Una sudadera de color verde militar

Hubo poca conversación. Sólo la justa para saber que él estaba casado, que estaba con un calentón, que tenía prisa y que quería correrse. Solté la hebilla de su cinturón

Vengo de echar un polvo entre unas cañas. El sitio no ofrecía comodidades ni permitía hacer muchas cosas que me gustaría haber hecho. No tengo muchos detalles que contar. Sólo decir que fue un polvo de esos de cágate lorito. Lo bueno no fue el compañero, que estaba bueno. Ni el sitio, que era muy malo. Lo bueno estuvo en que fue uno de esos momentos en los que cada uno de los dos está únicamente interesado en dar placer al otro. Es cuando el feedback funciona a tope y los dos compañeros ocasionales querrían que el momento durara eternamente. Conocéis esos momentos,  ¿verdad? ¿Qué os voy a contar? Igual que yo, sabéis que esas cosas, cuando pasan, son la releche. Comprenderéis que yo, ya de vuelta dentro de mi coche, iba absolutamente feliz ¿a que sí?

Paré delante de unos contenedores de basura. Quería deshacerme de los restos del placer convivido. No me gusta dejarlos tirados por el suelo para enguarrar el mundo más de lo que ya está.

De vuelta al coche, me di cuenta de que alguien, dentro de otro coche, estaba observándome. Aunque sólo le vi la cara y los hombros, me di cuenta de que era un machote de cuerpo entero. Glub. Le busqué la mirada, pero él retiró la suya. Yo ya iba servido, iba relajado, me metí en mi coche y arranqué. Por el retrovisor, vi que él también se ponía en marcha.

Yo iba relajado, pero al salir del stop, en vez de coger a izquierda, que era lo que tenía que hacer, cogí a derecha para, en una ruta circular, volver a la zona de cancaneo. Yo solo, hablé en voz alta. “Inútil, tío, después de que me has acribillado con tus ojos, yo no puedo seguir relajado. Tú has ganado”

Volví al pinar. El que parecía ser un machote de cuerpo entero me seguía. Aparqué junto a los pinos. Él aparcó unos cien metros más atrás. Me bajé del coche y él también. Aunque sólo le había visto la cara y los hombros, no me había equivocado. Era un machote de cuerpo entero. Debía de estar cerca de los cuarenta. Cuadrado. Se echó a andar. Aunque no hacia la zona caliente donde pululeaba un enjambre de buscones. Hacia el otro lado. Lo seguí sin dudarlo porque me gustaba mucho. Él caminó con decisión. Ni siquiera miró hacia atrás. Estaba seguro de que yo lo seguía y esa seguridad hizo que me gustara todavía más. ¡Cómo estaba aquel tío! Me gustaba cada vez más.

Se adentró en la zona del pinar que yo no controlo mucho. De repente, desapareció como tragado por la tierra. Como si allí hubiera un triángulo de las Bermudas. Me acerqué al punto donde él se había perdido y entonces me hice cargo de la situación. Estaba en el fondo de una grieta del terreno. Bastante más profunda que su estatura. Él estaba allá al fondo. De pie. ¡Cómo estaba el tío! Yo no hacía ni un cuarto de hora que me había corrido pero el hombretón aquel era mucho más que una viagra. Bajé al fondo de la grieta. Él seguía allí de pie y ahora sí que no retiró la mirada. Manos en los bolsillos. Se notaba una de sus manos jugando con algo que parecía llevar dentro de uno de ellos. El derecho.

Me acerqué. Él sacó las manos de los bolsillos y yo pude adivinar con que cosa estaba él jugando. Aquella cosa que ahora se marcaba mucho bajo su pantalón. Seguí acercándome despacio mientras sentía un leve temblor. No sé si de miedo o de excitación. Era un hombre muy moreno, más bien mal encarado, pero con una mirada tranquilizadora. Una sombra de barba negra en su cara. Llegué junto a él. “Hola”. No hubo respuesta. Mi mano buscó la cosa aquella con la que él había jugado y vi una sonrisa en su cara que me animó a seguir. Hubo poca conversación. Sólo la justa para saber que él estaba casado, que estaba con un calentón, que tenía prisa y que quería correrse. Solté la hebilla de su cinturón, bajé una cremallera y retiré telas que estorbaban. Mientras, él hacía lo mismo conmigo. Y miré la cosa que estaba apuntándome. Levemente curvada. Oscura. Latía. La cogí con mi mano y, al hacerlo, noté como se estremecía. Era como si algo corriera por su interior. Él era quien tenía necesidad. Él era quien tenía prisa. No tuve inconveniente en arrodillarme delante de él.

