Una suegra que dejó de serlo.

Si alguien me hubiera dicho antes que iba a llegar a llegar a besar de forma ardiente a mi suegra, le hubiera dicho que no estaba en sus cabales, pero ahí estaba, apretando mis labios en su boca.

Si alguien me hubiera dicho antes que iba a llegar a llegar a besar de forma ardiente a mi suegra, le hubiera dicho que no estaba en sus cabales, pero ahí estaba, apretando mis labios en su boca.

¿Cómo pude llegar a esto? Nunca me lo hubiera imaginado, pero algunas cosas sin buscarlas surgen y te ves envuelto sin poder echar marcha atrás.

Os cuento. Me llamo Raúl. Soy un hombre de 36 años casado desde hace dos años con una joven a la que le paso bastantes años, demasiados. Quizás esa diferencia de edad era la causante para que no nos llevemos tan bien como hubiera deseado. Cuando la conocí no me pareció tan joven, su cuerpo y sus maneras no atesoraban esa juventud. Fue muy fácil enamorarme de ella porque era un autentico bombón. Aparte de la edad, diferimos en muchas cosas y nuestros caminos cada día están más distantes. Todo esto no impedía  para que con frecuencia practicar sexo. No eran como tiempo atrás, pero intentábamos que fuera lo más placentero posible.

Volviendo al inicio: ¿Qué ha pasado para que haya llegado a lo que he relatado? Para llegar a entenderlo, os haré un poco de historia.

Hace tres años mi mujer, por entonces novia, me llevó a conocer a sus padres. No tuve ningún problema en el encuentro y a pesar de la diferencia de edad que tenía con Laura, mi novia, no hubo ningún impedimento para ser aceptado. Algo debió contribuir mi buena situación laboral y mi desahogada economía.

Vi en  ese matrimonio algo similar a lo que nos pasaba a Laura y a mí, la desigualdad de edad. La mujer más que su madre aparentaba ser su hermana mayor. Muy bien podía formar pareja conmigo sin desentonar. Su parecido con Laura era espectacular, la diferenciaba esos años que la hacían más mujer y quizás más atrayente.

Como os he dicho fui bien acogido, pero quizás más por parte de su padre que de su madre. A su madre, la veía más distanciada. Sus miradas hacia mí era como si continuamente me estuviera examinando. No le dí importancia porque con quien realmente me casaba era con su hija.

Después de casados, nuestros contactos con los padres de Laura no es que fueran excesivos, pero solíamos vernos con frecuencia. A pesar de que íbamos para tres años que nos conocíamos, la actitud de los padres hacia mí no había cambiado. Su padre continuaba en su línea de hombre abierto y su madre con ese distanciamiento que a veces parecía que me menospreciaba. Era una lastima porque estaba para comérsela.

Todo seguía igual en nuestra relación con los padres de Laura, hasta que un buen día me dijo que su madre había echado de casa a su padre porque al parecer  tenía una amante. El hecho me cogió de sorpresa. No esperaba que su padre, teniendo la mujer que tenía en casa, buscase otra.

No pasó mucho tiempo en enterarme, por su padre, las razones que le llevaron a buscarse otra mujer. Era un hombre ardiente y en casa su mujer no le daba lo que el necesitaba. Me dijo que últimamente no probaba bocado. Su mujer siempre buscaba una excusa para tenerlo a dieta. Más de una vez tenía que ir al lavabo para que su pene descargase todo lo que llevaba dentro.

No lo entendía, pero tampoco conocía las razones de la madre de Laura, para que adoptase esa actitud de negarle a su marido algo tan básico como follar. Ni tampoco se lo iba a preguntar.

El hecho de la separación de los padres de Laura no era cosa en la que yo debiera intervenir, pero no podía desentenderme siendo el marido de Laura. Y eso es lo que pasó. Aceptar el requerimiento de mi mujer.

