Una tarde desolada y lluviosa

Reencuentro erótico entre dos amantes a la orilla de una carretera en una noche lluviosa.

Una noche desolada y lluviosa

En recuerdo para el maese Sancy Boy, un relato casi verídico

Afuera la tormenta hace caer el cielo a pedazos, el estruendo de rayos anuncia otra noche de caos citadino, al fondo del bar una solitaria pareja baila un viejo bolero a ritmo de tambora; doy un trago a mi vaso de Jack Daniels mientras dos tres meseras –jóvenes y de buena nalga, vestidas de "vaqueritas"— atareadas tratan de mantener fuera el agua que insiste en invadir nuestro refugio.

Silvino, el dueño, de lejos me saluda con la mano en alto –desde que dejó el trago no se me acerca. Me siento más solo que nunca y busco en mi celular el consuelo, marco un número y: "¿Moisés?, ¿eres tú?... si, estoy en casa de mi madre, ya sabes… ¿por qué no haz llamado?, ¿cómo estás?", y la retahíla de preguntas innecesarias, y el forcejeo: "no papacito, si quieres ven acá, pero me llevas a un hotel… no… aquí no… ¿que por qué?, ya sabes que no, aquí no… lo que quieras… pero aquí no, estamos cenando yo, tus cuñados y tu suegra, así que... aquí no se puede mijito...".

Por fin acordamos que venga al bar de Silvino, al menos queda más cerca que ir hasta Santa Mónica –con el congestionado tráfico de noche y lluvia torrencial— a sacarla de la casa materna.

Cuando llega Ana, una hora después –mojada y oliendo a pato y a corriente perfume Avon— me da un beso ansioso y lleno de amorosos recuerdos, la saco a bailar Lágrimas Negras que toca la sinfonola del antro con el piano de Bebo, el mayor de los tres cubanos sublimes y la voz rasposa del gitano Cigala . La mujer se pone romántica y yo me siento a gusto abrazando su cuerpo carnoso al compás de la música que me lleva a pausas por la diminuta pista de tres por tres. Sus tetas abundantes me rozan el pecho, quizás prometiendo placeres y mi mano derecha casi toca el inicio de sus nalgas gloriosas.

Ya en la mesa mientras me tomo otro Jack y ella una coca light , afuera la tormenta amenaza con diluvio y a pausas la energía eléctrica nos deja en penumbras –las vaqueritas chafas y nalgonas encienden velas— y veo la lujuria de la madura en su rostro y su voz maliciosa: "¿y bien, a dónde vamos?, ¿traes condones, verdad?, porque no se con quien te andas acostando mijito… no vaya a ser… la de malas".

-- "Estoy limpiecito… no se tú… quien te la ande metiendo", le reviro y veo que su rostro enrojece un breve momento y:

--"No, ya sabes que no… desde que te fuiste… yo no… puro dedo, nomás, ya sabes", dice apenada, como haciendo pucheros —pero no le creo— mientras la mesera nalgona nos trae otra ronda de bebidas, y suena otra rola, ahora del estilo Putumayo cubano, y hablamos de cosas, nuestras, de cada uno, de lo que nos ha pasado a lo largo de poco más de dos años de ausencias: me entero de que ya casi soy "abuelo" por tercera vez de su próximo nieto; de que su madre –mi ex "suegra"— siempre la regaña por haberme "dejado ir"; de que mis "cuñadas" me extrañan y siempre le preguntan por mi, de que vive en el departamento de Portales que estuve a punto de comprarle a uno de sus hermanos, de que un italiano le chocó su Chevy y que se tuvo que acostar con el director de su escuela para conservar el empleo y… más cosas.

Cuando ella me interroga el whisky se me atraganta, como si me estuviera tragando el cubo de hielo y no supe que decirle, ¿cómo mentirle?, ¿cómo decirle que un microbús estuvo a punto de matarme?, ¿qué mi carro pasó casi dos años en un taller?, por problemas con el seguro, y yo resulté con una fractura en el hombro y otra en la cabeza, que en la Cruz Roja me asaltaron mientras fingían atenderme; qué en Hacienda hicieron recorte de personal "especial" y salí "afortunado" porque no era afín a "Vamos México", pues nunca di cuota alguna y me hicieron firmar una renuncia en "blanco", ¿cómo decirle que sobrevivo de "freelance" escribiendo artículos para que otros tipos los firmen con su nombre?, y que tuve que dejar el departamento que ella conoció por qué ya no pude pagar la renta, y lo peor: que la novela… ya está lista, registrada y revisada y vuelta a revisar, pero nadie la quiere financiar y ahí está: a la espera de la beca gubernamental; o a que una editorial le preste atención; o de que un organismo cultural se "digne" a recibirme o a que algún político tenga "tiempo" para asignar presupuesto a "cuestiones culturales" y así… un rosario que ya me se de memoria.

