Una tarde con Franz Weiss
Un comisario cuarentón y un joven delincuente tienen un extraño acuerdo. A Weiss le va el rollo duro, pero el chico que parecía una presa fácil demostrará ser mucho más de lo que pensaba. (Capítulo del relato de Wattpad "Pequeñas Maldades")
Franz Weiss se tomó su tiempo. Primero le quitó la camiseta y recorrió la piel de su pecho con sus manos grandes y ásperas. Quería contemplarlo desnudo. Lo besó en el cuello, aspiró su aroma a colonia y humo de cigarrillo. Lo agarró del pelo y lo miró a los ojos. Birzhan le devolvió la mirada. Había una mezcla de repugnancia, de cansancio y de deseo. Lo besó en la boca, y Birzhan le devolvió el beso. Bajó de nuevo por su cuello, su pecho y un pezón. Lo lamió un instante, y después lo mordió. Pensó que eso lo haría reaccionar, pero no fue así. El chico no hizo ni dijo nada. Franz Weiss estaba a punto de reventar, pero no quería que fuera un polvo rápido y se acabó. Se desabrochó el pantalón y liberó una erección considerable. No hizo falta que dijera nada más. Birzhan se arrodilló frente a él y empezó a chupársela.
Lo hacía muy bien, pero Weiss quería ir más despacio. Le dejó claro que él no marcaba el ritmo.
— Hazme una paja- ordenó Franz Weiss-. Con la mano... Y chúpame el capullo. Sin morder, ¿me oyes? Clávame los dientes y te rompo la cara.
Birzhan obedeció a todo en silencio. Chupó el glande enrojecido de Weiss como si fuera la fresa más deliciosa del mundo, pero aún así el comisario lo agarraba firmemente por el pelo. Dijo que no se fiaba de él, y Birzhan empezó a reír.
— Yo no le veo la puta gracia. Sigue. Venga, sigue- Cuando sintió que estaba a punto de correrse, Weiss quiso ir más despacio. Le dijo que quería correrse en su cara. Dijo que llevaba ya tres días aguantándose, y que Birzhan estaba de suerte por eso.
Le ordenó que siguiera masturbándolo, que ya estaba a punto. Entonces, en el último momento, volvió a atraerlo contra sí y hundió la polla en su boca. Instintivamente, Birzhan se revolvió y gimió, sintió una profunda arcada al final de su garganta, pero aguantó. "Yo sé hacer esto". Esas palabras se repitieron una y otra vez en su mente como una letanía rítmica, coreada por las risas de un sufrimiento lejano.
Weiss se relajó y finalmente lo dejó libre. "Tócame", gemía sin parar. "Tócame, siéntelo... Venga..." El pene le palpitaba. Una polla gorda y pesada que apenas le cabía en la boca. Birzhan le estrujaba los huevos y el perineo con desgana, hasta que Weiss, por fin, se rindió. Se corrió en su boca. Soltó un par de chorros espesos y dejó los últimos borbotones para untar sus labios con su semen amargo y acuoso. Birzhan lo tragó sin más, sin saborear, sin pensarlo.
Entonces el comisario empezó a maldecir. Dijo que seguía demasiado cachondo, que no podía dejarlo marchar aún. "Es justo", pensó Birzhan, encendiendo un cigarrillo. Él tampoco se quería ir aún. Notaba una ligera dureza entre sus pantalones. Era lo normal, tenía dieciocho años y se le ponía dura por todo. Weiss pareció muy satisfecho al advertirlo. Se limpió y fue a la cocina a buscar unas cervezas.
Era la casa de sus padres, que iban a pasar el verano a Italia con su otra hija, o algo así. A Birzhan no le importaba la historia. Ya había estado allí un par de veces. Iba, dejaba que Franz Weiss liberara un poco sus fantasías de marica reprimido, y se marchaba.
— Ya sabes que no bebo esa mierda- gruñó Birzhan cuando le ofreció la cerveza. Weiss se rió.
— Ya veo. Te tragas la leche, pero la cerveza te da asco.