El hecho de que la ruptura de los padres de Laura se produjera antes de comenzar las vacaciones veraniegas, cambió el plan que tenía trazado. Había alquilado un apartamento en la costa para ir solamente Laura y yo, pero un nuevo miembro, que en principio no esperaba, se unió a nuestras vacaciones. Mi mujer no quería dejar a su madre sola y me rogó que viniese junto a nosotros. No me podía negar.

Y ahí estábamos los tres, en un pueblo costero esperando ver como iban a trascurrir esas vacaciones. El apartamento estaba muy bien situado y disponía de jardín y piscina. Era más bien pequeño, pero disponía de dos habitaciones, aunque una de ellas apenas cabía una cama individual. No hay que pensar mucho para saber que fue la que se asignó la madre de Laura.

Bien, los días iban pasando y la verdad era que la madre Laura, de nombre Inés, no nos importunaba mucho. Su pasatiempo consistía en ir a la piscina o estar en el apartamento leyendo o viendo la televisión. Se negaba a salir con nosotros. Nos decía que las vacaciones eran nuestras y que disfrutásemos.  A mí me daba la sensación que rehuía mi compañía. Quizás eran figuraciones, pero su actitud no dejaba lugar a dudas. No le dí más importancia. De alguna manera seguía la línea que  habitualmente tenía conmigo.

Algo cambió para que Inés ocupase gran parte de mi pensamiento.

Como he dicho anteriormente, a pesar de nuestras grandes diferencias Laura y yo seguíamos manteniendo sexo. Fue algo que también seguimos ejerciéndolo en esas vacaciones. Debo decir que Laura en pleno desfogue, no se priva de emitir unos sonoros gemidos y alborotados jadeos. Y en esos días tampoco, a pesar que su madre estaba en la habitación contigua y muy bien podía escucharlos. Una noche, después de nuestra practica sexual, me levanté para ir al baño y al pasar por la puerta de Inés oí una especie de suspiros y susurros que rompían el silencio de la noche. Me pare y puse el oído en la puerta porque me parecía que estaba llorando, pero no. Claramente se apreciaba que eran unos jadeos acompasados, unidos a unos susurros en los que me pareció escuchar el nombre de Raúl. Puse más atención y volví a escuchar mi nombre junto con otras palabras, que no logre captar, pero me dio la impresión de que entre ellas pronunciaba la palabra deseo.

Desde esa noche comencé a mirar a Inés de otro modo. Ya no veía en ella a la madre de Laura sino a la mujer espectacular que era. Para prueba, las miradas lujuriosas que recibía en la piscina, cuando paseaba en traje de baño delante de los hombres que babeaban al verla.

A pesar de que la veía con otros ojos, me reventaba esa actitud negativa que tenía hacia mí. Lo que oí en la habitación me pareció entender que yo no era ajeno a sus delirios pasionales, pero estando junto a mí su desdén me irritaba.

Estábamos terminando las vacaciones y mi mujer me pidió que le llevase a un pueblo vecino para ver a una amiga intima que veraneaba allí. Esa amiga era soltera y lo mejor que podía hacer era dejarlas solas. Ya volvería por la noche a recogerla. Y allí la dejé con su amiga.

Me entretuve en mi vuelta al pueblo donde veraneábamos, para entrar a comer en un restaurante. Suponía que estaría Inés en el apartamento y ella me ayudaría a prepararme algo, pero no quería molestarla. Después de comer me dirigí al apartamento y en ese momento también llegaba Inés. Iba cubierta con un pareo y el pelo algo mojado, señal de que venía de su habitual entretenimiento que era la piscina. Estaba radiante. Se rompió su encanto cuando se dirigió a mí con ese desaire que le caracterizaba.

-¿Y Inés?

-Se ha quedado en el pueblo de su amiga para pasar el día juntas.

Esperaba otra reacción de ella, pero abrió la boca para con el mismo tono despreciativo decirme:

-¡Vaya! No se porque no te has quedado con ellas.