Mejor le digo que me va "bien", y que estoy "bien", que todo "va ¡a toda madre!", así como me ve ella, que mueve la cabeza diciendo: "pues te veo medio jodido, así como yo, pero tú bajaste de peso…", ambos reímos y nos fundimos en un nuevo abrazo que nos hace juntar, de nuevo, las bocas en un ansia incontenible de recuerdos añejos.

En esas risas y besos llegó la tambora "sinaloense", --pues nada tenía de Sinaloa, sus integrantes vivían y tocaban en tugurios de Ecatepec-- y bailamos como se baila por allá: pegando las pelvis y removiendo las caderas; pito erecto contra pucha jugosa, arrempujando los cuerpos entre brincos, piernas entrelazadas, tetas untadas en el pecho y, de vez en cuando, las bocas pegadas, siguiendo el ritmo de la música estruendosa, lo que me trajo breves y viejos recuerdos de altas "güeras" nalgonas y de ojos verdes, bien cachondas y bailadoras, como cuando estuve en Los Mochis, o Guamuchil, o El Fuerte, o en Culiacán, Sinaloa, o más arriba en Chihuahua: Calabazas, Baborigame, Huachochi, Parral, Guadalupe y Calvo, Guazapares y más y más pueblos y ciudades. Y la tambora me concedió "La puerta Negra" y "Los dos amigos", y seguimos disfrutando la fiesta, todos alegres y fiesteros, pues la clientela se pronto había aumentado con el ruido de la música.

Dos Jacks Daniels después la tambora se fue y Ana siguió platicando agarrada a mi mano, como para no dejarme ir tras las "vaqueritas" nalgonas y de minifaldas que dejaban ver que alguna no traía "pantys" y lucía por detrás la pucha "rasuradita"; afuera seguía el ruido de la lluvia incesante y junto a ella volví a recobrar cosas, muchas cosas, como retazos de vida y pese a la borrachera me sentí feliz, como antes, quizás.

Luego la música se tornó lenta y la mesera nos trajo la "ronda de la casa" y el anuncio de que ya iban a cerrar, en la entrada empezaron a subir las sillas, de madera café y apolillada, en las mesas para la faena de limpieza y allá, cerca de la sinfonola Silvino alegaba con dos parroquianos por la cuenta, entonces le pregunté a mi antigua novia: "¿entonces… tienes dudas sobre mi verga?, ¿sí?, de que está… buena y sana y jugosa, ¿verdad?"; sus ojos entornados me lo confirmaron y:

--"Pues nomás quisiera saber… sólo eso, no es que tenga desconfianza, pero luego pasa que con un "rapidín" te llevas una venera, ¿o no?".

--"¿A ti te a pasado", le pregunté.

--"Pues… ya estamos grandecitos, ¿si papacito?, quiero contigo, ya sabes, siempre te he querido, pero… tú no tanto, por eso me dejaste, y ahora andas con… ganas… no se, tal vez tu novia no quiso o cosas parecidas, ¿o no?, pero bueno, no te quiero preguntar sobre eso, ni tampoco tu me quieres decir, así que, si quieres… coger… te pones el gorrito… como decía mi hija Laura antes de casarse, ¿qué dices?", argumentó.

--¿Por qué no le das una revisada al pito?", le dije en tono alcohólico.

--"¿Aquí?, ¿cómo", preguntó en su frágil inocencia, forcejee un poco con la ropa e hice campo; primero llevó su mano bajo el mantel color durazno a la pinga erecta y la sintió, la apretó llevando su mano de abajo a arriba y presionando con fuerza sin que me causara ninguna molestia, siempre sosteniendo su mirada en la mía.

Ví en sus ojos el deseo insatisfecho, luego su rostro giró a los lados para ver lo mismo que yo: meseras atareadas por cerrar lo más pronto posible, luego ella desapareció de mi vista, o su cuerpo desapareció, o fingió desaparecer, pero estaba hincada, bajo la mesa su mano derecha aferrada al sexo como de hierro, y sus dedos juegan con mis bolas, luego su boca que lame y succiona como sólo esa mujer sabe: tragándose tres cuartos de verga y lamer con la lengua el glande, lamiendo y bufando a la vez: "huuummmm".

Dos o tres lamidas más su cabeza sale debajo del mantel y veo su cara encendida de lujuria que dice: "¡ya cabrón, anda, llévame a otra parte!", a lo lejos Silvino se despide con la mano en alto mano y empiezan a apagar las luces, la mesera nalgona me trae la cuenta mirando a mi "novia" con curiosidad y pago lo que se "debe".

