Una sorpresa para Luca

Luca tiene la casa sola y me invitó a ver una película con él. Lo que no sabe es la sorpresa que le espera...

El metro de Madrid no vuela. No. En absoluto. Pero si eres una estudiante aún sin carnet, no tienes demasiadas opciones. Aun así, el hecho de ir casi completamente desnuda debajo de la gabardina, hace que sea mucho más consciente de cada segundo que tarda el Metro en llegar a su destino. Bueno, al mío.

Me recoloco la falda de la gabardina por enésima vez, mirando nerviosa al señor mayor que me mira fijamente las piernas.

«Lo sabe» pienso, pero no puede ser. Aunque se lo imaginara, no puede estar completamente seguro.

Casi me arrepiento de querer darle esta sorpresa a Luca, pero sólo de pensar en cómo puede agradecérmelo, se me humedece la entrepierna. Mierda, aquí no. Vuelvo a mirar al desconocido, que sonríe.

«Lo sabe».

Con el corazón bombardeando en mi pecho, acelerado, cojo el móvil y veo que Luca me ha mandado un mensaje diciéndome que cuánto me faltaba. Hago el cálculo mental, contando las paradas que me quedaban en el esquema que hay sobre los asientos. Al menos, la línea azul no es de las más lentas y no me queda demasiado.

Cuando ya hemos llegado, hago lo posible por pegarme a la gente. El señor que me miraba las piernas ha salido del vagón junto con otra gente. Esto es un intercambiador. No tiene por qué haberse bajado por mí, ¿no? Pero aún mientras esos pensamientos se forman en mi cabeza, rezo para que Luca haya llegado ya y no me haga esperar.

Efectivamente, la mayoría de la gente no se dirige a la salida, se queda en la estación para coger otro tren. No es el caso de aquel hombre.

La salida está iluminada, pero hay mil sitios donde esconderse. Sin embargo, buscar un sitio resguardado no es precisamente una idea inteligente, sobre todo cuando el susodicho me pisa los talones.

Alguien me agarra por detrás y, si no grito, es porque el miedo me lo impide.

Me giro rápidamente y veo a un sonriente rubio de ojos azules tan pálidos que casi parecen grises. Flexiono los dedos hasta formar un redondo puño y lo golpeo en el pecho.

―¡Luca! ¡Me has asustado!

―Ala, alaaa… ¿estamos fieras hoy?

Miro de reojo al señor, que se está acercando hacia nosotros. Luca clava sus ojos en él y el tipo parece pensárselo dos veces, pero lo que hace que se decida son el grupo que viene al parque de al lado, a hacer botellón.

Que el señor se haya ido no me quita ningún nerviosismo. Sigo casi desnuda bajo la gabardina.

―¿Llevas tacones? ―me pregunta Luca.

Miro mis pies enfundados en unos botines de terciopelo negro con un tacón de aguja de unos quince centímetros. Enrojezco. ¿Me he pasado?

―Sí.

Él sonríe y dice: ―Mola.

Andar con ellos no es difícil, pero el suelo por esa zona no es precisamente perfecto y a punto de caerme estuve dos veces. Sólo de pensar en la vergüenza de caerme de culo y que me vean en plena calle las reducidas braguitas hace que me entren calores.

Cuando llegamos a su edificio, piso suelo firme y, con ello, viene mi confianza. Ya no voy a caerme y en unos segundos estaremos en su casa.

Mientras subimos las escaleras en silencio, sonrío ante las furtivas miradas que lanza a mis labios rojos. No me los he puesto por capricho, es parte de la sorpresa.

Cuando cierra la puerta detrás de mí, abre la boca, seguramente para ofrecerme algo de tomar o preguntarme qué quiero hacer. La boca se queda abierta y sin emitir sonido cuando me quito la gabardina y la dejo sobre la silla que tengo más cerca.

Esos ojos que tan loca me vuelven ―tengo un verdadero fetiche con los ojos azules― repasan mi atuendo y, por lo que puedo ver, le gusta. Las medias negras acaban casi donde empiezan las braguitas, sujetas por un liguero. También negro es el corsé, que alza mis pechos tanto que parece increíble que los pezones sigan ocultos.

No pregunto si le gusta o no, me arrodillo delante de él y le desato el cordón del pantalón antes de ponerme con el botón y la cremallera. Está listo para mí y sonrío, mirándole a los ojos, sabiendo que él sabe que voy a hacerle lo que le había prometido: mis labios rojos van a rodear su polla y lo único que se va a correr va a ser él, porque el carmín usado no se borra.

Cierro los ojos y me concentro en las sensaciones. Él se apoya en la parte de atrás del sofá que tiene a su espalda y me agarra el pelo en un autoritario amarre.

―Más rápido ―dice. Y yo obedezco.

Aprieto mis labios a su alrededor y succiono con fruición. Acaricio sus testículos y agarro sus nalgas con fuerza para que no se me escape aunque, a juzgar por cómo me agarra, no creo que esté pensando precisamente en eso. Dios. Cómo me gusta oírle, saber que voy a hacer que se corra…  De repente para y, bruscamente, me levanta. Se arrodilla ante mí y pasa su lengua sobre la fina tela de las braguitas antes de arrancármelas y levantarse de nuevo. Estoy tan mojada que me da vergüenza que vea cómo he dejado la prenda, pero sé que lo ha visto y sé que le gusta saber que él es la causa del desastre.

