Una situación increíblemente morbosa

Una chica sensual mantiene relaciones con su maduro jefe y seduce con ellas a un compañero de trabajo.

Cuando vi a Marta comprendí que una mujer así solo se te cruza una vez en la vida. Morena y sensual, con ojos azules muy claros, delgada y voluptuosa, llevaba un vestido rojo anudado al cuello, que dejaba ver una espalda perfecta y los laterales de sus pechos, sin sujetador, que apuntaban agresivamente al frente y se adivinaban hinchados y gloriosos. Sin embargo, lo que más me atrajo de ella fueron sus pies, perfectos, con uñas pintadas en un rojo fuego a tono con el vestido y enmarcados en sandalias negras adornadas con pedrería refulgente. Por besarlos habría dado cualquier cosa.

Estábamos en los jardines de la mansión victoriana de Don Ricardo, el sexagenario presidente de la empresa en la que había comenzado a trabajar como director ejecutivo, avalado por mis títulos americanos, formando parte del reducido grupo de empleados que habíamos sido invitados a pasar el fin de semana en su casa, para fomentar las relaciones en la empresa. Marta era su secretaría personal e inmediatamente percibí que tenía mucha familiaridad con ella, pues la cogía del talle con autoridad y cariño mientras hablábamos. De hecho, transcurrido un tiempo vi como la guiaba a través de una senda del jardín, mientras le explicaba detalles sobre los árboles centenarios que lo adornaban, encaminándose hacia un pabellón de invitados situado al otro lado de la inmensa piscina.

Los seguí con disimulo tras librarme de los compañeros con los que estaba hablando y llegué al pabellón unos diez minutos después que ellos. Al asomarme me quedé perplejo. Marta estaba arrodillada ante Don Ricardo, con el vestido desanudado colgando en su cintura de avispa. Sus grandes tetas, turgentes y picudas como misiles, aguantaban con turgencia los manoseos del maduro presidente, mostrando unos pezones hinchadísimos, con aureolas oscuras y coronados por pitorros de un grosor solo esperable en una embarazada. Ella se encontraba concentrada en masturbar el pene de Don Ricardo, que se veía venoso y retorcido, mientras mordisqueaba sus testículos, grandes y colgantes. En un determinado instante, viendo que la erección había alcanzado su mayor tamaño y la cabeza del glande estaba ya teñida de un tono violeta, Don Ricardo le dio la vuelta, apoyándola en una mesa, aportó el hilo dental de su tanga rojo y comenzó a penetrarla con rudeza. Mientras la acuchillaba Marta gemía con los ojos entrecerrados, poniendo una cara de viciosa increíble. Don Ricardo le decía en tono quedo cosas que no atinaba a entender debido al rumor de las conversaciones lejanas, salvo en un momento en que se hizo algo de silencio, cuando oí que le preguntaba si llevaba puesto el diu, pues veía inminente su corrida. Marta se lo confirmó, pero quejándose de que a ella le quedaba por venirse. Don Ricardo se veía que hacía esfuerzos por no correrse, pero era tarea imposible, yo tampoco habría aguantado mucho ante un culo así, de forma que se quedó clavado, temblando todo su cuerpo, mientras expulsaba su simiente en el interior de Marta. Al retirarse, su pene se veía cubierto de una pasta blanquecina y Marta le comentó pícaramente que si no fuese por el diu haría tiempo que la habría preñado. Me quedé de piedra con la respuesta de Don Ricardo, quien le dijo que ya era hora de que se casase para que él pudiese embarazarla, como hacía habitualmente con sus empleadas, sugiriéndole que sedujese al chico nuevo que había contratado. Entonces caí en la cuenta de que se chico era yo, precisamente.

Don Ricardo se arregló la ropa, disponiéndose a salir del pabellón, y le aconsejó a Marta que dejase pasar unos minutos antes de seguirlo, para no dar lugar a habladurías. Ella seguía recostada en la mesa, acariciándose el clítoris distraídamente. Me aparté de la ventana, escondiéndome tras el pabellón cuando salía Don Ricardo, y al volver a asomarme me encontré con la mirada risueña de Marta, que al parecer había sido consciente en todo momento de mi presencia. Con un gesto me animó a que pasara, preguntándome si me había gustado lo que vi unos minutos antes. No supe qué contestarle, me embargaba la vergüenza, por lo que la rodeé y me arrodillé tras ella. Sus labios vaginales se veían enrojecidos y lubricados con semen. Un engrudo viscoso fluía lentamente hacia el exterior mientras ella masajeaba su clítoris pausadamente. Me apliqué con fervor a lamer su orificios, degustando los flujos que manaban en abundancia. El semen de Don Ricardo sabía exquisito, un tanto ácido y metálico, y parecía increíble la cantidad que era expulsada mientras Marta se aproximaba a su orgasmo. Fue una apoteosis notar como se estremecía bajo mi lengua en su clímax, mientras yo me aplicaba en dejar su sexo reluciente. Al incorporarse, mientras se anudaba el vestido, me dijo: me parece que tú yo nos vamos a entender muy bien. Don Ricardo me visitará esta noche en mi habitación, te espero después para darte el postre y algo más.

Continuará…