Birzhan no estaba de buen humor. Le dolía tanto la mano que apenas había podido conducir hasta allí. Le dolían las magulladuras de la noche anterior. Le dolía la cabeza, y le dolía algo mucho más profundo, no sabía el qué. Le habría apetecido coger el coche de Samuil y largarse, conducir sin rumbo hasta Italia, buscar a los padres de Weiss y decirles que se follaba a su hijo. No, sólo irse por ahí. Parar a dormir bajo las estrellas, y seguir conduciendo al día siguiente. Así durante el resto de su vida. No quería estar allí. Era la típica casa de viejos. Muebles cutres, lámparas horteras, pestazo a cerrado.
— Sé bueno. Llevábamos tiempo sin vernos con tranquilidad, ¿no?- Weiss le hizo un gesto para que se sentara a su lado en el sofá. Lo había cubierto con toallas. El epítome de lo cutre. Si no estuviera tan dolorido ni tan triste, Birzhan se habría reído a carcajadas-. ¿Qué has estado haciendo últimamente? Cuéntamelo, venga- Franz Weiss le pasó su brazo fuerte y peludo por los hombros-. No te habrás echado novio.
— Yo no soy marica- declaró Birzhan. Weiss apuró la cerveza.
— Joder. Pues finges de fábula.
El comisario había hecho los deberes en lo que a mantenerse en forma se refiere. Era grande y era fuerte, mucho más fuerte que Birzhan. No era un hombre guapo, pero acababa de cumplir los cuarenta y seguía teniendo pelo en la cabeza, aunque también por el resto del cuerpo. Pelo oscuro y denso que olía a sudor. A Birzhan le ponía. Le hacía estremecerse de asco, y eso le gustaba. Y cuando hacían el misionero y la cosa se ponía intensa, podía agarrar a Weiss de la pelambrera y hacerle chillar. Eso le gustaba más todavía.
Durante un rato no hicieron nada. Weiss se limitaba a admirar en silencio la figura magra de Birzhan, el relieve sutil de los músculos bajo una piel clara que contrastaba con la suya. Sentado a horcajadas sobre él, Birzhan encendía un cigarrillo con otro y aceptaba con desgana las torpes caricias de Franz Weiss.
Una hora después, el comisario volvía a tener ganas de marcha. Y quería penetrarlo así tal como estaba, sentado sobre él. Birzhan dijo que no, que no tenía ganas. No era capaz de concentrarse.
— ¿Pero qué dices? Esto no es un puto examen.
— He dicho que no tengo ganas, joder- insistió Birzhan. La cabeza le iba a estallar. Se apartó del cuerpo desnudo, frío y húmedo de Franz Weiss, pero antes de que pudiera levantarse éste ya le había agarrado del brazo.
— Ya sabías a qué venías. ¿Te crees que me puedes hacer una mamada y largarte sin más?
— No he dicho que vaya a largarme, he dicho que no me apetece hacerlo- bufó Birzhan. El comisario soltó una retahíla de palabrotas y se levantó del sofá. Tenía un caminar muy gracioso con la polla medio tiesa. Fue hasta la silla donde había dejado doblada su ropa, y sacó algo de un bolsillo.
Birzhan reconoció la bolsita que el propio Weiss le había quitado la noche anterior. Sonrió. Por un momento había llegado a pensar que el mamón iba a quedársela como prueba y usarla en su contra, pero no. Y aún quedaba algo de polvillo blanco en el fondo.
— A ver, ¿te pondrías a tono con eso?- gruñó el comisario-. Hay que joderse. Bueno, ¿qué me dices?
Birzhan arrugó la bolsita entre los dedos.
Sabía lo que iba a pasar. Lo tenía grabado en su memoria, con miles de voces que se reían de él. Las voces de sus pesadillas le gritaban todo el tiempo. Le recordaban lo sucio y lo miserable que era. No era un inútil. Podía ser muchas cosas y ninguna buena, pero no un inútil.
"Yo sé hacer esto."
— No lo entiendes- suspiró-. Quiero que me folles. Quiero que me folles hasta que me duela. Quiero que me folles hasta que me duela tanto que me olvide de cómo me llamo. Y cuando me veas agonizar de dolor, cuando creas que me he roto por dentro y por fuera, quiero que sigas follándome. Quiero que me pegues. Quiero que me destroces, ¿entiendes?- Weiss pareció entenderlo a la perfección-. Yo no voy a follarte, Franz Weiss. No voy a montarte como si fueras un pony. Yo no te quiero. Quiero que tú me folles a mí. Y quiero que me folles hasta que te canses.
