Una Simple Mamada

Relato corto para quien se la quiera machacar y correrse rápido.

UNA SIMPLE MAMADA

Corría el año 1999 cuando realizaba el curso de COU. Ya tenía los exámenes de selectividad encima y mi tensión era descomunal.

Un buen día, decidí pasar de las clases y darme un garbeo por la ciudad a ver si me des estresaba un poco. Metí condones, lubricante y un paquete de pañuelos de papel en la cartera.

Como no tenía tiempo, decidí coger un autobús sin rumbo, a ver dónde me llevaba, pasé por numerosos barrios de la ciudad pero al final, ya en el letrero ponía "próxima parada: Pío XII", cuando el autobús paró, me bajé y empecé a caminar sin rumbo fijo. Después de andar y andar, llegué a la monumental estación del Chapín. Se me ocurrió visitar sus servicios, a ver si pillaba algo.

Entré en la estación y recorrí sus largos pasillos hasta llegar a los servicios, bajé unas escaleras y me dispuse con que a mear. Al cabo de los minutos, entro un hombre, de media estatura todo entrajetado, no tenía mala pinta. Éste, se puso junto a mí, yo le enseñé mi larga y gorda polla, venosa, hambrienta. Éste hombre, me hizo un gesto para que le siguiera, yo me la guardé como pude en el pantalón, pues no era fácil del santo hinchazón que tenía y le seguí.

Subimos las escaleras y me condujo hacia su coche. Se presentó: "¿cómo te llamas?", Lois, contesté, "yo me llamo Alejandro", encantado, y me dio la mano. Arrancó el coche y nos fuimos a un descampado cerca de la estación.

El coche era un mono volumen con los cristales ahumados, nos fuimos a la parte trasera y nos pusimos cómodos, los dos nos bajamos los pantalones y los boxer.

Alejandro se ensalivó un dedo y me lo empezó a meter un en el culo y yo sin pensarlo dos veces, me metí su polla en mi boca. Era pequeña pero juguetona, cuanto más le succionaba su miembro, con más fuerza y más dedos me introducía en el culo. En principio note como su salada lefa iba saliendo de su rabo pero seguí comiéndosela hasta que me llegara a las muelas, aprovechaba ese juguillo viscoso, tan rico, para comerle sus huevos y de ahí otra vez su polla, de repente, noté como me inundaba mi boca, se estaba corriendo, yo me la empecé a machacar y en cuatro trallazos puse la moqueta perdida.

Abrí la puerta, y escupí toda su lefa, fue una buena corrida, luego nos limpiamos y me llevo de regreso a la estación. Nos despedimos. Yo empecé a caminar y cogí de nuevo un autobús que me llevó de regreso a casa, pues esa pedazo corrida me había relajado lo suficiente como para poder estudiar aquella mañana tranquilamente.