Una sorpresa para el putito infiel

Jugué con fuego y así me fué...

Luego de aquella mañana en la casa de Nino, nos tranquilizamos un poco. ¡Bah! No era tanto que nos hubiéramos propuesto calmarnos. Sencillamente, Nino era el novio de mi hermana, él parecía bastante metejoneado con ella y supongo, estoy seguro en realidad, que ellos dos tenían y sabían con que divertirse, por lo cual mi presencia no daba para quitarle el sueño a él.

En lo que respecta a mi, si bien es cierto que la llama de mi deseo estaba siempre ardiendo, creo que más importante que ello era en esa etapa, comprender que iba ganando cada día mis propios espacios. No es que me apasionara hasta límites insondables, por caso, vestirme con alguna que otra ropa de mujer, o exagerar mi amaneramiento, ergo, "mi mariquitez", o entretenerme, como lo hacía a menudo, cocinando cada tanto, o dedicar el tiempo a diseñarme los más estrambóticos vestidos, que cuando sufría un ataque de paciencia, hasta me cosía a mano yo mismo. Se trataba más bien de ejercer mi derecho a ser yo, quien quiera fuera ese yo. Salvo, la verdad sea dicha, ante mi papá, que no estaba mucho en casa, afortunadamente, porque viajaba constantemente por su trabajo. ¡Pobre viejo! ¡No entendía nada de nada! Y bueno, yo trataba de ser algo cuidadoso, trataba de aparecer poco ante su presencia y hasta me tomaba el trabajo de ser bastante discreto, mientras él estaba en casa.

Mi madre y mis hermanas se estaban acostumbrando, o resignando no sé…. ¡Nooo!, creo que soy injusto. En realidad pienso que hicieron bastante sino por comprenderme, al menos por respetarme. Cada tanto mamá esbozaba algún mínimo intento de cumplir con lo que ella entendía su deber: "¿Cuándo vas a madurar?", decía. Pero mi respuesta, invariable, terminaba por hacerla desistir o la agotaba, probablemente. "¿Para qué?". "¡Ay nene, nene, qué será de vos!". Concluía. Y no faltaba a veces, incluso, la contradictoria recomendación: "¿Por qué no le pedís a tu hermana que te arregle el ruedo de ese vestido?". Tal vez le gustaba negar la posibilidad de que yo mismo pudiera hacerlo.

Como estaban las cosas de nuestra vida, fue inexorable que llegara la oportunidad de que estando todos en la casa, incluido Nino, yo me paseara en sus proximidades con mi aspecto de "putarraca" según mis hermanas. Carola, la novia de Nino, hasta manifestó cierto grado de alarma, incentivado además porque yo no me privé de hacer más de un gesto o movimiento, presuntamente incitante, pero comprobando la indiferencia de su novio, se tranquilizó.

Y esos juegos me divertían a más no poder. Y, como me contó Nino otro día, él debía adoptar posturas o realizar los más extravagantes movimientos para ocultar los evidentes cambios en su "bulto".

En los fines de semana se producían nuestras oportunidades. Eran días de horarios irregulares y de momentáneas pero frecuentes ausencias, que nosotros aprovechábamos para desaparecer por veinte minutos en mi habitación, durante los cuales nos las ingeniábamos para disfrutar, en una especie de frenético zapping, de los más variados usos, posiciones y actitudes, de nuestro ya de por si abundante repertorio. Yo necesitaba apenas unos minutos para exprimirle a Nino toda su leche en mi boca y él no necesitaba mucho más para llenar con ella mi culo. Si el tiempo disponible no pasaba de los cinco minutos, nos apretábamos uno contra otro como si quisiéramos hundir cada cuerpo en el otro y un solo, largo, extenuante beso, nos unía en ese lapso.

Otras veces, la utilización de la pileta de la casa vecina, volvía a darnos todo el tiempo de aquella primera ocasión y finalmente, hasta nos permitimos dejar de lado el cobertizo, y revolcarnos en el césped, bajo el sol, que mantenía a mi hermana en su reposera cerca de la pileta, del otro lado del cerco.

