Una tarde cualquiera
Cualquier día podría ocurrir
Iba con bastante prisa, y el torpe de delante parece que está de turismo. Circulando por una calle de sentido único le iba apretando al de delante. Se le veía mayor. Cuando voy justo a una cita me suelo poner nervioso, y ese día mis tripas parecía que se iban a salir de su sitio. Tan solo me quedaban 7 minutos y llevaba ya 25 intentando aparcar, y para colmo el típico viejillo de paseo semanal con su coche trabando toda la circulación. Debería haber metido el coche en el parking según había llegado, pero por no pagar,...
¡Espera! delante del turista hay un coche que ha encendido sus luces; ¡se va!
No estaba todo perdido, por fín había encontrado dónde aparcar. Hice una rápida maniobra, y salí de mi coche sin mirar a atrás. Tras consultar mi móvil … las 18:12, creo que en tres minutos, llegaré.
Por fín ahí está el 43, ese es el portal. Como tenía mi móvil en llamada rápida con solo una pulsación le llamé.
- Dime mi amor - escuché al otro lado de la línea - ¿has llegado ya?
- Si, estoy abajo - contesté.
- Sube cariño que estoy muy calentita.
Mi sexo reaccionó inmediatamente, iba bastante morcillona, aunque parecía no notarse demasiado. Solo la conocía por fotos, me tenía super caliente, ya que llevaba toda la semana fantaseando con ella.
Sus tetas debían ser de al menos 120, su cinturilla de avispa, sus nalgas… como me ponía su culo. Aunque no era demasiado grande, se veía espléndido. Parecía el típico cuerpo tostado en una playa Brasileña.
Aunque lo que más me ponía era su mirada; con sus ojos de un verde intenso, muchas gatas desearían su manera de mirar. Su pelo rojizo, también me ponía caliente. ¿Harán justicia sus fotos a la realidad? ¿será de carne y hueso? ¿o me estará esperando una nueva desilusión?
Tomé todo el aire que pude, como si fuera a sumergirme en el agua y bucear más de 15 metros seguidos, y empujé la puerta mientras sonaba el mec del portero automático que indicaba que desde arriba alguien estaba abriendo en ese momento.
Era un portal que estaba pidiendo a gritos una reforma, sin ascensor, y con ese desagradable olor que se encuentra típicamente en los edificios antiguos. Tampoco me importó, mi calentura podía con todo aquello.
Subí aquellas escaleras de dos en dos, y cuando llegaba al tercer piso, vi una puerta entreabierta que me invitaba a pasar. Tras empujarla suavemente, noté su presencia. Estaba esperándome escondida detrás de la misma. No me dió tiempo ni a dar las buenas tardes. Aquella boca sabía a fresas frescas, como si hubiera merendado recientemente. Mientras notaba como su lengua invadía la mía sin ningún pudor usó sus manos para, apretándome el culo, juntar abruptamente nuestros sexos. Mi polla pedía guerra, y creo que ella se tuvo que dar cuenta inmediatamente.
Aquel morreo duró más de 3 minutos y tuve que apartarme para respirar. Ella se apartó también y tiró de mi mano cerrando la puerta a mi espalda. Entonces pude verla desde atrás. Estaba en ropa interior. Un tanga que se metía en los cachetes de su magnífico culo era la única ropa que llevaba.
- Vamos rápido que vendrá para las siete y media, no tenemos casi tiempo y quiero que te vayas contento - fue lo único que me dijo mientras me arrastraba hasta su dormitorio.
Su habitación era sencilla; un pequeño mueble ropero de los años 50 y dos mesillas de noche a los lados de una moderna cama de matrimonio. Aquella cama debía medir 2 x 2 cuando menos, ovalada por los laterales, y con un cabecero en madera de cerezo. Estaba la persiana estaba bajada y gracias la tenue luz que las luces de ambas mesillas daban, permitiía disfrutar de las curvas de aquel cuerpo de diosa griega.
Cerrando la puerta de la habitación a mi espalda, no me dió tiempo ni a darle las buenas tardes. Se abalanzó sobre mi sin permitirme siquiera abrir la boca, tapandomela con aquellos carnosos y sabrosos labios.
