Una soberana paja

Cómo me pajeé con un relato de nynfa5. Dedicado especialmente a su memoria, a la de una persona única y especial.

UNA SOBERANA PAJA

Esta pequeña historia cuenta cómo me pajeé con un relato que me calentó, no tanto por los detalles explícitos, sino por el tipo de escritura y lo que produjo en mi imaginación. Todavía no sé exactamente qué fue, pero me puso a mil y no paré hasta descargarme todo.

El relato en cuestión pertenece a Nynfa5 y se llama "Vosotros: mis orgasmos", que refiere a su propia masturbación leyendo otro relato llamado "Atrapada en el concierto", creo que de Lydia. En otra ocasión me había masturbado con el anterior de nynfa, que se llama "Infidelidad en Pingüinos", el cual recomiendo ampliamente. No es una autora que se dedique a detallar minuciosamente lo que le ha sucedido, pero a mi entender esa falta de detalles la hace más creíble, suena todo más vívido, y real.

En primer lugar, me sorprendió que comentara el relato del concierto, lo había leído días antes y todavía perduraba en mi memoria esa chica rubia que sufría junto a su novio y no podía decidirse entre lo que debía hacer y lo que demandaba su cuerpo. Una tortura que terminó por determinarla a satisfacer sus deseos sin importar las consecuencias. En ambos relatos hay comportamientos similares, tanto de las protagonistas mujeres (que se convierten casi repentinamente, mágicamente, en hembras en celo) como de los muchachos acosadores, insistentes y molestos, pero con un olfato increíble que les indicaba no soltar su presa, sólo era una cuestión de tiempo y perseverancia. Tanto el pibe del recital como el motoquero de Pingüinos tenían la absoluta seguridad de que esas hembras terminarían clamando por una pija, o varias. Recuerdo haberme hecho una buena paja con ese relato, y acabé bastante, aunque no acabo con todos los que leo, muchas veces me reservo la descarga.

Pero mi mente iba por otro lado. Cuando nynfa se identifica con la rubia del concierto, ahí empezó mi calentura. Una chica que confiesa carencia de fantasía en sus relaciones reales, sentada de noche frente a su máquina, empezando a calentarse en soledad, como me había sucedido a mí. Guau. Empecé a leer con más atención. Mi amigo, el de abajo, todavía tranquilo y enfundado, me envió una señal de cosquilleo. Ni se movió, pero me dijo:

-Confiá en mi intuición, por aquí vamos bien.

Me acomodé en la silla y seguí leyendo, mientras con una mano tanteaba por arriba del pantalón. Ya me había imaginado a una rubia aturdida por la música y sus pensamientos, apretada y pegajosa por el sudor, siendo manoseada y desnudada sin más en medio de una muchedumbre que está en otra. Estaba en situación. Ahora era doble la sensación, la rubia y su lectora, ambas unidas en distinto tiempo y lugar por el mismo deseo. La lectora sola, en silencio, pero también aturdida y pegajosa, sentía esas mismas manos que no la dejaban escapar y la desnudaban. No había escapatoria posible, y luchar hubiera sido en vano. Pero, ¿para qué luchar contra el propio deseo? Aunque ella deseaba esas manos más que la chica del concierto. Estaba segura de eso: -quiero esas manos en mi cuerpo, que me manoseen el culo, las tetas, la concha. La lectora no pudo más, se desnudó completamente y fue en busca de ayuda para consolarse.

-Ay, caramba! Mi amigo empezó a despertar y a desperezarse lentamente. De a poco, comencé a buscar los bordes del calzoncillo y a masajearme los huevos. Esta chica es potencia pura, y yo que me ufanaba de una imaginación más que frondosa, estaba siendo alcanzado y superado por esta morocha.

Durante la lectura del relato, a ella no le alcanzaban las manos para tocarse, iba de un lado al otro de su cuerpo, desesperada, pero no podía hacer más hasta concluir la lectura.

El relato había terminado, la rubia del concierto vagaba sin rumbo saliendo de los baños, llena de leche, aturdida pero feliz, mientras Silvia deambulaba por su cuarto, aturdida también, pero sin leche ni felicidad. Por suerte, un consolador vino a traerle algo de alivio, sólo unos minutos. Necesitaba algo más, no alcanzaba. Ahí reveló que nunca se había metido nada por el culo, pero en ese momento lo necesitaba más que nunca, entonces mi amigo pegó un salto y exclamó:

-¡¡¡es ella, la que buscaste por años, estoy seguro, no puedo equivocarme. Yo voy... ¿dónde hay que anotarse??!!! .

Yo lo quería tranquilizar, pero me costaba cada vez más. Para retarlo, lo puse en penitencia y lo dejé dentro del pantalón clamando por su liberación. El pobre no daba más, estaba apretujadísimo y empujaba hacia fuera con todas sus fuerzas. Para desquitarse me apretaba más los huevos y tuve que abrir las piernas para evitar el dolor. Carajo, estaba por romperme el pantalón, un short deportivo que acostumbro usar para leer relatos debido a su practicidad. El slip estaba tan estirado que no sirvió más, lo tiré. Le ordené que no interrumpiera y me dejara terminar de leer, aunque mis ganas eran otras. No le dije mis planes, pero interiormente sabía: -ya vas a ver cuando te suelte. Continué con mis bolas, ahora afuera, mientras seguía leyendo.