Nino cada vez se mostraba más fogoso y por ello más audaz. Uno de aquellos días me tenía apoyado contra uno de los árboles del jardín y cuando en medio de apurados, torpes, apasionados movimientos, yo sentí la inminencia de su penetración, empezó a pegarme palmadas en las nalgas. ¡Ay, cómo me gustó eso! Le rogué que continuara, lo excité más si cabía, con el vaivén de mis caderas y de pronto me estaba pegando con inesperada violencia y además, mordiendo y pellizcándome los pezones. En un momento dado, tomé conciencia de que me dolía y le pedí que se detuviera, pero eso pareció enardecerlo aún más, porque me mordió en el hombro hasta sangrarme. Entonces me di vuelta con violencia y le asesté una bofetada en el rostro, que lo dejó como congelado. Reaccionó sin embargo de inmediato y comenzamos a luchar, desplazándonos desde el árbol hacia el césped. Allí seguíamos, entre besos, caricias, golpes, forcejeos y más forcejeos, hasta que de pronto lo vi. O mejor, lo percibí.

Fue apenas un reflejo, un rayo de luz rebotando en algo metálico o cosa parecida. Eso es lo que vi. Pero había algo más ominoso tras el reflejo. Un rayo invisible, tal vez sólo un presentimiento. ¿Una mirada?

Del otro lado de una tapia no muy alta que separaba la parte trasera de nuestro jardín de un solar vecino y entre añosos árboles, se sostenía malamente una vieja y bastante derruida casa de dos plantas. Por lo que sabíamos nadie moraba allí, lo cual parecía confirmarse no solo por el abandono evidente de la casa, sino por la maleza que la rodeaba. Cuando éramos más chicos, con mis hermanas habíamos logrado abrir un pequeño boquete en la medianera, ayudados por la decrepitud de sus antiquísimos ladrillos y nos habíamos animado a llegar hasta la puerta de la casa, aunque nunca la habíamos franqueado, sin duda inhibidos por el temor que nos inspiraba ese tan lúgubre lugar.

Pero el reflejo no era un invento de mis sentidos, de mi vista exactamente. Lo demás, esa especie de amenaza, pudo ser… Sin embargo, Nino notó mi estremecimiento y detuvo el juego. "¿Qué te pasa", se alarmó. "No sé, no sé, me parece que alguien nos mira". Él siguió la dirección de mi mirada, pero nada extraño notó. "¡Es una treta tuya para zafar del castigo por la bofetada!". Reía, mientras me abrazaba nuevamente y trataba de aprisionar simultáneamente mis brazos como para inmovilizarme. Noté como mi excitación comenzaba a desbordarse, pero al mismo tiempo, tuve la clara sensación de que había algo distinto. Que no era sólo el forcejeo lo que me provocaba.

Y en un instante, tan fugaz como el destello que había visto antes, lo supe: Nos estaban mirando, lo sabía, estaba seguro de ello. Y esto, el ser consciente de la mirada ajena era como un impactante afrodisíaco. Me calentaba enormemente esa conciencia de ser observado.

Hice algún movimiento con los pies que nos obligó a girar un poco nuestros cuerpos, de manera que quedé dando la espalda hacia la vieja casa. Entonces me dediqué a responder a las caricias de Nino, a sus besos, pero exageré mis actitudes. Comencé a frotar mi vientre contra el de mi amante, moviendo las caderas, me revolvía entre los brazos de Nino, impulsando hacia atrás mis nalgas que, lo sabía, se marcaban bajo el lino del vestido. Mi mano derecha dejó de acariciar el cuello de Nino y dejándola caer sobre mi nalga, la acarició con movimientos lascivos, haciendo que la corta falda del vestido se levantara casi hasta la cintura, exhibiendo la bombacha blanca que llevaba debajo. ¡Ay, cómo me calentaba mostrarme ante esos ojos desconocidos que, sabía, seguían todos mis movimientos! Creo que hasta Nino, por momentos, sentía que me pasaba algo distinto. Nos pasaba, en realidad, porque mi frenesí, mi goce, era evidente que lo afectaban en igual sentido, porque finalmente caímos sobre el césped, donde, luego de prácticamente arrancarme la bombacha, por fin pudo penetrarme y cogerme tan lindo, que los dos nos desesperábamos por evitar irnos en un río de leche. Hasta que no pudimos más, sus furiosas exclamaciones, mis quejidos, acompañaron el derrame de mi leche en su mano que aferraba mi pija y la suya, su blanco néctar, metiéndose muy, muy adentro mío.

Cuando salí desde debajo del cuerpo de Nino, me incorporé a medias atisbando con mirada cargada de picardía hacia el lugar en el que imaginaba a nuestro espectador. En mi mente hasta creo que le dediqué mi orgasmo.

