Una sumisa caprichosa

Una sumisa caprichosa Átame y azótame, me pides insistentemente. Y no lo hago porque no quiero consentirte, hacer caso a todos tus caprichos como una niña sumisa mimada que recibe siempre los azotes que quiere y que se sale con la suya.

Una sumisa caprichosa

"Soy tuya sí", me sueles decir. "Tuya, entera por completo. Mi cuerpo y mi mente lo son desde hace mucho; no lo sabía pero ya era tuya sin conocerte. No se puede explicar de otra manera, porque en dos palabras me sentí tuya, tu puta, tu zorra, y quise más, necesite más. Escapé más de una vez, porque no entendía tal grado de emputecimiento, tal placer al sentirme tuya. Y volví, vuelvo siempre con más ansias, con más ganas de que me sientas de tu propiedad.

Úsame, exhíbeme, no importa el verbo, importa tu placer, tu goce, tus deseos, tus caprichos. Me dices que me queda mucho, que esto no es nada. Si esto no es nada el placer que me espera es infinito. Necesito, suplico, deseo ser más zorra, más puta, más cerda, más perra. Necesito tus azotes, tus órdenes, tu voz. Úsame a tu antojo, esa es mi voluntad, el entregarme a ti. Mi vida es ya tuya, y sé que está en las mejores manos. En las manos del hombre que adoro, que amo, que venero, en las manos de mi Amo".

Eso me sueles decir muy a menudo suplicándome que te emputezca más todavía, pero ayer no tuve más remedio que tomar cartas en el asunto porque me provocaste, estabas salida, como una perra salida ofreciéndote a cuatro patas, quitándome a manotazos el libro que leía, poniéndote de nuevo a cuatro patas y moviendo tu culito de perra salida en círculos para atraer mi atención.

Y no tuve más remedio que cogerte del pelo y llevarte al cuarto en el que hay clavada una argolla en la pared. Encima del gran espejo que cubre toda la pared de la habitación que tú misma adecuaste para que te castigara. Es una habitación en la hay un potro/caballete para doblarte sobre él, atarte las manos a las patas y de jarte con el culo al aire. También tenemos un sillón con reposa manos con un pene en el asiento para clavarte el culo en él y dejarte allí atada, inmóvil y enculada. Para dejarte clavada y follada, con las manos atadas a los reposamanos.

Y además tenemos un gran espejo cubre toda una pared y parte de los laterales, para que puedas verme cuando te azoto. Te gusta verme la cara y los ojos cuando te castigo. Eso dices. Y encima de ese gran espejo hay una argolla de la que puedo atar tus muñecas. Pero antes te vendé los ojos y me dispuse a castigarte, es decir, a no azotarte porque para ti azotarte el culo es un premio y no hacerlo un castigo.

Así que cuando suspirabas por recibir los azotes me contuve y me dediqué a acariciarte los pezones, los labios de la vagina y la cara interna de los muslos para excitarte y provocarte, para ponerte caliente pero sin dejarte gozar porque cuando por tus suspiros veías que ibas a llegar, paraba de golpe y te dejaba allí, expuesta, desnuda y excitada, pero sin poder correrte pues no te azotaba tu hermoso culo de puta.

Así que te rocé de nuevo los pezones con las yemas de los dedos, por encima, rozándolos levemente y pellizcándotelos suavemente para excitarte y provocar tus súplicas; tus suplicas para que te azote el culo. Te lamí los muslos, las ingles, el coñito, la barriguita y hasta los sobacos. Te lamí, relamí y acaricié los pezones llevándote al punto de no retorno, al punto cercano al orgasmo al que no llegabas porque te faltaba algo que me pedías insistentemente.

  • Azótame el culo, cabrón, que quiero correrme.

Me llamas cabrón para enfadarme, para provocarme y que te castigue más duro. Te conozco y ya no caigo como antes en tus trampas. Contigo hay que tener la cabeza fría, muy fría, porque eres una perra sumisa muy lista que quiere siempre mandar y obligarme a que te azote. Quieres ser tú la que domine provocándome para que te castigue. Y no estoy dispuesto. Ya he aprendido y no lo voy a consentir.

Así que te desaté, obviando tus protestas porque querías seguir atada, acariciada y castigada. Pero no hice caso a tus refunfuños y y te llevé a la habitación donde te eché bocabajo y te até las manos y los pies a las patas de la cama para dejarte con el culo en pompa. Muy en pompa, porque doble la almohada y la coloqué bajo tu coñito para que tu culo de putón verbenero subiera más y quedara expuesto.

  • Azótame, cabrón, te lo suplico.

Pero no te azote. Todavía no, pese a que tú comenzaste a frotar tu coño contra la almohada, restregándote sobre ella como si quisieras follándotela, una y otra vez, porque restregabas tu coño sobre la almohada buscando el placer, poder correrte. Eres tan zorra que te corres con una facilidad pasmosa, con sólo rozarte el coñito. Yo lo sabía y por eso, cuando vi que estabas muy cerca del orgasmo, cogí el látigo y te azoté el culo fuerte, muy fuerte, para conseguir que el dolor evitara que sintieras placer, que te corrieras.

Pero fracasé. No pude evitar que te corrieras como una loca dando gritos porque se conoce que cuando más fuerte te daba, más placer sentías. Eres así. Los dos lo sabemos. Un putita sumisa muy fácil, que se corre con sólo azotarla.