Era más de lo que podía aguantar, esperaba me preguntase si no había comido para ella ofrecerse a prepararme algo, pero no, daba la sensación de que le molestaba mi presencia. No dude en ponerme delante de ella para decirle:

-¿Qué tienes contra mí para qué me hablas así?

-Nada -me respondió sorprendida.

-¿Cómo que nada?

-Nada, yo soy así –me dijo poniéndose nerviosa.

-No eres así. Te haces así conmigo y quisiera saber por qué.

-No tengo nada que decirte.

Era evidente que su nerviosismo crecía y no pude contenerme en decirle:

-Pues yo si que tengo algo que decirte. Te haces la frívola conmigo y eso en una mujer como tú es estúpido.

Estaba completamente desencajada con mis palabras y su reacción fue querer golpearme. No llegó a su destino el golpe, porque pude asirle la muñeca. Mi respuesta fue agarrar con mi otra mano su cabeza para acercarla y  mis labios se posaron en los suyos.

Y ahí estaba. ¿Había sido un impulso, un arrebato, un deseo? No acertaba a saber por qué, pero esa mujer me atraía enormemente. No cedí en mi empeño de besarla e Inés con su otra mano libre, me golpeaba en el pecho. Poco a poco fue cediendo hasta que esa mano se posó en mi cuello.

Lo que siguió fue un autentico desenfreno. Sus labios se abrieron para besarme con desespero. Yo no me quedaba atrás y correspondí con autentica lujuria. Un beso apasionado donde mi lengua se movía dentro de su boca con movimientos sexuales. Era una clara intención de querer llegar a follármela.

El sofá de la sala donde nos encontrábamos, fue  testigo del polvo más impresionante, extraordinario y sorprendente que había echado en mi vida. Fue un polvo sin palabras, a no se que se acepten como tales los gemidos, jadeos y resoplidos que salían de nuestras gargantas.

Me rendí ante ese magnifico cuerpo que escondía debajo de ese pareo. Todo él fue saboreado por mis labios. Desde su boca, pasando por su cuello, sus pechos, su vientre, hasta llegar a la vagina. Allí mi lengua se fue desplazando a lo largo de sus labios, para detenerse en el clítoris y estimularlo. Un grito prolongado se escapó de su boca, a la vez que su vagina desprendía abundante flujo. Su orgasmo fue apoteósico. Más monumentales, si cabe, fueron los orgasmos que se produjeron cuando mi miembro alterado, descargó todo su semen dentro de esa guarida que lo recibió con algarabía. Al grito de ella, más espeluznante que el anterior, se le unieron unos bufidos y resoplidos que salían de mi garganta.

Sudorosos y con el corazón palpitando nos sentamos en el sofá. Yo con la cabeza apoyada en el respaldo e Inés apoyando su cabeza en mi pecho. Después de estar unos segundos en esa posición, Inés levantó la cabeza, sus labios se acercaron a los míos y dándome unos ligeros besos pronunció unas palabras. Palabras que me dejaron atónito.

-Te quiero…, te quiero…, te quiero…

El timbre de la puerta de la calle sonó inmediatamente después de esa confesión de Inés y no me dio tiempo a digerir esa revelación. Como unos resortes nos levantamos. Quizás era yo el que estaba más calmado y acudí al interfono. Era mi mujer.

El comportamiento de Inés y el mío fue similar al que comete un crimen y quiere borrar rápidamente todas las huellas posibles. Pusimos en orden el sofá e Inés fue al baño. A mí todavía me dio tiempo de ponerme un pantalón corto y una camisa antes de abrir la puerta del apartamento.

-¿No tenía que ir yo a buscarte? –le pregunte intentando que no notase el nerviosismo que tenía dentro.

-Sí, pero me ha traído mi amiga. Nos está esperando en el bar de enfrente para que tomemos algo con ella.

Se fue para la terraza para después volverse y preguntarme:

-¿Donde está mi madre? –dijo en voz alta.

-No sé –respondí-. Me he quedado dormido en el sofá y me ha despertado el timbre.

