¿Una ruptura, o el inicio de algo nuevo? 4

Presentamos en sociedad nuestra curiosa relación, con resultados un tanto dispares.

  • ¿Estás lista? – pregunté mientras me terminaba la cerveza, sentado en el sofá de la casa de Rosa.

  • Por supuesto – respondió Rosa mientras salía de su habitación – yo no tardo tanto como otras mujeres para arreglarme, piensa que tengo menos ropa que ponerme.

Cosa que era cierta, pues salió vestida para matar: aprovechando el calor que ya hacía a finales de abril, se había puesto un vestido negro entallado que se ajustaba a las bonitas curvas de su figura (nunca tuvo problemas en lucir y presumir de su línea, a pesar de no tener una figura al corte de los cánones de belleza que nos marcan los medios de comunicación), que acababa por encima de sus rodillas con un poco de vuelo. Un escote en "V" no muy pronunciado, carencia que compensaba al marcar en la fina tela sus casi siempre erectos pezones, ya que nunca llevaba sujetador "para el peso que tienen que sujetar", solía decir ella asumiendo el pequeño tamaño de su pecho. Calzada con unos zapatos de tacón no demasiado altos pero que conseguían estilizarle las piernas y hacer más respingón su ya de por si hermoso culo. Y por último para acabar esta descripción (cuando hablo de ella me cuesta parar) decir que llevaba su pelo castaño suelto y rizado a la altura de los hombros.

  • Vamos entonces. Lástima que no haya venido Pablo – le recordé - ¿estará incómodo con nosotros?

  • No te comas la cabeza, Pablo no habrá venido este fin de semana, porque tendrá alguna fiesta o rollete preparado con los amigos, ya sabes como es. Además así tenemos más libertad para probar nosotros juegos nuevos.

  • ¿Qué tienes en mente? – dije mientras mi polla se iba enderezando para oír la respuesta.

  • Nada en concreto, según surja la noche ya se me irán ocurriendo cosas. Pero tranquilo te enterarás de todo, piensa que vas a ser uno de los protagonistas.

Y con esa última gracia de Rosa nos fuimos hacia el pub, el mismo del sábado pasado, donde habíamos quedado con los amigos (los cuales aún desconocían nuestra reciente relación).

Al llegar ya estaban allí casi todos, nos saludaron y se ofrecieron a pedirnos unas copas aprovechando que iban dos de ellos a la barra. Pero en ningún momento se extrañaron de vernos llegar juntos (era normal que hubiéramos coincidido o incluso hubiéramos quedado para venir). Cuando nos estábamos acabando la primera copa, Rosa se acercó (hasta ahora cada uno estábamos hablando en corros distintos) y me dijo con voz melosa:

  • Voy a por otro cubata, ¿quieres uno, mi vida? – y cogiéndome el culo me metió la lengua en la boca.

Nos dimos un buen morreo, el cual de forma premeditada prolongamos más de lo normal, para estar en medio de un montón de gente. Al separarnos, todos nuestros amigos nos miraban: unos con cara de sorpresa, otros con indiferencia y otros con una sonrisilla morbosa por el novedoso cotilleo que les presentábamos. Enseguida empezaron a llover las preguntas: "¿cuánto tiempo lleváis?", "¿por qué no habéis dicho nada?", "¿os vais a ir a vivir juntos?", y demás impertinencias que a mi personalmente no se me ocurre preguntarle a nadie, pero siempre hay cotillas por el mundo. Cuando me disponía a responder a alguna de esas preguntas con algún comentario un poco despectivo, Rosa se me adelantó y atendió su curiosidad muy amablemente, respondiendo bien a algunas preguntas, con evasivas a otras y mintiendo descaradamente a las que quería.

A partir de ese momento seguimos con la fiesta, pero casi siempre había algún comentario sobre el tema, o alguna nueva pregunta recién ocurrida a algún amigo, que había que responder.

