Una sutil dominación (5)

De como Marta rompe sus tabúes acepta finalmente su esclavitud.

Debido a un viaje laboral ni la siguiente semana ni la otra pudimos vernos. Eso nos hizo bastante bien a los dos ya que por un lado Marta tuvo una punta de trabajo que la obligó a aislarse del resto del mundo y yo pude poner distancia entre los dos para poder ver desde otra perspectiva la relación.

A estas alturas yo ya sabía que este juego no iba a durar más allá del verano. No creía que sobreviviera a las vacaciones estivales donde cada uno iría por separado a destinos distintos. Como quien dice era una relación con fecha de caducidad, yo lo tenía más que claro pero sabía que Marta no, por lo que de forma paulatina debía ir alejándome de ella para que la experiencia fuera lo menos traumática posible. Pero aun así todavía tiempo para disfrutar de Marta y de su cuerpo.

Estar fuera del país también me sirvió para volver a las andadas y estar con otras mujeres. No quería perder el norte y obsesionarme con una solamente.

Un día Marta me llamó y me comentó que su amiga Laura le había comentado que sospechaba que estábamos liados. Ella tuvo que confirmárselo pero no le dijo el tipo de relación que había surgido entre los dos. Marta le rogó encarecidamente que no se lo dijera a nadie, sobre todo a su hermana. En verdad velaba por sus intereses, si en algún momento se llegaba a saber por donde habían ido los tiros y su rica y conservadora familia de lo que hacía su sumisa hija se montaría un buen lío a todos los niveles.

Gracias a Dios cuando regresé a España el tiempo había cambiado a mejor. La primavera había irrumpido con fuerza y el sol apretaba con fuerza en las horas medias del día. Deje pasar unos días antes de ponerme en contacto de nuevo con Marta. Vía e-mail la invité el jueves a cenar. No tenía nada planeado así que quedé en recogerla en su casa y simplemente ir por ahí a tomar algo.

Vestida con un largo jersey de lana de cuello vuelto y una falda larga de vuelo me esperó a la puerta de casa. Me saludó con un largo beso diciéndome las ganas que tenía de verme. Yo le pregunté que si había sido buena en mi ausencia y ella contestó muy seria que "por supuesto que sí". No tuve duda alguna de que decía la verdad.

El lugar elegido para ir a cenar fue un restaurante italiano bastante chic de la zona alta de la ciudad. Propicio para cenas románticas de parejitas, los comensales podían saborear una buena (y cara) degustación de la mejor cocina italiana a la luz de las velas que había repartidas por todo el local. Después de haber comido mal durante dos semanas aquello me supo a gloria bendita, sobre todo porque regamos el ágape con un buen vino español del que degustamos una botella entera entre los dos, hecho que hizo que a Marta se le subieran los colores y estuviera al final del segundo plato un poco bebida.

Esperando los postres se recostó sobre su asiento y comenzó a frotar su pie contra mi pierna mientras seguía hablando conmigo, contándome como había ido su semana y lo cansada que estaba de su trabajo. De forma descuidada su pie descalzo fue subiendo poco a poco entre mis piernas hasta comenzar a tocar mi rodilla. El largo faldón de la mesa ocultaba sus movimientos al resto de clientes del restaurante.

No empieces aquello que no puedas acabar. – le avisé. Ella me dedicó su mejor sonrisa maliciosa y continuó hablando como si nada.

Como si tal cosa colocó el talón su pie sobre el asiento de mi silla invitándome a que le diera un breve masaje con una de mis manos por encima del mantel. Luego continuó con sus juegos y recorrió con sus dedos mi entrepierna haciendo que creciera la envergadura de mi herramienta quedando duramente aprisionada por mis pantalones. Marta estaba traviesa no sé si a causa del vino o del tiempo que llevaba sin verme, pero al final tuvo que recomponerse cuando el camarero apareció junto a nuestra mesa con los postres ordenados. Entonces fui yo el que pasó al ataque.