Se me ocurrió decir eso, porque seguro que veía en mí una cara algo descompuesta.

-¡Estoy aquí! –Inés había oído que su hija preguntaba por ella y le contestó  saliendo del baño cubierta con una toalla.

-Pues vístete rápido que está abajo mi amiga Carla que quiere saludarte.

Tenía ganas de asimilar todo lo que había pasado y también quitarme el sudor que llevaba dentro y  dije:

-Bajar vosotras que enseguida bajo yo. Antes quiero darme una ducha rápida para quitarme este sudor que tengo.

-Bueno, pero no tardes mucho que Carla se tiene que marchar.

-No te preocupes que enseguida estoy.

Me metí en el baño y respiré hondo. En menuda me había metido. El caso es que no me arrepentía. Había experimentado con Inés unas sensaciones nuevas que nunca hubiese creído tener. La imagen de Inés no se apartaba de mi pensamiento y hasta llegué a pensar que esa mujer me atrajo desde el primer día que la vi. Quizás esa especie de repulsa que veía en ella me hizo que no prestase más atención en ella. Pero lo que había pasado ese día…

Desconocía las razones de Inés de haber cedido en ese beso forzado, y entregarse a mí como lo había hecho. Si llegar a ese punto me parecía algo impensable, más increíble me parecieron las últimas palabras que salieron de su boca: te quiero…, te quiero…, te quiero… Todavía seguían sonando en mis oídos y no daba crédito haberlas escuchado.

Me encontraba aturdido y confuso. ¿Qué hacer…? No había sido solo un gran polvo para recordar. Notaba que esa mujer estaba ejerciendo en mí algo más que deseo. Algo distinto de lo que sentía hacía mi mujer. Pero no podía olvidar que Inés era la madre de Laura y no creía que sería de su gusto si se enterase que habíamos follado como locos. Por otra parte no quería que esa vez fuera la última. Era muy fuerte lo que había sentido y deseaba volver a repetirlo. Lo mejor era intentar no darle más vueltas. Una vez de regreso  a la ciudad,  vería si había sido una calentura de verano o algo más. El día a día me diría a que atenerme.

Pasaron unos cuantos días de la vuelta de vacaciones y algo me empezaba a preocupar. No había manera de que pudiera estar un momento a solas con Inés. Daba la sensación de que intentaba evitarme. No era lo mismo que me pasaba a mí, estaba ansioso de poder estar con ella a solas. Muchas preguntas rondaban en mi cabeza y necesitaba respuestas. Tuve una buena oportunidad un fin de semana que Laura aprovechó para pasarla junto a su padre. Era la ocasión propicia para visitar a Inés y no la desperdicié. Cuando llegué a su casa el portal de la calle estaba abierto, subí hasta el cuarto piso y allí estaba yo, pulsando el timbre de su puerta.

-¿Qué haces por aquí? –me preguntó al abrir.

-Primero que me dejes entrar –le conteste.

Me invitó a pasar y noté en ella ese nerviosismo que ya conocía.

-¿Qué quieres? –siguió preguntando una vez dentro.

-Verte, te parece mal.

-Ya me ves muchos días.

-Sí, pero nunca me puedo dirigir a ti a solas.

-No creo que tengamos mucho que decirnos.

-Yo creo que si.

-Aquello que pasó no se volverá a producir.

-¿Por qué?

-Por favor Raúl, no me hagas sufrir más. Aquello sucedió porque me dejé llevar. Todavía no me perdono que  haya podido traicionar a mi hija.

-¿Y a que vinieron las últimas palabras que me dijiste?

Quería aparentar que estaba tranquila pero no era así la veía más nerviosa por momentos.

-¿Qué palabras? –preguntó haciéndose la desmemoriada.

-Lo sabes muy bien y no fueron dichas porque te dejaste llevar, te salieron muy de dentro.

Unas lágrimas, que más me parecieron de rabia, asomaron a sus ojos.