Unos días después, estaba arreglando unas plantas, cuando me picó la curiosidad. Me levanté y comencé a caminar como paseándome, pero acercándome a la pared del fondo. O mejor dicho, al lugar donde sabía que aún estaría el antiguo boquete.

Para llegar, tuve que levantar mi falda, porque usaba una pollera roja, larga hasta los tobillos y se me enredaba entre algunas pequeñas ramas que había en esa zona del jardín.

Por fin, encontré el agujero, lleno de telarañas y bastante más grande de lo que yo recordaba. Seguramente el tiempo, la lluvia, los vientos, habían continuado nuestro trabajo, porque el pequeño agujero por el que apenas pasábamos, agachados Carola y yo, era ahora, por su tamaño, casi una incitación a entrar, ya que la abertura daba casi para el paso de una persona de baja estatura.

Me detuve frente a él y luego me animé y me acerqué como para franquearlo. En ese momento sentí que mi madre me llamaba, reclamándome para que atendiera un llamado telefónico. Vacilé un segundo y en el momento en que iba a dar un paso alejándome de allí, un brazo me tomó rudamente por la cintura y me arrastró hacia el otro lado, mientras una gigantesca y sucia mano se apretaba sobre mi boca, impidiéndome cualquier sonido. Algo me golpeó la sien, y todo desapareció alrededor mío.

Un terrible dolor de cabeza me trajo de nuevo al mundo consciente. Intenté abrir los ojos, pero algo tan simple como eso parecía requerir de mi un esfuerzo increíble. Me quedé un rato quieto, hasta que el dolor comenzó a hacerse soportable. Abri entonces, ahora si, los ojos y una sucia penumbra fue todo lo que pude ver en la primera ojeada. Luego, lentamente fui reconociendo la realidad. Estaba tirado en un piso de madera sucio y destartalado. Tenía la pollera hecha jirones y me di cuenta que se debía a que alguien había hecho tiras con ella para atarme los tobillos y supongo que también las muñecas, aunque a éstas no las pude ver porque estaban sujetas a mi espalda. Otra tira hacía las veces de apretada mordaza. Al sentir algo metálico y frío en torno a mi cuello, me di cuenta que estaba rodeado por una cadena, que, luego me di cuenta, era un collar de ahorque, como el que se usa para entrenar a los perros. El otro extremo de la cadena debía estar sujeto a algo firme, porque al querer mover un poco el cuello, el collar se cerró, obligándome a volver instantáneamente a mi postura inicial.

Distraje mi mirada buscando penetrar la oscuridad, apenas amortiguada por una franja de luz que entraba por una ventana con su postigo apenas entreabierto. Y entonces un estremecimiento recorrió mi cuerpo, un sudor frío me recorrió la espalda. Hacia un costado, una gigantesca sombra me daba la espalda, atareado su dueño en algún menester sobre una mesada. Y entonces me di cuenta que esa cosa emitía un ruido. Parecía un murmullo, como si el dueño de la voz hablara consigo mismo, pero en realidad no era más que una sucesión de gruñidos sordos y apagados.

Un ruido que hice con la cadena atrajo la atención de la sombra, que se dio vuelta y dio unos pasos hacia mi, ingresando a la franja de luz. Era un monstruoso sujeto; parecía medir dos metros o más, un cuerpo deformado por la obesidad, claramente notoria porque el hombre estaba casi desnudo, dejando ver como su panza caía hacia abajo, por sobre el borde de un harapo que hacía las veces de pantalón. Desgreñado, con una enredada barba negra, tenía una larga lonja de cuero que manipulaba entre sus dedos tan gordos como todo en ese cuerpo deforme.

Súbitamente, el cuero en sus manos cobró vida y se descargó sobre mi cuerpo, abriéndome una marca sangrienta en el pecho. Mi alarido de terror quedó totalmente ahogado por la mordaza. Quise encoger mi cuerpo en un instintivo gesto defensivo, pero el collar se cerró sobre mi cuello, casi ahogándome.

