Una tarde de putas.
Como a un adolescente, una tarde de porros y alcohol se transforma en una inolvidable tarde de putas.
Era una tarde tempestuosa, terrible. El mar se agitaba bravo en la bahía de Santander zarandeando el barco, que rumbo a Pedreña cabeceaba obstinado intentando que los escasos pasajeros aligeráramos peso por la borda. Cuando llegamos al pueblo de pescadores nos refugiamos en la cantina del puerto para guarecernos de la llovizna y esperamos una hora para que saliera otra vez el barco rumbo a Santander. Para hacer tiempo pedimos varios pelotazos mientras jugábamos unas partidas a la pinball. Las bolas rebotaban con fuerza en las setas provocando sonidos estridentes en medio de un aluvión de risas y carcajadas. Cuando embarcamos en Santander, ya lo hicimos calentitos y ahora en Pedreña íbamos mas. Mientras esperábamos para arribar en la capital, liamos varios porros que consumimos entre grandes risotadas.
– ¿Y si nos vamos de putas? –pregunto uno de los catalanes. Los demás nos miramos unos a otros con cara de habérsenos iluminado una bombilla.
Mi amigo Javi y yo, habíamos conocimos a los catalanes en el camping de Santander que esta al lado del Cabo Mayor, una zona de costa imposible, abrupta, dislocada y horadada por el tiempo. El caso es que esa tarde, con el cerebro un poco embotado por los porros salimos hacia el centro de Santander y nos dio por ir a Pedreña, y ahora, con las putas en perspectiva, impacientes esperábamos el momento del atraque en el puerto.
– ¡Vale, pregunta tonta! –pregunte en un momento de inspiración– ¿aquí, donde están las putas?
Nos miramos unos a otros con la interrogación sobre la cabeza, como en los cómics del Pulgarcito. Un marinero, operario del barco, en una esquina se partía de la risa mientras nos miraba.
– ¡A ver chavales! –nos dijo al fin riéndose– ¿queréis saber donde están las putas?
–¡Hombre, pues si!
– ¿Caras o baratas? –volvió a preguntar sin parar de reír.
– ¡Baratas! –contestamos los cuatro al unísono.
– ¡Están en la calle San Pedro, de frente al ayuntamiento, para que les pille a mano.
Por fin llegamos al puerto y después de despedirnos del marinero, salimos en su busca, dos madrileños de diecisiete años y dos catalanes de Sabadell algo mas mayores.
Llegamos a la plaza del ayuntamiento presidida por la estatua ecuestre del dictador, estábamos en 1.977, y después de preguntar, subimos por la calle Hospital hasta llegar a la calle San Pedro. Es una calle estrecha, empinada y según subíamos vimos dos o tres tugurios a mano derecha con el reclamo de alguna “señorita de vida alegre” en la puerta. Entramos en uno de ellos y descubrimos un bar normal y corriente, con una barra a lo largo del local, con un ambiente bastante oscuro y con cinco o seis señoritas con aire aburrido diseminadas por las sillas que poblaban el interior.
Pedimos unos botellines y mientras dábamos sorbos inspeccionábamos a las niñas, por llamarlas de alguna manera decorosa, pues todas ellas, seguro que habían cumplido de sobra los cuarenta, si es que no se aproximaban a los cincuenta.
Vi que mi amigo Javi amagaba con dirigirse hacia una de ellas, y yo por si acaso me quedaba con los restos salí disparado hacia una de ellas que, por lo menos, era la mas delgada.
– ¡Hola! –la dije aparentando una seguridad que para nada tenia.
– ¡Hola chico! –me contesto hundiéndome en la miseria.
– ¡Bueno … yo …!
– ¿Quieres follar chico?
– ¡Si!
– ¿Cuantos años tienes chico? –me empezaba a dar por culo lo de “chico”.
– ¡Suficientes! –la conteste con cierto aire arrogante, pero ante la mirada interrogante de ella añadí mintiendo– ¡dieciocho señora!
Se quedo un poco pensativa mientras comprobaba como mis amigos salían a la calle del brazo de tres de sus compañeras rumbo a la pensión que había en el primer piso del portal de al lado.
– ¡Que coño! – exclamo y dirigiéndose a mi me dijo– ¡quinientas y cien de la cama!
Asentí y salimos del bar siguiendo los pasos de mis amigos. Entramos en un portal oscuro y viejo. La escalera, con peldaños de madera desgastada por el uso, crujía según subíamos como si se fuera a desmoronar en cualquier momento. Entramos en un pasillo largo y oscuro, con restos de papel arrancado de las paredes. Al final una vieja gorda de mas de cien kilos, incrustada en un sillón raído, nos indico una habitación y entramos. No era muy grande y los únicos muebles que había eran la cama y dos mesillas de noche.
– ¿Me pagas chico?
