Una suave luz

Es un breve relato en el que la suave luz de una vela ilumina una estancia donde algo cambiará para siempre.

Suavemente sus dedos recorrían cada centímetro de piel de miembro erecto que tenía entre sus manos, de rodillas frente a aquel hombre que sentado en la cama de aquella habitación oscura tan solo alumbrada por una vela moribunda, él la miraba con una mezcla incandescente de incredulidad y deseo.

La falda del  vestido celeste hacía un círculo casi perfecto a su alrededor en el suelo, desde arriba, él la miraba como quien admira por primera vez el Duomo de Florencia. Mientras, ella con una mano acariciaba la base del pene rozando con su dedo meñique sus testículos, con la otra bajaba y subía cada vez con más seguridad  la piel del prepucio, produciendo cada vez una oleada mayor de placer a su dueño.

A la excitación sexual que cabe esperar de esa situación se le sumaba extrañamente al hombre un creciente pellizco en el estómago, sino fuera por eso tal vez hubiera estallado en un brutal orgasmo hace ya un buen rato.

Acababa de saber que aquella pobre ciega de apenas 20 primaveras cuya vida había pasado sin salir del caserío no había conocido más sexo que el que cada noche procuraba su delicada mano entre sus muslos, de lo contrario afirmaría con rotundidad que esa maestría con su polla no podría ser más que fruto de la experiencia.

Por fin pudo cobrar aliento para incorporarse en la cama, primero pasó la mano por el cuello de la muchacha que yacía  a sus pies, apartó su melena hacia la derecha dejando su cuello y su rostro iluminado con la escasa luz de la vela. Sólo hizo falta una ligera presión en su nuca para que acercara su boca hasta rozar la polla del que se estaba convirtiendo en su Amo por momentos. Aprovechó ese acercamiento para meter su cincuentona mano por el poco hueco que brindaba el escote del vestido de la sirvienta.

Como médico estaba acostumbrado a todo tipo de cuerpos, pero jamás había sentido bajo sus manos unos pechos tan duros, redondos y firmes. Los pezones eran pequeños aunque erectos por la excitación de la chica, aunque lo dudó por un segundo no pudo reprimirse a sus instintos y pellizcar primero el pezón derecho y luego el izquierdo con una fuerza que hizo soltar un ahogado gemido a la muchacha.

Tal vez aquella fue la prueba que esperaba para poder confirmar lo que sus sentidos le decían a gritos, aquella chica era la sumisa que durante años había estado buscando.

Ella lejos de protestar,  puso recta su espalda ofreciendo aún más cerca sus pechos a la mano que la torturaba bajo el vestido. Otro fuerte pellizco, ahora en un trozo mayor de su pecho hizo que acercara la boca a la polla de su Amo introduciéndola lenta y profundamente.

Su falta de experiencia pronto fue solventada por la mano de su Amo que desde la nuca empezaba a controlar sus movimientos, los dedos se entrelazaron entre su pelo y en cada embestida ella notaba el dolor en su cabellera.

El Amo pronunció las primeras palabras desde que ella se arrodilló ante él. Se acercó a su cuello y susurrándole : “mantén la boca abierta”. Poco a poco inició una serie de embestidas que llegaban directamente a la garganta de la muchacha que no podía aguantar las arcadas y sin embargo obedecía, mantenía la boca abierta mientras su saliva empezaba a humedecer todo su rostro.

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Sólo hicieron falta tres o cuatro embestidas más para que  la leche de su Amo brotara a borbotones entrando directamente en su garganta, esta vez no hubo arcadas, se limitó a tragar todo cuanto de su amo entraba en su boca.

Pasaron varios  minutos, los  que necesitó el Amo para volver a un estado cercano a la conciencia, ella seguía con aquel pene ya flácido en su boca, sólo cuando el amo le retiró la cabeza la chica se echó hacia atrás permaneciendo en la misma postura, y ahora también con su cuello, su escote y su vestido brillando bajo la luz de la vela con la mezcla de saliva y sudor.

Cuando intuyó que su amo se había incorporado en la cama,  se irguió sobre sus rodillas y más de su alma que de su boca salió una sola palabra:  “Gracias”.

El Amo se puso en pie, acarició su cabeza, con su pañuelo limpió su cara y su cuello, se oyó una voz que desde abajo decía: “Doctor”. Dejando a la muchacha de rodillas se acercó a la puerta, la miró de nuevo diciéndole esta vez con voz firme y alta: “aguarda aquí”, y mientras abría la puerta una gran sonrisa empezaba a iluminar la cara del Amo.