Cuando salimos del bar me siento como desamparado, sobre la carretera no hay luz y raudos los trailers echan humo y corren desaforados, cerca intermitentes luces nos anuncian la presencia de una patrulla en busca de presas, como nosotros, pues aún es sábado; como sea Ana y yo nos tomamos de las manos y lentos caminamos sobre la grava irregular evitando los charcos de lodo y sintiendo sobre nuestros cuerpos la lluvia que aún cae.

Así llegamos al Sentra , el mismo, rojo por todos lados, el mismo que ella conoció, sólo que ahora la facia delantera casi se le cae y la traigo amarrada con un cinto de plástico, no hago caso de su mirada interrogativa, más bien reviso en busca de posibles ladrones, pero, cosa rara, todo parece tranquilo, salvo la lluvia que insiste en mojarnos.

Junto al mío esta su eterno Chevy azul un poco destartalado –le falta un espejo lateral y un faro está roto---, igual que el Sentra de jodido. Quizás menos que el mío. Aguzo la mirada y veo que las llantas de su coche están más lisas que sus nalgas y le reclamo: "¡oye no chingues, ya no traes llantas!, y como manejas te puedes voltear uno de estos días!", "pues sí papacito, pero con qué ojos, divino tuerto", dice como resignada.

Ya dentro de mi carro sólo vemos los cristales opacados por la lluvia, nada se ve salvo la lluvia que sigue cayendo, y mientras Ana me acaricia la dura pinga rememora: "¿recuerdas cuando me cogiste en el comedor de la casa de mi mamá?, Laura había salido a comprar comida para los perros y tu suegra estaba arriba... fue rápido pero delicioso, apenas éramos "novios", pero andábamos bien calientes, nomás me apoyé en una silla, me levantaste el vestido y me bajaste el calzón, luego... ¡zaz!, me metiste el pito desde atrás, yo tenía miedito, pero estaba muy caliente... me vine casi al instante, cuando llegó mi hija con la comida de los perritos tu leche me escurría por las piernas, ¿recuerdas?".

Si, recuerdo aquello como si hubiera pasado ayer mientras acaricio la cabellera teñida de pelirrojo de la madura que se come la pinga entera, suspirando, gimiendo, suplicando "no te vengas rápido papacito, te quiero dentro de mí", y se apura a seguir mamando con ansia y lujuria.

Y para distraer mi eyaculación cuento los camiones que raudos van por la carretera, uno... dos... tres... cuatro, pero es inútil, imposible, siento que el semen se va de mí, pero Ana, conocedora de pingas, reclama:

--"¡No papacito, a mi me cumples o me dejas como estaba, quiero pito y lo quiero ya!".

Tratamos de acomodarnos dentro del carro para coger, pero es... incómodo, reclinamos los asientos, Ana se quita las pantys y yo me bajo el pantalón pero no logramos tener el suficiente espacio, nos estorba el tablero, las puertas... ansiosos y un tanto frustrados bajamos del auto para descubrir que la lluvia a cesado y cosa rara, todo luce silencioso y tranquilo, la patrulla se ido, y sin querer recordamos una cogida: Oaxaca, de regreso de Hierve el Agua, a un costado de la carretera, ella apoyada sobre la cajuela y yo arremetiendo contra sus nalgas carnosas, Ana gimiendo y pidiendo más y más verga:

--"¿Recuerdas Hierve el Agua?", dice amorosa y caliente.

No hace falta mayor explicación, sus manos amorosas recorren mi cara y me besa succionando mi boca, luego se apoya en el Sentra y para la cola, momentos después mi tranca está sumida en ella hasta los huevos, Ana suspira diciendo "quiero dos veces... me las debes, dos venidas ricas ¿sí?".

Me aferro a sus glúteos carnosos mirando en la penumbra como entra y sale mi verga de aquella carne caliente que tiembla, siento como su caliente vagina me aprieta, el compás se torna lento, casi tierno, suave, una lenta cogida a la orilla de una carretera solitaria, ella gime disfrutando: "sí papacito, así, rico, que rico me la metes, toda... me la como toda... me gusta tanto tu pito, sí, humm, sí, así, rico, suave, hummm, me llenas la pucha de carne, sí, hummm, si, si, así, más, hummm, aaaahhhh, si, hummmjummmm, sí, ¿sientes?, te aprieto rico el pitote, hummm, ¿sientes?, huuuy, sí, más, sigue, sigue, hummmm, sí...".

--"¿Todavía te aprieto el garrote?, ¿no estoy aguada?, ¿te gusta mi pucha?, ¿sí?", y gime gustosa de mis arremetidas.

