Una sensación inesperada

El odio que mi primo y yo compartíamos el uno por el otro se desvanece por un sentimiento mucho más fuerte. Nuestra primera vez, un contacto increible.

Cuando era niña solía pasar los veranos en el pueblo de mis padres. Ellos eran los

únicos que se fueron a vivir a la ciudad así que todos mis primos y todos mis tíos vivían

allí. Normalmente siempre iba a dormir a la casa de mi tía Iraia, quien siempre quiso tener

una niña, pero sus dos hijos eran varones así que cuando yo iba a su casa me concedía

todos los caprichos que una niña de diez años desea. Esa fue la razón por la cual mis dos

primos empezaron a sentirse atacados por mi, sobretodo Tomás. Él sólo tenía unos pocos

meses más que yo, pero aunque nuestra edad coincidiera, nosotros no encajábamos.

Cada verano nos enfadábamos por alguna razón y mientras los años pasaban el

odio que sentíamos el uno por el otro iba creciendo. Y nosotros también. Aunque me

doliese reconocerlo, Tom siempre había sido muy guapo pero al cumplir los 14 aquel

adjetivo se le quedaba corto. Era hermoso, con un cuerpo atlético que reflejaban sus

largos entrenamientos de natación y una actitud encantadora: muy educado, muy

divertido, muy amable. Muy todo con todos excepto conmigo. A mi me trataba mal,

siempre se metía conmigo, hacía lo imposible para conseguir humillarme y yo hacía lo

mismo con él.

Sin embargo se preocupa mucho por mi. No lo expresaba con palabras y no quería

que nadie los supiese, pero lo hacía. Una vez estábamos paseando con mi tía por la calle

y yo llevaba un short demasiado short y una camiseta de tirantes ajustada. Para que os

hagáis una idea, soy ridículamente alta (1.78 m), aunque con 14 años seguramente no

llegaba al metro setenta. Aún así era alta para mi edad, con una larga melena rubia y

unas curvas un tanto exageradas que más de una vez me han causado problemas.

Mi tía iba hablando con mi madre y yo iba detrás discutiendo con Tom hasta que un

chico vino hacia mi y me pidió un cigarro mientras me tocaba la parte baja de la espalda.

Yo le iba a decir amablemente que no fumaba pero vi como el brazo de mi primo iba

directo a la cara de aquel sujeto. Afortunadamente no le dio porque aquel consiguió

esquivar el puñetazo. Pero el gesto me bastó. Tom no volvió a hablar conmigo en todas

las vacaciones y después de aquel verano, se fue a Inglaterra a estudiar.

Y tres años pasaron hasta que lo volví a ver. Eran fechas navideñas y fuimos a la

casa de mi abuela en la ciudad para celebrar la Navidad. Me arreglé lo justo para estar

decente en una cena familiar pero aún así me dijeron que estaba muy guapa. Cuando

entré en el comedor donde nos esperaban me senté en la única silla que parecía libre al

lado de un sitio vacío. No le di importancia y me quedé callada pensando en mis cosas

hasta que una voz lejana pero muy familiar consiguió captar toda mi atención:

  • Que callada primita, no me estarías echando de menos ¿verdad?

Yo no esperaba verle así que giré mi cabeza y lo vi justo detrás de mi, medio

inclinado, con una camisa azul marina que hacía juego con sus ojos, una altura

sorprendente y más guapo que nunca. No supe muy bien porqué pero me levanté sin

querer y le di un abrazo. Seguramente ese fue el primer abrazo que le di. Él se

sorprendió, pero me devolvió el abrazo apretándome fuerte contra él.

Cuando me soltó le sonreí avergonzada y me senté en mi sitio mientras el se

sentaba a mi lado. Durante toda la cena estuvimos hablando: él intentaba picarme y yo

conseguí cabrearle, hasta que al final acabamos discutiendo, como siempre. No, como

siempre no. Era distinto, había complicidad en el enfado, sonreíamos y a veces me

guiñaba un ojo.