– ¡Si claro! –y la entregue las seiscientas pesetas.
Salio de la habitación y a los pocos segundos regreso con un barreño llego de agua tibia. Yo ya me había desnudado y ella lo hizo en décimas de segundo. Para tener bastantes mas de cuarenta años estaba buena la cabrona. Cuando estuvo desnuda me miro detenidamente.
– ¡A ver chico acércate! – me dijo mientras se arrodillaba y cuando estuve a su lado con una toalla húmeda me estuvo lavando la polla con parsimonia.
Yo me dejaba hacer y ella sin soltarla la miraba de un lado y de otro volteándola. No comento nada pero me di cuenta que estaba impresionada y eso que por la cosa de los nervios solo la tenia morcillona. Se la empezó a restregar por la cara y al cabo de un rato se decidió a hablar.
– Mira que regalito tiene este chico, –y después de una pausa me preguntó– ¿cuanto te mide cariño?
– 21 cm señora.
– Chico, no me llames señora , me llamo Reme.
– Muy bien seño … Reme, –rectifique
– Sabes chico, hoy es tu día de suerte, te ha tocado la lotería, – se la introdujo en la boca un por de segundos y continuo hablando– Hoy esto esta muerto y me caes bien, además, todos los días no aparece algo así.
Se levanto y sin soltármela me llevo hacia la cama. Nos tumbamos y girándose hacia abajo se la metió en la boca. ¡Joder como la chupaba! Sin prisas, parsimoniosamente, recorriéndola con los labios en toda su longitud. Se detenía en la punta y volvía a bajar. Mientras, yo acerque mi mano a su muy poblado chocho y cuatro de mis dedos se introdujeron sin dificultad. ¡Que susto! Lo tenia mas abierto que una boca de metro. Ella se puso a culear de inmediato mientras por fin, mi polla se ponía en condiciones.
–¡Eeeh … señora … si sigue así me correré rápido! –la dije mas cortado que una llave. Quería fallármela como en las pelis porno de súper 8 que veíamos a escondidas en casa de un amigo, cuyo padre, camionero, las traía de Francia.
– Tu de eso no te preocupes chico, que yo me ocupo de todo, –me contesto sonriendo, comprendiendo mis deseos.
Siguió chupando hasta que por fin me corrí abundantemente. Parte de mi semen salio con fuerza por la comisura de sus labios mientras ella seguía empeñada en chupar, pasando su lengua por la punta de mi polla. Yo, jamás había experimentado nada semejante y como una mujer experimentada en estas cosas podía extender tu placer hasta limites insospechados para mi.
Mientras tanto, mi mano seguía con los cuatro dedos en el interior de su vagina. Ella culeaba cada vez con mas intensidad hasta que por fin, un par de minutos después, se corrió gruñendo como una zorra, y nunca mejor dicho. Mi mano se empapó totalmente y ese día descubrí que las mujeres también se corren, cuando vi como un liquido blancuzco salía del interior de su vagina. La verdad es que ese día lo descubrí todo de las mujeres en ese aspecto.
–¿A que nunca lo habías visto? –me pregunto cuando se tranquilizo y mientras me acariciaba mi muy abundante melena.
Negué con la cabeza. La verdad es que todo era nuevo para mi y cualquier cosa era un descubrimiento. Seguí con mis dedos en su húmeda vagina mientras ella volvía a introducirse mi polla es la boca y comenzaba a chupar nuevamente. Después de la corrida, mi esplendido pene se había convertido en un pingajillo fofo, pero no la importo, siguió con empeño.
– Me gusta que las pollas crezcan en mi boca, –dijo por fin haciendo una pausa– ¿vas a ser bueno y me vas a dar algo mas?
– Lo siento tía, digo Reme, pero estoy tieso, no tengo mas, –y no mentía.
Y creció, se empeño y lo consiguió con cierta facilidad. Fui venciendo la timidez y abriéndola las piernas metí mi boca en su chocho. Posiblemente no sea muy recomendable chupar un chocho por donde vete a saber cuantos han pasado, pero entre las hormonas juveniles, el deseo y la galopante excitación, los pelotazos y los porros, mi cerebro estaba bastante desconectado.
– ¿Te queda mucho? –oí preguntar mientras nos chupábamos, a mi amigo Javi desde el pasillo.
– ¡Si, le queda mucho, no le esperéis! –respondió mi puta, y después de una pausa chilló– ¡¡Triniii!!
– ¿¿Que?? –se oyó gritar desde, seguramente, el fondo del pasillo.
– ¡Aquí hay uno de Madrid!
– ¿A si, de donde?
– ¡De Vallecas! –grite a duras penas mientas escupía pelos.
– ¡Yo soy de Chamartin!
– ¡Pues muy bien! –la conteste un poco agobiado por la conversación y a continuación pregunte a Reme– ¿cómo sabes que soy de Madrid?