Al igual que ella me descalcé de uno de mis zapatos y aprovechando el vuelo de su falda introduje mi pie por entremedias de sus piernas. Rozaba sus pantorillas y el interior de muslos, a lo que ella respondió abriendo más sus piernas. Con dificultad coloqué mi pie apoyado en su asiento apuntando con mis dedos directamente a su sexo. Alargando un poco mi pierna podía tocar despacio su tanga sin que nadie más se pudiera dar cuenta. Mi dedo gordo fue marcando a duras penas el contorno de su delicada rajita cosa que hizo que esta se humedeciera al instante traspasando la tela de su tanguita. Rascando con mis dedos acariciaba su vulva haciendo que se estremeciera de placer. Marta cerraba los ojos y se mordía el labio tratando de no parecer sobresaltada delante de otra pareja que se encontraba escasos dos metros nuestra.

Empecé a preguntarle cosas sin sentido sobre su trabajo mientras mi dedo trataba de perforar su tanga mojado por los efluvios que su coñito despedía. Mientras saboreaba el postre sonreía con malicia cada vez que ella tenía que soltar la cuchara y sujetarse a la mesa o apretar la servilleta mientras hablaba torpemente acerca de lo que yo le preguntaba.

Espera.- me dijo entre pequeños jadeos con la respiración entrecortada.

Con disimulo bajó su mano y la introdujo bajo el mantel. Subiendo por su falda agarró el tanga y lo echó a un lado dándome vía libre para que mi pie tocara a sus anchas su caliente conejito. Esta vez fue ella la que me tuvo que hacer preguntas a mí para así no dejar de hablar y que no se notara su excitación. Con miradas nerviosas de soslayo vigilaba a la otra pareja, pero de vez en cuando debía cerrar los ojos debido al gozo que sufría. Ya sin miramientos mi dedo gordo jugaba con su clítoris húmedo y penetraba su rajita. Lentamente, sin movimientos bruscos, se iba introduciendo lentamente mientras Marta lo regaba con sus flujos.

¿Desean cafés? – la voz del camarero nos sobresaltó a ambos. Casi sin movernos los pedimos y esperamos a que se fuera para volver a la carga.

Marta no tardo mucho tiempo más en correrse en público presa del morbo de la situación y de la excitación del momento dejando mi pie chorreando con sus fluidos. Disimuló el orgasmo sujetando la servilleta con una mano y mordiéndose los nudillos de la otra. Luego sonriendo se recolocó el tanga y se levantó para ir al baño a limpiarse. Yo me acomodé en el asiento satisfecho de lo que acababa de hacer.

Tras dejar el coche en un parking cercano a su casa fuimos a tomar una copa por la zona de bares. Marta se quería ir pronto a casa porque estaba cansada (y bastante tocada por el alcohol) y al día siguiente debía trabajar. Yo también pero no me importaba, no era la primera vez que iba al trabajo sin dormir. Cuando nos cerraron todos los locales decidimos volver andando a casa.

A Marta se olvidó de entrar al baño en último local en el que estábamos por lo que todo el camino de vuelta se fue quejando de las ganas que tenía de orinar. Yo le sugerí que lo hiciera en la calle, pero ella se negó. Su cara educación y los cánones de civismo establecidos por la sociedad eran la última barrera a batir para conseguir su completa sumisión. Tras volverme a insistir para buscar un local abierto donde poder entrar al baño la cogí de la mano y la llevé a un rincón oscuro un poco apartado.

Hazlo aquí. – le dije.

No soy ningún perro para mear en la calle. – me contestó insolente.

No te lo he pedido, te he dado una orden. - Mi tono subió de volumen para reafirmar mi afirmación.

Mirándome a los ojos lentamente se fue agachando a la vez que bajaba su tanga hasta los tobillos. Sujetando su bolso entre los brazos comenzó a orinar sin dejar de mirarme, luego agachó la cabeza cuando el gusto de aliviarse de tan pesada carga se hizo efectivo. Cuando terminó sacó un pañuelo de papel del interior de su bolso y se limpió su entrepierna a la vez que se secaba. Verla así de humillada, dejando sus principios por los suelos era lo peor que Marta podía sentir. Por lo que esta situación me dio algunas ideas que llevar a cabo más delante.