Con mano firme, me planta contra la pared y empieza a tocar mis nalgas desnudas. Un dedo se cuela por la raja y toca mis pliegues empapados.

―Veo que no te gusta nada lo que te hago ―anuncia.

Noto un mordisco en el hombro y cómo me besa el cuello con impaciencia, a la vez que su mano toca mi clítoris desde atrás mientras con el brazo me sujeta. Bendito Luca. Sabe que con lo que me hace me tiemblan tanto las piernas que no puedo aguantarme en pie.

―Para ―gimo. Aunque no quiero que pare. En absoluto.

―Si me dices que pare una vez más, te violo.

Sus palabras recorren mi cuerpo en una oleada caliente que hace que me derrita por abajo. Tiemblo de nuevo y él se ríe, sabiendo lo que ha provocado.

De repente noto cómo su erección me penetra poco a poco y jadeo ante la invasión, pues hace meses que no lo veía y, aunque estoy dilatada y empapada, él es bastante grande. En especial si hablamos del grosor.

―Joder ­―gruñe. ―Sí que estás estrecha.

«O tú no eres muy fino» pienso, pero me lo callo. Estoy demasiado ocupada tratando de respirar como para ponerme a charlar.

Él se mueve unos pasos a las derecha y me arrastra consigo, haciendo que apoye las manos en la barra americana de la cocina que da al salón. Atrae mis caderas hacia él y, de ese modo, me penetra mejor y hasta el fondo.

Gimo fuertemente de dolor y de placer.

―Para, para, para ―jadeo.

―Te avisé.

Clava sus dedos en mi cadera y comienza a penetrar fuertemente, golpeándome con su erección y arrancándome gritos de la garganta que no soy consciente ni de que emito. La fricción me está volviendo loca y no está siendo nada cuidadoso. Y me encanta.

Los dedos se me ponen blancos de agarrar tan fuerte la encimera y ya no hay ni un poquito de dolor. Estoy tan mojada que noto cómo mis jugos resbalan lentamente por mis muslos. Una mano me acaricia el cuello antes de agarrar mi pelo y hacer que me arquee hacia atrás. Me obliga a mirarlo y veo que sus ojos se clavan en mis labios rojos antes de morderlos y prácticamente comérselos.

La excitación llega a tal punto que ya no tiemblo, vibro. Mis piernas no me sostienen, así que acabamos en el suelo. Luca desabrocha la parte de arriba del corsé y comienza a besar mis pechos, prestándole más atención a los pezones. En un momento dado, agarra mi pelo de nuevo y arrasa mis labios con los suyos, pellizcándome un pezón con fuerza y aumentando el ritmo de sus envestidas.

Me corro tanto que las mejillas se ponen del color de mi pintalabios. Noto cómo se ha formado un charco en el suelo, pero cuando voy a levantarme, Luca me detiene y sigue moviéndose contra mí. Esta vez soy yo la que lo agarra y lo atrae hacia mí. Lo beso con ganas y noto cómo él aprieta los cachetes de mi culo antes de gruñir y vaciarse en mi interior.

Cuando acaba, nos levantamos y miro el suelo.

Es un jodido desastre y me quiero morir. Aún más al ver su sonrisa. Sé que le pone que haga eso, pero a mí sigue mortificándome. Es un líquido transparente y no huele, pero aún recuerdo la primera vez que eché tanto. Estábamos en el cuarto de baño de mis padres y yo estaba sobre el lavabo. Había entrado en el baño mientras él se lavaba y una cosa había llevado a la otra y al final no habíamos llegado a la cama. Me había follado tan bien y no sé qué había hecho con esas manos suyas, pero aprendí que eso de «fuente» no era una exageración. Parecía que nos hubiésemos dejado abierta la mampara de la ducha.

―Te ha gustado, ¿no? ―ríe.

―¿A ti? ―inquiero, elevando una ceja.

Sé que no ha colado. Sabe que estoy mortificada.

―Voy a limpiar esto ―me informa.

Desaparece por la puerta. Yo cojo mis bragas y las dejo sobre la mesa para que no se mojen. Madre mía. Qué desastre.

Observo cuando viene y comienza a limpiar. Tiene la espalda llena de arañazos, pero ni si quiera soy consciente de haberle clavado las uñas. Me sonrojo nuevamente al recordar que él tenía la camiseta puesta cuando hemos empezado y tampoco sé cuándo se la ha quitado él. Veo los músculos de su espalda ondular bajo la piel mientras mueve los brazos y noto cómo las ascuas comienzan a revivir.

Al minuto siguiente, Luca se gira y me coge de la mano hasta la cama de matrimonio de la habitación principal.

Ha colocado toallas en el centro, mi chico listo, y un escalofrío me recorre la espalda cuando veo los pañuelos que hay en el cabecero de la cama.

―¿Pensabas que habíamos acabado?

CONTINUARÁ…