Siento que me faltan las palabras, me gustan sus bien formadas nalgas, perfectas y firmes para una señora de 50; me gusta como me saca el semen a mamadas y cómo le encanta embarrarse la leche en la cara o en las tetas; me encanta su gusto por el sexo anal, y siento tristeza mientras me la sigo cogiendo, pues si bien hay muchas cosas que nos unen, también las hay que nos separan: me encabronaba que me celara tanto, que revisara mis camisas en busca de carmín; que checara mi celular en busca de números extraños que hubiera marcado o que enfurecida me sacara de las fiestas por bailar con otra mujer; que fuera tan distraía, pues todo perdía: los lentes, las llaves de la casa o de su carro o su cartera con el dinero de su quincena; que todo vaso de cristal que cayera en sus manos terminara roto y en la basura; sus reacciones exageradas por llegar de noche a casa con dos cervezas encima, sus gritos y recriminaciones y sus amenazas: "nomás se que le metes el pito a otras y te lo corto, ¡cabrón!"; y otras cosas más.

Pero yo ahí, de madrugada en una carretera casi desierta metiéndole la verga al fondo del sexo, ella reculando y gimiendo mientras le llega el ruidoso orgasmo, y mientras un despistado trailer va desaforado Ana exclama "sí, más, ya, ya, sigue.... me vengo papacito chulo, me sacas... me lo sacas... el orgasmo, aaayyyyy, hummmm, ssssssiiiiii, másssss, másss, sigue... sigue, no lo saques, ¡quiero tus mocos papacito!", en el último gemido le empecé a llenar la pucha de semen, ella gozosa los disfrutaba chorro a chorro.

Momentos después, mientras Ana se limpia el semen del sexo y las piernas con un clinex yo saco una chela de la reserva de mi carro; a tragos pausados disfruto de la amargosa bebida y siento que ella me abraza amorosa y satisfecha diciendo en voz baja, casi musitando: "no se con quien te andes acostando, pero hoy andabas ganoso, te salió mucha leche, me escurría hasta los talones mientras tú seguías ahí, dale y dale a la panocha, ¿verdad?, ninguno me cogió como tú, ni mi marido ni los amantes que tuve antes de tí, ninguno me llenó la pepa tan bien como tú, pero...", y siento que viene el interrogatorio:

--"¿A ver dime?, ¿quién es tu amante o tu novia?, ¿a quién le andas metiendo la verga?, dime papacito".

No tiene caso que le conteste, que le diga que los últimos meses de renta se los pague a la casera, Toña, sambutiéndole el pito, y que la verdad la doña estaba muy buena; o que la vecina del cinco, la gordita de buenas nalgas, que casada y todo, andaba ganosa y tuve que cumplirle; y que últimamente me encontré con una antigua novia y que de vez en cuando nos vemos para coger, no, no tiene caso, mejor:

--"Pues no, aunque no lo creas, no tengo ni novia ni amante, me hago la chaqueta con los calzones que dejaste en el departamento cuando te fuiste".

--"¿A poco?, si... te creo... deje algunos por ahí... creí que lo habías tirado a la basura, pero... ¿con alguna te habrás acostado?, ¿o no?

--"Pues si... es inevitable, creo", y para mi sorpresa contesta.

--"Pues si... como dices, es inevitable, yo también... a veces, no muchas... y siempre pensando en tí, cariñito de mi vida".

--"¿Y quién?, ¿o quienes te la han metido?".

--"Hummm, no tiene caso... cosas pasajeras... ya te dije del director de mi escuela, viejo cabrón, pero yo... necesitaba el dinero, ya sabes, eso sí con condón... nomás lo metió y le vino el semen, viejo pendejo... luego se portó muy bien, ya me paga puntualmente, luego fueron... dos o tres, ni me acuerdo sus nombres, fueron las ganas... las pinches ganas de tí... ¡cabrón!, me hiciste bien caliente, muy cachonda, necesitaba verga...".

--"Eso no es cierto, tú eras caliente desde antes que nos conociéramos, ¿o no?, ¿recuerdas como nos conocimos?, en la primera cita ya estabas mamando, ¿recuerdas?".

Ana baja la mirada apenada y contesta: "pues si... me gusta mucho eso...".

--"¿Qué?".

--"¡Mamar!".

En ese momento el silbato estruendoso de una fábrica anunciaba el inicio de la jornada y Ana sin decir nada más se hincó religiosa sobre la grava –como obedeciendo al llamado de pito estruendoso-- y ansiosa abre la bragueta del pantalón y se dispone a chuparme la pinga, reacciono: "¿serán las cinco de la mañana?".

Y dejo de pensar mientras la mujer se come el pito con ansia.

Otro silbato lejano resuena insistente, llamando a la gente a trabajar.

Es curioso, pero mientras la mujer succiona, el silbato expulsa. Así me quedo, suspirando....

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