Ves como no era para tanto. – la consolé. Marta ni siquiera contestó. Su cara apesadumbrada era el reflejo de lo que sentía. – No has hecho nada malo mi niña, no te sientas mal.

Y rozando su mejilla la besé delicadamente. Ella me abrazó presa de ese cariño esporádico que produce el alcohol y luego me besó con ternura.

Soy tuya… hazme tuya. – me susurró al oído poniéndome como una moto al instante.

Pegado a sus labios, agarrado a ella por su cintura, la empujé contra la pared más cercana a la vez que nuestras manos jugueteaban mutuamente con nuestro pelo. Nuestras ansiosas lenguas se retorcían en el interior de nuestras bocas mientras los apasionados besos se sucedían en cascada. Mis manos se movieron inquietas por su pecho notando sus duros senos por debajo de su jersey de lana. Sus pezones puganaban por salir del sujetador que los oprimía y respondían a mis caricias erizándose poco a poco.

Sus tersos muslos fue lo siguiente que buscaron mis manos bajo su larga falda. Sus largas piernas tenían la piel sedosa, tan suave como la tela de su tanga que pronto empecé a tocar. Ya no sabía si la humedad del mismo provenía de su anterior corrida o de los orines de momentos antes, pero la verdad tampoco importaba cuando, después de frotar mi mano contra él, lo aparté a un lado para poder tocar más a gusto el conejo de Marta. Con dos dedos busqué su pequeño clítoris y comencé a frotarlo con movimientos circulares. Ella respondía a mis caricias con apagados gemidos en mi oído, señal de lo que estaba gozando con todo aquello. Aunque yo trataba de ir todo lo despacio posible para alargar su placer, fue ella misma la que al final me cogió la mano y me obligó a moverla mucho más rápido para llegar cuanto antes al orgasmo. Los fluidos de su corrida inundaron mi mano sintiéndolos tan calientes como el resto de su sexo. Marta continuó besándome mientras sentía como recibía su orgasmo entre nerviosa y complacida.

Animada por el morbo de que nos vieran hacer el amor en público comenzó a tocar mi entrepierna par asegurarse de que estaba listo para ir más allá. Desabrochó con dificultad mi cinturón y abrió la bragueta de mi pantalón sacando mi erecta verga de su prisión. Sus trabajos manuales buscaron mi excitación plena y que deseara con toda mi alma poseerla allí mismo.

Espera. – me dijo mientras se separaba de mi y conseguía sacarse el tanga por los tobillos.

Levantando su falda hasta la cintura me enseñó su peludo coñito. Apoyando la espalda en la pared entreabrió sus piernas y me invitó a ir junto a ella. Mi polla era como una lanza en ristre y pegándome todo lo posible a Marta se la clavé con fuerza dificultado por la posición. Entonces Marta dejó caer su falda de nuevo tratando de tapar todo lo posible lo que estábamos haciendo. No es fácil ni cómodo actuar así pero el hacerlo de pie aumenta el grosor de mi miembro haciendo que ella disfrute más aún si cabe.

Me estas destrozando cabrón. – me dijo entre empujones.

¿Quieres que cambiemos? – le dije asustado.

Ni se te ocurra parar ahora. – y su sonrisa señaló que se lo estaba pasando de maravilla.

Mis embestidas eran cortas y bruscas buscando profundizar con mi herramienta todo lo posible. Marta respondía a cada sacudida con un corto gemido que se fue prolongando hasta que ella misma empezó a mover su cuerpo para conseguir más velocidad y correrse nuevamente teniendo su tercer orgasmo de la noche.

Ven, acompáñame. – la cogí de la mano y la llevé al portal de una casa donde me senté en el bordillo.- Siéntate.

Pasando sus piernas a cada lado de mi cuerpo se sentó sobre mí para luego con sus manos introducir mi pene en su vagina. Sin moverse y dejando caer su falda sobre mi no se veía nada de nuestros juegos sexuales. Tampoco importaba mucho porque la calle estaba completamente desierta, de vez encunado pasaba algún coche por la avenida contigua pero era imposible que con la velocidad que circulaban a esas horas de la noche pudieran fijarse en nosotros.

