Una suegra caliente
Suegra caliente
‘’ La aventura podrá ser loca pero el aventurero para llevarla a cabo, ha de estar cuerdo.’’
Chesterton, Gilbert 1874 - 1936 Novelista inglés
El próximo sábado estáis invitados a una pella en Peñíscola - les dijo doña Esperanza a su hija y yerno - salud que no tengáis ningún compromiso - siguió ella - por si no lo recordáis cumpliré 57 años. ¡Ah! Y acepto todos los regalos que queráis hacerme. Al atardecer podemos ir a un baile con orquesta que hacen en una terraza de bar.
A doña Esperanza lo que no le faltaban eran ganas de vivir. Cada año, incluso más de una vez hacía algún viaje, tanto dentro del país como en el extranjero. Todas las capitales europeas las había visitado con alguna amiga e incluso viajando sola. Durante el viaje ya hacía amistades. Pero de estas, nunca tuvo la suerte de conocer a algún hombre de su edad y que también fuese por libre. En su mayoría eran jubilados con pareja y cargados de años. Los que no tenían problemas de próstata los tenían de diabetes, y sino, de riñones o tensión, cuando lo que ella necesitaba era disfrutar de algún revolcón, con un buen semental. Desde que enviudó no conoció varón alguno, quizá porque en el pueblo que vivía tenía pocos habitantes, y de los que ella precisaba no había ninguno. Trató de encontrar alguno por internet y no le dio resultado. Tuvo varias entrevistas que después de hablar con ellos no le interesaron, de lo que conoció por internet, al hablar con ellos personalmente, había diferencias abismales.
El sábado por la mañana la hija y el yerno pasaron a buscarla por casa para ir a la playa de Peñíscola. Ambos llevaron sendos regalos para festejarle el cumpleaños. Para dar más misterio a la cosa, ni la hija sabia que le regalaba el marido ni este sabía el de su mujer. Al llegar a casa de Esperanza después de las felicitaciones y buenos deseos ella procedió a abrir los envueltos regalos. El primero fue el del yerno que queriendo impresionarla le había traído un bañador último modelo que no tapaba ni las sonrisas. Aquello, según dijo el yerno era el último berrido de París.
- No creerás que me voy a poner esto, querido yerno. - le dijo la sonriente suegra.
- Pero mama, si te sentara divinamente! - le dijo la hija.
- Suegra, yo creo que con el cuerpo que tiene, este bañador realizara más su figura.
- Tiene razón tu yerno, serás la admiración de los bañistas.
- ¿Tú crees hija mía que con los años que tengo y el culo como una yegua no haré el ridículo?
- Vamos, vamos mamá, cuantas mujeres querrían ser tan atractivas como tú. Póntelo y enséñanoslo, que veremos el efecto que causaras, y llévatelo puesto bajo las ropas hasta la playa.
Solo un momento después apareció una sonriente Esperanza como si hubiese escapado de una revista de modas. Tanto sus pechos, como su culo estaban más que realzados por aquellas ligerísimas prendas parisinas.
- Pero suegra, si estás bellísima! -le dijo el yerno con unos ojos como platos.
- Vamos a ver el regalo de mi querida hija - dijo ilusionada, mientras le quitaba el envoltorio.
- Al quedar a la vista por poco se le cae de las manos, aquello sí que era un regalo inesperado, el precioso consolador era algo especial, solo de mirarlo ya le daban ganas de probarlo.
- ¡Hija mía! ¿Que me has leído los pensamientos? Ya hace tiempo que llevaba en la cabeza comprarme uno.
- ¿Qué te parece yerno, servirá este artefacto?
- Depende del manejo querida suegra. - le dijo este con sonrisa pícara
- Mama, todas las mujeres que lo usan están contentísimas, incluso las casadas insatisfechas, que hay a montones, más de las que te puedas imaginar.
A las doce de la mañana estaban en la playa con las esterillas tiradas y las cremas solares a punto. La primera en entrar en el agua fue la hija, quien se dio un largo recorrido nadando.
- Yerno, ¿quieres ponerme crema en la espalda? Hacía mucho tiempo que no me tocaba el sol y temo quemarme.
- Será un placer, querida suegra. Si me gustaría ponerle crema por todo el cuerpo. - le dijo este, sonriendo.
- ¿Será que no quieres que me queme el sol o bien que tu querida suegra te gusta?
- Las dos cosas, suegra, pero quizá más la segunda.
- ¿Esto nunca me lo has dicho yerno, por qué?
- Por respeto, querida. Aunque no lo parezca, soy un poco tímido y respetuoso.
- No veas, yerno, yo siempre te vi atrevido e incisivo. Supongo que habrás cambiado. ¿Y qué te gusta de mi yerno? - siguió preguntando la atrevida suegra.
- Me gusta todo, suegra, tus labios, tu manera de ser, tus hermosos pechos, tu trasero tan majestuoso, tu manera de decir las cosas…
- Esto parece una declaración de amor, yerno. Y si tanto te gusto, ¿Por qué en vez de casarte con mi hija, no te casaste conmigo? - le dijo ella bromeando.
- Porque hasta hace poco no me di cuenta
- ¿Y como me demostrarías este amor que sientes por mí?