Cuando Silvia emula a la rubia enculada en el baño del recital, y le pide a su novio que le rompa el culo, me imagino en el lugar del pobre muchacho, pensando: -¿qué le pasa q ue está tan cambiada? ¿ qué bicho le picó a esta loca?. Enseguida, instantáneamente, mi amigo volvió a rebelarse: -No importa soldado, hay una misión que cumplir y usted no puede detenerse a pensar pelotudeces. ¡¡¡Haga lo que tiene que hacer, mierda, o lo mando fusilar!!!. Le di la razón, y ahora sí, empezaba el combate, había que desenfundar y disparar, porque sino me mataban a mí. O disparás o te disparan, y a esta altura, no había más qué pensar. Puesto en situación, saqué a mi enhiesto y firme amigo del encierro, y le di unas palmadas: después de todo, era un valiente muchacho, y en los momentos donde la verdad es revelada sin medias tintas, el tipo había cumplido con creces. Sin ser un héroe tipo Rambo, sino más bien un solidario compañero de equipo que procuraba cubrir todos los flancos de ataque, siempre tendía al correcto movimiento del conjunto, más que al lucimiento personal. Un todo terreno, bajo perfil y alta autoestima. Nunca llegó a los 20 cm, pero se enorgullece de su musculatura: dos firmes columnas a los costados sostienen como un templo romano una flor de cabeza -la envidia del barrio- con sus curvas aerodinámicas de diseño espacial; los bordes rugosos e hipersensibles del prepucio dan cobijo a la piel desalojada sin permiso; el frenillo increíblemente estirado a más no poder, siempre a punto de reventar mientras toda la cabeza late y se hincha. Y el conducto seminal, la tercer columna, se enorgullece de su rigidez casi militar, como si la hubiera conseguido en el gimnasio con gran esfuerzo. Late y se mueve en soledad, saluda como los caballos entrenados y pide a gritos por su independencia. Le gusta que le acaricien la cabeza, eso lo sé bien, y además se lo había ganado ¿por qué negárselo? El líquido preseminal confirmaba su agradecimiento. Lentamente mi mano comenzó a homenajear a esas dos mujeres convertidas en hembras, con sus deseos reconocidos, destapados y satisfechos. En ese momento yo ocupaba el lugar del novio de Silvia, dentro de ella, de su culo apretado, sólo gozando con sus gemidos y su mezcla de goce y dolor. Mi mano izquierda era su esfínter, entre mis dedos medio, índice y pulgar apretaban los agarrotados músculos, hinchados, tensos, pero sólo hasta la cabeza; ahí se detenían y volvían a bajar, lentamente y con fuerza. No acabé con él porque ese final es un poco brusco, así que seguí manteniendo el placer cambiando de mano (supongo que todos saben que cada mano produce un placer diferente) y otro poco de jugueteo con mis pelotas, un agradable cosquilleo que sirve para calmar un poco.

Como había terminado de leer, ya con el amigo listo, volví al relato de "Infidelidad en Pingüinos". Allí retomé desde que Antonio manosea a Silvia sentados al fogón bajo las mantas. Guau, mi amigo responde a ambos masajes (el manual y el mental) y me pide más: -ya va, querido, no se me apure, le digo entre sonrisas. A esta altura, mi mano va y viene con facilidad, los jugos hacen su tarea, saco la vista de la pantalla, miro abajo y me parece ver que, lloroso y humedecido, me guiña el ojo, el único (el que juguetonamente llamo "el chino tuerto"). Me río por mi locura, ahora sí lo veo brillar e hincharse cada vez un poco más ¿quién me había dicho en la adolescencia que estaba mal masturbarse? ¡¡qué pelotudo, pensar que casi le hago caso!! . Volví a lo mío, al fogón con Silvia y Antonio. Yo estaba sentado pegado a ellos y ni se dieron cuenta, mejor así pensé (en verdad, ella quedó en el medio de los dos, pero inclinada del lado de él). La veía a Silvia agarrándole el pedazo por debajo de la manta, sorprendida por todo lo que agarraba descaradamente, mientras él le sobaba los hermosos cachetes del culo. A esa altura yo también me había olvidado del frío ¿qué frío?. Sin pedirle permiso a Antonio (él tampoco lo había pedido) cierro los ojos y guío la otra mano de Silvia para que me pajee de la misma manera, y ella acepta encantada, aunque no desviaba la vista de Antonio. Guau, qué hermosa manito, la perra sabe bien cómo hacer. Su mano es tan sensible que responde a cada uno de los latidos de mi verga, mientras no deja de acariciarla. Una exacta combinación de firmeza y suavidad. Me va excitando cada vez un poquito más, pero sabe regular bien, todavía no hay peligro de impertinentes corridas. Yo masajeaba mis huevitos, para que no se resfríen. Su mano diestra subía y bajaba con una precisión y armonía envidiables, dignas de una artista.