El hombre acentuó sus gruñidos, pero ahora sus palabras eran inteligibles: "¡Puta asquerosa! ¡Ahora vamos a ver si movés tu lindo culito como lo hacías el otro día! ¡Sabías que te estaba observando marica de mierda! ¡Era para mi, la fiesta que pretendías armar con tu culo bamboleante! ¿Verdad que si?". Entonces desenganchó la cadena del lugar en que estaba sujeta, y sin ningún esfuerzo aparente me levantó del piso y me arrojó de boca sobre la mesada. Casi de inmediato, la lonja de cuero se descargó en mis nalgas, pero antes que pudiera intentar gesto alguno, el tipo descargó un nuevo golpe, y luego otro, y otro, y otro más, mientras seguía con sus imprecaciones a los gritos. "¡Te gustaba cuando el idiota ese te golpeaba!, ¿no?, ¡Lo vi bien, te retorcías de gusto, gozabas con sus golpes, cerda inmunda, puta reventada! ¡Y todos estos días, paseándote con tus vestiditos, maricón! ¡Desfilando para mi! ¿Verdad? ¡Para que yo pudiera pajearme hasta reventar!

Me dio vuelta, para que pudiera verlo. Se había quitado el pantalón y estaba totalmente desnudo frente a mi. Pero lo que quiso que viera, fue su verga descomunal, casi totalmente erecta. Esa visión me aterró y odio decir que produjo alguna otra cosa en mi, que no tenía que ver con el miedo.

Como si hubiera adivinado mis pensamientos, el hombrón se lanzó sobre mi, me dio vuelta, y con sus gordos dedos empezó a dilatar mi culo. Mis manos, atadas por detrás, parecieron molestarle, porque con un cuchillo rompió las tiras que las sujetaban y desentendiéndose de mis brazos sueltos, continuó con su trabajo en mi culo. Pero ahora fue el turno de los tobillos. Luego de cortar el trapo que los maniataba, abrió brutalmente mis piernas con sendas patadas en los tobillos y entonces, con su pija ya totalmente al palo, volvió a dedicarse a mi culo. Sentí el glande buscando mi agujero y me preparé. Aunque ningún apresto pudo prepararme para lo que siguió. Un dolor producido por lo que parecía el desgarrarse de mis entrañas me sacudió de pies a cabeza, cuando apenas la cabeza de su verga había forzado la entrada a mi agujero y casi sin solución de continuidad, un nuevo empujón y ya ese falo gigantesco se adueñaba totalmente de mi atormentado culo. Siguieron los enviones, hasta que supe que estaba metido adentro mío en su totalidad, sus huevos en mi raya como si también se fueran a meter junto con el ariete que ahora comenzaba a moverse en un vaivén atroz.

En apenas un par de minutos su leche me había llenado y yo yacía nuevamente en el piso, arrojado por el energúmeno, como en un supremo gesto triunfal que acompañó su eyaculación.

Esas horas de horror se prolongaron durante lo que pareció una eternidad. Supe, porque el hombre lo dijo, que ya era de noche. Durante ese lapso, deteniéndose apenas para descansar, beber vino y fumar unos pestilentes cigarros, me usó permanentemente de todos los modos imaginables. Me obligó a chuparle la verga, acabó masturbándose sobre mi cara, me hizo lamerle el cuerpo, las caídas tetas que parecían las de una mujer vieja por la grasa de su tejido, me besó cuanto quiso y me violó una y otra vez. Ya ni sentía dolor, anestesiado por la violencia y por mi culo totalmente abierto, recibiendo siempre con el mismo desatado frenesí esa verga a la que ya me había acostumbrado.

En algún momento, ya satisfechos hasta el hartazgo sus primitivos instintos, se vistió, de un rincón tomó un bolso y con absoluta tranquilidad se fue, sin decir una palabra.

Como pude me levanté y tropezando en los destruidos escalones bajé y me dirigí hacia la puerta. Me recibió la luz de una luna nueva impresionante sobre los árboles y luego de vacilar unos minutos me orienté hacia el lado de mi casa. Trastabillando entre la maleza, traspasé el agujero de la pared y me pareció el despertar de una pesadilla caminar por nuestro apacible jardín.

Por algún motivo no había nadie en casa. Fui derecho al baño y abrí las canillas para que se llenara la bañera. Eché las sales de baño y me sumergí, abandonándome en la acogedora y perfumada espuma.

Debo haber estado más de una hora, hasta que comencé a sentir el sopor que la distensión de mi cuerpo iba produciendo. Entonces mi mente se llenó de los recuerdos de esas largas, larguísimas horas, de ese tronco entrando y saliendo de mi cuerpo, de todas las contradictorias sensaciones que el día transcurrido me había dejado y lenta, muy lentamente mi mano izquierda comenzó a acariciar mis pezones, mientras la derecha se deslizaba, hasta apoyarse en mi pija suavemente.