Cuando Rosa se cansó de esa situación, o creyó que había llegado la hora de dar el siguiente paso en su plan (desde hacía un buen rato, no me cabía duda de que Rosa estaba ejecutando milimétricamente una estrategia previamente diseñada en su cabeza), se acercó de nuevo a mí y empezó a meterme mano de forma muy agresiva (y muy excitante, que también hay que decirlo), sus manos recorrían mi culo, mi pecho, y cuando una postura no demasiado forzada se lo permitía, también mi paquete. Al principio yo le respondía de forma más vergonzosa, ya que estábamos rodeados por todos nuestros amigos, pero en ese momento mi cabeza recordó que la vergüenza, desde hacía una semana, era cosa ajena a mí. Por lo que empecé a meterle mano con la misma intensidad. Rosa percibió el cambio, porque me sonrió al verse respaldada por mi actitud. Su plan recobraba fuerzas.

Hicimos que nuestros amigos se sintieran incómodos, por lo que poco a poco fueron desplazándose hasta que de forma muy sutil nos dejaron fuera del corro en el que ellos seguían charlando. Cuando nos encontrábamos en esa situación, Rosa me dijo al oído, consciente de que nadie nos podía oír entre la distancia y la música del local:

  • Raúl, ¿estás dispuesto a que hoy intentemos una cosa que tengo en mente? – dejó unos segundos de intervalo, en los cuales yo no dije nada, esperando que continuara – Ya sabes que no me gustan las medias tintas – sí, lo sabía – y si queremos tener una relación en la que disfrutemos de nuestras fantasías y juegos libremente, sin estar condicionados por la presión social, por "el qué dirán", y tonterías del estilo, creo que debemos mostrar desde el principio y de forma clara (que no dé lugar a malinterpretaciones), todo lo que estamos dispuestos a hacer, aunque eso suponga que nos ganemos el desdén de gran parte de nuestro entorno, y créeme sobre este punto porque sé de lo que estoy hablando, ya pasé por esto hace un tiempo – terminó su discurso guardando un tenso silencio esperando mi respuesta.

Sus palabras, aunque parecían una triste premonición de lo que nos iba a ocurrir con nuestras amistades, eran muy sabias y lo sé porque llevaba toda la semana pensando en lo mismo: sabía que tanto Rosa como yo estábamos empezando una aventura nueva, que podía depararnos muchos placeres, pero también nos podría acarrear muchos problemas, pero en ambos casos no quería que los límites nos los fijaran nuestros miedos o vergüenzas ni mucho menos terceras personas, así que lo más apropiado era (ya había llegado a esa conclusión a mitad de semana) dejar atrás los prejuicios y hacer lo que nos apeteciera delante de cualquiera, y luego ya que cada uno reaccione como quiera. No iba a ser fácil, pero había que hacerlo. Así que mi respuesta no podía ser otra más que ésta:

  • Adelante, ¿qué quieres hacer?

Rosa suspiró aliviada, me beso con ternura y acto seguido se acercó de nuevo a mi oído.

  • Quiero liarme esta noche, delante de todo el mundo, con otro tío – sentenció tajantemente – el enrollarnos de la forma en que lo hemos hecho, no era sólo por picar a los amigos, sino para llamar la atención en el pub y que la gente nos viera, y ahora buscaré a algún chavalito al que comerle la boca, seguro que si se ha fijado en nosotros le dará un morbo especial el liarse conmigo; Luego según como pinte el tema, y cuando prepare bien el terreno te haré una seña para que te acerques e intentemos proponerle un trío, a ver si cuela – a continuación, cambiando el tono: de libidinoso como había dicho todo esto a serio y trascendental, añadió – Esto va a ser muy duro Raúl, delante de nuestros amigos vamos a pasar a ser unos salidos, unos perdidos, y muchos otros adjetivos del estilo, y lo peor va a ser para ti: yo estaré en los brazos de otro tío y seré la golfa o la puta si lo prefieres, pero tú vas a ser el cornudo gilipollas y vas a estar con ellos recibiendo sus comentarios en directo, mientras que yo estaré a distancia – dejó unos segundos para que yo asimilara sus palabras y al fin concluyó - ¿te atreves?