En el postre, mi abuela hizo un brindis y acabó con un ¡Feliz Navidad! que los

demás repetimos a coro. Y entonces noté que Tom me cogía de la mano y me susurraba

al oído otro ¡Feliz Navidad!, aunque éste último me dejó un cosquilleo por todo el cuerpo y

un calor inexplicable en mi mano.

Al terminar la cena, los primos que éramos mayores de edad nos fuimos a una

discoteca. Todos menos el hermano de Tom, que de repente se encontraba mal y quería

tumbarse en el sofá. Yo no era muy fan de aquellos antros pero no quería separarme de

Tom, estaba obsesionada y asustada por lo que empezaba a sentir por mi primo. ¡Mi

primo! Alguien de mi familia, con sangre como la mía corriéndole por las venas. Por un

momento sentí asco por pensar en él de ese modo hasta que lo vi acercándose hacia mi,

con sus andares de nadador y su sonrisa deslumbrante.

Vi como las chicas que dejaba atrás giraban sus esbeltas y arregladas cabezas y le

deseaban con la mirada. Me molestó que lo hicieran pero que él pasase de ellas y solo

me mirara a mi me hizo olvidar a aquellas babosas. Me traía un Vodka con Limón y yo le

di un sorbo. No me gustó nada, pero de otro trago me lo acabé. El sonrió y yo nerviosa di

un paso hacia atrás con tan mala suerte que acabé chocando con un chico un poco

pasado de alcohol que empezó a sobarme torpemente mientras intentaba bailar conmigo.

Sin saber muy bien porqué, la cara de Tom cambió y automáticamente se impulso para

arremeter contra el borracho pero yo me puse delante para impedir que hiciera alguna

tontería.

Su cara quedó a dos centímetros de la mía y la ira se convirtió en sorpresa hasta

llegar a una mezcla entre deseo y miedo. Yo también estaba asustada. Asustada por lo

que sentía, asustada por lo que tenía ganas de hacer, asustada por la asombrosa

sensación que sentí al notar su mano en la columna de mi espalda. El beso tardó

exactamente todo lo que tenía que tardar y el contacto fue explosivo. Su boca y la mía

creaban movimientos sincronizados y nuestras lenguas hacían un ritual de reconocimiento

con un dulzura que jamás habría esperado de una persona como primo.

Cuando nos separamos apoyó su frente contra la mía con los ojos cerrados

mientras respiraba con fuerza. Yo sentía que me faltaba el aliento y por la respiración

agitada de Tom supuse que a él también. Al final levantó la mirada, me cogió la cara entre

las manos y me miró a los ojos. Sabía que aquella intensidad en la mirada significaba

muchas cosas, algunas buenas y otras no tanto. Pero sus ojos azul oscuro solo me

dejaban concentrarme en las buenas.

Me volvió a besar, rozando mi boca y jugando con mis labios, a su gusto,

saboreando cada rincón escondido e inexplorado acabando con un mordisquito en el labio

inferior que hizo que mis rodillas temblaran más de lo que se considera saludable. De

repente sonó el teléfono de Tom. Era mi madre, quería decirle que su hermano no se

encontraba mejor, que se tendría que quedar en mi cama y que yo tendría que usar la

suya.

Así que nos dirigimos al hotel donde se alojaban después de haber avisado a

nuestros otros primos, y en el camino casi no hablamos. Su mano envolvió la mía

segundos después de salir del local y no la soltó hasta que entramos en la recepción de

su hotel. Era uno de los mejores hoteles de la ciudad y la habitación tenía dos dormitorios

suites, cocina, comedor, salón y vestidor.

Tom cerró la puerta y me llevó hasta un dormitorio, me ayudó a quitarme el abrigo y

lo dejó en uno de los sillones beige que custodiaban la entrada al baño. Me cogió por

detrás y agachó la cabeza para rodear mis hombros con su besos y caricias mientras yo

me derretía y creía que iba a morir de placer. Su mano bajó mi tirante mientras seguía

besando mis hombros y al final consiguió bajarme el vestido por completo.