- Pues como lo demuestran todos los hombres que quieren a una mujer.
- ¿Y como lo demuestran, yerno?
- Haciéndoles el amor, supongo, querida suegra.
- ¿Y tú, te atreverías a hacérmelo?
- ¡Suegra! Que me estás llevando al abismo.
- Como ya viene mi hija dejemos esta conversación para otro momento.
Pasadas las 3 de la tarde se sentaban en la mesa del restaurante. La paella valenciana tenía tan buen aspecto que invitaba a no dejar nada… ni las pieles de los langostinos. Cuando se levantaron y después de casi tres botellas de champán, los ánimos estaban caldeados, la tarde se presentaba muy hermosa, había llegado la hora de visitar el castillo del Papa Luna, y de las enormes extensiones de aquel mar tan azul que desde lo más alto podían contemplarse.
Cuando llegaron donde estaba el baile que una orquesta amenizaba, en plena calle, la luz del día iba extinguiéndose. La vida invitaba a ser agotada. Doña Esperanza se sentía la más feliz de los mortales.
- Como hemos celebrado tan felizmente mi cumpleaños y soy la reina de la fiesta solicito que se me conceda el honor de sacar a bailar al mejor yerno que podría tener.
- Pero mama, si yerno solo tienes uno. - dijo la hija que ya se le notaban los efectos del champán.
- ¡Pues por eso es el mejor! Porque no tengo otro.
Mientras la hija se recuperaba de las burbujas trasegadas, doña Esperanza se llevó a la pista de baile al querido yerno.
- Tenía ganas de tenerte en mis brazos yerno, para que terminaras de contarme lo que dejamos en el aire esta mañana.
- ¿Dónde nos quedamos, querida suegra?
- En que tenías que demostrarme lo que sientes por mí.
- Supongo que tiene que ser en otro momento y otro sitio, suegra, ¿No lo crees así?
- Bueno, vamos a fijar una fecha para este emocionante encuentro, ¿Qué tal te vendría venir a mi casa el próximo martes, que mi hija va al gimnasio?
- Me va bien querida suegra, este es el día que voy a hacer tiro al blanco con varios amigos y siempre llego a casa después de ella, después de tomarnos unas cervezas y finalizar el tiro.
- Te lo dejo a ti hija mía, la música que tocan ahora a mí no me apetece bailarla, esto de hacer contorsiones no es lo mío.
El yerno a las 6 de la tarde del martes estaba en casa de la inquieta suegra. Ella lo esperaba con más ilusión que una novia en él ya de su boda. Sin intercambiar palabra, porque no era necesaria, ella se echó en sus brazos besándolo con pasión incontrolada. Cuando logró pronunciar palabra, fue para decirle:
- !Demuéstrame lo que sientes por mí!
La ansiosa suegra cogiéndole de la mano se lo llevó a su habitación. Solo necesitó quitarse el albornoz que llevaba para quedar tal como había llegado al mundo. Cuando el yerno terminó de desvestirse ella ya estaba encima de la cama y su poblado chocho esperando la ansiada entrada.
- Yerno no sabes el tiempo que llevo sin chupar una polla, dámela que quiero tenerla en la boca. Y mientras te la chupo tú méteme tu lengua en el coño que quiero gozarte y recuperar tanto tiempo perdido.
Mientras el yerno le recorría todos los rincones de aquel lujurioso y peludo bosque con la lengua, Esperanza se entregó a uno de los placeres que más la calentaban, de la polla de este pensaba a chuparle los huevos, de ahí a lamerle el ano que sabía cómo llegaba a satisfacer al macho.
Cuando ya ambos estaban más encendidos que un hornillo de gas, la suegra lo hizo subirse encima para que le clavase su polla en su chorreante chocho. Como dos locomotoras lanzaron bufidos de placer con aquel trote de yegua gozadora.
- ¡Metemela más fuerte cabrito! ¡Reviéntame el coño!
- ¡Tomala zorra, putona, calienta pollas!
- ¡Más, métemela más y después me destrozas el culo! ¡Hazme gozar como a una loba caliente!
La suegra ya lanzada a un diabólico galope no cesaba de gritarle todas las palabrotas que se le ocurrían en aquel desmadre lujurioso, hasta que le sobrevino un desbocado orgasmo, que convulsionó su cuerpo. Después sobrevino un prolongado silencio en que ambos recuperaban su entrecortada respiración.
Dos horas después fue la suegra quien encima de la cama se puso a cuatro patas mostrándole su voluminoso culo para que se la metiera por su lubricado ano. El yerno, mientras se la iba metiendo y sacando cadenciosamente le fue aplicando castigo con las manos en sus voluminosos glúteos.
- ¡Llenámelo con tu leche semental! ¡Reviéntame!
Las embestidas que recibía la hacían tocar con la cabeza el frontal de la cama, pero ninguno de los dos hacía concesiones, más que una enculada parecía la guerra de Troya. Cuando ambos llegaron al orgasmo parecían animales salvajes devorando una presa.
Antes de marchar, la enamorada suegra lo besó con pasión de la hembra seducida por el macho.
- ¿Cuándo volverás? - le preguntó ella.
- No tardaré Esperanza, dentro de tres días estaré aquí contigo.