Como no me iba a atrever, ésta era la prueba de fuego que teníamos que pasar y mejor antes que después, además a pesar de toda lógica, el plan de Rosa me había puesto a cien: el imaginarla metiéndole la lengua a un desconocido minutos después de haberlo hecho conmigo me excitaba hasta límites que no era capaz de imaginar, y el hacerlo delante de mis amigos no bajaba el nivel, más bien al contrario.

  • Rosa, vamos a hacerlo – dije atropelladamente.

  • Ok, pero antes tienes que tranquilizarte cielo, te necesito en plenas facultades. Sé que es difícil, pero si estamos tranquilos y relajados hoy puede ser una gran noche – y dicho esto decidimos empezar.

Rosa se excusó y dijo que iba a hablar con una amiga del trabajo, que en seguida volvía y mientras que me distrajeran y que no me enfriara mucho, esto lo dijo mirando a dos de las chicas, las cuales le devolvieron una mirada un poco fría. A mí mientras se me estaba encogiendo el estómago hasta casi desaparecer.

  • Joder tío, lo habéis cogido con ganas, menudos volcanes en erupción – me soltó Pedro – ves como has tardado poco en olvidar a tu ex.

Al oír esos comentarios Marian, su novia, le echó la bronca por lo impertinentes que eran, y lo apartó de mi lado. Situación que aprovecho Alberto, de los solteros del grupo, para acercarse y comentarme:

  • Joder Raúl, siempre pasa igual. Las tías lo huelen y nos torturan con ello, en cuanto ven que tenemos novia, van a saco a por nosotros.

  • ¿De que coño hablas?, me he perdido – le increpé.

  • Joder, os echáis novia y os quedáis ciegos. No has visto a la camarera como te mira. Os lleva observando toda la noche, pero desde que os habéis dado el lote a lo salvaje, no os ha quitado el ojo de encima, y la jodía está muy buena (a Alberto hasta un palo de escoba con falda le parecía que estaba buena).

Me giré hacía donde me indicaba el salido de mi amigo, y me encontré a la misma camarera que había en el pub el sábado pasado, cuando nos liamos con Pablo en medio del bar. Entonces no estábamos nosotros para fijarnos mucho en los demás, pero si que me parece recordar a esa chica y a su mirada (echaba fuego). En cuanto a "lo buena que estaba", hay que reconocer que no estaba mal: no era la típica camarera de veinte años con medidas de modelo que abundan en los garitos, tendría unos veinticinco o veintisiete años delgada, sin un culo espectacular (dentro de lo que me dejaba ver la barra) con el pelo moreno hasta la mitad de la espalda, pero con unas tetas magníficas: grandes, redondas, pezones prominentes y todo esto resaltado con un escote en el que daba vértigo asomarse. Presumo que ese pecho era lo que le hacía ganar puntos en el difícil mercado laboral de las camareras.

Era cierto que me miraba, porque a los pocos segundos de estar haciéndole el reconocimiento, levantó la vista y su mirada se cruzó con la mía. Mantuvimos ese contacto visual un tiempo, en el que los dos nos queríamos decir: "conozco tu secreto", y creo que ambos entendimos el mensaje del otro. Me sacó del trance otra vez mi entrañable amigo Alberto:

  • Joder, seguro que ahora te arrepientes de haberte echado novia, capullo.

"Si tu supieras lo que nos traemos entre manos Rosa y yo, verías quien es el capullo", pensé para mí, con un deleite especial, sintiéndome un privilegiado.

  • La ostia puta, no me lo puedo creer – estas maravillosas palabras que interrumpieron mis divagaciones las pronunció María, la novia de Edu (la última pareja que se marchó del bar el sábado pasado) - ¿has visto eso Raúl?, haz algo – y me indicó la dirección en la que debía mirar.

Mierda, Rosa ya estaba liándose con un chaval (tendría unos veintidos años), y yo me había perdido el comienzo. Maldito Alberto. Estaban en la esquina opuesta del bar, se habían pegado a una pared, en la que estaba apoyado el tío ya que Rosa estaba tomando la iniciativa. Los amigos del chico debían ser el corro que estaba a su lado, porque no les quitaban el ojo de encima mientras se hacían comentarios entre ellos.