-¡Sí, sí!, las dije y me arrepiento de haberlas dicho.

-Por qué te vas a arrepentir –le dije intentando calmarla.

-Porque no tengo ningún derecho a decirlas. Tú perteneces a mi hija.

Me acerqué a ella y con mis dedos aparté las lágrimas de sus ojos, diciéndole:

-¿Y si te digo que yo también te quiero?

-Por favor Raúl, no me digas eso.

No aguanté más, desde que entré en su piso ardía en deseos de besarla. La estreché en mis brazos y mi boca buscó la suya. Fue un beso corto, porque enseguida retiró sus labios de mi boca para decirme.

-No puede ser Raúl, no puede ser. Me moriría si mi hija se enterase de esto.

-Tu hija no se tiene por qué enterar –le conteste-. Dime que no me deseas como yo te deseo y me voy ahora mismo, pero no me engañes ni te engañes.

Esa mirada con esos preciosos ojos verdes se quedó fija en mi rostro y sus labios carnosos se movían como queriéndome decir algo, pero no le salían las palabras. Para mí esos labios seguían siendo tentadores y ante su mutismo, acerqué mis labios a los suyos. Esa vez no fue un beso corto, tuvimos que separarnos para coger respiración. Fue un beso intenso, apasionado y como no, delicioso.

Si tenía preguntas para hacerle, todas quedaron resueltas con la explicación que me dio después de ese beso.  Me confesó que  desde el primer día que me vio se sintió atraída hacia mí. Sabía que eso era una atrocidad, porque por encima de ella estaba su hija e intentó arrinconar ese pensamiento. Pero no podía. Era verme de nuevo y renacía su interés. Creía que dirigiéndose hacia mí con desdén frenaría ese deseo, pero no. Sabía también que ese enamoramiento no tenía ninguna razón de ser y esperaba que se le pasase, pero no lo conseguía. Tenía que obligarse a dejar de verme y para colmo su hija se empeñó en que nos acompañase en las vacaciones. Lo demás ya lo sabía.

También me relató las causas de su separación. Antes de conocerme, la relación con su marido no era nada buena y sus relaciones sexuales eran más bien escasas, para pasar a nulas cuando yo llegué a ocupar su pensamiento. Eso hizo que su marido se buscase desahogo con otra mujer, que muy bien le sirvió a ella para romper del todo su matrimonio.

Lo único que seguía sin perdonarse, era el haber puesto los ojos y sentimientos en el marido de su hija. Pero para eso estaba yo allí. Conseguí convencerla de que los sentimientos no se pueden razonar ni justificar, ni tampoco se pueden dominar y que estos obedecen al campo de lo inconsciente.

Mi convencimiento trajo su recompensa, porque nada más terminar estábamos abrazados y besándonos con verdadero ardor. Esta vez no hubo sofá. Fue en la habitación de Inés donde disfrutamos acariciando y gozando de nuestros cuerpos desnudos. Y si el primer polvo que pude disfrutar con Inés en el apartamento veraniego fue apoteósico, no podéis imaginar como fueron los que nos obsequiamos ese fin de semana. Sí, sí, todo el fin de semana De alguna manera compensaba a mi mujer. Si a ella le complacía pasar ese fin de semana con su padre, en justa correspondencia, yo lo hice con su madre. Por supuesto que no con las mismas intenciones, pero así equilibraba la balanza.

He dicho los polvos que nos obsequiamos porque fueron más de uno, más de dos…, hasta perder la cuenta. Fue un fin de semana para enmarcar. Alucinante era poco. No recordaba con Laura haber sentido y gozado tanto, como con su madre Inés. Follamos hasta perder el sentido. Si nuestra piel se impregnaba del sudor que desprendían nuestros poros, su vagina y su boca quedaban ahogadas del esperma que desprendía mi pene. No era menos mi boca, que quedaba bañada del flujo que arrojaba su vagina. Los orgasmos eran intensos y desgarradores. Los gritos, tanto de ella como los míos, eran brutales. Sobre todo, cuando mi alterado pene, recluido en su encantadora vagina, descargaba todo su esperma perdiéndose en su cuello uterino. No hay que descartar tampoco los orgasmos cuando nuestras bocas se empapaban del flujo y semen que desprendían su vagina y mi pene.

