Una sutil dominación (6)

De como enseño a Marta a comportarse correctamente en público.

El tiempo pasó rápido. Marta y yo no teníamos una cadencia fija para quedar y vernos. A veces salíamos por separado, a veces juntos con sus amigos y otras los dos solos. Laura y Rafa, al igual que su hermana se enteraron al final de que nos habíamos liado, pero no sabían nada de que siguiéramos haciéndolo ni del tipo de relación que ambos compartíamos.

Yo sabía que Marta sentía una devoción absoluta hacia mí, pero tampoco quería que se quedar colgada de mí por siempre, así que de vez en cuando la animaba para que saliera con otros chicos. Después de mucho hablarlo aceptó a regañadientes, pero yo sabía que no lo haría. Tenía una libertad que en esos momentos no deseaba, pero también implicaba una libertad para que mí que yo si quería; es más, la aplicaba desde el primer momento quedando con otras chicas pero sin buscar nada estable, ya es difícil manejar una relación como para llevar encima dos adelante. En fin, yo hacía lo que quería y cuando lo deseaba solo tenía que levantar el teléfono y enseguida tenía a Marta a mi lado.

Últimamente ella se había dedicado a comprarme pequeños regalos, algunos bastante caros, sin que yo se lo pidiera. Eran una pequeña muestra de su cariño y sumisión hacia mí que yo aceptaba gustosamente. Yo de vez en cuando también la recompensaba por su buen comportamiento invitándola a cenar, llevándola al teatro, etc. Para su cumpleaños le regalé dos entradas para un macro festival de primavera de música. Eran tres días seguidos de música pop y electrónica en directo y ella se moría por asistir. Lógicamente yo la acompañaría, aunque había muchos grupos que no eran de mi agrado.

El segundo día que fui a recogerla a su casa para irnos al concierto aproveché que ella fue al baño para coger unas cuantas cosas que escondí en mi mochila sin que ella se diera cuenta. Tenía un plan en mi cabeza que quería poner en práctica, así que elegí la ropa que llevaría puesta que facilitaría mi labor. Un top blanco para que no pasara calor, una minifalda negra y unas sandalias que mantenían sus pies desnudos frescos era toda su indumentaria.

Antes de que empezara el mayor y mejor concierto del día estuvimos reposando a la sombra de los árboles bebiendo cerveza. No sé ni cuantas nos bebimos ni cuanto tiempo estuvimos allí pero cuando entramos a la carpa del concierto yo ya me estaba orinando, así que aproveché para ir a los baños portátiles instalados antes. Ella también quiso ir pero había tanta cola en el de chicas que prefirió aguantarse para no perderse el comienzo del concierto e ir tiempo después. Cuando las luces se apagaron y todo quedó a oscuras salvo el escenario comenzamos a disfrutar del espectáculo, pero notaba a Marta nerviosa y dando saltitos porque no se aguantaba las ganas de orinar. No paso ni media hora cuando empezó a decirme que no aguantaba más, yo le respondía que se contuviera sabiendo que era imposible en su estado. Tuve que ponerme serio varias veces para que se estuviera quieta y no me diera el concierto, pero al final casi llorando me suplicó ir. Yo le recordé las largas colas que había en los baños de chicas y el tiempo que se perdería del concierto, además podíamos verlas desde nuestra posición y no habían bajado un ápice, con lo que no le daría tiempo a llegar y se lo haría encima. Tampoco podría hacerlo fuera a la vista de todos porque los guardias de seguridad le echarían la bronca por lo que le dije que su única opción era agacharse entre la multitud y aprovechando la oscuridad reinante hacerlo ahí mismo. Ella se negó al principio pero según pasaron los minutos su cuerpo se notaba más nervioso y cuando la volví a mirar se le habían saltado las lágrimas. Cuando le pregunté que qué le pasaba me miró y luego señaló hacia abajo con su cabeza. Un pequeño charco de orín se estaba formando a sus pies. El líquido caliente bajaba por entre sus piernas aprovechando el espacio abierto de la minifalda, pasaba por entre sus muslos, y caía al suelo por el interior de sus tobillos. Llorando como una niña pequeña se abrazó a mí con fuerza y comenzó a hablarme al oído:

Lo siento, no podía más. – me dijo entre sollozos – Perdóname. No he podido aguantar más. No me he podido contener. Lo siento, de veras, no sé comportarme a tu lado.

