Una sesión de acupuntura
Después del típico reconocimiento médico, surge una nueva molestia...
Como todas las semanas, acudo a mi sesión de acupuntura.
Hola, ¿cómo te encuentras hoy?.- Me dice el doctor abriéndome la puerta.
Hola, ya sabes, siempre como el tiempo.- Dije animadamente.
Pasa para la camilla de siempre. Cuando estés preparada, ya voy.
Me dirijo hacia la camilla de todos los días, me quito el abrigo y poco a poco me voy quitando la ropa, hasta quedarme con las braguitas y el sujetador, que hoy era rojo, y me tumbo en la camilla. Al rato llega él: con sus pantalones de cuero y la bata blanca, sus agujas y su dicharachera charla. Es un hombre de unos 55, 60 años: canoso, pelo corto, ojos oscuros, entradas y una voz de la que te excita sólo con oírla, en fin, un hombre muy muy atractivo.
Como todos los días me va preguntando que tal las muñecas, las rodillas, si me siento más ligera o si me canso menos. El caso es que es un tío que no cierra la boca: primero te pregunta y luego habla y sigue hablando, pero noté que hoy no me miraba, que estaba nervioso. El caso es que me preguntó cómo tenía las reglas, si eran dolorosas o no, abundantes o no. Le dije que normalmente eran dolorosas, pero sólo los primeros días. Entonces él me preguntó que por donde me solía doler, yo le indiqué superficialmente, pero él quería saber el sitio preciso. Le dije que era más o menos a la altura de los ovarios. Entonces se puso a pensar qué es lo que podía hacer para que no me doliera tanto.
Me pinchó dos agujas, una a cada lado del ombligo con una distancia entre ellas de ocho dedos, aproximadamente. Continuó poniéndome el resto de las agujas y al cabo de un buen rato, vuelve y comienza a quitármelas, ahora me miraba... y vaya como me miraba. Me comentó que lo que me había hecho para el dolor menstrual, no era suficiente así que...; me dice que me arrime al final de la camilla, yo lo hago; me dice que doble las rodillas, yo lo hago; me dice que separe las piernas...
"Qué???".- pregunto totalmente desorientada.
Que separes las piernas, que voy a acabar lo que empecé.- dice con un tono un tanto perspicaz.
Ante su asombrosa respuesta, yo separo las piernas; me quita las braguitas, se pone unos guantes de látex y empieza a investigar entre mis carnosos y sonrosados labios. Ante ésta imprevisible exploración, mi coñito se empieza a humedecer, él al notarlo no dice nada, pero me mira con cara de tranquilidad.
- No te asustes, ni te pongas nerviosa, sólo trato de evitar que se produzca ese molesto dolor.- dice para calmarme.
Y... calmarme me calmó, pero mi coñito cada vez estaba más lubricado y... no sabéis la vergüenza que estaba pasando. Así que ante esa situación: respiré muy muy hondo he intenté tranquilizarme.
Mientras él seguía explorando, yo respiraba hondo, pero llegó a un punto en el que me introdujo dos dedos y como era de suponer sólo se oyó mi profundo gemido.
- No pasa nada, acabamos de empezar y creo que voy por buen camino.- "Buen camino...", pensé yo "te voy a mandar al mismo paraíso"
Me gustaba lo que me estaba haciendo, así que comencé a moverme pícaramente, levanté los brazos y comencé a acariciar los suyos (y notando él que la temperatura de su cuerpo subía, se desabrochó los pantalones). Su respuesta fue decidida, profunda y rápida: ¡¡¡ZAS!!! de un solo impulso, introdujo toda su verga dentro de mí. Estuvimos así un buen rato: él bombeando y yo recibiendo. Asombrosamente, a escasos movimientos para llegar al orgasmo conjunto, me manda cambiar de posición. Quiere follarme al estilo perritos encima de la camilla. Rápidamente me pongo en la posición, él se sube en la camilla también, se sitúa justo detrás de mi y... empieza a bombearme de nuevo, pero con más fuerza. Mis gemidos son leves, pero a medida que la velocidad en el bombeo sube, se van haciendo más y más enérgicos. Al poco tiempo, nuestros líquidos se juntan y me dice:
- Nena, estuve en el paraíso.