Weiss aún lo acariciaba, pensativo, pero entonces Birzhan se reclinó contra el sofá, se agarró a las toallas y le hizo un gesto a Weiss para que lo penetrara desde atrás. Lo hizo. Lo agarró por las caderas y hundió la polla hasta el fondo, combándolo hacia adelante y quebrándolo de dolor. Weiss lo atrajo hacia sí. Aún no estaba empalmado del todo, así que iba despacio, pero Birzhan no quería eso.
— Hasta el fondo. Fóllame hasta el fondo, tienes que darme con los huevos... Con esos huevos negros y peludos que tienes, puto marica de mierda- rugió. Weiss tuvo miedo de que lo oyeran desde la calle, pero era demasiado tarde para ponerse a comprobarlo. Gruñó, jadeó y tiró. Consiguió lubricar un poco y empezó a bombearlo. Birzhan no decía nada. Jadeaba un poquito, su respiración era entrecortada, pero no gemía, ni de placer ni de dolor.
Weiss estiró la mano, y empezó a ordeñarlo como si fuera una vaca. Birzhan se quebró. Le dijo que no lo hiciera.
— Lo haré si me da la gana- jadeó Weiss, pero lo dejó enseguida. Era más fácil concentrarse en su propio placer. Lo obligó a apoyar la cara contra el sofá, le agarró por el cuello y le inmovilizó el brazo contra la espalda. Ensartado como un trozo de carne, Birzhan apenas se podía mover.
Dijo que no le estaba doliendo. Y su voz sonaba desesperada. Quería que lo follaran hasta arrancarle el vacío de dentro. Tenía que dolerle. Lo dijo y lo repitió hasta la saciedad mientras Franz Weiss lo arremetía con todas sus fuerzas.
Le soltó el brazo, y lo agarró del cuello con ambas manos. Lo obligó a levantarse, a ponerse de rodillas sobre el sofá y a soportar sus embestidas mientras lo estrangulaba. Le golpeó en las costillas, tan fuerte que finalmente logró arrancarle algo parecido a un lamento. Finalmente lo arrojó al suelo, y como un animal que cubre a su hembra, se tumbó sobre él y volvió a metérsela mientras lo rodeaba con sus brazos. Birzhan estaba exánime, mientras que Franz Weiss bramaba con la furia triunfante de una bestia.
El vacío seguía, pero al menos tenía una causa. Tirado en el suelo, soportando el peso de Weiss, todo estaba en orden, y era justo lo que debía ser. Cuando el comisario se corrió dentro de él notó una leve descarga de ira y placer que le llegó hasta las entrañas. Tenía la polla a punto de estallar. Weiss lo embestía, pero él también movía las caderas, y en vez de carne sólo hallaba vacío. Y la suave alfombra de pelo del señor y la señora Weiss.
— ¡Quítate!- chilló. Tuvo que forcejear con ganas para liberarse de aquel peso muerto, y le dolía todo el cuerpo. Desesperado se enderezó, abrió la bolsita que aún aferraba entre los dedos y vació todo la coca que quedaba sobre su glande amoratado. Creyó que iba a llorar.
El vacío cayó a plomo sobre él. Se hizo pedazos por dentro, pero gritó de alegría al sentir cómo se desvanecía todo rastro de satisfacción. Y eran unos gritos desgarradores, histéricos, descarnados.
Weiss se apartó de golpe. Birzhan se retorcía como si estuviera poseído; mordía, reía y lloraba al mismo tiempo. El comisario vio la bolsita vacía en el suelo, y entendió lo que había pasado.
— ¿Por qué coño has hecho eso?- balbuceó, un poco preocupado. Si se moría en el suelo de la casa de sus padres, iba a tener un marrón.
Birzhan movía las caderas como un pez que se agita fuera del agua, pero la cosa ya no tenía remedio. La polla le caía a un lado, amoratada e inerme, hinchada y anestesiada. Poco a poco se calmó, se hizo un ovillo y se quedó en silencio, muy quieto. Weiss se sentó en una silla. No estaba cubierta, pero pareció que en ese momento le daba igual.
— Estás zumbado- dijo, a modo de conclusión.
Birzhan no contestó a eso. Cerró los ojos y sonrió, en paz.
No es una versión definitiva, pero el feedback me ayuda a mejorar. Gracias por leerme.