No pasa nada preciosa. – le dije acariciándole el cabello – Es algo normal. No te preocupes. Lo entiendo.

Soy pero que una niña pequeña. – siguió llorando – Perdóname.

Yo siempre estoy aquí para ayudarte. – y diciendo esto abrí mi mochila para sacar una toalla y un tanga limpio – Cogí una muda completa de tu cuarto por si pasábamos la noche fuera ¿qué harías sino estuviera yo para cuidarte?

Me moriría sin ti, no sabría que hacer. Gracias cariño. – Y me besó dulcemente.

Envueltos por la muchedumbre Marta no tuvo problema en deshacerse de su tanga mojado, que tiró al suelo, y limpiarse disimuladamente con la toalla. Luego ante la mirada atónita de otra chica se colocó el otro limpio y empezó a sonreír cuando dejó de sentirse sucia. La chica que la había visto cambiarse comentaba con su novio lo visto y señalaba hacía donde nos encontrábamos cuando comenzamos a movernos para cambiar de lugar. Yo sonreía para mis adentros porque todo había salido tal y como lo había planeado, Marta sin embargo no paraba de enjugarse las lágrimas y darme las gracias por ser tan comprensivo con ella, me abrazaba y me besaba sin parar.

El concierto terminó sin más sobresaltos. Por la noche cuando volvimos a su casa e hicimos el amor apasionadamente. Marta se deshizo en carantoña buscando recompensarme por lo que había hecho por ella. Cuando nos despertamos regresamos al festival para el celebrar el último día de conciertos. Después de aquello sabía que podía pedirle lo que quisiera que Marta nos sabría decirme que no.

Un par de semanas después se volvió a repetir la situación. Terminamos una noche de fiesta en una discoteca chic de la ciudad, Marta había bebido demasiado y se estaba orinando. No podía aguantarse más y esta vez yo no estaba preparado para una eventualidad así. Tranquilamente le indiqué que como el baño de chicas estaba saturado fuera al de tíos. Ella ni corta ni perezosa aceptó, me cogió de la mano y me llevó a la puerta del baño de chicos. Titubeó un momento antes de entrar pero luego se introdujo en él decidida. Un hombre nos miró con cara sorprendida cuando se cruzó con nosotros. Había un par más meando en los urinarios de pared que hablaban entre ellos y que nos prestaron poco o casi ningún caso cuando pasamos por detrás suya, estarían muy borrachos y pensarían que íbamos a meternos algo de coca entre los dos. Los baños eran minúsculos y no podíamos estar los dos dentro a la vez sin dejar la puerta abierta, así que Marta entró primero y mientras se sujetaba los pantalones y el tanga con una mano, con la otra sujetó la puerta para mantenerla abierta y que yo pudiera verla. Apoyado sobre el lavabo vi su cara de satisfacción y la sonrisa pícara que me devolvió. Cuando finalizó se invitó y luego me invitó a entrar mientras mantenía sus pantalones por los tobillos.

Cerré la puerta a duras penas tras de mi y arrojándola con fuerza contra la pared del habitáculo comencé a besarla salvajemente. Ambos estábamos muy excitados por la situación, el morbo de ser pillados y unido al peligro de que nos expulsaran de la discoteca nos hacía buscarnos el uno al otro con desesperación. Nuestras lenguas se entrecruzaban tratando de llegar lo más profundo posible en nuestras gargantas. Mientras saboreaba su cuello mi mano no dudó en introducirse entre sus piernas y tocar su suave conejo, decir que ardía es decir poco. Luego me entretuve en tocar su lindo trasero durante un rato gozando de su tersa piel.

Subiendo su top hasta su cuello saque sus oprimidos pechos del interior de su sujetador y sujetándolos con mis manos los chupé sin compasión. Mis dedos jugaban con sus pezones a la vez que mi lengua los lamía una y otra vez. Los jadeos de Marta y la dureza de sus tetas me invitaron a volver a pasar la mano por su entrepierna. Su húmedo conejito pedía a gritos que lo tocara. Mis dedos recorrieron sus labios, pulsaron su clítoris y se introdujeron levemente en su vagina. Ella estaba como loca, pidiendo que por favor siguiera con lo que estaba haciendo, así que dejando mi dedo corazón entre sus labios inferiores comencé a subir y bajar mi mano por su vulva tratando de frotar a la vez su pequeño clítoris. Mi boca volvió a buscar sus labios mientras que con la otra mano apretaba con fuerza sus senos. Instantes después su aliento entrecortado y los movimientos convulsos de su cuerpo me indicaban que estaba a punto de correrse. El orgasmo le llegó fulgurante, intenso y precipitado. Su respiración se agitaba tratando de recuperar la calma poco a poco.