  • Pero, ¿que coño haces?, ve y toma cartas en el asunto: manda a esa calientapollas a la mierda, y métele dos ostias a ese capullo – me increpó Edu.

Tan absorto estaba en la escena que me estaban dando Rosa y su amante, que no había caído en que tenía a todos mis amigos pendientes de mí. Claro, lo normal es que yo tuviera un cabreo de campeonato y en lugar de eso, lo que tenía era una erección que se me iba a salir de los pantalones. Y ahora, ¿qué decía yo?, no lo habíamos pensado, o quizás Rosa sí que hubiera caído en la cuenta, pero no me quiso avisar para que yo improvisase. Así que me armé de valor y solté la primera chorrada que se cruzó por mi cabeza:

  • Y qué más da, dejarla que disfrute, así esta noche me ahorro los calentamientos en la cama: directamente a follar.

SILENCIO. Había que llenar ese silencio, así que ahí estaba yo diciendo más "tonterías":

  • Además, si veo que tardan mucho iré a unirme con ellos.

Se acabó el silencio. Ojala no lo hubiera hecho:

  • Tú eres gilipollas - me soltó Marian, la chica que instantes antes me había salvado de las meteduras de pata de su novio, ahora me atacaba con todo su desprecio – no sé a que mierda jugáis, pero creo que os estáis riendo de nosotros. Vámonos.

Y dicho esto se fueron ocho de las once personas que estábamos. Según iban saliendo me tocó escuchar lindeces de todo tipo, como que era un cornudo, que tanto Rosa como yo íbamos a acabar mal, que acabaríamos cogiendo alguna ETS, y demás comentarios ocurrentes. Al final sólo quedaron conmigo Dani, un chico bastante callado, que suele hacer su vida sin meterse en la de los demás (como también estaba demostrando esa noche) y el omnipresente Alberto.

  • Bueno, hacer lo que queráis, yo voy a seguir de copas, a ver si tengo suerte y también pillo, como el tío ese. ¿Vienes Alberto?

  • Sí, un momento – y volviéndose hacia mí, me dijo – eres un gilipollas, en lugar de estar metiéndole tú el morro, te contentas con calentarte mientras ves como lo hace otro – eso lo dijo Alberto, pero cuando bajé la vista a su entrepierna pude comprobar que su polla pensaba otra cosa muy distinta: menuda erección se adivinaba bajo el pantalón – Bueno, adiós eunuco.

Al quedarme de nuevo solo me giré hacia la pareja de amantes, los cuales seguían a lo suyo, sin ser conscientes de lo que había pasado (mentira: Rosa posteriormente me contó que si que estuvo atenta a lo que ocurría en la distancia, pero tampoco quería acercarse para no cagarla más). Después, inconscientemente me giré hacia nuestra camarera voyeur, y pude comprobar que ahora a la que no quitaba ojo era a Rosa y a su rollo, servía las copas a la gente de correprisas porque no quería perderse nada de lo que ocurría.

Me dirigía a la barra con la intención de hacer tiempo hasta que Rosa me hiciera la señal acordada, pero no llegué, porque en cuanto mi ardiente novia, me localizó me hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. Así que me dispuse a pasar la segunda prueba de fuego esa noche.

Al llegar a su altura, Rosa se separó un poco de su actual chico para recibirme. Éste, al percibir movimiento se giró para ver que pasaba, al verme llegar directo hacia ellos me preguntó:

  • ¿Tú que quieres?

  • Tranquilo Jose (ese era el nombre del chico) – se anticipó Rosa – es mi novio, le dejé con sus amigotes tomando copas y divirtiéndose, mientras yo vine a conocerte. Ven te lo voy a presentar: Raúl éste es Jose, me ha hecho pasar una grata velada mientras tú venías – Teníais que haber visto la mirada de Rosa mientras pronunciaba esas palabras, me estaba quemando por dentro.

Yo había llegado nervioso, pero caliente, pero después de esa entrada (facilitada enormemente por Rosa), los nervios se habían cambiado por más excitación si cabe.