Miré aquella cosa oscura que ahora estaba muy cerca de mis ojos. La besé. La agarré suavemente con mis dedos y tiré hacia abajo hasta dejar descubierto un hermoso caramelo. Lo puse entre mis labios y lo lamí con mi lengua. Sé que el caramelo es la parte más sensible de la cosa. Es donde más placer puedo dar. Me concentré en él. Así, descubierto, fue muy fácil acariciarlo con labios, lengua y paladar. Lo hacía entrar profundamente hasta mi garganta y entonces él daba suspiros de gusto y empujaba. Yo lo notaba allá dentro. Muy adentro. Ante mis ojos tenía un vientre liso, cubierto de deliciosos rizos muy negros, que se acercaban y alejaban rítmicamente de mi cara. Los rizos se hacían más densos hacia el centro del vientre y formaban una línea ascendente. La seguí con la mirada hasta llegar al ombligo. A partir de aquí, la línea empezaba a abrirse prometiendo extenderse a todo lo ancho del tórax. No pude saber si era así, porque una sudadera de color verde militar ya no me dejó ver más. Sin soltar el caramelo, manteniéndolo entre los labios, levanté la mirada. Pasé más arriba de la sudadera y vi el careto de un macho cachondo, ardiendo de  ganas. Miraba hacia abajo; parecía contento y satisfecho de lo que estaba viendo. Le guiñé un ojo y le arranqué una sonrisa. Volví a lo mío. Volví a acariciar todo el caramelo con los labios, a explorarlo, a averiguar bien como era, a sentirlo. A sentirlo deslizando sobre mi lengua o apretando contra mi paladar. No olía a jabones, colonias o desodorantes. Tampoco olía a sucio. Estaba limpio, reluciente. Olía a cojones llenos, a macho deseando descargar. Miré sus manazas, puestas a ambos lados de sus caderas. Paseé mis labios todo a lo largo de la cosa hasta que el tope de mi garganta no me permitió llegar más abajo. Oí un suspiro de satisfacción. Seguí con el paseo de mis labios arriba y abajo sintiendo, gozando, el contacto con lo que tenía dentro de mi boca. Los suspiros de satisfacción iban en aumento. Mis manos se agarraban a dos columnas velludas o sobaban unas deliciosas bolas que colgaban de donde terminaba el caramelo. Descansaban sobre la palma de mi mano izquierda, abierta, llenándola por completo. Notaba su calorcillo y su peso. Mi mano derecha, sobre su pierna, notaba los estremecimientos causados por el placer que yo le estaba proporcionando.

Él fue legal y avisó. “Me voy a correr”. Lo que hice yo entonces fue apretar la punta del caramelo contra mi paladar y hacerlo viajar adentro y afuera. La segunda advertencia ya no fue un aviso. Fue un casi lamento lleno de placer y de urgencia. “Me corro, me corro”. Y sentí la boca llena de algo calentito y muy sabroso.

¡Mierda de VIH! Me habría gustado tragarme todo el jarabe que me había regalado aquel machote de cuerpo entero. Pero… ¡prevención ante todo! Mientras dejaba mi boca vacía a conciencia, él se vestía.

Lo vi alejarse. Me fijé en su ancha espalda cubierta por una sudadera verde militar. ¿Este tío sabrá lo bien que le sienta ese color? Seguro que sí. No parece tonto. En la sudadera habían quedado pegadas unas muestras reveladoras del lugar en el que había estado. Pensé en que su mujer a lo mejor le hacía alguna pregunta comprometedora.

Di un silbido de llamada. Él se volvió.

“No, no. No es a ti. Es a ése que está agazapado detrás de la pantalla del ordenador y que ha estado todo el rato leyendo lo que hacíamos tú y yo”

“Sí, si. No minimeces, que te he visto. Y no quiero nada malo. Verás. A los que hemos cogido este vicio de escribir para calentaros la cabeza o la picha o haceros reflexionar un poco (a veces) nos interesa que valoréis nuestros relatos. ¿Te animas? Aunque te haya parecido terrible, hombre, que todo sirve. Gracias. Y sigue tranquilo tu paseo por este mundo del relato. Suerte.”

APÉNDICE: Bueno, en realidad esto es un agradecimiento y una dedicatoria. A ti, que decías que en TR sólo te fijabas en si te excitabas o no y en si te daban ganas de estar allí. Gracias por habértelos leído todos. Como ves, no te dejo. Cuando escribía este, me estaba acordando de ti. GRAAAAAACIAS