Afortunadamente llevaba mi conjunto de lencería preferido: un sujetador negro de

encaje con un culotte a juego. Cogió mi mano y me dio una vuelta para poder

contemplarme. Yo intenté no mirar hacia abajo así que me imaginé mi apariencia con mi

piel blanca, aquella lencería y los tacones negros de aguja. A mi no me convenció pero a

él pareció gustarle. Fue en ese momento en el que me di cuenta de que él todavía llevaba

puesto hasta el abrigo, así que me adelanté hasta él y se lo quité con cuidado. Lo tiré en

el mismo sillón donde él había dejado el mío y seguí con mi tarea. Rocé mis labios por su

cuello creando escalofríos a mi paso y lentamente le fui desabrochando los botones de su

camisa.

Su cuerpo era tal y como yo me esperaba: un auténtico cuerpo de atleta con unos

músculos bien marcados, sin ser exagerados, y de una tonalidad bronceada que daba

sensación de calor solo con mirarla. Le desabroché el pantalón y se lo bajé hasta los pies

y luego me separé para observarlo. Ya estábamos en igualdad de condiciones. Nos

miramos un buen rato, desnudándonos el alma, intentando averiguar algún sitio

inexplorado del cuerpo del otro.

Cuando me di cuenta de lo abultado que tenía el calzón decidí ser yo la que se

lanzara así que me agache delante de él y le bajé sus calzoncillos. Su pene estaba

totalmente erecto y aunque yo no hubiese visto muchos antes de ver el suyo, supe que

tenía un tamaño considerable. Me quedé maravillada contemplándolo, como si jamás me

hubiese dado cuenta de lo hermoso que podía llegar a ser aquel miembro. Casi sin querer

alcé mi mano y lo toqué, envolviéndolo y acariciándolo. Tom soltó un hondo suspiro y

cerró los ojos con fuerza, sin moverse, apretando los puños.

Mi mano actuaba por instinto, haciendo un suave vaivén hacia arriba y hacia abajo

acelerándolo a medida que pasaba el tiempo. Aquella no era mi primera experiencia

sexual, yo había tenido algún novio y habíamos hecho bastantes preliminares sin llegar

nunca al acto final. Sin embargo jamás había desarrollado la necesidad de meterme en mi

boca aquel mástil perfecto en proporciones, era algo que nunca me había llamado la

atención. Y sin embargo en aquel momento necesitaba tenerlo en mi boca, saborear toda

su esencia. Quería hacerle sentir como jamás se había sentido.

Sin pensarlo mucho más me lo metí en la boca, despacio, apretando lo justo y

lamiendo con mi lengua cada poro que encontraba. Tom soltó un gemido de sorpresa,

abrió los ojos, miró hacia abajo y se inclinó ligeramente hacia un lado con el brazo

estirado para agarrar el marco de la puerta. Yo, mientras tanto, alucinaba con el sabor de

su primer líquido, era mejor que cualquier cosa que yo había probado, era una parte de su

ser y yo la estaba disfrutando como si de un manjar se tratase. Al final no pudo

aguantarse más y se vino dentro de mi boca.

Noté que cuando acabé de limpiárselo todo con mi lengua, sus piernas flaquearon

y empezaron a doblarse hasta que su cara se encontró con la mía. Yo fui a decirle algo

pero él me calló con un beso electrizante, apasionado, el señor de los besos. Sus manos

se enredaban en mi pelo y cada vez me acercaba más y más hacia él, como si quisiese

que nos quedásemos pegados. Yo le dejé hacer. Estaba encantada con la forma con la

que me estaba rodeando la cara de besos, con cómo me cogió como si fuese una

princesa, con cómo me dejó suavemente en la cama con el cuidado de un ángel y me

quito despacio mi escasa ropa interior.