Un rato así, después se levantan y los veo alejarse rumbo a la carpa; oculto como puedo la mía, los sigo y me meto con ellos, que tampoco esta vez se percatan de mí. Y eso que no hago esfuerzos en esconderme, pero los dos están a mil: cruzan sus miradas y se enciende una llamarada en el aire congelado. Los miro y retomo mi paja. Ella se queda inerme, no reacciona hasta que él la desnuda y le muestra el vergón, un instrumento muy respetable. Ahí se pone a chuparla, y vuelvo a cerrar los ojos. Tengo la pija tan húmeda que no sé si es mi mano o su lengua que va desde Antonio hacia mí. Si esta chica sabía manejarla con las manos, con la boca es una maestra. Impresionante. Apretando un poco más, salen los juguitos de mi pija y aprovecho para embadurnarla toda; ahora está empapada y patinosa, como si su lengua hubiera pasado por ahí. Su hermosa piel se empezaba a amoratar con el frío, pero a nadie le importaba. En un momento, no sé por qué, abrí los ojos y miré hacia fuera. Me parecía que estaba por entrar su novio, pero no, ella dijo que estaba muy mamado y dormía como un tronco. La sombra pasó junto a la carpa y siguió su camino. Cada uno volvió a lo suyo. Cuando giré, Antonio estaba empezando a penetrar a Silvia, él encima, yo espectador primer fila. No iba a ser fácil meter todo eso, pero lo solucionó rápido. Un violento empujón, que le dolió a ella, no vi su cara pero escuché la puteada, y chau. Quiso quejarse, pero en menos de un minuto pedía más. Él le daba sin parar siquiera a respirar, no aflojó nada. Yo no me apuré tanto, ahora sí gozaba la distancia, cerrar los ojos y ver ese espectáculo era impagable: el tipo era una maquinita, ella levantaba las piernas en el aire y se dejaba hacer, sólo sentía los empujes. Los dos gemían cada vez más fuerte, y de sus bocas salía el típico humito del frío. Yo empecé a tomar ritmo y a acompañarlos. Por más que les mostrara cómo me pajeaba, ellos seguían sin distraerse.

Tanta matraca le debe haber dormido la verga, porque se detuvo de golpe y le ordenó que se ponga arriba y ella obedeció ¿qué otra cosa podía hacer?. Ahora el culo de Silvia estaba frente a mí, ¡qué delicia! Las manos de él clavadas en sus cachetes le marcaban los dedos gracias al fresquete, pero eso lo veía yo solito. El primer plano de ese hermoso ojete subiendo y bajando, me hizo apurar el ritmo de la mano, esta mina sabía moverse bien y se apretaba más fuerte contra el tipo. Yo también iba y venía: ahora mi mano se desplazaba veloz y suavemente, sin apretar casi, tal cual las paredes de esa hermosa concha. Dejé la mano quieta, y ahora yo también estaba cogiendo, a mis dedos cerrados.

Primero acabó ella, se levantó y gritó mirando el techo de la carpa. Cuando él aumentó el ritmo, me paré y me acerqué por detrás hasta quedar a dos pasos de ellos. Ahora apuré más y apreté los dedos con fuerza, a toda máquina. Pensé: -Debería sonar la pipa de Popeye ahora. Estaba cerca de acabar, sosteniendo el ritmo, y empecé a apurar más la mano con la vista clavada en la hermosura de esas nalgas frías, a la vez atenazadas por sus manos y golpeadas cada vez más fuerte por la cadera de Antonio. Antes que él, ahora sí, no pude más y solté el indio, acabé con un grito cerrado y lancé varios chorros sin control, mientras mi mano no se detenía aún. La cabeza hinchada, amoratada, brillante, no dejaba de escupir para todas partes. No quería terminar de acabar, quería estirarlo lo máximo posible. Vi que un par de lechadas habían caído en las nalgas de Silvia y sonreí, ellos seguían sin prestarme atención. Antes de vestirse, ella quedó resoplando sobre el pecho de él, mientras su pijota se iba desinflando y salía despacito de adentro de Silvia.

Abrí los ojos, por fin, de tanto tiempo cerrados ya me dolían los párpados y lo que vi me flasheó por una milésima de segundo. Lo que había alcanzado mi esperma era el teclado y el borde inferior del monitor. No pude dejar de reírme otra vez ¿cómo se limpia entre las teclas? Menos mal que uso siempre el suplente, el de los juegos, porque sabía que alguna vez me iba a pasar algo así. Busqué un trapo y lo limpié como pude. Una vez terminado, me paré firme con las manos al costado frente el monitor, miré el relato y me incliné hacia delante, como en las reverencias de los japoneses, e íntimamente agradecido a nynfa por haberme hecho gozar al máximo, le dediqué a su nombre esta soberana y bonita paja.