– ¡Porque eso de “tía” es de madrileños.
La puse a cuatro patas y la penetre con mis 21 cm hasta el fondo, hasta que mi capullo toco el fondo de sus vagina, arrancando a Reme un gemido de placer. Agarrándola por las caderas, estuve bombeando mientras ella se dejaba follar con la cara y los brazos apoyados en la cama. Sus gemidos eran intensos, hasta que al cabo de un rato, gritó poseída por el orgasmo. Durante unos instantes estuvo retozando sobre la cama como una gatita juguetona.
– ¿Reme, va todo bien? –se oyó preguntar al otro lado de la puerta.
– ¡Si, si, pasa Trini, quiero que veas algo.
La Trini entro en la habitación y vio a la Reme con mi polla de la mano.
– ¡Salta María y José … y el niño … y el borrico –exclamo admirada mientras cerraba la puerta.
Se acerco a la cama mientras se quitaba la ropa a la misma velocidad que lo hizo la Reme. Era mayor que esta y bastante entrada en carnes, pero lo que mas llamaba la atención era unas enormes y caídas tetas que la llegaban casi a la cintura y una espesa y negra maraña de pelos que ocultaba lo que seguro no era un secreto para un buen montón de tíos. La verdad es que hay que tener muchas ganas de mujer para estar con ella, pero cualquiera decía algo, yo por lo menos, totalmente acobardado, no me atrevía. Se subió a la cama sin contemplaciones, que cedió con una profunda queja hasta tal punto que me agarre al colchón asustado. Directamente se inclino sobre mi polla y se puso a chupar con fruición. Después se puso sobre mi y me cabalgo a lo bestia. Yo totalmente asustado era incapaz de abrir la boca, impresionado por las dos enormes masas que amenazadoras subían y bajaban descontroladas directamente sobre mi cara. Y lo peor estaba por llegar, porque cuando se corrió entre terribles alaridos, se dejo caer sobre mi cubriéndome totalmente y restregándose frenéticamente con mi cuerpo. Casi no podía ni respirar, hasta que la Reme, muerta de risa, llego al rescate.
– ¡Venga, Trini, deja ya al chico que lo vas a aplastar!
– ¡Huy por Dios!, no se lo que me ha pasado, -y dándome unos cachetes cariñosos en la cara añadió– chico, eso que tienes entre las piernas es una bomba.
Salto de la cama provocando otro terremoto mientras la Reme y yo nos sujetábamos de las manos.
– Con tanto meneo me voy a marear, – dije una vez que la Trini salio de la habitación, antes no me hubiera atrevido.
– ¿Es que es muy efusiva! –contestó la Trini soltando una carcajada.
Mientras hablábamos, ella, apoyada sobre el codo, se masajeada la vagina con la mano. Primero superficialmente, luego introduciendo un par de dedos en su interior. Su pelvis subía y bajaba levemente al ritmo de su mano.
– ¿Te gusta lo que ves?
– Si seño … ¡joder! Reme.
– Pues cuando quieras ven, yo no tengo prisa.
La verdad es que una vez pasado el susto de la Trini, la elocuente y sensual visión de la Reme me excitaba una barbaridad. Con la polla como un garrote de tiesa, me acerque y tumbándome sobre ella la penetre. Me rodeo con sus piernas mientras con sus manos en mi trasero me animaba en las embestidas. Después de un rato y después de que la Reme se corriera otra vez, llego mi turno profiriendo unos gruñidos muy elocuentes. Durante un buen rato estuve sobre ella, con mi polla en su interior y mi cara placidamente reposando entre sus tetas, mientras ella me acariciaba en cabello, que entonces tenia y en abundancia.
Nos levantamos y me lavó la polla en el barreño y luego se lavó ella. Cuando salimos al portal, ya de noche, nos estuvimos besando un buen rato para despedirnos, mientras con el rabillo del ojo veía a mis colegas apoyados en la pared de enfrente. Por fin, me separe de ella, y en compañía de mis amigos comenzamos descender la calle en silencio.
– ¿Sabes que has estado tres horas ahí arriba? –dijo al fin mi amigo Javi.
– ¡No jodas!¿tanto?
– ¡Pues si tanto!
– Además, ¿qué hacías hablando a voces con mi puta? –me pregunto uno de los catalanes.
– ¿La Trini estaba contigo?, ¡que huevos! –le conteste con una carcajada.
– ¡¿Si, que pasa?!
– ¡Nada, nada, es una chica bien simpática … y de peso!
– ¿Bueno, vas a decirnos que ha pasado ahí arriba?
– ¡Es que si os lo cuento, no me creeríais! –les conteste dándome importancia.
– ¡No tenemos prisa, tenemos toda la noche!
– ¡Y porros suficientes!
– ¡¡Joder, pues no se a que estáis esperando!!