Allí, entre sus sábanas, empezó a besar cada parte de mi cuerpo recreándose en

mis pezones, jugando con ellos, succionándolos como si fuese un niño ansioso por recibir

el cariño que necesita. Su lengua consiguió ponerlos duros como diamantes y yo me

mordía el labio para no gritar. Una vez estuvo complacido con el servicio que mis dos

pechos le prestaron, siguió bajando hasta que se encontró con mi parte más femenina. Yo

me sentía incómoda porque nunca había dejado que nadie metiera su boca allí, me

parecía un lugar sucio y poco higiénico, así que intenté cerrar mis piernas para dejarle

claro que aquello era algo que no quería hacer. Pero de repente levantó su cara mientras

acariciaba mis muslos y me dijo con una voz rota y unos ojos brillantes:

  • Por favor Vic.

Su cara y sus ojos reflejaban una necesidad apremiante y yo recordé la sensación

que acababa de tener cuando, por alguna misteriosa razón, sentí la urgencia de saborear

su pene. Abrí mis piernas lentamente y él besó mis muslos, mis ingles, mis labios, hasta

llegar a mi clítoris. Empezó a jugar con él, a retorcerlo, a chuparlo, a metérselo en la boca

y a tirar de él con sus labios creando sensaciones en mi interior que nadie más me había

hecho sentir. Tuve que agarrar fuerte las sábanas para no desmayarme y los gemidos se

volvieron incontrolables. Su lengua entraba en mi interior saboreando cada flujo que salía

de mi y, cuando a él le pareció adecuado, metió un dedo por mi agujero.!

Nunca en la vida había tenido un orgasmo como aquel, olas de placer recorrían mi

cuerpo una y otra vez, creando una procesión incansable. Tom se recostó encima de mi

mientras me besaba el cuello y la oreja. Me preguntó en un susurro:

  • Vic, ¿Eres vir...?

Y yo le cogí la cara y lo besé con todas mis ganas. Se incorporó un poco y yo abrí

mis piernas mientras se cogía su miembro viril y lo colocaba en mi vagina. Noté su glande

justo en la entrada y como sus ojos se concentraban en mi expresión, alerta a la mínima

expresión de dolor en mi rostro. Yo cerré los ojos y me concentré en él y en mi, en aquel

momento. Tom empezó a empujar y yo notaba como su pene penetraba en mi interior

creando sensaciones de daño y placer a la vez. No tenía muy claro que sensación

ganaba aquella batalla pero en mi cara se debió reflejar la primero porque él paró de

golpe.

Levanté mi mirada hasta sus ojos asustados, mis piernas rodearon su cintura y mis

brazos acercaron su cuerpo hacia mi. Le sonreí. El entendió, así que cuando estuvo

completamente dentro de mi se quedó quieto, abrazándome, dándome besos en mi

clavícula. Yo dejé que mi cuerpo se acostumbrara a tenerlo dentro y cuando estuve

segura le acaricié la espalda y empecé a moverme. Él me dejó hacer y cuando oyó que

empezaba a gemir, acompañó su movimiento con el mío.

Su pene entraba y salía de mi provocándome algo indescriptible. No podía pensar

en nada más que no fuera él y en como en aquel momento éramos uno, fundiéndonos,

recibiendo el amor impronunciable que nos ofrecíamos el uno al otro sin reparos. Sus

manos se entrelazaban con las mías y de su boca salían susurros en forma de palabras

de amor.

En un momento dado, Tom comenzó a moverse más deprisa y yo notaba que aquel

calor que había notado antes volvía a regenerarse en mi cuerpo, pero aún con más

intensidad. Noté como soltaba todo su líquido dentro de mi con un gemido ensordecedor y

al notarlo dentro no pude resistirlo más y aquel esperado orgasmo vino generando

convulsiones en mi cuerpo.

Nos quedamos unos minutos en aquella postura, besándonos como dos tontos

enamorados, hasta que su pene, sin ese tremendo tamaño del principio, salía de mi.

Utilicé su brazo de almohada y me quedé dormida mientras mi primo me acariciaba el

pelo y el recuerdo de un odio que nunca fue real se desvanecía.