  • Hola encantado de conocerte, te agradezco enormemente que distraigas a mi novia de ese modo tan eficaz que estabas haciendo – y dicho esto le tendí la mano.

Jose, muy mosqueado por la situación tan poco corriente que estaba, no presenciando, si no viviendo en primera persona, no me dio la mano y por contra volvió a preguntar:

  • ¿Qué esta pasando aquí?, decírmelo antes de que me enfade de verdad – su voz quería mostrar dureza, pero lo que salió fue nerviosismo. Rosa lo notó y lo aprovechó para seguir atacando.

  • Tranquilo cariño, mi novio y yo como puedes comprobar, somos muy liberales, si uno de los dos quiere estar con los amigos, echarse la siesta, o lo que le apetezca el otro puede, si quiere, liarse con quien quiera, o incluso meterse en la cama con él – y esto último lo dijo mientras le pasaba la mano por la espalda.

Jose estaba tan tenso, que su reacción a esa caricia fue apartarse un poco. Inmediatamente se dio cuenta de su desliz emocional, e intentando mostrar soltura en esa extraña situación bajó los hombros y volvió a acercarse a Rosa. Ella viendo que no habría muchas oportunidades más, intentó el todo por el todo:

  • Además, ¿sabes que otras ventajas tiene esta relación? – y sin darle tiempo al chaval, se respondió a si misma – que si uno de los dos liga, siempre podemos compartir el ligue con nuestra pareja. En la cama se disfruta mejor de tres en tres.

A Jose le cambió la cara, me miro con cara de asco, y medio gritando, dijo:

  • Estáis enfermos cabrones. Iros a la mierda si pensabais que me iba a meter en la cama con un tío. Que os jodan – Y se fue echando pestes con sus amigos, a los que empezó a contarles la historia.

Alrededor de nosotros se había formado un pequeño hueco, donde todos los que alcanzaron a oír los gritos de Jose, prestaban atención para captar el desenlace de lo que acababan de presenciar.

  • Ya estoy harta de acabar haciendo de entretenimiento público en este bar – dijo Rosa – ¿te has dado cuenta, que el capullo estaba dispuesto a acostarse conmigo, independientemente de que tú existieras o no?, a lo que se ha negado es a follar contigo – remató riendo.

De pronto se puso seria al acordarse de la parte que me había tocado vivir a mí en solitario, y me preguntó por ella.

  • No te preocupes por eso, luego te lo cuento a cambio de que me cuentes tu parte – dije para ganar tiempo, no me apetecía hablar de eso ahora - vamos a tomar una copa, tengo el presentimiento de que va a ocurrir algo.

Rosa me miró con cara de extrañeza, pero se dejó hacer, esa noche lo más raro del mundo pasaría por normalidad absoluta.

Llegamos a la barra y cuando iba a preguntarnos una camarera rubia, la interrumpió su compañera (nuestra amiga):

  • Deja ya les atiendo yo, son unos amigos -

Rosa me miró expectante, sus ojos sin hablar me decían "¿de qué va esto?", y yo que tampoco lo sabía muy bien (cosa que tampoco sabía Rosa) me hice el interesante y no le di pistas.

Nos tomó nota, nos puso las dos copas y cuando íbamos a pagar, nos dijo:

  • Tranquilos, invita la casa – nos miró a los dos, cogió aire y añadió – no me he perdido nada de lo que habéis hecho los dos últimos fines de semana – Rosa sonrió, YA sabía "de que iba eso" – podría hablar con vosotros.

No hacía falta que dijera sobre qué quería hablar.

  • Claro – tomó la iniciativa Rosa, como casi siempre – dinos.

  • No, aquí no puedo. Os doy mi número de teléfono y me llamáis esta semana.

Mientras buscaba un boli, saqué yo el mío y en un trozo de papel le apunté mi número, y se lo di diciéndole:

  • Mejor toma tú el nuestro y nos llamas cuando quieras y estés preparada – lo cogió agradeciéndolo con una sonrisa.

  • Claro, no os haré esperar mucho. Os llamaré.

CONTINUARÁ...