Si nuestros cuerpos estallaban entre tanto mete y saca, el cenit apoteósico llegó cuando su hermoso trasero se brindó a que mi pene lo penetrara hasta el fondo de sus entrañas.

-Me destrozas Raúl…, me destrozas pero sigue…, sigue… -me decía Inés con los ojos desencajados y los dientes apretados.

Su trasero dolorido no le privó para que volviéramos a repetir la experiencia. Para los dos era la primera vez. Si su trasero era virgen, puedo decir que mi polla era santa en tales penetraciones.

Algún descanso tuvimos que hacer para reponer fuerzas, pero no dimos tregua. Enseguida volvíamos a la carga. Jamás había follado tanto en tan poco tiempo y también en eso coincidía con Inés. Se sentía plena y radiante.

-Quiero que esto nunca se acabe… –me decía henchida de gozo, posando sus labios en los míos de forma intermitente.

Ninguno de los dos nos dimos cuenta de que el tiempo se había agotado y había que volver a la realidad. Dio la sensación de que en un momento habíamos despertado de un sueño maravilloso y más ante las palabras de despedida que me brindó Inés.

-Te quiero Raúl, como nunca querré a nadie, pero debes volver con tu mujer.

Unas lagrimas acompañaron a su despedida que yo intenté secarlas con mis besos.

-Por favor Raúl, vete ya. No hagas más dura esta despedida.

Sus palabras parecían que eran dichas como si fuera una despedida definitiva, pero no le di importancia o por lo menos no quise dársela. Esa mujer representaba mucho para mí y no iba a ser la última vez que la tuviera en mis brazos.

Cuando regresé a casa el domingo al atardecer, mi mujer no había llegado y en eso me alegré. Me privaba de decirle de donde venía. Me duché, me tumbé en la cama y el ajetreado fin de semana hizo mella en mí. Me quedé dormido como un lirón. No sentí a mi mujer ni llegar, ni acostarse.

El día siguiente lunes, fui al trabajo eufórico recordando mi soberbio fin de semana, pero enseguida tuvo que desaparecer de mi mente. Me estaban esperando con los brazos abiertos. Un problema en una de las fábricas que estaba en otra ciudad distante de la que estábamos, requería mi presencia. Mi condición de ingeniero era precisa de forma inmediata. Casi no me dieron ni tiempo para preparar la maleta. Tuve que salir disparado.

El problema en la fábrica era bastante mayor de lo que esperaba y tuve que estar dos semanas para resolverlo.

Durante esos días, el tiempo que pasaba en la fábrica, no dejaba margen para pensar en otra cosa que no fuera en el trabajo que tenía entre manos, pero la noche era otra cosa. Mis pensamientos se los llevaba por entero Inés. Poco espacio ocupaba mi mujer a no ser para hacer alguna comparación y llevaba casi todas las de perder. ¿Qué hacer cuando volviese de nuevo a mi ciudad? Me preguntaba y la respuesta era claramente el inclinarme hacia Inés. Si mi mujer la superaba en juventud, Inés lo suplía con su madurez y ese soberbio cuerpo que me tenía loco. Esa nueva sensación que me producía Inés me hacía convertirme en un hombre nuevo.

¿Qué pasaría con mi mujer? Quizá había llegado el momento de separarnos. Era algo que  agradecería. Si seguía conmigo era porque en algo me apreciaba, pero nada más. Ya vería como plantear ese asunto.

Unas palabras de mi mujer a la llegada a casa me dejaron pasmado.

-Sabes una cosa, mi madre me ha dicho que puede que regrese con mi padre. Quiere que no la molestemos para nada. Tiene que meditar sobre ello y lo mejor es que no la importunemos.

