Una tarde cualquiera

Relato corto de una tarde cualquiera en la vida de un cornudo

Llamaron a la puerta. Por la hora, ya sabía quién era. Mi mujer también. Apareció por el salón en dirección a la puerta para abrirla, Iba vestida como a él le gustaba, más que provocativa. Un vestido de malla roja,     que no la tapaba nada, y marcaba su generoso cuerpo y que no impedía que sus grandes tetas botaran a cada paso que daba con los zapatos negros de tacón alto que calzaba, y que era el único complemento a su vestimenta.

Le abrió  de esa guisa, él siempre quería que ella le recibiera, le daban igual los vecinos y lo que pudieran ver, u oír. Nada más entrar, un cálido beso intercambiando sus lenguas fue lo siguiente que vi, aún con la puerta abierta, y una mano que se introducía entre los agujeros de la malla para llegar a al húmedo coño.

Cerraron la puerta y se sentaron en el sofá donde yo me encontraba viendo la televisión. Siguieron comiéndose la boca mientras las manos de él recorrían sus tetas, pellizcando sus pezones. Ella suspiraba y abría sus piernas dejándose hacer, como hacía siempre. Él se separó un poco y azotó una de sus tetas, que botó con el impacto. Repitió la operación otra vez. La teta empezó a adquirir un tono rojizo. Un golpe más. Ella suspiraba con cada azote. La teta ya dejaba ver los resultados que él quería. Se incorporó y metió tres dedos en su boca mientras se desabrochaba la bragueta. Los metía fuerte, provocándola arcadas, y ella no dejaba de mirarle a los ojos. Sacó sus dedos y la escupió en la cara para poner su polla a su alcance, que ella recibió con su boca abierta incorporándose un poco en el sofá. El permaneció quieto, mientras ella movía la cabeza hacia atrás y adelante, chupando entera aquella verga, sin usar las manos. Él iba diciendo lo buena puta que era.

La cogió del pelo y la bajó del sofá para apoyar su cabeza junto a donde me encontraba sentado, dejándola de rodillas con su culo expuesto. Él se inclinó un poco y le metió la polla en el coño empezando a bombearla. Notaba los movimientos de su cabeza junto a mí a cada embestida. Ella jadeaba a cada penetración, acompasando el movimiento, que también hacía botar sus tetas exageradamente. Estuvo dándola hasta que se corrió dentro de ella. No hizo falta decirla que se diera la vuelta a limpiarle la polla. Se terminó de vestir y se despidió. Ya había descargado, que es a lo que venía.