Esta vez fue ella la que me arrojó contra la otra pared y poniéndose de cuclillas abrió mis pantalones sacando del interior de mi bragueta mi erecto miembro. Su saliva se mezclaba con mis viscosos y salados fluidos. Con suma delicadeza jugueteaba con mi glande paseándolo por su boca con su lengua. Sus manos trabajaban con maestría y técnica mis testículos o el mástil que era mi verga. Cuando la dejó bien salivada me besó de nuevo en los labios dejando en mi boca el sabor de los restos de su mamada. Su mano continuó jugueteando con mi sexo mientras alguien llamaba a la puerta y ambos al unísono gritábamos que estaba ocupado.

De nuevo pasé yo a la acción apoyándola contra la pared y obligándola a abrir las piernas todo lo que pudo introduje con dificultad mi pene en su cueva. Con cada envite la empujaba más hacia la pared del baño apretando con fuerza sus pechos entre mis manos. No sé si habría alguien en el baño contiguo pero seguro que nos estaba escuchando como hacíamos el amor sin recato alguno. Mis caderas arremetían una y otra vez contra Marta haciendo que sufriera un placer inequívoco. Arañando mi espalda puso sus manos en mi trasero y me ayudo a empujar con más fuerza para que ella pudiera correrse con gusto y sin escatimar en gritos cuando le llegó el orgasmo.

Sin que pasara mucho más tiempo hice que se girara y ella misma apoyó sus manos contra la pared dejándome su culito a la vista. Mi polla empalmada apuntaba directa a su caliente almejita y sin dudarlo un solo momento la introduje de nuevo lentamente, esperando a que ella se acomodara a su grosor nuevamente. Con pausa y detenimiento movió sus caderas arriba y abajo y luego en círculos haciendo que mi cuerpo se estremeciera con el gozo que me transmitía mi falo. Entonces agarrándola con fuerza por la cintura comencé a bombear con fuerza una y otra vez. Mi escroto golpeaba su clítoris con cadencia repetitiva cada vez que empujaba mi cuerpo contra el de ella. Estaba seguro de que alguien habría dado ya la voz de alarma de lo que estábamos haciendo en el cuarto de baño por eso no quería regodearme demasiado y aceleré el ritmo de mis acometidas. Marta no dejaba de gemir y aunque traté de correrme a la vez que ella no pude hacerlo y con gran placer para ella volvió a correrse segundos antes que yo dejando que la inundara con mi esperma entre jadeos apagados y apretones en lo mofletes de su trasero.

Con prisas le dije que se arreglara porque creía que nos habían descubierto, así que se subió el tanga y los pantalones mientras yo cerraba mi bragueta y juntos de la mano salimos zumbando del baño de caballeros. Justo cuando bajábamos por la escalera a la planta inferior de la discoteca nos cruzamos con un guardia de seguridad que subía alarmado por el acto indecente que se estaba ejecutando en su sacrosanto baño. Me fastidió que la gente pudiera meterse todas las rayas de coca que quisiera en el baño sin que nadie le dijera nada y que si echabas un polvo con tu chica te persiguieran como al criminal público número uno.

Marta y yo seguimos bailando un buen rato antes de volver a casa. En el camino de regreso a casa me hizo una confesión en el asiento de atrás del taxi que nos llevaba de vuelta. Había un chico de su trabajo que había comenzado a tirarle los tejos, ella por supuesto no le había hecho ni puñetero caso porque se quería dedicar exclusivamente a mí, pero ello no había hecho otra cosa que empeorar la situación y hacer que el chico pusiera más empeño en conseguirla. Marta me contó que se había portado todo lo mal que había podido con él, había sido borde, le había dejado en ridículo delante de otras personas, lo había dejado tirado cuando había tratado de quedar con ella, pero aun así el chico continuaba ere que ere. Yo le contesté que no pasaba si quería salir con él alguna que otra vez, pero cuando le dije que podía liarse sin complejos con él me puso mala cara.