-¿Pero como que no la importunemos? –pregunté sin saber porqué.

-No se porque lo quiere así, pero me lo ha dejado bien claro. No quiere que nos acerquemos a su casa para nada y sobre todo tú. Ya sabes que no te tiene mucho afecto.

No sabia si echarme a reír o echarme a llorar. ¿Cómo que no quería verme y quería volver con su marido? No podía ser. ¿Qué había pasado en esas dos semanas? Me negaba a pensar que fuera verdad lo que decía Laura y si su madre no quería verme, tenía que decírmelo a la cara. Necesitaba ver a Inés ya. Le dije a mi mujer que me esperaban en la empresa para explicarles el trabajo que había hecho, e incluso le dije que no me esperase por si tardaba.

Llegué a casa de Inés y el portal de la calle estaba cerrado así que tuve que pulsar el timbre de su piso. Al decir por el interfono quien  era, me dijo que no podía recibirme porque estaba acompañada. No le creí y le contesté que de allí no me movía hasta que me abriese. Mi tozudez tuvo su efecto y accedió abrir el portal. Incluso llegando a su piso no abrió la puerta por completo e insistió que me fuera, recalcando que estaba con otra persona. No me iba a ir de allí así por las buenas y emití un ¡hola!, que bien podía oír la persona que estuviese dentro de su piso, como el resto de vecinos del rellano.

-¡Estás loco! –me dijo Inés abriendo la puerta del todo y empujándome para que entrase.

-Estoy loco por ti –le contesté- y no me creo que haya alguien.

-¡No, no hay nadie!, pero por favor Raúl, márchate.

-Antes me vas a explicar a que viene lo que me ha contado Laura de que vas a volver a unirte a tu marido.

-No tengo nada que explicar.

-Sí que me tienes que explicar que ha pasado para que me rechaces de esta manera.

-De verdad Raúl, vuelve con Laura. Lo nuestro no puede ser. Estás casado con mi hija.

-También estaba casado hace dos semanas y nos amamos con locura, ¿o te has olvidado?

-¡No, no! Pero no me hagas decir nada más. No quiero que mi hija llegue a saber de lo que he sido capaz y ahora menos.

-Ahora menos… ¿por qué? –le pregunte porque no entendía a que se refería.

Se echó a llorar y esta vez no eran lágrimas sueltas. Un mar de lágrimas cubría su rostro. Se me encogió el corazón de verla así y no pude por menos que ir a ella para abrazarla. No me rechazó y su cabeza se apoyó en mi hombro. Estuvimos en esa posición un buen rato y mientras, aproveché para acariciarle su suave y pequeña melena de pelo castaño. No quise decirle nada hasta que se le pasase ese berrinche, que no sabía a que se debía. Una mirada intensa de Inés se clavó en mi rostro y rompió el silencio.

-¡Estoy embarazada! –exclamó.

Si me pinchan no me sacan ni una gota de sangre. Sí que no era nada improbable, porque no habíamos tomado ninguna precaución, pero no lo esperaba. Dos años llevaba con Laura deseando que se quedara embarazada, para ver si con eso se salvaba nuestro matrimonio y no lo había conseguido. Mira por donde iba a ser padre con Inés. Me puse como loco. La levanté cogiéndola por la cintura y comencé a dar giros hasta que me dijo:

-Para, para, que me mareas.

La lleve hasta el sofá para que se sentase y le dije:

-Perdona Inés, pero me haces el más feliz de los mortales.

-¿Tú quieres este hijo? –me preguntó sorprendida.

-¿Lo dudas? –respondí.

-¿Pero te das cuenta de quien soy?

-La mujer más maravillosa del mundo.

-Déjate de cumplidos. ¿Olvidas que tu mujer es mi hija?

-No lo olvido, pero si antes no tenía ninguna duda de que mi vida está contigo, ahora muchísimo menos.