Entre morreo y morreo, me iba quitando la ropa igualandonos en número de prendas.
No me dí cuenta ni cuando me había quitado los pantalones y zapatos. Aquella musa me tenía hipnotizado.
- Ponte cómodo mi amor - dijo sentándome en la cama.
Ella se agachó y comenzó a morderme desde el cuello hacia abajo. Aunque no suelo ser nada parado en la cama, aquel día no era capaz de tomar ninguna iniciativa, dada su actividad, parecía que llevara años sin probar el sexo. - Déja te te haga - susurró cuando llegó a mordisquear mi miembro ya erecto por encima de mi boxer.
Poco a poco, me fue tumbando hacia atrás para tener un mejor acceso a mi polla, apartando mi calzoncillo para deshecharlo completamente. - esto mejor lo quitamos - decía.
Estando totalmente a su merced, me tumbó boca arriba en el lecho, y comenzó a hacerme la mamada de mi vida.
Empezó besando mi capullo, mientras iba dejando caer gotas de saliva hacia el tronco; una mano la mantenía quieta en la base de mi polla, mientra que con la otra pellizcaba suavemente mis testículos.
- Si sigues así, me voy a correr antes de que puedas contar diez - le amenazé con intención de que me dajara interactuar con sus zonas erógenas.
- Tranquilo mi amor, hoy te toca disfrutar a ti, que bastantes frustraciones te da tu mujer - contestó como si leyera mi mente.
Entonces me dí por vencido, me acosté en la cama con la cabeza en la almohada y cruzando mis manos por detrás de mi cabeza, la dejé que siguiera con lo que me hacía. Lo más que fui capaz de hacer en ese momento, fue respirar y suspirar, disfrutando de aquella felación. Parecía que no había un mañana. Me miraba directamente a los ojos sin pestañear. Su gesto era de niña mala que está haciendo una travesura, y claro, me había olvidado de la mano que tenía en mis huevos, la había desplazado hacia abajo y con uno de sus dedos andaba acariciando mi ano. Comenzó realizando pequeñas incursiones con la yema de uno de sus deditos. Lo metia no más de un centímetro para sacarlo despacito haciendo pequeños círculos. La verdad es que la cantidad de babas que tesbalaban por mi polla facilitában sobremanera aquella desvergonzada incursión.
Con la boca llena de polla seguía mirándome a los ojos imprimiendo pequeñas succiones que se coordinaban perfectamente con las incursiones en mi perineo, y fue entonces, cuando sin previo aviso me vino sin preguntar.
Sentí una irrefrenable necesidad de eyacular. Yo no quería terminar tan pronto, quería seguir en el cielo, pero la naturaleza a veces te juega estas malas pasadas, y no fui capaz de retener mi corrida cuando metió su dedo por mi culo de golpe y sin avisar.
Como cuando retengo mi eyaculación, no disfruto del orgasmo como quisiera, puedo decir que, aunque aquellos 5 chorrotones fueron una pasada, no lo gocé como necesitaba.
Con mi semen aún en su paladar, fue cuando por fin pude disfrutar de aquel cuerpo. Se tumbó a mi lado girada de medio lado, sonriendo mientras saboreaba aún mi lefa como se de un delicatesen se tratara. Y si, pude ver sus magníficos y turgentes pechos con sus puntiagudos pezones que apuntando hacia mí, amenazaban con sacarme un ojo. La perfecta forma de su cadera apoyada en la sábana con sus piernas juntitas daban forma a su sexo por descubrir aún tapado por un triangulito de encaje azul cielo que con suma elegancia cubría los pliegues que tanto quería investigar.
- ¿Te ha gustado mi amor? - preguntó sin esperar respuesta apropiándose de nuevo de mi lengua como si fuera parte de la suya.
Su aliento seguía sabiendo a fresas frescas aunque ahora estaba mezclado con el mío propio; no me disgustó en absoluto.