¿Quieres dejarme? Ya no valgo para ti. – me dijo enojada.

No es eso cariño, simplemente te digo que eres libre para hacer lo que quieras. Yo no te retengo contra tu voluntad. Si quieres estar con otro puedes hacerlo, pero recuerda volver a mí cuando yo te llame. – le dije con dulzura.

No quiero que me abandones, ahora no. – y me abrazó temblando.

No lo voy a hacer pequeña, pero recuerda que llegará un día que tendrás que empezar tu camino sola de nuevo y no quiero que ello sea traumático para ti. – mis manos acariciaban su pelo mientras hablaba.

Pero hasta entonces no quiero estar con nadie más que contigo. – su voz sonó más clara – Sé que quieres lo mejor para mí y que esto no durará para siempre. Pero ahora no me hago a la idea de estar lejos de ti. Cuando yo me vea con fuerzas buscaré otras experiencias pero por ahora no. Aun no estoy preparada.

Poco a poco mis palabras iban desvelando una verdad inquieta, en algún momento todo esto finalizaría.

¿Y si fuera yo el que quisiera estar con otras chicas? – le pregunté.

No me importaría en absoluto, es más lo vería lógico. – me dijo mirándome con los ojos muy abiertos – No estas atado a mí como yo lo estoy a ti. Tú si que puedes hacer lo que quieras. Es más, vería lógico que quisieras compartirme con otra mujer, no me ofendería si quisieras hacer un trío con otra.

La idea de un nuevo trío cruzo mi mente pero estaba seguro de que me costaría encontrar a alguna chica que se diera a ello. Pero sin embargo si podía hacer otra cosa que si estaba en mi mano. Antes de dejarla en su casa le prometí que la semana que viene le daría una sorpresa agradable.

La semana siguiente le dije que se arreglara todo lo femenina que pudiera y tras invitarla cenar en un buen restaurante la llevé de copas a un bar de lesbianas cercano. Sentados en la barra le dije que se insinuara con la mirada a toda chica que le pareciera atractiva. Sin dudarlo sus ojos se posaron en un chica joven rubia que acompañaba a otro grupo de mujeres de estética más varonil pero igual de jóvenes. Tuvo que pasar un tiempo antes de que la chica que se acercara a nosotros y se presentara diciendo que no había podido evitar fijarse en que Marta llevaba tiempo mirándola. Invitamos a la chica, Inma creo que se llamaba, a una copa y cuando ambas entablaron una larga conversación le dije que debía irme y que cuando cerraran el local pasaría a recogerla si aun estaba ahí.

Tres horas después esperé a la puerta del local y vi salir a Marta acompañada por Inma, delante mía se despidieron con un largo beso de tornillo en que entrecruzaron sus lenguas. Luego se prometieron llamarse e Inma le dijo que era una pena que no quisiera ir a su casa a seguir la fiesta. En cuanto Marta llegó a mis brazos me abrazó y me besó con locura.

¿Qué tal ha ido todo? – le pregunté.

No creo que me haga lesbiana. – me dijo sonriendo – Al principio fue excitante sentir su lengua en mi boca, pero luego me sentí igual que si fuera un chico más.

¿Qué raro? No suele pasar así. – le espeté.

No sé, quizás sea que yo no estaba por la labor. De todas formas me lo he pasado muy bien, he bailado, me he reído mucho y he conocido gente maja. Es una pena que no vuelva a llamarla. – me confesó.

Está bien, es tu decisión. Solo quería saber tu reacción ante una situación así.

¿Te he decepcionado? – preguntó inquieta – No era mi intención, si quieres puedo llamarla y volverlo a intentar.

No quiero que hagas eso. Solo quiero que empieces a hacer lo que desees y a disfrutar de ti misma y de tu cuerpo. Si esta no es la situación idónea no pasa nada. – le dije calmándola.

No creo que sea por mí, sino por ti. Prefiero hacerlo si estas tú delante o participando pero ya se lo he preguntado y me ha dicho que no le gustaba la idea. Es una pena.

Gracias por pensar en mí. – y la besé con dulzura.

Aquella noche hicimos el amor como locos excitado por los detalles que ella me contaba de cómo Inma la había besado y le había metido mano.

Aun me quedaban cosas por probar y planes por realizar, y sabía que Marta no diría que no a ninguna de ellas.