-Estás loco. No voy a permitir que abandones a mi hija por mí.

-No te preocupes, desde hace un tiempo las cosas no van muy bien entre nosotros y seguro que le hacemos un favor.

-No es verdad. No he notado que os llevéis mal.

-No lo has notado, como nosotros tampoco notamos que no te llevabas bien con tu marido. Tu hija, igual que tú, sabe guardar las apariencias para evitar dar explicaciones.

-Yo creía que mi hija era feliz contigo.

-Es tu hija y no te voy a decir nada en su contra, pero tu hija a cambiado y mucho. Quizás también sea culpa mía, pero no llegamos a entendernos como antes. Si le digo de separarnos, le voy a dar una gran alegría.

-¿Pero donde va a encontrar otro hombre mejor que tú?

-Gracias Inés por adularme, pero creo que a tu hija no le va a ser difícil, si quiere, encontrar a otro que le satisfaga más que yo.

Como si le hubiera quitado un gran peso de encima, su cara volvió a resplandecer y se lanzó a mí para besarme y decirme:

-Si ella no ha encontrado en ti lo que buscaba, yo si lo he encontrado. Te quiero y te deseo más que a nada en este mundo.

-¿Y que pasa con eso de que ibas a volver con tu marido? –le pregunté.

-Hubiera sido capaz de volver con él con tal de tener este hijo que llevo dentro, e incluso hacer ver que era suyo con tal de no perjudicar a mi hija, pero no siendo así, seré tuya para siempre.

Desde ese momento Inés dejó de ser mi suegra para convertirse en mi verdadera mujer. Me unían a ella más lazos que con Laura. Ese hijo que llevaba en sus entrañas era muy mío y me llenaba de orgullo. Fuimos a un restaurante para celebrar esos momentos tan extraordinarios y lo festejamos a lo grande. Incluso para brindar Inés se permitió tomar un poco de buen cava, diciendo que un sorbo no iba a perjudicar a nuestro hijo. Sensacional. Por primera vez vi en Inés una mujer  autentica, natural, femenina, nada artificial y de mirada trasparente. Esa era la mujer que yo necesitaba y me iba a entregar a ella en cuerpo y alma.

Si había dicho a mi ya considerada exmujer, que no me esperase, estaba en lo cierto. Esa noche Inés y yo continuamos nuestra celebración y nos fuimos a un hotel donde solicitamos una suite nupcial. Fue una noche más que completa. Follamos hasta hartarnos y si yo siempre había tomado la iniciativa, esa noche estuvo en poder de Inés. Fue ella la que cabalgó sobre mí y al igual que una experta amazona galopaba desplazando su vagina a lo largo de mi dilatado pene.

Chorros de semen y flujo vaginal acompañaron a nuestros estruendosos orgasmos. Fue nuestra mágica y maravillosa  noche de bodas.

No os quiero cansar más contándoos lo feliz que me ha hecho y me sigue haciendo, mi ya esposa Inés. Han pasado tres años de esa noche de bodas que os he narrado y estamos esperando nuestro segundo hijo.

¿Qué ha sido de mi exmujer?, os preguntareis. Pues simplemente como yo pensaba, estaba esperando a que yo diese el paso de la separación para poder vivir libre de ataduras matrimoniales y montárselo a su manera. Actualmente vive en Inglaterra, dedicándose a algo que siempre le había apasionado, como era el diseño de ropa femenina. Que nosotros sepamos, no está vinculada a ningún hombre. Viene a vernos dos veces al año y no me guarda ningún rencor por unirme a su madre. Al revés, creo que se alegra de que su madre haya rehecho su vida junto conmigo.


Supongo que no me libraré de alguna valoración terrible, pero este estilo es, de momento, el que me gusta imprimir a mis relatos. Ya se que no son del gusto de todos, porque sería muy pretencioso llegar a tanto. Me permitiréis deciros que disfruto escribiéndolos y si por añadidura agradan a buena parte de los lectores, mejor.

Saludos.