Mientras yo la agarraba por la cintura Marta me abrazó por el cuello y comenzó a moverse lentamente arriba y abajo. De vez en cuando me miraba al rostro y me besaba mientras su cara reflejaba en gozo y el placer que sufría. Una de mis manos se escapó por debajo de su jersey pude comenzar a jugar con sus tetas. Sus pezones, al igual que sus pechos, estaban duros y cuando los masajeé su cuerpo se estremeció pudiendo notar como su vagina se cerraba en torno a mi glande con fuerza.

Te necesitaba. Has estado mucho tiempo fuera. – su voz entrecortada se mezclaba con los gemidos que salían por su garganta. Al principio este comentario me hizo pensar que quizás se estaba enamorando de mí, pero luego pensé que era otra muestra más de su devoción hacia mí.

Con largos gemidos sus movimientos se aceleraron. Yo no podía moverme, era ella quien imponía el ritmo. Así que tuvo que aguantar las irremediables ganas que tenía de volver a correrse para que yo lo hiciera con ella, pero por mucho que lo intentó al final tuvo que desistir y con pequeños alaridos tuvo un largo orgasmo que recibió con una amplia sonrisa. Luego continuó moviéndose hasta que minutos después yo también me corrí largamente en su interior. Sudorosos nos besamos guante un tiempo mientras mi polla continuaba en su interior.

Poniéndose en pie me alargó un pañuelo de papel para que me pudiera limpiar mientras ella hacia lo propio. Luego intentó ponerse de nuevo el tanga pero yo se lo impedí. Cogiéndola por la cintura la acompañé hasta la puerta de su casa. Mientras andábamos no paraba de reír y de comentar el frescor que sentía por debajo de su falda y lo extraña que se sentía. Eso me dio otra idea para poner en funcionamiento otro día.

Aquella noche me quedé a dormir en su casa y estuve comentando con ella como se sentía, como veía lo que estábamos haciendo. En resumidas cuentas se había acomodado a la situación como había podido. En un principio creyó que podría recuperarme y que conseguiría que yo cayera rendido a sus pies, pero luego poco a poco se fue desilusionando y tomando conciencia de que nunca lo conseguiría. Aunque en "la vida real" fuera una mujer de armas tomar prefería tomar un papel secundario en esta relación, quería dejarse llevar y no tener que hacer nada, aunque ello conllevara algunos sacrificios y hacer cosas que no le agradaban. Incluso se había sorprendido a si misma al realizar algunas cosas que no se creía capaz de hacer. Últimamente había descubierto cierta pasión y curiosidad sobre el que vendría después, y esperaba con ansiedad cada nuevo encuentro para ver con que la sorprendía ese día. Ella misma se había ido convenciendo de no ponerse límites ya fueran morales o ideológicos, quería experimentar, hacer cosas nuevas y conocer hasta donde era capaz de llegar. Quería superarse a si misma, llegar a ser una persona nueva, y para ello ¿quién mejor que yo para ayudarla a conseguirlo? Si bien en un principio temió haberse enamorado perdidamente de mí, luego transformo ese cariño en una relación maestro-alumna que se acercaba fugazmente a lo paterno-filial. Le complacía obedecer, le gustaba contentarme, se sentía feliz por ello, pero sobre todo sabía que en ningún momento había perdido su independencia, que yo la reconfortaba cuando tenía algún problema y que la protegía del exterior. Era como si yo fuera una cueva donde refugiarse de todos los peligros y que por ello debía pagar un tributo de sumisión, cosa que hacía muy complacida.

Tras su confesión me dijo un sincero "soy toda tuya" que me llegó al interior y no dudé en abrazarla como señal de aceptación. El círculo se había cerrado. Sin saber ninguno nada sobre el tema dominación-sumisión habíamos llegado a establecer una simbiosis de este tipo y ambos estábamos contentos por ello. No sabíamos cuanto duraría esta historia pero hasta entonces disfrutaríamos de ella todo lo posible.