado, al final se armó de valor y decidió darle una ración especial de excitación. Suavemente puso sus dedos en aquel pene que, con el contacto, se puso a temblar ligeramente; pasó la mano por la piel suave, separó ligeramente la piel para ver bien el glande que ya empezaba a estar húmedo también.

Era una experiencia nueva y se daba cuenta de cómo en ocasiones la mente podía dejarse llevar por el sexo. Se preguntaba cómo sería el rostro de aquel desconocido, cual de aquellos hombres que había visto en la tienda era el que ahora tenía su pene en sus manos, era una situación tan inusual como altamente erótica, no se arrepentía en absoluto de haberse dejado llevar. Se le ocurrió dar un paso más y era evidente cual sería, se agachó y con su lengua empezó a rozar aquella polla que no paraba de palpitar. Miró atrás con una media sonrisa y se encontró con aquella mirada que le recordaba lo cachonda que estaba y lo lejos que estaba llegando ese día. Volvió a su protagonista principal e introdujo su pene entre sus labios. Con su lengua empezó a recorrerlo y con sus labios lo envolvía en un abrazo altamente sexual. Sintió como se movía y se quedó quieta, con los labios entreabiertos, esperando que aquel desconocido jugase con ella; moviéndola como en un acto sexual salía y entraba de entre sus labios en un movimiento cada vez más rápido. Con una mano se acariciaba el clítoris mientras que aquel desconocido, literalmente, le estaba follando la boca.

Cuando vio que aquel miembro duro empezaba con espasmos se la sacó de la boca y agarrándola con la mano vio como salió un buen chorro de semen disparado al suelo. Al verlo y sentir su regusto en la boca no pudo evitar tocarse con más ímpetu y entre gemidos anunció un nuevo orgasmo. Al poco tiempo, el primer agujero se quedó vacío y mirando atrás se encontró con la mirada que recorría cada rincón de su cuerpo desnudo. Podría haber seguido pero estimó que ya era suficiente y se dispuso a vestirse tranquilamente, primero las braguitas, después el pantalón y por último la blusa volviendo a dejar libres sus pechos para que se movieran libremente.

Mientras  se vestía oyó como las puertas de las cabinas de al lado se abrían como dando por terminada la fiestecita. Tras un momento salió ella y se encontró de nuevo en la tienda, ahora había cinco hombres por allí además del dependiente. Todos la miraban y no pudo evitar mojarse de nuevo al pensar quienes serían de aquellos sus dos mirones, cual de aquellos desconocidos había metido su pene en su boca. El morbo, la excitación, el misterio…

Se acercó a la zona de los consoladores y entre varios que le gustaban se decidió a llevarse uno de color rosa pálido. Las medias sonrisas que le echaron aquellos hombres al verla ir hacia el dependiente con él no sólo no le hizo avergonzarse sino que les respondió con otra sonrisa. Tras pagar salió por la puerta y tuvo la sensación de que aquella noche iba a estrenar aquel juguetito que acababa de comprar. También sabía cuáles serían las imágenes que tendría en su cabeza cuando lo tuviera en su interior en su máxima vibración…