Sin apartar mi cara de la suya, comencé con las yemas de mis dedos un recorrido de caricias entre aquellos dos montes coronados por una aureola rosadita de la que surgían dos picudos pezones que cuando rondaba sus cercanías era incapaz de contener cariñosos pellizcos que conseguían erizar la una brillante y cuidada piel digna de una estatua aunque cálida y acogedora.
No esperé demasiado, y pidiendo permiso, recorrí con mis labios el camino que me llevaría a descubrir el último secreto de aquel cuerpo que me quedaba por descubrir.
Fui bajando y humedeciendo aquellos pechos de mi diosa, hacia su ombligo, recorriendo ese plano vientre.Cuando llegué al deseado triangulito, hice un pequeño quiebro, saltando hasta sus ingles, para desde ahí ir retirando una de las suaves gomitas que mantenía la prenda en su sitio. Fueron apareciendo esos sabrosos labios, deliciosos labios. Ella hacía pequeños movimientos intentando evitar un contacto demasiado directo. Aún estando muy muy caliente, y sobrándose tanta humedad de aquella cuevita, parecía que no quisiera que la hiciera mía. Abría paso con mi lengua a su botoncito del placer, y tras dos o tres calientes y húmedas caricias, volvía a mover su culito intentando evitar lo inevitable.
Estas maniobras de evasión, lejos de crear desánimo en mi cuerpo, me calentaron una barbaridad, y aunque no había perdido del todo mi dureza, ésta se acrecentó más aún.
Tras varios minutos de este desesperante juego, me agarró fuertemente del pelo apartándome de su sexo diciendo que le penetrase, que quería sentirme dentro de ella.
Me hubiera gustado jugar con mi glande en la entradita pero no me lo permitió agarrándome del culo y, tras enfundarme un preservativo, empalándose de golpe; esa sensación de cómo mi polla iba abriéndose paso en su cuevita, como iba apartando esas paredes que se ajustaban perfectamente a mi tamaño, casi consigue que me corra de golpe, pero aguanté el tirón. Empezamos un tradicional misionero, para enroscarse con sus piernas alrededor de mí consiguiendo una penetración mucho más profunda.
Sus suspiros me animaban a empujar una y otra vez, cada cual más fuerte y profunda, y cuando parecía que se iba a correr, de repente, me apartó de ella.
- Dame a lo perrito - me dijo poniéndose a cuatro patas.
Yo no me lo pensé, estaba super burro, y quería que ella disfrutara aunque fuera la mitad de lo que me estaba dando ella.
No hubo preámbulo, un lenguetazo en su anito, para acercar y penetrar sin miramientos aquel chochito caliente. Con mis manos en sus caderas en un principio, para agarrar su rojiza melena con una mano después. Enseguida con la otra mano me estaba apropiando de sus tetas, retorciendo y pellizcando sus pezones. Esto se estaba poniendo muy, pero que muy bruto, no había marcha atrás, cuando de repente, y sin previo aviso, dió un grito que se pudo oír en todo el vecindario.
- CABRÓN, NO QUERÍA CORRERME!!! CABRONAZO, CÓMO ME CORRO!!!!
Una, dos, tres, perdí la cuenta de las contracciones de su vagina, se le doblaron las piernas cayéndose hacia la cama, y de la fuerza con que su chocho apretaba mi verga, me arrastró encima de ella sin poderme liberar. Parecíamos perros follando.
Esto fué superior a mi, no pude más y mi miembro empezó a escupir chorros y chorros de semen que se mezclaban perfectamente con el río que salía de ella.
Aquel orgasmo duró más de un minuto dejándonos a los dos enganchados sin poder separarnos. Poco a poco nos fuimos relajando, y por fín pudimos separar nuestros cuerpos. No hubo un nuevo beso, ni una caricia, ni un….
- Ufff! qué tarde se ha hecho, tienes que marcharte, vístete, mientras me aseo!!!
Recuperé mi ropa y me vestí rápidamente, mientras se oía el ruido de la ducha, y cuando estaba a punto de irme, sin una sola despedida, oí un grito que me decía:
- ¡¡No te olvides de dejar los 120€ encima de la mesilla, que debería haberte cobrado lo primero!!